Es fácil encontrar en la izquierda, en la sociedad española y, específicamente, en Andalucía, voces que se alzan contra «las guerras» y por la paz. Bonita proclama que, no obstante, peca de simplista y de querer obviar el debate sobre quién comienza las guerras, quién las potencia y quién las sufre. O incluso de esconder que existen guerras ofensivas y defensivas. Responder a estas preguntas de una manera u otra nos hará situarnos, discursiva y políticamente, del lado del bando agresor, o del agredido.
El contexto
Lo primero que podemos aclarar es que la existencia de guerras y agresiones militares, económicas o diplomáticas, no es nueva. El imperialismo occidental, con tal de afianzar su poder y dominio económico, tiene un largo historial en provocarlas y en ser parte activa de ellas al calor del control de los recursos, de la mano de obra, de los mercados y de la necesidad de reproducción del capital. Parece que lejos queda ya la historia de colonización, saqueo y exterminio de la mayor parte del globo por un puñado de potencias. Sin embargo, es una herida aún abierta en la memoria de los pueblos del Sur global, máxime cuando dicha colonización continuó con la implantación de un modelo neocolonial que llega hasta nuestros días. Incluso en los años del «modélico liderazgo de la ONU», desde la caída de la URSS y del bloque socialista, no podemos olvidar la agresión y desmembración de la propia URSS, Yugoslavia o posteriormente, Irak y Afganistán. A esto debemos sumar la imposición de medidas neoliberales, como los paquetes de ajuste estructural del FMI y del Banco Mundial, como contrapartida a los préstamos impuestos a los países africanos o latinoamericanos –generando una deuda ilegítima que provoca la ruina o la bancarrota – , o los bloqueos, como el que aún a día de hoy sigue afectando a Cuba y a otras decenas de países.
No obstante, esta realidad se ha ido escalando y agudizando –fundamentalmente tras la crisis económica de 2007 – , por la combinación de dos factores. En primer lugar, por la progresiva necesidad de aumentar la presión y la explotación de las regiones bajo su control económico. Para ello, no han dudado en patrocinar «revoluciones de colores» en Libia, Siria o Túnez; golpes de estado en Venezuela, Bolivia o Ecuador; y nuevas guerras económicas, como en Cuba. En segundo lugar, por la conformación de un mundo multipolar donde entran en juego nuevos países que no van a permitir que el dictado del capital occidental controle su propio desarrollo económico y político. Entre estas nuevas potencias destacan principalmente dos: Rusia, rompiendo con el papel subordinado y subdesarrollado que occidente había creado para ella tras el colapso de la URSS, y China, erigiéndose en primera potencia económica del mundo y disputando el liderazgo mundial a Estados Unidos, con unas bases económicas, políticas y sociales distintas a las capitalistas occidentales, que, entre otras cosas, han conseguido erradicar la pobreza extrema del país.
De este modo, ha nacido el temor de que un nuevo mundo multipolar ponga punto y final a la era neocolonial en el que el capital occidental era amo y señor del mundo. Este temor se ha materializado en la coyuntura bélica en la que nos encontramos.
Las dimensiones de una nueva guerra fría
La principal característica de esta llamada nueva guerra fría es su naturaleza múltiple, con un impacto directo en nuestra realidad.
- La militar. El occidente capitalista, con tal de desgastar a sus contrincantes, está creando frentes de batalla a lo largo y ancho del planeta: Ucrania, África, el Mar de la China Meridional –destacando el previsible conflicto en Taiwán– o América Latina y el Caribe. Para ello, resulta fundamental comprender el fortalecimiento de su brazo armado, la OTAN, organización que se ha expandido globalmente, y sigue haciéndolo, siendo su último eslabón Europa del Este. Y es, precisamente ahí, donde se vivió en 2014 un golpe de estado en Ucrania, apoyado y financiado por el imperialismo para colocar un gobierno, no solo filonazi, sino pro-europeo y otanista, que supone una provocación a la población rusófona y a la propia Rusia. El resultado: una guerra civil, el genocidio premeditado de la población del Donbass y la escalada del conflicto, del que los gobiernos occidentales y el ucraniano nunca han pretendido encontrar una solución pacífica –como ha reconocido recientemente Angela Merkell – , y que ha tenido como colofón la entrada de Rusia en la guerra hace un año. Y no nos equivoquemos, de esta guerra somos partícipes desde su comienzo, no solo cuando nuestros medios de comunicación y gobiernos apoyaron, blanquearon y legitimaron el golpe de estado del Euromaiden en 2014, sino cuando, siendo integrantes de la OTAN, instruimos militarmente, damos cobijo, ayudamos económica y políticamente, y armamos al bando nacionalista ucraniano. En este contexto, nuestro gobierno «de progreso» decide alimentar la maquinaria belicista aumentando el presupuesto en defensa para 2023 –en un momento en el que los servicios públicos y sociales se ven mermados– y acogemos cumbres militares que señalan el camino del fortalecimiento de la OTAN y de la agresividad imperialista a nivel mundial.
