Entrevista a Ernesto Estévez Rams1
Ante el arribo masivo de la población cubana a las redes sociales digitales, ¿cómo se va estructurando la conquista de la subjetividad de esa nueva masa de usuarios políticamente significativos?
Cuba está inmersa en una guerra ideológica, y cuando digo ideológica quiero decir una guerra de ideas; no de ahora, ni a partir del uso de las redes sociales digitales, sino desde hace 60 años. Incluso, desde antes, cuando nuestro país, entonces neocolonia, resultó ser un campo de experimentación ideológica del imperialismo estadounidese. Fuimos uno de los primeros países latinoamericanos donde penetran la radio, la televisión, los cómics. Uno de los primeros países de la región donde se utilizó la publicidad televisiva y se hicieron experimentos para medir su efectividad. Esto permitió probar las maneras de introducir determinadas ideas en la población, influir sobre una masa importante de ella con determinados mensajes y que estos pasaran a ser, de manera «natural», parte del sentido común de esa población, integrándose a sus referentes.
Por lo tanto, este no es un fenómeno nuevo. Lo que ha ido cambiando son los escenarios y los medios, en la medida en que la tecnología ha ido avanzando, y cuando digo tecnología no solo me refiero al equipamiento, sino a técnicas de la psicología, la sociología, la antropología. En la medida en que estas se han ido desarrollando, en esa misma medida ha ido cambiando la manera de hacer ese discurso con el mismo objetivo de producir un estado de cosas deseado.
Es un fenómeno que se exacerba cuando triunfa la Revolución, y además cambia su naturaleza. Lo que era un mecanismo general de influencia ideológica, pasa a tener un objetivo muy concreto, que es el derrocamiento de un movimiento social y de una revolución estructural en un país de América Latina. Eso cambia por completo la manera en que se estaba enfocando el asunto y Estados Unidos comienza a ver por primera vez desde la primera intervención estadounidense, al Estado cubano como su enemigo. El imperialismo estadounidese había sido un enemigo del pueblo como factor social, pero el Estado cubano había sido su cómplice. A partir de ese momento es su enemigo. Por lo tanto, implementa en su contra todas sus herramientas, tanto de violencia física, como de violencia simbólica.
En un momento dentro de ese escenario histórico ocurre otro cambio muy importante, que es cuando el socialismo soviético y su entorno —«el socialismo que realmente existió», como lo llamó Eric Hobsbawm— son derrotados. Eso implicó un cambio importante porque muchos referentes que se tenían hasta ese momento se derrumbaron. Globalmente comienzan a expandirse mucho más en el entramado cultural y de las ciencias sociales las ideas heterogéneas que se habían ido agrupando durante años bajo un nombre genérico: el posmodernismo. Aquí se instrumentalizan muchas ideas por parte del capitalismo que se venían trabajando mayormente en los espacios académicos. Salen de esos espacios y las instrumentalizan como armas ideológicas en un contexto de euforia, donde habían ganado; y en el que por lo tanto consideraban que había quedado clara la superioridad del capitalismo sobre el socialismo.
Entonces lo que se plantean es una ofensiva final contra lo que quedaba, los remanentes de lo que esos ideólogos del capitalismo veían como los últimos reductos de resistencia de ese enemigo que habían tenido durante años.
Muy poco después llega la revolución de internet, que permite una socialización de la información sin parangón en la historia de la humanidad. Entonces el discurso ideológico posmodernista se adapta a la realidad naciente de internet, y luego a la dinámica aparentemente global de las redes sociales digitales que dan la ilusión de ser globales, pero realmente no lo son, aunque agrupan a millones de personas que de otra manera no hubieran tenido comunicación entre ellas, ni se hubieran conocido, y hacen que vayan encontrando puntos de confluencia en aspectos comunes y que esas personas se identifiquen en determinadas áreas, pueden ser la moda, la música, la literatura, la política.
Como es una herramienta difícil de impedir que llegue a las personas, porque censurar internet es algo que evidentemente no tiene ningún sentido, esa vieja guerra ideológica pone entonces su peso fundamental en las redes.
