Tercera carta 1
A propósito de una milicia proletaria
La conclusión a que llegué ayer sobre la táctica vacilante de Chjeídze ha sido plenamente confirmada hoy, 10 (23) de marzo, por dos documentos. Primero, un telegrama de Estocolmo en la Frankfurter Zeitung con extractos del manifiesto del Comité Central de nuestro Partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, de Petersburgo. En este documento no se dice ni palabra sobre si apoyar o derrocar al gobierno Guchkov; en él se llama a los obreros y a los soldados a organizarse en torno del Soviet de diputados obreros, a enviar a él a sus representantes para luchar contra el zarismo y por una república, por la jornada de 8 horas, por la confiscación de las tierras de los terratenientes y de las existencias de cereales y, sobre todo, por el fin de la guerra de rapiña. Al respecto, es particularmente importante y particularmente apremiante la opinión absolutamente correcta de nuestro Comité Central, de que para obtener la paz, es preciso establecer relaciones con los proletarios de todos los países beligerantes.
Esperar la paz de negociaciones y de relaciones entre los gobiernos burgueses sería un autoengaño y un engaño al pueblo.
El segundo documento es otra noticia de Estocolmo, también comunicada por telégrafo, a otro periódico alemán (Periódico de Voss) 2, sobre una conferencia entre el grupo de Chjeídze en la Duma, el Grupo del Trabajo (¿Arbeiterfraction?) y los representantes de 15 sindicatos obreros el 2 (15) de marzo y sobre un manifiesto publicado al día siguiente. De los once puntos de este manifiesto, el telegrama trascribe sólo tres: el primero, la exigencia de una república; el séptimo, la exigencia de paz e inmediatas negociaciones de paz, y el tercero, la exigencia de «una adecuada participación en el gobierno de representantes de la clase obrera rusa».
Si este punto está trascrito correctamente, comprendo por qué la burguesía elogia a Cheídze. Comprendo por qué al elogio, más arriba citado, de los guchkovistas ingleses en el Times se ha sumado el elogio de los guchkovistas franceses en Le Temps. Este periódico de los millonarios e imperialistas franceses decía el 22⁄3:
Los dirigentes de los partidos obreros, y sobre todo el señor Chjeídze, ejercen toda su influencia para moderar los deseos de las clases trabajadoras.
En efecto, reclamar la «participación» de los obreros en el gobierno Guchkov-Miliukov es un absurdo teórico y político: participar como minoría, equivaldría a ser un simple peón; participar en «pie de igualdad», es imposible porque no se puede conciliar la exigencia de continuar la guerra con la exigencia de concertar un armisticio e iniciar negociaciones de paz; para «participar» como mayoría sería necesario contar con fuerza suficiente para derrocar al gobierno Guchkov-Miliukov. En la práctica, exigir la «participación» es caer en la peor especie de blanquismo3, es decir, olvidar la lucha de clases y las condiciones reales en que se libra, entusiasmarse con frases enteramente vacías, sembrar ilusiones entre los obreros, perder un tiempo precioso en negociaciones con Miliukov o con Kerensky, que debería emplearse para crear una fuerza verdaderamente de clase y revolucionaria, una milicia proletaria, capaz de inspirar confianza a todas las capas pobres de la población ‑que constituyen la inmensa mayoría‑, que las ayude a organizarse y a luchar por el pan, la paz y la libertad.
Este error del manifiesto de Chjeídze y de su grupo (no hablo del partido del CO, del Comité de Organización, pues en las fuentes de que dispongo no se dice ni palabra del CO), este error es tanto más extraño por cuanto Skobelev, el colaborador más cercano de Chjeídze, en la conferencia del 2 (15) de marzo, dijo, según los periódicos: «Rusia se halla en vísperas de una segunda, de una verdadera (wirklich) revolución.»
