«Inglaterra, la metrópolis del capital, el poder que hasta ahora ha gobernado el mercado mundial, es actualmente el país más importante para la revolución obrera y, además, el único país en el que las condiciones materiales para esta revolución han alcanzado un cierto grado de madurez. Por consiguiente, el objetivo más importante de la Asociación Internacional de los Trabajadores es acelerar la revolución social en Inglaterra. El único medio de apresurarlo es hacer que Irlanda sea independiente. Por lo tanto, es tarea de la Internacional en todas partes poner el conflicto entre Inglaterra e Irlanda en primer plano, y en todas partes manifestarse abiertamente al lado de Irlanda. «La tarea especial del Consejo Central en Londres es hacer que los trabajadores ingleses se den cuenta de que para ellos la emancipación nacional de Irlanda no es una cuestión de justicia abstracta o sentimiento humanitario, sino la primera condición de su propia emancipación social.»
«En los Estados Unidos, los inmigrados de la Europa oriental y meridional ocupan los puestos peor retribuidos, mientras que los obreros norteamericanos suministran el tanto por ciento mayor de capataces y de los obreros que tienen un trabajo mejor retribuido. El imperialismo tiene la tendencia a formar categorías privilegiadas también entre los obreros y a divorciarlas de la gran masa del proletariado. Es preciso hacer notar que, en Inglaterra, la tendencia del imperialismo a escindir a los obreros y a acentuar el oportunismo entre ellos, a engendrar una descomposición temporal del movimiento obrero, se manifestó mucho antes de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Esto se explica porque, desde mediados del siglo pasado, existían en Inglaterra dos importantes rasgos distintivos del imperialismo: inmensas posesiones coloniales y situación de monopolio en el mercado mundial. Durante decenas de años, Marx y Engels estudiaron sistemáticamente ese lazo existente entre el oportunismo en el movimiento obrero y las particularidades imperialistas del capitalismo inglés.
En nuestra lucha por el verdadero internacionalismo y contra el “jingo-socialismo” nuestra prensa denuncia constantemente a los jefes oportunistas del P.S. de Estados Unidos, los cuales son partidarios de limitar la inmigración de los obreros chinos y japoneses (sobre todo desde el congreso de Stuttgart de 1907, y en contra de las decisiones tomadas en dicho congreso). Nosotros pensamos que no se puede ser a la vez internacionalista y declararse a favor de semejantes restricciones.»
«¿Dónde está el imperialismo? En nuestros platos de arroz, maíz y mijo importado… eso es imperialismo.»
La misma semana en que la Cumbre de «las Américas» logra llegar a un acuerdo para intentar frenar las corrientes migratorias que presionan las fronteras de Estados Unidos, reubicando con ese objetivo parte de esos mismos flujos migratorios en los 20 países que, supeditados al mandato de Washington, firmaron la Declaración de Los Ángeles, comprometiéndose con ello a duplicar el número de visados laborales expedidos hasta el momento a cambio de la tenue promesa de la administración Biden, acerca de una futura inversión de cerca de 300 millones de euros destinados a la asistencia de refugiados y migrantes vulnerables en todo el hemisferio, el gobierno británico ha puesto en marcha el primer vuelo con destino a Kigali, Ruanda, fruto del acuerdo alcanzado entre las dos administraciones de cara a establecer un corredor que permita a Reino Unido deportar un flujo constante de inmigrantes ilegales a más de 6.000 kilómetros con destino a un país sin litoral propio, hemos de suponer que con la firme esperanza de que esto logre complicar nuevas aventuras de esos desechables seres humanos que tras el Brexit se han convertido en un estorbo para la economía de Londres.
Mediante un acuerdo de más de 120 millones de libras y pese a la tibia oposición de la Unión Europea, la monarquía británica e incluso de Justin Welby, arzobispo de Canterbury, que ha llegado a calificar este apaño político como «contrario a la naturaleza de Dios», diferentes masas proletarias, algunos de ellos procedentes de países con conflictos armados activos en sus fronteras, partirán rumbo al continente africano para aliviar los costes políticos y sociales causados por los más de 10.000 inmigrantes que han alcanzado las costas británicas en lo que va de año. Tal y como también sucede en las fronteras estadounidenses o en la línea de concertinas que claramente traza un represivo marco de contención frente a los habitantes del Sur –establecido por Madrid en suelo africano con apoyo directo de la Unión Europea– las políticas de mano dura e incluso la militarización de las fronteras y la subcontratación de las continuas violaciones de los Derechos Humanos, indispensables para disuadir a los inmigrantes que pretenden llegar al Norte con el legítimo objetivo de alcanzar un futuro mejor, se han constatado como estrategias ineficaces, inhumanas y totalmente erradas. El recurso del terrorismo de estado o incluso el terrorismo supraestatal contra la inmigración, olvidaba que aquellos a los que pretendía amedrentar, huían precisamente de las guerras, las multinacionales y las balas que en sus hogares amenazaban y arruinaban cualquier esperanza de soberanía para sus pueblos, fruto de la rapiña imperialista. Cuando te han arrebatado el futuro, la violencia deja de suponer una barrera real.
