La Escuela de Formación Política Praxis, relacionada con la organización Combate, ha publicado en el Perú esta fundamental obrita de 1848. Ha sido un acierto porque, como veremos, en el Manifiesto ya se anuncian sucinta y básicamente buena parte de las contradicciones decisivas que explican el porqué del golpe de Estado contra el gobierno democrático y, a la vez, ofrece algunas medidas que reivindicar, por las que luchar organizadamente para aplicarlas cuando la clase trabajadora haya tomado el poder. Aunque han transcurrido 175 años desde su primera edición el Manifiesto no pierde actualidad, sino que queda confirmado en lo esencial.
Esta edición peruana viene precedida por un estudio introductorio a cargo de Néstor Kohan y por un prólogo mío —¿Qué aporta el Manifiesto del Partido Comunista a este Perú en pie?— que se ofrece aquí, y concluye con un epílogo de la EFP Praxis.
Marx y Engels insistían en que sus escritos se leyeran teniendo en cuenta las diferencias de espacio y tiempo entre sus sucesivas ediciones, de manera que se enriqueciese la siempre necesaria crítica revolucionaria del capitalismo a pesar de sus transformaciones. Es por esto que las ediciones nuevas e importantes del Manifiesto estaban precedidas por introducciones o prólogos que mostraban las partes valiosas para el nuevo contexto de la lucha de clases tal cual se libraba en el país en el que se había editado, si así lo estimaban necesarios sus autores o editores.
Muy en síntesis, podemos nombrar al menos siete aportaciones del Manifiesto a la lucha de clases en el Perú actual:
Una, la necesidad imperiosa de que las clases trabajadoras se doten de una autoorganización sociopolítica capaz de prever las crisis que se avecinan.
Dos, la necesidad de que el proletariado se dote gracias a esa autoorganización de una doctrina, un sistema, una estrategia y unas tácticas encaminadas a la destrucción del Estado capitalista y la construcción simultánea de un Estado propio defendido por el pueblo en armas que asuma su caducidad histórica.
Tres, la necesidad de un partido revolucionario que integre las mejores fuerzas de esa autoorganización colectiva, partido y autoorganización capaces de aguantar las represiones burguesas.
Cuatro, la elaboración de programas a implementar con carácter mínimo e inmediato, de transición y máximo.
Cinco, la necesidad de desarrollar una revolución cultural.
Seis, la necesidad de crear e impulsar otro modelo de nación antagónico al modelo burgués ya existente e impuesto al proletariado gracias sobre todo al poder coercitivo de su Estado.
Y siete, la necesidad permanente de divulgar, debatir y socializar pedagógicamente estos objetivos en las clases explotadas por todos los medios posible.
En las condiciones de 1848, el Manifiesto desarrolla y explica estos y otros puntos, como se aprecia en el decálogo de medidas que ofrece al proletariado y que se comentan en el prólogo. Sus autores insisten en que esas y otras medidas deben adecuarse a las luchas de clases en cada país, pero la historia enseña que, de un modo u otro, todas ellas conciernen a problemas estructurales de la explotación, opresión y dominación capitalista. Son por lo tanto, medidas sustancialmente necesarias para vencer al capitalismo y al imperialismo contemporáneo.
Iñaki Gil de San Vicente
25 de abril de 2023
¿Qué aporta el Manifiesto del Partido Comunista a este Perú en pie?
«Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa».
Una de las muchas vías de avance en la praxis revolucionaria que ofrece el Manifiesto del Partido Comunista aparece precisamente en su mismo inicio, en la frase con la que encabezamos este breve prólogo. Dicho más concretamente, ¿qué puede aportar al Perú rebelde actual un librito escrito con ciertas prisas en la Europa de 1848? O si se quiere: ¿por qué se han «conjurado en santa jauría» todas las fuerzas reaccionarias para derribar el gobierno democrático de Pedro Castillo imponiendo una dictadura sangrienta?
