Por supuesto que la referencia al orden, sea este el «viejo» o el «nuevo», tiene que ver con el reordenamiento geopolítico global actual; es el «viejo» el surgido después de la Segunda Guerra Mundial, hegemonizado por Estados Unidos, en particular luego de la implosión de la URSS; y «nuevo», el que comienza a hacerse más que evidente con la respuesta de Rusia a las provocaciones de Estados Unidos, la OTAN y sus aliados que llevaron al comienzo de la guerra en Ucrania.
También con la de China a las provocaciones del otrora indiscutible país hegemónico, cuando viola lo pactado respecto al reconocimiento de una sola China y realiza visitas oficiales, primero nada menos que de la tercera figura en el orden jerárquico de Estados Unidos, y a continuación, en nueva provocación, la de congresistas estadounidenses, al territorio chino de Taiwán, con el objetivo implícito de romper el acuerdo de 1979 que reconocía la existencia de una sola China, y que entonces había abierto las puertas al neoliberalismo globalizador.
Y aunque pudiera resultar polémico el intento de precisar la fecha del inicio del fin del viejo orden (fin de la Guerra Fría, del neoliberalismo y de la globalización incluidos) y el inicio de la transición, no pareciera desacertado, por su simbolismo, ubicarlo en los 90 del pasado siglo, paradójicamente coincidente con la implosión de la URSS; también, y por diferentes causas, por la no menos estruendosa implosión de Yugoslavia, que se desarrollara durante los 90 y culminara con la guerra no declarada –violatoria de la carta de la ONU y de toda norma del derecho internacional– que concluyó con el bombardeo de la OTAN, en 1999, provocando la muerte de miles de civiles.
También pudiera ubicarse el inicio del fin cuando, ya en el siglo XXI, los muy sospechosos y nunca aclarados ataques con aviones a las Torres Gemelas de Nueva York, transmitidos en vivo y en directo, mientras el Presidente del país atacado aparecía tranquilamente, leyendo una publicación al revés, pero presto a declarar su disposición a atacar a los agresores «en cualquier oscuro rincón del mundo».
De lo que no hay duda es de que también deben ser considerados signos del resquebrajamiento del viejo orden –y de los intentos por mantenerlo– la invasión a Irak de 2003 y las mentiras para justificarla; la ampliación de la OTAN, con la inclusión de países exsoviéticos; el golpe de Estado en Ucrania y su nazificación; también la respuesta de Rusia, beneficiada por los altos precios del petróleo a consecuencia de esa misma guerra; el acercamiento de los intereses de Rusia y China, el llamado de alerta de Putin (2007) ante los intentos de Estados Unidos de crear un mundo unipolar con los anuncios de creación de un escudo antimisiles, supuestamente dirigido a proteger a Europa de posibles ataques de Corea del Norte e Irán; la violación de los acuerdos de Minsk, y el retorno y adhesión de Crimea a Rusia.
Y todo al mismo tiempo que el incontenible y acelerado desarrollo económico y científico tecnológico de China alcanzado en los marcos de la globalización. El resultado de lo muy brevemente hasta aquí reseñado es el fortalecimiento de los lazos entre China y Rusia, muy temido por el reconocido politólogo estadounidense Henry Kissinger, consciente de que Estados Unidos no podrá librar una guerra en dos frentes.
Recordar lo anterior es necesario. Fue el contexto en el que el mundo se «desglobaliza» o, como otros señalan, en el que la globalización se «regionaliza», lo que obliga a indagar por las causas que determinan la vuelta a una «nueva» Guerra Fría (al margen de las ideologías) y porque, como ha señalado el secretario general de la ONU, António Guterres, «la perspectiva de una guerra nuclear ahora entra dentro de las posibilidades», lo que nos pone al borde del exterminio.
Economía y capacidad militar
Es historia conocida la del declive de la hegemonía estadounidense y su «orden basado en reglas», que la ha hecho disfuncional, tanto como la denominada «democracia representativa», que representa los intereses del gran capital y los oligarcas, y no de los pueblos; tampoco nos referiremos al inexistente «liberalismo económico», tan manipulado por las grandes transnacionales, que hace a los Estados imponer «sanciones» que lo convierten en falacia.
Detengámonos en el presente y, en la medida de lo posible, en lo inmediato por venir, y en los dos aspectos que consideramos más importantes.