Cuando abrimos nuestras redes, ¿qué elementos de esa posmodernidad nos encontramos ahí y cómo funcionan dentro de esa guerra ideológica? Encontramos, por ejemplo, la relativización del conocimiento. Eso no es nuevo, la simplificación del conocimiento es algo viejo. Al capitalismo no le interesa que se piense, al capitalismo lo que le interesa es que se consuma, pero ahora lo que quiere es que se consuman ideas. Para que las ideas sean consumibles debe reducirlas, convertirlas en algo repetitivo. Lograr que se vean las ideas ajenas como propias y que el receptor se convierta en reproductor.
La relativización del conocimiento es quitar las jerarquías en el abordaje de las cosas. Voy a poner un ejemplo: en las redes sociales se iguala la opinión de una persona que ha dedicado viente años a estudiar a Shakespeare, que ha leído y analizado todas sus obras, al mismo nivel de una persona que nunca ha leído ninguna, pero ha visto una película basada en una obra de Shakespeare. La intención es que en esa falsa igualdad esas dos opiniones sean tenidas en cuenta al mismo nivel; no quiere decir que uno desprecie una opinión u otra, sino que esas dos opiniones no tienen el mismo nivel. Para eso es necesario simplificar los mensajes; tienen que ser sencillos.
Se sustituye la profundidad de una idea, con su simplificación y se crea la ilusión de que dominar esa simplificación le hace a uno ser experto en la materia.
¿Eso no puede cuestionarse a través de la democratización que nos dan las redes?
El tema es que las redes no son democráticas. Las redes crean la ilusión de ser democráticas. Voy a poner otro ejemplo, con el que cada uno de nosotros se puede hacer un autoexamen. Cualquiera dice: «Las redes nos han globalizado, ahora puedo acceder a toda la información del mundo». Y es verdad que está ahí, pero… ¿accedemos?, ¿a cuántas páginas web de África entramos?, ¿a cuántas de Asia?, ¿cuáles son las modas que importamos de las redes? Es cierto que se puede ir a buscar cuál es la moda en este momento en Kenya pero, ¿lo hacemos? No. Podemos conocer la música que se está escuchando en Guatemala. ¿Lo hacemos? Tampoco. Te venden la idea de que puedes acceder a toda la información, pero saben que no lo vas a hacer. Vas a acceder a una información para la cual te han condicionado, para consumir esa y no otra. Por tanto, la democratización de las redes es falsa, ya que te entierra bajo una montaña de información aquella que no interesa que captures.
¿A cuántas páginas contrahegemónicas las personas acceden? Sin embargo, sí accedemos a las más inmediatas, a las que constantemente nos están invadiendo.
Google crea la ilusión de que la persona sale a buscar la información cuando en realidad la información se le trae. Detrás de eso hay algoritmos, para visibilizar contenidos específicos en dependencia de las búsquedas que las personas hacen.
En el caso de Facebook haces una publicación en tu muro y te empiezan a llegar post de otras personas que a lo mejor tú no habías visto, pero que están repitiendo el mismo mensaje, así te llegan contenidos que refuerzan tu opinión, y se crea un efecto rebaño. Y tú dices: «No soy el único que piensa así, mira cuanta gente piensa igual que yo, por lo tanto debo tener razón, cuando hay tanta gente que piensa lo mismo». Entonces mensajes que pueden tener un análisis más racional, o simplemente de otro tipo, a mí no me aparecen con la misma frecuencia. Me aparecen solo aquellos que reafirman mi mensaje. A veces uno dice: «Me están leyendo la mente». No te están leyendo la mente, lo estás hablando, lo vas diciendo con tus hábitos de uso de la red y a partir de ahí te van conformando un mensaje. No hay que pensar que detrás de eso hay una mente maquiavélica concreta que está sentada detrás de una computadora viendo qué es lo que uno está haciendo. Son algoritmos que simplemente van viendo ese comportamiento y van conformando contenidos generados por otras personas, y que los algoritmos van identificando y ubicando para ti.
