El trato de Argel es una obra fundamental dentro de la literatura cervantina. Se la considera como la primera obra de un género literario nuevo que hace literatura del cautiverio a partir de un relato que narra experiencias propias vividas por el autor.
Algún crítico ha señalado que existen creaciones artísticas (como El trato de Argel, y La historia del cautivo, contenida en los capítulos 39 y 40 del Quijote) en las que realidad y ficción se imbrican de manera indisociable dando lugar a una verdad poética y literaria. Pero no podemos dejar de manifestar que esa verdad poética contiene otra verdad antropológica (que es más profunda), que es la verdad de la división íntima del ser humano en momentos de disyuntivas éticas. Y en la necesidad de diferenciarlas existe una opción política.
Por otra parte, sabemos que Cervantes no fue el único hombre de letras cautivo en Argel, hubo bastantes. Parece que todos ellos prefirieron dejar en el olvido tan traumática experiencia. Cervantes fue el único que abordó de forma poética el tema del cautiverio.
Existe en el escritor una necesidad de expresión política. De la que inducimos que su comportamiento durante este periodo fue netamente honrado y coherente. El hecho mismo de haberse atrevido a plantear la cuestión así lo indica. Es el coraje de no haber cedido el que se constituye en núcleo legitimador para poder abordar las espinosas cuestiones éticas que aparecen en la obra.
Esta obra está fechada ente 1581 y 1583, después del cautiverio sufrido por Cervantes en Argel, provincia otomana, en el periodo 1575 – 1580. Como se sabe, Cervantes fue capturado por piratas turco-berberiscos en un viaje que realizaba entre Nápoles y la península ibérica.
Su rescate fue tasado en una cantidad muy elevada pues al parecer llevaba consigo una carta de recomendación del mismísimo Juan de Austria, por lo que los corsarios consideraron que se trataba de un personaje importante. Por esa razón su cautiverio se prolongó hasta que se pudo reunir la cantidad demandada.
Cervantes intentó la escapada sin éxito en cuatro ocasiones poniendo su vida en gran peligro. De todas ellas salió indemne, y no recibió castigo, probablemente por lo suculento del rescate, su condición de hombre de letras y la influencia de algunos de sus valedores.
Argel era precisamente en la época una plaza que albergaba a numerosos cautivos y la ciudad corsaria sacaba pingües beneficios de ellos, bien utilizando a los denominados «conversos» (cristianos convertidos al islam), bien a través de los rescates pagados para su liberación a los que, por cierto, solo podían acudir los prisioneros de familias pudientes.
Al resto sólo les quedaba la esperanza de la mediación de las órdenes religiosas de los mercedarios y trinitarios que disponían de algunos fondos gracias a las contribuciones de los fieles en forma de donativos y limosnas. La otra posibilidad de liberación estaba en la fuga, pero esta opción era muy difícil, tanto por la situación geográfica de la plaza como por los duros castigos, incluida la muerte, a que eran sometidos los que intentaban fugarse. En El Trato Cervantes relata el cruel castigo dispensado a un cautivo que intentó la huida. También aparecía como muy remota la esperanza de la intervención de la flota española por lo costoso e incierto de la aventura.
En esas condiciones resultaba lógica la desesperanza de la mayoría de los cautivos, sometidos a largos periodos de reclusión en régimen semiabierto y a los malos tratos y penurias, incluidas las muertes y torturas, que Cervantes muestra continuamente en la obra a través de sus personajes. Por ello, resultaba lógico que una parte considerable de los prisioneros se hiciera converso pues, aunque esto no les garantizaba la libertad, sí que aliviaba considerablemente su situación de precariedad.
Por ello ha sido entendida esta obra, en forma de pieza de teatro, como un legado testimonial, muy descriptivo de la violencia del cautiverio y de la situación anímica y corporal de los prisioneros. Hay en ella un fuerte compromiso con sus compañeros recluidos, un apoyo a la labor redencionista de las órdenes religiosas y, asimismo, una denuncia política instando a la intervención, incluida la militar, a los reyes españoles de la época.
