A pesar de las políticas cada vez más derechistas del régimen israelí1, el sionismo liberal sigue desempeñando un papel dominante en la ideología sionista. Cumple la función específica y crítica de proporcionar al proyecto de asentamiento colonial el barniz de la llamada civilización occidental ilustrada y de una política democrática progresista. Como resultado, el régimen israelí rara vez es descrito en los círculos occidentales dominantes como lo que es: un Estado colonial de asentamiento2 que practica el apartheid.
Políticos y medios de comunicación de todo el espectro político de Europa, Norteamérica y otros lugares describen ampliamente a Israel como la «única democracia3 de Oriente Medio», que comparte valores occidentales4 que lo convertirían en un faro para las políticas progresistas en una región que, de otro modo, sería autoritaria e irredimible.
Esta retórica se explota después para justificar el incansable apoyo de Occidente al régimen israelí, en particular proporcionándole los medios diplomáticos, económicos y militares5 necesarios para mantener y ampliar su colonización de Palestina.
Aunque las ideologías sionistas de derechas abundan y tienen sus partidarios en todo el mundo –sobre todo entre los sionistas cristianos6– a los que hay que combatir, es esencial desmitificar el sionismo liberal.
Mientras los líderes mundiales y los principales medios de comunicación siguen expresando su alarma ante el gobierno de coalición extremista de Israel y piden que se vuelva a la «solución de los dos Estados7», hay que refutar la idea de que existe una forma liberal de sionismo que merece la pena salvar.
Tras definir el sionismo liberal, esbozar sus fundamentos coloniales y de apartheid y presentar un estudio de caso de Estados Unidos, este informe político ofrece un marco para confrontar e invalidar la noción de sionismo liberal.
El sionismo liberal contemporáneo tiene sus orígenes en el sionismo laborista8, la rama socialista del movimiento sionista, conocida como sionismo «de izquierdas», que surgió hace más de un siglo y desempeñó un papel clave en la formación del Estado sionista.
Desde la creación del Estado, el sionismo liberal ha aparecido9 en las políticas de los sucesivos gobiernos de izquierdas y en las misiones de organizaciones no gubernamentales, grupos de presión, partidos políticos y redes e instituciones académicas que promueven Israel como Estado judío liberal.
El sionismo liberal gozó de hegemonía ideológica durante muchas décadas después de 1948. Como escribió el sionista liberal Yehuda Kurtzer10 sobre los primeros sionistas: «Los sionistas triunfantes comprendieron que estaban construyendo un movimiento político liberal. El liberalismo se integró en el sionismo político que finalmente condujo a la construcción del Estado».
Al igual que Kurtzer, la mayoría de los analistas israelíes se centran en la interacción entre las ideologías de izquierda y derecha como una cuestión de política intraisraelí e intrajudía.
El sionismo, sin embargo, se define mejor a través de las experiencias de sus víctimas11: los palestinos.
Desde este punto de vista, el sionismo liberal solo puede entenderse como colonialismo de asentamiento, en su raíz y núcleo, ya que es directamente responsable de la Nakba de 1948.
Aunque el sionismo liberal no es un monolito, sus defensores han operado en los círculos dominantes basándose en las siguientes creencias centrales durante décadas:
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La creación del Estado israelí es la única forma de garantizar la seguridad de los judíos y resolver su exilio.
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Los judíos tienen derechos inherentes, bíblicos y soberanos sobre la tierra de Palestina.
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El proyecto sionista es una empresa heroica y milagrosa que ha llevado la antorcha de la modernización y la civilización a la llamada tierra de Israel.
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La «guerra de independencia» de 1948 era necesaria, y los resultados de la guerra –la expulsión de más de 750.000 palestinos12 de sus tierras y hogares y la destrucción de Palestina– eran naturales y había que aceptarlos.
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No todos los sionistas liberales están de acuerdo con los cuatro puntos. Por ejemplo, algunos utilizan un lenguaje muy diferente para el cuarto punto, afirmando que los palestinos se fueron y no fueron expulsados.
Sin embargo, en todas sus variantes, la ideología sionista liberal dominante sostiene que la conquista colonial de Palestina en 1948 fue justa, legítima, válida y plenamente justificable y que, por lo tanto, no se puede hacer ninguna crítica seria a la creación de Israel en 1948.
