Un rela­to muy, muy parcial

José Anto­nio Sáenz de San­ta­ma­ría, el gene­ral de bien pobla­do bigo­te y cara de muy mala leche que fue Direc­tor Gene­ral de la Guar­dia Civil, decla­ró que «un terro­ris­ta muer­to da satis­fac­ción. Un terro­ris­ta vivo, y dete­ni­do, da infor­ma­ción». ¿No será ese el moti­vo por el que, con sos­pe­cho­sa fre­cuen­cia, las Fuer­zas de Segu­ri­dad mata­ran a todos los miem­bros de un coman­do excep­to a uno?

Todo indi­ca que esa era la mane­ra más efi­caz que tenían de com­bi­nar satis­fac­ción e infor­ma­ción, ya que, a la hora de lograr el segun­do obje­ti­vo, les bas­ta­ba con dejar vivo a uno. El pri­mer esla­bón con el que ini­ciar, tor­tu­ran­do, la habi­tual cadena/​redada de dete­ni­dos a quie­nes se apli­ca­ba a su vez el tormento.

El exco­man­dan­te Fer­nan­do San Agus­tín «Far­le­te» ha vuel­to a mos­trar cuán impli­ca­do está en el blan­quea­mien­to de todas esas actua­cio­nes, cuan­do ha dado una inter­pre­ta­ción tan intere­sa­da como fal­sa de las mis­mas. En su libro de memo­rias, La tras­tien­da de los ser­vi­cios de inte­li­gen­cia, pre­ten­de que se tra­ta­ba de casos en los que uno de los miem­bros del coman­do hacía un tra­to. A cam­bio de infor­ma­ción, que las Fuer­zas de Segu­ri­dad obte­nían sin usar para nada la tor­tu­ra, le deja­ban esca­par al extran­je­ro, sal­ván­do­le así la vida.

En reali­dad, al miem­bro del coman­do que deja­ban vivo lo some­tían a todo tipo de tor­tu­ras y ter­mi­na­ba entre rejas por lar­gos años. Eso es lo que ocu­rrió al menos en cua­tro oca­sio­nes. Una vez con un coman­do de autó­no­mos al que la poli­cía ten­dió una embos­ca­da en el puer­to de Pasaia, en 1984. En otras tres oca­sio­nes, al loca­li­zar la Guar­dia Civil a coman­dos de tres mili­tan­tes libe­ra­dos de ETA (Her­na­ni 1984, Irun 1989 y Bar­ce­lo­na 1991). Mató a dos de ellos y dejó vivo al ter­ce­ro para torturarlo.

El caso de los mili­tan­tes autó­no­mos ase­si­na­dos en el puer­to de Pasaia se ini­ció el 18 de mar­zo de 1984, día en el que la poli­cía detu­vo en Donos­tia a Rosa Jimeno, com­pa­ñe­ra sen­ti­men­tal de un mili­tan­te de los Coman­dos Autó­no­mos refu­gia­do en Ipa­rral­de. Man­tu­vie­ron en secre­to su deten­ción y, bajo inten­sas tor­tu­ras, la obli­ga­ron a lla­mar a su domi­ci­lio dicien­do que esta­ba ayu­dan­do a una ami­ga emba­ra­za­da y debía per­ma­ne­cer jun­to a ella.

Siguie­ron some­tién­do­la a todo tipo de tor­tu­ras físi­cas (gol­pes, bañe­ra, elec­tro­dos, qui­ró­fano, bol­sa…) y psi­co­ló­gi­cas (le dije­ron que un sobrino suyo, de sie­te años, podía tener un «acci­den­te» cuan­do se diri­gíe­ra a la ikas­to­la…). Fue así como con­si­guie­ron que lla­ma­ra a Ipa­rral­de, para que su com­pa­ñe­ro y otros cua­tro mili­tan­tes se tras­la­da­ran en una zodiac por mar a Pasaia, don­de ella les esta­ría espe­ran­do el 22 de marzo.

La poli­cía hizo creer a Rosa que se limi­ta­rían a dete­ner a los cin­co mili­tan­tes. Sin embar­go, lo que vio, horro­ri­za­da, fue que, al lle­gar estos al lugar acor­da­do, la poli­cía acri­bi­lló a bala­zos a cua­tro de ellos, entre los que se encon­tra­ba su com­pa­ñe­ro, y detu­vo al quin­to a quien pen­sa­ban arran­car no poca infor­ma­ción torturándolo.

