El siguiente documento fue presentado en la reciente reunión del Club Valdai, el principal think tank de Rusia. Creado por la elite política del país euroasiático su influencia puede llegar a determinar las líneas estratégicas del gobierno de Putin. El Club Valdai es el equivalente ruso del Foro de Davos en Occidente y aunque originalmente estuvo dirigido por una suerte de pensamiento centro-liberal, desde la guerra en Ucrania ha dado tribuna a personalidades de la izquierda de diferentes lugares del mundo…
Introducción
El capital está organizado globalmente, la clase trabajadora no. Mientras las potencias de la OTAN, lideradas por Estados Unidos, intensifican el conflicto ucraniano hasta convertirlo en una nueva guerra mundial; este desequilibrio catastrófico a favor del capital se ha vuelto intolerable. Este documento presenta los argumentos a favor de una izquierda antiimperialista global, que represente a la gente corriente comprometida con un orden mundial multipolar justo y pacífico. Esto servirá tanto a los intereses nacionales de cada país como al interés general de la humanidad.
Nos basamos en una evaluación histórica de la última organización de este tipo, la Internacional Comunista o Comintern, fundada en 1919 y disuelta en 1943, y también en sus dos predecesoras, la Internacional Obrera o «Primera Internacional», fundada en 1864 y disuelta en 1872, y la Segunda o «Internacional Socialista», fundada en 1889 y disuelta en 1914.
La Comintern, tercera tentativa de organización mundial única de la clase obrera, es tanto hija de la primera como de la segunda.
La Comintern, el tercer intento de una organización mundial única de la clase obrera, fue tan hija de la histórica revolución de 1917 como de la Unión Soviética. Muchos rusos, incluido el presidente Vladimir Putin, han recapacitado sobre el grave error de haber disuelto la URSS; hoy también es hora de reevaluar la decisión de abandonar el proyecto de una organización internacional de los trabajadores.
Nuestro posición es controvertida porque en Occidente los partidos que se identifican con «la izquierda», encabezados por el Partido Demócrata de Estados Unidos, que dice ser de izquierda, apoyan casi unánimemente la guerra por procuración dirigida por Estados Unidos contra Rusia. La confusión aumenta porque muchos gobiernos de derechas, como India, Arabia Saudí y Turquía, se oponen activamente a las sanciones, promueven relaciones comerciales alternativas a las impuestas por Estados Unidos e insisten en que se tengan debidamente en cuenta las legítimas preocupaciones de Rusia en materia de seguridad.
Esto ha llevado a numerosos miembros del sector nacionalista ruso a concluir que los intereses de su país requieren alianzas con partidos de la derecha occidental –en particular con el sector trumpista del Partido Republicano. Al contrario, los llamados partidos «de izquierdas» occidentales justifican su apoyo a la guerra de la OTAN como necesario para derrotar a las fuerzas de derechas, entre las que incluyen al actual Gobierno ruso.
¿Qué es exactamente la izquierda?
Ni la evidencia ni la lógica apoyan ninguno de estos puntos de vista. La fuente de la confusión es una falsa concepción de lo que es la «izquierda».
El nazismo, fuerza de ultraderecha, fue el enemigo jurado del pueblo ruso; mató a más de veinte millones de ciudadanos soviéticos en la Gran Guerra Patria. Además, como reconocen los propios dirigentes rusos, en la actualidad el fascismo banderista es el principal sostén del régimen de Kiev, con tropas de choque como el batallón Azov que encabezan el ataque de la OTAN. No tiene sentido intentar derrotar al fascismo aliándose con sus afines.
Pero la posición de la «izquierda» occidental carece igualmente de sentido. Según los autores pro-estadounidenses Kelly y Laycock (2015), Estados Unidos «ha invadido» casi la mitad de los países y se ha involucrado militarmente con diferentes grados de injerencia en el resto de naciones del mundo (con las solas excepciones de Andorra, Bután y Liechtenstein»). La idea de que constituyen una fuerza para la paz y la justicia, o que la izquierda puede beneficiarse de una victoria de los que han sido el principal enemigo de los pueblos, en todas las batallas modernas –desde Vietnam hasta Venezuela– desafía la razón más elemental.
¿Qué es, en realidad, la izquierda? Históricamente, surgió de la Revolución Francesa, durante la cual se formaron partidos y movimientos sociales definidos por las clases cuyos intereses representaban. En respuesta a la derecha, que defendía a las clases propietarias, la izquierda creó partidos populares. En cambio, hoy los partidos de izquierda en Occidente son partidos del Estado capitalista. Ya no tiene sentido llamarlos de izquierda.
¿Qué fue el comunismo?
Los autores de la propaganda antirrusa y antichina presentan el comunismo y el fascismo como dos caras de la misma moneda. Cuando se les cuestiona, recurren al argumento de que el comunismo moderno, en particular el de la URSS, sustituyó el ideal original por algún tipo de distorsión monstruosa. Es necesaria una revisión justa de los logros y fracasos de la izquierda, pero no es correcto empezar con esa caricatura de sus enemigos jurados. Tras examinar las ideas de sus fundadores, deberíamos considerar la evolución histórica de los movimientos que surgieron de ella.
La primera cuestión es el significado de la palabra «comunista». Utilizada por primera vez por Marx y Engels, fue más tarde adoptada por la Comintern y hoy siguen llamándose comunistas los partidos gobernantes en China, Cuba y Vietnam. Este término vilipendiado en Occidente es visto con recelo y desconfianza incluso en Rusia, el primer Estado del mundo dirigido por los comunistas.
Para algunos este es el talón de Aquiles tanto de Rusia como de la auténtica izquierda. Veamos: la narrativa occidental del cambio de régimen se centra en la afirmación de que Rusia no tiene una herencia moderna legítima. No estamos de acuerdo. Cualquier nación que quiera tener futuro debe reconciliarse con su pasado. Por tanto, deberíamos volver al verdadero origen del término: el Manifiesto del Partido Comunista.
En primer lugar, el comunismo del Manifiesto no expresaba un radicalismo económico extremo. Marx y Engels no intentaban introducir inmediatamente un ideal socialista, y el programa económico del Manifiesto tiene un carácter limitado, casi keynesiano. Lo que realmente lo distingue es su enfoque del poder:
El primer paso en el camino hacia la revolución obrera es que el proletariado se erija en clase dominante para ganar la batalla por la democracia… El proletariado utilizará su poder político para arrebatar poco a poco todo el capital a la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción a manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante; y para multiplicar cuanto antes las fuerzas productivas. (Marx y Engels 1848:26.)
El punto clave es negarse a aceptar que los propietarios tengan derecho a decir a los trabajadores lo que pueden y no pueden hacer. Históricamente, la izquierda genuina fue (Rudé 1994) el ala del movimiento democrático que estaba de acuerdo con el Manifiesto: «la burguesía ya no es capaz de ser la clase dominante en la sociedad, y de imponer a la sociedad las condiciones de vida de su clase como ley reguladora». Por tanto, era ante todo un movimiento dedicado a cambiar el Estado.
¿Qué significa cambiar de Estado?
Los partidos de izquierda eran partidos revolucionarios. De ahí gran parte de la denigración de la que son objeto. Sin embargo, la mayoría de los países modernos, incluido el propio Estados Unidos, fueron creados por grandes revoluciones. El derecho a la revolución forma parte de la Constitución estadounidense. Si dejamos a un lado la retórica, el partido revolucionario es el que, cuando el Estado aumenta las penurias de las masas, organiza al pueblo para sustituir ese Estado por otro diferente.
Muchos procesos revolucionarios son violentos, pero esto no se debe al radicalismo de la revolución, sino a la ferocidad de la reacción. El problema no es el uso de métodos agresivos o dictatoriales. El verdadero problema es que los partidos de la «izquierda» occidental aceptan los Estados de sus países tal como son. Como estos Estados están dominados por los capitalistas, estos partidos se han convertido en intermediarios cuya función es imponer las exigencias de los capitalistas. Esta negación a los principios ha transformado a los partidos de izquierda de defensores del pueblo en sus policías.
