Tras las elecciones presidenciales en Venezuela del 28 de julio, hemos asistido a una nueva ofensiva en los medios de comunicación y redes sociales contra el chavismo y el gobierno de Nicolás Maduro. Esta ofensiva, masivamente compartida, se ha basado en dar altavoz a la oposición en su anuncio de fraude electoral, unido a denuncias de ser una dictadura, de haber empobrecido al pueblo venezolano, de haber empujado a la migración a millones de compatriotas o ser corruptos. Este comportamiento es lógico en las derechas venezolanas y mundiales, ya que es un patrón que han venido repitiendo en el país, desde el 2002, y en otros países que desarrollan políticas o suponen ejemplos contra sus intereses de clase, como Cuba, Bolivia o Nicaragua. No obstante, choca ver compartir y difundir el discurso de la oposición venezolana por parte de sectores diversos dentro de la denominada izquierda. Consideramos que esto es fruto de una mezcla de compromisos ideológicos ‑defensa de la democracia formal por encima de cualquier consideración socioeconómica; o chovinismo occidental‑, y de desenfoques y errores, tanto en la interpretación del proceso bolivariano en Venezuela y las dificultades que ha atravesado, como de las propias dinámicas de las luchas populares en el contexto imperialista. Frente a ello, queremos sistematizar lo que ha supuesto la lucha de clases en el país latinoamericano y cuáles deberían ser nuestras tareas aquí.
El proyecto bolivariano
La victoria en las elecciones presidenciales de Hugo Chávez en 1998 supuso el punto de llegada de las reivindicaciones de múltiples movimientos populares y sociales venezolanos que venían pugnando contra la gran burguesía compradora y el imperialismo occidental desde hacía décadas. Esta victoria, además, supuso una respuesta a la crisis política, social y económica que vivía el país desde la década de 1980. El pueblo venezolano sufría de una extrema desigualdad social, basada en la existencia de una burguesía corrupta y enriquecida con la venta de las rentas del petróleo a las multinacionales, entregando las riquezas del país al capital internacional. En el otro lado, las mayorías sociales: la clase trabajadora y campesina que se sumía en la pobreza, malnutrición, infravivienda, sin acceso a servicios sociales básicos, sufriendo del racismo institucional y, una parte importante, sin derecho al voto. La llegada de Chávez inaugura la revolución bolivariana con el nacimiento de la V República, que buscaba otorgar derechos y bienestar a la clase trabajadora venezolana en una verdadera revolución nacional antiimperialista y antioligárquica.
Esta revolución se desarrollará condicionada por un aspecto fundamental: Venezuela se inserta en la división mundial del trabajo como periferia extractiva del capital. Una periferia sobreexplotada y expoliada por las burguesías del centro imperialista, que acuden al calor del petróleo (siendo la mayor reserva del mundo) y otros productos energéticos y minerales, como el gas natural. Esto tiene dos consecuencias directas: a) en primer lugar, su economía es fuertemente dependiente del petróleo, sector del que emana la mayor parte de su riqueza. Esto la hace muy vulnerable ante posibles ataques o crisis, e históricamente dependiente de las importaciones de todo tipo de productos por muy pocas empresas. b) Al calor de las demandas del capital internacional y las grandes multinacionales energéticas, ha dominado históricamente una burguesía compradora y rentista, que se ha caracterizado por parasitar las instituciones del estado en todo el siglo XX y de vender el país al imperialismo. Frente a ella, la burguesía terrateniente y la industrial han sido relativamente débiles, conformando una oligarquía que a duras penas ha sabido integrar a las clases medias o trabajadoras a su proyecto de país. Será precisamente el imperialismo occidental ‑incluido el del estado español-, y sus voceros venezolanos (la oligarquía), los que conformarán un grupo de presión que declaró la guerra al proyecto bolivariano desde sus primeros meses de vida, para poder mantener su descarnada y feroz dictadura de clase.