Esta es una verdad de la cual Skobelev y Chjeídze han olvidado sacar conclusiones prácticas. No puedo juzgar desde aquí, desde mi maldita lejanía, hasta qué punto es inminente esta segunda revolución. Por estar en el lugar de los hechos, Skobelev puede apreciar mejor las cosas. Por consiguiente, no me planteo problemas para cuya solución no dispongo ni puedo disponer de los datos concretos necesarios. Me limito a subrayar la confirmación de Skobelev, un «testigo imparcial», es decir, que no pertenece a nuestro partido, de la conclusión real, a que llegué en mi primera carta, es decir: que la revolución de febrero-marzo no ha sido más que la primera etapa de la revolución. Rusia atraviesa un momento histórico muy peculiar de transición a la próxima etapa de la revolución o, para emplear las palabras de Skobelev, a la «segunda revolución».
Si queremos ser marxistas y sacar enseñanzas de la experiencia de las revoluciones del mundo entero, debemos esforzarnos por comprender en qué consiste precisamente la peculiaridad de este momento de transición y qué táctica se desprende de sus características específicas objetivas.
La peculiaridad de la situación consiste en que el gobierno Guchkov-Miliukov obtuvo la primera victoria con extraordinaria facilidad, gracias a las siguientes tres circunstancias principales:
- la ayuda del capital financiero anglo-francés y de sus agentes;
- la ayuda de parte de los altos mandos del ejército;
- la organización ya existente de toda la burguesía rusa en los zemstvos, en los municipios, en la Duma del Estado, en los comités de la industria de guerra, etc.
El gobierno Guchkov está apresado en un cepo: atado por los intereses del capital, se ve obligado a esforzarse por continuar la guerra de rapiña y de saqueo, a proteger los escandalosos beneficios del capital y de los terratenientes, a restaurar la monarquía. Atado por su origen revolucionario y por la necesidad de un brusco cambio del zarismo a la democracia, presionado por las masas que tienen hambre de pan y hambre de paz, el gobierno se ve obligado a mentir, a maniobrar, a ganar tiempo, a «proclamar» y prometer lo más posible (las promesas son lo único barato, incluso en un período de ascenso desenfrenado de los precios) y a hacer lo menos posible, a hacer concesiones con una mano y a birlarlas con la otra.
En determinadas condiciones, el nuevo gobierno puede, como mucho, aplazar un poco su derrumbe, apoyándose en toda la capacidad de organización de la burguesía rusa y de la intelectualidad burguesa. Pero aun así es incapaz de evitar el derrumbe, porque es imposible escapar a las garras del monstruo espantoso alimentado por el capitalismo mundial ‑la guerra imperialista y el hambre- sin renunciar a las relaciones burguesas, sin tomar medidas revolucionarias, sin apelar al supremo heroísmo histórico del proletariado ruso e internacional.
De ahí la conclusión: no podemos derribar al nuevo gobierno de un solo golpe, y si pudiésemos (en épocas revolucionarias los límites de lo posible se amplían mil veces), no estaríamos en condiciones de conservar el poder a menos que opusiéramos a la magnífica organización de toda la burguesía rusa y de toda la intelectualidad burguesa una no menos magnífica organización del proletariado, que deberá dirigir a toda la inmensa masa de pobres de la ciudad y del campo, el semiproletariado y los pequeños propietarios.
Ya sea que la «segunda revolución» haya estallado ya en Petersburgo (he dicho que sería totalmente absurdo pensar que es posible desde el extranjero, determinar el ritmo real con que madura), que haya sido aplazada por un tiempo o haya comenzado ya en algunas regiones aisladas (de lo cual hay signos evidentes), de cualquier modo, la consigna del momento, en vísperas de la nueva revolución, durante ella o inmediatamente después de ella, debe ser organización proletaria.
Camaradas obreros! Han realizado ustedes prodigios de heroísmo proletario ayer, al derrocar a la monarquía zarista. En un futuro más o menos cercano (quizás incluso ahora, mientras escribo estas líneas), tendrán que realizar otra vez idénticos prodigios de heroísmo para derribar el dominio de los terratenientes y los capitalistas, que hacen la guerra imperialista. ¡No podrán lograr ustedes una victoria duradera en esta próxima y «verdadera», revolución, si no se realizan prodigios de organización proletaria!
