Hoy 22 de abril es el aniversario del nacimiento del camarada Vladimir Ilich Uliánov «Lenin» (22 de abril de 1870 – 21 de enero de 1924). En el año que se conmemora el centenario de su fallecimiento queremos añadir –a la multitud de homenajes que este año se realizan en todo el mundo– esta breve reflexión sobre la importancia que, para nuestro presente y para la futura Andalucía socialista, tiene Lenin.
Fue un pensador, un revolucionario, un comunista de talla excepcional. Con Lenin jamás pudieron. Sigue generando desesperación y miedo en el sistema capitalista, incluso un siglo después de su fallecimiento, un siglo en el que su obra y pensamiento se pretendió tergiversar y distorsionar hasta la saciedad. De todas las facetas de Lenin, reivindicamos al Lenin revolucionario pero también al estadista pragmático que no dudó en aprovechar las concesiones coyunturales de la dictadura zarista si beneficiaba a la causa proletaria.
La conversión del imperio zarista en el primer Estado socialista en 1917 fue uno de los acontecimientos más asombrosos del pasado siglo. Si bien el triunfo de la revolución proletaria en Rusia fue una obra colectiva, del partido y de las masas obreras y campesinas, no hay duda de que Lenin fue una figura clave, capaz de trazar las líneas tácticas y estratégicas que condujeron a los bolcheviques a tomar el poder. Como tampoco hay duda sobre la vigencia universal del pensamiento de Lenin para la revolución socialista en la fase imperialista actual.
Lenin y la conquista del poder
Lenin resolvió el problema que el movimiento revolucionario arrastraba desde la Primera Internacional de 1864; cómo conquistar el poder e instaurar el socialismo en todo el mundo. Porque aspiraban a la refundación de la sociedad y del propio ser humano suprimiendo primero clases y propiedad privada, y después el Estado, para alumbrar al hombre nuevo y la mujer nueva comunistas. ¿Pero cómo hacerlo?
Según Marx, la revolución socialista estallaría en las sociedades capitalistas más avanzadas, como la británica, alemana, francesa o norteamericana. Solo en ellas, la lucha de clases podía convertirse en guerra sin cuartel del proletariado contra la burguesía; desde ellas, la revolución conquistaría el resto del planeta. En los países atrasados habría sin duda revoluciones políticas pero no propiamente la proletaria, que instauraría el futuro Edén sin Estado, sin propiedad, opresión ni desigualdad alguna.
Pero esa revolución se hacía esperar justo allí donde debería estallar primero. Para desesperación de Marx, el creciente movimiento popular obrero luchaba por el sufragio universal, la jornada de ocho horas, las vacaciones pagadas, la prohibición del trabajo infantil y mejores salarios y seguros sociales, pero no por implantar el socialismo y derrocar a la burguesía. Y donde lo intentaban, como en París en 1848 y 1871, eran derrotados.
Lenin supo Qué hacer, título de una de sus principales obras, para asaltar los cielos: un partido revolucionario completamente nuevo. Y se puso manos a la obra justo en pleno hundimiento del zarismo ruso, la anacrónica autocracia que coleccionaba atrasos, pero también en plena crisis del movimiento socialista. Este se había escindido entre los reformistas, que heredaron el nombre de socialdemócratas, antes común a todos, y los revolucionarios que adoptaron el nombre de comunistas. Los reformistas, mayoritarios en Alemania, Francia y Gran Bretaña, abandonaron la creencia en las predicciones de Marx y optaron por participar en el sistema en vez de derruirlo.
Poco antes de la Revolución, en Se mantendrán los bolcheviques en el poder (1917), Lenin afirmó que «solo la dictadura del proletariado podía resolver las dificultades de la transición al socialismo». Insistió en la importancia de los soviets como embrión del nuevo Estado obrero, despreciando esas «dificultades» en las que insistían los medios burgueses para audacia bolchevique y determinó que «un partido de vanguardia debe conquistar el poder si tiene posibilidad de hacerlo».
