Eus­kal Herria no es el suje­to polí­ti­co – Tomá Urzainqui

Socie­dad polí­ti­ca: La rei­vin­di­ca­ción demo­crá­ti­ca de recu­pe­rar el dere­cho a deci­dir, para poder ejer­cer la impres­cin­di­ble sobe­ra­nía y la nece­sa­ria inde­pen­den­cia, resul­ta ple­na­men­te efi­caz cuan­do el suje­to polí­ti­co ‑que no es ni más ni menos que la socie­dad subor­di­na­da- es com­ple­to, por reu­nir a todos los gru­pos socia­les y par­tir de la exis­ten­cia pre­via de un esta­do pro­pio. De este modo, el avan­ce de la con­cien­cia polí­ti­ca gene­ra­li­za­da, en el con­jun­to de la socie­dad, con­du­ce al éxi­to de los obje­ti­vos de alcan­zar colec­ti­va­men­te la liber­tad. Por lo que si no se tie­ne en cuen­ta la cohe­sión e inte­gri­dad de la com­ple­ja estruc­tu­ra social de la socie­dad domi­na­da ni tam­po­co la exis­ten­cia pre­via de la uni­dad polí­ti­ca y esta­tal de Nafa­rroa, la opre­sión polí­ti­ca segui­rá influ­yen­do de for­ma deter­mi­nan­te en el con­ti­nuo retra­so tem­po­ral del pro­ce­so de autodeterminación.

El impres­crip­ti­ble dere­cho de los vas­cos a un espa­cio entre las nacio­nes con­tem­po­rá­neas se halla fun­da­men­tal­men­te ase­gu­ra­do en la exis­ten­cia pre­via de su Esta­do nava­rro, nega­do aho­ra por los esta­dos domi­nan­tes tras haber­lo con­quis­ta­do por las armas. Esta socie­dad subor­di­na­da se reen­cuen­tra en la memo­ria his­tó­ri­ca de su pro­pio esta­do, con­si­guien­do ser auto­ra del cono­ci­mien­to dife­ren­cia­do como nación, por lo que si antes de las con­quis­tas era inde­pen­dien­te, podrá vol­ver a ser­lo en un pró­xi­mo futu­ro, superan­do la domi­na­ción, y la nega­ción, que pade­ce. A la hora de for­mu­lar la exi­gen­cia del dere­cho a deci­dir, la refe­ren­cia al esta­do pro­pio alcan­za como argu­men­to toda su fuer­za pri­mor­dial. La exis­ten­cia del Esta­do nava­rro tie­ne una veri­fi­ca­ción legal y jurí­di­ca, que no se debe con­fun­dir con los domes­ti­ca­dos dere­chos históricos.

Uni­dad y reuni­fi­ca­ción: La defen­sa de la uni­dad terri­to­rial ‑polí­ti­ca y sobe­ra­na- sir­ve para cohe­sio­nar inter­na­men­te a la socie­dad polí­ti­ca nacio­nal, por enci­ma de las arti­fi­cia­les e impues­tas divi­sio­nes admi­nis­tra­ti­vas, así como de los posi­bles dis­tan­cia­mien­tos entre gru­pos socia­les con intere­ses más o menos enfren­ta­dos. La uni­dad his­tó­ri­ca de Nafa­rroa tie­ne la espe­cial capa­ci­dad inte­gra­do­ra de esta socie­dad subor­di­na­da, que no tie­ne por qué atri­buir­se sólo al eus­ka­ra por hallar­se la len­gua en su pro­pio ámbi­to dife­ren­te al estric­ta­men­te social, polí­ti­co o económico.

Se halla esta­ble­ci­da una rela­ción inse­pa­ra­ble entre la exis­ten­cia de la socie­dad dife­ren­cia­da, o ciu­da­da­nía pro­pia, y la terri­to­ria­li­dad esta­tal, o mar­co jurí­di­co polí­ti­co his­tó­ri­co. Cues­tión ésta que ha sido tra­ta­da con cla­ri­dad por el mejor pen­sa­mien­to polí­ti­co de este país, del que ‑ciñén­do­nos a la era con­tem­po­rá­nea- tene­mos entre otros a Sera­fín Ola­ve, que en 1883 pro­pu­so la reuni­fi­ca­ción polí­ti­ca median­te la rein­cor­po­ra­ción a Nafa­rroa de Ara­ba, Biz­kaia, Gipuz­koa y los demás terri­to­rios, sugi­rien­do, para favo­re­cer­la, que se con­ce­die­ran los dere­chos de ciu­da­dano nava­rro a los vas­con­ga­dos y a otros, y que la resi­den­cia en dichas pro­vin­cias se con­si­de­ra­ra como den­tro de Nafa­rroa a todos los efec­tos lega­les con reba­ja de la cuar­ta par­te del tiem­po exi­gi­do en cada caso. Por otro lado, en 1931 Ana­cle­to Ortue­ta pro­pu­so la recu­pe­ra­ción de la nacio­na­li­dad nava­rra por todos los vas­cos con la fina­li­dad de vol­ver a la uni­dad polí­ti­ca vas­ca; y en 1940 el Con­se­jo Nacio­nal Vas­co des­de Lon­dres, diri­gi­do por Manuel Iru­jo, apro­bó un pro­yec­to de Cons­ti­tu­ción en cuyo artícu­lo 5 pres­cri­bía que «el terri­to­rio vas­co es el inte­gran­te del his­tó­ri­co Rei­no de Navarra».

