Profesora emérita de historia contemporánea en la Universidad de París VII-Denis Diderot, Annie Lacroix-Riz ha escrito varios libros sobre las dos guerras mundiales y las dominaciones políticas y económicas. Tiene una amplia visión de la situación de Ucrania con respecto a la historia del imperialismo de principios del siglo XX y su continuación. Lo que se nos cuenta con demasiada frecuencia en los medios, no nos permite comprender el conflicto y, por tanto, buscar una solución para la paz. En esta entrevista, Annie Lacroix-Riz ofrece una mirada desde un punto de vista diferente que resulta útil para entender los acontecimientos y la historia reciente de la región.
En los medios de comunicación se tiene la impresión de que la guerra en Ucrania surgió de la nada. ¿Qué puede decirnos sobre su contexto histórico?
En primer lugar, los elementos históricos están casi ausentes de lo que apenas es un «análisis» de la situación. Sin embargo, hay dos aspectos importantes a tener en cuenta en los acontecimientos actuales. En primer lugar, hay una situación general, a saber, la agresión de la OTAN contra Rusia. En segundo lugar, existe una especie de obsesión contra Rusia, y además, contra China. Esta obsesión no es nueva y pone en perspectiva el actual frenesí anti-Putin. Lo esencial del supuesto «análisis occidental» es que Putin es un loco paranoico y/o un nuevo Hitler. Pero el odio a Rusia y el resentimiento por el papel global de Rusia se remonta casi al inicio del imperialismo estadounidense.
¿Cómo se explica esta obsesión?
Es una obsesión propia del imperialismo dominante que fue hegemónico durante casi todo el siglo XX. Este imperialismo no quiere perder su hegemonía, y la está perdiendo. De hecho, hoy ya no estamos en la misma situación que en los años 50, cuando Estados Unidos representaba el 50% de la producción mundial. China se acerca al liderazgo mundial y eso a Estados Unidos no le gusta. En los últimos años hemos llegado a un momento especialmente agudo de la confrontación, marcado por una serie de agresiones desconcertantes.
Rusia también está en el punto de mira. Tenemos la impresión de que existe algún tipo de rencor contra los bolcheviques, pero hay que tener en cuenta que esta rusofobia del imperialismo estadounidense comenzó en la época zarista y continuó después, incluso tras la disolución de la Unión Soviética. Todos los compromisos adquiridos por EE.UU. de no avanzar militarmente sobre la antigua zona soviética han sido violados. Por lo tanto, entre 1991 y febrero de 2022, hemos llegado a un momento en que la perspectiva de que Rusia tenga a la OTAN a sus puertas y a Ucrania nuclearizada se ha convertido en una realidad inmediata.
¿Cuál es el lugar de Ucrania en los enfrentamientos entre las potencias imperialistas?
Ucrania es inseparable de la historia de Rusia desde la Alta Edad Media. Rusia, con todas sus riquezas naturales, es una cueva de Alí Babá y Ucrania ha sido su mayor joya: es una fuente extraordinaria de carbón, hierro y tantos otros recursos minerales, y un granero formidable de trigo y otros cereales. Esto ha atraído durante mucho tiempo la codicia.
Si nos ceñimos al periodo imperialista (desde la década de 1880), podemos decir que fue Alemania la que se interesó inicialmente por Ucrania. Antes de la guerra de 1914, el Reich alemán decidió controlar el imperio ruso, asegurando el control sobre sus «plazas» más desarrolladas: Ucrania y los Estados bálticos. En el curso del conflicto, Alemania convirtió a estos estados y a Ucrania en una fortaleza militar, la base para su asalto al Imperio Ruso.
Durante la Primera Guerra Mundial, mientras que Alemania fracasó en el frente occidental ya en 1917, no puede decirse lo mismo del frente oriental, que dominó hasta su derrota. Y aunque, desde enero de 1918, la nueva Rusia soviética estaba sometida a una agresión adicional por parte de todas las demás potencias imperialistas (14 países la invadieron sin declaración de guerra), Berlín consiguió imponer, en marzo de 1918, el Tratado de Brest-Litovsk, que confiscó a Ucrania. La derrota de Alemania al final de la Primera Guerra Mundial no la devolvió, dada la guerra librada en su suelo por los «aliados», apoyados por todos los elementos anti bolcheviques, rusos y ucranianos.