En nuestro país, donde la división internacional del trabajo combina la pervivencia de la actividad agraria con el sector servicios estacional y una industria residual, se nos impone la tarea de organizar la Revolución andaluza. Pero esta estructura productiva nos obliga a convertir la inevitable insurrección popular en Revolución socialista con un trabajo de organización y orientación política de las masas considerable en el que todas las vacilaciones posibles saldrán a la luz. Ante ellas el apunte de Lenin «nuestra revolución es invencible siempre y cuando no se tenga miedo a sí misma» en el artículo que referimos antes nos inspira en el presente.
Lenin contra el reformismo
Lenin, el crítico más severo de la socialdemocracia reformista, se enfrentó al problema de cómo conquistar el poder y convertir el enorme Imperio ruso, de economía agraria atrasada, en un Estado socialista proletario de base industrial. Si bien admitía que el socialismo futuro dependía de la revolución en los países realmente desarrollados, decidió no esperar; al contrario, defendió que una revolución rusa podía movilizar la mundial e integrarse en ella.
En los inicios de su trayectoria militante Lenin denuncia a los populistas rusos –en artículos como Acerca de la llamada cuestión de los mercados (1893) y otros de final del siglo XIX– que contraponían las formas precapitalistas y las formas capitalistas en la Rusia zarista, entendiéndolas como contradictorias. Afirmaba que el capitalismo se extiende a todas las esferas de la actividad productiva, independientemente de si genera formas atrasadas o más avanzadas de desarrollo técnico en El contenido económico del populismo y su crítica… (1894).
Denunciaba que los populistas negaban la aplicación de la teoría de Marx en la tierra de los zares, mientras entendían al campesinado como un todo homogéneo carente de contradicciones de clase en su interior. Dos errores fundamentales que negaban obstaculizaban cualquier posibilidad de Revolución. Afirmaba que la revolución popular podía derribar al zar, abriendo la oportunidad de tomar el poder para implantar el socialismo mediante la dictadura del proletariado, sin pasar por la democracia burguesa. La falta de un movimiento obrero organizado, pequeño en Rusia, podría suplirla un partido muy centralizado y muy disciplinado de revolucionarios profesionales.
Con ese plan, Lenin convirtió a la minoría bolchevique del Partido Socialdemócrata ruso en el nuevo Partido Comunista. Comprendió el realismo político de Maquiavelo y, como señaló Gramsci, hizo del partido leninista el moderno Príncipe maquiavélico. También adaptó a la práctica el marxismo clásico. Así, valoró el potencial revolucionario de sociedades atrasadas económicamente, como la rusa, y del nacionalismo de los pueblos sometidos a imperios, siempre que se abandonara la ilusión de la revolución popular espontánea y un partido comunista profesional planeara la toma de todo el poder.
El tiempo le dio la razón. Rusia fue sacudida por un movimiento revolucionario burgués tras la humillante derrota frente a Japón de 1905, que obligó al zar a concesiones liberalizadoras. Doce años después, la desastrosa participación zarista en la I Guerra Mundial condujo al derribo del régimen. El enfrentamiento entre potencias imperialistas provocó la primera gran guerra mundial, pero también abrió la puerta a la revolución socialista.
Denunció más adelante el papel de la aristocracia obrera en artículos como El imperialismo y la escisión del socialismo (1916) donde caracterizó como un producto del imperialismo a «una capa privilegiada del proletariado de las naciones imperialistas». Acusó a Kautsky y los suyos de «prosternarse como lacayos ante los oportunistas» caracterizando las propuestas de unidad con estos como un intento de «esclavizar al movimiento obrero» a través de «sus mejores agentes en el movimiento obrero»: los oportunistas. Calificó a estas facciones oportunistas como «partido obrero burgués» y rechazó su papel en la democracia burguesa como unos formuladores de retahílas de promesas y creadores de falsas esperanzas en el proletariado «con tal de que renuncien a la lucha revolucionaria para derribar a la burguesía».
En este siglo XXI, el movimiento obrero organizado en Andalucía se enfrenta de nuevo al mismo dilema. Mediatizado este debate por nuestra condición de nación oprimida y colonizada y la combinación de las pervivencias feudales y las formas más avanzadas de explotación capitalista, de nuevo es imprescindible el ejercicio de un partido de vanguardia entregado a la tarea de la organización de la revolución para construir una Andalucía socialista. De nuevo tenemos que insistir en superar el bloqueo de las facciones organizadas de la aristocracia obrera. Hemos de ir «más abajo y más lo hondo, a las verdaderas masas» porque «en ello están el sentido de la lucha contra el oportunismo», tal y como afirmó Lenin en este artículo.