Algunos críticos han recalcado el estilo fragmentario, discontinuo, incluso incoherente e inconsistente de la pieza teatral cuyo sentido de unidad en el texto radica principalmente en la descripción del cautiverio como drama personal y colectivo. Se ha hecho hincapié, también, como elemento de unidad en el contenido, en el ansia de libertad que se aprecia en los personajes de la obra.
Pero en ese abigarrado mundo de cautivos, desertores, esclavos y amos expresado fragmentariamente en capítulos inconexos surge, como elemento cohesionador, la exploración del alma humana realizada por Cervantes en forma de figuras subjetivas de valor universal.
Con comportamientos anímicos y mentales específicos que se dan en circunstancias extremas y dramáticas como son las vicisitudes vividas en condición de cautiverio y que pueden extrapolarse fácilmente a otros episodios y otros procesos donde los principios, la dignidad y la honestidad de las personas se ponen en juego ante un dilema y una decisión que atañe al ser humano en su integridad como tal. Y en esos momentos la elección de Cervantes es clara.
El autor, que se encuentra dialécticamente en todos los personajes, adopta un punto de vista ético de comportamiento: la salvaguarda de esos principios o ideales y su correlato de dignidad y lealtad ante la adversidad y la tentación de la traición.
Y nos señala continuamente que incluso en situaciones límite existe una responsabilidad individual en el ejercicio de los actos que no se puede enmascarar mediante la apelación a la necesidad, la conveniencia práctica colectiva o la oportunidad del momento, incluso si se trata de un bien general a conseguir. Cervantes, como no podía ser de otra manera, utiliza el discurso y los valores religiosos cristianos del momento histórico en el que vive. Su obra está llena de simbolismos propios de la religión, pero toda esta ideología coetánea en nada reduce el alcance atemporal, universal y permanente de su mensaje.
Los diferentes sujetos que participan en la trama de El Trato de Argel se encuentran inmersos en procesos subjetivos cuya trayectoria se anuda alrededor de cuatro elementos de subjetivación: Angustia, Coraje, Poder y Justicia.
La angustia es el elemento común a todos los cautivos. Las condiciones precarias de vida, los malos tratos, las cadenas, la posibilidad de una muerte terrible, el estado de servidumbre y la prolongación del cautiverio debilitan subjetivamente a todos los afectados sin excepción.
El mismo Saavedra, militar apresado y cuyo personaje se identifica fácilmente con Cervantes, se queja amargamente de que perdida toda esperanza de libertad y, al mismo tiempo, agudizado el deseo de salir del dolor que su situación conlleva, el daño se intensifica.
Las quejas de todos los personajes son continuas. Cervantes no deja de mostrarlas y el sufrimiento subjetivo llega a su punto máximo cuando se les presenta el dilema entre ser fiel a su fe o disfrutar de los beneficios de una conversión.
La angustia llama a la integración en el espacio del poder. Esta integración en la obra teatral de Cervantes tiene lugar a través de la trayectoria marcada por tres figuras subjetivas básicas:
El converso transmutado en Amo
En la obra esta figura está encarnada por el converso cristiano Yzuf, ahora reconvertido en amo del cautivo Aurelio, principal protagonista del drama cervantino. Hay que tener en cuenta, según testimonios de la época, que la mitad de la población argelina eran renegados de varios países y gracias a su conversión al islam algunos de ellos podían acceder a “carreras” como corsarios, jenízaros, artesanos e incluso secretarios de los gobernantes. Lo cual refleja la capacidad integradora de los musulmanes en aquel tiempo.
En el campo político contemporáneo español y vasco tenemos muchos ejemplos de esa evolución. Fijémonos en el travestismo de muchos personajes de la llamada transición española y específicamente en varios dirigentes de la antigua Euskadiko Ezkerra que pasaron de abertzales a unionistas y de oponerse a la Constitución Española a su apoyo incondicional y que fueron colocados rápidamente en puestos de poder político del partido en el poder.
El converso que permanece esclavo de su amo
En la pieza teatral cervantina esta figura está representada por el joven Juan, transformado en el converso Juan Solimán, que al contrario de su hermano Francisco, y a pesar de su apostasía, se convierte en el Garzón (sirviente) de su nuevo amo para disgusto de sus padres y del mencionado hermano.
