Por Stephanie Demirdjian, Resumen Latinoamericano, 22 de octubre de 2021.
Presentan Trayectorias trans. Las antropólogas Susana Rostagnol y Laura Recalde rescatan las diversas formas de ser trans e identifican estrategias comunes de aceptación social.
El análisis de los recorridos vitales de diez personas que se identifican como mujeres trans es el pilar sobre el que se funda el libro Trayectorias trans. Una aproximación antropológica, de las antropólogas Susana Rostagnol y Laura Recalde, que se presentará en la tarde de este miércoles en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. La investigación se realizó en el marco del programa “Cuerpos sexuados, sexualidad y reproducción en el Uruguay del siglo XXI”, financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Universidad de la República. El trabajo de campo, que se llevó adelante entre 2015 y 2019, abarcó entrevistas a mujeres trans de entre 21 y 54 años, residentes de distintos departamentos del país. La propuesta también estaba dirigida a varones trans, pero la técnica utilizada para contactar a las personas –conocida como “bola de nieve”– no alcanzó a ninguno.
El libro plantea un abordaje nuevo sobre la realidad de las personas trans en Uruguay, con una mirada desde la antropología y los estudios de género. Hasta ahora, la mayoría de las investigaciones había tenido como objetivo servir de insumo para la creación de políticas públicas focalizadas, que en los últimos años apuntaron a mejorar la calidad de vida de una población históricamente excluida. El ejemplo más emblemático es quizás el primer –y, por ahora, único– censo trans, de 2016, que dejó en evidencia las dificultades de las personas trans en el acceso a trabajo, educación y salud, a la vez que expuso otras problemáticas a las que se enfrentan, como la discriminación, la violencia o la desvinculación familiar temprana que se produce ante el rechazo de la identidad de género asumida.
En entrevista con la diaria, las autoras aseguraron que este tipo de estudios son fundamentales a la hora de atender las urgencias desde la política pública, pero suelen presentar a la población trans como un bloque “homogéneo”, en el que “toda o la mayor parte es vulnerada”. En contrapartida, el diálogo que entablaron con Alexa, Camila, Carolina, Eduarda, Estefanía, Fabiola, Julieta, Paola, Sabrina y Valeria –nombres modificados para preservar la confidencialidad– mostró que las experiencias pueden ser bien distintas y que existen diversas maneras de ser trans.
Las académicas eligieron analizar las trayectorias biográficas y no sólo momentos puntuales de sus vidas porque les interesaba ver “cómo habían sido los devenires de esas vidas que habían resultado en lo que ahora son, cuáles habían sido los recorridos, los hitos, las cosas que habían ido construyendo ese ser trans, porque no es que un día te levantás y sos trans”, señaló Rostagnol.
La noción de trayectoria “permite mirar escenarios históricos sociales y pensarlos en relación a las trayectorias vitales”, dijo Recalde. Por eso, aseguró que como recurso analítico es útil para ver en el tiempo “cómo van dialogando con esas estructuras y, a su vez, analizar cómo en determinados momentos de esa trayectoria las personas toman decisiones”. En ese sentido, la antropóloga destacó que el estudio muestra que, pese a que son blanco de múltiples vulneraciones, las personas trans tienen capacidad de agencia, toman decisiones y generan estrategias para salir adelante.
Además de la mirada antropológica, la investigación está atravesada por una perspectiva feminista e interseccional. Las académicas aseguraron que el abordaje feminista implica una postura que busca “investigar algo, conocerlo, entenderlo y comprenderlo, para tener herramientas para cambiarlo y que la sociedad sea más equitativa”, detalló Rostagnol. “Queríamos ver qué pasaba con esa población trans que, al igual que la mayoría de las mujeres o de los cuerpos feminizados, está en lugares subordinados, y queremos cambiar eso”, agregó.