El poder soviético
El triunfo de la revolución planteó a los bolcheviques y a Lenin nuevos y difíciles retos: la firma de la paz con Alemania, la guerra civil, la construcción de una nueva economía, la articulación de un sistema educativo radicalmente diferente al modelo burgués, la creación del Ejército Rojo, y todo ello en un contexto de cerco y agresión por parte de las principales potencias imperialistas.
Si Lenin no hubiera tenido la claridad que mostró en octubre de 1917 para lanzarse a la conquista del poder y derrocar al gobierno provisional de Kerensky, ¿el proletariado hubiera conquistado el poder en Rusia? Evidentemente existían condiciones objetivas favorables, pero sin Lenin y el partido bolchevique a la vanguardia de la situación revolucionaria, la Revolución podría haber caído en las múltiples desviaciones de las que el propio Lenin alertó frecuentemente.
En este 2024, la izquierda socialdemócrata –y que hasta se reivindica marxista– en Andalucía sigue anclada en una estrategia bersteiniana sobre el poder. Ocupar espacios en las instituciones burguesas es su único planteamiento y los denominados «presupuestos participativos» municipales su experiencia más transgesora, si se puede denominar transgresor, del Estado burgués.
La teoría del poder soviético y la construcción de un Estado obrero son plenamente vigentes en el presente y aplicables al país andaluz. Incluso tienen una formulación indígena andaluza previa –lo que reafirma su carácter universal– en el movimiento federal andaluz de 1873 y la Constitución andaluza de 1883, que de forma intuitiva plantearon una superación de la sociedad y el Estado burgués español.
Lenin y la cuestión nacional
Lenin fue el más firme defensor del derecho a la autodeterminación –y por lo tanto a la libre separación político-institucional– de las naciones oprimidas. Detestó el zarismo y el socialchovinismo. Tras la Revolución de Octubre y la constitución de distintas repúblicas soviéticas no fue hasta cinco años después (1922) cuando se formó la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas, en unas condiciones de terribles presiones del imperialismo para destruir a todas las repúblicas soviéticas.
En «El nacional-liberalismo y el derecho de las naciones a la autodeterminación» (1913) Lenin ya afirmaba, frente a los plumíferos chovinistas, que la autodeterminación implica «la libre separación». Tras unos primeros años en los que el problema nacional no le ocupa especial atención, fue con la Primera Guerra Mundial cuando desarrolló una teoría más acabada sobre la opresión nacional. Y es que, un siglo después, la determinación de Lenin en acabar con todos los atisbos de zarismo y chovinismo gran-ruso son una lección para todos los comunistas, especialmente para los del Estado español.
Calificó al Imperio zarista de «cárcel de pueblos» y, siempre anteponiendo la unidad de la clase obrera y el combate contra a la burguesía de cualquier nación o Estado, supeditó cualquier centralización a la existencia de «condiciones de igualdad» considerando un modelo la reflexiones de Marx sobre Irlanda (que apoyó al movimiento independentista irlandés como talón de Aquiles de la oligarquía británica) en su texto El orgullo nacional de los rusos (1914).
Denunció en varias publicaciones las anexiones zaristas a las que dio lugar la I Guerra Mundial. La anexión la define como «toda incorporación de una nación contra su voluntad, tanto si tiene otro idioma como si no lo tiene, desde el momento en que siente ser otro pueblo» en el Informe pronunciado en la asamblea de delegados bolcheviques… (1917) y considera anexado «cualquier territorio cuya población, en el transcurso de las últimas décadas, haya expresado su disconformidad con la incorporación de su territorio a otro Estado, o con su situación dentro del Estado» en el Guion del programa de negociaciones sobre la paz (1917). Unas posiciones con las que coincidió ampliamente –probablemente sin tener conocimiento de ello– el andalucista revolucionario Blas Infante, rechazando el principio de las nacionalidades de Wilson por imperialista y proponiendo un principio de las culturas. Un principio de las culturas con enormes semejanzas con las concepciones leninistas sobre el derecho de autodeterminación.
