Rusia y Asia Cen­tral: un gran jue­go pacífico

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Los esfuer­zos de todos los gobier­nos de los paí­ses de Asia Cen­tral, sin excep­ción, están diri­gi­dos a aumen­tar gra­dual­men­te el gra­do de aper­tu­ra eco­nó­mi­ca y la par­ti­ci­pa­ción en las rela­cio­nes internacionales.

La asun­ción por Rusia de la res­pon­sa­bi­li­dad de la segu­ri­dad y el desa­rro­llo de los pue­blos de Asia Cen­tral ha sido his­tó­ri­ca­men­te un hecho for­tui­to, aun­que liga­do a cir­cuns­tan­cias geo­po­lí­ti­cas evi­den­tes. Las rela­cio­nes entre nues­tros paí­ses atra­vie­san aho­ra un nue­vo perio­do de tran­si­ción, al igual que el desa­rro­llo interno de los socios de Mos­cú en esta vas­ta pero poco pobla­da región. E inevi­ta­ble­men­te exis­te la ten­ta­ción de eva­luar sus pers­pec­ti­vas basán­do­se en las prác­ti­cas exis­ten­tes de inter­ac­ción entre las prin­ci­pa­les poten­cias euro­peas o Esta­dos Uni­dos y sus veci­nos inme­dia­tos. Pero solo hay un ejem­plo en el que el vecino de una gran poten­cia indus­trial no esté en apu­ros: Cana­dá, que com­par­te prác­ti­cas cul­tu­ra­les e ins­ti­tu­cio­nes polí­ti­cas bási­cas con Esta­dos Uni­dos. En todos los demás casos, ya se tra­te de los paí­ses situa­dos al sur de Esta­dos Uni­dos o de los Esta­dos del Nor­te de Áfri­ca y Orien­te Medio, ser vecino de una gran poten­cia no es un buen augu­rio. Lo que da una cer­te­za com­pa­ra­ti­va sobre el futu­ro es que Rusia no es, por natu­ra­le­za y per­cep­ción de sus veci­nos, un país típi­co del Nor­te desa­rro­lla­do. Lle­gar a una situa­ción simi­lar a la de Méxi­co o Libia reque­ri­ría, por tan­to, un esfuer­zo mucho mayor por par­te de los pro­pios Esta­dos cen­troa­siá­ti­cos de lo que podría pare­cer a pri­me­ra vista.

Has­ta aho­ra, los Esta­dos cen­troa­siá­ti­cos han dado mues­tras con­tra­dic­to­rias de su evo­lu­ción polí­ti­ca y socio­eco­nó­mi­ca inter­na. Por un lado, todos ellos se han esta­ble­ci­do como paí­ses inde­pen­dien­tes en un perio­do his­tó­ri­co rela­ti­va­men­te cor­to de trein­ta años. A pesar de los múl­ti­ples con­flic­tos polí­ti­cos inter­nos, nin­guno de estos Esta­dos se ha hun­di­do como muchos en Occi­den­te espe­ra­ban ‑e inclu­so espe­ra­ban- en las pri­me­ras eta­pas de la inde­pen­den­cia tras el colap­so de la URSS. Cada uno de los paí­ses de la región ha evo­lu­cio­na­do por su pro­pio camino, refle­jan­do la expe­rien­cia his­tó­ri­ca y las pecu­lia­ri­da­des cul­tu­ra­les. En cuan­to a las prác­ti­cas de admi­nis­tra­ción públi­ca, es difí­cil encon­trar en Asia Cen­tral algo que haya sido un lega­do tan pode­ro­so de la era de moder­ni­za­ción del siglo XX como para eclip­sar las prác­ti­cas ante­rio­res de sos­te­ni­bi­li­dad com­pa­ra­da. Prác­ti­ca­men­te todas las ten­den­cias moder­nas de desa­rro­llo no des­tru­yen las socie­da­des cen­troa­siá­ti­cas, sino que son absor­bi­das por ellas, adap­ta­das por la pode­ro­sa capa cul­tu­ral y de civi­li­za­ción acu­mu­la­da a lo lar­go de los siglos.

