Tan amplio es, y tan concreto, el repertorio ideológico desarrollado por la «clase dominante» que las mejores definiciones han requerido métodos, dinámicos e instrumentales, muy precisos para caracterizar sus raíces, efectos y perspectivas. En lo objetivo y en lo subjetivo. Decía Marx: «Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente». [«Feuerbach, Oposición entre las concepciones materialista e idealista», primer capítulo de La Ideología Alemana.]
Con el capitalismo la «dominación» desarrolló novedades que no se limitaron al campo de lo instrumental tecnológico sino que avanzaron en los territorios del control de conductas, grupales e individuales, más allá del poder del «opio del pueblo». La doble moral refrescada. A la clase dominante le hacia falta un ser humano dominado, vaciado de fuerzas (políticas y físicas) pero también agradecido. Un ser humano dominado que reconociera (de pensamiento, palabra y obra) la superioridad de su dominador y le confiriera toda la razón por su ser y modo de ser. Hacía falta una dominado, además, que considerase su condición como un tesoro y lo cuidara con esmero para heredárselo a su prole como valor moral conquistado durante generaciones. Todo eso celebrándolo entre aplausos y festividades mercantiles y ritos consumistas. La ideología de la clase dominante deja tatuados en el cerebro todos sus anti valores individualistas. «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.» [Albert Einstein (1879-1955), <cite>El paraíso de la alienación</cite>.]
La clase dominante, adoradora del capital, enseñó a sus subordinados la misma adoración pero vaciada de posesión. Hizo invisibles todas las triquiñuelas ideadas para robar al trabajador el producto de su trabajo, mientras lo convencía de que los recursos naturales deberían estar en manos privadas; que el Gobierno es cosa corrupta que deben manejar los técnicos y que se debe respetar un orden porque los pueblos, maleducados, son un peligro para ellos mismos. Y los pueblos pagan (algunos hasta con orgullo) policías y ejércitos para que los repriman; bancos y financistas para que se lleven las ganancias disfrazadas de «créditos»; empresarios y mercados para que secuestren sus salarios; universidades y academias para que secuestren los saberes; industrias <em>mass media</em> para que anestesien la conciencia del saqueo; iglesias y cultos para que sublimen la mansedumbre; leyes y leguleyos para legalizar el hurto… un aparato enorme de instituciones y valores fabricados para mantener a raya todo intento de sentirse con derechos o propietario del trabajo y de las materias primas. La alienación y la enajenación como protagonistas estelares en el drama del despojo.
En su conjunto, las ideas dominantes (con su doble moral) son expresión de las relaciones materiales dominantes. Lo que vale para los sometidos no vale para los sometedores. La ideología del que domina es un repertorio amplísimo de «falsa conciencia», de chatarra intelectual para esconder, bajo la alfombra, los muertos de fabrica y las miserias que genera. Doble moral en la que todo lo que se prohíbe para el sometido se permite para el que somete. Quienes forman la clase dominante saben bien qué, cómo y cuánto dominan en una época histórica específica y cómo deben actualizar sus «mecanismos» materiales y simbólicos para perpetuar esa dominación. Esa clase dominante actúa como productora de ideas permanentemente, aunque sean ideas repetitivas e irracionales, porque las necesitan para regular la producción y la distribución de las ideas dominantes de la época. Y desde luego, que en el repertorio de las luchas inter-burguesas cada facción organiza sus cadenas de producción de ideas para competir en el mercado de los pensamientos subordinados.
Hay «grandes maestros» en el arte del engaño, capaces de garantiza la invisibilidad de la explotación del trabajo, división del trabajo espiritual y material, para crear la ilusión de que se es muy activo en el desarrollo de la fuerza productiva mientras en realidad se es un subordinado con poco tiempo para educarse y percatarse de los engaños y amasar ideas acerca de sí mismos, para cambiar una situación de la cual se conoce poco y nada. El colmo es cuando los dominados creen que las las ideas dominantes le pertenecen y que debe defenderlas con su vida.
Mentiras, miedo y consumismo, con todos sus derivados y concomitantes, son los nodos neurálgicos en las ideas y la práctica de la clase dominante sobre las condiciones de producción impuestas como verdades universales. El sometimiento como la forma de lo general. La clase dominante impone sus gustos y sus gestos, sus filias y sus fobias, para sacar adelante los fines que persigue, para representar como colectivo su propio interés e imprimir a sus ideas a todo. Cómo alimentar, vestir, entretener y educar a los niños desde la cuna; cómo besarse, amarse y reproducirse… desde la cama; cómo caminar, saludar, sonreír, abrazar e incluso insultar; cómo soñar, cómo entender, cómo disfrutar… cómo creer y confiar. Minuto a minuto, bajo una andanada permanente de estereotipos exhibidos por la dictadura cultural y comunicacional dominantes, a título de modelos exitosos que, de no seguirlos, vendrá la maldición de ser inadaptado, vulgar… pobre.
Dilucidar, desmontar, desactivar y superar el frado descomunal de la «ideología de la clase dominante» (es decir que el capital no predomine sobre los seres humanos) es un trabajo que debe asumirse de manera científica y, por ello, sistemática. El debate contra la ideología de la clase dominante no es un «deporte» escolástico ni un desplante rebelde sólo para contraponerse, por la contraposición misma, a una clase que representa a la parte más odiosa de la sociedad: su miseria. Y hay que refutarla desde el corazón de sus contradicciones realmente existentes, para que los pueblos propicien condiciones para elevarse hasta liberarse de la clase dominante. Y no derrotarla para imitarla. La dominación de la clase no es sólo la dominación con las (sus) ideas, hay que derrotar sus métodos de explotación del trabajo y el saqueo de los recursos naturales. Una lucha sin la otra (económica e ideológica) es una historia renga que conduce a frustraciones y retrocesos enormes que ya hemos visto muchas veces.
Una vez que las ideas dominantes se combaten junto con las relaciones de producción, lo que emerge de manera perfectamente natural son las ideas para cambiar las relaciones existentes, proliferan en la reflexión sobre los seres humanos, la esencia de la humanidad, su filosofía, su desarrollo en la historia la verdadera que llegará a la conclusión de que no debemos contentarnos sólo con el análisis de las ideas dominantes o las ilusiones inducidas por la clase dominante. Que no debemos contentarnos con reducir el imperio de las ideas hegemónicas a su sustancia mística o a caprichos del propio pensamiento. No contentarnos con explicaciones mecanicistas ni lineales, puramente economicistas ni puramente religiosas, que nos llevaría el error de eliminar de la historia las condiciones materiales y repetir el modelo escapista especulativo. Ilusiones, ensueños e ideas retorcidas para mentir, asustar y vender mientras se esconde el andamiaje de los negocios y la explotación del trabajo existente.
Nuestra batalla por la supremacía de los seres humanos por sobre el capital, contra la ideología de la clase dominante, debe servir para aprender a distinguir y actuar, con toda claridad, a la hora de explicar y derrotar las trampas entre lo que perece ser y lo que realmente es. Es urgente contar con un instrumental de lucha que logre penetrar en todo plano de la inteligencia humana que hasta hoy se ha camuflado como problema intrascendente o inexistente. Es urgente.
<em>Fernando Buen Abad</em>
17 de agosto de 2018