Cómo la izquierda se ha convertido en su opuesto
¿Qué convirtió a los partidos de izquierda en su opuesto? La respuesta está en la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa. Los partidos «socialistas» de Europa se formaron específicamente (Braunthal 1967) en oposición a esta revolución. En resumen, nacieron de un compromiso de clase cuyo pacto original era dejar intacto el Estado existente, reduciendo los objetivos de la clase trabajadora a lo que se podía conseguir a través de ese Estado, de esta manera la izquierda socialdemócrata limitó su programa a aquellas reformas aceptables para la clase dominante: los propietarios. Pero la misión histórica de la izquierda hasta 1914 fue combatir por los intereses de los trabajadores, independientemente de si estos eran aceptables para la clase de los propietarios.
El verdadero origen de este cambio fue el «momento de 1914» (Freeman 2022), cuando la socialdemocracia optó por apoyar los presupuesto de guerra de sus propias clases capitalistas, decidiendo así que era mejor masacrar a sus hermanas y hermanos de clase en el extranjero en vez de luchar contra los capitalistas en casa. Con este acto, eligieron apoyar a su Estado en lugar de a su clase.
Las cuestiones de la revolución y el comunismo convergen de la siguiente manera: es imposible abolir el derecho absoluto de los capitalistas a ejercer su dominación sobre los trabajadores sin la creación de nuevo Estado. Los comunistas del Manifiesto, y la Comintern, pretendían establecer ese nuevo Estado, un Estado cuya primera forma (Weydemeyer 1852) describió Marx como la «dictadura del proletariado». Contrariamente a la propaganda occidental, esto no significaba abusos del poder, sino su uso moralmente legítimo para desarticular los despotismos de los propietarios que coartan los derechos del pueblo.
El comunismo se identificó, como resultado de las exigencias impuestas al naciente Estado soviético por la guerra civil y el subsiguiente bloqueo económico, con un modelo de Planificación Central en el que los empresarios capitalistas tenían poco o ningún lugar. Pero el Manifiesto claramente no prescribía la abolición inmediata de la propiedad capitalista, sino su subordinación al poder de la clase obrera:
Naturalmente, esto solo puede hacerse, al principio, a través de intervenciones despóticas en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas de producción, es decir, mediante medidas que parecen insuficientes e insustanciales desde el punto de vista de la economía; pero que, en el curso del movimiento, rebasan sus límites y son inevitables para revolucionar por completo el sistema de producción.
La «izquierda» occidental, por el contrario, ha llegado a concebir el socialismo como la aplicación de reformas que mantienen intactos los derechos de los propietarios. Este es el origen de la idea engañosa de que el socialismo significa redistribuir la riqueza, en lugar de ejercer poder sobre ella.
Esta no es toda la historia. El carácter de cualquier Estado viene determinado por la fuente de ingresos de sus clases dominantes, que en Occidente significa capital imperialista. Sus ingresos proceden no solo del trabajo de sus trabajadores, sino del de las otras cuatro quintas partes del mundo. Por lo tanto, los partidos de la «izquierda» occidental han firmado un pacto fáustico que se encuentra en el corazón de su militarismo, su racismo y su actual hostilidad hacia Rusia. Se han comprometido a dejar intacto su derecho a explotar todo el mundo a cambio de una parte del botín. Llamar a estos partidos «de izquierdas» es una ofensa al lenguaje, a la razón y a la moral.
Sin embargo, si no son «de izquierdas», ¿qué son? Se entienden mejor como partidos del liberalismo de clase media, utilizando correctamente el término «liberal» para referirse al proyecto político de los partidos capitalistas anti-aristocráticos de las revoluciones francesa y estadounidense. Como explica Losurdo (2011), la «libertad» para estos partidos significaba la libertad ilimitada de poseer y utilizar la propiedad privada. La única cuestión que divide al liberalismo de «izquierdas» del neoliberalismo de derechas es cómo debe utilizarse esta libertad, y no, como en el caso de la verdadera izquierda, si debe concederse en absoluto.
Cuando hablamos de «izquierda» nos referimos, pues, a los partidos y movimientos que han buscado o pretendido representar las necesidades independientes de las clases sin propiedad. No se trata de un proyecto anticuado. Con el mundo entrando en un periodo de cambios tumultuosos, la necesidad de una izquierda mundial de masas, creemos, volverá a pasar a primer plano. Esto requiere un debate estratégico sobre el tipo de partidos, y las relaciones entre ellos, que se necesitan.
Presentamos nuestro caso en términos militares, históricos, geopolíticos, de clase y económicos; por encima de todo, sin embargo, este caso es humano. Cientos de millones de personas han dado su vida por las causas que hemos esbozado. Si no se pone fin a las actividades militares-coloniales del Occidente colectivo, es trágicamente posible que perezcan millones más. Esto puede evitarse; por eso presentamos este documento.
La cuestión militar
No nos disculpamos por dar prioridad a la cuestión militar. Esto no significa un desprecio filisteo por las diferencias entre puntos de vista económicos y filosóficos, ni una exaltación de la violencia; simplemente significa que tales diferencias se resuelven en última instancia en la lucha. Después de todo, la guerra es, históricamente, la prueba más dura de la capacidad analítica. La URSS no derrotó a la Alemania nazi simplemente porque luchara mejor (aunque lo hizo) o porque fuera más heroica (aunque lo fue) o porque tuviera un aparato militar industrialmente superior (aunque lo tenía), sino porque estaba impulsada por una comprensión de lo que la guerra requiere, no solo militarmente sino también económica, social e ideológicamente, que, a pesar de todas sus debilidades, era superior. Cada guerra moderna pone a prueba urgentemente la comprensión de «cómo se puede derrotar a la reacción».
El hecho fundamental de la peligrosa nueva fase actual del imperialismo es que Occidente solo abandonará la guerra si no le queda otra opción, ya sea por su propio pueblo o por sus adversarios internacionales. Cualquier idea de un orden mundial «pacífico» mientras exista la OTAN solo dejará la puerta abierta al conflicto, posiblemente nuclear.
Rusia se encuentra hoy en la primera línea de este conflicto. Nunca pidió estar ahí. Pero aún no vivimos en un mundo que nos permita elegir nuestro propio destino. La idea de que los oprimidos por las potencias de la OTAN puedan triunfar tras una derrota rusa es una utopía. Por lo tanto, es necesaria una alianza mundial para minimizar el riesgo de tal desenlace: de hecho, la forma de la guerra ya está definida por las alianzas emergentes que cataliza. Sin embargo, dicha alianza no puede estar compuesta únicamente por gobiernos nacionales: debe contar con el apoyo de sus pueblos. Por eso sostenemos que una mera alianza de gobiernos es insuficiente.
Las guerras las ganan los ejércitos; y los ejércitos vienen del pueblo. La derrota de Hitler fue asegurada por quienes decidieron que era mejor morir luchando que vivir bajo el fascismo. En Corea, Vietnam y Afganistán, Estados Unidos fue derrotado por pueblos que, a pesar de su inferioridad técnica en armamento, estaban más decididos a luchar que los pueblos a los que combatían.
Los países oprimidos por el imperialismo dirigido por la OTAN necesitan una visión por la que sus pueblos crean que merece la pena luchar. Esto no es un cliché liberal: es una condición para la victoria militar. Todos los expertos militares coinciden en que la capacidad de lucha de un ejército depende de su moral; ésta, a su vez, depende de su voluntad de vencer. En resumen, si un país espera que su pueblo muera por él, debe ofrecer un futuro por el que merezca la pena vivir. Este es el terreno de la izquierda. Busca soluciones que beneficien a los que no tienen, defendiendolos contra los que tienen, sobre la base de los derechos humanos universales.
