«¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso
y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran
en la superficie del globo, con su cuota de muerte
y sus tragedias inmensas, con su heroísmo
cotidiano, con sus golpes repetidos al
imperialismo, con la obligación que entraña
para éste de dispersar sus fuerzas, bajo el
embate del odio creciente de los pueblos del mundo!»
Introducción
La figura del Che suele ser asociada, con toda justicia, a la del guerrillero heroico, el hombre conmovido por las injusticias en cualquier rincón del mundo y dispuesto a dar su vida en la lucha por ponerles fin. Sin embargo, detrás del magnetismo que genera esta figura, se encuentra un pensador con una agudeza tal para realizar importantes aportes al pensamiento marxista y a la construcción del socialismo.
Como combatiente y militante, desde Sierra Maestra a Bolivia, desde su vivencia en su primer gran viaje hasta su incursión en el Ministerio de Industria de Cuba, ha recabado una experiencia materializada en artículos, conferencias y charlas sobre diversos temas. Tal vez el mensaje a la Tricontinental sea una de esas piezas que condensan un espíritu de época pero que, al mismo tiempo lo trascienden y llega hasta nosotros con toda la potencia y claridad como si hubiese sido escrito para nuestros días. En Abril de 1967 fue publicado el discurso del Che que se conoce con el nombre Crear, dos, tres, muchos Vietnam…, mensaje que fue enviado a fines de 1966 en el marco de la Conferencia por la Solidaridad de los pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL), movimiento global antiimperialista y anticolonialista. Se publica por primera vez en La Habana el 16 de abril en forma de folleto como suplemento especial para la revista Tricontinental que era el órgano del Secretariado Ejecutivo de la OSPAAAL. El mismo sale a la luz cuando el Che ya se encontraba en Bolivia emprendiendo su apuesta para extender la revolución socialista por el continente. Este hecho no es menor, no se trata de una coincidencia, es expresión de su integridad y la manera en que comprendía la lucha por el socialismo. Pensador marxista de fuste, la praxis atraviesa la figura del Che, encarna al hombre nuevo, en el sentido de plantear la ética revolucionaria en un nivel superior de la praxis: sentir como propia cualquier injusticia que se cometa en cualquier rincón del mundo es la cualidad más preciosa de un revolucionario. El mensaje a la Tricontinental y su lucha revolucionaria en Bolivia en ese mismo momento, condensa esa praxis. En el documento insiste sobre la necesidad de extender, reproducir, multiplicar los frentes de lucha contra el imperialismo en todos los rincones de los países explotados y atrasados del mundo.
El mensaje del Che debe ser leído como crítica a postulados de la modernidad que se agrupan en torno a tres coordenadas ordenadoras del mundo social: el problema de la paz, el horizonte de la reforma y el eurocentrismo como criterio de orden. A cincuenta años de su publicación, el recorrido por alguna de sus temáticas dará cuenta de la trascendencia de ese mensaje y de su vitalidad. Frente a un enemigo tan bestial y salvaje, la desmesura se nos presenta como la forma ética y estética de la revolución.
Crítica a la modernidad: paz, reformismo y eurocentrismo
La cuestión de la paz abre el mensaje, una paz que se celebra a veintiún años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero ante esta celebración la pregunta que horada el sentido común se pronuncia: «[…] cabe preguntarse si ella es real». Con este interrogante molesto, polémico e incisivo se abre el mensaje. Se trata de una pregunta pertinente y, en nuestro estado de cosas, de perfecta actualidad. ¿Qué paz? ¿Para quién esa paz? Y, finalmente, porqué la paz en una sociedad de clases. La paz, como una apelación abstracta y general, en una sociedad de clases es un engaño, se trata de la paz imperialista dirá Lenin, esa paz que habilita el reparto de las esferas de dominio mundial entre las potencias con el fin de explotar y dominar a los pueblos. ¿Realmente es posible hablar de paz en algún lugar del planeta sin ver la filigrana de la lucha de clases que se despliega sobre esa aparente calma? El comandante Vo Nguyen Giap, jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Vientnam y mano derecha de Ho Chi Minh, señala que «el origen de la guerra es en general la sociedad con clases opuestas y, en particular, el capitalismo y el imperialismo» (2013:4). En estas condiciones, enunciar la paz es una provocación y el Che lo advierte.