El sionismo liberal es hostil a las críticas decoloniales palestinas de 1948 y a menudo las tacha de antisemitas para marginarlas y censurarlas.
Eliminar y desprecuar las críticas palestinas mediante la noción de un «nuevo antisemitismo» se remonta al menos a principios de la década de 1970, cuando el ministro de Asuntos Exteriores israelí del gobierno laborista, Abba Eban13, empezó a defender la idea de que el antisionismo es antisemitismo14.
Además, los sionistas liberales utilizan estas creencias fundamentales para criticar la ocupación en 1967 de Cisjordania, incluido Jerusalén Este, y Gaza, al tiempo que evitan cuidadosamente llamar la atención sobre 1948.
Un artículo de opinión publicado en el Washington Post en 2023 por los «sionistas liberales» Paul Berman, Martin Peretz, Michael Walzer y Leon Wieseltier ilustra estas críticas tácticas. Los autores sitúan a Israel desde su fundación entre las «naciones amantes de la libertad» del mundo, argumentando que el nuevo gobierno de derechas de Benjamin Netanyahu «amenaza la posición de Israel en los asuntos mundiales».
La centralidad de la cuestión de la imagen se acentúa al final del artículo, donde los autores insisten en que Estados Unidos siga financiando totalmente a Israel y piden el apoyo de Estados Unidos a los israelíes que protestan contra el gobierno de coalición de derechas de Netanyahu.
Un «apoyo dual pero no contradictorio», como dicen, es en efecto una descripción acertada, pero no porque, como sugieren, protegería la democracia en la batalla global entre «democracia y autocracia».
Más bien, es porque esta petición a la administración Biden es un reconocimiento implícito de que:
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lo que se tomó por la fuerza en 1948 solo puede retenerse por la fuerza ‑de ahí la necesidad continua y perpetua de financiación militar, sea cual sea la ideología política en el poder;
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el rechazo de las políticas expansionistas y anexionistas del nuevo gobierno salvará al Estado judío como Estado para una mayoría judía, impidiendo de manera crucial que las críticas palestinas15 a Israel entren en el discurso dominante.
Esto demuestra que el apoyo de los sionistas liberales a las protestas israelíes de 2023 en los territorios de 1948 no es en absoluto una oposición al proyecto colonial del Estado sionista, sino más bien una indicación de su preocupación por que el camino de la derecha pueda desbaratar el barniz liberal del colonialismo israelí.
En última instancia, la izquierda y la derecha están en la misma longitud de onda cuando se trata de la creación y «defensa» de Israel como Estado de mayoría judía.
Por último, es esencial comprender que el sionismo liberal es parte integrante de la modernidad colonial. En otras palabras, esta modernidad –concebida como un fenómeno occidental– no puede separarse de las herramientas utilizadas para alcanzarla: la colonización y la esclavitud.
No es sorprendente que los sionistas liberales no se comprometan críticamente con los fundamentos violentos y coloniales de las llamadas democracias liberales occidentales.
En su lugar, aceptan como sabiduría convencional y como un hecho que la civilización occidental es superior a todas las demás y que presume de tener los sistemas democráticos más avanzados del mundo.
Además, Occidente propagaría con razón por todo el mundo una civilización que se ha desarrollado endógenamente en su seno. El libro más reciente de Walzer16 es un buen ejemplo: en él alaba y promueve la «moral liberal» y el «liberalismo» como «el producto de la Ilustración y el triunfo […] del individuo emancipado, una figura occidental».
Sostiene que esta invención supuestamente occidental, de la que Israel forma parte, es necesaria para evitar que nos volvamos «monistas, dogmáticos, intolerantes y represivos».
El libro no contiene un paradigma decolonial centrado en las experiencias y aspiraciones de quienes han sufrido y han sido borrados por el proyecto colonial occidental.
Al separar la civilización de Occidente de lo que Occidente hace, el sionismo liberal justifica, legitima y naturaliza el violento proyecto colonial sionista de colonización en la Palestina colonizada y más allá.
Como demuestra la expulsión masiva de palestinos en 1948 y la posterior justificación y legitimación ideológica de esta expulsión, todas las políticas que emanan del marco del sionismo liberal son políticas coloniales y de apartheid.