Organización, es la consigna del momento. Pero limitarse a esto equivaldría a no decir nada, porque por una parte, la organización es siempre necesaria; por tanto, referirse solamente a la necesidad de «organizar a las masas» no explica absolutamente nada; por otra parte, quien sólo se limita a ello, se convierte en cómplice de los liberales, porque lo que los liberales desean precisamente, para consolidar su dominación, es que los obreros no traspasen los límites de sus organizaciones corrientes, «legales» (desde el punto de vista de la sociedad burguesa «normal»), es decir, que los obreros se incorporen solamente a su partido, a su sindicato, a su cooperativa, etc., etc.
Guiados por su instinto de clase, los obreros han comprendido que en un período revolucionario necesitan organizaciones no sólo corrientes, sino completamente diferentes, y han emprendido con acierto el camino señalado por la experiencia de nuestra revolución de 1905 y de la Comuna de París de 1871; han creado un soviet de diputados obreros, han comenzado a desarrollarlo, ampliarlo y fortalecerlo, atrayendo a él a diputados de los soldados y, sin duda alguna, a diputados de los asalariados rurales y, además (en una u otra forma) de todos los campesinos pobres.
La principal tarea, la más importante, y que no puede ser postergada, es crear organizaciones de ese tipo en todos los lugares de Rusia sin excepción, para todos los gremios y todas las capas de la población proletaria y semiproletaria sin excepción, es decir, para todos los trabajadores y todos los explotados, para emplear un término menos exacto desde el punto de vista de la economía, pero más popular. Señalaré, anticipándome, que nuestro partido (espero poder ocuparme en una de mis próximas cartas de su papel especial en el nuevo tipo de organizaciones proletarias) debe recomendar especialmente a toda la masa campesina que organice soviets de trabajadores asalariados y soviets de pequeños agricultores que no venden su cereal, independientemente de los campesinos ricos. Sin esta condición será en general4 imposible, tanto aplicar una auténtica política proletaria, como abordar con acierto la cuestión práctica en extremo importante, que es cuestión de vida o muerte para millones de hombres: la justa distribución de los cereales, el aumento de su producción, etc.
Surge la pregunta: ¿Cuál debe ser la función de los soviets de diputados obreros? «Deben ser considerados como los órganos de la insurrección, como los órganos del poder revolucionario», decíamos en el número 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra, el 13 de octubre de 1915.
Esta proposición teórica, deducida de la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, debe ser explicada y desarrollada concretamente basándose en la experiencia práctica, precisamente de la etapa actual, de la actual revolución en Rusia.
Necesitamos un gobierno revolucionario, necesitamos (durante un cierto período de transición) un Estado. Esto es lo que nos distingue de los anarquistas. La diferencia entre los marxistas revolucionarios y los anarquistas, no sólo consiste en que los primeros son partidarios de la gran producción comunista centralizada, mientras que los segundos son partidarios de la pequeña producción dispersa. No, la diferencia entre nosotros, precisamente en la cuestión del gobierno, del Estado, consiste en que nosotros estamos por la utilización revolucionaria de formas revolucionarias de Estado en la lucha por el socialismo y los anarquistas están en contra.
Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la burguesía en todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta las repúblicas más democráticas. Y en ello nos distinguimos de los oportunistas y de los kautskistas5 de los viejos y decadentes partidos socialistas, que han deformado u olvidado las enseñanzas de la Comuna de París y el análisis que de estas enseñanzas hicieron Marx y Engels6.
Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía, con organismos de gobierno ‑en forma de policía, ejército y burocracia (funcionarios públicos)- separados del pueblo y en contra de él. Todas las revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esa maquinaria del Estado, a trasferirla simplemente de manos de un partido a las de otro.
Por otra parte, si el proletariado quiere defender las conquistas de la presente revolución y seguir adelante, si quiere conquistar la paz, el pan y la libertad, debe, empleando la expresión de Marx, «destruir» esa maquinaria del Estado «prefabricada» y reemplazarla por otra nueva, fusionando la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo armado. Siguiendo el camino indicado por la experiencia de la Comuna de París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, el proletariado debe organizar y armar a todos los sectores pobres y explotados de la población, a fin de que ellos mismos puedan tomar directamente en sus propias manos los organismos del poder del Estado y puedan ellos mismos establecer esos organismos del poder del Estado.