Juan, a pesar de continuar en su situación servil, rompe totalmente con su familia y alardea de su nuevo estatus que le concede ciertos privilegios materiales, y encima recomienda a los demás que se hagan moros. En el terreno de la política podríamos asimilar esta figura a la del arrepentido, por ejemplo el preso político con penas de larga duración que, para aliviar su estado y acortar la duración de la condena, acepta la lógica penal del Estado y sus exigencias: desvinculación de su organización, arrepentimiento, a veces colaboración con la justicia (delación) y cumplimiento del tortuoso procedimiento de petición de cambio de grado.
Estos antiguos militantes se convierten en servidores del Estado aceptando la renuncia pública de los actos realizados en el pasado, de su anterior militancia y de la ideología y posición política defendidas inicialmente. Son utilizados como ejemplo del reinsertado y como arietes contra sus antiguos compañeros, buscando que estos últimos sigan el mismo camino.
Sin embargo, muchos de ellos son vistos con desconfianza por parte del poder político por las acciones cometidas en el pasado y las dudas que existen sobre la sinceridad de su cambio. Su integración en el emplazamiento estatal es, por lo tanto, precaria y está sometida siempre a las exigencias políticas del poder. No deja de ser una nueva modalidad de esclavitud atenuada.
El converso que reivindica su libertad de conciencia
Es una figura a la que Cervantes concede la mayor importancia. Se encuentra representada por Pedro el cautivo que busca justificar su apostasía, arguyendo que ésta es simplemente formal de cara a conseguir el supremo bien de la libertad pero que, en el fondo, su conciencia permanece libre pues no reniega de Cristo ni acepta a Mahoma.
Arguye que su conversión es sólo aparente, un conjunto de gestos formales, de vestimenta mora y voz diferente pero que eso no significa negar a Cristo ni a la Iglesia y decir ciertas palabras de Mahoma en nada conturba el corazón y la creencia íntima del verdadero creyente cristiano.
El personaje de Saavedra lo interpela duramente señalándole que cualquiera que sea la forma de renegar, ese acto conlleva «una gran maldad y horrible culpa» y califica el intento de «holgazán, engañador y codicioso». Le señala a Pedro que la doctrina de la Iglesia no solo se refiere a las cuestiones de la conciencia y el corazón sino también a los hechos realizados por los creyentes con la boca y las obras, sin las cuales no existe contrición posible.
Saavedra intenta convencer a Pedro para que renuncie a su intento mediante una prédica de los principios, valores y preceptos cristianos. Le indica que la traición no conduce a muchos a la libertad y aun en el supuesto de lograrla, el fin no justifica en absoluto el medio empleado y el supuesto remedio a los males de la prisión constituye un daño moral al espíritu cristiano y a la integridad personal del afectado. La libertad así conseguida no es, para Saavedra, más que un falso bien y añade que la ley cristiana manda que «no se cometa un pecado mortal, aunque en ese bien estuviese implicada la salud de todo el mundo».
Buscando cierta analogía con esta última figura subjetiva podemos analizar y valorar el comportamiento de los 35 acusados, dirigentes de la Izquierda Abertzale, en el llamado Juicio de Segura, en el que las penas solicitadas por el fiscal, de 10 años de cárcel, se redujeron a otras inferiores que significaban su no ingreso en prisión.
Gracias a un acuerdo entre el fiscal de un tribunal de excepción como es la Audiencia Nacional, los inculpados y las asociaciones de Víctimas del Terrorismo y Dignidad y Justicia. En este pacto los acusados reconocen los delitos imputados «según la legalidad vigente», su pertenencia a ETA, la «instrumentalización» de las organizaciones en que militaban por parte ETA, mostrando su compromiso con la renuncia a cualquier actividad relacionada con la violencia, «queriendo que ese reconocimiento contribuya a la reparación de las víctimas del terrorismo por el daño y sufrimiento que se les ha causado».
