«Rasgos externos que no se corresponden definidamente con los del propio sexo ideológico». Así define el autor el juego de la política de Zapatero hacia Euskal Herria, «con el rey de oros y el rey de bastos», sobre el fondo del reciente juicio a Otegi, Permach y Álvarez, a los que considera «hombres de Estado». Aboga por superar «los ríos de literatura agresiva y violenta» que se promueven en el Estado y concluye advirtiendo de los riesgos que tal práctica tiene en la «descarada destrucción de la estructura política».
Existe la androginia política. Y lejos de nosotros el afán de injuria. Son andróginos políticos aquellos individuos cuyos rasgos externos no se corresponden definidamente con los de su propio sexo ideológico. Me di a reflexionar sobre ello al considerar la trayectoria del Sr. Zapatero. El Sr. Zapatero tiene un sexo dictatorial y, sin embargo, se esfuerza con determinación en aparentar un liberalismo acendrado. Son prueba eficiente de lo que digo las caras de su moneda. No se sabe nunca de su sexo político, tan puesto a prueba en la cuestión vasca. ¿Cuál es la verdadera personalidad del Sr. Zapatero en esta cuestión? Por una parte ofrece una faz dura y represiva que desea atraer electoralmente a los españoles radicales ‑una inmensa mayoría-; los españoles severos de la unidad española teologal e imperialista. Por otra, practica una ambigüedad nebulosa preñada de extrañas señales negociadoras hacia los vascos. Nombra un vicepresidente investido de poder para mandar sus legiones antivascas a la cruel represión en Euskadi y un ministro de la presidencia para manosear bajo los manteles a los nacionalistas, a todos los nacionalistas; a los francos que hablan de soberanismo y a los irisados que desean ir a por atún y a ver al duque. Una especie de gobierno de coalición. Es más, el Sr. Zapatero ha decidido para no ser sorprendido con las manos en la masa reinar, pero no gobernar. Se ha convertido en monarca, lo que ha producido una singular forma de estado en que los despachos con la Corona serán el despacho entre dos reyes: uno de oros y otro de bastos. Al fondo, la figura tétrica del Sr. Pérez Rubalcaba, primer ministro en funciones. Todo esto convierte al Estado español en un cubo de Rubik.
Sobre este fondo de poderes disueltos y convertidos en una satrapía, está el proceso contra los Sres. Otegi, Permach y Alvarez, por supuesto delito de exaltación del terrorismo en el mitin de Anoeta. Los jueces tratan de resolver el famoso cubo, pero no cuadra. ¿Qué hacer con los imputados? ¿Condenarles a una dura pena por ser partícipes de ETA o sancionarles levemente para convertir la condena de arma larga en arma corta? Veo, quizá, la sugestión del Gobierno que encabeza el Sr. Rubalcaba a los magistrados: «Hay que conseguir una condena irrelevante en cuanto a lo penal, pero efectiva en cuanto a la privación de derechos políticos». Por ejemplo, mantener la petición fiscal de inhabilitación política durante uno o dos años. Lo suficiente para cerrar las puertas a la participación en las próximas elecciones. Los otros posibles dos años de celda quedan disueltos en el no cumplimiento de la pena carcelaria dada su escasa temporalidad. Los Sres. Otegi, Permach y Alvarez serán ciudadanos en libertad condicional, aunque con la mochila sobre sus espaldas de protagonizar una pena que puede convertir en real la cárcel si se aprecia luego reiteración punible en otra causa.