Para entender esta respuesta es necesario comprender las bases de la política socio-económica de la Venezuela bolivariana. En primer lugar, realizará una serie de leyes en defensa de la redistribución de la riqueza y las rentas del país para proyectos sociales (en forma de Misiones desde el año 2003). En concreto, nos referimos a las 49 leyes promulgadas en diciembre del 2001, que serán profundizadas y aceleradas en los años posteriores, sobre todo desde que en el año 2006 Chávez anunciase el carácter socialista de la revolución. De estas leyes, la principal, por suponer el control público de los beneficios de la exportación de petróleo, será la Ley de Hidrocarburos, que permitirá en un contexto de alza de precios del petróleo la generación de ingresos públicos de la compañía estatal de petróleo (PDVSA) que serán invertidos en sistemas públicos sanitarios, educativos, de viviendas, de infraestructuras, en la diversificación productiva o en importaciones de productos, que mejoraron el nivel de vida de las y los venezolanos. La Ley de Tierras, por su parte, atacó el latifundismo y potenció el acceso a tierras e insumos de la población campesina, así como su capacitación en materia agroecológica. La Ley de Pesca hacía lo propio en ese ámbito, empoderando y ayudando a la pesca artesanal y controlando y limitando el poder de las grandes empresas pesqueras, llegando a prohibir la dañina pesca de arrastre.
Todas estas medidas revirtieron en el bienestar de las clases populares venezolanas, con la mejora en todos los parámetros de desarrollo humano: reducción de la pobreza y pobreza extrema, lucha contra el hambre y la malnutrición, aumento de la escolarización, aumento del acceso a la sanidad y a la vivienda, censo electoral ampliado, acceso a la cultura e infraestructuras básicas, etc.
En segundo lugar, la V República tenía la voluntad de construir una nueva democracia alejada de los parámetros formales occidentales: una “democracia participativa y protagónica”, que se basaba en el propio tejido organizado popular venezolano y que incluye como poderes no sólo el ejecutivo, legislativo y judicial, sino además el electoral y el ciudadano. Esta democracia participativa dará un giro en el año 2006, con la Ley de Consejos Comunales. Ante el freno de sectores reformistas y, fundamentalmente, las agresiones de la oligarquía y el imperialismo, se propone construir el estado y poder comunal, que constituiría la semilla y base de un poder popular que no dependiera de las instituciones del estado y que hoy en día reúne a cerca de 50.000 consejos comunales agrupados en más de 300 ciudades comunales. Las comunas constituyen hoy en día uno de los pilares de la revolución, espacio de formación de nuevos cuadros y de construcción del socialismo desde sus mismas bases, contando con el apoyo institucional del Ministerio para el Poder Popular de las Comunas. Las clases dominantes tradicionales en Venezuela, tanto oligárquicas como las “clases medias” no pueden soportar que el proletariado, los indígenas y demás capas populares, que siempre han denostado y despreciado, manejen los mecanismos del estado y tengan todo tipo de formas de participar en política, mostrando su reacción racista y clasista.
Por último, esta revolución ha dado gran importancia a la formación y toma de conciencia de la clase trabajadora, cuyo paradigma será la labor pedagógica de Hugo Chávez en el “Aló Presidente”, inaugurado en 1999, pero que ha tenido múltiples expresiones en el trabajo comunal y de educación formal e informal del pueblo trabajador venezolano.
Cabe destacar que todas estas medidas no han significado la instauración de un sistema socialista y que ha generado tensiones internas, una verdadera lucha de clases, incluso dentro de la revolución, donde encontramos dos tendencias. En primer lugar, la reformista y estatalista, reacia a profundizar en la ruptura con el sistema capitalista, representada por sectores urbanos liberales, cuadros técnicos heredados de la IV República y una pequeña y mediana burguesía. Será esta facción la que fomente y se beneficie del mantenimiento de unas relaciones capitalistas de producción en el país, la que haya boicoteado en ciertos momentos la aplicación de políticas socialistas, o la que haya estado envuelta en problemas de corrupción, combatidas por el propio gobierno.
En segundo lugar, la tendencia revolucionaria y comunal, representada por la clase trabajadora organizada en las comunas. Una clase trabajadora diversa, dominada por el aporte proletario, indígena y de mujeres, que representa la base electoral del proyecto bolivariano y la fuerza activa en las calles en defensa del legado chavista, consciente de que una derrota de la revolución significará la vuelta al poder de la oligarquía y la reversión de las políticas sociales y las conquistas obtenidas en las últimas décadas.