Aún más, las luchas civiles proliferan en todos los rincones del mundo y, en el momento de escritura del discurso, la lucha paradigmática contra el imperialismo y el colonialismo se daba en Vietnam. Estas luchas tienen como telón de fondo esa paz de los cementerios que denunciaba el Che, las múltiples guerras que despliegan el imperialismo y sus furgones de cola que son las burguesías nacionales en las diferentes latitudes del planeta. En ello se expresa que la guerra no es resultado de mentes diabólicas, de perversiones personales o de meros apetitos de poder y dominio de algunos hombres, la guerra es la expresión armada de la lucha de clases y, por lo tanto, tiene un carácter político. Esto mismo está mencionando el Che al denunciar esa aparente paz que prolifera luego de la Segunda Guerra Mundial. La guerra es la continuación de la política por otros medios o, a la inversa, la política es la continuación de la guerra, sea como sea, si es por otros medios o por los mismos, lo cierto que guerra y política expresan la tensión en la lucha de clases en la sociedad capitalista.
Cómo no reconocer los aires de los años 60, de las luchas por la descolonización, luchas por la liberación nacional y, finalmente, cómo no reconocer en este espíritu del momento a Franz Fanon y sus condenados de la tierra. La descolonización y las luchas de liberación nacional necesitan ser violentas porque la dominación es violenta, el imperialismo se impone con violencia, hambrea, mata, saquea, viola. Más adelante volveremos a este tema, pero debemos mencionar la claridad del Che al tratar el tema de la violencia. Hay una constancia de la violencia en el pensamiento marxista y revolucionario, una sociedad de clases cuyo motor es la lucha, ésta no se puede expresar de otra manera que a través de la violencia. Recordemos al Gramsci leninista, toda lucha de posición y construcción de contra-hegemonía tendrá indefectiblemente un movimiento de maniobra que se expresará por medios violentos, desde la constatación que la burguesía no entregará finalmente el poder de manera pacífica, constatación histórico y recurrente desde la Comuna de París hasta la guerra revolucionaria de El Salvador «Hacemos la guerra para conquistar la paz».
El Che identifica como escenario privilegiado de lucha por el socialismo a los países explotados y atrasados. África, Asia y América Latina son los tres continentes donde florecerá la revolución y la lucha por el socialismo, lo que trae implícito la crítica al eurocentrismo que identificaba los países desarrollados donde las contradicciones sociales se desplegarían con mayor transparencia dando lugar a los escenarios de conflicto. Este cambio de escenario también acarrea un cambio estratégico. No se trata de llevar a cabo una revolución democrático-burguesa, sino una revolución socialista y esto por unas cuantas razones. En primer lugar, no se trata de países que deban atravesar determinadas etapas de desarrollo, sino de eslabones que cumplen y desempeñan un especial lugar en el capitalismo en cuanto sistema-mundo:
El campo fundamental de explotación del imperialismo abarca los tres continentes atrasados, América Latina, Asia y África. Cada país tiene características propias, pero los continentes, en su conjunto, también las presentan. América Latina constituye un conjunto más o menos homogéneo y en la casi totalidad de su territorio los capitales monopolistas norteamericanos mantienen una primacía absoluta (2007:7).
Esas características propias continentales devienen de su historia común colonial, de una misma lengua (con excepción de Brasil) de una identidad de clase, del lugar que siempre han ocupado en la división internacional del trabajo y, como menciona el Che, por la presencia constante de las garras del imperialismo, el amo común que comparten. En este caso, se trata de características que se han vuelto comunes por la imposición de las mismas a escala planetaria. El imperialismo es un sistema mundial y, por lo tanto, la confrontación debe ser mundial. Por ello, «la participación que nos toca a nosotros, los explotados y atrasados del mundo, es la de eliminar las bases de sustentación del imperialismo: nuestros pueblos oprimidos de donde extraen capitales, materias primas, técnicos y obreros baratos y a donde exportan nuevos capitales ‑instrumentos de dominación‑, armas y toda clase de artículos, sumiéndonos en una dependencia absoluta» (Guevara 2007:14). La dominación asume una dimensión geográfica situando el escenario de la revolución fuera de las latitudes desde donde se solía pensar, escribir y hacer el mundo.
Este mensaje del Che hace saltar por los aires la monotonía de la modernidad europea que se había establecido como modo de instaurar las coordenadas para el desciframiento social. Las luchas revolucionarias que se despliegan en los tres continentes advierten de esa monotonía y esa naturalización eurocéntrica. Ya no hablamos a través de otros, hemos decidido ocupar nuestro lugar y enunciar nuestra propia palabra.