Todo esto es un enredo de la «Commedia dell’Arte». Tengo la certeza íntima de que lo encargado o sugerido a la Audiencia Nacional es la construcción de un nuevo aparato para filtrar el supuesto Estado de Derecho empleando el segundo sexo político o sexo dictatorial. El sexo verdadero del sistema. Esta certeza la extraigo de la frase del segundo rey o Petit Roi, Sr. Zapatero, acerca del debate en torno a la postura del Sr. Eguiguren respecto a los procesados: «No hagamos propaganda a quienes no la merecen». Ahí está un poco de luz sobre la postura real del ocupante de la Moncloa acerca de la libertad y la democracia: «No hagamos propaganda a quienes no la merecen». Esto es, hay gente o ciudadanos que no merecen ser tales. Los vascos producen vascos monstruosos. Lo dice el leonés. Es inútil, pues, tratar de compartir mesa normal. Dejemos a los mencionados ciudadanos en manos de los jueces reales, que tienen la esencia de su condena casi en molde ¿Y si esos jueces absuelven? Ahí habrá que dar otro par de vueltas al cubo de Rubik ¿Qué color valdrá: el verde esperanza, el rojo progresista, el amarillo del desprecio? Es difícil saberlo.
Hay que complacer a dos naciones profundamente enfrentadas por la manipulación larga y extensa: la que quiere conducir con limpia claridad democrática el levantamiento nacional vasco ‑un levantamiento de razones o razonable- y a aquella que desea un castigo ejemplar para la colonia. ¿A cuál de las dos complacer? A las dos es imposible desde el Gobierno si el Gobierno toma postura previa. La única forma de lograr la concordia es que todas las fuerzas políticas puedan proceder libremente y dejar que la relación debatida sea la forma adecuada de la relación. Pero permitir que esto ocurra pasa por una inicial fe ‑más o menos profunda- en que la palabra negociadora ha de constituir una moneda válida para ambas partes. Una moneda con dos caras iguales. Y no dejarla que caiga de canto para proseguir un camino desnortado. Sonemos la campana como en los combates de boxeo: ¡Primer asalto: segundos fuera! Es decir, un combate sin jueces ni policías en el cuadrilátero. Ahí vale la frase de le Petit Roi: no hagamos propaganda, ni por tanto uso, de quienes no la merecen. Se trata de la democracia. Tampoco «de la verdadera democracia». Los adjetivos suelen corroer frecuentemente los sustantivos. Simplemente, la democracia.
En el juicio que rula en Madrid hay sentados tres hombres de Estado, uno de ellos revestido del liderato por los ciudadanos vascos que creen en él. Esto no pueden ignorarlo todos esos españoles que escriben en los periódicos de Madrid, bajo anonimato, claro es, esas inepcias acerca del carácter criminal del Sr. Otegi. Con una cierta práctica en la lectura ‑cosa tan poco española- quienes sueñan con la legión en tierra euskaldun sabrían que la libertad de los pueblos ha sido forjada con reiterada e idéntica labor por ciudadanos y ciudadanas a los que se maltrató de palabra y obra. Ciudadanos y ciudadanas que a la postre han sido fijados en las imágenes cuya exhibición, muchas veces, se quiere convertir previamente en crimen.
Es hora de que esta práctica de la violencia ceda el paso a una relación normalizada, que ahorre el trabajo inútil de degradar previamente a quienes son simplemente portavoces de una política digna y simple: la política de la libertad. Decir esto resulta una simpleza por la sencillez que supone su comprensión. Y, sin embargo, ¿qué está sucediendo en la política para que esta simpleza produzca tal río de literatura y tanta agresividad y violencia? Primera explicación aceptable: que la libertad burguesa ha muerto consumida por los abusos de unas élites huérfanas ya de cualquier tipo de ética. Segunda explicación entendible: que quienes practican el kárate-legal contra la libertad son el fruto postrero de un fascismo que, trasfundido con guerras, han inyectado en la médula de las multitudes para convertirlas, no pocas veces, en lo que Aristóteles no llamaría un «zoom politikon» sino un «zoom» a secas.
El juicio sobre el suceso de Anoeta no supone sólo un atentado circunstancial a la moral jurídica sino que conlleva la contaminación de la magistratura por poderes que practican de modo descarado la destrucción de la estructura política que crearon la Ilustración y la Revolución Francesa. Nadie diga ahora que la forma de vida burguesa ha sufrido un atentado revolucionario. Esa estructura está siendo desbaratada desde su propio interior por políticos que usan el poder no como una delegación honesta de poder por parte de la ciudadanía sino como una herramienta para autorreproducirse sin más destino que ellos mismos. Así de simple.