Naturalmente, estos militantes, en su conciencia, corazón y pensamiento, nunca han reconocido el Código Penal español, las leyes de excepción, la política penitenciaria ni los tribunales políticos y siempre han defendido su inocencia negando las acusaciones presentadas.
Sin embargo, y en un giro inesperado, ante los jueces españoles admiten su culpabilidad en los cargos imputados de forma individual, admitiendo, por lo tanto, aunque de manera formal, las antaño tan denostadas leyes del enemigo.
Pretenden, pues, salvaguardar su conciencia y principios, vistiéndose temporalmente de moros, para conseguir su liberación de la cárcel, presentándose ahora por algún dirigente de la IA este aparente bien como un nuevo principio prioritario por encima de cualquier otra consideración. Y Pernando Barrena, uno de los implicados en el juicio, señala la intención de Sortu de generalizar esta práctica para convertirla en una decisión colectiva para liberar a los presos.
Cervantes en El Trato de Argel, alerta, por medio de sus personajes, de que el intento de quitar las cadenas al cuerpo pagando el precio de la sumisión al poder da lugar a otras cadenas de mayor peso que al alma –al espíritu, a los principios éticos y políticos, a la dignidad, diríamos nosotros– fatigan mucho más.
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¿Cómo se puede defender un proyecto político como el de la independencia, por ejemplo, si a las primeras de cambio la represión del Estado contra ese proyecto obliga a desdecirse de sus formulaciones prácticas?
[/pullquote]Las consecuencias políticas y personales para los proyectos de la IA pueden ser mortales. Porque, ¿cómo se puede defender un proyecto político como el de la independencia, por ejemplo, si a las primeras de cambio la represión del Estado contra ese proyecto obliga a desdecirse de sus formulaciones prácticas?
Un periodista tan vinculado a las instancias del poder como es Florencio Martínez advierte que «al admitir su culpabilidad un grupo tan numeroso de dirigentes han admitido que todos los juicios contra su entorno político, a los que llamaban juicios políticos, eran iguales a este. Reconocen que la administración de Justicia no estaba deslegitimada».
¿Y qué va a pasar con los juzgados o condenados que no acepten estas regla marcadas y decidan no ceder? Seguramente serán sometidos a una mayor represión por parte del Estado. ¿Y cuál va a ser la actitud de la Izquierda Abertzale ante estos últimos militantes?
Ante este dilema, los cinco miembros de Askapena –Organización internacionalista– juzgados y liberados después de un proceso de confrontación con el Estado tanto en el exterior como en el interior de los tribunales, proponen a la Izquierda Abertzale una solución salomónica: que haya un respaldo, tanto público como privado, a las dos formas de encarar los juicios y la salida de la cárcel: la de la insumisión y enfrentamiento con el Estado por un lado y la planteada a través de la vía abierta por el Sumario 04⁄08 o Sumario de Segura ya citado.
Sin embargo, las dos vías son incompatibles: La una conduce por los pactos a la reducción o eliminación del número de años de cárcel; la otra lleva por lógica al cumplimiento de las condenas. En una, los acusados o presos se visten de moros para conseguir su liberación carcelaria o reducir las condenas; en la otra, los afectados mantienen sus principios políticos y éticos y se aprestan a la lucha y la desobediencia.
Para la Izquierda Abertzale estas dos posiciones no pueden compartirse pues ello daría lugar a un conflicto permanente que dividiría aún más a esta fuerza política. Hay que dirimir este conflicto y todo parece que la solución se va a plantear en torno a la tesis defendida actualmente por la línea oficial. Pero esto no acaba con el problema.
Pues si la angustia llama al poder para aliviar el sufrimiento recorriendo el sujeto un camino que le deposita de forma variada en su espacio de emplazamiento, la subjetivación por el coraje, apoyándose en la justicia de una causa, permite al sujeto caminar por una senda alternativa donde su identidad e integridad personal y colectiva puede mantenerse sin cesión.
La angustia, que nunca abandona al sujeto inmerso en los dilemas de un conflicto de orden vital, puede amortiguarse, desviarse e incluso superarse en momentos determinados gracias a una trayectoria subjetiva alimentada por ideas, principios o proyectos que dan sentido a su resistencia, aun en los momentos donde no se vislumbra ninguna salida objetiva.