Esos algoritmos se pueden sintonizar para objetivos muy concretos: con solo saber que la persona está accediendo desde Cuba, basta para que le lleguen determinados mensajes. Uno no puede olvidar el hecho de que detrás de esto hay una maquinaria, que en el caso de Cuba está financiada, con objetivos muy concretos. A veces nosotros decimos: «Estados Unidos en su presupuesto ha puesto una cantidad de dinero para la subversión en Cuba y ha creado una task force para el tema de las redes», y lo dejamos en abstracto. Bueno, ¿y a dónde va ese dinero? ¿Qué se hace con él? Eso no nos lo dicen. Pero lo que está claro es que ese dinero no es para comprar pomos de agua. Ese dinero es para crear productos en particular, llegar a personas en particular.
¿Por qué has calificado a los medios digitales dedicados a esa guerra contra Cuba como «dispositivos de irritación» en vez de medios de comunicación?
Porque hacen una gerencia del disgusto, o sea, necesitan que la población siempre esté disgustada por algo y fíjate para estar disgustado aquí hay muchas cosas, sobran los temas para estar disgustado, no hay una sociedad donde no sobren los temas para estar disgustado, la nuestra como cualquier otra tiene muchos temas para disgustarse. ¿Cómo manejan la gerencia del disgusto? Lo van focalizando en distintas áreas. Lo sacan de un tema, y lo ponen en otro, y cuando ese se desarma lo ponen en otro, y luego en otro… Su intención es que tú constantemente estés disgustado. Recuerda que el discurso de las redes es un discurso emocional, lo que quieren es que reacciones emocionalmente.
Una de las cosas más importantes de las redes es crear respuestas emocionales, no respuestas racionales. No se trata de que la gente piense sobre el tema y llegue a una conclusión, sino que la gente responda de acuerdo a las emociones. Al mismo tiempo, una de las características posmodernas es tratar de que pondere la anécdota sobre lo sistemático.
Para eso se toman fenómenos que ocurren en otros países, le quitan el contexto en el que ocurre ese fenómeno y le trazan un paralelo con lo que ocurre en el nuestro, y para eso necesitan la anécdota, porque la anécdota no da el contexto. Se enfoca la anécdota de algo que pasó en Estados Unidos, que es reflejo de una cuestión sistémica de racismo por parte de los órganos represores de ese país, y se toma una anécdota en Cuba como puede ser el hecho lamentable de una persona negra que falleció en un intercambio con un policía; se hace un paralelo entre las dos para transmitir la idea de que la violencia ocurrida aquí es igual a la violencia que se produce allá.
Esa utilización de los algoritmos —aunque en más de una ocasión se ha revelado su uso político— en el caso de otros países pudiera estar encaminado a un uso publicitario comercial, para vender una camiseta de fútbol o un viaje en un crucero. En el caso de los cubanos, ¿qué nos venderían?
Nos venden la derrota de nuestro sistema social. Lo que nos quieren vender es que nuestro sistema social es inoperante, que nuestro Estado es inoperante, y que los objetivos de la Revolución no tienen sentido. Por lo tanto, lo que quieren derrotar es la ilusión. El derrumbe de un proyecto de nación que Cuba ha ido construyendo durante 60 años. Eso es lo que nos quieren vender. Y fíjate, tú hablabas del tema de que en otro lugar lo que venden es determinado producto comercial. Parte de ese mensaje ideológico también pasa por ahí. Nos venden comercialmente determinados símbolos, de éxito, de prosperidad; que el objetivo en la vida se reduce a esas cosas sobre la base de la exacerbación del individualismo, del éxito personal como summun de las aspiraciones humanas. El mensaje de que toda ilusión social es peligrosa, toda aquella que no sea una ilusión individual. La idea de que todas las narrativas y aspiraciones humanas que han sido sobre la base de aspiraciones grandes, sobre la base de valores sociales universales, son peligrosas y además fracasadas, no llevan a ningún lugar. Hay un elemento sobre el cual yo insisto siempre y es que el capitalismo como sistema dejó hace tiempo de venderse a sí mismo. Desde El 18 Brumario…, Marx lo decía: el capitalismo dejó de vendernos que un mundo mejor es posible. Ahora nos está vendiendo la idea de que no hay mundo mejor que el que tenemos: el capitalista. Por lo tanto, se está empeñando en mostrarnos que toda alternativa es peor que lo que tenemos hoy.