Los obreros de Rusia emprendieron ya ese camino en la primera etapa de la primera revolución, en febrero-marzo de 1917. Ahora todo estriba en comprender claramente cuál es este nuevo camino, en seguir adelante por él, con firmeza y perseverancia.
Los capitalistas anglo-franceses y rusos «sólo» querían alejar a Nicolás II, o sólo «asustarlo», y dejar intacta la vieja maquinaria del Estado, la policía, el ejército y la burocracia.
Los obreros fueron más lejos y la destruyeron. Y ahora no sólo los capitalistas anglo-franceses, sino también los alemanes, braman con furia y espanto al ver, por ejemplo, que los soldados rusos fusilan a sus oficiales, como en el caso del almirante Nepenin, ese partidario de Guchkov y de Miliukov.
He dicho que los obreros han destruido la vieja maquinaria del Estado. Más correcto sería decir: han comenzado a destruirla.
Tomemos un ejemplo concreto.
En Petersburgo y en muchos otros lugares la policía en parte ha sido liquidada y en parte dispersada. El gobierno Guchkov-Miliukov no puede restaurar la monarquía ni, en general, conservar el poder sin restablecer antes la fuerza policial como una organización especial de hombres armados a las órdenes de la burguesía, separada del pueblo y en contra de él. Esto es claro como el día.
Por otra parte, el nuevo gobierno se ve obligado a tener en cuenta al pueblo revolucionario, a alimentarlo con concesiones a medias y con promesas, a ganar tiempo. Por ello recurre a medidas a medias: organiza una «milicia popular» con oficiales designados por elección (¡esto suena terriblemente respetable, terriblemente democrático, revolucionario y hermoso!), pero… pero en primer lugar, pone esta milicia bajo el control de los zemstvos y las municipalidades, es decir, ¡¡a las órdenes de los terratenientes y de los capitalistas elegidos según las leyes promulgadas por Nicolás II el Sanguinario y por Stolipin el Verdugo!! En segundo lugar, a pesar de que la llama «milicia popular», para echar tierra a los ojos del «pueblo», no llama a todo el pueblo a incorporarse a esta milicia y no obliga a los patronos y capitalistas a pagar a los obreros y empleados el salario corriente por las horas y los días que consagran al servicio público, es decir, a la milicia.
Esta es la trampa. Así es como el gobierno terrateniente y capitalista de los Guchkov y los Miliukov consigue tener una «milicia popular» en el papel, mientras que en realidad restablece poco a poco, bajo cuerda, la milicia burguesa, antipopular. Al principio consistirá en «8.000 estudiantes y profesores» (como describen los periódicos extranjeros a la actual milicia de Petersburgo} -¡evidentemente una niñería!- y después, poco a poco, será organizada con las antiguas y las nuevas fuerzas de seguridad.
¡Impedir el restablecimiento de las fuerzas de seguridad! ¡No dejar escapar de las manos los gobiernos locales! ¡Organizar una milicia que abarque al pueblo entero, auténticamente universal, dirigida por el proletariado! Esta es la tarea del día, esta es la consigna del momento, que responde por igual a los intereses bien comprendidos de la ulterior lucha de clase, del ulterior movimiento revolucionario y al instinto democrático de cada obrero, de cada campesino, de cada trabajador explotado, que no puede dejar de odiar a la policía, a las patrullas de la gendarmería, a los esbirros de la aldea, el imperio de los terratenientes y capitalistas sobre hombres armados con poder sobre el pueblo.
¿Qué clase de fuerzas de seguridad necesitan ellos, los Guchkov y los Miliukov, los terratenientes y los capitalistas? Del mismo tipo que las existentes bajo la monarquía zarista. Todas las repúblicas burguesas y democrático-burguesas del mundo crearon o restablecieron, después de los más breves períodos revolucionarios, precisamente esas fuerzas de seguridad, una organización especial de hombres armados subordinados, de una u otra forma, a la burguesía, separados del pueblo y en contra de él.
