El agente de inteligencia que atesoraba los más importantes secretos de Estado de las últimas décadas, Andrés Cassinello, acaba de morir, con 97 años. Y se ha llevado a la tumba todos esos secretos, con la ayuda de la Ley franquista de Secretos Oficiales, en vigor desde 1968.
En efecto, casi cincuenta años después de que Franco muriera en la cama, el Estado español sigue sin elaborar una ley de secretos oficiales homologable a la de cualquier país democrático. Cassinello se ha servido de ello para declarar, con todo el descaro, que «Algunas cosas es mejor que no se sepan nunca».
Entre la formación que recibió, cabe destacar que estuvo agregado a un regimiento americano en Alemania e hizo un curso, reservado a unos pocos militares y espías locales y europeos, en la base militar de Fort Bragg en Estados Unidos. Tras ello, participó, primero, en la recién creada Organización Contrasubversiva Nacional (OCN). Más tarde, en 1972, pasó al SECED, en cuanto dicho Servicio de Inteligencia fue creado por Carrero Blanco.
Meses antes de la muerte de Franco, se editó, bajo seudónimo, su segundo libro, Subversión y reversión en la España actual, en el que dedicó un capítulo a ETA. Ya en 1976, el recién nombrado presidente Adolfo Suárez lo eligió para ocupar la jefatura del SECED y en 1978 pasó a dirigir los servicios de información de la Guardia Civil.
La primera entrevista que Cassinello concedió a un medio de comunicación la publicó El País en 1984, justo tras recibir el fajín de general, en plena escalada de atentados reivindicados usando las siglas GAL. Entonces declaró que «estamos ganando la guerra a ETA» y una de las respuestas que dio al periodista que lo entrevistó mostró bien su carácter y prepotencia:
P: ¿Qué contesta cuando le preguntan si es usted el jefe de los GAL?
R: La última vez respondí: «Pues mira, hijo mío, publícalo. Primero, pide a Dios que sea verdad. Pero, además, no sabes la suerte que tienes de que no sea verdad. Fíjate, si fuera verdad y tú lo hubieras descubierto, tu vida valdría solo dos pesetas».
En 1985 manifestó que «yo también prefiero el terrorismo a la alternativa KAS, la guerra a la independencia del País Vasco» y en 1986 fue destituido tras publicar el diario ABC un artículo suyo en el que afirmaba: «Dicen que no soy demócrata y lo dicen tan enfadados que a lo mejor tienen razón».
En aquel duro artículo, decía: «¿Para qué querrán un demócrata en la Guardia Civil?». Y tras criticar a políticos, jueces, empresas periodísticas e informadores, Cassinello concluyó: «De verdad, señoría, les he llamado gilipollas y les he mandado a tomar todos los vientos. Le juro que me he quedado corto».
Quienes creyeron que con aquella destitución se acababa la carrera militar de Cassinello se equivocaron por completo, ya que pronto alcanzó el máximo grado en el escalafón militar: teniente general. Seguro que tuvo mucho que ver con ello lo que explicó el diario El País en un editorial titulado «La vuelta de Cassinello».
Según dicho editorial, este había sido «un hombre clave en los servicios de información del ejército desde la primera mitad de los años setenta. En los medios castrenses tiene fama de persona muy capacitada desde el punto de vista profesional. Ahora bien, en los años en que ese militar ha ocupado delicadas responsabilidades en esa área específica del espionaje militar se han producido demasiados hechos oscuros como para dar por buena cualquier interpretación de lo que pueda entenderse por capacidad profesional».
Cassinello recibió formación de los Servicios de Inteligencia estadounidense; entre ellos, la CIA. Una formación a la que sacó, sin duda, mucho provecho durante los largos años en los que estuvo a la cabeza de los Servicios de Inteligencia españoles. Sobre todo, en la Guardia Civil, y también en el SECED y el CESID. Y en la implementación del Plan ZEN, un plan en el que tuvo muchísimo que ver.
Otros agentes de inteligencia más jóvenes que Cassinello también fueron formados por la CIA y el ejército estadounidense. No tengo pruebas de que haya sido el caso de Fernando San Agustín «Farlete», pero lo que sí puedo afirmar con toda seguridad es que, en 1975, Cassinello le hizo saber que habían conseguido introducirse en ETA. Lo afirma él mismo en la cuarta biografía de quien pretende ser Mikel Lejarza «Lobo», editada en 2022 y titulada Secretos de confesión.
Es evidente que Cassinello hacía ese tipo de confidencias a poquísima gente y el hecho de que San Agustín fuese uno de ellos muestra su importancia. Pese a que dejó el ejército en la década de los 80, siendo ya comandante, no tengo la menor duda de que siguió trabajando para el Servicio de Inteligencia y que, por ejemplo, todo indica que participó activamente en la operación de infiltración mediante la que lograron desmantelar Terra Lliure justo antes de que se celebraran, en 1992, las Olimpiadas en Barcelona.
Asimismo, ha desempeñado un papel muy importante a la hora de elaborar la falsa historia de ese individuo que pretende ser Mikel Lejarza. Llevo años denunciando que no lo es, en absoluto, y que dispone de un modo bien simple para desmentirme, hacerse una prueba de ADN o de tipo de sangre que sería muy fácil de realizar. Sin embargo, se niega rotundamente a hacerse ninguna prueba similar, utilizando para ello una falacia enorme. Pretende que, desde que desapareció ETA, su vida corre mayor riesgo que nunca. Ni más, ni menos.
En todo caso, téngase en cuenta que, con toda probabilidad, Cassinello conocía a la perfección, entre otras muchas cosas, todo lo sucedido en torno a Mikel Lejarza «Lobo» y el impostor que pretende ser «Lejarza». Y, probablemente, Fernando San Agustín también.
Ambos han sido unos agentes de inteligencia de indudable capacidad. Cassinello se ha llevado a la tumba innumerables secretos de Estado y seguro que San Agustín tiene la firme intención de hacer otro tanto, porque tiene asimismo muy claro que «Algunas cosas es mejor que no se sepan nunca».
Xabier Makazaga, investigador del terrorismo de Estado
29 de noviembre de 2024