El término espectro hace referencia a algo fantástico, imaginario e irreal que produce miedo y hasta pánico. En 1848 el comunismo era un espectro que aterrorizaba al capital a pesar de que aún no había terminado de dar el salto cualitativo de la utopía roja, del comunismo utópico, al comunismo marxista. Pese a ello, la burguesía ya era consciente de que ese espectro inmaterial podía tomar cuerpo físico en la materialidad de la lucha revolucionaria. Por eso se le heló la sangre al leer el Manifiesto comprendiendo que la utopía se estaba convirtiendo en fuerza material muy consciente de su objetico histórico, a largo plazo:
Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con este hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.
Era la primera vez en la historia social del pensamiento que un movimiento político decía públicamente que su fin último no era el de perpetuarse así mismo, sino al contrario, crear las bases objetivas para su auto extinción durante el mismo proceso de creación y desarrollo de otra formación social humana apenas inconcebible desde los parámetros cognitivos y éticos generados durante la larga historia de la propiedad privada, del Estado y de la explotación de la mujer. De ahí y en primer lugar, el permanente odio burgués, visceral y asesino, al Manifiesto del Partido Comunista. Odio que va fanatizándose en la medida en la que se va confirmando su majestuosa visión histórica, la avasalladora radicalidad de sus propuestas, además de la belleza de su método expositivo, y todo ello a pesar de la intensificación de las represiones anticomunistas.
En efecto, desde 1847 los signos de recomposición de las fuerzas progresistas y revolucionarias eran apreciables en buena parte de Europa. La Liga de los Comunistas, en la que militaban Marx y Engels, veía la urgencia de dotar al proletariado de un texto teórico-político breve, pedagógico y directo que sirviera para unificar criterios estratégicos e impulsar la unidad obrera y popular, asegurar su independencia política mostrando la dialéctica entre los objetivos inmediatos de la lucha revolucionaria con sus fines históricos: el comunismo. El Manifiesto terminó de redactarse muy poco antes del estallido social y su impacto fue limitado en un principio, pero ahora es cada vez más decisivo a pesar de los cambios acaecidos desde 1848.
En aquel momento, sus autores y la práctica totalidad de la izquierda europea sabían muy poco de la realidad sociopolítica de Nuestramérica y no sería exageración suponer que lo ignorarían casi todo del Perú. Sin embargo, y esto es fundamental, ya habían comprendido el papel de acelerador histórico que jugó la invasión española de Nuestramérica en la mundialización del capitalismo desde el siglo XVI como dirán desde todos los puntos de vista en sus obras posteriores, sobre todo en El Capital. Sabemos el impacto teórico que causó la Comuna de París de 1871 en la evolución política de Marx y Engels. Pues bien, un año después, en el prólogo de 1872, a los veinticinco años de su primera edición, Marx y Engels sostenían la valía del Manifiesto pese a los tremendos cambios acaecidos.
La primera edición del Manifiesto en Nuestramérica se hizo en México en 1888, país al que Estados Unidos había arrebatado casi la mitad de su territorio en la invasión de 1846 – 1847. En el prólogo a la edición italiana de 1893, el último firmado por Engels, se dice algo que nos introduce en la reflexión sobre la aportación del Manifiesto al actual Perú, del mismo modo que nos acerca a México y también a todos los pueblos explotados por el capitalismo. Dice Engels que las revoluciones de 1848 en Berlín y Milán fueron el «alzamiento de dos pueblos» que sufrían sendas formas de opresión nacional, descarada en el caso milanés bajo la opresión austríaca, simulada pero real la berlinesa a manos del imperio zarista. Sostiene que todas las revoluciones de 1848 fueron proletarias, con lo que indica que los alzamientos nacionales de Berlín y Milán tenían como sujeto decisivo, aunque débil políticamente, a la clase obrera.
Sobre este particular, el Manifiesto reconocía y advertía una y otra vez al menos dos cosas decisivas: el movimiento obrero organizado estaba en sus inicios y debía asumir la necesidad de la lucha política revolucionaria por la destrucción del Estado burgués y su sustitución por un poder obrero que en el Manifiesto aún no estaba perfilado porque la todavía limitada experiencia de lucha obrera no había generado las lecciones necesarias. Eso se producirá con la Comuna de París de 1871, pero mientras tanto el Manifiesto insistía premonitoriamente en que el poder obrero debía «ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas».