El capitalismo ha logrado perfeccionar mucho sus herramientas de trabajo, ellos siempre están secuestrando las cosas que están ocurriendo en su entorno para quitarle el filo transformador y para convertirlo en un instrumento del sistema reproductor. Lo hicieron con las famosas primaveras árabes, que es algo que están tratando desesperadamente de reproducir en Cuba, tomando el ejemplo exitoso de lo que ocurrió en otros países, una especie de primavera que dé al traste con el Estado y la Revolución.
Nos quieren llevar el mensaje de que es posible una sociedad, que no es la nuestra, una sociedad a la que, por supuesto, ellos no le dicen capitalista, porque al capitalismo no le gusta mencionarse. Que es posible una sociedad en Cuba que tenga las prestaciones sociales que tiene nuestra sociedad, pero en un contexto que no sea socialista. Esa idea nos la venden constantemente. Es una ilusión. Es falso. Eso no se ha logrado en ningún país de América Latina, en ningún país de África. Si fuera posible mantener los índices de educación, si es posible mantener los índices de salud, de nuestros servicios sociales —y le podemos hacer una lista más larga — , si es posible eso, ¿por qué no lo han hecho en otros lugares? Sin embargo, nos venden la idea de que sería posible en Cuba.
Eso nos lleva a una de las cosas más comunes en esta guerra contra Cuba: la creación de los extremos. Nos quieren crear la idea de que hay dos extremos: uno, el extremo de derecha recalcitrante que quisiera derrumbar esto de una manera burda y retrotraernos a una realidad semifeudal o algo por el estilo, y por lo tanto, espanta a la gente; y el otro, un extremo de izquierda radical, que también es enemigo y que se toca con el otro extremo; por lo tanto la verdad estaría en el centro, el camino estaría en el centro. Es precisamente ese centro quien dice: «Pudiéramos coger lo bueno del socialismo cubano, combinarlo con los elementos de la democracia liberal burguesa y crear una sociedad ideal que tenga todo eso». El primer mentís a eso ya te lo dije: ¿Por qué no lo han hecho? Ningún país lo ha hecho, cada vez que un país se ha propuesto algo como eso no ha tenido resultado. Los países capitalistas desarrollados que han logrado estándares de vida altos, lo han hecho en contextos que ya no existen y sobre la base de insertarse en sistemas mundiales de desigualdad. Ningún país capitalista desarrollado es ajeno como producto a la explotación capitalista global sobre el mundo subdesarrollado. Revisen los flujos financieros, ¿hacia que bancos van los flujos financieros?; revisen de donde son las empresas globales de exportación de armas; revisen quienes son —aparte de los bancos estadounidenses— los acreedores de las deudas del Tercer Mundo; revisen de donde son algunas de las empresas más depredadoras que actúan en África o en América Latina; revisen los miembros de la OTAN y los aliados de Estados Unidos en sus aventuras desde la caída de la Unión Soviética. Hay muchas sorpresas que encontrar allí, entre ellas varios países que gustan de presentarse como ajenos a explotación alguna y como paraísos de realización social.
¿El papel de los «líderes de opinión», de los «periodistas independientes», que se presentan como una supuesta alternatividad, sería entonces hacer de emisores y portavoces de estos mensajes ideológicos?
Hay una construcción mediática en Cuba de cosas que se ensayaron en otros lugares, por ejemplo, los líderes de opinión en las revoluciones de colores, líderes virtuales, que llamaban a determinada acción social y política en las redes, pero muchos de ellos no eran actores reales. Muchas veces son liderazgos solo virtuales, porque ese líder de las redes, en la vida real y en el contexto cotidiano, no es un líder. Es un liderazgo falso construido en las redes.
¿Cómo se construye esa alternatividad? Una de las cosas curiosas de la alternatividad es que se construye en función de los opuestos, por eso necesitan los dos extremos. Necesitan construir su alternatividad en función de la construcción de enemigos, en primer lugar, para victimizarse: «Soy la víctima de los extremos»; en segundo lugar, porque necesitan esos extremos para poder colocar su discurso, si los extremos no existen, ese discurso queda completamente vacío.
