Recientemente, hizo usted un ofrecimiento para que «los presos de las organizaciones ETA, GRAPO y otras, que se desvinculen de la banda terrorista se puedan reinsertar». Después, desgranó el recorrido que se exigirá para ser merecedores de la magnánima generosidad de su Gobierno y demás palmeras políticas. Como potencial receptor del anuncio, contestaré a través de esta carta. Lo hago, además, como parte de un testamento político, ya que me habéis condenado a muerte, sin estridencias, aceptamos la realidad. Yo lo tengo asumido.
Voy a cumplir 62 años, acabo de salir de una operación de cáncer y tengo la salud un poco resquebrajada. Llevo 16 años de cárcel y me quedan 14 por cumplir con el incremento de la «ley Parot», a la que habrá que añadir, probablemente, la perpetua revisable. Ya ve, ministro, no llego. Eso sí, procuraré resistir lo más posible, manteniendo la bandera de consecuencia y dignidad, de ejemplo y orientación para las generaciones venideras de revolucionarios que están pidiendo paso. Es la dialéctica de la vida.
No puedo evitar una mirada retrospectiva al proceso de compromiso social y político que ha marcado mi existencia. No pensaba yo que, hace 43 años, cuando comencé en la lucha sindical en Altos Hornos de Vizcaya, mi vida tomaría el rumbo que tomó. Corría el año 1973 cuando establezco contacto con la Organización de Marxistas Leninistas de España que venían trabajando en la reconstrucción del PC, degenerado por la banda carrillista. Esta fase culminaría con el congreso, en junio de 1975, que daría lugar al PCE (reconstituido), en el que paso a militar.
El 3 de marzo de 1976, cuando me dirijo a mis compañeros de la AHV en una asamblea en el exterior de la fábrica de Ansio, nos comunican que la Policía ha asesinado a 5 obreros en Vitoria. Era la gota que colmó el vaso de la represión. Nuestro partido llama a la huelga general y lanza la consigna de «buscar armas y aprender su manejo». Unos meses después, harían su aparición pública los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO). Estos hechos van a tener una trascendencia histórica en el devenir del proceso revolucionario en España.
Por un lado, el congreso reconstitutivo del Partido ratifica que: «El monopolismo financiero tiende a la reacción política, a la supresión de las libertades, y no a la democracia». Consecuentemente con esta tesis: «Ante el empuje de las masas obreras y populares, la oligarquía ha puesto en marcha el cambio en sus viejos métodos de dominación». Habían decidido encalar el edificio estatal del viejo régimen a través de su Reforma política «cambiando algo para que todo siguiese igual». Se impedía así toda posibilidad de cambio profundo en las causas económicas, políticas y sociales que ahogaban a las familias trabajadoras y oprimían a los pueblos de España. A día de hoy, los hechos nos han dado la razón; un reflejo de la estafa política que supuso aquella transición a la «democracia» quedaba constatado en las pancartas de las últimas manifestaciones populares: «esto no es democracia, una dictadura es».
Por otro lado, éramos conscientes de que situándonos a la cabeza del movimiento de resistencia popular, dando nuestro apoyo moral y político al movimiento guerrillero, nos convertíamos en el centro de la ira represiva del Estado. Sus consecuencias no se hicieron esperar. Los sabuesos de su Ministerio recibieron órdenes precisas, poniéndose manos a la pistola. Fueron los años de plomo, de largas noches y días en comisarías y cuartelillos de la «democracia» recién estrenada, donde se quedó más de uno, como José España Vivas, simpatizante del PCE® que lo matasteis a palos. El 20 de abril de 1979, asesinasteis a Delgado de Codex, Secretario General en funciones, pues habíais encarcelado a todo el Comité Central salido del II Congreso del Partido. Dos meses después caía Francisco J. Martín Eizaguirre, presidente del partido. Fueron los primeros de una larga lista.
Entre medias, el Tribunal Supremo, caverna del franquismo y la injusticia, niega, en 1977, la aplicación de la Amnistía Política a varios militantes de los GRAPO y del PCE®. Preludio de muros más recientes impuestos a los presos políticos por ese tribunal.
La ola represiva lanzada contra el partido lleva a muchos militantes y simpatizantes a la cárcel, donde no nos vamos a librar de la orgía represiva. Somos trasladados en pequeños grupos a la cárcel de exterminio de Herrera de la Mancha y sometidos a un régimen de vida carcelario extremo. Una situación que nos obliga a la huelga de hambre como último recurso de denuncia y resistencia. El 19 de junio de 1981 muere Crespo Galende, Kepa, militante del Partido, tras 90 días en huelga de hambre. Era el primero, pero vendrían más huelgas y más muertos y lisiados.