Ucrania vivió entonces un breve período de independencia…
De 1918 a 1920, hubo efectivamente un breve período de «independencia» folclórica, con el telón de fondo de la agresión de los ejércitos blancos (pogromistas) de Denikin, y del pogromista Petliura, oficialmente «independentista» y aliado de Polonia (que tenía el ojo puesto en toda Ucrania occidental). Ucrania seguía siendo el objetivo del Reich, que se había apoderado del imperio austriaco –entonces de los Habsburgo «austrohúngaros», dueños de la Galitzia oriental, en el oeste de Ucrania – , desde la partición de Polonia. Esta tutela germánica proporcionó una valiosa base para el debilitamiento de Rusia y del eslavismo ortodoxo desde la época de los Habsburgo, con el uniatismo dirigido por el Vaticano, como instrumento principal.
¿Qué papel desempeñó el Vaticano?
El uniatismo católico, soporte ideológico de la conquista germánica, había seducido a una parte de la población ucraniana occidental, gracias a su apariencia formal muy cercana a la ortodoxia. Este instrumento de conquista austriaco fue asumido por Alemania en la época imperialista: el Vaticano, comprendiendo que no podía seguir contando con el moribundo imperio católico, se sometió definitivamente al poderoso Reich protestante a principios del siglo XX, incluso en Ucrania.
En el periodo de entreguerras, Ucrania desempeñó así un papel decisivo en la alianza entre Alemania y el Vaticano, al que Berlín encomendó el espionaje militar a través de los clérigos uniatas. Podemos ver cómo se organizó entonces el intento de conquistar Ucrania, consagrado por la firma del Concordato del Reich en julio de 1933. Uno de sus dos artículos secretos estipulaba que Alemania y el Vaticano serían aliados en la toma de Ucrania, que era uno de los principales objetivos bélicos de Alemania, tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Segunda. El asalto militar, la ocupación y la explotación económica serían responsabilidad de Alemania, la «recristianización» católica, del Vaticano.
Estados Unidos también estaba interesado…
Ucrania es un desafío importante en sí mismo, pero también es la puerta de entrada al Cáucaso, rico en petróleo. Estados Unidos se alió con el imperialismo alemán para penetrar en Rusia y, especialmente, en Ucrania tras el final de la Primera Guerra Mundial. En 1930, todos los imperialismos soñaban con atiborrarse de la rica Ucrania. En mi libro Los orígenes de la camisa de fuerza europea, mostré cómo Roman Dmovski, un político polaco de extrema derecha, había analizado perfectamente la «cuestión ucraniana» en 1930. Escribió que todos los grandes imperialismos querían comerse a Ucrania, empezando por los dos más febrilmente comprometidos en la tarea: el alemán y el estadounidense. Dmovski también dijo que si Ucrania se separaba de Rusia, se convertiría en un país puramente «consumidor», obligado a comprar sus productos industriales en otro lugar. Nunca podría sostener tal pérdida, añadió.
No funcionó, Ucrania permaneció en la Unión Soviética. Pero todavía existía el nacionalismo ucraniano, ¿no?
El nacionalismo ucraniano fue primero alemán y luego estadounidense (o más bien ambos), porque no tenía ninguna capacidad real de independencia: el Reich lo financió antes de 1914, y nunca ha dejado de hacerlo desde entonces. De hecho, los que decían querer que Ucrania fuera «independiente» (Bandera, más que algunos de los suyos, que ni siquiera pretendían reclamarlo «inmediatamente») pertenecían todos al uniatismo, que en el periodo de entreguerras, y durante toda la Segunda Guerra Mundial, se confundía con el nazismo.
Es difícil no establecer el vínculo con estos movimientos que encontramos hoy en día: el batallón Azov, el Pravy Sektor, etc., son los herederos directos y reivindicados del movimiento autonomista ucraniano del periodo de entreguerras, que vió la creación, ya en 1929, del movimiento banderista. Llamada «Organización de Nacionalistas Ucranianos» (OUN), fue financiada en su totalidad por el Reich de Weimar y luego por el de Hitler (después de que el «autonomismo» fuera subvencionado por el Reich guillermino).