Fundamentalmente, la creación del Estado sionista en 1948 fue colonial17. Supuso la expulsión y el desposeimiento de los palestinos.
Poco después, Israel promulgó una serie de leyes de apartheid para hacer permanente la expulsión y comenzar el proceso de judaización de la Palestina colonizada: la Ley del Retorno de 1950, la Ley de Propiedad de Ausentes de 195018 y la Ley de Nacionalidad19 de 1952, entre otras.
Como parte de su atención al problema de la imagen de Israel, los sionistas liberales evitan un lenguaje que revele la realidad colonial de los colonos.
Por ejemplo, en su crítica al último gobierno de coalición de Netanyahu, Berman, Peretz, Walzer y Wieseltier describen las políticas de asentamiento y apartheid de Israel como una campaña «cada vez más agresiva» para establecer nuevos asentamientos y «desafíos cada vez mayores» a los ciudadanos palestinos de Israel.
También describen el gobierno de Netanyahu como alentador del «vigilantismo judío extremista» y de los «etnonacionalistas», advirtiendo que Israel se está acercando a la Hungría de Viktor Orban.
En su discurso, Israel se convierte en una víctima más de la ola global de etnonacionalismo que amenaza a las democracias liberales occidentales, un punto que otros, como Kurtzer, subrayan20 de forma más explícita para reafirmar la imagen de Israel como una democracia fundamentalmente liberal.
Esta elaboración dista mucho de ser cierta. Israel sigue afianzando un sistema que, desde el punto de vista espacial, político, militar, económico y jurídico, sitúa al colono en una posición superior a la población autóctona.
Y lo hace de una forma que beneficia material y simbólicamente al colono: por un lado, la expansión de los asentamientos y, por otro, la indigenización del colono y el desplazamiento del palestino.
En este sentido, el apartheid es una etapa en el continuo de la violencia colonial que comienza con la expulsión y el desplazamiento masivos de los pueblos indígenas. Es un proceso que elimina la soberanía indígena y, por tanto, sirve como herramienta para cimentar y extender la conquista colonial.
Dado que los sionistas liberales afirman apoyar una solución de dos Estados a lo largo de las fronteras de 1967, en teoría ya no deberían estar interesados en la expansión; de hecho, consideran que la ocupación es peligrosa para el proyecto del Estado judío.
Esta postura se expresa a veces a través de la crítica a las políticas y prácticas de apartheid21 (sin utilizar el término apartheid) que amplían el Estado israelí instaurando un poder totalitario sobre los palestinos.
Sin embargo, este apoyo a una solución de dos Estados22 debe entenderse como basado en su temor último a una solución de un Estado en la que la soberanía israelí «no oficial» sobre los palestinos se transformaría en soberanía israelí «oficial» sobre toda la Palestina colonizada, dejando a Israel con una gran población palestina que amenazaría el estatus de Israel como Estado judío.
Dado que el sionismo liberal no puede conciliar el sueño sionista de un Estado judío etnocrático con una auténtica democracia, la realidad de un Estado único pondría al descubierto este error fundamental. De este modo, las políticas de colonización y apartheid tienen sus raíces en una ideología sionista liberal que se niega23 a enfrentarse a lo que el sionismo es y siempre ha sido.
Una de las principales organizaciones sionistas liberales de Estados Unidos es J Street, que se describe24 a sí misma como una organización «pro-Israel, pro-paz, pro-democracia» que lucha contra «la intolerancia, la desigualdad y la injusticia».
Sobre todo, J Street sostiene que Israel comparte estos «principios democráticos» con Estados Unidos, y describe la «intensa amenaza25» a la «democracia liberal» en Israel como parte de una reciente ola mundial de extremismo y etnonacionalismo que también amenaza a Estados Unidos.
También afirma estar trabajando «en coaliciones multiconfesionales y multirraciales con las comunidades en sus esfuerzos por superar […] la opresión y fortalecer la democracia liberal». Por último, cree que Israel se enfrenta a «enemigos peligrosos» y tiene derecho a defenderse –y, por extensión, a la democracia, el progreso y la civilización.
J Street construye su oposición a la ocupación sobre esta base, que hace ilegítimo «cuestionar el derecho fundamental de Israel a existir como patria judía».