Cabe destacar que estas tensiones permiten explicar una parte de las decisiones del gobierno venezolano en estos últimos 25 años. Así, será la presencia de la primera tendencia en los organismos de poder y las instituciones, la que llevó a Chávez a declarar que la revolución debería seguir por una senda socialista y comunalista, desde el año 2006 y, especialmente, con el “golpe de timón” en el 2012. Más allá de esta situación, el principal enemigo del bolivarianismo y del campo comunal se encuentra en la oligarquía venezolana y sus valedores imperialistas, apoyados en momentos por segmentos de las clases medias reaccionarias ‑oligarquía obrera, profesiones liberales o la pequeña y mediana burguesía‑, quienes han declarado una guerra al pueblo venezolano.
Por lo tanto, en síntesis, a nivel interno la revolución vino a trastocar todo el entramado extractivo y expoliador de la renta del petróleo de estas antiguas clases que detentaban el poder político en el país, además de que, con el golpe de timón, las alarmas sonaron en diversos sectores venezolanos por la profundización en la orientación comunal y socialista de la revolución. El imperialismo y la oligarquía venezolana intentaron desde entonces hacer implosionar el proyecto bolivariano, por ser un ejemplo de ruptura con los regímenes tradicionales latinoamericanos y con el imperialismo, y por haber dado voz y voto a las amplias capas populares venezolanas denostadas históricamente y ahora organizadas y cada vez más conscientes.
Pero es que, además, en clave externa, la revolución bolivariana ha impulsado y fomentado nuevos marcos de integración y solidaridad internacional, en lo que supone una ruptura con el imperialismo. Junto a otros países de la región, han cuestionado y puesto en evidencia la política injerencista y neocolonial del patio trasero estadounidense hacia los países de Latinoamérica, fomentando marcos de cooperación e integración como el ALBA-TCP, el UNASUR, el Foro de Sao Paulo, o el petrocaribe. A esto se suma la alianza de Venezuela con actores antiimperialistas como China, Rusia o Irán, que recientemente se ha materializado en la inminente entrada de Venezuela en los BRICS, y que ha tenido y tendrá grandes impactos positivos a nivel comercial, defensivo, tecnológico, financiero, etc. En suma, Venezuela se ha constituido como un actor internacional fundamental en la construcción del mundo multipolar que se está fraguando.
La guerra contra Venezuela
Por todo ello, desde la llegada al poder de Chávez, comenzaron las respuestas de la patronal y sindicatos corruptos antichavistas, apoyados por el imperialismo, floreciendo una auténtica guerra contra Venezuela, con grandes tintes fascistas, racistas e imperialistas. Una guerra que va a tener diversas manifestaciones aplicando conceptos de guerra híbrida y de baja intensidad, unido a golpes de estado e intervenciones armadas. Una guerra que llega hasta el presente y sin la cual es imposible entender las dificultades y enormes frenos con los que han tenido que lidiar los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
1) Los golpes de estado y las guarimbas. Retomando la tradición más oscura tanto de la burguesía venezolana como del imperialismo, la respuesta militar y golpista fue la primera forma que adquirió esta guerra. En concreto, nos referimos al golpe de estado del 11 de abril del 2002 contra Chávez, que tras ser obligado a renunciar, será restituido por el ejército y un pueblo chavista en las calles. Dos años después, se desarrollarán las primeras guarimbas o episodios de violencia organizados por la oposición de las clases medias y altas contra el gobierno de Chávez. Éstas han sido recurrentes hasta la actualidad para desestabilizar, por la fuerza, al país, normalmente con grupos entrenados paramilitarmente en países vecinos, comprando a sectores de la sociedad venezolana y con la ayuda (económica y militar) y connivencia del gobierno de EEUU. Estas guarimbas se han dirigido de forma criminal contra el pueblo venezolano y, especialmente, contra los sectores bolivarianos (llegando a asesinar, quemar vivos o pegar palizas); así como contra los símbolos del nuevo poder, si bien también han atacado infraestructuras básicas (educativas, sanitarias, culturales) o símbolos de memoria histórica o identitaria (derribo de la estatua del indio Comoroto o del propio Chávez en las actuales guarimbas). Este golpismo se ha visto acompañado por llamados por parte de la oposición, como recientemente ha hecho María Corina, a la intervención militar extranjera en el país, demostrando la verdadera cara antipatriótica y fascista de la oposición. Una intervención armada que ha tomado la forma de atentados contra la vida de los dirigentes venezolanos, destacando el atentado en el año 2018 contra Nicolás Maduro.
