Autora: Esther Alberjón Castillo
Fotografía: Al-Yudur
A un mes del comienzo de la ofensiva “Diluvio al-Aqsa” por parte de la resistencia palestina, estamos asistiendo a uno de los episodios más trágicos que marcará el primer tercio del siglo XXI. Nos referimos a la intensificación de la ocupación, de la violencia y del genocidio premeditado contra el pueblo palestino llevado a cabo por el Estado sionista de Israel, junto a sus aliados occidentales.
Ante esta situación, una vez más, asistimos a la impunidad con la que cuenta el apartheid israelí por parte de organismos de defensa de los derechos humanos, como la ONU, que está incumpliendo sus propias resoluciones, y por gran parte de la comunidad internacional occidental, cuyas acciones más significativas han sido pedir un tibio alto al fuego y la apertura de un corredor humanitario hacia Egipto, con el que provocan el rechazo del pueblo palestino por ser una de las vías para expulsarles definitivamente de Gaza. Sin embargo, estas tímidas acciones de los gobernantes europeos se encuentran revestidas de hipocresía, y no sólo cuando abogan al erróneo derecho de autodefensa de Israel como potencia ocupante. En el caso del gobierno español, como estado miembro de la OTAN, está respaldando y apoyando de forma económica y armamentística al sionismo, alojando, además, en la base naval de Rota a varios destructores norteamericanos que están partiendo a defender Israel.
En contraposición a esta Europa manchada de sangre, es necesario visibilizar que son los países más demonizados por Occidente los que están demostrando un valioso ejemplo de solidaridad. Bolivia ha sido el primer país en romper relaciones diplomáticas con Israel. De forma inmediata, Venezuela envió 30 toneladas de ayuda humanitaria a Gaza. Colombia fue de los primeros países en llamar a consulta al embajador israelí. Cuba recibe cada año alrededor de 50 jóvenes palestinas para terminar sus estudios en medicina. Argelia suspendió todas las actividades deportivas en memoria de las gazatíes asesinadas en los primeros bombardeos y defendió abiertamente un único estado palestino. Y Yemen, el país más pobre de Oriente Próximo, ha entrado recientemente en guerra contra Israel.
Mientras al otro lado del Mediterráneo está teniendo lugar un genocidio ante la inacción e impotencia, ¿qué podemos hacer las occidentales para defender a las palestinas? Para las que hemos crecido políticamente al calor de la solidaridad con la lucha del pueblo palestino, saharaui y con otros pueblos del mundo agredidos por el imperialismo, asistimos avergonzadas al discurso que está predominando en un sector de la izquierda europea y española y, por ello, consideramos relevante comenzar señalando y advirtiendo brevemente sobre algunos de estos discursos.
En primer lugar, la mayor parte de la izquierda parece abocada a condenar la ofensiva de la resistencia palestina para no ser vapuleada por su condena a Israel. En parte, está condicionada por la violencia discursiva que está caracterizando a los medios de comunicación hegemónicos, pero sobre todo, por la tibieza y la cobardía que se está convirtiendo en protagonista de sus líneas políticas. Un discurso que sería más coherente de posiciones socialdemócratas y más derechizadas, se muestra incongruente con aquellos que han formado parte del histórico apoyo a la lucha del pueblo palestino, hasta que han visibilizado su capacidad armada y sus conocimientos de la guerra de guerrillas. Es paradójico que condenen a esta resistencia sin tener presentes las consecuencias diarias que supone vivir bajo ocupación, con las cárceles llenas de niñas y niños, y amaneciendo cada día con una persona asesinada o expulsada de su hogar en Cisjordania. Sin embargo, si no quieren atenerse a esta cruda realidad, podría defenderse en base a la propia resolución 3070 de la ONU, que entiende como “legítima la lucha de los pueblos por librarse de la dominación colonial extranjera y de la subyugación foránea por todos los medios posibles, incluida la lucha armada”.
En segundo lugar, esta misma izquierda occidental está equiparando a la población civil israelí con la población civil palestina. De un lado, remitimos a lo que las propias palestinas defienden, que es denominar a la población israelí como colonos u ocupantes, que no son más que aquellas personas que han decidido, en libertad y sin presiones, habitar privilegiadamente un territorio ocupado y en el que diariamente se cometen atrocidades. Además de ello, diferentes resoluciones de la ONU nos remiten, a nivel terminológico, a Israel como una potencia ocupante. Por ello, es una cuestión de justicia y dignidad no equiparar a nivel de víctimas a los colonos con la población colonizada y masacrada.