¿Qué clase de milicia necesitamos nosotros, el proletariado, todo el pueblo trabajador? Una auténtica milicia popular, es decir, una milicia que en primer lugar, esté formada por la población entera, por todos los ciudadanos adultos de ambos sexos y que, en segundo lugar, combine las funciones de un ejército popular con funciones de policía, con las funciones de órgano principal y fundamental del orden público y de la administración pública.
Para hacer más comprensibles estas ideas tomaré un ejemplo puramente esquemático. No es necesario decir que sería absurdo querer trazar cualquier tipo de «plan» para una milicia proletaria: cuando los obreros y el pueblo entero la lleven a la práctica, verdaderamente en forma masiva, la constituirán y organizarán cien veces mejor que cualquier teórico. Yo no propongo un «plan», sólo quiero ilustrar mi idea.
Petersburgo tiene una población de alrededor de dos millones de habitantes; de éstos, más de la mitad oscilan entre los 15 y los 65 años. Tomemos la mitad, un millón. Restémosle incluso toda una cuarta parte: los físicamente incapacitados, etc., que no participan hoy en el servicio público por causas justificadas. Quedan 750.000 personas que, sirviendo en la milicia, digamos, un día de cada quince (y percibiendo el salario de estos días de su patrono), formarían un ejército de 50.000 hombres.
¡Este es el tipo de «Estado» que necesitamos!
Este es el tipo de milicia que sería una «milicia popular», en los hechos y no sólo de palabra.
Así es como debemos proceder para evitar el restablecimiento de una fuerza de seguridad especial o de un ejército especial, separado del pueblo.
Esa milicia compuesta en un 95 por ciento por obreros y campesinos, expresaría el pensamiento, la voluntad verdaderos, la fuerza y el poder de la inmensa mayoría del pueblo. Esa milicia armaría de verdad a todo el pueblo y le daría instrucción militar, sería una garantía ‑no al estilo de Guchkov o Miliukov- contra todas las tentativas de restablecer la reacción, contra todos los designios de los agentes zaristas. Esa milicia sería el organismo ejecutivo de los «soviets de diputados obreros y soldados», gozaría del respeto y la confianza ilimitados del pueblo, pues ella misma sería una organización del pueblo entero. Esta milicia transformaría la democracia, de hermoso rótulo que encubre la esclavización y tormento del pueblo por los capitalistas, en un medio de verdadera educación de las masas para que participen en todos los asuntos del Estado. Esta milicia incorporaría a los jóvenes a la vida política, y los educaría no sólo con palabras, sino mediante la acción, mediante el trabajo. Esta milicia desplegaría las funciones que, hablando en lenguaje científico, entran dentro de la esfera de la «policía del bienestar público», la inspección sanitaria, etc., e incorporarían a esta labor a todas las mujeres adultas. Si no se incorpora a las mujeres a las funciones públicas, a la milicia y a la vida política, si no se arranca a las mujeres del ambiente embrutecedor del hogar y la cocina, será imposible asegurar la verdadera libertad, será imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del socialismo.
Esta milicia sería una milicia proletaria, porque los obreros industriales y urbanos ejercerían una influencia dirigente sobre la masa de los pobres de manera tan natural e inevitable como desempeñaron el papel dirigente en la lucha revolucionaria del pueblo, tanto en 1905 – 1907 como en 1917.
Esta milicia aseguraría el orden absoluto y observaría con toda abnegación una disciplina basada en la camaradería. Al mismo tiempo, en la grave crisis que sufren todos los países en guerra, esta milicia permitiría combatir dicha crisis por medios verdaderamente democráticos, procediendo a hacer un reparto justo y rápido de los cereales y de otros víveres, introduciendo el «servicio de trabajo obligatorio», al que los franceses llaman hoy «movilización civil» y los alemanes «servicio civil», y sin el cual es imposible ‑se ha probado que es imposible- restañar las heridas que ha infligido y continúa infligiendo la terrible guerra de rapiña.