2) Los golpes suaves. En paralelo a las agresiones violentas y armadas, la oposición ha activado todo tipo de acciones para provocar un bloqueo social e institucional, así como una caída del gobierno, en una tipología de golpes suaves que también se han denominado lawfare. Aquí, destacan la convocatoria de huelgas y paros patronales en los años 2002 y 2003, incluyendo el famoso paro petrolero, que se basaba en la actitud cómplice de un sector del sindicalismo y de la clase trabajadora con la oposición al chavismo. La resistencia y boicot de los técnicos y directivos de PDVSA y su control por el gobierno bolivariano fue una victoria decisiva que permitió el desarrollo de políticas sociales y la redistribución de las rentas del petróleo.
Dentro de estos golpes suaves, destaca el de tipo electoral. Desde el año 2002, la oposición ha venido aireando y denunciando, sin pruebas, que el chavismo gana por fraude electoral. Una cantinela que, magnificada por los medios de comunicación occidentales, tratan de minar la credibilidad y legitimidad del proyecto bolivariano. Esto a pesar de que no han existido nunca pruebas fiables de dicho fraude y que el Consejo Nacional Electoral (CNE) siempre ha publicado los datos del escrutinio, como de hecho ya lo ha realizado de las actuales elecciones. Cabe destacar que el sistema electoral venezolano es de los más seguros y fiables del mundo, más que la mayoría de los occidentales y que las sospechas de fraude tienen que ver con el altavoz mediático de su oposición, exigiendo una velocidad y pruebas que no se exige a ningún otro país.
En contraposición, la oposición y el imperialismo, que consideran fraude electoral siempre que no ganan, han llegado a avalar a un auto-proclamado presidente de Venezuela en la figura de Juan Guaidó en el 2019, de forma irregular, o actualmente a Edmundo González, a pesar de presentar sólo una fracción de las actas y con todo tipo de irregularidades y actas falsas. Asimismo, la acción del CNE se ha venido desarrollando condicionada por los sabotajes de la oposición, como hemos podido ver en estas últimas elecciones, en forma de ataques informáticos, ataques a la infraestructura eléctrica o acoso a los colegios electorales, por lo que se dificulta la publicación definitiva de votos, alimentando el relato de fraude. Por último, hay que señalar la conexión de las empresas demoscópicas con la CIA y el imperialismo estadounidense, utilizadas por la oposición para mostrar su presunta victoria, denunciadas en un reciente estudio.
3) La guerra económica. Los paros y huelgas supusieron el primer paso de una larga guerra económica que el imperialismo occidental había practicado antes contra países como Cuba, Chile o Bolivia. La economista Pasqualina Curcio sistematizó en el año 2016 los ataques recibidos por Venezuela en esta materia, que se han venido reproduciendo hasta la actualidad. En primer lugar, la oligarquía, con el control de las grandes empresas importadoras y comercializadoras (como el caso de Alimentación Polar, emparentada directamente con el opositor Leopoldo López), industrias y, hasta el 2003, PDVSA, han boicoteado el suministro de distintos bienes estratégicos, como el petróleo y, posteriormente, bienes de alimentación básicos como la harina de maíz, arroz, café, carne, pasta, aceite, azúcar o leche.
En segundo lugar, se ha producido una inflación inducida, forzada y planificada desde el exterior, especialmente desde el año 2012 en lo que respecta al cambio paralelo del bolívar con el dólar. Esto ha supuesto un verdadero lastre para la economía familiar y doméstica venezolana, empobreciendo a la clase trabajadora. En tercer lugar, se ha desarrollado un bloqueo financiero internacional, condicionado por los elevados índices de riesgo-país impuestos a Venezuela.