La derecha, por el contrario, deja intacta la propiedad y separa a los desposeídos en pueblos «superiores» e «inferiores». Estos pueden ser arios y judíos, cristianos e hindúes y musulmanes, caucásicos e hispanos, israelíes y palestinos, negros y blancos, hombres y mujeres –o europeos y rusos. Este proyecto se opone al de las tres Internacionales Obreras. Es imposible unir a ningún pueblo que viva en el mismo territorio declarando que un grupo tiene más derechos que otro. Si la tragedia de Ucrania no demuestra otra cosa, demuestra este hecho. Por lo tanto, solo un movimiento de izquierda puede conducir al mundo hacia la derrota final y necesaria de los arquitectos de la Tercera Guerra Mundial.
La cuestión histórica
Marx y Engels hicieron su famoso llamamiento al final del Manifiesto comunista: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Marx (1864) lo repitió en su discurso inaugural de la Primera Internacional. [https://www.britannica.com/biography/Karl-Marx/Role-in-the-First-International. Accessed 4 January 2023] Desde su formación en 1864 hasta su desintegración en 1872 le dedicó una enorme atención:
Como miembro del Consejo General de la organización y secretario correspondiente de Alemania, Marx asistió desde entonces con regularidad a sus reuniones, que a veces se celebraban varias veces por semana. Durante varios años hizo gala de un tacto diplomático poco común para conciliar las diferencias entre diversos partidos, facciones y tendencias. La Internacional creció en prestigio y en número de miembros, que alcanzó quizás los 800.000 en 1869.
Su discurso contenía la siguiente observación profética:
Si la emancipación de las clases trabajadoras requiere su concurso fraternal, ¿cómo podrán cumplir esa gran misión con una política exterior que persigue designios criminales, jugando con los prejuicios nacionales y dilapidando en guerras piráticas la sangre y el tesoro de los pueblos?… [Tales conflictos] han enseñado a las clases trabajadoras el deber de dominar por sí mismas los misterios de la política internacional; de vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos gobiernos; de oponerse a ellos, si es necesario, con todos los medios a su alcance; cuando no puedan impedirlos, de unirse en denuncias simultáneas y vindicar las simples leyes o la moral y la justicia, que deben regir las relaciones de los particulares, como las reglas fundamentales de las relaciones entre las naciones. La lucha por una política exterior semejante forma parte de la lucha general por la emancipación de las clases trabajadoras.
La Segunda Internacional, fundada en 1889 y sucesora de la Internacional Obrera, fue el origen de los partidos socialistas de masas europeos. Se desintegró durante la Gran Guerra y fue reformada en 1923 en alianza con los anticomunistas . La Tercera Internacional nació como una organización de abierta oposición al imperialismo y comprometido con la recién creada República Soviética.
Así pues, el proyecto de una organización comunista mundial no solo fue la continuación del proyecto de Marx, Engels , y los primeros comunistas, sino también un producto de la dolorosa experiencia de la Segunda Internacional y una forma de respaldar al naciente el poder soviético. A pesar de todos los defectos inherentes de cualquier experimento de reconfiguración global, el lugar que ocupa hoy Rusia en el mundo es producto de esa empresa histórica impulsada por los comunistas.
El proyecto de una izquierda mundial no es, pues, la vana fantasía de una camarilla de intelectuales desvinculados; es un gran proyecto histórico. Por tanto, es oportuno, paralelamente al reexamen de la URSS, reconsiderar el ideal de una o más organizaciones mundiales de masas, dedicadas a los intereses de clase de los desposeídos del mundo y que incluyan en este compromiso los intereses de sus naciones oprimidas.
La cuestión de la economía geopolítica
Como líder autoproclamado del mundo capitalista, Estados Unidos también dirige sus guerras imperiales. En la actualidad, pueden identificarse al menos cinco de ellas: la guerra por procuración contra Rusia, la ofensiva económico-militar contra China, la lucha por el control del petróleo de Oriente Medio, las intervenciones basadas en la Doctrina Monroe en América Latina y las sangrientas guerras por los recursos en África. En conjunto, constituyen un conflicto militar y económico global que tiene dos frentes: el mundo imperialista, cuya composición ha permanecido prácticamente inalterada desde 1914, y prácticamente el resto del mundo como antagonista.
Esta es una guerra mundial en todo menos en el nombre. Y no es menos costosa en términos de sufrimiento humano que las dos anteriores, si incluimos a las víctimas del hambre, la desposesión, la enfermedad y el abandono resultantes de los estragos causados por las políticas neoliberales, las aventuras militares o las sanciones coercitivas, punitivas e ilegales, y las dictaduras y masacres impuestas por Occidente. El imperialismo ha matado muchas veces más que las dos últimas juntas guerras mundiales.
Sin embargo, difiere de sus predecesoras en aspectos que todo el mundo debe esforzarse por comprender. El principal problema es la relación entre los aspectos militares y económicos de esta guerra.
El propósito de Occidente desde el descubrimiento de América, en 1492, ha sido controlar los recursos y la fuerza de trabajo del resto del mundo, es decir, preservar los privilegios históricos derivados en última instancia del robo. Sin embargo, la independencia, el desarrollo político y económico de sus presas le ha obligado a tratar de imponer su voluntad con una combinación híbrida de medidas militares, políticas y económicas, bloqueando el desarrollo de las naciones del Tercer Mundo para que se limiten a ser proveedores de bienes primarios y mano de obra barata, mientras se les roban recursos para alimentar a sus ricos y pacificar a sus pobres. Esto tiene un resultado insidioso: se enmascaran las causas de la miseria del Tercer Mundo. Occidente la atribuye a causas «naturales» o culpa a las víctimas.
Aun así, esto ya no es suficiente para evitar el declive de Occidente. Por ello, ahora recurre a acciones militares cada vez más agresivas, hasta el punto que, como ha señalado Serguéi Lavrov, está al borde de una guerra abierta contra Rusia, y muy posiblemente contra China. ¿Por qué? Porque el fracaso de su propia economía no le deja otra opción que intentar arrastrar al resto del mundo con ella.
Su método para lograrlo se ha limitado hasta ahora, en virtud de su propia debilidad, a infligir daños, con la intención de hacer imposibles aquellos desafíos que sus propios fracasos económicos hacen inevitables. Capaz únicamente de destruir, devasta pueblos enteros y pasar a cuchillo a un país tras otro: basta pensar en Irak, Libia y Afganistán. Incluso esto palidecería si lograra sus actuales objetivos militares, que van mucho más allá de Ucrania, hasta la destrucción de Rusia como nación y una masacre que equivale a un genocidio contra los pueblos de habla rusa del mundo.
Ahora se encuentra en el final del juego. El realineamiento del Sur Global en respuesta a las sanciones está liberando la lógica implacable de un sistema de seguridad sin OTAN, un orden multipolar y un sistema comercial sin dólares.
Una victoria militar completa por cualquiera de las partes es imposible; el único resultado de cualquier intento de cambiar esta ecuación es la aniquilación nuclear. Sin embargo, Occidente responde a todos sus problemas internos con agresiones externas. El mundo solo podrá resolver pacíficamente los conflictos económicos subyacentes cuando Occidente se vea obligado a abandonar, de una vez por todas, la idea de que pueden resolverse por la fuerza.
Por lo tanto, un nuevo modo de vida no puede lograrse ni exclusivamente por motivos económicos ni exclusivamente por motivos militares. Las alianzas necesarias para poner fin a la Tercera Guerra Mundial deben tener como objetivo tanto la liberación de la guerra como la liberación de la miseria. Ambas reivindicaciones deben estar dirigidas por la izquierda, con su programa histórico de «paz, tierra y pan».