Si los partidos comunistas no ayudan al movimiento revolucionario de las naciones dependientes su apoyo a la autodeterminación sería un «rótulo embustero» afirma en el Esbozo inicial de las tesis sobre los problemas nacional y colonial (1920). ¿Que tiene que ver está posición de Lenin con el papel que ha jugado el PCE como obstáculo para la liberación de Andalucía –incluso para un Estatuto de autonomía durante la Segunda República– y sostén de nuestra colonización?
Ulianov polemizó con Rosa Luxemburg en su «practicismo» a propósito de la cuestión nacional afirmando el derecho de todas las naciones a su Estado nacional y calificando el derecho a la federación como una forma de escamotear el derecho a la separación, como «un derecho absurdo por ser un contrato bilateral», en el artículo «Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación» (1922). No hay duda que esta reflexión es de rabiosa aplicación en el presente en el Estado español.
Y en uno de sus últimos textos sobre la cuestión –«Acerca del problema de las nacionalidades o sobre la autonomización» (1922)– hizo una reflexión demoledora, a unos días de la creación de la URSS, a propósito de los desencuentros del Comité Central con los responsables georgianos. El chovinismo de ciertos comunistas españoles, incapaces de desprenderse de la costra burguesa rojigualda, queda al desnudo cuando Lenin plantea –ante lo que interpreta como una manifestación de chovinismo gran-ruso– la posibilidad de «volver atrás en el siguiente Congreso de los Soviets» y añade la posibilidad de «que haya que mantener la unión de repúblicas socialistas soviéticas solo en sentido militar y diplomático» restableciendo «la autonomía completa de los distintos Comisariados del Pueblos».
La lucidez revolucionaria de Lenin y del Partido Bolchevique se manifestó en la propia denominación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) creada ese año que recoge la visión internacionalista y socialista de la URSS. No hay en su denominación ningún atisbo geográfico-histórico al detestable pasado zarista. Todo lo contrario a ese iberismo socialchovinista que algunos comunistas carpetovetónicos plantean como forma de escamotear la legítima lucha de las naciones oprimidas por su autodeterminación. Un iberismo que no es mas que una reproducción vergonzante del marco estatal español del que les resulta imposible desprenderse en favor del derecho a la autodeterminación en un sentido leninista.
Lenin y la organización
En el texto de Lenin El socialismo y la guerra (1915) habla sobre la importancia de la organización ilegal. Sin renunciar, dice, a aprovechar cualquier posibilidad legal para organizar las masas y propagar el socialismo, los partidos socialdemócratas deben romper con toda actitud servil ante la legalidad. Es necesario violar la legalidad burguesa después que la burguesía la hay violado. No se puede llevar a las masas a la revolución sin crear una organización clandestina que propague, discuta, aprecie y prepare los medios revolucionarios de lucha.
En el folleto Carta a un camarada sobre nuestras tareas de organización (1902) planteó que el grado de clandestinidad y la forma orgánica de los diversos círculos dependerá de la naturaleza de sus funciones. Por consiguiente, las formas de organización serán las mas variadas: desde el tipo de organización más estricto y cerrado hasta el más libre, amplio, abierto y poco estructurado.
Otra vertiente destacada del trabajo teórico y práctico de Lenin es su aportación a la lucha y militancia clandestina. En estos tiempos que se nos avecinan en que la «bestia imperialista» va a morir matando y está dispuesta a lo que sea para mantener su poder, incluido el darle campo abierto a las políticas nazis y fascistas, y cuando las democracias burguesas ya ni siquiera mantienen un mínimo de decoro, es más que posible que en un tiempo no muy lejano no se nos permita mantener públicamente una organización independentista y socialista como es Nación Andaluza. Ni siquiera cualquier otra forma de organización legal que mínimamente cuestione el poder imperial.