De hecho, la organización reconoce que los palestinos «merecen plenos derechos civiles y el fin de la injusticia sistémica de la ocupación» y que «apoya la creación de un Estado de Palestina independiente, desmilitarizado y con fronteras definidas». De este modo, J Street se posiciona directamente como liberal y razonable.
Aun así, J Street no explica por qué cree que un Estado palestino debe ser desmilitarizado. Este es un ejemplo revelador de cómo los sionistas liberales argumentan que los palestinos ya son –o siempre pueden llegar a ser– enemigos peligrosos que, si se les da acceso a la violencia militar organizada, la desatarán inevitablemente.
Este lenguaje coincide plenamente con décadas de retórica y políticas sionistas que racializan26 los cuerpos palestinos como violentos.
La postura de J Street sobre las fronteras27 también es reveladora. La página web de la organización afirma que Israel debe «renunciar a la gran mayoría de los territorios ocupados en los que se puede construir un Estado palestino a cambio de la paz».
Al pedir a Israel que «ceda» territorio, J Street reconoce implícitamente que Israel tiene derechos sobre él, lo que refleja la lógica fundamental del sionismo liberal de que Israel reclama la tierra desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo.
Además, J Street deja claro en su política sobre fronteras que su idea de un plan de paz «permitiría que los barrios judíos de Jerusalén Este y algunos de los grandes bloques de asentamientos de Cisjordania próximos a la Línea Verde se incorporaran al Estado de Israel».
Esta postura indica el apoyo a la anexión y está en consonancia con los gobiernos israelíes de todas las tendencias políticas.
Para J Street y organizaciones similares28, la anexión debe limitarse por temor a que la expansión muestre los fundamentos coloniales de Israel. Aunque los sionistas liberales ignoran el hecho de que las tierras ocupadas en 1948 se convirtieron en judías y democráticas –solo para judíos– mediante políticas y leyes coloniales y de apartheid, esta realidad sigue presente en su ideología.
Esto es evidente, en primer lugar, en su oposición29 al derecho de los palestinos a regresar a su tierra natal.
Pero también es evidente en su preocupación por que la creciente visibilidad30 de la violencia diaria de Israel contra los palestinos –gracias a la revolución digital y al activismo palestino– pueda llevar a los observadores internacionales a cuestionar todas las políticas de Israel y, tal vez, sus propios cimientos.
Este temor está llevando a los sionistas liberales a criticar al gobierno de coalición de derechas de Netanyahu. ¿Cómo pueden apoyar la narrativa de Israel como Estado democrático y judío si se anexionan toda la Palestina colonizada?
Así que, para los sionistas liberales, el principal impacto del nuevo régimen israelí es que deja al descubierto el mito.
En otras palabras, el nuevo régimen israelí acompaña las políticas de eliminación con una franca articulación de los objetivos que sustentan estas prácticas –como cuando el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, pidió al Estado israelí que «aniquilara31 [https://www.aljazeera.com/news/2023/3/1/israel-arrests-settlers-after-anti-palestinian-pogrom]» la ciudad cisjordana de Huwara – , resquebrajando así el barniz de políticas democráticas y progresistas que los sionistas liberales han pasado décadas construyendo.
En sus esfuerzos por salvar este barniz, los sionistas liberales han respondido protestando contra el ataque a Huwara utilizando el lenguaje de la «anti-ocupación32», los «colonohttps://www.timesofisrael.com/settler-extremists-sowing-terror-huwara-riot-was-a-pogrom-top-general-says//a>[/note]» e incluso el «terror judío33».
Pero siguen ignorando el hecho de que las tierras que ellos llaman «Israel propiamente dicho» –desde donde dirigen sus protestas– han sido establecidas como «israelíes» por la misma estructura de violencia colonial34 que pretende borrar Huwara.
El sionismo liberal se sitúa mejor dentro de una política liberal multicultural que considera que los cimientos de las políticas coloniales son quizá trágicos, pero fundamentalmente sólidos y orientados hacia el progreso y la civilización.
En este sentido, se une a una larga lista de apologistas de los proyectos coloniales occidentales, ocultando sus fundamentos y estructuras, marginando y eliminando así las alternativas a estas estructuras. Si la política progresista actual no considera que el proyecto antirracista debe ser necesariamente decolonial y comprometido con el desmantelamiento de las estructuras de la modernidad colonial, entonces no es progresista en absoluto.