Este movimiento debe combatir las circunstancias que empujan a los occidentales a sus aventuras. Todas las agresiones han surgido de los países centrales del capital. No hay concesión que el Tercer Mundo pueda hacer para rectificar este hecho fundamental del actual orden mundial. Un futuro pacífico y justo exige una profunda reorganización de los fundamentos económicos de las sociedades de Occidente, un orden basados actualmente en la búsqueda cada vez menos productiva del beneficio y la renta imperial, a costa de los derechos de sus pueblos. Este también es el programa histórico de la izquierda.
La cuestión de la clase
La Comintern no se fundó porque la recién formada Unión Soviética lo encontrara conveniente, sino porque los partidos de la II Internacional habían votado en 1914 a favor de apoyar a sus gobiernos en una guerra fratricida. Esto obligó a los revolucionarios a considerar la relación entre la retórica y la acción real de los socialdemócrata:
Los partidos de países cuya burguesía posee colonias y oprime otras naciones necesitan tener una posición explícita y clara sobre la cuestión de las colonias y los pueblos oprimidos. Cualquier partido que desee ingresar en la Internacional Comunista está obligado a desenmascarar los trucos y engaños de «sus» imperialistas en las colonias, apoyar no solo con palabras sino con hechos todo movimiento de liberación en las colonias, y exigir que sus propios imperialistas sean expulsados de esas colonias, junto con educar a los trabajadores de su propio país una auténtica fraternidad hacia los trabajadores de las colonias y los pueblos oprimidos, agitando sistemáticamente entre las tropas de su propio país la NO colaboración en la opresión de los pueblos coloniales…
Esta declaración de la Comintern nunca fue abandonada ni formó parte de sus numerosas controversias. Dado que estas controversias aún se recuerdan hoy en día, este hecho es muy significativo. Al contrario, sus principios y compromisos se fortalecieron con el paso del tiempo, particularmente en la conferencia de 1921 que adoptó las Tesis sobre la Cuestión Oriental que M.N. Roy, recuerda en el siguiente pasaje:
Al transformar a los campesinos y artesanos de los países sometidos en un proletariado agrícola e industrial, el imperialismo ha dado nacimiento a otra fuerza destinada a contribuir a su destrucción. Siendo así, el derrocamiento del orden capitalista en Europa, que se basa en gran medida en su extensión imperial, será logrado no solo por el proletariado avanzado de Europa, sino con la cooperación consciente de los trabajadores agrícolas y otros elementos revolucionarios de esos países coloniales y sometidos.
El hecho de que la Comintern añadiera la liberación colonial a las reivindicaciones del movimiento obrero, ¿alteró los ideales de los fundadores, como afirman los críticos, que ven la lucha antiimperialista sin relación o incluso opuesta a la lucha de clases? No lo creemos: lejos de negar la unidad de la clase obrera mundial, la Comintern la amplió. Reconoció que las clases trabajadoras (que en la era de la expropiación masiva de los terratenientes podemos llamar más exactamente las clases sin propiedad) ahora incluían un enorme «proletariado agrícola e industrial» que el imperialismo «hizo nacer».
Por lo tanto, estas declaraciones no contradicen la Primera Internacional. Encarnan el principio de Marx que «ninguna nación que esclavice a otra podrá jamás ser libre». En el contexto de la guerra fratricida de 1914 este concreta el punto de vista del Manifiesto: «los comunistas no tienen intereses especiales propios, excepto representar el interés general de todos los trabajadores».
Los trabajadores, afirmaba la Comintern, solo podrían actuar a escala mundial si la clase obrera de los países imperialistas se ponían del lado del ejército proletario, mucho más numeroso, de las colonias. La Comintern era una alianza explícitamente antiimperialista que seguía siendo una alianza de izquierda porque, al igual que sus predecesoras, quería representar a escala mundial los intereses de los sin propiedad frente a los de los propietarios.
La economía del imperialismo
Roy proporcionó a la Comintern un análisis sorprendentemente «moderno» del imperialismo que añade otra dimensión crucial: la experiencia práctica de los pueblos del mundo colonial.
Como resultado de la guerra, el mundo se encuentra ahora dividido en dos grandes imperios coloniales, pertenecientes a dos poderosos Estados capitalistas. Los Estados Unidos de América se esfuerzan por asumir el derecho supremo y exclusivo de explotar y gobernar todo el Nuevo Mundo, mientras que Gran Bretaña ha anexionado a su imperio prácticamente a todos los continentes de Asia y África… sin embargo el control de las finanzas mundiales, que durante un siglo fue monopolio de los capitalistas británicos, se ha transferido en gran medida a manos de los capitalistas estadounidenses, que no puede considerarse que hayan alcanzado aún el período de decadencia y desintegración…
El desarrollo económico e industrial de los países ricos y densamente poblados del Este darán un nuevo vigor al capital occidental. Existen grandes posibilidades en estos países que proporcionan mano de obra barata y nuevos mercados no se agotarán en breve. Por lo tanto, la destrucción del derecho monopolístico del vasto imperio colonial occidental en oriente será un factor vital para el derrocamiento final y victorioso del orden capitalista en Europa.
Las tesis de Roy no pueden etiquetarse fácilmente como las opiniones de una sola persona. Representaban una opinión común entre los revolucionarios de los países colonizados. Otros documentos, como los del Congreso de los Trabajadores del Este [ Moscú 1921], atestiguan que la lucha anticolonial no se limitó a integrar, sino que definió esencialmente la política de la Comintern. Lo cierto es que las tesis de Roy fueron adoptadas y forman parte ineludible de la identidad histórica de la Comintern.
El punto crucial es que la Comintern identificó el imperialismo como un fenómeno económico. Roy explica lo que hace ricos de los países imperialistas, a saber, su supuesto «derecho monopolístico de explotación».
El imperialismo capitalista alcanzó su apogeo en 1914, tras lo cual inició su largo declive en virtud de las rivalidades interiimperialistas que desembocaron en guerras mundiales, revoluciones comunistas e independencias nacionales en las antiguas colonias con una gran «revuelta contra Occidente». A Estados Unidos le tocó liderar el mundo imperialista en este periodo. Incapaces de recrear el imperialismo formal del pasado, los dirigentes estadounidenses han tratado de presentar su imperio económico como una fuerza que ha extirpado los viejos imperios de Gran Bretaña, España, Portugal, Francia y Holanda. Sin embargo el imperialismo estadounidense igualmente esclaviza cruelmente a su víctimas como los viejos imperios, muchas veces utilizando a sus bancos como si fueran ejércitos y otras tanto manu militari.
Al negar el papel histórico a los pueblos que lograron la liberación con las armas en la mano, mientras Estados Unidos se apoderaba de esos «viejos imperios» (un ejemplo es Filipinas) el imperialismo norteamericano ha perfeccionado el sistema de explotación de los vencidos en una forma moderna y específicamente capitalista: igual que los trabajadores asalariados, que son formalmente libres pero económicamente esclavizados.
Esta narrativa del capitalismo en los siglos XX y XXI ha dado lugar a dos visiones distintas del imperialismo. La tradición de la Comintern, que persiste, sostiene que el imperialismo es un medio para explotar a los pobres de las naciones subordinadas, algo a lo que Occidente sigue aspirando, aunque tiene en contra una creciente resistencia, con el desarrollo, de los llamados Segundo y Tercer Mundos.
Por otra parte, en las guerras subsiguientes, militares e híbridas, Estados Unidos intentó confinar la visión del imperialismo al colonialismo formal al estilo del siglo XIX, en el que Estados Unidos desempeñó, en el mejor de los casos, un papel marginal. Según esta perspectiva, el imperialismo se distingue por la ocupación de territorios. Pero, puesto que Occidente no puede, en ningún caso, continuar con el imperialismo formal, sus acciones militares se limitan a provocaciones y guerras por poderes. A partir de esta interesada y abstrusa visión ahora hay quienes en la «izquierda» acusan de imperialismo a los países que intentan defenderse del imperialismo.