Conviene aquí recordar que Engels dijo críticamente tiempo después que la Comuna había sido blanda en las medidas contra la burguesía, lo que le había debilitado mucho, y que el pueblo trabajador parisino fue masacrado en un charco de sangre. Veintitrés años antes el Manifiesto se adelantaba a aquella matanza defendiendo el «despotismo» del pueblo como medida de fuerza para garantizar que el poder obrero aplique su política. Además de en otros textos intermedios, en 1881, menos de dos años antes de morir, Marx insistió en este «despotismo» pero de forma más directa y dura: el gobierno socialista ha de tener la fuerza de masas suficiente para asustar —en cursiva de la mano del autor —a la burguesía impidiéndole así organizar una contrarrevolución. En base a la experiencia adquirida hasta ese año, y antes de las lecciones de la revolución de 1848, el Manifiesto proponía una decena de medidas, entre otras posibles, aclarando que «no podrán ser las mismas, naturalmente, en todos los países».
Antes de actualizar ese decálogo, hemos de responder a las preguntas hechas al comienzo del prólogo: el Manifiesto descubre con 174 años de antelación el porqué del golpe de Estado contra el presidente legítimo de Perú, designado democráticamente por su pueblo, ya que se basa en la lógica de la lucha de clases en cualquiera de sus formas. La lógica de la lucha de clases es la que llevó a Pedro Castillo al Gobierno y es esa misma lógica la que explica por qué y para qué, «en santa jauría», se han aliados las fuerzas reaccionarias para aplastar la democracia. Lo entenderemos más fácilmente viendo las preguntas y, luego, interrogándonos sobre cómo sería hoy el Perú si su Gobierno democrático las estuviera aplicando ahora mismo obedeciendo al mandato del pueblo trabajador en permanente movilización. Veámoslas:
- Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos. En el capitalismo actual, y en el Perú, esto significa expropiar a la burguesía y en especial a la latifundista invirtiendo la renta del suelo en gastos públicos, sociales, de ayuda a las masas empobrecidas, de mejora de las infraestructuras públicas…
- Fuerte impuesto progresivo. Es decir, que mediante el impuesto directo y progresivo la burguesía derrotada y sin poder político, sin jueces vendidos, sin cuerpos represivos, sin prensa mentirosa… vaya devolviendo al pueblo trabajador sus ganancias obtenidas con la explotación asalariada.
- Abolición del derecho de herencia. Se trata de impedir que la burguesía, ya muy débil, empiece a resurgir porque ha traspasado sus propiedades a sus hijos u otros vagos e indolentes, recursos con los que pueden que reorganicen la unidad política burguesa preparando la contrarrevolución, a la vez que esos bienes recuperados son devueltos al Estado obrero.
- Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes. Se buscan con esta medida tres objetivos claves: cortar de cuajo la fuga de capitales, que es lo que está detrás de la huida de los traidores; nacionalizar esas fortunas para el beneficio del pueblo; e impedir en lo posible que los reaccionarios puedan organizarse en el exterior para atacar desde allí a su propio pueblo con la ayuda de los Estados imperialistas.
- Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio. Ahora mucho más que en 1848 es vital que los pueblos tengan su propio Banco nacional en régimen de monopolio para asegurar su independencia y sus relaciones fraternales con otros pueblos y Estados en plan de igualdad solidaria, frente al poder atroz imperialista y del capital financiero-especulativo.
- Nacionalización de los transportes. El Manifiesto se adelantaba también a las tácticas de provocación del fascismo boicoteando el transporte de productos esenciales para indisponer a la población contra el Gobierno Popular de Chile dirigido por Allende, por ejemplo; pero también, es una medida ahora urgente para abaratar costos, mantener el servicio público, diseñar el espacio y la geografía con criterios eco-democráticos, etc.
- Multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo. O dicho en directo: se trata de ir implantando la planificación socialista para acabar con la irracionalidad despilfarradora capitalista y con la explotación inherente a ella.
- Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo. Son medidas específicas necesarias en la planificación socialista arriba propuesta, con un especial contenido ético y pedagógico de la primera.
- Articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad. Hoy se trata de reducir lo más posible los tiempos muertos, las grandes distancias, el consumo de energía cada vez más escasa reduciendo la contaminación; se trata de recuperar la armonía vivencial y la estética inherente a la interacción campo-ciudad: medidas eco-socialistas que preparan las eco-comunistas, imprescindibles.
- Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material, etc. Estas y otras medidas son parte de lo que desde la revolución bolchevique se denomina «revolución cultural» que solo puede realizarse desde el primer día de la conquista de la democracia en conexión vital con el poder obrero y siempre en la medida en que se avance al socialismo.
Visto lo visto podemos imaginarnos cómo podría haber sido en la actualidad, ahora, la mejora de la vida de la clase trabajadora peruana en su conjunto si se hubiera avanzado en esa dirección y si el imperialismo no hubiera decapitado la democracia peruana ante el pánico de la burguesía de que empezase a caminar en esa dirección. La derecha ha destruido las esperanzas sociales porque se cree la única depositaria de una «nación» peruana definida exclusivamente por ella y para ella, una «nación» sierva del imperialismo yanqui que ha organizado y dirigido el golpe de Estado y que vigila su desenvolvimiento. En realidad, contra el monopolio exclusivista burgués de su «nación capitalista» el Manifiesto propone a los pueblos explotados que creen su «nación trabajadora», concepto que Marx utiliza desde finales de 1851 al estudiar el golpe de Estado organizado por los bonapartistas en Francia.
El Manifiesto, como decimos, está escrito mientras se agota el viejo socialismo utópico y se forma el comunismo marxista, es por eso que aprendiendo de las duras lecciones de entre 1848 – 1851, él y Engels amplían y enriquecen el contenido de emancipación nacional de las revoluciones citando los casos de Milán y Berlín. Tenemos el ejemplo del papel de la lucha de clases en la independencia polaca. Según el Manifiesto, Polonia solo será independiente en el verdadero sentido de la palabra si triunfa una revolución agraria. En el prólogo de 1892 a su edición en Polonia, Engels escribe: «La nobleza polaca ha sido incapaz para mantener, y lo será también para restaurar, la independencia de Polonia. La burguesía va sintiéndose cada vez menos interesada en este asunto. La independencia polaca solo podrá ser conquistada por el proletariado joven, en cuyas manos está la realización de esa esperanza. He ahí por qué los obreros del occidente de Europa no están menos interesados en la liberación de Polonia que los obreros polacos mismos».
Esta misma estrategia de liberación nacional de clase aparece en los textos de Marx y Engels sobre la opresión de Irlanda: independencia, revolución agraria y proteccionismo económico frente al capitalismo británico para recuperar la industria destruida por los ocupantes. Tenemos a disposición, por tanto, un método que nos explica por qué ahora esta cita del Manifiesto da en el clavo del futuro del Perú obrero: «Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía».
Las más de setenta personas asesinadas hasta ahora por las fuerzas represivas de la burguesía peruana, así como los cientos de heridas, detenidas, torturadas, encarceladas, represaliadas… pertenecen a esa «nación trabajadora» explotada por la burguesía nativa y por el imperialismo. «Nación trabajadora» en autoconstrucción según un proyecto que «no coincida ni mucho menos con el de la burguesía», que es su antagónico. Para impedirlo, según se avecinaba la victoria de Pedro Castillo, se intensificaban los preparativos del golpe, y cuando el nuevo Gobierno pretendió activar planes de mejora social, de recorte de los abusos y privilegios, de reorientación internacional, etc., por tímidos que fueran, se produjo la dentellada de la bestia.
¡Cuánta razón tiene el Manifiesto! Y si hemos empezado este prologuito citando su primera frase, debemos terminarlo con la última:
Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos solo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 9 de febrero de 2023