¿Cómo se desarrolló este movimiento?
El movimiento de Stepan Bandera, a partir de ahora «héroe nacional» oficial de la Ucrania estatal, y al que el Batallón Azov y otras agrupaciones pro-nazis rinden constantemente homenaje, se extendió a partir de 1929 a la Ucrania polaca y eslovaca. No estaba presente en la Ucrania soviética y ortodoxa. Los «banderistas», como otras corrientes del «nacionalismo ucraniano», eran anti judíos, anti rusos y también violentamente anti polacos. Incluso atacaron radicalmente a los ucranianos no autonomistas y a los ucranianos que habían permanecido cerca de Rusia.
Estas bandas de auxiliares de la policía alemana, a partir de 1939 en la Polonia ocupada, y luego a partir del 22 de junio de 1941 en la URSS ocupada, formaron un llamado «ejército de insurrección», el UPA. Estos 150 a 200.000 criminales de guerra masacraron indiscriminadamente a cientos de miles de sus «enemigos»: judíos, ucranianos leales al régimen soviético, rusos y polacos, a los que odiaban tanto como a los demás. Por poner sólo el ejemplo de los polacos, entre 70.000 y 100.000 civiles fueron asesinados por las milicias banderistas durante la guerra. El argumento propagandístico de moda, según el cual el Estado polaco acogió calurosamente a los «vecinos» ucranianos, sentimentalmente cercanos, es, a la luz de esta larga historia criminal (que comienza antes de la guerra), absurdo.
En 1944, cuando la Unión Soviética recuperó el control de toda Ucrania, incluida Lvov (en julio), 120.000 de estos criminales de guerra huyeron a Alemania. Los Estados Unidos los utilizaron cuando llegaron en la primavera de 1945.
Dos historiadores estadounidenses publicaron un libro sobre el tema, disponible en línea en inglés: Hitler’s Shadow. Es aún más interesante porque sus dos autores son historiadores aprobados por el Departamento de Estado, con el que trabajan oficialmente en la historia del exterminio de los judíos: Richard Breitman y Norman J.W. Goda. Estos autores explican cómo Estados Unidos, nada más llegar a Alemania en la primavera de 1945, habría rescatado a todos los criminales de guerra, alemanes o no. Algunos de los banderistas permanecieron en Alemania, en las zonas occidentales, principalmente en la zona americana, con una gran agrupación en Múnich. Otra parte fue recibida con los brazos abiertos en Estados Unidos, a través de la CIA, desafiando las leyes de inmigración, y otra parte se quedó en el oeste de Ucrania.
Este último grupo, de varias decenas de miles de personas, emprendió una guerra impiadosa contra la Unión Soviética: entre el verano de 1944 y comienzos de los años 50, asesinó a 35.000 funcionarios civiles y militares, con apoyo financiero alemán y estadounidense, especialmente notable desde 1947 – 1948. Un excelente historiador germano-polaco, Grzegorz Rossolinski-Liebe, ha demostrado que el banderismo sigue siendo hoy en día una fuente pro-nazi insaciable: los numerosos herederos de Bandera odian por igual a polacos, rusos, judíos y ucranianos que no son fascistas.
Ni que decir tiene que este investigador ha tenido grandes problemas de censura desde la Revolución Naranja de 2004, y más aún en la época del Maidán, sobre todo porque su tesis estudiaba cómo, desde 1943, los banderistas habían creado una leyenda de «resistencia a los nazis» tanto como a los rojos y a los judíos. Una leyenda que fue muy útil para incluirla en la lista de grupos «democráticos» apoyados por Washington.
¿Cuáles fueron las consecuencias de esta colusión?
Entre los criminales de guerra acogidos calurosamente en Estados Unidos, los intelectuales están muy presentes. Desde 1948, han sido reclutados en gran número por las universidades estadounidenses, encabezadas por las de la Ivy League, incluidas Harvard y Columbia. En los «centros de investigación sobre Rusia», que han proliferado desde 1946 – 1947, han participado junto con sus prestigiosos colegas estadounidenses, por solidaridad, en una frenética guerra ideológica contra Rusia. En este contexto se difundió la leyenda del «Holodomor», cuyos acontecimientos marcaron desde entonces las etapas decisivas de la conquista de Ucrania. Esta «investigación» y «enseñanza», desplegadas durante más de 70 años, y difundidas en masa, con la ayuda de los medios de comunicación, durante décadas en la Europa americana, han «podrido» literalmente el conocimiento «occidental» de la historia de Ucrania (y, más ampliamente, de la URSS).