En tercer lugar, el feminismo blanco y hegemónico está respaldando el derecho a la defensa de Israel a través de la victimización e infantilización de las mujeres palestinas, mientras pone como ejemplo del cumplimiento de los derechos de las mujeres a un estado ocupante. Este discurso, falsamente feminista, está mostrando en todo su potencial sus capacidades islamófobas y racistas, por las que pareciera que el patriarcado únicamente recrudece las condiciones sociales y materiales de las mujeres en países con mayoría islámica. Además, reproduce lo que desde el feminismo de clase llevamos largo tiempo reivindicando: justamente el no ser reducidas a sujetos pasivos de la sociedad. En estos casos, cuando nos hablan prejuiciosamente de la violencia a la que somete el hombre palestino a la mujer palestina, parecen querer obviar a propósito la enorme capacidad de resistencia y organización de las mujeres palestinas, así como a aquellas que han enfrentado la ocupación, que han engrosado libremente las filas de la resistencia armada o que han sido violadas y torturadas por los militares israelíes en las prisiones, cuyos nombres e historias no han trascendido para este feminismo. Si esto les pareciera poco, en 2022, Israel se negó a firmar la Convención de Estambul, un acuerdo internacional contra la violencia machista, por miedo a otorgar asilo internacional a mujeres migrantes supervivientes de violencia machista.
En contraposición a esta corriente, los pueblos a lo largo y ancho del mundo han tomado las calles denunciando el genocidio sistemático al que es sometido el pueblo palestino y reivindicando, sin medias tintas, su legítima defensa. Gran parte de las movilizaciones han sacudido el centro del imperio, llegando a actuar ante las embajadas y consulados de Israel, y han sido protagonizadas por una juventud compuesta por las miles de descendientes de familias palestinas desplazadas a lo largo del siglo XX, que han demostrado tener memoria y responsabilidad con la historia de su pueblo. De este modo, también han demostrado tener mayor perspectiva de clase, internacionalista y antiimperialista que la mayor parte de la izquierda europea.
Y este camino esbozado es el que debemos defender e impulsar cuando a nuestro alrededor se pregunten qué podemos hacer. Nuestra responsabilidad está en llenar las calles de solidaridad internacionalista, apoyando y organizando las diferentes acciones y convocatorias. Además de apoyar a las palestinas con las vías de financiación que continúan abiertas, así como la difusión del movimiento BDS (Boicot, desinversión y sanciones), que busca romper el apoyo internacional y económico que sustenta a Israel.
Pero también señalando constantemente la responsabilidad del gobierno español al respaldar política y económicamente la ocupación y el genocidio. Siendo conscientes de que su señalamiento debe pasar por exigir la salida del Estado español de la OTAN y la ruptura con una Europa cuyas políticas clasistas, racistas y neocoloniales, agudizan cada vez más las tasas de precariedad, paro y la privatización de los servicios públicos. Además de reivindicar la expulsión de las bases militares y navales que se encuentran en su mayoría en suelo andaluz y sin las cuales EEUU no podría encabezar la larga lista de agresiones militares en Oriente Próximo. Un ejemplo esperanzador lo están protagonizando los estibadores de Barcelona, quienes están marcando el camino de la solidaridad al negarse a permitir la actividad de barcos que contengan material bélico rumbo a Israel.
Resultaría ingenuo que, como parte integrante del imperialismo occidental, nos sorprendiésemos ante la impunidad y la inacción que están mostrando nuestros gobernantes ante un genocidio televisado. Pero lo cierto es que esta masacre sobre el pueblo palestino se suma al largo historial de agresiones provocadas o respaldadas por nuestros gobiernos occidentales. Quizá algunas de las personas que continúan su vida en las calles de cualquier país occidental no lo tengan muy presente, pero en Irak, Afganistán, Irán, Libia, Siria o Yemen sí recuerdan su historia más reciente de invasión, bombardeos y masacres a civiles frente a una amenaza inexistente.
La brecha abierta por la resistencia armada palestina debe servirnos a las occidentales para agudizar la lucha de clases en nuestro propio territorio, haciendo de la solidaridad internacionalista la mejor de nuestras herramientas para enfrentar los intereses del imperialismo y del capitalismo colonial, aquel que utiliza nuestra mano de obra para ejecutar su explotación en otros territorios. Pero además, es momento de cuestionar y combatir a la izquierda tibia, considerando que estos discursos son consecuencia de una deriva derrotista de un sector, cada vez más amplio, de la izquierda europea, que, además, ha abandonado la construcción estratégica de un horizonte revolucionario como salida a la explotación de clases, colonial e imperialista. Esta realidad no sólo hace el camino fácil al imperialismo para continuar cometiendo invasión y genocidio, sino que también nos perjudica a la clase trabajadora que vivimos bajo su control social, mediante la dispersión individualista de nuestras vidas y la pérdida de la esperanza en las luchas cotidianas. Es momento de demostrar que la liberación de Palestina supondrá una gran victoria que aliente hacia la liberación de la clase trabajadora a nivel global. Nos va la vida en ello.