La remi­sión ‑a la hora de deli­mi­tar la terri­to­ria­li­dad vas­ca- a las fron­te­ras, no impues­tas del Esta­do euro­peo de Nafa­rroa, es evi­den­te que no sólo vie­ne favo­re­ci­da por la apa­ren­te difi­cul­tad de fijar­las sobre los lími­tes lin­güís­ti­cos y cul­tu­ra­les, sino sobre todo como con­se­cuen­cia de la apli­ca­ción del cri­te­rio exis­ten­te en el Dere­cho inter­na­cio­nal para los casos seme­jan­tes, que vin­cu­la el espa­cio de la socie­dad polí­ti­ca, o ciu­da­da­nía, con el ámbi­to terri­to­rial his­tó­ri­co del esta­do propio.

Comu­ni­dad cul­tu­ral: Sue­le ser habi­tual que la comu­ni­dad cul­tu­ral, en la reali­dad, no coin­ci­da exac­ta­men­te con la socie­dad polí­ti­ca, como en nues­tro caso, don­de ade­más ‑debi­do al lin­güi­ci­dio con­ti­nua­do pade­ci­do- la comu­ni­dad lin­güís­ti­ca ha que­da­do redu­ci­da en tér­mi­nos demo­grá­fi­cos a la ter­ce­ra par­te de la socie­dad polí­ti­ca. Lo que resul­ta una difi­cul­tad aña­di­da para con­si­de­rar sólo a Eus­kal Herria como suje­to polí­ti­co. Una cosa es el dere­cho a hablar la len­gua, o a des­en­vol­ver­se en una cul­tu­ra deter­mi­na­da, y otra el dere­cho a deci­dir sobe­ra­na­men­te sobre todos los dere­chos de una socie­dad, inter­cul­tu­ral y plu­ri­lin­güe, como son los civi­les, polí­ti­cos, eco­nó­mi­cos, cul­tu­ra­les o sociales.

La auto­ce­fa­lia cul­tu­ral resul­ta en la prác­ti­ca un deman­dan­te subor­di­na­dor, en per­ma­nen­te rela­ción de depen­den­cia jerár­qui­ca de la socie­dad domi­nan­te, pues deja a un lado el nece­sa­rio inte­rés por el poder polí­ti­co, que así es mono­po­li­za­do por los miem­bros de las éli­tes de la nación gober­nan­te. Las meras rei­vin­di­ca­cio­nes cul­tu­ra­les de la socie­dad domi­na­da no ame­na­zan el poder de los repre­sen­tan­tes polí­ti­cos esta­ta­les, éstos pue­den y usan dichas exi­gen­cias mani­pu­lán­do­las para ajus­tar­las a sus pro­pios intere­ses de poder. No obs­tan­te, en esa situa­ción la lucha por el poder polí­ti­co, en el caso de haber­la, se ve difi­cul­ta­da por la inevi­ta­ble fal­ta de con­fian­za mutua a la hora de par­ti­ci­par en el poder político.

No es lo mis­mo favo­re­cer y prio­ri­zar la recu­pe­ra­ción y expan­sión del eus­ka­ra ‑dis­cri­mi­na­ción posi­ti­va- que sus­ten­tar sobre la mis­ma len­gua lo que no es de por sí pro­pio de ella, como la libe­ra­ción de la socie­dad subor­di­na­da. El nacio­na­lis­mo lin­güís­ti­co hace des­can­sar sobre la len­gua nacio­nal el peso del movi­mien­to patrió­ti­co, situan­do al idio­ma pro­pio en el cen­tro casi exclu­si­vo de su acti­vi­dad, lo que ha ori­gi­na­do un balan­ce de resul­ta­dos esca­sos y muy len­to en la con­se­cu­ción de obje­ti­vos polí­ti­cos, como se dedu­ce de la com­pa­ra­ción y estu­dio entre los dife­ren­tes movi­mien­tos de eman­ci­pa­ción nacio­nal en la Euro­pa contemporánea.

El suje­to polí­ti­co, ¿quién es?: El suje­to polí­ti­co sólo pue­de ser la socie­dad polí­ti­ca con­cre­ta que ha sufri­do una con­quis­ta vio­len­ta, lo que le ha pri­va­do de su esta­do pro­pio. Este suje­to polí­ti­co vie­ne defi­ni­do por su terri­to­ria­li­dad y esta­ta­li­dad, que se le ha nega­do, de ahí que Nafa­rroa es la más exac­ta con­cre­ción del obje­to del dere­cho a deci­dir. Eus­kal Herria es una comu­ni­dad lin­güís­ti­ca y como tal no es un suje­to polí­ti­co. Eus­kal Herria sola no es el suje­to polí­ti­co y por ello no tie­ne el dere­cho a deci­dir. La rei­vin­di­ca­ción lin­güís­ti­ca y cul­tu­ral no sir­ve, no bas­ta, no es sufi­cien­te, por sí sola para ejer­cer el dere­cho a deci­dir, éste nece­si­ta pre­via­men­te la fija­ción del suje­to polí­ti­co en el con­jun­to de la socie­dad dominada.

Deci­di­da­men­te, plan­tear a Eus­kal Herria sola como mar­co jurí­di­co polí­ti­co y como suje­to polí­ti­co del dere­cho a deci­dir ‑y no hacer­lo con el con­jun­to de la socie­dad polí­ti­ca subor­di­na­da- resul­ta un error de gra­ví­si­mas con­se­cuen­cias para esta socie­dad. Una con­duc­ta ver­da­de­ra­men­te sui­ci­da que, en la prác­ti­ca, sólo satis­fa­rá a los enemi­gos de la libertad.

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