Por eso tantos intelectuales occidentales de «izquierdas» que interpretan el imperialismo en el sentido liberal estadounidense acusan a Rusia de imperialismo. Para ellos no importa que los ciudadanos del Donbass hayan sido bombardeados día y noche durante ocho años, o que el gobierno ucraniano y sus fascistas de Azov asesinen sistemáticamente a los ciudadanos del Donbass.
Para estos intelectuales y políticos, los residentes históricos de las regiones de habla rusa están ocupando la propiedad nacional de Ucrania; no tienen derecho a estar allí y deben ser sometidos a una limpieza étnica. Solo hay que rascar un poco la superficie de esta concepción racista para descubrir el impulso genocida que mueve la agenda liberal.
Cualquier movimiento antiimperialista mundial debe basarse, por tanto, en un concepto claro de lo que es el imperialismo: un sistema económico mundial de explotación basado en diferencias y discriminaciones impuesto por una quinta parte a las cuatro quintas partes restantes de la humanidad . Esto tiene dos consecuencias.
En primer lugar, el antiimperialismo no puede limitarse a oponerse a las acciones militares de las potencias de la OTAN. Debe oponerse a todo lo que priva a los pueblos de las naciones no imperialistas, entre las que incluimos a Rusia, de los frutos de su trabajo: debe oponerse a la servidumbre por deudas, a condiciones comerciales manifiestamente injustas, a las leyes restrictivas de la propiedad intelectual, a la dictadura financiera, a la negación de la soberanía económica y a las sanciones. El antiimperialismo empieza y termina con la defensa de los derechos de las personas, no de los derechos de propiedad.
La «izquierda» imperialista niega el vínculo entre capitalismo e imperialismo, alegando que Marx no lo definió (Desai 2020). Por lo tanto, son libres de caracterizar la revolución rusa como una desviación de Marx y a sus líderes, en particular a Lenin, como una «aberración autoritaria». Nada más lejos de la realidad, bastaría esta afirmación: «Si los liberales no pueden comprender cómo una nación puede enriquecerse a expensas de otra, no es de extrañar que esos mismos señores se nieguen a comprender cómo dentro su clase, dentro de su nación, se pueden enriquecerse a expensas de otros» (Marx 1848⁄1976, 4645).
En segundo lugar, no hay más imperialismo que el de las patrias originales del capitalismo (en gran parte occidentales). Rusia no es una potencia imperialista, y punto. Tampoco lo es China. Tampoco lo es Sudáfrica, ni Turquía, ni la India, ni ningún supuesto subimperialismo «regional» de un país cuyas clases trabajadoras estén oprimidas entre cinco y veinte veces más por los amos imperialistas que por el más ambicioso y oligárquico de sus capitalistas autóctonos. Estos países, por tanto, no tienen destino dentro del mundo imperialista; su futuro está en un desarrollo independiente que se centre en servir a sus pueblos. Este también deber ser el programa de la izquierda.
¿Qué tipo de nueva internacional se necesita?
La idea de una nueva organización internacional de la izquierda no es una propuesta nostálgica. Con el mundo entrando en un periodo de cambios tumultuosos, se hace cada vez más evidente lo necesaria que es. Su realización requiere un debate estratégico sobre qué tipo de partidos y qué relaciones entre ellos son necesarios. Cada una de las tres primeras Internacionales se adaptó a circunstancias históricas distintas. ¿Qué parámetros históricos influyen en una nueva Internacional? Podemos identificar cinco:
- Hasta ahora, las revoluciones socialistas no se han producido en las patrias imperiales del capitalismo, sino fuera de ellas; adoptando la compleja forma dual de una lucha antiimperialista combinada con una lucha anticapitalista.
- Con la disolución de la URSS , Rusia en la práctica se auto-anuló al renunciar tanto a sus orígenes como a sus logros. Esta renuncia a su herencia comunista le ha llevado a dejar de lado medidas que tanto necesita para su desarrollo y su éxito militar: planificación, gestión del comercio y de los flujos de capital, regulación financiera, equidad social y propiedad estatal.
- Ha surgido un nuevo y poderoso Estado socialista, la República Popular China, junto con los socialismos de Cuba, Vietnam y Corea del Norte. Estos están en deuda con la URSS, pero han seguido su propio camino. China es hoy el principal desafío económico al orden imperialista mundial. Con métodos genuinamente socialistas ha eliminado la pobreza extrema, ha ofrecido a la mayoría de sus ciudadanos un nivel de vida significativamente bueno y ha trazado un sistema comercial alternativo cada vez más atractivo a la alternativa neoliberal que ofrece el imperialismo dirigido por Estados Unidos.
- La reacción neoliberal a la ralentización del crecimiento de la década de 1970 ha debilitado decisivamente las economías de Occidente, alimentando una vasta expansión de actividades financieras que exacerban aún más su debilidad productiva (Freeman- Desai). Este declive está en la raíz de la pérdida de control de Occidente y del surgimiento de un nuevo orden multipolar. Los países occidentales se encuentran inmersos en una espiral de declive económico, división social, estancamiento político y desintegración cultural.
- Privado, uno a uno, de los resortes económicos que antes poseía, la agresión es ahora el único recurso de que dispone Occidente. La batalla por la paz –que significa obligar a Occidente a abandonar cualquier idea de resolver sus problemas económicos por medios militares– se ha convertido así en la tarea más urgente a la que se enfrenta la humanidad.
La reacción de Occidente ante estos hechos es catastrófica. El mundo solo podrá resolver pacíficamente los conflictos básicos cuando [Occidente] se vea obligado a abandonar de una vez por todas sus impulsos imperialistas. Esta es, en primer lugar, la tarea de cualquier nueva asociación de los pueblos del mundo.
El imperialismo y la base de la unidad entre los pueblos
Desde la perspectiva del liberalismo estadounidense la visión de la «izquierda» occidental no es más que una variante de su pensamiento, cualquier país que defienda a su pueblo es imperialista. En una fantástica inversión de la realidad, el empeño de la OTAN por cercar a Rusia, derrocar su gobierno y destrozarla es una batalla por la libertad, mientras que la defensa por parte de Rusia de las víctimas de los fascistas ucranianos es un acto de agresión.
Esto se debe a una profunda incomprensión de la esencia económica del imperialismo. Aunque la «izquierda» occidental está increíblemente confundida al respecto, los principios teóricos son una parte extraordinaria de su herencia marxista: toda la riqueza se deriva del trabajo y todos los sistemas de clases transfieren esta riqueza a personas que no la produjeron. La riqueza de las naciones imperialistas, que constituyen una quinta parte de la humanidad, es producida por el trabajo de las cuatro quintas partes restantes.
El punto clave es que la división del mundo de la época colonial, entre un pequeño grupo de naciones ricas y el resto, ha vuelto a imponerse en los tiempos modernos, como han señalado el presidente Putin y otros oradores del Club Valdai, esto se refleja en las estructuras militares de Occidente: solo un miembro de la OTAN, Turquía, pertenece al Sur.
El «Occidente colectivo», o como lo llamó la Comisión Brandt, el «Norte Global», era, en el apogeo de la era neoliberal (1995) veinte veces más rico, en términos de PIB, que el resto del mundo (con la excepción de China) y diez veces más rico que Rusia (Freeman). El imperialista «Norte Global» defiende un monopolio de productos de alta tecnología que exporta a precios elevados al resto del mundo y actúa mediante la hegemonía del dólar, utiliza el chantaje económico, la esclavitud de la deuda, la intervención militar, las sanciones punitivas y el cambio de régimen para obligar al Sur a venderle mano de obra barata y productos primarios a precios exorbitantemente bajos.