Razones convincentes
En El Trato de Argel, los enamorados Aurelio y Silvia luchan contra las exigencias pasionales y sexuales de sus amos respectivos, Zara e Yzuf, intentando ser fieles a la ley cristiana, a su amor y a los preceptos morales de su religión bajo la presión combinada de su estado de necesidad y las promesas de libertad y gratificaciones materiales de todo tipo en caso de conversión y aceptación de las solicitudes de sus amos.
La madre de los hermanos Francisco y Juan por su parte, que ve desesperada la separación de sus hijos vendidos como esclavos a los musulmanes, implora a Francisco, de forma heroica, que no renuncie a Cristo ni aunque sufra malos tratos o reciba «cuanto tesoro cubre el suelo».
Podemos añadir que, además, en la obra un esclavo cautivo prefiere huir aunque le espere la muerte que vivir su vida mezquina, y el propio Saavedra exhorta a un compañero para que no se lamente por la muerte de los héroes que se niegan a renegar de su fe pues «el acabar con tal muerte es comenzar mejor vida».
Cervantes utiliza a sus diversos personajes, mediante el rico y complejo lenguaje literario – religioso que domina, para exponer razones convincentes a fin de no renunciar a la fe y a los principios cristianos.
Usa, por ejemplo, la tradición religiosa del martirologio para ejemplarizar comportamientos heroicos con el fin de estimular a los recluidos a que se mantengan firmes en su compromiso cristiano.
Les advierte de los castigos a los que se exponen por parte de la Iglesia en el supuesto de apostasía (la Inquisición se mostraba bastante dura con los conversos). Les previene de las consecuencias, en esta vida y en la otra, de sus renuncias consideradas como graves pecados mortales por la doctrina.
Pero aparte de estas restricciones externas y doctrinales y del recuerdo de los mártires, en la obra de Cervantes late una llama espiritual de carácter afirmativo, de convencimiento íntimo de las virtudes del cristianismo y de la devoción interna que se debe a Cristo.
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Cervantes quiere transmitir la espiritualidad y grandeza del proyecto cristiano, su sentido vivo y salvífico, la necesidad de asumirlo internamente como componente vital que protege del dolor, la adversidad, el egoísmo o las tentaciones del cuerpo y del alma
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Por encima de las obligaciones y restricciones que el profesar una creencia religiosa conlleva, Cervantes quiere transmitir la espiritualidad y grandeza del proyecto cristiano, su sentido vivo y salvífico, la necesidad de asumirlo internamente como componente vital que protege del dolor, la adversidad, el egoísmo o las tentaciones del cuerpo y del alma a que está expuesto un ser humano.
Para este gran creador literario los valores cristianos conforman la identidad de una persona y son la guía de su caminar y actuar por el mundo. En este sentido, el personaje de Saavedra se comporta a lo largo de la obra como un auténtico predicador, señalando a sus compañeros de fatigas lo correcto e incorrecto de su proceder a la luz del pensamiento cristiano.
De similar forma un militante político sometido a prisión, juicio u otras situaciones conflictivas en su trayectoria activista y que debe pasar por la prueba de una decisión importante en un punto de ruptura no sólo se apoya en la memoria del sacrificio de otros luchadores modelo, en la coerción que ofrece su entorno político o en el análisis interno de las consecuencias de sus actos, sino primordialmente en la dimensión y exigencia de su proyecto político, en la solidez de sus convicciones, en la fortaleza de sus principios y en la entereza de su ánimo.
A través del personaje de Aurelio, el autor quiere mostrar la división del sujeto ante la disyuntiva que se le presenta; la profunda contradicción interna en la que se mueve, dividido entre los beneficios que puede conseguir si acepta los reclamos sexuales y pasionales de su ama Zara, y la defensa de su fe, lealtad amorosa y valores morales.
El coraje y la angustia se encuentran en el mismo plano de subjetivación y hay un continuo basculamiento entre ambas instancias. Hay unas fuerzas que presionan a ubicarse en el espacio del poder, a ceder, y otras que animan a resistir y a mantenerse firme en el proceso de justicia cristiano y las ideas y convicciones que le acompañan.
