Se nos repite constantemente que las elites políticas occidentales, así como sus apéndices institucionales, son cobardes, que simplemente tienen demasiado miedo de expresarse y oponerse al genocidio perpetrado por el régimen sionista en Gaza, o que se dejan influir demasiado por la propaganda sionista y están demasiado en deuda con el lobby pro-régimen.
Pero estas acusaciones no resisten un examen serio.
Biden, Harris y casi todo el Partido Demócrata —incluido su «ala progresista»— estaban tan apegados a la colonia sionista que prefirieron sacrificar las elecciones de 2024 antes que oponerse seriamente a sus atroces crímenes y otras violaciones de los derechos humanos.
Del mismo modo, una plétora de responsables gubernamentales europeos —Keir Starmer, David Lammy, Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Friedrich Merz y muchos otros— están tan apegados a la colonia sionista que están dispuestos a arriesgarse a ser acusados de complicidad en crímenes de guerra antes que suspender los acuerdos comerciales o las ventas de armas.
Toda la clase dirigente occidental ha preferido que se ponga al descubierto la farsa de los valores liberales, el Estado de derecho y la libertad de expresión, antes que renunciar a su apoyo incondicional al régimen sionista.
No se trata de cobardía política. Se trata más bien de un compromiso ideológico inquebrantable con sus intereses económicos y políticos, representados, en este caso, por la colonia sionista.
No es de extrañar que las elecciones sigan celebrándose en los países occidentales sin que aparezca ninguna alternativa antisionista coherente: las elites políticas, económicas y culturales están casi unánimemente unidas en su apoyo al régimen sionista y a su centenaria campaña de expansión colonial.
Ha habido varias elecciones desde el comienzo del genocidio, en Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia y otros lugares, pero ninguna ha ofrecido a los votantes una verdadera opción.
En muchos países, la mayoría de la población se oponía a la colonia sionista, apoyaba la lucha palestina y se rebelaba contra el genocidio, pero no podía votar por una representación política antisionista y pro palestina.
En resumen, el voto no permite a las poblaciones poner fin a la violencia colonial. Y no es porque la gente no comprenda la situación o carezca de empatía.
De hecho, más testimonios, conferencias y reportajes no cambiarán nada.
La cobardía no es la razón de este apoyo acérrimo. La verdad es que la colonia sionista es una extensión de la expansión y la explotación occidentales.
La colonia sionista apoya al complejo militar-industrial comprando armas a Occidente y utilizándolas contra los palestinos como conejillos de indias, mientras que su represión generalizada de las aspiraciones políticas en toda la región permite a Occidente reforzar su control sobre las economías regionales y, por extensión, sobre su gas, su petróleo, su agua y su mano de obra.
Los intereses económicos han motivado el apoyo de Occidente al proyecto sionista desde sus inicios.
Una de las principales razones por las que los colonizadores británicos se retractaron de su promesa de independencia a los árabes de la región y publicaron en su lugar la declaración Balfour —que allanó el camino para la colonización sionista de Palestina— fue el temor a perder el control del canal de Suez.
Del mismo modo, el apoyo inquebrantable de Estados Unidos a la colonia sionista se consolidó en la década de 1960 con el fin de promover las ambiciones económicas y políticas estadounidenses en la región durante la Guerra Fría.
El presidente John F. Kennedy puso fin al embargo estadounidense de armas al régimen sionista en 1961, vinculó los intereses de seguridad de ambas colonias y estableció su «relación especial».
Aunque el apoyo estadounidense al régimen sionista atravesó un breve periodo de incertidumbre (por ejemplo, en 1975, la negativa del régimen sionista a aceptar los términos de una iniciativa estadounidense destinada a apaciguar las tensiones con Egipto llevó a Estados Unidos a anunciar la suspensión de los suministros militares hasta la capitulación de Israel), la promoción por parte de Israel de los intereses estadounidenses en la región se ha convertido en una piedra angular de su identidad nacional.
En 1986, el senador estadounidense Joe Biden declaró abiertamente: «Si Israel no existiera, habría que inventarlo». Cuarenta y siete años después, como presidente de Estados Unidos, repitió exactamente las mismas palabras al presidente del régimen sionista, Isaac Herzog, quien respondió: «Es increíble».
Está claro que ninguna atrocidad, ninguna prueba irrefutable, ninguna condena jurídica o moral puede convencer a los dirigentes occidentales de que cambien de rumbo.