Pero precisamente por eso el Club Imperialista es selectivo: no admite nuevos miembros. Desde 1914 (Freeman) solo se ha permitido la entrada de Corea del Sur, y esto fue para evitar que Corea se uniera y se hiciera socialista. Para comprender este punto, hay que entender que el monopolio es la forma más elevada de competencia y no, como afirman los economistas neoclásicos, una alternativa a la competencia. La historia del imperialismo moderno consiste en mantener fuera a todos los rivales posibles. Tras la Primera Guerra Mundial, los aliados impusieron a Alemania la punitiva paz de Versailles, responsable en gran medida de la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, Japón y Alemania fueron admitidos en el club solo para evitar que se convirtieran en socialistas, y a condición de que estuvieran controlados por Estados Unidos.
Por lo tanto, por mucho que los capitalistas del Sur aspiren a convertirse en imperialistas, no se les permitirá. Los europeos han humillado a Turquía manteniéndola en la cuerda floja durante dos décadas con la falsa promesa de unirse a Europa. Estados Unidos trabaja constantemente para reducir a Rusia a un estatus subordinado y rompiendo todos los lazos económicos rusos con Europa, lo que les permite perpetuar su dominio sobre Europa.
El reparto imperialista del mundo excluye por tanto, por decisión de sus elites, a Rusia, Brasil, Turquía, India, Arabia Saudí, Sudáfrica, Indonesia o cualquier potencia «emergente», por mucho que sus gobiernos aspiren erróneamente a jugar algún papel en el sistema imperialista, solo les queda el rol de títeres.
Por eso es la oposición al sistema imperialista mundial, y no las supuestas aspiraciones de los países no imperialistas, la base de la unidad necesaria. Pero, dada la gran diversidad de sistemas sociales y económicos de estos países, ¿es necesario plantearse otras «condiciones de admisión»? Este es uno de los elementos más radicales de nuestra propuesta: que la oposición al imperialismo no implique la aprobación de ninguna política interna concreta en las naciones oprimidas. Esta es una cuestión que compete a los pueblos de esos países. La razón es que la derrota mundial del imperialismo crea las mejores condiciones para la victoria de los sin propiedad en todas las naciones, incluidas las naciones oprimidas en las que el capital sigue dominando.
La verdadera elección que hay que hacer, sostenemos, es que tal movimiento debe basarse en el rechazo de la política divisionista de la derecha. Por eso proponemos un movimiento y, a largo plazo, una organización antiimperialista de izquierdas. Sin embargo, la cuestión no es del todo sencilla debido a la necesaria distinción, que hicimos al principio, entre gobiernos y partidos o movimientos. Volveremos sobre este punto en la conclusión.
¿Existe el antiimperialismo de derechas?
En la niebla de la guerra, las cosas se expresan engañosamente y el liderazgo político debe distinguir la apariencia de la esencia. Es innegable que la «izquierda» occidental respalda la guerra por delegación de la OTAN contra Rusia y que la oposición parlamentaria a esta guerra, en el Occidente colectivo, se expresa en corrientes de derecha en la política interna como el trumpismo, Le Pen, AfD u Orban.
A este respecto, es esencial la separación entre las tareas de los gobiernos y las de los movimientos o partidos de masas. Una nación oprimida tiene todo el derecho a identificar y explotar cualquier fisura en las filas de sus enemigos, incluso a establecer alianzas tácticas con cualquier gobierno que se ponga de su lado contra tal o cual ofensiva imperialista. Sin embargo, esto no es una cuestión estratégica y no debe confundirse con la construcción de movimientos o partidos de masas eficaces.
Esto no quita que los partidos y movimientos de derechas no tengan cabida en un movimiento antiimperialista, de hecho esto dividiría a los trabajadores: pero la función de la izquierda es, y siempre ha sido, unir a los trabajadores. Los principios de cualquier alianza popular genuina deben incluir el rechazo explícito de cualquier intento de explotar las divisiones entre los trabajadores. Este es el concepto original de clase de la «izquierda» que se incluyó en la fundación de la Primera Internacional. Su declaración fundacional dice así:
Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores: que los esfuerzos de los trabajadores para lograr su emancipación no deben dirigirse al establecimiento de nuevos privilegios, sino al establecimiento de los mismos derechos y deberes para todos;
Que el sometimiento del trabajador al capital es la raíz de toda esclavitud; política, moral y material;
Que, sobre esta base, la emancipación económica de los trabajadores es el gran fin al que debe subordinarse toda actividad política;
Por estas razones:
Los abajo firmantes, miembros del Consejo elegidos por la reunión celebrada en St Martin’s Hall, Londres, el 28 de septiembre de 1864, declaran que esta Asociación Internacional, así como todas sus sociedades afiliadas o individuos, reconocerán que su conducta hacia todos los hombres debe basarse en la Verdad, la Justicia y la Moral, sin distinción de color, credo o nacionalidad.
La Segunda Internacional, hay que decirlo, fue más que ambigua en este punto. Ya estaba infectada de la perspectiva imperialista que determinaría la reacción de sus partidos ante la guerra. Probablemente la piedra de toque sea la cuestión del antisemitismo. Aunque no era la única forma de racismo que se podía encontrar en estos partidos, fue fundamental en la formación del socialismo europeo porque los judíos, el pueblo más oprimido de Europa, formaban el ala más consecuentemente revolucionaria del movimiento obrero, mientras que el racismo antijudío era la punta de lanza no solo del compromiso con el imperialismo sino también de lo que se convertiría en el nazismo.
La II Internacional incluía, no solo en sus filas sino entre sus dirigentes, a destacados antisemitas como el líder británico Henry Hyndman. Buscaba un «consenso sobre la cuestión judía», es decir, intentaba derrotar al racismo dando la razón a los racistas. La inutilidad de este planteamiento quedó ilustrada por sus decisiones: tras aprobar una resolución unánime de condena del antisemitismo, aprobó inmediatamente una resolución corregida por los delegados blanquistas Dr. A. Regnard y M. Argyriades contra la «tiranía filosemita», señalando que muchos banqueros judíos eran «grandes opresores de los trabajadores». El Times informó de que la resolución fue «recibida con aplausos y aprobada con muy poca oposición».
La III Internacional retomó el programa clásico de la izquierda de unir a los trabajadores y, por tanto, rechazó inequívocamente el racismo en todas sus formas. En su preámbulo se afirma:
La Internacional Comunista rompe definitivamente con las tradiciones de la II Internacional que, en realidad, solo reconocía a la raza blanca. La tarea de la Internacional Comunista es emancipar a los trabajadores del mundo entero. En sus filas están fraternalmente unidos hombres de todos los colores –blancos, amarillos y negros – , los trabajadores de todo el mundo.
Es cierto que la Comintern estaba lejos de ser claro en una posición formal sobre la opresión de la mujer, y la frase anterior no es más un modelo de sensibilidad de género. En sus estatutos no se menciona la lucha por el sufragio. En la práctica, sin embargo, el movimiento obrero no solo fue el aliado más consecuente de las luchas de las mujeres de la clase obrera, sino que este principio tiene raíces muy antiguas.
Como atestigua Clara Zetkin (1919[1971]), tanto la Primera como la Tercera Internacional se fundaron sobre un antiguo compromiso con la lucha de las mujeres de la clase obrera por la igualdad de derechos que se remontaba a la Asociación de Hilanderas y Tejedoras de Sajonia, que fue el bastión de la corriente de Marx dentro de la Primera Internacional.
En resumen, no hay ninguna base sólida para incluir, en un movimiento antiimperialista coherente, a ningún partido o movimiento que explote las divisiones en la clase obrera, ya sea sobre la base del «color, credo o nacionalidad», o cualquier otra distinción o separación, incluyendo el género o la preferencia de género, que al dar un estatus privilegiado a un sector de los sin propiedad, los enfrenta entre sí. «Izquierda» significa derechos universales para los desheredados. Punto y aparte, sin excepciones.
¿Hay razones para cambiar esto? ¿Podemos calificar proyectos como los de Orban –o Le Pen, o Meloni– de meramente «nacionalistas»? Debido a los fracasos de la izquierda, ahora hay una batalla entre la ideología de la izquierda y la ideología de la derecha en la que la gente va y viene en ambas direcciones.
