Dedicado a Joaquín Pérez Becerra, Director de ANNCOL, y al FNRP de Honduras.
“Nos traga la vieja política; nos traga la corrupción de la política. Nos destrozan esos viejos valores capitalistas, pequeños burgueses que se infiltraron por todos los lados y siguen infiltrados en nuestro partido.
“No escuchen el canto de sirena de la corrupción y si es necesario hagan como Ulises, y amárrense. Y si no pueden, láncense del barco y dejen al mando.”
“Miren lo que le pasó a la gran revolución Rusa, después soviética, término en la nada. Se olvidaron los principios, se corrompió la política”. (Palabras del comandante Hugo Chávez ante los equipos regionales de PSUV, 17 abril 2011, previo a su viaje a la Argentina)
Esta crítica es demoledora y la advertencia no pudo ser más categórica.
La corrección del mal siempre comienza por reconocer su existencia y su gravedad. Y eso ha hecho recientemente el líder de la revolución bolivariana de Venezuela, inspirador de una nueva oleada de cambios continentales, al pronunciarse así ante los cuadros dirigentes de su propio partido.
Hay que esperar lo mejor, desear con vehemencia y estimular por todos los medios… para que de una vez por todas se ataque y erradique la raíz el mal; ya que su existencia erosiona y debilita un proceso tan esperanzador como el que se inició en ese país hermano al finalizar el pasado siglo.
Muchas son las conquistas de ese hermoso proceso, unas desplegadas y afirmadas, otras retorcidas y algunas debilitadas; todas las cuales hay que reivindicar y recuperar a plenitud. Todas presididas por la invaluable determinación de soberanía popular y nacional encarnada en el penetrante liderazgo político-militar del comandante Chávez, que es preciso ratificar constantemente.
Pero es innegable que a la larga el Estado burocratizado, infiltrado, rentista petrolero, paternalista… ha resurgido con nuevos actores preeminentes y ha vuelto a ser usado por algunas facciones de su alta buró-tecnocracia como fuente de acumulación de riquezas con fines personales y de grupos (la llamada “boliburguesía”); mientras la oligarquía y la partidocracia tradicionales ‑desplazadas de los resortes del poder estatal, parcialmente debilitada por algunas expropiaciones y desconexiones claves y, sobretodo, privada significativamente de un gran botín después de su desplazamiento de PDVESA- conserva todavía mucha base financiera, comercial, productiva y cultural y sabe camuflajear de rojo-rojito algunos de sus componentes, para confluir (desde intereses distintos) con la súper-burocracia hegemónica en el interés común de bloquear la socialización de los medios de producción, de distribución, de comunicación y de generación de ideología.
El liderazgo sensible, justiciero, reivindicador de una pobrecía enfrentada a toda suerte de burguesía y órganos estatales secuestrados, defiende a capa y espada la necesidad del curso anticapitalista y pro-socialista del proceso; sin lograr todavía crear las condiciones para un nuevo “golpe de timón” que acelere la des-burocratización, la expropiación del gran capital privado, la socialización de lo estatal, la refundación del Estado como instrumento transformador de estructuras resistentes y la socialización sostenida y sistemática de la economía y el poder.
Esto es alcanzable a través de la puesta en marcha de todas las leyes y mecanismos de poder popular, de la eficacia de los consejos comunales, del funcionamiento real de las comunas y del estado comunal, de las empresas autogestionadas y co-gestionadas, de cooperativas bien gerenciadas, del control social y ciudadano sobre el Estado; de la separación y recalificación de los roles del partido, del estado y de las organizaciones sociales; del paso acelerado de la economía rentista petrolera a la economía productiva en manos del pueblo trabajador, de la progresiva conversión del PSUV (creado defectuosamente desde el Estado) y otras corrientes en una nueva vanguardia revolucionaria compartida y del avance acelerado hacia la hegemonía de una cultura solidaria y seres humanos libres de egoísmos.
Cierto que la renta petrolera, siempre con el riego de la fluctuación de los precios del petróleo, se distribuye ahora con mucho mas sentido de justicia que durante la llamada IV República; aunque no libre todavía de distorsiones, dispendios y derroches significativos, y con limitado impacto en las inversiones reproductivas.
