Este mes de mayo se cumplen cuarenta años desde que España se convirtiera en el miembro número 16 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Además, este mes se cumple la fecha límite en la que el Estado español tendrá que ratificar el acuerdo militar con Estados Unidos para el uso conjunto de las bases de Rota y Morón. No parece mala fecha para reflexionar sobre la OTAN y las bases en Andalucía.
Hay verdades tan grandes, tan englobadoras, que terminan pasando desapercibidas. Verdades y realidades que, por enormes, por gigantescas, hacen que paseemos entre ellas sin advertirlas, sin señalarlas, ni cuestionarlas. Y si, además, esas verdades son incómodas, por formar parte de la línea de flotación del régimen en que vivimos, a su gigantez se añade el papel que juega la educación, los medios de comunicación y la ideología dominante para invisibilizarlas y legitimarlas.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su naturaleza criminal es una de ellas. Podemos comenzar diciendo que la OTAN es el principal mecanismo militar del que se valieron los Estados Unidos de América (Estados Unidos) para imponer su hegemonía y dominio imperialista sobre el mundo desde 1945. Ante la ruina de las potencias coloniales europeas (Francia, Gran Bretaña o Alemania) tras la Segunda Guerra Mundial y el peligro del avance del antifascismo y el comunismo, los Estados Unidos asumirán el liderazgo del capitalismo y el liberalismo mundial.
Estamos en el año 1944. Los Estados Unidos comienzan a crear los mecanismos que le permitirán ser la potencia hegemónica tras la guerra: comenzamos por los Acuerdos de Bretton Woods (1944), en el que se instituye el dominio del dólar estadounidense en el mercado mundial, para lo cual se crean instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Continuamos con la elaboración de la doctrina Truman y el plan Marshall (1947), por los que Estados Unidos ofrece ayuda económica y militar a los países del «mundo libre» frente a la influencia de la Unión Soviética (URSS). Los países que se pliegan a esta ayuda deberán reducir el poder de los partidos comunistas, permitir la instalación de bases estadounidenses y la injerencia externa sobre sus economías. Su prueba de fuego fue en Grecia cuando, para frenar el avance de la guerrilla partisana, decidió armar y financiar a los grupos monárquicos y de antiguos colaboracionistas nazis, que terminaron tomando el poder. La creación de la OTAN (1949) es el último paso, su culminación, constituyendo una organización militar que servía a los intereses de los Estados Unidos y sus aliados europeos en su confrontación con la URSS.
Es en este contexto cuando se crea el gran relato de nuestro tiempo: Estados Unidos es el paladín en la defensa de la democracia y la libertad, del «mundo libre», contra el autoritarismo y «la dictadura comunista». Sin entrar a discutir estos términos, lo que no cabe duda es que se trata de un discurso vacío que sirvió para justificar el acoso económico y militar, el genocidio y la destrucción de países enteros por parte del imperialismo de los Estados Unidos y sus aliados, contra aquellos gobiernos que no secundaban sus directrices económicas. Un discurso mentiroso que esconde su verdadero trasfondo: los intereses del gran capital oligárquico occidental en su explotación descarnada de los pueblos y la clase trabajadora a nivel mundial, sufriendo especialmente las mujeres y los países periféricos. Bajo este discurso, se reclutaron a antiguos nazis, colaboradores nazis y grupos de extrema derecha para hostigar a las izquierdas y grupos revolucionarios en Europa y América Latina, como vemos en la Operación Gladio; se han derrocado o ayudado a derrocar gobiernos legítimamente constituidos: Irán (1953), Guatemala (1954), Congo (1960), Chile (1973), etc.; se han apoyado dictaduras: Cuba (1952), Brasil y Bolivia (1964), Argentina (1976), etc.; y realizado operaciones militares, directamente o a través de grupos terroristas o paramilitares, para hacer caer a gobiernos de izquierda o revolucionarios: Vietnam (1946−1975), Cuba (1959-presente), República Dominicana (1965), Afganistán (1978), Nicaragua (1979), Granada (1983), entre otros.
En 1991, con la caída de la URSS y la desaparición del bloque «comunista», parece ser que la razón de ser de la OTAN y el poderío militar y político estadounidense, dejaba de existir. No obstante, no fue así, sino todo lo contrario, ampliando en gran número los países miembros y sus bases militares, así como las guerras e intervenciones militares: Yugoslavia (1999), Afganistán (2001−2021), Irak (2002-presente), Libia (2011), Siria (2011-presente), Yemen (2014-presente) o Donbass (2014-presente).
Desde la década de 1990, todo esto se hará con la excusa de la lucha contra los «estados canallas», del «eje del mal» o el terrorismo. Paradójico resulta que estos motivos no se esgrimen contra países aliados como Israel, Arabia Saudí, Marruecos o Colombia, donde campan a sus anchas la violación de derechos humanos, el patrocinio del terrorismo o la represión policial y militar.
