«La vergüenza es una forma de ira, ira contenida. Y si una nación entera se avergonzara realmente, sería como un león replegándose para saltar.»
K. Marx:Anuarios francoalemanes, OME‑5, Critica, Barcelona 1978, pp. 165 – 166.
«Pero en las revoluciones, lo mismo que en las guerras, es necesario librar siempre una lucha enérgica contra el enemigo, y el que ataca es siempre el que lleva la ventaja; en la revolución, como en la guerra, es incondicionalmente necesario jugarse el todo por el todo en el momento decisivo, cuales quiera que sean las probabilidades. No ha habido una sola revolución triunfante en la historia que no corrobore la exactitud de estas verdades […] En toda revolución, el que ocupa una posición decisiva y la abandona en lugar de obligar al enemigo a probar sus fuerzas en el asalto merece ser tratado como traidor.»
F. Engels:Temas militares, Equipo Editorial, San Sebastián 1968, pp. 61 – 62.
La resistencia desesperada del pueblo palestino sobre todo ahora en Gaza es la primera condición para derrotar el avance del Gran Israel, objetivo histórico irrenunciable del sionismo y desde hace casi ochenta años del bloque imperialista dirigido por Estados Unidos, cuando inició su larga guerra de conquista y extermino de Palestina aún en curso. Esta guerra injusta se vio reforzada en la zona de Gaza cuando en el 2000 se descubrieron grandes de reservas de gas en las costas gazatíes, el 60% de las cuales pertenecen a Palestina. La burguesía sionista tiene así un aliciente más para expulsar a sus habitantes y ocupar de la totalidad del país, mientras se apropia de más y más tierras, intensifica la explotación de su fuerza de trabajo, hace negocio redondo con los medicamentos y otros bienes vitales, reduce casi a la nada sus hospitales y escuelas o los destruye como en Gaza, limita o prohíbe la pesca a sus habitantes, roba el agua del Golán que pertenece a Siria…
Para el fin de este artículo –la dialéctica entre guerra y revolución– es importante saber que el sangriento plan del Gran Israel en su forma actual nos remite al Génesis 15: 18 – 21 cuando un tal Yahvé dictó las fronteras del «pueblo elegido» que abarcaría un gran territorio que en la actualidad sería Palestina entera y la totalidad o amplias zonas de lo que ahora son Siria, Irak, Kuwait, Jordania, Líbano, Arabia Saudita, Estados Árabes Unidos, Yemen, Omán e incluso algunas de Turquía y Egipto.
Un simple mapa nos muestra la decisiva importancia económica, militar y cultural que tendría el Gran Israel para el imperialismo si triunfase, porque es el nudo gordiano que une África y Eurasia, sobre un subsuelo repleto de hidrocarburos y otros recursos, y que por ello mismo cierra o abre los grifos de alrededor de un cuarto del flujo de la logística mundial. Ese triunfo solo podría lograrse por medio de guerras mortíferas y masacres inenarrables, como las que sufre Palestina desde 1948.
¿Qué importancia tiene para este artículo sobre guerra y revolución partir de la confluencia material del proyecto sionista del Gran Israel con el del imperialismo de aplastar a Eurasia para recuperar su poder mundial? La respuesta es muy sencilla y no hace falta retroceder mucho en la historia, incluso aunque vayamos alrededor de dos mil años más atrás del Génesis, a Sumer, por ejemplo, sabemos que allí reinaba una explotación social tremenda y que la guerra de saqueo y esclavización era el otro método de enriquecimiento. Luego la Biblia nos enseña la feroz crueldad de Yahvé que ordenaba exterminar pueblos para quedarse con sus mujeres, esclavos, ganado, tierras y bienes.