La perspectiva interseccional, en tanto, sirve para “mostrar que no es una población homogénea y que una persona trans no necesariamente se define exclusivamente por su calidad de trans”, apuntó la antropóloga. Recordó que algunas de las entrevistadas “tienen una identidad social trans, pero de pronto hay otras en las que su identidad social privilegiada es otra”, como, por ejemplo, la de trabajadora.
Otro de los objetivos estipulados era el de profundizar sobre los límites del género como categoría. “Como feministas, nos interesa deconstruir el género, intentar llegar tanto como nos sea posible a aquello que existe más allá del género o a pesar del género; pensamos que un estudio a partir de las trayectorias biográficas de personas trans iluminaría nuestra búsqueda”, dicen en el libro.
La conclusión a la que llegaron es que es una cuestión que hay que “repreguntarse” constantemente. “En esto de cómo se encarna, se vive y se tensiona el género, las experiencias de estas personas muestran la diversidad de formas en que el género opera, se trasluce a través de las prácticas sexuales, de las orientaciones, mismo de la identidad de género, no siendo tal vez a veces la dimensión más importante. Entonces el género está en todo el libro tensionado, a veces es elástico y a veces no”, señaló Recalde. La académica recordó que, en una parte del texto, dice que “el género es una máscara tras otra máscara y es una mimesis sobre otra mimesis”. A su entender, “tener eso presente a la hora de analizar experiencias generizadas y sexualizadas es uno de los faros”.
Las antropólogas insistieron en que el estudio no es un intento de “darles voz” a las personas trans, porque ellas “tienen su voz propia y hablarán donde quieran y donde puedan”, aclaró Rostagnol: “Nosotras simplemente escuchamos, tratamos de dialogar y después revisamos y analizamos”. En ese análisis, identificaron la diversidad de experiencias en la construcción de ese devenir trans, pero también los problemas comunes que atraviesan por su identidad de género y las estrategias de aceptación social que despliegan para hacer frente a la adversidad.
Mirarse en un espejo
Varias de las entrevistadas para la investigación aseguraron que crecieron sin personas referentes adultas a las que pudieran mirar y sentir “quiero ser así”, dijo Rostagnol. Esto es importante porque, muchas veces, especialmente durante la infancia y la adolescencia, es a través de esa persona referente que alguien descubre o reconoce su identidad de género, aseguraron las expertas.
En algunos casos, ese reconocimiento se da mediante la imitación de estas personas en las que se ven reflejadas. “La performatividad y la mimesis se repiten en las historias cuando narran el proceso de descubrimiento de su identidad durante la niñez y la adolescencia”, detalló Recalde. “Cuando son mujeres, la construcción identitaria se da por procesos de ver a las demás, imitar comportamientos, imitar formas de vestir en relación a la apariencia y después la hormonización. Es toda una serie de procesos acumulativos que se dan en relación con un otre que refleja lo que une misme es”, agregó. En ese sentido, la académica aseguró que “no podemos pensar las identidades trans por fuera de relaciones sociales generizadas y binarias”.
En muchos casos, la persona referente aparece más adelante en esa trayectoria vital, generalmente cuando abandonan el hogar familiar, un fenómeno que las antropólogas definen como “movilidad territorial”. Es el caso de Valeria, por ejemplo, que al poco tiempo de radicarse en Montevideo se vinculó con colectivos LGBTI, conoció a mujeres trans y “comprendió que era una de ellas”, relata el libro.
“Algo que ya suponíamos pero que pudimos confirmar fue la necesidad de la ruptura, en la mayoría de los casos, con sus hogares de origen, y una especie de renacer en otro lado, de tener que romper con algo, porque no lo toleraban o porque necesitaban buscar algún lugar donde encontraran referentes. Es una especie de rito, en el sentido de corte con algo, un espacio de búsqueda y luego de encuentro con similares que lo retroalimentan”, explicó Rostagnol.