La represión sobre las revolucionarias no es nueva, la padecimos incluso cuando las democracias occidentales no tuvieron más remedio que mantener las formas democráticas ante el miedo a la Unión Soviética pero parece clarísimo que se va a agudizar mucho en el futuro próximo. Por ello es importantísimo prepararse para lo que pueda venir y para adoptar cualquier método de lucha y organizativo adecuado a la situación. Y para ello es fundamental leer a Lenin. Y leer el Qué hacer en el que son expuestas con perfecta precisión las ideas sobre la estructura orgánica y métodos de edificación de los partidos comunistas ilegales.
Por supuesto que hoy no se puede aplicar en forma mecánica a las condiciones contemporáneas de los países capitalistas porque son las correspondientes a la Rusia zarista anterior a 1905 pero la esencia de las enseñanzas de Lenin en este aspecto nos pueden ser más que útiles y es necesario conocerlas.
Como decía en sus memorias Nadezhda Krupskaya, desde el comienzo de su actividad revolucionaria Lenin concedía una gran importancia a todo lo concerniente a la actividad clandestina, empezando por su propia persona. Valga de ejemplo que durante casi 25 años el verdadero nombre de Vladimir solo era conocido por un pequeño círculo reducido de camaradas. Sólo hasta febrero y octubre de 1917 se empezó a conocer masivamente. Cómo describen Kedrov Milkhail y Vasiliev Borisen en el libro: Teoría y práctica de la militancia ilegal, Lenin siempre se mantenía en guardia, observando lo que pasaba a su alrededor. Era experto en el cruce de fronteras. Logró hasta estando en prisión ponerse en comunicación con la organización del partido y establecer una correspondencia con cartas cifradas. También era habitual que mantuviera reglas clandestinas en las reuniones del partido.
Expuso como deben abordarse y resolver las cuestiones fundamentales relativas a la construcción del partido y al trabajo de masas en las condiciones de un feroz terror policiaco. Lenin planteó que más que nunca, en esos momentos el partido debe ser una organización de revolucionarios profesionales. Con ello Lenin levantaba una barrera infranqueable entre el concepto revolucionario bolchevique y del oportunista y reformista dentro del partido.
En condiciones de existencia ilegal, una organización tiene que ser una organización estrecha. La incorporación de nuevos miembros debe hacerse con una gran prudencia. Hacen falta militantes que se especialicen en las distintas funciones de la actividad revolucionaria. Es necesaria una dirección centralizada, células de fábrica y es fundamental la existencia de un periódico político para toda Rusia.
Lenin y la insurrección
En el tomo 11 de las Obras completas (editorial Progreso) en el texto: Tareas de los destacamentos del ejército revolucionario se entra en detalles concretos y prácticos para realizar acciones como asaltos a prisiones, bancos, puestos de policía, estudiar bien los planos de la ciudad, conseguir las direcciones particulares de las autoridades, etc.
En un artículo sobre las enseñanzas de la insurrección de Moscú, Lenin daba directrices sobre cómo hay que prepararse y dirigir una insurrección, que por su claridad y precisión son difíciles de mejorar. Lenin dejaba claro su rechazo a los mencheviques, el ala derecha del partido, que decían que no se puede luchar contra el ejército de hoy, que hay que esperar a que el ejército se revolucionarice. Consideraba como una de las grandes enseñanzas de la insurrección de Moscú la «nueva táctica de barricada», la táctica de guerra de guerrillas sobre la base de destacamentos muy pequeños de diez personas como mucho, incluso tres o dos. Las enseñanzas prácticas de la insurrección de Moscú fueron tratadas por Lenin en el folleto La disolución de la Duma y las tareas del proletariado (1906).
Al dirigir en 1917 la preparación de la insurrección de octubre, Lenin aprovechó plenamente toda la experiencia de la revolución de 1905. Tanto los soviets como órganos de la insurrección, como los comités militares-revolucionarios, que preparaban directamente la parte técnica de la lucha del proletariado por el poder.
Sobre todo en su carta al Comité del POSDR de septiembre de 1917, publicada bajo el título de El marxismo y la insurrección, Lenin dice: «la insurrección debe de estallar en el apogeo de la revolución ascendente, es decir, en el momento en que la actividad de la vanguardia del pueblo es mayor, cuando las vacilaciones de los enemigos y amigos débiles, equívocos e indecisos de la revolución, son más fuertes».
