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«Prohi­bi­do fallar»

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El gri­to de aler­ta del pre­si­den­te y coman­dan­te en jefe de la Fuer­za Arma­da Nacio­nal Boli­va­ria­na, Nico­lás Madu­ro, no es una retó­ri­ca más, es el eco nece­sa­rio de un pue­blo que, here­de­ro de la espa­da liber­ta­do­ra de Bolí­var, se plan­ta fir­me ante la des­fa­cha­tez de un impe­rio voraz. El lla­ma­do a defen­der cada pal­mo de esta tie­rra ben­di­ta es la res­pues­ta obli­ga­da a 17 sema­nas de un ase­dio cri­mi­nal, una agre­sión mul­ti­fa­cé­ti­ca orques­ta­da des­de Washing­ton cuyo úni­co obje­ti­vo es estran­gu­lar la eco­no­mía vene­zo­la­na y arre­ba­tar­le sus rique­zas energéticas.

No se tra­ta de una «ame­na­za» abs­trac­ta. Es una gue­rra eco­nó­mi­ca y polí­ti­ca, un cer­co impla­ca­ble dise­ña­do para some­ter por ham­bre y deses­pe­ra­ción a un pue­blo que se atre­vió a ser sobe­rano. El impe­ria­lis­mo yan­qui, con su hipo­cre­sía carac­te­rís­ti­ca, enar­bo­la ban­de­ras de demo­cra­cia mien­tras finan­cia ope­ra­cio­nes des­es­ta­bi­li­za­do­ras y apli­ca san­cio­nes ile­ga­les que cons­ti­tu­yen un cas­ti­go colec­ti­vo con­tra millo­nes de vene­zo­la­nos. Es el mis­mo guion de siem­pre: saquear, domi­nar y controlar.

Fren­te a este ata­que des­ca­ra­do, la con­vo­ca­to­ria a la FANB, la Mili­cia, el Poder Popu­lar orga­ni­za­do en con­se­jos comu­na­les y a cada patrio­ta, es un acto de legí­ti­ma defen­sa. La his­to­ria nos ense­ña que al impe­rio no se le apla­ca con rue­gos, se le fre­na con uni­dad, fir­me­za y cora­je. Cuan­do el Pre­si­den­te Madu­ro decla­ra «prohi­bi­do fallar», es por­que el cos­to de la derro­ta sería la pér­di­da de nues­tra inde­pen­den­cia, el retorno a la con­di­ción colo­nial que creí­mos supe­ra­da para siempre.

El con­tras­te no podría ser más elo­cuen­te. Mien­tras el pro­yec­to boli­va­riano es, como bien se ha recal­ca­do, liber­ta­rio, eman­ci­pa­dor y unio­nis­ta, el pro­yec­to impe­rial es de rapi­ña, domi­na­ción y muer­te. Ellos quie­ren nues­tro petró­leo, nues­tro gas, nues­tro oro. Noso­tros defen­de­mos nues­tro dere­cho a la auto­de­ter­mi­na­ción y a la paz, pero no la paz de los escla­vos que clau­di­can, sino la paz dig­na de los pue­blos libres que se resis­ten a ser colonia.

El jura­men­to a la espa­da de Bolí­var en alto es, por tan­to, un sím­bo­lo poten­te y un pun­to de no retorno. Es la reafir­ma­ción de que Vene­zue­la no capi­tu­la­rá. Que cada ciu­da­dano, uni­for­ma­do o no, es un sol­da­do en esta bata­lla por la exis­ten­cia mis­ma de la Repú­bli­ca, es el pue­blo en armas defen­dien­do la vida.

El men­sa­je debe que­dar cla­ro para el mun­do y, sobre todo, para los hal­co­nes de Washing­ton, esta tie­rra es sagra­da. Aquí, cada hom­bre y cada mujer es un bas­tión de resis­ten­cia. El inten­to de apro­piar­se de Vene­zue­la está con­de­na­do al fra­ca­so, por­que cho­ca­rá con­tra el muro indes­truc­ti­ble de un pue­blo que pre­fie­re la lucha eter­na a la escla­vi­tud. ¡Que lo oigan bien; la Patria se defiende!

26 de noviem­bre de 2025

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