Valerosa, muy valerosa la denuncia del Daniel Mendoza Leal a través de su extraordinaria serie MATARIFE un genocida innombrable, contra Álvaro Uribe Vélez, esa «tormenta de muerte que no deja de azotar al país». El pueblo entero, la dignidad humana, debe respaldar su valentía que recoge el decoro de muchos compatriotas que siempre han esperado justicia contra los abusos del tirano.
Si llegare a imponerse la tutela de Uribe contra la serie, «de acuerdo a la Constitución ‑estima el abogado Mendoza Leal‑, sería como vulnerar las leyes de la física. Sin embargo, en Colombia la plata y el poder pueden poner a volar vacas en el cielo». Eso no debe ocurrir. El genocida, así logre palabrear a algunos magistrados, no podrá nunca amordazar la verdad. Tiene Uribe un prontuario espantoso y aterrador. El Exfiscal General, Eduardo Montealegre, ha dicho recientemente que «Uribe es un criminal de guerra. Le llegó la hora de responder ante la justicia. Ha eludido durante su larga carrera política todos los crímenes que ha cometido». Lo extraño en este caso notorio, es el desentendimiento y la ausencia de persecución judicial tanto en la jurisdicción colombiana, como en la Corte Penal Internacional.
Todo en Uribe es dantesco: el paramilitarismo de su corazón, que aprieta con su mano derecha ensangrentada, ha causado ‑según Memoria Histórica- más de 100 mil muertos en Colombia. El remoquete de Matarife que le colocó Gonzalo Guillén, es apropiado y justo. Tan asesino es, que le clavó con gusto el cuchillo al Acuerdo de Paz de La Habana.
¿Quién es realmente Uribe? Es la podredumbre que reúne todo lo malo, todo lo que le ha hecho daño al país: mafia, corrupción política, robo del erario, falsos positivos, asesinato de líderes y lideresas sociales, testigos falsos, despojo violento de tierras… Es el padre del narco-Estado colombiano.
¿Pero cómo pudo llegar hasta allá? Inicialmente, ayudando a Pablo Escobar a inundar las calles de los Estados Unidos con cocaína. Recordemos que esto lo hizo aprovechando el cargo de director de la Aerocivil. Luego fue gobernador de Antioquia y de allí saltó a la presidencia de la República, financiado jugosamente por una mafia siempre agradecida. «Vaca ladrona no olvida el portillo», reza el refrán popular; de esa misma manera llevó al solio del Palacio de Nariño a su pupilo Duque, al mejor estilo de la Ñeñe-política. Así ascendió Uribe a ese podio indignante donde hoy brilla con luces hirientes, como fundador del primer narco-Estado del mundo.
¿Cómo ha podido el mafioso matarife, proteger hasta hoy su repugnante impunidad? En primer lugar, con el poderoso apoyo del gobierno de los Estados Unidos, al que le sirve más como presidente títere, que como prisionero en un condado. Lo necesita como peón de su política para América Latina. De Uribe seguramente dirán en Washington lo que decían del dictador Anastasio Somoza: es un HP, pero es nuestro HP. Y lo dijo Franklin Delano Roosevelt que fue presidente de los Estados Unidos durante tres mandatos.
El cáncer maligno del uribismo ha invadido todas las ramas del poder del Estado: el poder judicial, el legislativo, el ejecutivo. Tiene subpresidente propio, y una bancada de legisladores que para congraciarse, asumen posiciones más extremas que las de su patrón. (Son más papistas que el Papa). Cuenta con la complicidad criminal de los magistrados designados por él para integrar las Cortes. Son su cuota, le deben el cargo, y por ello le rinden lealtad y pleitesía. No tienen ojos para ver el turbión de sus delitos. Pero también dispone de un bufete de abogados del diablo que se ocupan siempre de alfombrarle el camino de la impunidad. Son expertos sofistas y prestidigitadores jurídicos que embolatan la norma que sanciona, que enredan a la víctima y la amenazan, que compran testigos falsos, y si alguien se resiste o no se vende, puede terminar envenenado con cianuro. El Fiscal es de su cuerda política, lo mismo el Procurador. Tiene también «amigos» en el Consejo Nacional Electoral, por si acaso. Los altos mandos militares ‑que también son seleccionados por el genocida innombrable- le caminan pianito, y él los defiende y los cubre con el manto de su impunidad cuando son acusados por violación a los derechos humanos. Muchos de ellos, sobre todo retirados, actuaron con él como hermanos en el crimen. Lo rodean ganaderos y terratenientes despojadores de tierra, y los ladrones de Agro Ingreso Seguro. Lo respaldan también grandes empresarios aportantes de dinero en las campañas políticas, cebados en los contratos del Estado, los cuales ponen a su disposición sus medios de comunicación. Les robó la salud a los colombianos, y ha privatizado a favor de la gran empresa y de banqueros insaciables, todos los servicios públicos y los bienes del común.
Hace falta un gran acuerdo político nacional «pa’ que se acabe la vaina», como dice “La gota fría”, la popular composición del Viejo Mile; una gran convergencia de todas las fuerzas democráticas del país, incluidos los militares con decoro, que sienten por dentro el dolor de la patria. Empecemos a despertar las conciencias, encendamos la llama de la esperanza de un nuevo gobierno justo, incluyente y resueltamente definido por la paz completa. La clave está en la unidad de todos los sueños de patria nueva. En ella reside la potencia transformadora, la fuerza irresistible del cambio social y político.
Vamos, que un nuevo gobierno, más humano y lleno de amor por su pueblo, es posible.
Por las FARC-EP
Segunda Marquetalia
Julio 15 de 2020