¿Acaso el proletariado de Rusia derramó su sangre sólo para recibir hermosas promesas de reformas democráticas de carácter político y nada más? ¿Será posible que no exija y garantice que todo trabajador vea y perciba inmediatamente alguna mejora en sus condiciones de vida? ¿Que cada familia tenga pan? ¿Que cada niño tenga una botella de buena leche y que ni un sólo adulto de familia rica se atreva a consumir más de su ración de leche mientras no la tengan los niños? ¿Que los palacios y los ricos apartamentos abandonados por el zar y la aristocracia no queden desocupados y den refugio a los que no tienen hogar y a los indigentes? ¿Quién puede aplicar estas medidas excepto la milicia popular, en la que las mujeres deben participar al igual que los hombres?
Esas medidas aún no constituyen el socialismo. Atañen a la regulación del consumo, y no a la reorganización de la producción. No significarían aún la «dictadura del proletariado», sino solamente la «dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado pobre». No se trata de hacer una clasificación teórica. Cometeríamos un grave error si quisiéramos meter por la fuerza los objetivos de la revolución, complejos, apremiantes y en rápido desarrollo, en el lecho de Procusto de una «teoría» estrechamente concebida, en lugar de considerar la teoría ante todo y sobre todo como una guía para la acción.
¿Posee la masa de los obreros rusos suficiente conciencia de clase, firmeza y heroísmo para realizar «prodigios de organización proletaria» después de haber realizado, en la lucha revolucionaria directa, prodigios de audacia, de iniciativa y de espíritu de sacrificio? Esto no lo sabemos, y sería ocioso entregarse a conjeturas, pues sólo la práctica puede dar respuesta a semejantes cuestiones.
Lo que sí sabemos con certeza, y lo que nosotros, como partido, debemos explicar a las masas es, por una parte, que la enorme potencia de la locomotora de la historia está engendrando una crisis sin precedente, el hambre y calamidades incalculables. Esa locomotora es la guerra, hecha por los capitalistas de ambas coaliciones beligerantes con fines de rapiña. Esa «locomotora» ha conducido al borde de la ruina a muchas naciones de las más ricas, más libres y más cultas. Obliga a los pueblos a poner en tensión, hasta el límite, todas sus energías, colocándolos en una situación insoportable, poniéndola la orden del día, no la aplicación de ciertas «teorías» (una ilusión contra la cual Marx previno siempre a los socialistas), sino la aplicación de las medidas prácticas más extremas, porque sin medidas extremas, a millones de seres les espera la muerte, la muerte inmediata y cierta por hambre.
No es necesario demostrar que el entusiasmo revolucionario de la clase avanzada puede mucho cuando la situación objetiva exige de todo el pueblo la adopción de medidas extremas. Este aspecto lo ve y lo siente claramente todo el mundo, en Rusia.
Es importante comprender que en tiempos revolucionarios la situación objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la vida en general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y nuestras tareas inmediatas a las características específicas de cada situación dada. Hasta febrero de 1917 la tarea inmediata era realizar una audaz propaganda revolucionaria internacionalista, llamar a las masas a luchar, despertarlas. Las jornadas de febrero-marzo exigieron el heroísmo de una lucha abnegada para aplastar al enemigo inmediato, el zarismo. Ahora nos encontramos en un período de transición de esta primera etapa de la revolución a la segunda, de «pelear» con el zarismo a «pelear» con el imperialismo terrateniente y capitalista de Guchkov-Miliukov. La tarea inmediata es la organización, no sólo en el sentido estereotipado de entregarse a constituir organizaciones estereotipadas, sino en el sentido de incorporar, en proporciones nunca vistas, a amplias masas de las clases oprimidas a una organización que se haría cargo de las funciones militares, políticas y económicas del Estado.
El proletariado ha abordado y abordará de diversas maneras esta tarea original. En algunos lugares de Rusia la revolución de febrero-marzo ha puesto casi la totalidad del poder en sus manos; en otros, el proletariado quizá comience a organizar y desarrollar en forma «subrepticia» la milicia proletaria; y en otros probablemente luchará por elecciones inmediatas, sobre la base del sufragio universal, etc., a los municipios y a los zemstvos, para convertirlos en centros revoluciones, etc., hasta que el crecimiento de la organización proletaria, la unión de los soldados con los obreros, el movimiento entre el campesinado y la desilusión que muchos experimentarán respecto del gobierno guerrerista imperialista de Guchkov y Miliukov, acerquen la hora de reemplazar ese gobierno por el «gobierno» del soviet de diputados obreros.