Hoy en día se da un fenómeno que no había ocurrido antes de esta manera, que es inédito, y es naturalizar lo que hasta hace unos años en este país tenía un estigma tremendo: contrarrevolucionario. Cuando alguien recibía financiamiento del exterior para influir sobre Cuba, sobre la opinión pública, para hacer actividad contrarrevolucionaria, eso arrastra un estigma tremendo en este país. Ahora intentan borrar ese estigma, decir que ya no es importante que se reciba dinero de entidades privadas y públicas de Estados Unidos o de otros países —porque también han diversificado las fuentes, ya no viene el dinero directamente de los Estados Unidos sino de países europeos o latinoamericanos — . Pretenden naturalizarlo: «Eso no es importante, eso no me ha quitado independencia»; y uno los escucha y se pregunta: ¿De cuando a acá el que paga no manda? Pero tú ves como arman el discurso de que eso no les quita independencia: «Ellos nunca me dicen lo que tengo que decir». Claro que no, porque no hace falta que se lo digan, ni necesitan forzarlos, sencillamente saben que si no siguen esa línea editorial no van a tener el financiamiento.
Hoy en día se dice con frecuencia «la sociedad cubana es muy diversa». ¿Qué situaciones propias de esa diversidad han ayudado a la expansión de este tipo de guerra?
Nosotros en estas cosas tenemos que ser muy claros y honestos, por eso tengo que decir que muchos de estos fenómenos ocurren y se han desarrollado sobre la base de nuestros propios errores. Sobre la base de no darnos cuenta de que hay un contexto distinto, de que muchas veces no hemos trabajado de manera correcta para ganarnos y para mantener del lado de la Revolución a personas, a determinados colectivos y lo que hemos hecho es espantarlos por actitudes de personas que han sido incorrectas, que han sido sectarias, eso ha ocurrido y uno no le puede dar la espalda a eso.
Pero también dentro de todo este maremágnum de ideas hay una intencionalidad de hacer que discursos contestatarios que pueden ser muy revolucionarios, muy correctos en un momento determinado, terminen siendo discursos que se pasen al enemigo; en esas batallas nosotros hemos perdido unas cuantas.
No las hemos perdido porque el enemigo haya sido más efectivo que nosotros —que lo ha sido — , las hemos perdido porque nosotros no hemos sabido enfrentarlas. Entonces, de manera gradual, lo van pasando al enemigo, y algo que surgió como una posible alternativa no canalizada a través de las organizaciones de masas u organizaciones políticas del país, que es válida una alternativa independiente a ellas —si la independencia la vamos a ver en ese sentido — , termina siendo algo que cae en las redes de otra oficialidad, de la oficialidad que te financia, que no es cubana, que viene de otro lugar. Así hay blogs y medios digitales en los que el discurso se va transformando poco a poco, a veces de manera muy calculada, que su proceso de transformación ha sido diseñado, van transformándose hasta llegar a determinada línea editorial, porque las personas que dirigen estos medios ya tienen un propósito claro de pasarse al enemigo.
A la guerra de cuarta generación a veces la vemos como el enemigo, el enemigo, el enemigo. Mira, ese enemigo no puede meter cabeza si nosotros no lo dejamos; lo logra porque tenemos vulnerabilidades y cometemos errores. Los seguiremos cometiendo porque cometer errores es algo consustancial al hecho de actuar. El error más grande es no hacer nada. Tenemos errores en el funcionamiento de la sociedad, al enfrentar dinámicas sociales muy complejas. Esto ocurre en medio de la tensión en que todos vivimos en lo cotidiano, incluyendo las personas que tienen que tomar las decisiones. La inmensa mayoría de nuestros funcionarios, esos que son tan vilipendiados, están sometidos a los mismos niveles de estrés cotidiano a los que estamos sometidos nosotros. Son personas que cuando salen del trabajo tienen que hacer las mismas colas, se enfrentan a los mismos problemas, se les va la electricidad como se le va a cualquiera, por tanto, muchos de estos errores son parte de que no hay una dinámica social ideal y que las personas son seres individuales que llegan a un momento determinado de su vida con toda una mochila cultural detrás.