En cuarto lugar, la burguesía venezolana ha realizado una constante fuga de capitales que ha debilitado a la economía. Por último, Venezuela ha sido sometida a un bloqueo económico con cerca de 1.000 medidas coercitivas unilaterales (mal llamadas sanciones) por parte de EEUU, la Unión Europea y otros países aliados occidentales desde el año 2006. Éstas tienen como mayor expresión el robo de activos por parte de Gran Bretaña o de la compañía petrolera CITGO. Este conjunto de ataques económicos deben considerarse como un verdadero «castigo colectivo» al pueblo venezolano, impidiendo el desarrollo de políticas sociales y destruyendo la economía del país, como hemos visto en esta última década, lo cual ha provocado una hiperinflación, carestía de productos básicos, aumento de la deuda pública y una emigración sin precedentes. Sin embargo, muchos de estos parámetros han ido mejorando en los últimos años gracias a las medidas gubernamentales.
4) La guerra mediática y comunicativa. Nos referimos a la agresión informativa, que hace pasar por verdades incuestionables informaciones sesgadas o falsas sobre lo que ocurre en el país. Este control de la propaganda y la información por conglomerados mediáticos están dirigidos por multinacionales capitalistas de la información que hacen y deshacen a su antojo, utilizando, cuando conviene, fake news, y llegando a millones de ciudadanos en todo el mundo. Frente a una supuesta libertad de prensa en el mundo capitalista, lo cierto es que existe un control total por estos conglomerados del relato y una sobre y desinformación sobre los temas que interesan para dirigir la opinión de la ciudadanía. A esto se suman la utilización de figuras públicas, del ámbito de la cultura, los deportes o partidos políticos para aumentar su altavoz, como hemos podido ver en la actual agresión mediática.
Estas cuatro dimensiones de la guerra que se dirige contra Venezuela dificultan y ponen trabas a la revolución bolivariana que se está ensayando en el país, agudizando las contradicciones y tensiones. Esto, lejos de ser algo exclusivo del caso venezolano, lo podemos analizar en cualquier proceso político. Ninguna revolución es un proceso ideal, puro o perfecto, ni siquiera las socialistas, existiendo tensiones, avances y retrocesos, como la experiencia soviética, china, cubana, etc. nos demuestran. Para el caso del análisis de Venezuela y la gestión gubernamental es imprescindible comprender estas contradicciones en un doble contexto: en primer lugar, el de heredar un país neocolonizado y con una gran debilidad económica estructural, que impide la construcción del socialismo de forma directa. Y en segundo lugar, la guerra abierta que hemos rastreado.
No obstante, cabe destacar que, a pesar de esta guerra, los sucesivos gobiernos venezolanos han conseguido mantener la llama de la revolución, materializada de forma viva en las comunas; ahondar en el proyecto bolivariano; conseguir nuevos socios y aliados internacionales; defender al país frente a la injerencia extranjera; y, como dijimos en el caso económico, mejorando ciertas variables en los últimos años, destacando la diversificación productiva en el país, las mejoras en la producción de alimentos y un crecimiento general de la economía.
El papel de la izquierda y la solidaridad antiimperialista
Frente a esta situación, una parte de la izquierda intenta analizar la realidad venezolana sin tener en cuenta la dictadura al descubierto a la que someten al pueblo venezolano los países capitalistas imperialistas. En un principio, para las izquierdas occidentales acomodadas al juego y marco parlamentario, reacias a planteamientos revolucionarios o rupturistas, el ejemplo de Chávez cumplía todos los requisitos para ser bien visto. Bebiendo de ese marxismo occidental que denunció Losurdo, veían a este líder puro y heroico venezolano como un ejemplo de la rebeldía que, además, ¡ha llegado por la vía electoral! No obstante, en cuanto la revolución bolivariana mostró sus contradicciones, enfrentó tensiones, debió defenderse, armarse y contratacar, sufrió sabotajes, ataques de todo tipo y no siguió una senda pura o perfecta, una buena parte de la izquierda occidental la ha dejado de lado. Un sector, siguiendo el relato imperialista y de la derecha venezolana, lo hace por “antidemocrática” o por haber tenido una “mala gestión económica”. Y realizan esta crítica sin plantear el origen de dichos problemas económicos o sin comprender que la oposición es la verdaderamente antidemocrática, como ha demostrado en todos estos años.