El sionismo liberal es una ideología que encubre y promueve la conquista colonial de Palestina en nombre de la racionalidad, el progreso, la igualdad, la tolerancia, la democracia e incluso el antirracismo.
Por lo tanto, es esencial oponerse a esta ideología en todos los espacios en los que opera. Esto significa rechazar el sionismo liberal como «socio de paz35» e insistir en la liberación decolonial palestina para toda la Palestina colonizada y para los palestinos de todo el mundo.
Un marco de liberación descolonial también beneficia a largo plazo a los judíos israelíes.
De esto trata la desionización36: comienza con el reconocimiento por parte de los judíos israelíes de que el sionismo nunca resolvió la «cuestión judía» en Europa, sino que la interiorizó y reprodujo el proyecto colonial occidental en Palestina; termina en un lugar en el que los judíos israelíes ya no son «nativos o colonos en la Palestina histórica», sino «inmigrantes (…) bienvenidos residentes en una patria histórica».
Sobre todo, este concepto significa reinventar el Estado, el nacionalismo y la soberanía, lejos de los modelos coloniales occidentales.
Más allá de la Palestina colonizada, es necesario desmitificar el sionismo liberal en los partidos e instituciones políticas, los medios de comunicación y los grupos de la sociedad civil.
Desde los espacios activistas hasta los espacios dominantes, la gente necesita formar coaliciones interseccionales que hagan campaña por la justicia decolonial. Estos colectivos deben organizar actividades como seminarios comunitarios, peticiones, campañas de envío de cartas, etc. con el fin de desarrollar estrategias para hacer frente a la inevitable ofensiva sionista.
Para lograr la desionización, estas coaliciones deben adoptar cinco procedimientos principales:
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Contrarrestar la ideología con la realidad: periodistas, académicos y activistas deben rechazar las posturas de las organizaciones sionistas liberales, como J Street, sobre la soberanía sobre Jerusalén, lo que significa realmente la autodeterminación palestina, etcétera. Los sionistas liberales no quieren hablar de liberación palestina descolonial37, por lo que es necesario cambiar la conversación hacia eso y rechazar la normalización38 de los asentamientos israelíes.
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Rechazar el uso del antisemitismo: el sionismo liberal no tiene una respuesta sustantiva a la crítica decolonial39, así que cuando se ve acorralado responde con la acusación de antisemitismo. Las instituciones y organizaciones deben rechazar las definiciones de antisemitismo que incorporen de algún modo la cuestión de Palestina (derecha, la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto40 (IHRA), izquierda, la Declaración de Jerusalén41sobre el Antisemitismo).
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Paradigmas palestinos centrales: no basta con escuchar las historias de sufrimiento de los palestinos. El discurso público debe centrarse en los paradigmas palestinos que explican por qué y cómo sufren los palestinos y, lo que es más importante, proporcionar una plataforma para las aspiraciones palestinas de liberación. Para permitir este cambio, hay que presionar42 a los medios de comunicación para que desafíen el statu quo de censurar y silenciar los paradigmas palestinos.
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Centrarse en el antirracismo decolonial: las ramas de Igualdad, Diversidad e Inclusión (IDE) están incrustadas en las instituciones políticas y sociales. Muchas operan sobre la base del antirracismo corporativista, multicultural y liberal, y sostienen que la crítica decolonial a Israel es antisemita y, por tanto, no tiene cabida en los espacios antirracistas. Oponerse a la iniciativa corporativista EDI es necesario no sólo para la liberación palestina, sino para la liberación de todos aquellos que siguen sufriendo la violencia de la modernidad colonial.
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Desmantelar el sionismo: El sionismo no puede conducir a la liberación descolonial. Ya sea liberal o de derechas, el sionismo es la soberanía judía exclusiva sobre la tierra que establece a Israel como poder supremo e indivisible. Esto significa necesariamente la expulsión continuada de los palestinos de su tierra y la eliminación de la soberanía autóctona palestina. Sólo el desmantelamiento de la soberanía colonial sionista puede conducir a un proyecto sustantivo decolonial y antirracista. Para que esto sea posible, las comunidades judía e israelí –en cuyo nombre dicen hablar los intereses sionistas– deben participar en el proyecto de desionización.
Mark Muhannad Ayyash
30 de junio de 2023
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