Más imágenes y vídeos de niños asesinados (como si 20 000 no fueran suficientes), más declaraciones públicas de políticos sionistas afirmando su intención de exterminar a los palestinos (como si sus declaraciones del 8 de octubre de 2023 y las acciones correspondientes no fueran suficientes), más pruebas innegables de que el apoyo militar, económico y diplomático occidental alimenta el genocidio (como si los políticos occidentales no fueran ya muy conscientes de ello), no provocarán ningún cambio.
Ni el genocidio, ni el hambre, ni la limpieza étnica, ni la ocupación, ni el apartheid impuesto al pueblo palestino son un precio demasiado alto a pagar para la élite occidental; los beneficios políticos y económicos que obtiene de la colonia sionista superan con creces el valor que otorga a la vida de los palestinos.
Aumentar el coste del apoyo al genocidio
Quienes luchan por la justicia y la liberación de los palestinos deben tener en cuenta esta realidad, ya que limitarse a convencer al público de que los palestinos merecen justicia y liberación nunca será suficiente.
Para ser eficaces, las campañas en favor de los palestinos deben tener como objetivo hacer que el apoyo al régimen sionista sea más costoso que rentable. Por eso Palestine Action ha sufrido una de las represiones más violentas de todas las que se han infligido al movimiento de solidaridad con Palestina en Occidente.
Si Palestine Action está ahora prohibida como organización terrorista en una decisión sin precedentes del Gobierno británico, que amenaza a sus miembros con penas de prisión extremas, es porque habían logrado movilizar a un número importante de voluntarios para destruir material militar y amenazar así los beneficios que garantizan el apoyo occidental a la colonia sionista.
En otros lugares, todos aquellos que han intentado sacudir las instituciones elitistas —universidades, hospitales, agencias de noticias y empresas tecnológicas— también han sido reprimidos.
Microsoft ha despedido recientemente a cuatro empleados por protestar contra el uso directo de su tecnología contra los palestinos, además de otros empleados despedidos a principios de año, y estaría colaborando con el FBI para localizar a otros manifestantes.
Las universidades, especialmente en Estados Unidos, se niegan a expedir títulos a los manifestantes y llaman a la policía para que golpee y arreste a sus propios estudiantes.
Se ha despedido, suspendido e investigado a trabajadores sanitarios por expresar su solidaridad con los palestinos y denunciar la complicidad institucional en los crímenes del régimen sionista.
Los medios de comunicación han atacado a quienes han revelado su servilismo al lobby sionista y han suprimido los reportajes que revelaban cómo los intereses políticos y económicos occidentales apoyan directamente al sionismo.
Esta represión a gran escala está directamente relacionada con el impacto perturbador de estos esfuerzos en las estructuras de producción económica y cultural que son la base del apoyo inquebrantable de Occidente a la colonia sionista.
Dentro de los sistemas de poder mundiales se aplican las mismas reglas: se permite la crítica al régimen sionista siempre que no represente una amenaza concreta para las estructuras de producción económica y cultural que lo protegen.
A modo de ejemplo, la relatora especial de las Naciones Unidas, Francesca Albanese, ha condenado abiertamente los crímenes del régimen sionista desde su nombramiento para el cargo en mayo de 2022, pero la administración estadounidense decidió imponerle sanciones después de que publicara un informe en el que citaba a algunas de las mayores empresas que apoyan a la colonia sionista y amplificaba los llamamientos a un boicot mundial.
Quienes buscan la justicia y la liberación en Palestina ya no deben contentarse con difundir testimonios, conferencias e informes, con la idea de que la falta de reacción ante el genocidio se debe a una falta de comprensión o de información. Deben centrarse en la perturbación concreta de las estructuras de producción económica y cultural sionistas.
Como mínimo, debemos boicotear individual y colectivamente a las empresas, agencias de noticias y otras instituciones que e benefician de la colonia sionista y de su lógica genocida de eliminación del pueblo palestino, y que así contribuyen a perpetuarla.
Además del boicot, existen multitud de estrategias de escalada y diversas formas de acción directa. Solo necesitamos que seamos suficientes los que estemos dispuestos a pagar el precio de la lucha por nuestra liberación colectiva.
Layth Hanbali, James Smith
11 de septiembre de 2025