En la práctica, la pregunta debería responderse de otra manera: los movimientos obreros antiimperialistas no solo deberían trazar una línea contra todas las prácticas divisorias, sino ponerse del lado de las luchas reales de los oprimidos del momento. Por eso, por ejemplo, es crucial ponerse del lado de los que salieron a la calle contra el asesinato policial de George Floyd en Estados Unidos; por eso, creemos que es un error presentar las luchas de masas por los derechos de los negros, las mujeres y los homosexuales como una manifestación del «wokismo».
El «wokismo» es un enemigo de paja; cuando el establishment liberal estadounidense recurre a gestos simbólicos para unos pocos ricos, abandonando a millones de mujeres trabajadoras, negros y gays a su suerte en un sistema neoliberal que solo refuerza sus opresiones específicas al tiempo que profundiza la desigualdad material. Oponerse a esto es diametralmente opuesto a apoyar a gente como Orban, que lidera ataques físicos racistas contra inmigrantes y gitanos, o Le Pen contra los árabes, AfD contra los turcos, Meloni contra los africanos o Trump contra los mexicanos. No hacen más que atacar a las víctimas del imperialismo que tienen la osadía de presentarse en el mundo imperialista. La izquierda tampoco puede ponerse del lado de gente como Modi, con sus pogromos antimusulmanes, o Bolsonaro con su desprecio por los indígenas y los negros de Brasil.
¿La dictadura de qué? Izquierda, derecha e independencia
Otros dos puntos de la declaración de la Comintern merecen atención. En primer lugar, los partidos de la Comintern en los países imperialistas tenían tareas diferentes de los de los países oprimidos, un punto olvidado por la izquierda occidental que, consumida por la arrogante creencia liberal de que sus sistemas sociales son superiores, sufre de una necesidad aparentemente incontrolable de decir a todos los demás lo que tienen que hacer.
Como ya se ha señalado, la Comintern prescribió que sus miembros de los países imperialistas debían actuar en sus propios países «no solo con palabras sino con hechos» en apoyo de «todo movimiento de liberación». Esto es lo contrario del liberalismo, que asume que los valores occidentales –enraizados en la propiedad privada como la libertad suprema– son un principio universal que todo el mundo debe aceptar. La conducta de la izquierda occidental en el conflicto ucraniano, por no hablar de Yugoslavia, Irán, Irak o Afganistán, habría sido razón más que suficiente para negarles la admisión en la Comintern; su tarea se habría limitado a sacar a sus propios gobiernos del conflicto.
Este principio «no intervencionista» de las relaciones entre las naciones opresoras y oprimidas corresponde, pues, exactamente al respeto de la soberanía nacional que se requiere en un mundo multipolar.
Los principios de la Comintern también obligan a los comunistas occidentales a apoyar «cualquier» movimiento de liberación, no solo los que ellos prefieran. Pero no todos los movimientos de liberación son socialistas. Algunos, como la lucha de Chipre para escapar del dominio británico, incluyeron líderes explícitamente fascistas. El peronismo en América Latina tiene una compleja relación con el fascismo que aún proyecta su sombra sobre Argentina.
Sin embargo, los principios de la Comintern establecieron una distinción entre los gobiernos que, como Ucrania, se convierten en marionetas del imperialismo y los que se oponen a él. Estos no tienen necesariamente gobiernos de izquierdas. Miembros de la actual coalición emergente contra las sanciones a Rusia, como India, tienen gobiernos claramente de extrema derecha, incluso fascistas (Desai), mientras que otros como China y Vietnam están a la izquierda de todo lo que la Comintern encontró en su tiempo. Esta variedad es la razón por la que el término «multipolar» de Hugo Chávez es apropiado, porque describe un mundo, tal y como lo describió el presidente Putin en la conferencia del Club Valdai de 2022, un concepto que contiene una amplia variedad de sistemas sociales. ¿Entra esto en conflicto con el principio del internacionalismo proletario?
La historia sigue su curso y creemos que resolver este problema es una de las tareas primordiales del movimiento de masas que debe crearse. De forma controvertida, creemos que no debe resolverse escribiendo «socialismo» en los principios de un nuevo movimiento internacional. Como hemos señalado, los primeros comunistas no estaban comprometidos con un sistema económico, sino con la defensa inequívoca de los derechos de los desposeídos . Además, como se desprende claramente de la historia del socialismo desde la Revolución Bolchevique, el camino hacia el socialismo pasa por distintas formaciones antiimperialistas que crean sus propios caminos distintivos hacia el socialismo, pasa, en resumen, por la multipolaridad. Una cuestión más compleja es la del poder de la clase obrera, con la que la Primera y la Tercera Internacional estaban efectivamente comprometidas.
La Comintern fue conocido por su apoyo inequívoco al sistema soviético. El primer punto de sus Condiciones de Admisión reza así:
Toda la actividad de propaganda y agitación debe ser de naturaleza auténticamente comunista. Toda la prensa del partido debe estar bajo la dirección de comunistas de confianza que hayan demostrado su devoción a la causa de la revolución proletaria. La dictadura del proletariado no debe ser considerada simplemente como una fórmula aprendida mecánicamente de uso común; debe ser defendida de tal manera que su necesidad sea comprensible para cualquier obrero o trabajador ordinario, para cada soldado y campesino, partiendo de los hechos de su vida cotidiana, que debe ser informado y utilizado diariamente en nuestra prensa.
Sin embargo, sería un error concluir que la III Internacional fue una mera creación del Estado soviético. Las condiciones históricas que llevaron a los comunistas a esta posición fueron históricamente precisas y transitorias. La Unión Soviética fue la primera en sustituir el poder capitalista por el poder obrero. Como tal, la Comintern pudo ser un recurso y un aliado en las luchas de los trabajadores de todo el mundo, razón no menor por la que las agresiones de los enemigos del naciente estado obrero, incluidos los dirigentes superestrellas de la II Internacional como Kautsky, se centraron en atacar a esta organización internacional de los trabajadores.
Para los comunistas, por tanto, era imperativo reconocer como legítima la forma específica de poder estatal en la que basaban su dominio, a saber, el sistema soviético. No sin razón, proclamaban que era una forma superior de democracia. Su defensa era la primera línea de batalla. Sin ella, el objetivo primordial de las dos primeras Internacionales –representar el interés común de todos los trabajadores– no habría podido alcanzarse, porque los trabajadores se habrían visto privados de los medios para hacer aquello en lo que Marx y Engels habían insistido, elevar a su clase a la condición de gobernantes.
¿Debería la nueva Internacional que proponemos privilegiar igualmente a algunos o a todos los Estados socialistas existentes? Creemos que no. No es necesario ni posible ahora. No es posible porque una forma específica de poder estatal, en un mundo que contiene una variedad de países socialistas, no puede ser la base de la unidad. El camino distinto hacia el poder de la clase obrera que debe seguirse en cada país de un mundo pluripolar debe ser objeto de debate, no de edicto. Además, en ese mundo multipolar, la Internacional que proponemos contendrá muchos Estados que no se identifican como socialistas, pero que se oponen activamente al imperialismo y donde, en muchos casos, los intereses de la clase obrera tienen prioridad sobre los de los capitalistas.
Incluirá no solo a China o Cuba, sino también a países como Irán, hijo de un proceso revolucionario que lo ha puesto en el punto de mira del imperialismo, en la vanguardia de la lucha contra la dominación occidental de Oriente Medio, y que mantiene sus posiciones bajo sanciones, el terrorismo de Estado norteamericano, asaltos militares diarios y revoluciones de colores. Es demasiado fácil para el liberalismo occidental imponer su juicio wilsoniano sobre estos procesos separados sin intentar siquiera averiguar a través de los revolucionarios chinos, vietnamitas, cubanos, norcoreanos e iraníes cómo figura su Estado en la lucha de clases de su país.
