Cuba. La presencia

Por Yei­lén Del­ga­do Cal­vo, Resu­men Lati­no­ame­ri­cano, 8 de octu­bre 2020.

Des­lum­bra Gue­va­ra por­que estre­me­ce y, sobre todo, reta en su capa­ci­dad de derri­bar los aco­mo­da­ti­cios sen­ti­dos comu­nes. Nada pidió que no fue­se capaz de hacer e hicie­ra. Así derro­ta al tiem­po y aler­ta a los con­fia­dos, así rena­ce has­ta la vic­to­ria, siempre

Hay muer­tes que no son ver­dad. Hay quien sale de ese vacío para siem­pre, más vivo. Bas­ta mirar la últi­ma foto del Che, aque­lla del cuer­po a la vez yer­to y vibran­te, para con­fir­mar en sus ojos el mis­te­rio de una esen­cia entre nosotros.

«Es un ros­tro sereno, gra­ve y her­mo­so, enmar­ca­do en la abun­dan­te cabe­lle­ra y bar­ba con que solían repre­sen­tar­se pro­fe­tas y san­tos, el de aquel héroe de Amé­ri­ca, del mun­do, que yace allí. Pare­ce que les que­ma, aun muer­to, esa pre­sen­cia des­lum­bran­te», des­cri­bió la esce­na quien admi­ró a Gue­va­ra con luci­dez de poe­ta y revo­lu­cio­na­rio, Rober­to Fer­nán­dez Retamar.

Sus pala­bras regis­tran la resu­rrec­ción del gue­rri­lle­ro, impen­sa­ble para los ase­si­nos; matán­do­lo impul­sa­ron una leyen­da con raí­ces tan reales que aún hoy le temen:

«Aquel héroe logra­ría sacu­dir la Tie­rra. Has­ta los enemi­gos se incli­na­ron ante tan­ta gran­de­za. Has­ta los duros de cora­zón y los enti­bie­ci­dos sin­tie­ron que les que­da­ban lágri­mas en el alma. Si algu­nos no han podi­do, ni siquie­ra enton­ces, ver y com­pren­der, es que ya no podrán nun­ca ver ni com­pren­der. Se han con­ver­ti­do ellos mis­mos en esta­tuas de sal, y la his­to­ria impla­ca­ble los des­mo­ro­na como al polvo».

Así anda, con la adar­ga al bra­zo, el Che, Gue­va­ra, San Ernes­to de la Higue­ra…, des­mo­ro­nan­do poses en la sobre­vi­da. Al jui­cio de su pen­sa­mien­to afi­la­do, de valo­ra­cio­nes sobrias y rotun­das, no logran esca­par con­for­mis­tas ni simu­la­do­res. La uto­pía que sir­ve para seguir cami­nan­do se hace peli­gro­sa­men­te cer­ca­na si él la impulsa.

El Che des­con­cier­ta a los sir­vien­tes del dine­ro, que a pesar de tan­tos inten­tos no logran edul­co­rar su nom­bre ni con­ver­tir­lo en una sim­ple metá­fo­ra de la rebel­día juve­nil que la edad cura, en un sou­ve­nir lava­do de impli­ca­cio­nes comunistas.

Hay­dée San­ta­ma­ría, con­ven­ci­da de que «una bala no pue­de ter­mi­nar el infi­ni­to», expli­có como pocos ese fenó­meno de eter­ni­dad que no pali­de­ce, en una car­ta al ami­go muer­to y presente:

«Este gran pue­blo no sabía qué gra­dos te pon­dría Fidel. Te los puso: artis­ta. Yo pen­sa­ba que todos los gra­dos eran pocos, chi­cos, y Fidel, como siem­pre, encon­tró los ver­da­de­ros: todo lo que creas­te fue per­fec­to, pero hicis­te una crea­ción úni­ca, te hicis­te a ti mis­mo, demos­tras­te cómo es posi­ble ese hom­bre nue­vo, todos vería­mos así que ese hom­bre nue­vo es una reali­dad, por­que exis­te, eres tú».

Des­lum­bra Gue­va­ra por­que estre­me­ce y, sobre todo, reta en su capa­ci­dad de derri­bar los aco­mo­da­ti­cios sen­ti­dos comu­nes. Nada pidió que no fue­se capaz de hacer e hicie­ra. Así derro­ta al tiem­po y aler­ta a los con­fia­dos, así rena­ce has­ta la vic­to­ria, siempre.

Fuen­te: Gran­Ma Foto de por­ta­da: Obra Son los sue­ños toda­vía. Ilus­tra­ción: Dau­sell Valdés

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