La columna vertebral de 2014 fue el apoyo político de Euromaidan, un avatar de las innumerables revoluciones de colores de los últimos veinte años, aliado con los oligarcas que habían acaparado toda la riqueza de Ucrania desde 1991. Cabe señalar que este tipo de saqueo no es exclusivo de la Rusia de Putin, sino que se observa en casi todos los países surgidos de la Unión Soviética. En Ucrania, los oligarcas se han apoyado en estos elementos banderistas. El Estado ucraniano de Poroshenko y sus sucesores desde 2014 se apoya abiertamente en estos movimientos nazis que Estados Unidos ha alimentado en su seno, sin descanso, desde 1944 – 1945.
Estados Unidos tenía un programa explícito, codificado en junio de 1948 en el marco de la CIA, para liquidar sin concesiones no sólo la zona de influencia soviética, sino al propio Estado soviético. Fue bajo la administración demócrata cuando se puso en marcha la política de «retroceso» para aplastar el comunismo allí donde se estableciera (y para evitar que se estableciera en cualquier lugar de la zona de influencia estadounidense). Como han demostrado toda una serie de trabajos históricos, incluidos los de investigadores estadounidenses muy vinculados al aparato del Estado y muy anti soviéticos, este programa se ejecuta definitivamente con la CIA desde su inicio, en julio de 1947.
Podemos captar todo el alcance del programa en el texto de febrero de 1952 de Armand Bérard, diplomático francés destinado en Bonn, que citó in extenso en Aux origines du Carcan européen. Bérard profetizó que Rusia, tan debilitada por la guerra de desgaste alemana librada contra ella de 1941 a 1945 (27 a 30 millones de muertos, la URSS en Europa devastada) capitularía bajo los golpes de Estados Unidos y la Alemania de Adenauer, oficialmente perdonada por sus crímenes y rearmada hasta los dientes. Moscú acabaría cediendo toda la Europa central y oriental, que constituía su «zona de influencia» y que había experimentado «los cambios fundamentales, sobre todo de carácter democrático, que, desde 1940, se han producido en Europa oriental». Estas son las propias palabras de este diplomático tan «occidental». Y la fecha de 1940 se refiere a la entonces sovietización de los Estados Bálticos y partes de Rumanía y Polonia, todos ellos más fascistas que los demás.
Pero se necesitaron unos cuantos años.
Después de 1945, este tipo de proyecto llevó su tiempo, ya que el gobierno soviético era menos insensible a su propio pueblo y a los pueblos circundantes de lo que afirmaba la historia propagandística «occidental». Pero se llevó a cabo con notable continuidad y enormes recursos financieros. El objetivo era toda la población, aunque se prestó especial atención a las élites estatales e intelectuales del país, que debían desvincularse del Estado soviético con carácter prioritario. El esfuerzo se aceleró considerablemente tras la victoria estadounidense en 1989, y con mayor eficacia, cuando Rusia atravesó una década de completa decadencia. Hay que recordar que bajo el mandato de Yeltsin, las potencias extranjeras, principalmente Estados Unidos, gobernaban el país, la economía estaba subastada, la población disminuía un 0,5% al año (dramáticamente en Siberia y el Lejano Oriente), y la esperanza de vida de la población rusa había disminuido drásticamente en 1994 (casi diez años para los hombres).
