Cuando Morris Chang, fundador de Taiwan Semiconductor Manufacturing Corporation (TSMC), asistió a un evento en el sitio de construcción de una planta gigante de fabricación de semiconductores en Arizona, Estados Unidos, habló sobre cómo la geopolítica ha cambiado drásticamente la situación que enfrentan los fabricantes de semiconductores que luchan contra numerosas restricciones.
«Han pasado 27 años y [la industria de los semiconductores] ha sido testigo de un gran cambio en el mundo, un gran cambio en la situación geopolítica del mundo», dijo Chang, y agregó: «La globalización está casi muerta y el libre comercio está casi muerto. Mucha gente todavía quiere volver, pero no creo que lo hagan».
Sus comentarios se producen en medio de la creciente preocupación de que las tensiones entre Estados Unidos y China sobre tecnologías clave, incluidos los semiconductores, podrían dañar aún más la cadena de suministro de tecnología global. En octubre, Washington impuso nuevas restricciones que dificultaron aún más que empresas como TSMC atiendan a sus clientes.
Su compañía, el principal fabricante de semiconductores del mundo y la fuente de la que tanto Estados Unidos como China importan productos para la manufactura de sus tecnologías, dio a conocer un ambicioso plan de 40 mil millones de dólares (triplicando la inversión inicial) para expandir y modernizar su nueva fábrica.
El economista británico Michael Roberts toma ese contexto como punto de partida en su artículo Chips, la nueva carrera armamentista, para explicar el impacto que tiene la industria de semiconductores en el momento geopolítico actual. En ese sentido, cita los estudios del historiador económico Chris Miller en su libro Chip War, una publicación reciente del autor en la que hace un relato histórico de la batalla global por la supremacía de los semiconductores.
El mensaje principal que transmite Miller en el libro es «inquietante», según palabras de Roberts, pues refleja que no hay equilibrios ni límites en esta especie de nueva guerra fría (marcado por los factores económicos y comerciales) entre Estados Unidos y China, sino una carrera ilimitada. Caso contrario fue el de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, donde «las armas nucleares y el potencial de destrucción mutua asegurada crearon una especie de tregua equilibrada que evitó un conflicto total», dice Roberts.
«Miller argumenta gráficamente que los microchips son el nuevo petróleo, el recurso escaso del que depende el mundo moderno. Hoy en día, el poder militar, económico y geopolítico se basa en chips de computadora. Prácticamente todo, desde misiles hasta microondas, desde teléfonos inteligentes hasta el mercado de valores, funciona con chips CITA. Hasta hace poco, Estados Unidos diseñó y construyó los chips más rápidos y mantuvo su liderazgo para mantener su liderazgo como superpotencia. Pero ahora la ventaja de Estados Unidos se está desvaneciendo, socavada por competidores en Taiwán, Corea, Europa y, sobre todo, China.»
China está trabajando en un paquete de apoyo de más de 1 billón de yuanes (143 mil millones de dólares) para su industria de semiconductores, un paso importante hacia la autosuficiencia de chips que responde a los movimientos de Estados Unidos. Reuters escribió sobre esto, citando tres fuentes. Pekín planea lanzar uno de los paquetes de estímulo fiscal más grandes dentro de cinco años, principalmente en forma de subsidios y créditos fiscales, para impulsar la fabricación de semiconductores y las actividades de investigaciones en el país, según las fuentes.
«Lo que está en juego es la superioridad militar y la prosperidad económica de Estados Unidos», dice Roberts. Desde la invención de los semiconductores en la década de 1950, Estados Unidos dominó su diseño y fabricación, y aplicaron la tecnología en el sector militar más que cualquier otra potencia, lo que les valió la superioridad después de finalizada la guerra fría. Sin embargo, «China se está poniendo al día, con sus ambiciones de construir chips y la modernización militar yendo de la mano», señala el economista.
«Hoy en día, casi todos los chips de procesadores avanzados se producen en Taiwán, y Miller presenta un argumento convincente de que cambiar el control de la industria podría remodelar drásticamente los órdenes económicos y políticos del mundo. Incluso más que el comercio tradicional y la producción manufacturera, e incluso más que el poderío financiero, Miller argumenta que quien lidere y domine la producción de chips dominará la economía global.»
El enfoque que se la da a los semiconductores es uno similar al que se la da al dólar para intentar cercar financieramente a los países que amenazan la hegemonía estadounidense, solo que en el primer caso es para debilitar su capacidad militar y, además, su poder económico. La Ley de Chips apunta hacia allá. La concepción de esta ley comenzó en 2020, durante la presidencia de Donald Trump, y finalmente se acordó tras casi dos años de debate y comunicación bipartidista, fruto de un compromiso mutuo entre la Cámara de Representantes y el Senado, y una demostración del pensamiento estratégico general de las altas esferas de Estados Unidos para hacer frente al ascenso de China, en términos económicos y de ciencia y tecnología.
