Las últimas grandes movilizaciones contra la guerra en Occidente se remontan a 2003, cuando Estados Unidos decidió invadir Irak. Desde entonces se han multiplicado las intervenciones militares con la complacencia e incluso el apoyo de muchos movimientos de izquierda. El último ejemplo es la guerra en Ucrania, en la que muchos «progresistas» se unen a la OTAN para enviar armas y prolongar el conflicto. Saïd Bouamama lo ha analizado esta deriva junto con Michel Collon en el libro La gauche et la guerre : analyse d’une capitulation idéologique. El sociólogo al que encontramos todas las semanas en [su canal de vídeo] Le monde vu d’en bas repasa para nosotros las causas y consecuencias de este giro a favor de la guerra de la izquierda.
¿Por qué algunas corrientes de la izquierda, muy críticas respecto a las cuestiones económicas, sociales o ecológicas, siguen la tendencia dominante respecto a las cuestiones internacionales?
Hay dos factores esenciales, el histórico y el ideológico. El factor histórico, que se sigue subestimando de forma generalizada, es el impacto que tiene la historia colonial sobre la izquierda y la extrema izquierda. Para entender por qué el anticolonialismo y el antiimperialismo siempre han sido unos puntos débiles de estas corrientes, hay que entender que no se han podido llevar a cabo operaciones tan vastas como la colonización sin que la oposición esté impregnada de la ideología dominante.
En efecto, la idea de una misión civilizadora también estaba presente en la mentalidad de la izquierda, es cierto que de una forma diferente que la derecha Y no se ha llevado hasta el final la ruptura con el espacio mental colonial. Además, en el momento de las conquistas coloniales no hubo una verdadera oposición a la colonización, tampoco en la izquierda, con excepción de algunos grupos pequeños que se oponían verdaderamente. En el seno del movimiento obrero no hubo una contestación masiva. En el mejor de los casos, lo que hubo fue la idea de que era la colonización debía ser más humanitaria, que el capitalismo era malo porque colonizaba mal.
Una idea que hoy ya no está tan extendida en la izquierda…
Es cierto, pero ha dejado un legado: las cuestiones internacionales, la cuestión de la colonización y del imperialismo pasan a segundo plano. Son cuestiones molestas para la mayoría de la izquierda. No habla de ellas. Y si el debate mediático le obliga a tomar postura, a menudo la izquierda apoya las intervenciones exteriores.
Ese es el factor histórico, ¿y el factor ideológico?
Con una campaña cuidadosamente elaborada para alterar todos los puntos de referencia habituales de la toma de postura ideológica, se subestima lo que ocurrió en el seno de las grandes potencias durante las década de 1980 y 1990. Así, un informe de la CIA afirma que hay que apoyar financieramente y de forma opaca a revistas, escritores e investigadores que tiendan a negar la noción de sistema social en su conjunto.
Esta campaña permitió plantear un sinfín de teorías que pueden ser correctas sobre tal o cual dominación, pero que nunca las relacionan con el funcionamiento general de la sociedad, con el sistema capitalista dominante y con las clases sociales. Sin embargo, estas teorías se fueron difundiendo progresivamente e influyeron a las capas contestatarias de la sociedad, hasta tal punto que hoy en día hay personas que condenan el racismo o el sexismo sin relacionar estas cuestiones con el funcionamiento de la sociedad capitalista. De la misma manera, no se pueden entender las cuestiones internacionales sin comprender los intereses de las clases dominantes de las grandes potencias que colonizan, saquean y se inmiscuyen en los países del Sur. Si se une este legado histórico con esta campaña ideológica, se obtiene el resultado actual: personas de izquierda que deberían condenar las guerras, pero que acaban apoyándolas, como, por ejemplo, en Libia.
Por lo que se refiere a las personas refugiadas provenientes de Libia, muchos periodistas mencionan un caos que parece caído del cielo. Parece que se olvida la responsabilidad que tienen la OTAN y Francia, una responsabilidad que, sin embargo, es fundamental. ¿Cómo se explica esta amnesia permanente?