Esta crítica al eurocentrismo va colando una crítica feroz a la forma clásica de pensar la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción. En primer lugar, porque no es posible pensar al Che sin reconocer la conciencia como eje central y vertebrador en la construcción del comunismo. El comunismo es, fundamentalmente, un acto de conciencia, no una respuesta mecánica a las contradicciones estructurales, un acto de conciencia que se inscribe, desde luego, en las contradicciones sociales, pero que lejos de quedar subordinada a éstas, cumple un papel central como motorizador, desarrollo y despliegue de las mismas. Así lo señala el Che unos años antes:
Se puede abordar la tarea de la construcción de la nueva conciencia, porque estamos frente a nuevas formas de relaciones de producción y, aunque en sentido histórico general, la conciencia es producto de las relaciones de producción, deben considerar las características de la época actual cuya contradicción fundamental (en niveles mundiales) es la existente entre el imperialismo y el socialismo (2007a:19).
En segundo lugar, en línea de continuidad con los inmediatamente expuesto, por la novedosa manera de pensar la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción, desprendiendo su concepción del imperialismo y el lugar que ocupan los países periféricos. El Che reconoce, asestando un golpe a aquellos que no admiten el carácter socialista de su revolución, que «si partimos del hecho concreto de que no puede realizarse una revolución, sino cuando hay contradicciones fundamentales entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, tenemos que admitir que en Cuba se ha producido este hecho y tenemos que admitir, también, que ese hecho da características socialistas a la Revolución cubana…» (2006:101). Esas condiciones objetivas se evidencian en el carácter socializado del trabajo pre-existente y, como ya ha sido expresado, el lugar que ocupa a nivel de la totalidad del sistema capitalista. De esta manera debemos comprender el imperialismo como un sistema de dominación mundial, donde nuestra región ocupa un particular lugar en el mismo, en términos de extractivismo y de superexplotación. En otras palabras, América Latina, así también como Asia y África, somos el combustible del buen vivir del primer mundo, como lo señala el propio Che, al colonialismo violento le sucede un neocolonialismo que logra iguales efectos de dominación a través de las armas económicas.
Si se piensa en un país como un todo aislado, evidentemente el esquema meramente teórico indicará la violación de las dinámicas históricas y las contradicciones, condenando la revolución como una extrañeza que no tardará en evidenciar sus debilidades. Por el contrario, el Che inciste en la necesidad de inscribir los escenarios en la totalidad del modo de producción capitalista en su fase imperialista. Esto permitirá reconocer el eslabón que ocupan los países del tercer mundo en esa totalidad y, por lo tanto, la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción deben ser analizadas en el marco de esa totalidad. Si esto era evidente para el Che, hoy resulta ser mucho más patente y tangible, asistimos a una subordinación planetaria a la lógica del Capital. Como señala Álvaro García Linera (2015), asistimos a la subsunción de la ciencia a la ganancia, de los procesos metabólicos de la naturaleza a la acumulación del capital, del conocimiento social colectivo a la producción del Capital, de todo forma de trabajo al trabajo productor de mercancías.
En segundo lugar, en relación con lo anterior, no se debe apostar por el desarrollo de una burguesía nacional que ponga en marcha la dinámica del capitalismo para lograr el despliegue de las contradicciones estructurales. Las burguesías autóctonas han perdido toda capacidad de oposición al imperialismo, si alguna vez la tuvieron, expresa el Che, son el furgón de cola de ese imperialismo. La figura de la burguesía autóctona y nacional es sólo eso, un mito, no es más que expresión de una clase transnacionalizada que expresa la verdadera naturaleza del Capital, la ausencia de patria y nación y cuya única bandera es el cálculo egoísta.
La idea de «burguesía autóctona» es toda una definición. Por un lado, el creciente carácter transnacionalizado que van adquiriendo no hace más que dificultar reconocer cualquier carácter nativo de las mismas. Por otro lado, la burguesía no tiene nacionalidad, es una contradicción en los términos, es un oxímoron hablar de ‘burguesía nacional’, de ahí la definición tan precisa de «la internacional del crimen y la traición» que el Che despacha contra el Capital, las burguesías, los organismos internacionales como la ONU y la OEA entre otras cosas. Ante esta evidencia la tarea es el socialismo, no recrear una burguesía inexistente. Por ello no se trata de intentar una revolución democrático-burguesas, «no hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución». La lucha tan cruenta contra el imperialismo no puede ser para instaurar una revolución democrático-burguesa. Los explotados y atrasados de la tierra no pondrán el cuerpo por la burguesía, lo harán por ellos mismos. El objetivo no puede ser otro que la revolución socialista.