Esta maquinaria imperialista aterrizó en el Estado español en 1953, cuando los Estados Unidos consiguieron, en calidad de nuevo aliado anticomunista, que el régimen de Franco les cediera las bases de Zaragoza, Torrejón de Ardoz, Rota y Morón para su uso militar. Tras la entrada de España en la OTAN en 1982, el acuerdo de cooperación militar alcanzó su forma definitiva en 1988, en los últimos coletazos de la Guerra Fría. Desde entonces ha venido enmendándose en sucesivas ocasiones y desde mayo del 2021, se ha prorrogado un año más, caducando este mayo del 2022; y, si ninguna de las partes lo denuncia, quedará automáticamente prorrogado otro año. En paralelo a la puesta en marcha de estas bases, hay indicios de que en España han estado operando grupos de la Operación Gladio de la OTAN para frenar el avance de la izquierda en el tardofranquismo y la Transición.
Aterrizando, podemos afirmar que Andalucía ha jugado un papel clave como plataforma de lanzamiento de agresiones militares. Como parte del Estado español, nuestra pertenencia a la OTAN hace que estemos en guerra constante con los pueblos y países que no se doblegan ante los intereses occidentales, como muestran los constantes ejercicios y maniobras militares que se suceden en nuestro suelo (destaca el Trident Juncture del 2015 o el reciente Flotex-21). Por otro lado, la existencia de bases militares activas nos sitúa en el epicentro de una incesante actividad militar, ya sea del Ejército español, como de Gran Bretaña en Gibraltar, como, fundamentalmente, las bases de Rota y Morón. En relación a estas últimas, hay que subrayar un hecho fundamental: mientras que en 1991 y 1992 las bases de Torrejón de Ardoz y de Zaragoza dejaron de ser utilizadas por los estadounidenses, a día de hoy, Rota y Morón siguen conservando su estatus espacial, que además está continuamente ampliándose (con la reciente inversión de 10 millones de euros en la base de Morón o los anuncios de ampliación de un 50% la fuerza naval de Rota). Debemos saber que la base de Rota es uno de los puntos del escudo antimisiles de la OTAN, el mayor puerto militar de Estados Unidos en el sur de Europa, así como la mayor base naval española. Asimismo, ambas bases han jugado un papel importante en las guerras de Irak, Afganistán, Libia, Siria, etc., y en la guerra del Donbass desde el 2014. Todo esto se explica por la posición geoestratégica de nuestra tierra, Andalucía, controlando el Estrecho de Gibraltar, puente entre dos continentes y dos mares.
Vista la intensa, constante y permanente actividad militar reaccionaria y conservadora de la OTAN, capitaneada por los Estados Unidos, debemos concluir que estamos en guerra, y que esta empieza aquí. Empieza en España, donde la «izquierda», en concreto, el PSOE, defendiendo los intereses de la burguesía estatal, no ha dudado en apoyar la entrada y permanencia en la OTAN, o traicionar al Sáhara, a Palestina, a Libia, a Cuba, a Venezuela, o a tantos otros pueblos rebeldes y enfrentados al imperialismo. Pero la guerra también empieza en Andalucía, y arrastra a nuestra tierra a ser cómplice de las agresiones y ataques realizados. Esto supone no solo un problema ético y político, pues al permitir que nuestra tierra sirva como base de agresiones del imperialismo de la OTAN (de los Estados Unidos), sirve como defensa de los intereses no del pueblo trabajador andaluz, sino de las clases dominantes y de la hegemonía estadounidense, vinculada a movimientos reaccionarios y fascistas. También representa un problema en potencia para la salud de nuestra gente y nuestra tierra —al manejar arsenal nuclear (y recordemos Palomares, el accidente con bombas nucleares de hace 56 años, cuya radioactividad sigue presente)— y para nuestro futuro en el caso de una escalada bélica, en donde nuestro territorio destaca como punto caliente. Máxime en un contexto en el que los Estados Unidos dejan de ser la principal potencia económica mundial y donde su hegemonía militar parece decaer en un escenario multipolar.
Y si la guerra comienza aquí, es nuestra responsabilidad dar una respuesta activa, solidaria con los países agredidos, sabiendo que si luchamos por ellos, estamos luchando por todas nosotras, por nuestro futuro digno. Para ello, debemos recuperar un amplio movimiento que diga alto y claro: NO A LAS BASES, ni un palmo de nuestra tierra para la actividad militar imperialista; NO A LA OTAN, para no ser cómplice de las agresiones estadounidense y de sus aliados, principal amenaza de las clases populares en todo el mundo; y POR LA SOBERANÍA para Andalucía, para decidir qué hacer con nuestro territorio, con nuestros recursos y nuestro suelo; para tener una política internacional propia y centrada en los intereses de nuestra tierra.
El último paso de este movimiento lo dimos este 8 de mayo, con la reanudación de la convocatoria de las marchas contra la base de Rota. Pero habrá más. No nos queda otra.
Sergio Almisas