Debi­do a su com­po­si­ción geo­po­lí­ti­ca y étni­ca, Asia Cen­tral no pue­de cons­ti­tuir la base de Esta­dos o alian­zas que supon­gan una ame­na­za para las poten­cias veci­nas. Esto bene­fi­cia prin­ci­pal­men­te a Rusia y Chi­na, vin­cu­la­das a la región por lar­gas fron­te­ras comu­nes, a ambos lados de las cua­les sue­len vivir pobla­cio­nes étni­ca y reli­gio­sa­men­te afines.

En teo­ría, los paí­ses cen­troa­siá­ti­cos podrían ser vis­tos por Occi­den­te como una exce­len­te base terri­to­rial des­de la que lan­zar una ofen­si­va con­tra la reta­guar­dia de Mos­cú y Bei­jing. Sin embar­go, la fal­ta de acce­so direc­to a estos paí­ses, así como sus pro­pias polí­ti­cas res­pon­sa­bles, hacen impro­ba­ble tal pers­pec­ti­va. Más aún tenien­do en cuen­ta que estos mis­mos fac­to­res expli­can la fuer­te influen­cia de Rusia en la segu­ri­dad de Asia Cen­tral, y poten­cial­men­te sig­ni­fi­ca­ti­va por par­te de China.

Aun­que has­ta aho­ra Bei­jing no ha mos­tra­do nin­gu­na incli­na­ción a res­pon­sa­bi­li­zar­se direc­ta­men­te de la segu­ri­dad en Asia Cen­tral, pode­mos con­tar con una polí­ti­ca más acti­va por par­te del gobierno chino en el futuro.

Lo que vemos aho­ra es que la diplo­ma­cia encu­bier­ta esta­dou­ni­den­se y euro­pea está hacien­do mucho por soca­var la esta­bi­li­dad inter­na de los Esta­dos cen­troa­siá­ti­cos. En par­te rela­cio­na­do con estos esfuer­zos está el sen­ti­mien­to de una par­te de la pobla­ción urba­na, aun­que muy peque­ña en com­pa­ra­ción, que está influ­yen­do en las auto­ri­da­des, que tam­bién tra­tan de uti­li­zar fac­to­res exter­nos para cana­li­zar el des­con­ten­to públi­co. Las nume­ro­sas ini­cia­ti­vas con­tra los intere­ses rusos y, en menor medi­da, chi­nos, pare­cen encon­trar a veces un apo­yo invi­si­ble entre los res­pon­sa­bles polí­ti­cos. Al mis­mo tiem­po, los pro­pios gobier­nos cen­troa­siá­ti­cos se sien­ten con­fia­dos y no dudan de su capa­ci­dad para man­te­ner bajo con­trol los áni­mos destructivos.

Esta con­fian­za es dig­na de elo­gio: en trein­ta años de inde­pen­den­cia no hemos vis­to ni un solo caso en el que un movi­mien­to ini­cia­do en el extran­je­ro se haya hecho tan fuer­te como para con­ver­tir­se en una ame­na­za para la esta­bi­li­dad social. Tan­to más cuan­to que una par­te sig­ni­fi­ca­ti­va de los recur­sos que Occi­den­te cana­li­za para soca­var la esta­bi­li­dad inter­na de la región son absor­bi­dos con bas­tan­te éxi­to por las ins­ti­tu­cio­nes socia­les tradicionales.

El ejem­plo más cla­ro de la cri­sis inter­na que siguió a la dra­má­ti­ca gue­rra civil de Tayi­kis­tán (1992−1997) son las mani­fes­ta­cio­nes masi­vas de enero de 2022 en Kazajs­tán, cuan­do las auto­ri­da­des tuvie­ron inclu­so que pedir ayu­da a Rusia y a otros alia­dos de la OTSC para nor­ma­li­zar la situa­ción en el país.