Tampoco debemos olvidar que muy cerca de Petersburgo se encuentra uno de los países más avanzados, realmente republicano, o sea Finlandia, que desde 1905 a 1917, escudado por las batallas revolucionarias de Rusia, ha desarrollado, en forma relativamente pacífica, la democracia y ha conquistado para el socialismo a la mayoría de su población. El proletariado de Rusia garantizará a la república finlandesa una libertad completa, incluida la libertad de separación (ahora que el kadete Ródichev regatea tan indignamente en Helsingfors migajas de privilegios para los gran rusos), es difícil que un solo socialdemócrata abrigue dudas al respecto, y precisamente de esa manera se ganará la confianza completa y la ayuda fraterna de los obreros finlandeses a la causa del proletariado de toda Rusia. Los errores son inevitables en toda empresa difícil y grande; tampoco los evitaremos nosotros.
Los obreros finlandeses son mejores organizadores, nos ayudarán en este aspecto, impulsarán, a su manera, la instauración de la república socialista.
Las victorias revolucionarias en la propia Rusia ‑los éxitos de la organización pacífica en Finlandia, escudada por esas victorias‑, el paso de los obreros rusos a las tareas revolucionarias de organización en una nueva escala ‑la toma del poder por el proletariado y las capas más pobres de la población‑, el estímulo y el desarrollo de la revolución socialista en Occidente: tal es el camino que nos conducirá a la paz y al socialismo.
N. Lenin
Zurich, 11 (24) de marzo de 1917
- Publicado por primera vez en 1924, en la revista Internacional Comunista, número 3 – 4. Se publica de acuerdo con el manuscrito.
- «Periódico de Voss» (Vossische Zeitung): publicación de los liberales moderados de Alemania, editada en Berlín desde 1704 hasta 1934. (Ed.).
- Se refiere a los seguidores de Blanqui, Louis (1805−1881). Fue un socialista francés que participó de la revolución de 1830 en Francia. Organizó la insurrección fallida en 1839 y fue encarcelado. Volvió a prisión en vísperas de la Comuna de París, hasta 1879. Blanqui sostenía la teoría de la insurrección armada por grupos pequeños de hombres seleccionados y entrenados, en oposición a la concepción marxista de la insurrección de masas.
- En las zonas rurales se desarrollará ahora una lucha por los pequeños campesinos y, en parte por los campesinos medios. Los terratenientes, apoyándose en los campesinos ricos, tratarán de que éstos se subordinen a la burguesía. Nosotros, apoyándonos en los asalariados rurales y en los pobres del campo, debemos conducirlos a la más estrecha unión con el proletariado urbano.
- Seguidores de Kautsky, Kart (1854−1938). Fue un dirigente y teórico de la socialdemocracia alemana y fundador de la IIº Internacional. Enfrentó las posiciones revisionistas de Eduard Bernstein en la década de 1890. giró hacia posiciones reformistas años después. Frente a la Primera Guerra Mundial, adoptó una posición primeramente pacifista y luego, socialchovinista. En 1917 fundó, junto a Hilferding y Otto Bauer el Partido Socialdemócrata Independiente, oponiéndose abiertamente a la Revolución de Octubre y la dictadura del proletariado, abogando por la vía parlamentaria. Por esta razón fue combatido por Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En 1922 regresó al Partido Socialdemócrata.
- En una de mis próximas cartas o en un artículo especial trataré en forma detallada de este análisis hecho especialmente en La guerra civil de Francia, de C. Marx, en el prefacio de Engels a la tercera edición de dicha obra, en las cartas de Marx del 12 de abril de 1871 y de Engels del 18 y del 28 de marzo de 1875, así como de la forma en que Kautsky tergiversó por completo el marxismo en la polémica que sostuvo en 1912 con Panneckoek sobre el problema de la llamada «destrucción del Estado». (Véase V. I. Lenin, op. cit., t. XXVII, El Estado y la revolución. (Ed.)