Esta movilidad, que puede ser para huir de situaciones de discriminación y violencia o para buscar referentes, aparece como “una estrategia para gestionar la identidad”, dijo Recalde. La antropóloga enfatizó que, al contrario de lo que se suele pensar, esas movilidades territoriales no se dan sólo desde el interior a la capital, sino también de la capital hacia el interior o incluso entre barrios periféricos dentro de Montevideo.
Otro espacio que aparece como territorio de reconocimiento o afianzamiento de la identidad de género es el trabajo sexual, que para muchas personas trans es la única opción laboral posible. De hecho, el censo de 2016 reveló que 67% lo ejercieron en algún momento de su vida. Sin embargo, más allá de la necesidad económica, en la investigación aparece como un lugar fundamental “para la construcción de la identidad de género trans en cuerpos feminizados”.
“En algunos casos, el ingreso al trabajo sexual es lo que empieza a darles una cosa positiva en un medio donde todo estaba siendo hostil. En el trabajo sexual, las reconocen en su forma trans, en ese ser trans pueden serlo”, explicó Rostagnol. En esos territorios, “se dan ciertas relaciones sociales donde esas personas se identifican con otras que son iguales a ellas” y encuentran “maneras efectivas de poder vivir su identidad”, agregó Recalde. Es un lugar para “intercambiar conocimientos” –por ejemplo, sobre trámites legales o tratamientos– y “recibir contención afectiva, porque generan redes y crean familias”.
Rostagnol aclaró que acá no se trata de “defender que hagan el trabajo sexual”, sino de visibilizar que “no necesariamente es terrible para todas” las personas trans. “Se trata de dejar que sus historias nos cuenten cómo son sus vidas y no hipotetizar sobre cómo son por cuatro o cinco cosas que sabemos”, agregó.
Las marcas de la violencia
Todas las trayectorias analizadas, sin excepciones, están marcadas por situaciones de violencia física, psicológica o sexual que se dan por no cumplir con los modelos de identidad de género esperados. En los relatos aparecen violaciones, golpes, cachetazos y hasta privación de alimentos. Estos episodios tienen lugar sobre todo durante la infancia y la adolescencia, en el contexto intrafamiliar. Las autoras de la investigación intentaron responder a la pregunta concreta: ¿por qué se produce la violencia?
Una de las interpretaciones posibles es que se trata de “violencias disciplinadoras”, que buscan “tratar de colocar a la persona en el lugar que socialmente se le asigna, corregirla, entonces lo que encontramos es una especie de incapacidad de aceptar algo disruptivo, en tanto a algo distinto de lo esperado, y eso provoca la intolerancia”, señaló Rostagnol. La académica dijo que hay algo “más profundo que una mera intolerancia”; es una “incapacidad de aceptar que el hijo varón no quiere jugar al fútbol y quiere vestirse de mujer”. Esa incapacidad de aceptar la diversidad “vuelve a algunos padres, vecinos o profesores intolerantes, agresivos y violentos hacia la persona, en una violencia que es porque ellos no lo logran aceptar, porque piensan ‘no me banco que no seas como quiero que seas’”.
Si bien hay relatos de madres que ejercen violencia, la gran mayoría de los agresores son varones de la familia: padres, padrastros, hermanos. Esto no es casual, aseguran las antropólogas. “Al igual que hablamos de sexismo, hablamos de cis sexismo, con ese desigual valor y reconocimiento de las personas trans en detrimento de las cis. Es parte del mismo patriarcado, porque hay un rechazo del mandato de masculinidad hegemónica”, señaló Recalde. En este panorama, el abuso sexual también se da como “una forma de disciplinar el cuerpo”.
“Lo que vimos respecto de la violencia son marcas que se van acumulando y que hacen muy difícil después, subjetivamente, portar, gestionar y vivir una identidad trans”. Laura Recalde
En cualquiera de los casos, las historias muestran cómo esa violencia deja marcas que, en algunos casos, acompañan gran parte de las trayectorias vitales o se tornan indelebles. “Vimos las consecuencias de esa violencia, por ejemplo, en varias que están con procesos psicológicos, psiquiátricos, toma de medicación” o incluso que vivieron intentos de autoeliminación, dijo Recalde. “Lo que vimos respecto de la violencia son esas marcas que se van acumulando y que hacen muy difícil después, subjetivamente, portar, gestionar y vivir una identidad trans”.