Cierto que ahora, por fin, se le está dando un gran impulso a la producción agropecuaria y a la construcción de viviendas; superando un déficit de política que se estaba tornando peligrosamente crónico.
Pero el problema es de más profundidad y extensión en sentido general.
Comparto dos criterios capitales sostenido por Víctor Álvarez en uno de sus valiosos libros, ex-ministro de industrias básicas y minería e intelectual comprometido con el socialismo y la revolución bolivariana:
… “una revolución social sin una revolución económica es una revolución insostenible. Ciertamente hay que transformar el capitalismo rentístico en un nuevo modelo productivo basado en un pujante desarrollo de la agricultura y la industria, pero en manos del pueblo” (“Del Estado Burocrático al Estado Comunal”, pág. 238, Colección Debates-CIM, noviembre 2010)
…”Tendremos una economía socialista cuando la forma de propiedad social mayoritaria y predominante sea la de los productores directos sobre los medios de producción y no la propiedad privada o la propiedad estatal. Pero tendremos una sociedad socialista cuando se haya producido un verdadero cambio cultural que rompa los viejos valores individualistas y egoístas, propios de la sociedad capitalista, para asumir los nuevos valores ético y morales que se requieren para tapar nuevas relaciones sociales a partir del respeto y la defensa de las mismas” (Obra Citada, Pág. 242).
Un Estado Burocrático y contaminado por la IV República, con el facilismo derivado de una abundante renta petrolera, junto a la cultura rentista acumulada durante mas de un siglo, han reciclado el paternalismo, los privilegios y la acumulación personal y grupal denunciadas; constituyéndose en un poderoso mecanismo de freno para la necesaria profundización de la revolución política y social emprendida doce años y, sobretodo, para completarla con la revolución económica y la revolución ética y moral imprescindibles para impedir la reversibilidad del proceso.
El esfuerzo necesario para romper ese dique, además de urgente, debe ser permanente, ininterrumpido, con una fuerte impronta de abajo hacia arriba y hacia todos los lados; y con fuertes estímulos del liderazgo nacional y de los liderazgos sectoriales y locales que servirían de catalizadores y aceleradores de la radicalización necesaria.
El presidente Chávez dio una clarinada que se relaciona con su necesaria victoria electoral en el 2012; sobre todo si nos ponemos de acuerdo en la necesidad de superar previamente las dificultades y evitar así los riegos de esa coyuntura; riegos derivados de estancamientos perfectamente revocables, que han permitido que las derechas pro-imperialistas hayan recuperado fuerza electoral en dimensiones imposibles de alcanzar sin las fallas, limitaciones, deformaciones y frenos enunciados.
Chávez tiene posibilidades de ganar, aun sin grandes cambios, pero merece – y esto es necesario para asegurar a más largo plazo el éxito el proceso revolucionario- hacerlo en forma aplastante y en medio de una especie de renovación de la revolución.
La derecha y el imperialismo apuesten al desgaste, con un pie en lo electoral y el otro en la sedición contrarrevolucionaria y en la intervención imperialista. Ambas líneas se derrotarían en forma contundente si el proceso bolivariano se rejuvenece y se profundiza.
Cuando Chávez alerta y declara “nos traga la vieja política”, eso no solo se relaciona con la corrupción interna, si no además con la política exterior; aunque él mismo no perciba de esa manera la situación en expansión.
La “razón” del Estado Burocrático y sus elites socio-económicas se está imponiendo en aspectos sensibles de la política exterior y muy especialmente en lo que toca a la relaciones intergubernamentales colombo-venezolanas; lo que no niega la gran luz del ALBA y otras brillantes iniciativas de autodeterminación nacional, latino-caribeña y tercermundista. Pero las empañan…
Un engendro narco-para-terrorista como el Estado colombiano está siendo incomprensiblemente oxigenado por la política exterior venezolana.
Santos es la continuidad de ese engendro, auque ahora ejecutandose un hábil intento de reinserción continental y mundial.
En tal caso los vínculos diplomáticos e inter.-estatales deberían ser prudentes, cuidadosos, mediados por fuertes y justificadas reservas, y de ninguna manera permisivos frente a su criminalidad, su entreguismo, su expansionismo militar y para-militar apadrinado por EEUU; de ninguna manera favorables a su accionar criminal contra la insurgencia armada y la digna y diversa oposición civil, ni tampoco ajenos a los derechos del pueblo colombiano, permanentemente pisoteados por el terrorismo estatal y para-estatal auspiciado por el poder establecido subordinado al imperio y al poder (no tan “suave” pero si “inteligente”) de Obama.
