La brutal rusofobia que vive hoy Europa empezó en forma sencilla y sus primeras manifestaciones fueron casi inocuas y más bien ridículas. Prohibir aceptar gatos rusos en concursos europeos; prohibir en una Universidad italiana a un profesor dictar un curso sobre Dostoievski; excluir un roble ruso, que era el favorito, de un concurso de robles. Pero pronto todo se orientó hacia el odio, la agresión y la violencia. Se despide al director de la sinfónica de Munich por ser ruso y un organismo médico europeo excluye de ser tratados de cáncer a los pacientes rusos. La FIFA prohíbe a los deportistas rusos participar en sus competencias, incluido el mundial de fútbol de este año. Y se producen en Alemania agresiones contra rusos, que sugieren un nuevo despertar nazi. Y es que a partir de la nazificada Ucrania el nazismo, gozando de simpatía europea por ser anti ruso, se apodera de los medios europeos. Al comienzo disfrazados y pronto en forma abierta, discurso y prácticas nazis se imponen y son difundidos y celebrados por los medios. Y no solo ucranianos.
Se producen en estas semanas declaraciones y hechos aberrantes. Mientras los rusos tratan con respeto a militares ucranianos rendidos, protegen a la población civil y le abren caminos para huir de la guerra, los nazis ucranianos, celebrados como democráticos nacionalistas, torturan y disparan a quemarropa a las rodillas y a las piernas de soldados rusos capturados. Un médico llama en la TV de Kiev a asesinar a todos los rusos heridos porque no son seres humanos sino cucarachas; y en el mismo canal un periodista nazi, otro «nacionalista», pide no solo asesinar a los rusos sino degollar a todos sus niños pequeños para que los rusos desaparezcan de la tierra. Se aplaude todo esto; y mientras prohíben a RT y a Sputnik, los democráticos medios europeos llaman combatientes extranjeros a los mercenarios asesinos que cobran por apoyar a Ucrania y CNN entrevista con orgullo al batallón nazi Azov. Y en medio de todo, líderes y ministros europeos histéricos celebran esos crímenes y gritan que ahora sí van al fin a acabar a Rusia.
Esta horrenda criminalidad rebasa casi cualquier ejemplo previo, pero debemos reconocer que la rusofobia no fue creada en estos meses. Lo que es producto de ellos es su explosión brutal. Pero la rusofobia viene de lejos y tiene una historia que conviene conocer, así sea en sus rasgos generales; historia de racismo, miedo y odio, en la que por siglos Europa fue protagonista y promotora, pero que en este como en tantos otros campos debió ceder su protagonismo al arrogante imperio yankee que desde 1945 la ha sometido y puesto a su servicio.
Esa rusofobia europea, de la que luego participa Estados Unidos, pasa en mi opinión por 5 etapas. La primera, tocante a la Edad Media, es la ignorancia. Las historias universales o europeas del medioevo ignoran por completo a Rusia. La segunda, que corresponde a los siglos XVI y XVII, es el desprecio: Rusia es descrita como país semi bárbaro, atrasado e inferior. La tercera es un lento y sesgado reconocimiento de Rusia que empieza con Pedro el Grande y se prolonga hasta el inicio del siglo XX. Rusia sigue siendo un país atrasado y autoritario que se moderniza en parte, obra de una élite imitadora de Europa, con la que compite como imperio, pero que continúa siendo campesina. La cuarta corresponde al siglo XX y vista por la burguesía imperialista europea a la que se suma e impone Estados Unidos, combina la sorpresa con el odio. Sorpresa porque en ese país atrasado y campesino se produce la primera Revolución proletaria, socialista o comunista, la cual sacude al mundo. Odio porque de las burguesías imperialistas no puede esperarse otra cosa. Y la quinta es la actual, que va desde el derrumbe de la URSS hasta el imparable ascenso económico, científico y militar de la Rusia actual, la Rusia de Putin; ascenso y derechos que Estados Unidos y su servil Europa se niegan a reconocer.