Los medios por los que los trabajadores pueden imponer sus intereses a un Estado es una cuestión histórica concreta que debe resolverse mediante la experiencia práctica. Por ejemplo, en China y Vietnam, el Partido Comunista es el órgano central del Estado. Aunque vilipendiados en Occidente por ser «autoritarios» y «totalitarios», estos pueden presumir de ser bastante más democráticos que los autodenominados guardianes occidentales. Si se tiene en cuenta que el PCCh tiene más miembros que la población de cualquier país europeo y que sus instituciones son elegidas, la afirmación de que este sistema es «antidemocrático» en comparación con las dictaduras parlamentarias de Occidente pierde toda credibilidad. Se pueden hacer observaciones similares para los sistemas cubano y norcoreano.
La forma en que la clase obrera puede tomar el poder y hacerlo efectivo requiere intercambios entre los pueblos del mundo multipolar al más alto nivel posible. De hecho, se necesita una internacional precisamente para que tales debates puedan tener lugar, independientemente de los intereses y la implicación de los gobiernos nacionales.
¿Ha fracasado el proyecto de la Izquierda Internacionalista? Como ha señalado Domenico Losurdo, ningún proyecto histórico puede evaluarse con precisión discutiendo lo que ha logrado. En su lugar, debemos evaluar el efecto de sus ideales. La Internacional Comunista no consiguió alcanzar el socialismo en Europa. Por el contrario, sus partidos de masas fueron derrotados por los enemigos de la primera revolución socialista del mundo. Mussolini triunfó en Italia, Franco en España y Hitler en Alemania.
En este preciso sentido, la III Internacional sufrió una gran derrota. Las fuerzas de la revolución en Europa no sólo fueron rechazadas, sino exterminadas. Como consecuencia del ascenso de Hitler, la URSS tuvo que enfrentarse directamente a la Alemania nazi. Sin el heroico sacrificio de sus pueblos, no viviríamos en un mundo digno de sus hijos. ¿Significa esto que el sacrificio de los mártires de la lucha antifascista, inspirados en el ejemplo soviético, que fueron a morir por millones en las cárceles y campos de batalla de Europa, fue en vano? ¿Supone su muerte un juicio sobre el ideal de una Internacional mundial de la clase obrera? ¿Debemos concluir que no vale la pena luchar contra el fascismo porque una vez perdimos? Es una visión fatalista. No podemos concluir de una derrota que la batalla antifascista nunca debió librarse; en todo caso, que la guerra aún está por ganar. El imperialismo no ha muerto. El fascismo está en auge. Los trabajadores están siendo atacados como nunca desde los años treinta. Rendirse no es una opción.
Además, y quizá este sea el factor más decisivo para una correcta evaluación histórica, el proyecto no fracasó fuera de Europa. La dirección de la oleada de revoluciones que siguieron a la derrota de Hitler, incluida la revolución china, fue moldeada no solo por esas luchas nacionales, sino por sus encuentros, en la Comintern de entreguerras, con los ideales y las luchas de los revolucionarios antiimperialistas de todo el mundo. El ideal comunista inspiró levantamientos anticoloniales en todo el mundo, a pesar de que cada uno de esos levantamientos siguió su propia trayectoria nacional.
Por último, no podemos completar ningún análisis del papel histórico de la Comintern sin una evaluación adecuada de las consecuencias de su disolución, que, como hemos argumentado (Freeman), demostró ser en muchos sentidos un importante error de cálculo histórico. Los dirigentes de la URSS creyeron que convencerían a Occidente de que abandonara sus ambiciones militaristas y opresivas eliminando la amenaza percibida de que «la Comintern socavaría su poder». Pero Occidente no correspondió. Nunca abandonó su agenda imperialista y nunca dejó de conspirar para derrocar a la URSS, cosa que consiguió porque la URSS luchaba con una mano atada a la espalda. ¿No es hora de que las clases trabajadoras del mundo vuelvan a luchar con los dos puños?
Tampoco podemos dejar de comentar las consecuencias de la escisión entre la dirección soviética y otros movimientos revolucionarios, tanto en Yugoslavia como en la desastrosa escisión con China, que, al dividir a las fuerzas objetivamente opuestas al imperialismo, preparó el terreno para muchos aspectos de la situación actual. Con una fase renovada de la lucha contra el imperialismo y el fascismo, y con la propia supervivencia del planeta en juego, ¿no es esta internacional más necesaria que nunca?
Alan Freeman, director de Investigación de Geopolítica Económica, Universidad de Manitoba – Canadá y Radhika Desai, profesora del Departamento de Estudios Políticos, Universidad de Manitoba – Canadá
Mayo de 2023
Fuente: https://valdaiclub.com/files/41176/
Documentación
Braunthal J. (1967): Historia de la Internacional (tres volúmenes), London, Praeger/Gollancz
Comintern (1920): Preámbulo de los Estatutos (https://www.international- communistparty.org/basictexts/english/20PreSta.htm.
Desai R. (2013): Geopolitical Economy: After US Hegemony, Globalization and Empire. Londres, Pluto Press.
Desai R.: «¿Un fascismo de los últimos días?», Semanario económico y político, 30 de agosto de 2014. volumen XLIX. nº 35, pp. 48 – 58.
Desai R. (2020): Marx’s critical political economy, ‘Marxist economics’ and actually occurring revolutions against capitalism’, vol. 41, pp. 1353 – 1370, Third World Quarterly.
Freeman A. (2019a): Divergence, Bigger Time: The unexplained persistence, growth, and scale of postwar international inequality’ (https://www.academia. edu/39074969/Divergence_Bigger_Time_The_unexplained_persistence_growth_and_scale_of_postwar_international_inequality).
Freeman A. (2019b): ‘The sixty-year downward trend of economic growth in the industrialised countries of the world’, Geopolitical Economy Research Group Data Project Working Paper #1, January 2019 (https://www.academia.edu/38192121/ The_sixty-year_downward_trend_of_economic_growth_in_the_industrialised_ countries_of_the_world).
Freeman A. (2022): El capital actúa a escala mundial, ¿no debería hacerlo el trabajo?, documento del Club de Debate Valdai.
Freeman, A. (2022): El socialismo y el momento de 1914, discurso en seminario en línea, 22 de abril de 2022 (https://www.academia.edu/77464617/Socialism_and_the_1914_ moment Consultado el 2 de enero de 2023).
Kelly C. y S. Laycock (2015): America Invades: Cómo hemos invadido o nos hemos involucrado militarmente con casi todos los países de la Tierra, Red de Editores de Libros.
Lenin V.I. (1920): Condiciones de admisión en la Internacional Comunista (Los «21 puntos») (https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1920/jul/x01.htm).
Losurdo D. (2011): Liberalismo: una contrahistoria, Londres, Verso
Losurdo D. (2020): Guerra y Revolución: Repensando el siglo XX, Londres, Verso.
Marx K. y Engels F. (1848): El Manifiesto comunista (https://www.marxists.org/ archive/marx/works/download/pdf/Manifesto.pdf).
Roy M.N. (1920): Tesis sobre la cuestión oriental (https://www.marxists.org/ archive/roy/1921/roy03.htm).
Rudé G. (1994): La Revolución Francesa: sus causas, su historia y su legado. Grove Press.
Estatutos de la Primera Internacional (https://theanarchistlibrary.org/library/theinternational-workingmen-s-association- estatutos-de-la-primera-internacional).
Weydemeyer J. (1852): La dictadura del proletariado (https://libcom.org/ article/dictatorship-proletariat-joseph-weydemeyer).
Zetkin C.: Sobre la historia del movimiento proletario femenino en Alemania, Verlag Roter Stern, 1971
Para una lista exhaustiva de las acciones militares estadounidenses en el extranjero, véase Instances of Use of United States Armed Forces Abroad, 1798 – 2022, Congressional Research Services (https://crsreports.congress.gov/product/pdf/R/R42738).