Hay muchos factores que impiden que el sistema mediático relate la realidad tal como es, lo que no quiere decir que todos los periodistas estén corrompidos. Pero hay factores económicos, como la búsqueda de audiencia, que hace que prime lo inmediato, hay factores ideológicos, factores sociológicos basados en el interés propio y la necesidad de reconocimiento… Toda una serie de factores han convertido el sistema mediático en un aparato ideológico de Estado al servicio de la guerra.
Precisamente, en la introducción de su libro La gauche et la guerre usted recuerda que, a diferencia de Irak, Libia no provocó grandes movilizaciones contra la guerra. En 2003 Jacques Chirac se opuso a la intervención de Estados Unidos y a continuación los medios de comunicación franceses criticaron la guerra. ¿Facilitó todo ello las movilizaciones que hubo entonces?
Sí, y eso demuestra una vez más la debilidad del antiimperialismo de la izquierda y de la extrema izquierda. Hay que preguntarse si en el caso de Irak, el hecho de que el imperialismo francés estuviera en desacuerdo con el imperialismo estadounidense permitió posicionarse contra la guerra. Pero cuando el propio gobierno francés está implicado en el conflicto, como en Libia, encontramos dentro de la izquierda y la extrema izquierda posiciones más ambiguas e incluso favorables a la guerra.
Escribe además en su libro: «Las guerras de nuestros propios imperialismos son las que menos indignación suscitan». Tenemos también el ejemplo de Mali. Cuando François Hollande emprendió la guerra en este país, se le cubrió de elogios y los periodistas incluso consideraron que por fin «se ponía su traje de presidente».
Totalmente de acuerdo. Todavía es más problemático y nuevo si recordamos las referencias históricas de, por ejemplo, la familia comunista, uno de cuyos grandes principios era que había que oponerse en primer lugar al propio imperialismo antes de oponerse a los demás, porque es sobre el propio imperialismo sobre el que se puede actuar para hacerle parar la guerra. Se es más eficaz ahí donde se vive, sin embargo hoy la situación es totalmente la contraria: se es crítico respecto a la política exterior de los demás países, pero se guarda silencia e incluso se es complaciente con el imperialismo de Francia, en el caso de las personas francesas, o de Bélgica, en el caso de las belgas. Por otra parte, ocurre lo mismo con la violencia policial: muchos artículos critican esta violencia en Estados Unidos, pero es mucho más difícil hablar de la violencia policial en casa.
¿No tenemos también como factor ideológico la lucha contra el pseudoconspiracionismo que se libra desde la década de 2000? El caso del fondo Marianne reveló recientemente que el Estado habían pagado a personalidades públicas y asociaciones (algunas de las cuales atacaron a Investig’Action) para hacer un trabajo de propaganda.
Para comprender la aparición de este discurso global sobre la conspiración, hay que situarlo en nuestra secuencia histórica. Con la desaparición de la Unión Soviética y el fin de los equilibrios surgidos de la Segunda Guerra Mundial, hemos asistido a veinte años de retroceso en la lucha de los pueblos. Pero este retroceso se ha detenido actualmente con la aparición de un mundo multipolar que pone en tela de juicio la hegemonía estadounidense. Es frágil, es un trabajo que está en curso, pero vuelve a haber una dinámica de lucha a escala internacional que pone en grave peligro la hegemonía estadounidense. El ascenso de China, el acercamiento entre Pekín y Moscú, los discursos críticos sobre la situación del Sahel en Mali o en Burkina… Estados Unidos se ha dado cuenta de que debe reaccionar a toda costa.
La reacción ha sido en primer lugar ideológica, al prohibir a la gente interesarse por las estrategias del Estado. El conspiracionismo es una ideología que califica de peligrosa o dudosa cualquier reflexión sobre las estrategias de las clases dominante. ¡Afirmar que Francia tiene intereses en el Sahel que explican su política en la zona es conspiración! ¡Señalar que el asesinato de Gadafi en Libia fue el resultado de luchas de poder internacionales y de una estrategia estatal francesa es conspiración! Unido al conspiracionismo hay una orden de volverse idiota, porque ya no se puede reflexionar sobre las estrategias empleadas. Se criminaliza el pensamiento: en cuanto se intenta encontrar una lógica para explicar un acto político, se te tacha de conspiracionista. Evidentemente, hay verdaderos conspiracionistas que inventan cosas ahí donde no las hay, pero también hay verdaderas conspiraciones que, en realidad, son estrategias.