Cervantes describe magistralmente los cambios continuos en el estado de ánimo de Aurelio, ora en una dirección, ora en la otra, empleando figuras alegóricas como la Ocasión y la Necesidad (necesidad de liberarse de sus padecimientos en el cautiverio y ocasión proporcionada para ello gracias al pacto de conveniencia planteado por Zara).
El propio autor explica la intención del uso de estas figuras para representar la fragmentación y ruptura interna del sujeto con ocasión de abordar un crudo conflicto subjetivo en su obra Ocho comedias y un entremés: «Fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales del teatro».
El diálogo de Aurelio con estas figuras alegóricas, un diálogo consigo mismo y sus tormentos anímicos constituye una de las páginas más intensas de la literatura cervantina y en ella se describe con indiscutible fuerza expresiva el combate mental, anímico y de pensamiento del ser humano genérico en ese duelo antagónico con su propia naturaleza para defender su dignidad individual y colectiva.
Cervantes intenta explicar el comportamiento y las reacciones de los cautivos sobre una base lógica: la debilidad de los principios en la juventud, el carácter egoísta, desvergonzado y escasamente reflexivo de algunos personajes como Pedro, las carencias que observa en el conocimiento de las verdades religiosas que él se esfuerza en algunos casos en corregir –con cierto éxito en el caso de Pedro – , etc.
Sin embargo, en otros casos no existe una explicación convincente a los comportamientos y decisiones tomadas por los cautivos: un hermano reniega de su familia y religión y el otro permanece fiel. Leonardo cede ante el requerimiento sexual de su ama y Aurelio no. Un prisionero intenta la huida y otro renuncia a ella por temor.
Existe una indeterminación en las actitudes y no hay una ley que pueda predecir las opuestas y contradictorias decisiones que los sujetos toman. No son las circunstancias las que condicionan y determinan nuestros actos en exclusiva. Hay un margen de libertad en las personas implicadas y una responsabilidad ética que unos ejercen y otros no. Somos nosotros mismos los que debemos optar al final siguiendo la llamada de nuestra conciencia, la rectitud de nuestras posiciones, la solidez de nuestras convicciones, el valor que damos a los principios que teóricamente hemos asumido y las lealtades que deseamos mantener.
Se podría comprender, en cierta lógica social e institucional, que las responsabilidades políticas de los encausados en el juicio de Segura y la estrategia colectiva diseñada para resolver el tema de los juicios y la situación de los presos implica en su caso la necesidad de un cierto pragmatismo.
Y que la condición de dirigentes de unas agrupaciones políticas les sitúa en un plano de responsabilidad distinto al de los miembros militantes de un movimiento popular como Askapena. Por lo tanto, algunas decisiones tomadas aparecen como previsibles en un contexto político dado.
Pero la sorpresa e incredulidad iniciales percibidas en muchos militantes, tanto fuera como dentro de la dinámica «oficialista» mayoritaria en la Izquierda Abertzale, muestran que algo sustancial se ha roto en ese mundo político.
Que una serie de principios, valores, formas políticas y comportamientos defendidos con entereza anteriormente se han resquebrajado de golpe.
Que algunas posiciones éticas mantenidas como invariables, no sólo por los militantes abertzales sino por una militancia mundial amplia que las ha sostenido o que las sostiene, se han ido al depósito de la basura histórico.
Por eso, traer a colación la existencia de obras como El Trato de Argel que data de hace más de cuatro siglos nos ha parecido interesante para permitir una reflexión política en profundidad sobre la deriva que observamos en el sector denominado oficial de la Izquierda Abertzale, además de rendir un homenaje al escritor en el 400 aniversario de su muerte.
Salvando las indudables diferencias existentes entre el mundo político – religioso de la época de Cervantes y el que vivimos los vascos en la actualidad, la obra de este autor nos ofrece una visión en profundidad de algunos de los dilemas universales y eternos que afectan al ser humano político en situación de conflicto y que se encuentran reflejados en nuestra coyuntura política.