Durante estos años, el trabajo germano-estadounidense de termitas que Breitman y Goda describieron para los años 1945 – 1990 (porque los alemanes estaban estrechamente involucrados) obviamente se intensificó. Es cierto que la National Endowment for Democracy (NED), tan querida por Victoria Nuland, una eminencia de las administraciones Bush y luego de todos sus sucesores demócratas, Biden incluido, acaba de borrar de su sitio web sus archivos sobre la financiación, hasta entonces pública, al menos en parte, de la secesión de Ucrania, y luego de su inserción en el aparato de agresión contra Rusia. Pero el portal del Departamento de Estado no censuró la confesión del 13 de diciembre de 2013 de la subsecretaria de Estado Nuland, la dama de las buenas obras de Maidán, tan presente en Kiev en febrero de 2014, ante el Congreso: declaró con orgullo que desde la caída de la URSS (1991), Estados Unidos había invertido más de 5.000 millones de dólares para ayudar a Ucrania.
El objetivo era, sin duda, asegurar el control definitivo de la riqueza agrícola e industrial de Ucrania, el objetivo final de esta larga cruzada. Pero también urgía incorporar al país a la OTAN, de la que ya son miembros casi todos los países de la antigua zona de influencia soviética y varias de las antiguas repúblicas soviéticas. Esto ha sido reconocido durante muchos años. Lo reafirmó claramente la «Carta de Asociación Estratégica entre Estados Unidos y Ucrania firmada el 10 de noviembre de 2021 por el secretario de Estado estadounidense Antony Blinken y el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano Dmytro Kuleba»: esta es la redacción que exhibe con orgullo el Parlamento Europeo en Estrasburgo en su «Resolución de 16 de diciembre de 2021 sobre la situación en la frontera ucraniana y en los territorios de Ucrania ocupados por Rusia».
A partir de entonces, era necesario poner a Moscú, lo antes posible, a cinco minutos de distancia de las bombas atómicas que se habían almacenado desde los orígenes del Pacto Atlántico (en algunos casos desde principios de los años 50) en los países miembros de la OTAN. Esto contribuyó a exacerbar la disputa sobre la miseria infligida por la Ucrania de Maidan a las poblaciones de Donbass, en clara violación de los acuerdos de Minsk. La propaganda occidental guardó silencio desde 2014 hasta febrero de 2022 sobre estas miserias y sobre la violación de los acuerdos de los que París y Berlín eran «garantes».
La larga coyuntura histórica y la evolución desde 1989, seriamente agravada desde 2014, han acorralado a Rusia. Todos los observadores razonables señalan que lanzó la guerra contra Ucrania el 24 de febrero de 2022, llevada al límite. Este paso recuerda al que dio la Unión Soviética a finales de 1939.
¿Qué quiere decir con esto?
Este es un elemento esencial. A finales de 1939, la Unión Soviética hizo un intento sincero de negociar con Finlandia, que se presentaba en los archivos históricos y militares como un aliado puro y duro de la Alemania nazi. Desde 1935, Alemania había establecido una serie de aeródromos militares en Finlandia, que eran bases de ataque de facto a la URSS cedidas a Alemania, y que se utilizaron efectivamente durante la guerra para la agresión alemana contra la URSS. Durante semanas, Moscú discutió en vano con Finlandia, que había formado parte del Imperio ruso pero que se había convertido en un país clave en el «cordón sanitario» anti bolchevique de 1918 – 1919. Los soviéticos pidieron a Finlandia que intercambiara parte de su territorio para crear una fuerte zona de amortiguación defensiva alrededor de Leningrado por un territorio más amplio (soviético). Las conversaciones fracasaron, bajo la presión de Alemania y de todos los países «democráticos» que, como declaró entonces un diplomático fascista italiano, soñaban con una «Santa Alianza» general contra los soviéticos.
La URSS invadió Finlandia el 30 de noviembre de 1939. Se enfrentó a una propaganda como la que ahora se difunde y a sanciones (incluida la expulsión de la Sociedad de Naciones, conseguida por unanimidad el 14 de diciembre siguiente). Se trataba del monstruo soviético contra la pobrecita Finlandia, y el Vaticano del pro-nazi Pío XII estaba tan volcado como el actual Papa sobre los «ríos de sangre» ucranianos. La «guerra de invierno», en un país clave del «cordón sanitario» donde la población llevaba más de veinte años «calentada» contra el comunismo y la URSS, fue terrible.