Tucídides narra el debate entre Nicias y Alcibíades alrededor de ‑414 sobre por qué invadir Sicilia: las ganancias que esperaban obtener de por vida al esclavizar una isla tan rica. Hacia la misma época el reaccionario Sun Tzu mejoraba la letalidad del ejército imperial experto también en asesinar en masa al campesinado rebelde. El genocida Alejandro Magno infundía tanto pavor en su avance que ciudades enteras se despoblaban y sobre todo se suicidaban mujeres con sus hijas e hijos, como sucedería en Cartago durante el cerco mortal por Roma en −148÷−146. Una constante: morir matando y suicidarse antes que caer esclavizada en Alesia en ‑52, Tenochtitlan en 1521, Haarlem en 1572, Viena en 1683, la Comuna de París en 1871, Leningrado en 1941⁄1944, Stalingrado en 1942/1943, Varsovia en 1944, el sitio de Beirut en 1982 o la Gaza actual.
¿Y si de las resistencias de las ciudades nos extendemos a las guerras y revoluciones de liberación protoburguesa como la husita en el siglo XV o las guerras campesinas del siglo XVI; o avanzamos a las anticoloniales como la de Túpac Amaru y las comuneras de la cordillera andina, la vietnamita de finales del siglo XVIII, de Haití, la Zulú, la de los Cipayos indios, la heroica resistencia argelina, la de las inacabables «guerras indias» de las praderas americanas, las de Sudán y otras regiones africanas del momento, las desesperadas maoríes en Nueva Zelanda y las patagonas, guaraníes y mapuches en el sur de las Américas; o las de una China sometida a todas las vejaciones posibles desde el siglo XIX, la revolución mexicana, y un cuasi infinito etcétera? Una fecha actual: el 22 de septiembre de 2023 Laura Richardson jefa del Comando Sur, explicó que los enormes recursos de Nuestramérica eran vitales para Estados Unidos.
Sin precisar las diferencias, oposiciones y contradicciones entre estas y otras guerras, sus luchas sociales internas, etcétera, sí debemos recordar la permanencia general de las palabras de Marx escritas en 1844 arriba citadas sobre las fuerzas materiales que se pueden desatar cuando una nación, especialmente su pueblo trabajador, se avergüenza por su cobardía ante la explotación que sufre: «un león replegándose para saltar». Sin mayores precisiones, aquí vemos cómo el sentimiento nacional reducido a pobre subjetividad pasiva salta en determinadas condiciones a ser fuerza objetiva capaz de increíbles hazañas liberadoras. Cuatro años más tarde, en la revolución de 1848, muchos pueblos saltaron como leones enfurecidos contra la opresión que sufrían. ¿Quién sino alguien inhumano podía exigirles que siguieran genuflexos padeciendo lo inaguantable?
En ese mismo año, Engels, al que cada día se le reconocen más sus grandes méritos intelectuales, entre ellos el de la teoría de la guerra, resumió en el párrafo también citado arriba la dialéctica entre guerra y revolución tal cual se daba en el capitalismo de entonces: la ofensiva es la clave de la victoria tanto en la revolución como en la guerra, sobre todo en los momentos críticos en los que se decide el futuro de la «guerra social» en cualquiera de sus formas; más aún, en esos momentos decisivos abandonar una posición conquistada, un logro social cualitativo que multiplica la fuerza obrera y popular en el caso de la lucha de clases, es una traición, y sin embargo el reformismo no solo no mantiene la ofensiva sino que siempre cede posiciones decisivas ante la exigencia burguesa.
Las luchas luditas y las revoluciones de 1830 y 1848 en Europa fueron la base material que, junto al desarrollo capitalista, forzaron el avance cualitativo del comunismo utópico al comunismo marxista que, en 1859, tomó forma teórico-estratégica en la tesis de que el capitalismo mundial estaba entrando en una larga fase de «revolución social» generada por el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de propiedad, o para decirlo en su meollo revolucionario, entre el potencial emancipador inherente a las fuerzas productivas y el obstáculo reaccionario a ese desarrollo libertador impuesto por la propiedad burguesa. Lo básico de esta concepción ya aparecía en 1845 y sobre todo desde 1848 en el Manifiesto comunista, pero es desde 1859 cuando empieza a demostrar su cualitativa superioridad de perspectiva histórica en comparación a la frívola irracionalidad burguesa.