Estrategias frente a la exclusión
Si bien en todas las trayectorias se repiten los episodios de discriminación y violencia, también se puede ver cómo, frente a los obstáculos, las personas trans generan distintas estrategias de aceptación social. Se trata de herramientas, vínculos, políticas y otros elementos que favorecen que esta población salga de los lugares de vulneración de derechos y de no aceptación de su ser trans, para habitar entornos más amigables.
Además de la movilidad territorial –que puede ser forzada por contextos de violencia o no – , el estudio menciona el lugar de trabajo como otro “vehículo de aceptación social”, en donde además pueden generar las vías para la autonomía económica.
También el activismo social aparece como un mecanismo de aceptación social, en primer lugar porque “brinda una instancia de politización de esa identidad trans como una identidad política colectiva en donde su participación se enmarca en una lucha que adquiere otras dimensiones y significados”, al tiempo que hace emerger un “sentido de pertenencia” y habilita las posibilidades de compartir experiencias con otres.
Participar activamente en organizaciones LGBTI o colectivos trans brinda además “cierta satisfacción material y reconocimiento”, dice el libro, e “incrementa el capital social de las personas implicadas, generando redes más grandes, mayor movilidad en el territorio y, por tanto, nuevos capitales culturales disponibles”.
Otros tiempos
El acceso que hubo en los últimos años a políticas públicas dirigidas específicamente hacia la población trans también fue “una estrategia fantástica para cambiar algunas cosas”, apuntó Rostagnol. “Eso fue algo que dio el Estado, pero las personas tomaron ventaja de eso y lo aprovecharon”, dijo. Las académicas aseguraron que todas las mujeres trans que participaron en la investigación tenían acceso a algún plan del Ministerio de Desarrollo Social vinculado a oportunidades laborales (Uruguay Trabaja), ayuda alimenticia (Tarjeta Uruguay Social) o atención psicológica (Centro de Referencia Amigable), entre otros.
Esto está estrechamente vinculado con otro tema que es el impacto en estas trayectorias del contexto sociohistórico actual, en el que además de existir más políticas públicas focalizadas en las personas trans, parece haber una mayor aceptación hacia esta población, en particular después de la aprobación de la Ley Integral para Personas Trans en 2018.
“Más allá de lo que dice la ley trans y de lo que se logra con ella, lo que implicó fue poder decir ‘la población trans es igual a todas’. Simbólicamente, les dejó salir del clóset y les dejó caminar”. Susana Rostagnol
“La ley trans y la visibilización que tuvo la problemática trans a partir de estas políticas dio en vastos sectores de la sociedad una aceptación de que existen trans, entonces, por ejemplo, podían volver a su pueblo y ser”, señaló Rostagnol. “Más allá de lo que dice la ley trans y de lo que se logra con ella, lo que implicó fue poder decir ‘la población trans es igual a todas’. Simbólicamente, les dejó salir del clóset y les dejó caminar”, aseguró la antropóloga, y agregó que “les dio un lugar de menor discriminación que antes”.
“Cuando lo ves en el tiempo, en cada trayectoria, ves esos cambios, que a veces no son directos, pero es el ambiente, las posibilidades, lo simbólico, lo que podés hacer con tu identidad, todo es diferente”, manifestó Recalde. La académica insistió además en que este contexto más amigable “no es sólo por las políticas”, sino también gracias las luchas de los colectivos trans, que sobre todo durante el debate en torno a la ley “demostraron una capacidad de acción y de alianza” inédita.
˃ Trayectorias trans. Una aproximación antropológica, de Susana Rostagnol y Laura Recalde. Montevideo. Zona Editorial, 2021. 163 páginas.