Lenin escribe: «La insurrección armada es un aspecto particular de la lucha política supeditada a leyes particulares, leyes que hay que examinar atentamente….Carlos Marx ha puesto de relieve muy notablemente, la idea de que la insurrección armada, como la guerra es un «arte»».
El campesinado y la reforma agraria
La importancia que, en el país andaluz, tiene el sector primario y las aportaciones que en este sentido hizo Vladimir Ilich Ulianov –con sorprendentes paralelismos con las propuestas del andalucismo revolucionario– hacen necesario detenernos en este punto para completar esta semblanza
Lenin rechazó, como hemos dicho más arriba, la idea de un campesinado sin contradicciones. En artículos como A los pobres del campo (1903), insitió en atraerse al pequeño y mediano campesino y en el deber de los campesinos pobres de luchar contra todos los burgueses y los terratenientes. Denunció el carácter de los planes de crédito y cooperativas capitalistas en el medio rural, que sólo consiguen poner al campesinado pobre del lado de la burguesía mientras no podrá evitar su proletarización, así como el carácter de la autoexplotación campesina como funcional al capitalismo. Señaló como una infantilización del campesinado la posición de los populistas que rechazaban que el campesino tuviera la propiedad privada de la tierra escondiéndose bajo las formas semifeudales aún existentes en la Rusia zarista. Lenin defendió de manera táctica el derecho a la propiedad privada de las tierras para los campesinos. Contraponía así la idea de la unión de la comunidad campesina que planteaban los populistas a su propuesta de unión del pueblo trabajador (proletarios y semiproletarios del campo y la ciudad).
En El programa agrario de la socialdemocracia en la Revolución Rusa (1908) apostó por la nacionalización de la tierra –coincidiendo con él, en Andalucía, el revolucionario Blas Infante– lo que supondría la abolición de la renta absoluta de la tierra. Esta era una medida que, repitió en diversas ocasiones, no es socialista pero que vinculaba los intereses del proletariado y el campesinado. De esta forma, pronosticó que la Revolución Rusa solo podría triunfar con esta alianza. Una alianza que determinaria la democratización completa para dar paso inmediatamente después a la revolución socialista.
Por último, en su aportación al I Congreso de Diputados campesinos de toda Rusia (1917) defendió la socialización de la tierra bajo la consigna de «trabajo libre en tierra libre» y, sabedor de que la reforma agraria no es suficiente –como también afirmaba Blas Infante– propuso convertir los latifundios en explotaciones modelo gestionadas por los obreros.
Lenin y la cuestión de la mujer
La importancia de la liberación de la mujer para Lenin queda fuera de toda duda. Él afirmaba que «no puede haber revolución socialista si la inmensa mayoría de las mujeres trabajadoras no participan en gran medida en ella».
En una conversación con Clara Zetkin (otoño de 1920) Lenin destacaba el valiente papel de las mujeres en la Revolución rusa, antes y después de la toma del poder, soportando todo tipo de sufrimientos y privaciones, en su lucha por la libertad y el comunismo.
La Revolución rusa transformó de forma radical la vida de las mujeres y Lenin dedicó artículos muy claros a profundizar en este sentido. Los primeros decretos del gobierno de los soviets otorgaron la tierra a los campesinos, establecieron el control obrero en la industria y millones de mujeres consiguieron la igualdad ante la ley, el divorcio sin condiciones, el derecho al aborto y el reconocimiento de los hijos nacidos fuera del matrimonio, se despenalizó la homosexualidad y la prostitución.
Pocos meses después de la toma del poder, Lenin sostenía que, por primera vez en la historia, se había eliminado de la legislación «todo lo que desconocía los derechos femeninos». Pero también aseguraba que, en este ámbito «no es la ley lo que importa», sino la transformación real de las condiciones de vida.