El primero tiene que ver con la economía, por su capacidad de reflejar el todo. Lo primero posible que se debe observar es la disminución de la participación de «occidente» en la generación del producto bruto global (aunque Estados Unidos mantenga su participación y siga siendo la primera potencia económica mundial, situación que, si no se produce una catástrofe, mantendría hasta finales del presente decenio).
Al propio tiempo y por lo anterior, el aumento de la participación de los llamados países emergentes, en particular de los Brics y entre ellos de China (que, de no ocurrir un cataclismo, sobrepasaría la economía de Estados Unidos antes de que termine el presente decenio). Y todo, acelerado por la guerra en Ucrania y las sanciones promovidas por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea, que han agravado la referida situación y la inclusión de nuevos miembros al Brics. El corrimiento del eje geopolítico global hacia la región Asia-Pacífico es irreversible.
El segundo en importancia es la capacidad militar. La inmensa mayoría de lo que puede leerse sobre el tema (el índice Global Firepower 2022 es una muestra) combina más de 50 indicadores que incluyen tamaño del ejército, número de tanques, barcos, aviones, financiamiento, y sitúa a Estados Unidos en el primer lugar, a Rusia en el segundo y a China en el tercero.
A ello habría que añadir lo señalado por Vladímir Putin en el discurso en la apertura del salón de defensa Army2022: «Las armas rusas están años y décadas por delante de sus análogas extranjeras, siendo muy superiores en sus características tácticas y técnicas», lo que las últimas muestras de su eficiencia parecen confirmar.
La aventura estadounidense contra Taiwán no es solo el viaje individual de un político irresponsable, sino parte de un movimiento consciente y decidido que busca desestabilizar y caotizar la situación en esa región del mundo.
Lo anterior pareciera corroborado en el artículo de Bloomberg de agosto 9, sobre los «juegos de guerra», que simulan las acciones que se realizarían en un posible enfrentamiento entre Estados Unidos y China sobre Taiwán, y sus sombrías consecuencias. Aunque el ejercicio mismo se prevé termine en diciembre, basta citar un fragmento de ese artículo: «Los resultados muestran que, en la mayoría de los escenarios, aunque no en todos, Taiwán puede repeler una invasión. Sin embargo, el costo será muy alto para la infraestructura y la economía taiwanesas y para las fuerzas estadounidenses en el Pacífico».
Aun sin considerar las pérdidas humanas del desastre, unos últimos datos corroboran lo que significaría de manera inmediata: Taiwán produce hoy el 90% de los chips de semiconductores avanzados del mundo; China continental produce el 40% y para 2025 se espera que produzca el 70% de los semiconductores.
El resumen hasta aquí es poco agradable, y más aún si se agregan datos adicionales que lo pudieran ser más, pues Estados Unidos y «occidente», en el mejor de los casos, intentan dividir el mundo en bloques enfrentados y, en el peor, provocar un enfrentamiento global.
Las confrontaciones cada vez repercuten en más naciones, que incluyen a cada vez más potencias regionales como Turquía e Irán, pero también a Australia, India o Japón. La guerra por delegación de Ucrania puede extenderse a otros países europeos como Serbia, Kosovo, Moldavia, Lituania y Estonia.
Ucrania está cada vez más cerca de desencadenar un desastre nuclear en Europa con el bombardeo a la mayor planta atómica de la región. Si se observan los posibles países afectados, pudiera afirmarse que son prescindibles para «occidente» y, por tanto, permisibles. Si pensar lo anterior resulta inadmisible e inaudito, bastaría recordar a Harry S. Truman y a Hiroshima y Nagasaki.
Sin dudas, el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk y la aproximación de la otan a Rusia para obligarla a realizar «el ataque no provocado e injustificado» a Ucrania y la visita, primero de Nancy Pelosi y a continuación de otros miembros del Congreso de Estados Unidos a Taiwán, fueron jugadas que dieron inicio a un mismo y peligrosísimo juego que Biden, Estados Unidos y sus acólitos, desoyendo lógica y recomendaciones, decidieron jugar en el «tablero mundial». Obligados a cruzar el Rubicón, a las mismas respondió Putin y Rusia con la «operación militar especial» y Xi Jinping con la advertencia de que «quien juegue con fuego se quemará». Confiemos en que el instinto de conservación sea más fuerte que las ansias de poder y riqueza de los que comenzaron el juego.
Jorge Casals Llano
28 de agosto de 2022