Nosotros hemos trabajado mal lo que se llama —a mí no me gusta la palabra, pero a falta de una mejor la repito— el trabajo político ideológico. En primer lugar, porque mezclamos lo político y lo ideológico; para empezar en la misma frase lo estamos mezclando como si fueran la misma cosa y no lo son. En segundo lugar, porque la codificamos; pensamos, por ejemplo, a nivel de educación formal, que el trabajo político-ideológico se tiene que trasladar y traducir en la cantidad de horas que damos en las universidades, en otros niveles de enseñanza de determinadas materias, como Historia, de Ciencias Sociales, etc. Pensamos que ese es un mecanismo de llegar con mensajes político-ideológicos. A mí me asombra muchas veces ver a estudiantes que han pasado una carrera y en ella han recibido decenas de horas de Marxismo, de Historia de Cuba, etc., repitiendo ingenuidades asombrosas; y uno se pregunta: «¿Pero realmente pasaron los cursos? ». Sí, pasaron los cursos y los aprobaron; y uno se cuestiona: «¿Y dónde quedó eso? », «¿cuál es el resultado de esto que les hemos dado?». Mira, el resultado parece que es mínimo. Debemos darnos cuenta que hay dinámicas que son necesarias adoptar en ese trabajo políticoideológico; que tenemos que trasladar nuestro mensaje de nuevas formas sin simplificarlo, sin hacerlo superficial. Nosotros no tenemos que ceder frente al enemigo, tenemos que crear nuestro propio discurso, a veces tú oyes decir: «A la juventud hoy en día tú les tienes que dar mensajes cortos», pero eso es un sacrificio en función de lo que está imponiendo el discurso hegemónico.
¿Sería esa hegemonía de la simplificación el mayor reto intelectual y político ante las redes sociales?
El problema es que no se aquilató lo suficiente la importancia de las redes. Pensamos que bastaba con los medios tradicionales que teníamos de llegar a la población y que esa hegemonía no la íbamos a perder. Pero la hegemonía está en juego todos los días, se construye todos los días. Lo bueno que tienen estas batallas es que hacen que nosotros nos activemos. Vamos a empezar por un hecho concreto: la mayor hegemonía que existe hoy es la hegemonía mundial del capitalismo, no nos engañemos, y pensar que Cuba puede sustraerse de esa hegemonía es una ilusión. Nosotros lo que tenemos que construir es una contrahegemonía, porque a pesar de que ese discurso contrarrevolucionario nos quiere presentar que la hegemonía de las ideas en Cuba es la que está manejada por el Estado, como un elemento dictatorial y totalitario, esa no es la realidad.
La hegemonía totalitaria es la global capitalista. Nosotros estamos pagando las consecuencias de ser un peñón de resistencia en una hegemonía capitalista global y las consecuencias de que el socialismo que realmente existió se derrumbara, y que de pronto el equilibrio de la hegemonía de las ideas a nivel mundial ya no fuera el de las ideas socialistas. Ese es nuestro contexto. En el que la ofensiva a favor del capitalismo está asaltando nuestro peñón socialista con todo.
Entonces no podemos reproducir el discurso de «El mensaje tiene que ser breve» o «A la juventud solo le interesa lo breve». Nosotros queremos que la juventud lea y que profundice. No hacer nuestras ideas tan superficiales como las ideas contrarias.
Es necesario que se vea la realidad través de la racionalidad y no solo de la emotividad. Es importante la emoción como un vehículo hacia determinada racionalidad, uno se inspira como revolucionario emocionalmente, pero después de la parte emocional tiene que haber una racional, porque estamos construyendo una sociedad que tiene que ser basada en el razonamiento. Hay que recordar siempre la frase de Fidel: «No le decimos a las personas cree, le decimos lee». El «lee» vamos a traducirlo en que les decimos a las personas que piensen, que profundicen, que su concepción del mundo parta de haber pensado.
Entrevista publicada en La dictadura del algoritmo