En ese sentido, otro conjunto de medidas apuntaba a la socialización del trabajo doméstico, con la creación de comedores públicos, guarderías, casas cuna, etc. El objetivo era arrancar la carga de las tareas domésticas de los hogares privados y permitir la inserción masiva de las mujeres en el trabajo, la política y la cultura. Este era un aspecto central del programa bolchevique para la emancipación femenina. El trabajo doméstico las ataba al espacio privado, sin dejar tiempo ni energías para desarrollar sus plenas capacidades en la vida política y cultural.
La creación del Zhenotdel (Departamento de Mujeres Trabajadoras y Campesinas del Partido Bolchevique) en 1919, fue acompañada de un intenso trabajo de agitación, propaganda y organización, con el objetivo de involucrar a las mujeres en todas las tareas de construcción de la nueva sociedad socialista. El Zhenotdel promovió la elección de delegadas trabajadoras en cada lugar de trabajo e incentivó su participación en los soviets.
Desde el punto de vista de los bolcheviques, la opresión de las mujeres no era algo que se pudiera terminar por decreto. Incluso después de la toma del poder y la superación de la propiedad privada como principio organizador de la sociedad, las relaciones personales y familiares patriarcales en las cuales las mujeres habían sido oprimidas por siglos, no iban a disolverse sin más. Era necesario consolidar nuevas condiciones de posibilidad para avanzar hacia esa emancipación. Nuevas bases materiales, sociales y culturales que permitieran una transformación radical de las relaciones personales y sociales en la transición al socialismo.
Para Lenin, la revolución debía ir acompañada de una incorporación masiva de la mujer a la vida política y a los puestos de dirección del Estado. Así, a través de la práctica del poder, las trabajadoras, lo mismo que los trabajadores, aprenderían a ejercer cargos de responsabilidad, y se pondría fin al prejuicio de que solo estaba preparada para el gobierno la gente con estudios universitarios y un determinado estatus económico. Para acabar con esta sumisión a los trabajos más duros, tanto en la cocina como en el cuidado de los hijos, Lenin propugna la creación, por parte del Estado, de instituciones como las casas-cuna, dedicadas a los lactantes, o los jardines infantiles.
Como socialista, se pronuncia también acerca del divorcio, y pide total libertad para poner fin a los matrimonios que no funcionen: «En la mayoría de los casos el derecho al divorcio será «irrealizable» bajo el capitalismo, pues el sexo oprimido se halla sometido económicamente, y por más democracia que exista bajo el capitalismo la mujer sigue siendo «una esclava doméstica», una esclava encerrada en el dormitorio, en la habitación de los niños, en la cocina […].
A lo largo de la revolución que condujo a Octubre, Lenin insistió una y otra vez en la necesidad de organizar a las mujeres en la lucha. En una de sus «Cartas desde lejos» –escritas antes de su regreso del exilio en 1917– escribió: «Si no se incorpora a las mujeres a las funciones públicas, a la milicia y a la vida política, si no se arranca a las mujeres del ambiente embrutecedor del hogar y la cocina, será imposible asegurar la verdadera libertad, será imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del socialismo».
Para Lenin, no sólo la revolución es necesaria para la liberación de la mujer, sino que la participación de la mujer es decisiva para que la revolución tenga éxito. No se trata de una cuestión secundaria. Pero la opresión de la mujer bajo el capitalismo también significa que hay menos mujeres que hombres organizadas en la lucha. Lenin también abordó este problema:
¿Por qué en ninguna parte, ni siquiera en la Rusia Soviética, no militan en el Partido tantas mujeres como hombres? ¿Por qué el número de obreras organizadas en los sindicatos es tan reducido? Estos hechos obligan a reflexionar. […] Todos estos razonamientos se vienen abajo ante una necesidad inexorable: sin millones de mujeres no podemos realizar la dictadura proletaria, sin ellas no podemos llevar a cabo la edificación comunista. Debemos encontrar el camino que nos conduzca hasta ellas, debemos estudiar mucho, probar muchos métodos para encontrarlo.
Lenin y el imperialismo
Lenin nos enseña que ser revolucionario es comportarse como un militante antiimperialista.
En una época de capitalismo senil como la actual, la competencia da paso a los monopolios y a la interpenetración mundial de capitales estableciendo su dominio el capital financiero. Ahora que hay quien ve «imperialistas» por todas partes, es más oportuno que nunca volver a las cinco condiciones que según Ulianov caracterizaban a las potencias imperialistas:
- La concentración de la producción y del capital desarrollada a un nivel tan alto que ha creado monopolios decisivos en la vida económica.