A las recientes “entregas” de guerrilleros de las FARC y el ELN – injustamente sindicados por autoridades venezolanas como “paramilitares” (equiparándolos a los “paracos” asesinos)- a autoridades colombianas, se le agrega ahora el absurdo apresamiento en el aeropuerto de Maiquetía-Caracas del militante revolucionario colombiano, nacionalizado sueco, Joaquín Pérez Becerra, director de la agencia Anncol, perseguido a muerte y pedido en extradición por el régimen colombiano.
Una ola de justo reclamo de libertad se ha levantado en su favor, sin reacciones positivas de las autoridades venezolanas, que aceptaron su indignante extradición.
Este hecho conturba tanto como los anunciados planes de cooperación con el régimen colombiano en “cuestiones de seguridad”.
No se entienden las exaltaciones y expresiones de amistad hacia un gobernante como Manuel Santos, responsable de múltiples atrocidades y crímenes; el presidente de hoy es el “ministro de la guerra” de ayer y el mismo oligarca cabrón de siempre, que hace algunos meses el propio Chávez condenó con energía y sin ambigüedad.
Alarma también que el respetado líder venezolano actué coyunturalmente y sorpresivamente para auxiliar al régimen terrorista de Lobo en Honduras, aceptando una iniciativa de Santos (capitaneada por Obama) e instrumentando una negociación de cúpula no aprobada institucionalmente por el Frente Nacional de la Resistencia Popular (FNRP) de Honduras.
Una negociación que por demás tiende a sacar al gobierno de Lobo de una fuerte tendencia a la crisis de gobernabilidad, a restablecerle los beneficios PETROCARIBE y a abrirle espacios en América Latina y el Caribe, en momentos en que la resistencia en auge ha propuesto refundar ese país a través de una Constituyente Popular alternativa. A cambio, por demás, de “garantías”, que al no alterar la esencia del poder dominante en ese país centro-americano, se tornan inestables e inciertas.
Estas son iniciativas políticas difíciles de explicar y más aun de justificar, que denotan una subestimación de las luchas y estrategias de los sujetos populares, favoreciendo sobretodo intereses de Estado y gobiernos, y potenciando un pragmatismo diplomático generalmente infecundo para los pueblos, cuando no retardatarios de los cambios anhelados; más aun cuando las iniciativas gubernamentales –y este es el caso- no son contrapesadas con políticas de solidaridad horizontal entre partidos revolucionarios y organizaciones y movimientos sociales contestatarios.
Y esto tiene que ver con los intereses creados desde el Estado, con el predominio de la versión burocrática-estadista mal entendida como socialismo, con la entronización de la política exterior del gobierno como línea a ejecutar por todos los componentes del proceso y con su progresiva degradación tacticista.
El Estado así conformado y conceptualizado “se traga” paso a paso el internacionalismo, sobretodo las relaciones solidarias de pueblo a pueblo y entre sujetos políticos sociales transformadores.
Así “se olvidan los principios” y se “corrompe la política”, como “le pasó a la gran revolución Rusa, después soviética”.
Por eso insisto en no confundir propiedad estatal con propiedad social ni Estado distribuidor de ingreso y auspiciador de audaces políticas sociales con socialismo.
Por eso, antes de concluir y a manera de colofón, retomo y asumo como propias las palabras de mi amigo y camarada Amilcar Figueroa, militante revolucionario insobornable, combatiente de la causa emancipadora de Venezuela, de nuestra América y el mundo, cuando al referirse a la gestación del PSUV afirmó:
… “el partido que esta gestándose debe educar a su militancia en las banderas del internacionalismo revolucionario para contribuir efectivamente con las enormes tares planteadas en “nuestra América”. Rescatar el carácter continental de nuestra revolución debe ser un principio definitivo en la presente etapa” (“La Revolución Bolivariana: dos nuevos desafíos de una creación heroica”, pág. 69, Editorial El Tapial, 2007, Caracas, Venezuela).
¡Urge retomar ese rumbo en la creación heroica colectiva!
25-04-2011, Santo Domingo.