El Che, recuperando el espíritu de Marx en El Capital, expresa en el famoso artículo que enviara al Semanario Marcha dirigido por Carlos Quijano:
El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino. Las leyes del capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan sobre el individuo sin que este se percate», y más adelante, «la mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia (1988: 6 – 8).
Este fragmento señala a la perfección la preocupación del Che, la existencia de modos de sujeción invisibles que constituyen el entramado social, el cordón umbilical que liga a la sociedad en su conjunto. Por un lado, un cordón umbilical que ata al individuo a la sociedad sin recurrir directamente a la fuerza y, por otro, la mercancía provocando efectos al nivel de la producción, a nivel social y al nivel de la conciencia. Este cordón umbilical es el valor, esa forma particular de riqueza social existente en el capitalismo en función de las relaciones sociales que le son propias. La caracterización que hace el Che del capitalismo como un orden social de dominación que se expresa en la confrontación de clases sociales por un lado, y en elementos más impersonales que tejen una red de relaciones que fortalecen el dominio del capital: la ley del valor, la mercancía, el estímulo material, etc. En otras palabras, el Che entiende el capitalismo como un orden de dominación impersonal y mediatizado, cuyo sistema nervioso que le otorga movimiento de forma imperceptible, no es sólo personal, directo, evidente como la fuerza, la coerción, la dominación directa del Estado y de una clase sobre otra, sino más impersonales que se enquistan en nuestras prácticas cotidianas, en las maneras que producimos, que trabajamos, que nos relacionamos con los otros. Este elemento fundamental es la ley del valor.
El hombre es un ser social, su trabajo es un trabajo social, sólo que en el capitalismo se encuentra velado por la ley del valor que reduce todo trabajo a un mero cálculo de tiempo, a trabajo abstracto, por su carácter de mercancía, por la mediatización del dinero. En el capitalismo el hombre y la mujer son seres sociales, sus trabajos adquieren estatus social, sólo que con la mediatización de esta ley del valor, la mercancía y el mecanismo de la competencia, ese vínculo queda velado, es el fetichismo de la mercancía lo que permite ocultar el carácter social y, al mismo tiempo, generar formas de comportamiento y de pensamiento que sitúan a hombres y mujeres en competencia y lucha entre sí. Por lo socialismo debe restablecer ese vínculo, el carácter social de la vida y, como correlato dirá el Che, el hombre nuevo. El problema se presenta en que este velo no es un simple ocultamiento de la realidad, un velo que engaña a los hombres, porque no se trata simplemente de un fenómeno de la conciencia, un engaño que se modificaría transformando la conciencia. Por el contrario, se trata de un velo que echa raíces en la realidad misma y, por lo tanto, lo que debe modificarse es la realidad Marx en El Capital señala: «…las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas» (2012:89).. Desde luego que el Che no desestima la educación como formadora de conciencia comunista, no desestima la altísima cuota de voluntad y sacrificio que se requiere para ello, pero entiende que aquellos elementos objetivos inscriptos en la realidad misma (como la ley del valor, la mercancía como célula económica fundamental, la retribución a través del dinero, los estímulos materiales como motores del socialismo), expresan una relación social específica, los hombres entablan relaciones sociales mediadas por el trabajo y un trabajo que es entendido como una mercancía. Por lo tanto, si se pretende extirpar la conciencia capitalista, a ese hombre del capital, lo que se requiere además de la enseñanza de valores y principios como la solidaridad, la cooperación, etc., se necesita al mismo tiempo modificar la organización material de la sociedad para que dé lugar y soporte a la emergencia de los mismos, al hombre nuevo. Otro argumento más para sostener que lo que se debe echar por tierra es el orden del capital, con sus modos visibles y monstruosos de sujeción, pero también con su dominación silenciosa a través de la mercancía, el trabajo asalariado, el dinero como expresión del Capital. Por todo ello, una vez más, revolución socialista o caricatura de revolución.