Tras ello, Rosa Jimeno estu­vo varios años en pri­sión y tuvo, enci­ma, que sopor­tar cómo un pres­ti­gio­so perio­dis­ta, Die­go Car­ce­do, escri­bió enor­mes fala­cias sobre ella en la bio­gra­fía auto­ri­za­da del gene­ral Sáenz de San­ta­ma­ría. Fala­cias como esta:

Sobre la mujer cogi­da in fra­gan­ti cuan­do pres­ta­ba apo­yo des­de tie­rra a los terro­ris­tas, nun­ca vol­vió a tener­se noti­cias. Aho­ra se encuen­tra per­fec­ta­men­te ins­ta­la­da en una ciu­dad cuyo nom­bre, al igual que su pro­pia iden­ti­dad, solo cono­cen unas pocas per­so­nas y goza de pro­tec­ción ofi­cial. Era efec­ti­va­men­te miem­bro de los Coman­dos Autó­no­mos pero actua­ba como con­fi­den­te de la poli­cía. Ella, una vas­ca por los cua­tro cos­ta­dos cono­ci­da como Pilar, fue quien aler­tó a las fuer­zas de segu­ri­dad de los deta­lles de la ope­ra­ción que se pro­po­nía lle­var a cabo el tal­de liqui­da­do y quien con sus seña­les a la lan­cha en la que lle­ga­ban los terro­ris­tas al puer­to faci­li­tó su liquidación.

«».

Cuan­do ase­si­na­ron a los cua­tro autó­no­mos, las «fuen­tes anti­te­rro­ris­tas» ya se encar­ga­ron de insi­nuar algo muy simi­lar: «Un alto res­pon­sa­ble de la poli­cía anti­te­rro­ris­ta comen­ta­ba recien­te­men­te a El País que se «esta­ba hablan­do en los perió­di­cos dema­sia­do de Rosa María Jimeno y que corría el ries­go de que se la pudie­ran picar sus pro­pios compañeros».

Como se ve, tor­tu­ra­ron a Rosa has­ta que­brar­la y ase­si­na­ron a los mili­tan­tes a los que se vio for­za­da a lla­mar. Ade­más, la difa­ma­ron pre­ten­dien­do que era una con­fi­den­te y que, al haber cola­bo­ra­do de modo volun­ta­rio con la poli­cía, corría el ries­go de ser ase­si­na­da por los pro­pios autó­no­mos. ¿Cabe mayor crueldad?

Según la ver­sión ofi­cial, los poli­cías que dis­pa­ra­ron con­tra los cua­tro autó­no­mos lo hicie­ron res­pon­dien­do a los dis­pa­ros de dichos mili­tan­tes, pero en reali­dad estos lle­va­ban las armas en bol­sas de las que jamás salie­ron. Los mili­tan­tes reci­bie­ron 113 impac­tos de bala; muchas de ellas de pos­ta, muni­ción que tie­nen prohi­bi­do usar las Fuer­zas de Seguridad.

En este caso, el Gobierno Vas­co no se ha pro­nun­cia­do con cla­ri­dad. En otros, ha deja­do bien cla­ro su posi­cio­na­mien­to, como en el de Iña­ki Ipa­rra­gi­rre «Ipa­rra», mili­tan­te de ETA, de 18 años, muer­to en 1974, en pleno fran­quis­mo. Según la ver­sión ofi­cial, al ir la Guar­dia Civil a dete­ner­lo, se pro­du­jo un tiro­teo y resul­ta­ron muer­tos uno de los guar­dias, el sar­gen­to Jeró­ni­mo Vera, e «Ipa­rra».

Des­de enton­ces, las auto­ri­da­des afir­man que, en ese caso, la úni­ca víc­ti­ma fue el sar­gen­to de la Guar­dia Civil. Cuan­do hubie­ron muer­tos de ambas par­tes, solo los miem­bros de las Fuer­zas de Segu­ri­dad han sido con­si­de­ra­dos víc­ti­mas por las auto­ri­da­des. Y cuan­do los úni­cos muer­tos han sido mili­tan­tes de ETA o autó­no­mos tam­po­co han con­si­de­ra­do que se pro­du­je­ra vul­ne­ra­ción algu­na del dere­cho a la vida de dichos militantes.

A lo sumo, se tra­ta­ría de casos no del todo escla­re­ci­dos. Como si no estu­vie­ra cla­rí­si­mo lo que se escon­de tras esas «ver­sio­nes ofi­cia­les» cons­trui­das para sos­te­ner un rela­to que quie­ren impo­ner a toda costa.

Un rela­to muy, muy parcial.

Xabier Maka­za­ga

11 de julio

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