- La fusión del capital bancario con el capital industrial y la creación, sobre la base de este «capital financiero», de una oligarquía financiera.
- La exportación de capital –a diferencia de la exportación de mercancías– adquiere una importancia excepcional.
- La formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo.
- La división territorial del mundo entre las mayores potencias capitalistas.
En El programa militar de la revolución proletaria (1915), Lenin afirmó que «la consigna y la aceptación de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914 – 1916 no es más que la corrupción del movimiento obrero por medio de una mentira burguesa» e insistió, como hemos visto más arriba, en no alentar el chovinismo del propio país (y de los aliados).
El imperialismo no es nada más que «la explotación de millones de hombres de las naciones dependientes por un pequeño número de naciones ricas». Y de hecho, es muy posible encontrarnos la mayor democracia en el seno de una nación rica al mismo tiempo que continúa ejerciendo su dominación sobre las naciones dependientes. Olvidar esto constituye incluso una de las condiciones indispensables para el mantenimiento de la dominación de la burguesía en los países dominantes.
Denunció el papel de la aristocracia obrera, «principal apoyo» de la burguesía en los países capitalistas con industria avanzada en el sostenimiento del imperialismo. Una enseñanza tremendamente útil cuando desde las bases militares estadounidenses que el Estado español permitió instalar en nuestro país se están enviando aeronaves y barcos a los nuevos frentes de la guerra imperialista.
Y determinó en Imperialismo, fase superior del capitalismo que, una vez repartido el mundo «nuevos repartos son posibles e inevitables». En ellos aparecerían colonias, semicolonias y unas relaciones de supeditación entre Estados formalmente independientes grandes y pequeños. Todo un entramado imperialista y colonial que no podía terminar sin terminar con los monopolios, algo que olvidó Kautsky.
Lenin, más valioso que nunca
La obra teórica de Lenin es tan inmensa y de tal calidad, que forma un conocido como leninismo y constituye, junto con la obra de Marx y Engels, el pensamiento marxista-leninista, como un todo armónico e inseparable, que ensambla de forma armónica el materialismo histórico y el materialismo dialéctico como bases explicativas de la sociedad y la naturaleza.
En sus innumerables escritos, Lenin abordó una gran diversidad de temas, pero fue una constante su lucha contra el revisionismo, el reformismo y el oportunismo, es decir, contra todas aquellas tendencias que podían apartar al Partido Bolchevique de la línea revolucionaria y renunciar a sus principios. Las batallas que libró en este sentido fueron tanto con anterioridad a la toma de poder, como durante la construcción del Estado soviético. Estas constantes luchas contra las desviaciones contrarrevolucionarias forjaron un partido fuerte firme en lo ideológico y en lo político, pero sin caer en sectarismos, con la suficiente flexibilidad táctica para llegar a acuerdos y compromisos cuando la realidad política lo requería.
El leninismo da un desarrollo teórico y práctico a nivel político de la teoría económica marxista, da un nuevo sistema político a un nuevo sistema económico, complementando así el modelo económico socialista y comunista con un nuevo modelo de partido. El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias y constituye la aplicación teórica y práctica del pensamiento político y económico de Marx y Engels.
Para nosotras que aspiramos a ser vanguardia de la clase obrera, a crear una nación política con conciencia nacional y de clase, utilizando la crítica socialista para denunciar el carácter embustero de la propaganda del nacionalismo español y del regionalismo pequeño burgués, la vigencia de las enseñanzas leninistas es imprescindible para realizar, en la praxis, la transformación revolucionaria plena, la liberación nacional y el socialismo.
A cien años del fallecimiento de Vladimir Ilich Ulianov «Lenin», su pensamiento sigue siendo una guía esencial para la organización de las revolucionarias andaluzas en pos de nuestra liberación plena, para la consecución del ideal andaluz, para la consecución de la Revolución andaluza.
Isi Barrera, Mariano Junco y Carlos Ríos
Andalucía, 21 de abril de 2024