- La guerra económica. Primero contra China, que ahora se agudiza, y, de manera fundamental y trágica, contra Rusia. Trágica porque las sanciones por parte de la Unión Europea, con su consiguiente ruptura con un socio comercial estratégico, no hacen más que debilitar y afectar a los propios pueblos que la habitan. A raíz de la ruptura de las relaciones con Rusia y el parcial cierre del grifo de los hidrocarburos baratos, se ha puesto sobre la mesa la pugna energética y las contradicciones de la Unión Europea, que ha protagonizado un reciente acercamiento a Venezuela –constantemente demonizada y agredida– y a Argelia –que se ha negado a relacionarse comercialmente con el Estado español por su posicionamiento a favor de Marruecos sobre la ocupación del Sáhara Occidental – . En esta guerra, que no ha estado carente de sabotajes al más puro estilo «americano» –como el caso del Nord Stream II – , el principal triunfador ha sido Estados Unidos, al hacer depender aún más a Europa del capital y del mercado energético estadounidense, y la principal afectada ha sido la clase trabajadora a nivel mundial.
- Así, la guerra económica y los intereses imperialistas en cercar a Rusia y China, suponen una profundización de la guerra social, por la que, una vez más, y de manera totalmente descubierta, hacen pagar a las clases populares las aventuras imperialistas de la burguesía dominante. Aquí, la inflación, motivada por la propia crisis sistémica y las sanciones a Rusia, la pagamos la clase trabajadora en forma de aumento del coste de la vida y congelación de salarios, siguiendo las recetas neoliberales en boga. En paralelo, la lógica privatizadora y la acción del capital transnacional sigue posibilitando un desmantelamiento del mínimo estado del bienestar que teníamos. En esta guerra social, debemos destacar cómo la «izquierda» en el gobierno está haciendo el trabajo sucio a la burguesía, limitando la respuesta social, con medidas-parche que no resuelven el problema de fondo, mientras se mantienen y profundizan los aparatos y mecanismos represivos, que la insuficiente reforma de la Ley Mordaza no va a modificar.
- Todas ellas se complementan y son posibles por la guerra psicológica e informativa, que ha tenido en la censura a los medios rusos y alternativos su mayor expresión. El relato único sobre la actual crisis está servido y los papeles otorgados. Quien ose dudarlo u ofrecer una interpretación distinta será tildado de prorruso, amigo de Putin y enemigo de la democracia. Mientras, destruyen el principio fundamental en el que ese liberalismo que dicen defender se basa: la libertad de información.
Nada más lejos de la realidad. Una desnuda y cruda dictadura económica, social y de la información, salpimentada de rusofobia y chinofobia, y de hacer pasar a los agredidos por agresores. En este sentido, el Estado español ha asumido la defensa de la agenda política internacional estadounidense y defiende como propios sus discursos y sus intereses geopolíticos y geoestratégicos. De este modo, se explica que la política exterior española esté tan preocupada por el supuesto rearme de China, sobre el que nos bombardean los medios de comunicación hegemónicos. En contraposición a la dudosa belicosidad china, no se muestran tan preocupados por las continuas injerencias que provoca Estados Unidos y los países occidentales en Asia, África, América Latina y el Caribe, entre las que podemos enumerar las maniobras militares y navales en mar caribeño –incluyendo un submarino nuclear – , la financiación de la contrainsurgencia o un largo historial de golpes de estado abiertos e indirectos.
¿Qué tenemos que decir desde Andalucía?
Ante esta coyuntura, no podemos pasar por alto el papel tan determinante que juega Andalucía. De un lado, a nivel geoestratégico, nos conformamos como un territorio delimitado como frontera Sur de Europa y que, como parte del Estado español y de la OTAN, sirve de puente de las agresiones imperialistas. Para ello, se han diseminado en nuestro suelo importantes bases militares de la OTAN: Morón de la Frontera (Sevilla), Rota (Cádiz), Viator (Almería) y una cuarta en camino en La Rinconada (Córdoba). En los últimos meses, la renovación del acuerdo de cooperación en materia de defensa entre Estados Unidos y el estado español, consolida la militarización de nuestro territorio con la presencia de un mayor número de efectivos militares estadounidenses y con el despliegue de dos nuevos buques antimisiles en la base de Rota.