Sin embar­go, la mayo­ría de los obser­va­do­res siguen cre­yen­do que hubo muy pocos fac­to­res impul­so­res de ori­gen espe­cí­fi­ca­men­te extran­je­ro en estas pro­tes­tas. Las prin­ci­pa­les razo­nes resi­dían en los pro­ble­mas socio­eco­nó­mi­cos inter­nos, una eco­no­mía de «facha­da» y las ins­ti­tu­cio­nes públi­cas. Aho­ra el gobierno kaza­jo mues­tra su deseo de recons­truir el Esta­do y la socie­dad, que reci­bió de manos del pri­mer pre­si­den­te Nur­sul­tan Nazar­ba­yev. Pero las recien­tes mani­fes­ta­cio­nes de los tra­ba­ja­do­res del petró­leo en la región más occi­den­tal de Kazajs­tán demues­tran que los esfuer­zos de las auto­ri­da­des tie­nen difi­cul­ta­des para satis­fa­cer las nece­si­da­des de la pobla­ción. Al pare­cer, las infra­es­truc­tu­ras que Kazajs­tán here­dó de la Unión Sovié­ti­ca tam­po­co mejo­ran mucho. Así pues, la cues­tión es cuán­to dura­rá el perio­do de desa­rro­llo pací­fi­co del país y qué podría venir después.

En menor medi­da, lo mis­mo pue­de decir­se del peque­ño Kir­guis­tán, que tam­bién ha vivi­do varios epi­so­dios revo­lu­cio­na­rios en los últi­mos quin­ce años, cuyo des­en­la­ce se plas­mó lue­go en tér­mi­nos constitucionales.

Los esfuer­zos de todos los gobier­nos cen­troa­siá­ti­cos sin excep­ción se diri­gen aho­ra a aumen­tar gra­dual­men­te la aper­tu­ra eco­nó­mi­ca y la par­ti­ci­pa­ción en las rela­cio­nes internacionales.

Uzbe­kis­tán es un líder en este sen­ti­do, ya que ha apli­ca­do una polí­ti­ca de aper­tu­ra duran­te varios años, con resul­ta­dos muy impre­sio­nan­tes. Otros Esta­dos han actua­do con menos cohe­ren­cia o no dis­po­nen de recur­sos demo­grá­fi­cos tan serios como el ofi­cial Tash­kent. En gene­ral, sin embar­go, pode­mos ser razo­na­ble­men­te opti­mis­tas sobre la resis­ten­cia de los sis­te­mas esta­ta­les de la región y no temer que pue­dan caer en el abis­mo del desas­tre en los pró­xi­mos años, como ha ocu­rri­do con Afga­nis­tán, Siria o varios paí­ses africanos.

Esto no sig­ni­fi­ca que los Esta­dos de Asia Cen­tral vayan a alcan­zar sin más el nivel y la cali­dad de vida de sus mayo­res veci­nos, Rusia o Chi­na. Dado que los cin­co paí­ses son com­pa­ra­ti­va­men­te inmu­nes a los desa­fíos más for­mi­da­bles a la exis­ten­cia, la cues­tión impor­tan­te es su capa­ci­dad para supe­rar la tram­pa de un nivel de desa­rro­llo en el que el colap­so del Esta­do es impo­si­ble, pero en el que el logro de un nue­vo nivel de cali­dad de vida para la pobla­ción se hace difí­cil de alcan­zar. Varios paí­ses de todo el mun­do están siguien­do este camino, mos­tran­do cifras rela­ti­va­men­te bue­nas en el desa­rro­llo gene­ral de sus eco­no­mías: Méxi­co, Arge­lia, Marrue­cos y algu­nos de los paí­ses del sudes­te asiático.

Rusia no quie­re que sus veci­nos meri­dio­na­les más impor­tan­tes se encuen­tren en una situa­ción en la que la bre­cha entre ambos sea insal­va­ble. La res­pues­ta a este reto podría ser, entre otras cosas, una mayor inte­gra­ción regio­nal, la crea­ción de mer­ca­dos de tra­ba­jo comu­nes y la difu­sión de prác­ti­cas de polí­ti­ca social afi­nes, así como evi­tar la arcai­za­ción de la socie­dad median­te la for­ma­ción de un espa­cio cul­tu­ral y edu­ca­ti­vo común.

Timo­fei Bor­da­chev es Direc­tor de Inves­ti­ga­ción del Ins­ti­tu­to Cen­tral de Estu­dios Polí­ti­cos de la Escue­la Supe­rior de Eco­no­mía de la Uni­ver­si­dad Nacio­nal de Inves­ti­ga­ción, Direc­tor de Pro­gra­mas del Club de Deba­te Val­dai, miem­bro del Con­se­jo de Asun­tos Inter­na­cio­na­les de Rusia (RIAC).

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