En un capítulo de su libro dedicado a los países del Sur vemos hasta qué punto el Norte ignora o incluso desprecia totalmente los puntos de vista que tiene estos países sobre la guerra, ¿es algo deliberado?
Hay una verdadera división entre las dinámicas políticas del Sur y las del Norte. Por ejemplo, en el caso de Libia, desde América Latina hasta Asia y África, todo el mundo estaba en contra de la intervención de la OTAN, porque se creía que no iba a aportar nada al pueblo libio. Las izquierdas de los países del Sur están completamente estupefactas ante las posiciones que adoptan las izquierdas del Norte. En el libro cito a dirigentes de izquierda de América Latina que se preguntan si todavía existe una izquierda europea, puesto que esta izquierda participa en las guerras imperialistas o las apoya. Se podría decir que estas personas vienen del Tercer Mundo, que son más tontas que nosotros. Pero también podríamos preguntarnos hasta qué punto estamos imbuidos ideológicamente por las clases dominantes de nuestros Estados, que gracias a sus medios de comunicación y a sus campañas ideológicas logran contagiarnos sus propios intereses.
Regularmente encontramos en los medios occidentales un desprecio respecto a los pueblos del Sur o a sus dirigentes. Hace poco una radio pública francesa hablaba muy irónicamente de la decepción de los jefes de Estado africanos respecto a Putin, por haber sido blando con [Yevgueni] Prigozhin…
Hay un discurso que siempre es despectivo. También podemos señalar la forma en que se trataron las manifestaciones que reunieron a varios miles de malienses y burkineses, supuestamente movilizados por la propaganda de Putin, para exigir la retirada de las tropas francesas, lo que equivale a considerar que los malienses y burkineses no tienen cerebro, como si no se pudiera tener una opinión sobre la Françafrique sin que venga de Moscú. Se presenta así a la población de Mali y de Burkina como personas manipuladas y no como personas capaces de reflexionar sobre cuestiones políticas.
Algunos jefes de Estado africanos son portavoces de sus pueblos, pero también se pueden ver atrapados por su papel dentro de la Françafrique. Usted recuerda en La gauche et la guerre las declaraciones de [el presidente de Senegal] Macky Sall en 2013, nada más emprenderse la Operación Serval: «Sin los franceses, los islamistas estarían en Bamako y amenazarían a todas las capitales de la zona».
Algunos jefes de Estado se enfrentan a sus propias contradicciones. Pueden haber llegado al poder con el apoyo de las grandes potencias y en tal caso tienden a servir a sus amos. Pero también tienen que lidiar con la opinión pública de su propio país, lo que a veces puede ser un verdadero quebradero de cabeza. Hace diez o veinte años podían apoyar abiertamente las intervenciones imperialistas. Hoy, si no quieren que una ola de protestas asole su país, a veces tienen que atreverse a oponerse a las grandes potencias.
También encontramos nuevos jefes de Estado, como en Mali y Burkina Faso. Llegados al poder sobre la base del rechazo del imperialismo francés, tiene posturas independientes. Hay, por último, un tercer tipo de jefes de Estado: para servir a los intereses de sus clases dominantes, se preguntan si es más rentable seguir teniendo relaciones con las potencias imperialistas o jugar la carta del nuevo mundo multipolar.
No hay más que ver la cantidad de jefes de Estado que piden unirse a los BRICS.
No son todos revolucionarios, pero por razones materiales consideran que es más interesante unirse a esta nueva configuración que depender de Estados Unidos o Francia. Después de 1945 hubo un cambio similar. Hoy, incluso los jefes de Estado afiliados a Washington o París adoptarán posiciones más matizadas para evitar enfrentarse a una presión popular demasiado fuerte.
Usted mencionaba hace poco en su programa Le monde vu d’en bas Costa de Marfil y las maniobras para impedir que Laurent Gbagbo se presente a las elecciones presidenciales. Recordemos que en 2011 las fuerzas especiales francesas de la Force Licorne habían ayudado a destituirlo a beneficio de Alassane Ouattara, aliado cercano de [el entonces presidente francés] Sarkozy.