Por tanto, conscientes del absurdo de mantener la amenaza en su forma actual y plenamente comprometidos con la continuidad de sus políticas de claro corte xenófobo, las potencias del Norte capitalista han optado por modular sus planes y el cariz de sus políticas, con la intención de dulcificar el genocidio que han venido cometiendo contra los migrantes provenientes del Sur global. Para ello, las alusiones a la mano dura y el blindaje de las fronteras, poco a poco han derivado a un neolenguaje más sofisticado, pero no menos inhumano, en el que aplicando la lógica de la agenda neoliberal al las políticas migratorias, las principales capitales europeas y su faro «moral» con sede en los Estados Unidos, han optado por subcontratar la contención de las masas de población que huyen de la miseria, la guerra y el hambre, mediante acuerdos económicos con un amplio abanico de sapatrías y regímenes políticos no precisamente reconocidos internacionalmente por su respeto a los Derechos Humanos. Si el reverendo Marcus Garvey llegó a fundar la naviera Black Star con el objetivo de dejar atrás la discriminación y los abusos del hombre blanco, fomentando el mito del retorno a la Madre África, mediante la probablemente errónea utopía del regreso de los afrodescendientes a su tierra natal con el objetivo de poder crear una gran nación negra y obtener de este modo su plena soberanía, el plan de las «antaño» potencias coloniales se ubica no en la huida, sino en la expulsión directa de todos aquellos contingentes de inmigrantes que suponen ya una molestia insostenible para unas sociedades en plena crisis moral y material, encauzadas de nuevo a la aceptación y posterior auge del fascismo.
Y es que no lo olvidemos nunca, las políticas desarrolladas y aplicadas por la Alemania nazi en suelo europeo, no eran sino la ampliación al viejo continente de la inmoralidad y la barbarie colonialista que los europeos habían venido desarrollando en África. Los victimarios del Tarajal, las concertinas, los CIE, las detenciones arbitrarias, las políticas de excepción y la absoluta falta de derechos a la que hoy se enfrentan los inmigrantes en suelo europeo, en medio de un clima de creciente hostilidad y clara xenofobia, suponen el aviso final ante el nuevo triunfo de la muerte, un breve preludio antes de la actividad de los campos de concentración y las cámaras de gas en nuestras fronteras. Contemplar a gobiernos como el español estampando su firma en ignominiosos acuerdos con Rabat para abocar a los inmigrantes al cruel abandono en el desierto o el fin de su trayecto en las frías aguas del Mediterráneo, mientras asistimos de forma insólita al creciente cinismo de aquellos que desde Madrid hablan de cooperación o migración circular, para referirse a la mera mercantilización de miles de vidas humanas, como mano de obra desechable para sus economías, hace que uno se ubique claramente entre quienes tenemos la desgracia de estar gobernados por el verdadero eje de mal, esos gobiernos cuyas políticas y decisiones no solo no fomentan la evolución de la humanidad, sino que se enmarcan en una lógica y unos intereses claramente opuestos a la dignidad de nuestra especie. Especial mención al actual gobierno español, supuestamente progresista, cuyos representantes presionan a estas horas a la OTAN para que señale a la migración como «amenaza híbrida» en su hoja de ruta política.
Y mientras esto sucede, la supuesta «intelectualidad» de la izquierda española –y mucho española– esa bilis de patrioterismo rancio y mediocridad oportunamente aupada a primera línea por medios liberales camuflados entre pinceladas supuestamente progresistas, se pregunta si «Fomentar la inmigración es de izquierdas o de derechas?«. No se preguntan por las causas tras los fenómenos migratorios, ni lanzan pregunta alguna a quienes se juegan la vida por llegar a suelo europeo, sino que como auténticos trileros a sueldo del poder, aprovechan la confusión y el creciente clima de hostilidad para intentar confundir a la clase trabajadora, porque en el juego del último contra el penúltimo, resulta vital que la población española olvide completamente que hace un suspiro nosotros éramos los que dejábamos todo atrás por una guerra o por el saqueo incontrolado de nuestros recursos. Resulta vital que olvidemos los millones de desplazados europeos que buscaron un futuro mejor en otras tierras, la historia vital de nuestros abuelos, nuestros padres, incluso nuestras amistades, porque todavía hoy, desgraciadamente la nuestra es una sociedad que debe migrar a causa de la precariedad. Para el patrioterismo barato al servicio de Washington, resulta vital que olvidemos que también nosotros despedimos a los nuestros en una estación de tren, en un abarrotado puerto o en una terminal de un aeropuerto, con temor y la firme esperanza de que allí donde recalasen, tuvieran derecho a labrarse un futuro mejor con dignidad. Tal y como también parecen olvidar que nuestro sistema de bienestar se cimentó con el sacrificio productivo de millones de migrantes que con sus manos ayudaron a construir la red de solidaridad que hoy a duras penas todavía nos protege en Europa.