Como complemento de esta campaña de cerco y aniquilamiento contra nuestro movimiento, lanzasteis a vuestros plumíferos, con nómina en el fondo de reptiles de su Ministerio, a propagar la consigna de que con nosotros solo cabía intoxicación y silencio. Y ahí seguís, a piñón fijo.
El objetivo de toda aquella estrategia de terror no era otro que la eliminación del Partido. No podríais permitir que la clase obrera nos identificase como su organización de vanguardia, su partido político. Eran los tiempos en que su Ministerio había sido tomado por la camada falangista de los Martín Villa, Rosón… Este llegó a decir que: «sin acabar con el PCE® no se podía pensar en eliminar a los GRAPO».
Sabíamos lo desigual de la batalla a la que nos enfrentábamos, pero no podíamos acobardarnos si queríamos demostrar lo que decíamos ser. No podíamos traicionar a nuestra clase y a nuestro pueblo y convertirnos en unos estafadores políticos.
Pues bien, Sr. ministro, aquí seguimos, exhaustos, con más heridas de guerra que un perro viejo callejero; «grapificados», como propagan sus plumíferos al referirse a nuestra debilidad orgánica. Casi medio siglo de prolongada batalla nos ha dejado sin algunos de nuestros mejores combatientes, pero también hemos ido apartando la escoria del crisol donde se fraguaba la lucha de clases para que diluyese el acero militante; hemos pasado, y seguimos, sacrificios y penalidades inimaginables, pero no hemos dejado de ir tejiendo, con mano firme y tacto suave, la línea política, el programa y los objetivos a corto, medio y largo plazo, del proceso revolucionario.
Usted, Sr. ministro, con la locuacidad que le caracteriza, nos pide que reneguemos del pasado, del presente y del futuro. Que la explotación del capital ya no existe, que es el único sistema posible y, por tanto, el fin de la historia. Nosotros decimos que, con nuestro humilde conocimiento de la economía política y del materialismo histórico, el sistema capitalista está caduco y conduce a la humanidad a la barbarie y la esclavitud asalariada; que no puede subsistir sin la extracción de plusvalía a la fuerza del trabajo y a la apropiación privada de los medios sociables de producción. Para entendernos, el capital sin los trabajadores no es nada, los trabajadores sin el capital lo son todo.
Nos dicen los suyos que los derechos laborales y sociales son antiguallas, que lo moderno, lo progresista, es la competitividad y la Ley de la Máxima Ganancia. Nos dicen que la protección sanitaria y la educación gratuitas son utopías del comunismo; que el derecho a un trabajo, un salario o una vivienda dignas, atrofian la flexibilidad y la libertad de explotación del mercado laboral o inmobiliario, por lo que no son de- rechos realistas.
Nos dicen que los pueblos oprimidos no tienen derecho de autodeterminación, el derecho a decidir sus destinos; que lo inventó un tal Lenin para engatusar a los pueblos oprimidos, que no es expresión política de un derecho democrático.
Y nos dicen que la paz es un reflejo terrenal de la divinidad, impartida a la humanidad por las flotas de barcos, aviones y soldadesca imperialista.
Para finalizar, ministro, nos pide que abracemos la infamia (eufemísticamente denominada «vía Langraiz») y abandonemos nuestros principios y valores de clase, colectivos y solidarios, sin intereses espurios. A partir de lo cual nos abrirá un poquito la puerta de su putrefacto régimen, de su huero parlamentarismo burgués, donde nada se decide por el pueblo y para el pueblo.
Mientras tanto, y para ayudarnos a reflexionar, usted y su Gobierno prosiguen con su lema pedagógico «la letra con sangre mejor entra». Y aquí nos tiene, dispersados, aislados de nuestros compañeros y compañeras, y camaradas, familiares y amigos, sometidos a medidas humillantes que nos impiden poder comunicar con ellos o poder llevar una vida digna en prisión. Sí, ya sé ministro, ya sé, es el imperio de la ley ‑de la suya y sus correligionarios, claro‑, la misma a que está sujeta el conjunto de la sociedad y que el bipartidismo gobernante modifica a su antojo.
Lo siento, ministro, gracias por su esfuerzo redentor, pero no puedo renegar de mi existencia, aceptar su propuesta. Por coherencia y dignidad política no podemos arriar ni una sola de nuestras banderas, son esenciales de principio, son la llave con que nuestra clase y nuestro pueblo abrirán la puerta del futuro.