Rafael Correa no es tan fuerte como se creía, o como él se ha encargado en hacerles creer a muchos ecuatorianos. Seis de cada 10 compatriotas no aprobaron su propuesta de reformas en la consulta popular. Si bien ganó el SÍ, el triunfo es numérico, pero sabe a golpe político. El Ecuador quedó divido en dos mitades: quienes apoyan a Correa y quienes no lo apoyan.
Varios mensajes dejan los resultados, y el tiempo se encargará en irlos aclarando. Si lo que pretendía el régimen con la consulta era armarse un escenario de victoria para enfrentar con sólidas bases el próximo proceso de elecciones presidenciales, las cosas no le salieron tan bien: ha perdido una franja del electorado donde antes era fuerte, y ha ganado en donde la derecha tradicional siempre tuvo fuerza. Aunque es muy temprano para decir que esa tendencia se mantendrá para futuro, puesto que depende mucho de lo que hará el gobierno y lo que harán las fuerzas progresistas y de izquierda, es evidente que la actual coyuntura plantea cambios en el tablero político.
En el Ecuador la tendencia de cambio se mantiene, aunque se ha fragmentado en dos grandes fuentes: en la una están quienes, de manera sincera, creen que el gobierno es de izquierda y, aunque podrían afirmarse a favor del Presidente, al ver mejor el escenario pueden virarse y recuperar la auténtica senda del cambio. Ellos votaron por el SÍ. Y en la otra están quienes saben que Correa ya no representa esa tendencia, que la abandonó al tomar el rumbo de la derecha; ahora lo cuestionan, se pronuncian electoralmente contra él y hasta participan organizativamente para confrontar su política. Ellos votaron por el NO.
Lo que viene por delante para el movimiento popular es afirmarse donde ha comenzado su acumulación, donde se han afirmado los procesos unitarios, el gobierno está al tanto de ello y buscará hacer algo para confundir, desmovilizar, dividir y hasta destruir a las organizaciones. Ya ha demostrado varias veces que puede usar la institucionalidad del Estado sin ningún miramiento para lograrlo.
Sin embargo, mientras más utiliza Correa las instituciones del Estado para sus prácticas populistas o politiqueras, más se desprestigian y más se debilita el régimen. Habrá que ver qué resulta de la metida de mano a la justicia. Lo ocurrido en el juicio al coronel César Carrión y tres policías más implicados en el supuesto intento de magnicidio al Presidente da la medida de lo que podría suceder: si un juez no falla según el gobierno considera es lo justo, será criticado, perseguido, juzgado y quién sabe sancionado.
Ahora, sin embargo, el margen de maniobra autoritaria se reduce un poco para Correa, que ya no se siente tan fuerte como antes del 7 de mayo. Una de las cosas positivas que dejó la campaña es la pérdida paulatina del miedo a la aparente omnipotencia del régimen, y no nos referimos solo a las respuestas furibundas pero valientes de ciertos ciudadanos que le respondieron duro al Presidente, sino también a aquellos que siendo objeto de chantajes, como la entrega de borregos, bonos, regalos de todo tipo, reciben lo ofrecido pero mantienen una actitud digna y una postura crítica.
Cada nueva acción debe ser contundente, coherente, propositiva. Mantener y ampliar los niveles organizativos será clave. Luego del 7 de mayo el escenario quedó listo para que nuevas batallas por la construcción de la paria nueva se produzcan.