Han transcurrido ya 210 años del Grito de Independencia, pero aún no se ve la independencia. Sólo hemos cambiado de amos y de opresores. Como plantea Juvenal Herrera Torres en su libro BOLÍVAR, el ejército y la democracia, «los llamados gritos de Independencia, fueron eso: gritos… Y ningún grito, por potente que sea puede crear una Colombia justa e incluyente. Se necesita la fuerza del pueblo. Sin esta premisa todo es ilusorio. Pueblo que no aspire a constituir su propia fuerza merecerá ser oprimido y sin duda lo será siempre».
“Cuando en España fundaron la Junta Suprema para defender los derechos de Fernando VII contra Napoleón, a los Jurisconsultos de Santafé se les alborotó a jurisdicción –dice Fernando González- y cada uno quiso formar una junta Suprema. La disputa entre ellos, era entre aldeas y regiones, acerca de jurisdicción, hasta que llegó Morillo, y los mató, es lo que se llama grito de independencia, años heroicos y Patria Boba».
¿A qué aludía el Memorial de Agrarios redactado en el observatorio de Francisco José de Caldas y en la casa de Camilo Torres? «Que en América deben establecerse Juntas, como en España; que temen ser entregados a los franceses; que en España publican injurias contra los españoles americanos; que son arbitrarios los que mandan en las colonias. El deseo de mandar en su tierra y a los suyos queda satisfecho con el nombramiento de la Junta Suprema; no se trata de desconocer al Rey; se trata de que sus representantes aquí cesen y dejen el puesto a los criollos». Ese fue el triunfo de una minoría egoísta, no de la gente del común. Al pueblo le robaron la libertad y las garantías sociales ganadas con sacrificio en los campos de batalla. El ejército libertador comandado por Bolívar no se alzó en armas para asegurar los privilegios de unas castas minoritarias egoístas, no. Bolívar quería el poder para el pueblo que es el soberano, para que él mismo se alzara en dignidad.
La oligarquía colombiana borró la cátedra de historia en los centros educativos, pero sí se esforzó por fijar en nuestros cerebros anécdotas inanes como aquella de las trompadas de un criollo y un chapetón por un florero.
¿Acaso 210 años de sometimiento y abuso no bastan? ¿Cómo zafarnos de ese lastre, de falsa independencia y Patria Boba, que no nos deja levantar el vuelo como nación justa y soberana?
Como decía Bolívar «Nosotros no tenemos más armas para hacer frente al enemigo que nuestros brazos, nuestros pechos, nuestros caballos y nuestras lanzas». Tenemos que luchar y luchar, ése es el mensaje, involucrarnos en una lucha constante por el cambio, creer en la fuerza de la movilización social y política de todo un pueblo, que no es otra cosa, que la irresistible potencia transformadora. La unidad de los oprimidos bajo una sola bandera que nos represente a todos, la bandera del cambio social y político, es el arma que más teme la oligarquía colombiana. La unidad del pueblo es más potente que la pólvora y el plomo, que las leyes injustas de los legisladores, que la mezquindad de los presidentes, y es la fuerza que puede derrocar al mal gobierno.
Despleguemos una campaña sin cuartel dirigida a ganar a la fuerza pública para la causa del pueblo. No necesitamos Zapateiros, ni a generales de esa calaña. Necesitamos a militares y policías que sienten en su pecho el palpitar de la patria, a los que están hastiados de la corrupción y de ver tantos atropellos contra las mayorías, contra los humildes.
El ejército debe regresar a sus principios fundacionales establecidos por el libertador que lo concebía como el pueblo en armas defendiendo la patria, otorgándole el rango de «defensor de la libertad», agregando que «sus glorias deben confundirse con las de la república, y su ambición debe quedar satisfecha al hacer la felicidad de su país». «yo antepongo siempre la comunidad a los individuos» –también decía-. «la ofensa hecha al justo es un golpe contra mi corazón». ¿Qué militar no se siente atraído por la fuerza de las convicciones y el corazón del gran héroe?
La fuerza pública no pertenece a ninguna clase social, sino al conjunto de toda la nación. Nadie la ha instituido como ejército privado de Uribe, nefasto personaje que la ha conducido por la senda del horror. No puede ser fuerza pública, si el cerebro y el mando pertenecen solo a una élite, y si todos sus integrantes no tienen acceso, ‑en una carrera de méritos‑, al comando general y a las más altas jerarquías.
Queremos ‑como dice el historiador José Luis Salcedo‑, “una patria donde los militares cumplan la elevada tarea de su lealtad a la virtud y el derecho, lealtad a la República y al porvenir». Esto lo lograremos a través de la unidad cívico militar por un nuevo gobierno para Colombia: la unidad del movimiento social y político del país con los sectores más consecuentes de la fuerza pública.
Rememorando este 20 de julio de 2020, el denominado grito de independencia, queremos dejar esta reflexión de nuestro padre Libertador: «La reunión de la Nueva Granada y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas: es el voto de los ciudadanos de ambos países, y es la garantía de la América del Sur». Sí. Colombia y Venezuela, deben actuar, como en el pasado, como las dos hermanas que siempre han sido, para lograr la definitiva independencia, no solo para estos territorios, sino para la América Latina y el Caribe.