Por todo ello, quienes hoy contraponen la sostenibilidad del estado de bienestar al ejercicio de la solidaridad internacionalista, intentando provocar de este modo una inexistente e inútil confrontación entre la clase obrera nativa y la población inmigrante, se sitúa abiertamente en un marco únicamente útil a sus propias burguesías y a los discursos claramente xenófobos, por mucho que lo pretenda soterrar con dulces palabras y caminen con pies de plomo para evitar que sus verdaderas intenciones sean señaladas públicamente. Y si además de esto, osa lanzar tales diatribas desde el púlpito de un medio en cuyo consejo de redacción se sitúa el esclavista qatarí, el cinismo de sus actos resulta ciertamente abrumador.
Los partidarios de mayores restricciones y políticas migratorias más contundentes e incluso agresivas, aluden constantemente a la pobreza ligada a los flujos migratorios y a la presión que este ejército industrial de reserva importado ejerce sobre las condiciones materiales de la clase trabajadora nativa. Si bien debemos tener claro el dolor y el saqueo de las más brillantes mentes que supone la emigración a Europa desde los países del Sur, encarar nuestros planteamientos políticos en materia migratoria desde la confrontación y no desde la solidaridad obrera con aquellos que pasan a formar parte de la clase trabajadora europea, supone además de una estrategia claramente reaccionaria, un error garrafal para nuestros propios intereses. Ciertamente reconocemos la estrategia de la burguesía destinada a enfrentar a la clase trabajadora contra sí misma, mediante la acumulación e instrumentalización de la mano de obra inmigrante con la intención de exprimir al máximo el tiempo de trabajo del proletariado al mínimo coste, pero a su vez también somos plenamente conscientes de que es el aumento de las capacidades productivas del propio sistema y los fuertes cambios desarrollados de forma global en este sentido, mediante la difusión global de sistema capitalista, los que provocan los flujos migratorios y exigen urgentemente la constante disminución de la población para un correcto equilibrio momentáneo de un engranaje perpetuamente inserto en crisis cíclicas. No son los flujos migratorios los que ejercen presión sobre la clase trabajadora europea, sino que es el propio sistema el que nos incita al canibalismo de clase, pretendiendo dividirnos entre trabajadores locales o extranjeros en una competencia absurda e innecesaria.
Considerar que el cese de los flujos migratorios mediante políticas restrictivas supondría el aumento del bienestar de la clase trabajadora europea o incluso asegurar que esto conlleva la mejores condiciones laborales para la misma, solo puede ser fruto de la inocencia o la ignorancia más absoluta. Propio de aquellos que ignoran que en el mejor de los casos, la expulsión del inmigrante tan solo los empujaría momentáneamente a ocupar su mismo puesto de trabajo en condiciones igualmente precarias. El blindaje de las fronteras europeas no detendría la maquinaria del capitalismo global de modo alguno y por tanto, los intentos de dar respuesta a estas dinámicas mediante la creación de una categoría privilegiada para el trabajador nativo, tan solo ahondan en la división de la clase trabajadora, alejando de ese modo la necesaria integración del proletariado de la antiguas colonias con el proletariado europeo en la lucha por la abolición del capitalismo. Necesitamos establecer una lucha común por la emancipación de toda la clase obrera, sin distinción alguna atendiendo a su raza o procedencia, únicamente mediante la solidaridad internacionalista, exigiendo unas mismas condiciones laborales para todos los trabajadores, sin excepción, podremos exponer abiertamente las miserias de este sistema y construir herramientas para enfrentar definitivamente a la burguesía imperialista.
Aquellos que desde el españolismo más recalcitrante pretenden hacer pasar por planteamientos de izquierda las cuotas, la gestión o las barreras fortificadas contra los flujos migratorios fruto de las propias dinámicas capitalistas, no solo dan muestra de una total falta de visión estratégica y una profunda ignorancia teórica, sino que con sus acciones ejercen de tontos útiles en la eterna estrategia burguesa destinada a dividir a la clase obrera, consciente esta de la amenaza de la misma cuando permanece unida. Aquellos que nos tenían acostumbrados a la alabanza de las condiciones del proletariado europeo en el capitalismo fabril, como si fuese posible detener el tiempo y retroceder a esas dinámicas ya superadas únicamente fruto de su añoranza, pretenden ahora convencernos de que el camino a esos tiempos, por otra parte totalmente idealizados y desdibujados desde sus propios privilegios, debe trazarse mediante la expulsión y el abandono a su suerte de la clase trabajadora extranjera. Lo pinten del modo que lo pinten, lo que abiertamente están diciendo es que ellos sí están dispuestos a pasar por encima de los muertos del Tarajal, los ahogados en el río Bravo o el dolor y la desesperanza de millones de personas que deben abandonar su hogar, únicamente con tal de recuperar las migajas de un sistema de explotación que la verdadera izquierda busca derruir.
Así que si una cosa debemos tener claro, es que estás posturas no tienen nada que ver con la izquierda. Es más, la xenofobia nunca debe tener nada que ver con la izquierda.
Daniel Seixo
15 de junio de 2022