Otro sector, desde el teoricismo o esquematismo revolucionario, la hace por considerar el chavismo como reformista, burocrático o burgués. Quienes analizan la revolución bolivariana como simplemente una revolución burguesa o como un proyecto reformista, no comprenden el papel del proletariado en dicha revolución y el margen que existe para su fortalecimiento. De esta manera, no entienden ni las dificultades que ha atravesado ni el papel histórico que juega la revolución bolivariana como proceso soberano antiimperialista en un país históricamente empobrecido y sometido al dominio neocolonial, que abre las puertas a la posibilidad de construir el socialismo. Destacan también en estas críticas la incomprensión de las revoluciones antioligárquicas en un contexto imperialista. Incluso aceptando que la revolución bolivariana fuera exclusiva de la pequeña y mediana burguesía venezolana, aspecto que negamos, en ningún caso podría equipararse esta burguesía bolivariana a la oligarquía venezolana como una “pugna de burguesías”, ya que la segunda es el garante y la expresión del gran capital internacional y sus intereses imperialistas, de carácter más reaccionario y fascista que la primera. Un imperialismo que es el responsable, en última instancia, de la mayor parte de dificultades que atraviesa el país en los últimos años.
Frente a estos planteamientos, defendemos como guía de acción, para los pueblos que vivimos en el centro imperialista, la solidaridad internacionalista con los pueblos del Sur Global que luchan por su soberanía y desarrollo. Dicho esto, bienvenido sea el debate y la crítica, bienvenido sea señalar la necesidad de ahondar en el poder popular comunal. Pero bienvenido sea también el saber hacer las críticas: tanto en la forma, como en el tipo de argumentos y el momento. Que esta crítica no sirva para dar alas a la derecha fascista, poniendo palos en las ruedas al proceso bolivariano, y a nuestras propias luchas. Máxime cuando son nuestros propios gobiernos y capitales los que están declarando dicha guerra al pueblo venezolano: ¡nuestro apoyo a desenmascarar los relatos imperialistas desde su origen es más necesario que nunca!
La defensa de ésta como de otras revoluciones antiimperialistas, aún con sus contradicciones, es más necesaria que nunca en tiempo de ascenso del fascismo y de la reacción imperialista, que busca redoblar la explotación y el expolio, principalmente, en países del Sur Global como Venezuela.
En general, para una revisión de todo el proceso bolivariano, recomendamos la lectura de Arantxa Tirado Sánchez “Venezuela. Más allá de mentiras y mitos”, publicado en 2019 en la editorial Akal.
Cuando llego Chávez al poder, el 25% de la población estaba indocumentada, lo cual fue revertido bajo Chávez con la Misión identidad.
De más está señalar las históricas relaciones entre las burguesías españolas y Venezuela, con grandes intereses en materia energética y financiera de mano de multinacionales como Repsol, Endesa, BBVA o Santander.
Hay una serie de vídeos muy didácticos sobre estas leyes en el canal de Youtube de Hecmili Thomas: https://www.youtube.com/@hecmilithomas6702
Un golpe de estado orquestado y apoyado por EEUU y España. https://www.elmundo.es/elmundo/2004/11/24/espana/1101319375.html
Recomendamos ver el conocido documental, “La revolución no será televisada” sobre el golpe de estado del 2002. https://www.youtube.com/watch?v=gY2CaFMaw5E&ab_channel=DieterMueller
https://www.instagram.com/mundopoderok/reel/C‑Bob4sNkSG/
Para informarse sobre la realidad electoral venezolana y la ausencia de fraude, recomendamos este par de hilos de twitter de la abogada constitucionalista venezolana Olga Álvarez (https://twitter.com/AmalCandanguera/status/1818586434938237082) y este vídeo de Monedero (https://www.instagram.com/p/C‑G-8OMPBjP/?hl=es).
https://www.albatcp.org/wp-content/uploads/2022/11/La%20Mano%20Visible%20del%20Mercado.pdf
https://www.cadtm.org/La-situacion-de-la-deuda
En el año 2017 ya desarrolló esta tesis Iniciativa Comunista. https://iniciativacomunista.net/2024/08/02/chovinismo-venezuela/
Sobre la vinculación entre la derecha venezolana y la española, ver https://ctxt.es/es/20200501/Politica/32309/venezuela-barrio-salamanca-protestas-caravana-ultraderecha-maduro-guaido-arantxa-tirado-william-serafino.htm