A modo de cierre
A 50 años de su aparición, este mensaje sigue siendo la cabal expresión del marxismo que entraña una teoría, una ética y una política. El Che encarna la figura del revolucionario comunista, la enseñanza de que no se puede comprender simplemente el problema de la explotación, no se puede acceder sólo al entendimiento de la plusvalía y la apropiación permanente de trabajo impago, no se puede sólo conocer el carácter esencial para el Capital de la pobreza y la miseria como elementos fundamentales, el combustible del Capital. El Che condensa la figura del revolucionario comunista al ser la expresión que no se puede conocer sin querer, en el mismo gesto, transformar. No se puede sólo comprender sin que, al mismo tiempo, esa comprensión ocasione un desgarro moral tal, un sentir como propias injusticias que se cometen contra cualquiera en cualquier parte del mundo que nos conduzca indefectiblemente a la militancia con el objetivo de transformar el mundo y construir socialismo.
En algún sentido, no nos conmueven las estructuras, las contradicciones, las leyes y la dinámica del Capital, sino el odio a la explotación, a la desigualdad, a la brutalidad, a la naturalización de esa misma desigualdad y el odio a la clase explotadora. El Che es visceral, el odio como motor de la lucha de clases, el odio como factor de lucha, «…un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal». En «El socialismo y el hombre en Cuba» el Che expresaba que «…el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor» (1988:26). Entre el mensaje escrito en 1966 y la carta al semanario Marcha de 1965 no hay prácticamente distancia y no se trata de una paradoja sino el reconocimiento de la contradicción esencial de la lucha de clases. No se trata de amar al prójimo en abstracto, de poner la otra mejilla, se trata de amar al compañero de clase y odiar al opresor y explotador. De esta manera, el amor y el odio son categorías históricas, no son abstractas, por lo tanto expresan el devenir y las contradicciones históricas, se reconocen y adquieren materialidad en tanto la lucha de clases se vuelva la matriz para observar y transformar el mundo. Es sobre el telón de fondo de la lucha de clases donde el amor y el odio adquieren materialidad y sentido, emancipándose de las concepciones sustancialistas. No se puede hablar en abstracto, de sentimientos naturales del hombre, si no se los inscribe históricamente en el marco de las contradicciones sociales. Sobre ello se funda la moral revolucionaria. Unos años después, en el corazón de la selva salvadoreña y en plena guerra revolucionaria del FMLN, el comandante Ramiro Vázquez decía que «el primer quiebre para los comunistas salvadoreños fue asumir que para hacer la revolución había que aprender a matar por ella. Fue una experiencia terrible que debimos resolver rompiendo y rearmando nuestra estructura de sentimientos y emociones comunistas. Porque al igual que todos los partidos comunistas de América, y el Che lo decía claramente, éramos capaces de hacernos matar en las garras de los torturadores pero incapaces de asaltar una trinchera. Estábamos educados para morir por la revolución, para entregar nuestra vida y nuestra sangre, firmes. Había un montón de compañeros que los hacían mierda a torturas y no hablaban. Pero éramos incapaces de matar a un hijo de puta de esos» (2013: 57).
Vo Nguyen Giap, citando a Lenin, expresaba: «Los popes ‘sociales’ y los oportunistas están siempre dispuestos a soñar con un futuro socialismo pacífico, pero se distinguen de los socialdemócratas revolucionarios precisamente en que no quieren pensar siquiera en la encarnizada lucha de clases y en las guerras de clases para alcanzar ese bello provenir» (2013: 23). Nuestra ética marxista se funda en el reconocimiento de que el Capital no es malo o bueno, es por sus dinámicas internas, por lo tanto, no es un juicio ético lo que le corresponde sino enfrentarlo políticamente. Por ello, nuestra ética no se funda en el plano de la conciencia, no pretendemos cambiar al hombre, sino a las condiciones sociales que lo hacen ser y pensar de tal manera. El hombre nuevo es la resultado de la convergencia entre esa teoría, esa ética y esa política. Por lo expuesto el marxismo del Che es conocimiento, ética y política o, en otras palabras, saber, odio y lucha de clases.
José G. Giavedoni
20 de octubre de 2017
Bibliografía
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Guevara, Ernesto: Crear dos, tres, muchos Vietnam, mensaje a la Tricontinental, Bogotá, Ocean Sur, 2007.
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–: El socialismo y el hombre en Cuba, La Habana, Editora Política, 1988.
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