Como de costumbre, Estados Unidos lo dirige todo. Considera que esa rusofobia, que impulsa en Europa, pero controla en Estados Unidos, va viento en popa. Y es que ese odio irracional que sus medios ofrecen a las embrutecidas masas es parte clave de su viejo plan de acabar con Rusia. Porque el plan estadounidense de aplastar a Rusia viene de hace un siglo, de 1917 – 1918, de la Revolución comunista rusa, y se ha mantenido porque a Estados Unidos le es esencial. Ese plan va más allá y más acá del comunismo. Es que Rusia le estorba, necesitaba dividirla y eliminarla desde antes, desde cuando impuso la Guerra Fría. Pero ahora lo necesita más que antes porque es el prerrequisito para atacar a China a fin de mantener su dominio mundial impidiendo que ese mundo multipolar que ve venir, avance, liquidando su condición de único dueño del planeta. La última versión de ese plan, la vigente, se forjó hace tres décadas, con el derrumbe de la URSS, buscó abrirse camino por medio de la extensión de la OTAN para rodear a Rusia, sometiendo a Europa y logrando para dispararlo el control de una Ucrania nazi, armada para provocar a Rusia; esto es, mediante todo lo que hemos visto en estos años y sobre todo en meses recientes. Sus últimos detalles, ventajas y peligros, se los diseñó en 2019, en el documento titulado Sobreextendiendo y debilitando a Rusia, la Corporación Rand, organismo suyo, básico para definir su política exterior.
¿Y qué hace Estados Unidos como padre y promotor de esta guerra, que con su usual hipocresía condena? Vimos al demente senil y solapado genocida que es Biden, masacrador de Yugoslavia, Libia y Afganistán, llamando asesino y criminal de guerra a Putin para rematar con el beligerante discurso anti ruso que tartamudeó en Varsovia exclamando angustiado acerca de Putin: ¡Por Dios, ese hombre no puede seguir en el poder! ¿Cómo aclararle a los que se tragan lo que Biden dice, que su mensaje falsamente angustioso no es comparable al sincero de una pobre anciana hambrienta que le pide a Dios: Dios mío, ten piedad de mí, ¿por qué dejas que me muera de hambre? No, ese mensaje hipócrita es el firme reclamo que ante el mundo le hace a Dios el presidente de Estados Unidos, amo de la guerra, jefe de un estado genocida que invade y destruye países a voluntad matando millones de personas y cuyos crímenes son obra divina pues Estados Unidos es su pueblo elegido, y sus guerras son obra autorizada por el propio Dios. Fuera de si Biden pide o no un golpe de estado en Rusia, lo que resalto es que esta no es una petición a Dios sino el reclamo que Biden le hace por permitir que Putin siga en el poder, y ese reclamo a Dios es su mensaje. Pero hay algo esencial que he dejado para concluir. Lo que los medios yankees y europeos nos muestran a diario es que todo el mundo condena y odia a Rusia y que esa rusofobia es hoy universal. Y esto es una doble mentira que nos tragamos con facilidad. Porque esos medios nos venden a Occidente como si fuera el mundo, y sobre todo porque nosotros, educados en el colonialismo euro-estadounidense y en esa falsa visión de este que nos hace desconocer por ignorancia lo que no es Europa ni Estados Unidos, les creemos. Una sola mirada a un mapamundi grande derrumba esa patraña. Las sanciones ilegales que Estados Unidos y Europa imponen a Rusia y que están dañando más a Europa que a Rusia porque ésta las está superando, no son del mundo entero. Es solo Occidente, solo Estados Unidos y Europa, porque América Latina, salvo los usuales cipayos, se muestra renuente, tiene relaciones con China y no va a sancionar a Rusia. Lo mismo pasa con África y lo principal es que prácticamente toda Asia: China, India, Asia central, Irán y Turquía, se niegan a sancionar a Rusia y fortalecen alianzas y vínculos con ella. El decadente Estados Unidos y la podrida Europa olvidan que Asia ya es hoy el nuevo centro del mundo, que desplaza a Occidente en un proceso que cada vez tiene más fuerza. Y Rusia es parte de él.
Vladimir Acosta
9 de abril de 2022