Saber que vivimos en una época de revolución social desde finales del siglo XIX, poniendo a la Comuna de 1871 como el inicio del punto de giro asegurado definitivamente en 1917, es imprescindible para comprender por qué debemos apoyar incondicionalmente al pueblo palestino y a Gaza en su violencia defensiva contra la violencia injusta del imperialismo. Que estemos en una fase de revolución social, como lo estamos, no significa que triunfen automáticamente todas las luchas prerrevolucionarias con sus limitaciones objetivas históricamente condicionadas, de modo que salten con facilidad automática a victoriosas construcciones de masas en tránsito al socialismo, no. Creer esto es ilusionismo mecánico y cegato que rechaza la dialéctica de la historia. Muchas Gazas éticamente bellas y necesarias, pese al dolor que nos causa el salvajismo deshumanizado de la guerra injusta del capital contra ellas, han sido ahogadas en sangre y otras lo serán también si no aprendemos esa cruda dialéctica en cada lucha concreta y aplicamos las lecciones extraías al resto de combates heroicos.
Al poco de demostrar que se había entrado en una fase de revolución social en la que las derrotas se pagarían con dolores insufribles, Marx y Engels pasaron a descubrir el papel de la industria de la matanza de hombres, textual, en el capitalismo a raíz de sistemáticos estudios del origen del salario en las legiones romanas. Esta investigación es permanente porque bucea en el secreto de la ley general de la acumulación de capital y más concretamente en las medidas que contrarrestan la ley de caída tendencial de la tasa media de ganancia, o sea, en el núcleo de la praxis comunista. Decir que es un estudio permanente e inacabable mientras exista el capital contradice la dogmática positivista y la docta ignorancia postmoderna que, en su soberbia académica, creen que las Gazas y Palestinas actuales no tienen nada que ver con el pasado y son tan incomprensibles y condenables como las rebeliones sociales del Egipto de hace más de cuatro mil años, por no hablar de la vuelta a la guerra de liberación antiimperialista del pueblo saharaui ahora mismo.
Para estos y otros pesebreros la historia, es decir la lucha de clases, no existe, solo existe el corto intervalo de sus sueldos y de sus fotografías con presidentes de gobiernos imperialistas, como el español. Las rebeliones enfurecidas y desesperadas de las leonas y leones heridos en su orgullo contra el imperialismo seguirán multiplicándose a pesar de las derrotas porque responden al malestar objetivo generado por los antagonismos inconciliables entre, por un lado, el potencial emancipador que contienen las fuerzas productivas si fueran propiedad comunista de esos pueblos, y por el lado contrario, a los intereses dictatoriales de la minoría capitalista propietaria de esas fuerzas productivas tal cual son constreñidas ahora mismo. Miremos por donde miremos, la advertencia marxista escrita en 1848 de que la burguesía se asemeja al brujo que ya no puede dominar los monstruos infernales que ha desatado con sus conjuros, es más dramáticamente cierta hoy que entones.
Gaza, su heroísmo y su justo y necesario empleo de la violencia defensiva contra ese brujo, aúna la resistencia contra el imperialismo del Génesis y contra el imperialismo del dólar, a pesar de los aproximadamente tres milenios entre uno y otro. El secreto de esa resistencia no es otro que el orgullo que ya ha superado la fase de la vergüenza inherente a la pasividad arrodillada, lo que genera un efecto empático de solidaridad creciente con otros pueblos oprimidos o que saben que su independencia está en peligro si no salen en defensa de Palestina. Del mismo modo que el Che demostró que, si queríamos ser libres, deberíamos hacer uno, dos, tres Vietnams, ahora también sabemos que nuestra necesidad de ser libres pasa por expandir uno, dos, tres Gazas. ¿Quién sino alguien inhumano podía exigirles que siguieran genuflexos padeciendo lo inaguantable? ¿Quién sino alguien inhumano se atreve a exigirnos que sigamos genuflexos padeciendo lo inaguantable y abandonemos a Gaza a las ansias de sangre del Gran Israel?
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 15 de octubre de 2023
Un comentario