Por otro lado, Andalucía es el nexo de unión entre dos continentes y dos mares, donde convergen importantes intereses comerciales. Nuestro modelo económico se ha caracterizado por la subordinación y la dependencia respecto al Estado español, y desde los sucesivos gobiernos autonómicos se ha profundizado en un modelo poco diversificado y poco cohesionado territorialmente. Además de su actual naturaleza extractivista, se ha apostado por fortalecer el sector servicios, vinculado a Andalucía como destino turístico, impulsando una agresiva turistificación y generando altas tasas de explotación de la clase trabajadora que la habita. Como consecuencia directa de esta realidad, su mayor expresión se da en los preocupantes niveles de desigualdad, exclusión social, emigración, precariedad laboral y feminización de la pobreza, tal y como muestran las estadísticas e informes oficiales.
Aunque puedan parecer dos aspectos sin relación aparente, queremos subrayar todo lo contrario. El rol que el capital español ha otorgado a Andalucía comprende tanto aspectos económicos y productivos, como políticos y militares. No es solo que Andalucía haya sido el cortijo –y ahora el lugar de recreo– de media Europa y España, sino que ha sido y es el guardián del imperialismo en el Estrecho de Gibraltar.
De este modo, la explotación, la sujeción política y la alienación de la clase trabajadora andaluza ha sido, históricamente, el requisito para hacer de nuestro territorio un peón más del imperialismo que posibilite la explotación de los pueblos del Sur global. Esta situación se expresa en otra cuestión directamente relacionada: somos uno de los territorios donde hay mayor presencia de cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, que se concibe como la única respuesta a los problemas estructurales y la realidad social de exclusión social, mafias y migración irregular.
Desde mediados de 1970, surgen corrientes políticas en la izquierda andaluza que señalan esta íntima relación y proponen conjugar la lucha por la dignidad de sus clases populares con una postura antiimperialista. Así, vemos cómo en parte del movimiento andalucista –caso del SOC – , a su histórica lucha por una distribución de la tierra y por una ruptura con su condición subalterna y dependiente, se sumaba la constante denuncia contra las bases de la OTAN en suelo andaluz. Esta última tuvo su mayor manifestación en los lazos de solidaridad internacionalista que se tejieron clamando por la paz en el Mediterráneo –como el caso libio – , apoyando la legítima defensa y la soberanía de los pueblos agredidos o estableciendo relaciones con países que desarrollaron en su seno proyectos socialistas.
No obstante, desde el cambio de siglo, la tendencia de las organizaciones y partidos considerados de izquierda y/o andalucistas es otra. En la actualidad, al calor del abandono de un horizonte revolucionario y rupturista, buena parte de ella está divagando entre la connivencia con dicho imperialismo –estando, incluso, en los gobiernos encargados de afianzarlo– y la inacción o ausencia de un posicionamiento definido y claro. La tibieza que está impregnando a buena parte de estas organizaciones resulta poco consecuente con las implicaciones sociales y políticas de una tierra de paz y solidaria como es Andalucía, y menos aún, con las responsabilidad de vivir en un territorio cómplice con los crímenes de la OTAN. Esto lo hemos podido ver tanto en el lema de la manifestación del 28F en Sevilla, con un vago «Andalucía por la paz», como en las manifestaciones que, a nivel estatal, se han convocado el 25 de febrero bajo el lema «ni Putin ni OTAN» y «parar las guerras». Como si la paz fuera posible bajo el imperialismo, o como si pudiéramos equiparar en términos de responsabilidad de las guerras al presidente de un país y al bloque militar de la OTAN. Se trata de una equidistancia profundamente injusta y que no se atreve a ir al fondo del problema.
Frente a esto, es necesario recordar que no habrá ningún horizonte de soberanía o de bienestar social y económico, alejado de las lógicas capitalistas, sin una ruptura con el imperialismo. Por dos motivos: porque es esa maquinaria imperialista –y sus estrategias de guerra militar, económica, psicológica e informativa– la primera que vamos a tener enfrente cuando queramos desarrollar un proyecto propio. Y porque un proyecto de una Andalucía Libre solo será posible abrazando nuevas lógicas de solidaridad y cooperación con los pueblos del mundo, totalmente contrarias e irreconciliables con la lógica depredadora y neocolonial imperialista, que basa el crecimiento económico propio en el despojo y la explotación del resto del mundo. Solo será posible desarrollando la solidaridad internacionalista, la ternura de los pueblos de la que el Ché nos hablaba. Entendemos que no habrá futuro digno para Andalucía si continuamos insertas en la Unión Europea del capital y en la OTAN. Que lo digno es no ser parte ni cómplices de ello, situándonos junto a los pueblos del Sur global que luchan por construir su propio futuro.
Esther Alberjón Castillo y Sergio Almisas Cruz
14 de marzo se 2023