«La Ley de Chips es solo la siguiente etapa en una serie de medidas para debilitar las capacidades tecnológicas y la influencia global de China», sostiene Roberts, y hace una explicación sobre la forma en que ésta se ha extendido también contra Rusia, tomando como excusa la operación militar que lleva a cabo el país euroasiático en la región del Dombás. Se han aplicado prohibiciones de importaciones de semiconductores de alta gama y otras tecnologías fundamentales para el desarrollo militar de 49 entidades militares rusas.
China sigue siendo el principal objetivo, pero cercar definitivamente al país está lejos de ser una tarea sencilla, mucho menos cuando se trata del mayor consumidor global de semiconductores. Hay varios elementos expuestos en el artículo que sostienen esa afirmación. Primero, aunque China no ha alcanzado el autoabastecimiento en la producción de sus propios semiconductores (entre empresas nacionales y extranjeras, el índice de autosuficiencia fue de 16,7% en 2021) y las prohibiciones estadounidenses han afectado otros sectores chinos asociados (por ejemplo, el de los semiconductores sin fábrica o fablesss, que disminuyó su contribución global a 9% en 2021), el gobierno chino ha hecho de la independencia de la cadena de suministro de tecnología una prioridad en los últimos años.
Roberts menciona algunos esfuerzos orientados hacia el autosustento, entre ellos, creando un Fondo Nacional de Inversiones para el Desarrollo de Circuitos Integrados (2014). Dicho fondo destina alrededor de 67% de las inversiones a empresas de fabricación de semiconductores. Otra parte se destina al diseño, la fabricación y el embalaje de semiconductores.
«Posteriormente, en 2015, el plan Made in China 2025 estableció un ambicioso objetivo de autosuficiencia de 70% para 2025, que dado el progreso actual, no se va a cumplir», dice el economista marxista, pero de todas formas habrá un aumento en la autosuficiencia. La producción china de semiconductores podría llegar a cubrir hasta 21,2% de la demanda nacional para 2026, añade Roberts más adelante.
Como la dependencia de China hacia otros países exportadores de semiconductores seguirá siendo alta, entonces también son altos los riesgos ante la posibilidad de que Estados Unidos, con su plan, corte totalmente el suministro al país asiático. No obstante, la Ley de Chips es de doble filo. Las sanciones afectan la producción y las ganancias de las empresas estadounidenses; el economista dice en su artículo que «algunos estiman que podría reducir la cuota de mercado mundial de Estados Unidos en un 18% y afectar 37% de sus ingresos a largo plazo».
Refiriéndose a las inversiones que TSMC está haciendo en la nueva fábrica en Estados Unidos, que viene siendo una consecuencia de las prohibiciones que tienen de relacionarse con China, Roberts aclara que tal acción no tiene la escala ni el nivel tecnológico de las fábricas más nuevas de TSMC en Taiwán, por lo que la dependencia de ellas no se reducirá hasta que se instalen plantas de ese tipo en suelo estadounidense.
«Incluso entonces, solo una parte de la cadena de suministro se beneficiará. Las fábricas que Intel, TSMC y Samsung están construyendo en Estados Unidos son todas para chips avanzados, por lo que en su mayoría serán compatibles con la industria de computación, teléfonos inteligentes y servidores. Sin embargo, los fabricantes de automóviles, cuya producción se vio interrumpida debido a cuellos de botella en el suministro de chips, utilizan chips menos avanzados que luchan por ser viables en Estados Unidos, donde los costos son más altos.»
Los semiconductores forman parte de una industria que depende en gran medida de la colaboración global para su producción. Desde el diseño hasta la producción, ensamblaje, pruebas y empaque, incluye más de mil pasos y 300 materiales. La fabricación de un semiconductor puede requerir docenas de intercambios transfronterizos.
«Pero esta guerra de chips no solo se trata de economía; se trata del poder político en el siglo XXI, al menos para los líderes del imperialismo estadounidense», dice Roberts, y sus palabras explican la falta de racionalidad en los planes de Washington.
No se trata de alcanzar la independencia en la cadena de producción de semiconductores, sino de conseguir una cadena de producción obediente a sus intereses, aislando a los actores que participan en ella pero son una amenaza para su supremacía global. En ese proceso se sacrifican los fundamentos económicos y comerciales que los llevaron a dicha supremacía, y las consecuencias se dispersan hacia todas las direcciones, siendo sus propias empresas afectadas.
La fabricación de semiconductores se ha convertido en un punto crítico en el desarrollo de los acontecimientos geopolíticos de las próximas décadas.
Misión Verdad
13 de diciembre de 2022