Con gran sufrimiento, el Ejército Rojo finalmente derrotó a Finlandia. Y el 12 de marzo de 1940, el acuerdo alcanzado dió a Helsinki lo que Moscú ya había ofrecido en 1939, ni más ni menos, y sin duda protegió a Leningrado de la invasión. Es significativo que la actual campaña de propaganda vilipendie el largo período de neutralidad que observó Finlandia en la posguerra, después de que la Finlandia pro-nazi pasara previsiblemente la guerra del lado de Alemania.
¿Esto le recuerda la situación actual de Ucrania?
Sí, si uno se ciñe a los hechos históricos y no se limita a decir que nos enfrentamos a un monstruo loco. Hoy leo en peticiones o en periódicos de referencia que Putin está poniendo a Europa, que antes estaba tranquila y sosegada, a fuego y azufre. Pero no hemos oído a estos intelectuales, reclutados masivamente por la prensa dominante y desatados contra el «nuevo Hitler», protestar y manifestarse contra los cientos de miles de muertos causados por los bombardeos estadounidenses y europeos en Irak, Libia, Afganistán y Siria. Los mismos que maldicen a Putin encontraron excelentes los 78 días de bombardeos contra Belgrado y el «nuevo Hitler» Milosevic. La comparación, cabe señalar, se ha aplicado a todos los «enemigos» que Occidente se ha forjado desde que Nasser nacionalizó el Canal de Suez.
Tampoco recuerdo la ruidosa indignación de estos nuevos antinazis por los 500.000 niños que murieron en Irak por falta de alimentos y atención médica como consecuencia inmediata del bloqueo angloamericano, niños cuyo sacrificio «mereció la pena» según la recientemente fallecida ex Secretaria de Estado demócrata Madeleine Albright. ¿En qué consiste este doble rasero sistemático, aplicado también a las poblaciones martirizadas del Donbass, de las que Putin es acusado de haber instrumentalizado durante ocho años contra la tan simpática Ucrania?
Esta guerra, por lamentable que sea, fue anunciada hace mucho tiempo, y las voces razonables de militares, diplomáticos y académicos de Occidente, que no tienen acceso a ningún órgano de «información» privado o estatal importante, son categóricas sobre las responsabilidades exclusivas y de larga data de Estados Unidos en el estallido del conflicto que su gobierno hizo inevitable.
¿Cómo cree que van las cosas?
No hago comentarios sobre el futuro, ya que los historiadores no deben hacer de pronosticadores, sobre todo teniendo en cuenta la pésima información de que disponemos actualmente. Pero tengo derecho a decir que Estados Unidos es la potencia imperialista cuyas guerras de agresión han acumulado, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, millones de muertos. Recomiendo el libro traducido de William Blum, un antiguo funcionario de la CIA (son los mejores analistas), que ha establecido una estricta cronología de los crímenes de EE.UU. contra una gran cantidad de los llamados Estados «canallas». [Asesinando la esperanza. Intervenciones de la CIA y del Ejército de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial]
Rusia no siempre fue vista como tal por «Occidente», en los días de la «Gran Alianza» y del «Tío Joe» (Joseph Stalin). Hasta las últimas décadas de propaganda «occidental» unilateral sobre la liberación de Europa, con el desembarco americano en junio de 1944, se reconocía de forma generalizada que sólo el Ejército Rojo había derrotado a la Wehrmacht, ¡y a qué precio! Según estimaciones recientes, Estados Unidos sufrió menos de 300.000 muertes totales en la Segunda Guerra Mundial en los frentes del Pacífico y de Europa, todas ellas de carácter militar. Más arriba he recordado el monstruoso número de muertos soviéticos: 10 millones de bajas militares, entre 17 y 20 millones de bajas civiles.
Hasta ahora, Rusia, soviética o no, no ha sembrado ruinas en guerras extranjeras. Ha sido objeto de una agresión ininterrumpida por parte de las grandes potencias imperialistas desde enero de 1918. No digo esto porque sea partidaria de Putin. Todos los documentos de archivo apuntan en esta dirección, los diplomáticos y militares occidentales son los primeros en saberlo y en admitirlo en su correspondencia inédita. Este es el tipo de documentación que he estado desenterrando durante más de cincuenta años. Sólo hago mi trabajo como historiadora a través de mi obra y al analizar la situación actual.
Annie Lacroix-Riz
9 de abril de 2022