Las razones son siempre las mismas. Si desvinculamos la situación en Costa de Marfil de su contexto histórico, se puede mantener un discurso pseudojurídico. Tras ser procesado por crímenes contra la humanidad después del golpe de Estado que lo derrocó en 2010 – 2011, Laurent Gbagbo fue absuelto por la justicia internacional. No se demostró ningún delito, pero se actúa como si fuera culpable y se utiliza una condena en Costa de Marfil para justificar su exclusión de las listas electorales para las próximas elecciones de septiembre. En lo esencial los argumentos que esgrimen nuestros medios de comunicación retoman el discurso de los poderes locales, ya sea para Gbagbo en Costa de Marfil o para Ousmane Sonko en Senegal. Una vez más nos encontramos ante una descontextualización que permite hacer comentarios repitiendo un discurso lleno de injusticias.
Bassekou Kouyate, un griot maliense, nos explica en una entrevista que publicará próximamente Investig’Action la importancia de ir a Mali para ver sobre el terreno cómo vive la población maliense. ¿Acaso la manera en que los medios de comunicación occidentales exageran la situación en ciertos países como Mali o Haití no justifica las intervenciones occidentales?
Sí, hay que ir a estos países. Hay que ir a Mali, a Eritrea o Burkina, por ejemplo. Ya me había dado cuenta de ello con Palestina: se puede debatir sin éxito durante horas con una persona que cree sinceramente en sus argumentos, pero todas las personas que han ido a Palestina vuelven conscientes de lo que es la colonización. En el caso de todos estos países, ir a ellos es la mejor vacuna contra la campaña ideológica permanente.
¿También podemos decir que si la mayoría de la población africana está contra las guerras es porque conoce los efectos que estas tienen?
Desde luego. Puede que sea una perogrullada, ¡pero vale la pena recordarla! Estados Unidos tiene una relación especial con las intervenciones militares porque nunca ha conocido ninguna en su propio territorio, ha emprendido guerras en el exterior. Los europeos están en la misma situación desde 1945. Ahora bien, la percepción de qué es concretamente la guerra no es la misma cuando se ha experimentado una recientemente o de forma permanente. Por ejemplo, en Mali o en Burkina son muy conscientes de las consecuencias de la destrucción de Libia. No es algo lejano y su oposición a la guerra no es abstracta. En nuestro caso, una persona belga o francesa media tiene más dificultades para imaginar qué es la guerra.
En 1925 Francia intervino junto a España para sofocar la insurrección en el Rif, pero esta guerra suscitó una fuerte oposición que incluyó, sobre todo, una huelga general. ¿Puede servir de ejemplo este episodio para que la izquierda se vuelva a movilizar contra la guerra?
La revuelta de la población marroquí se produjo en un contexto particular, el de la Revolución de Octubre en Rusia. En aquel momento Lenin tenía un aura para toda la izquierda europea. Y Lenin daba prioridad a la cuestión del antiimperialismo y de la independencia de las colonias. Había establecido que el anticolonialismo era un principio fundamental para ser de izquierdas.
En el ámbito francés la insurrección del Rif se produjo cuando se acababa de fundar el Partido Comunista francés. Este partido recién nacido tuvo una actitud extraordinaria en aquel momento. Se movilizó a todas las fuerzas contra la guerra, se bloquearon trenes, se apoyó la insurrección y grupos de personas comunistas jóvenes impidieron la entrega de armas. Hubo una agitación que paralizó Francia durante semanas. Evidentemente, la represión fue feroz, pero no impidió que hubiera actos valientes.
Es de temer que se multipliquen las guerras de hoy. En efecto, una bestia herida como el capitalismo dominante no se retira sin rechistar, pero si las izquierdas europeas se movilizan, tendrán un impacto sobre la capacidad de intervención de las grandes potencias. Sí, la insurrección del Rif puede servir de ejemplo, pero hay que recordar qué es hoy una acción anticolonial: se debería oponer al envío de armas con huelgas de estibadores y otras acciones concretas para detener la maquinaria de guerra. En cuanto se frena esta maquinaria se puede tener en cuenta la postura contra la guerra.
4 de julio de 2023
Robin Delobel
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos