Uno de los diques que suelen habilitarse para evitar el avance en la normalización política de Euskadi es el respeto que se debe a las víctimas del terrorismo. Como resulta obvio el terrorismo es el que protagoniza ETA y por extraña similitud el abertzalismo de izquierda. Para los poderes instituidos y para un número muy alto de españoles no hay ningún otro terrorismo. Pues bien, las víctimas de este terror justifican toda dominación antidemocrática e impiden cualquier aproximación constructiva entre independentistas vascos y represores españoles bajo la especie de que cualquier liberación de un miembro de ETA o simplemente de Batasuna o de su entorno significaría una ofensa insufrible para los familiares de la víctima o de la víctima misma. Se alega siempre: «los familiares de una víctima del terrorismo o la víctima en su caso no soportarían cruzarse en la calle con el autor de la muerte o de las lesiones de su deudo». Conste de entrada que entiendo el rencor y el deseo de venganza en los agredidos o en quienes han sufrido indirectamente las consecuencias de la agresión. La naturaleza humana ha madurado muy poco respecto a las pulsiones primarias que habitan en las profundidades de la especie. Pero aún entendiendo esas pasiones, que un afán de progreso social debiera encauzar, vale hacer algunas preguntas en torno al problema del dolor, el odio y, lo que es más grave, lo que se entiende corrientemente por dignidad agredida.
Se puede en nombre de tales pulsiones cerrar continuadamente la puerta a la libertad? Si las agresiones constituyeran una razón indiscutible para cegar cualquier camino hacia el futuro, ¿en qué situación casi prehistórica se encontraría hoy el mundo? Respecto a España, concretamente ¿qué modo de convivencia o de resolución de conflictos podría funcionar si los familiares de los asesinados por la dictadura franquista en la guerra y, lo que es más grave, en la postguerra alegaran que no pueden tener vecindad con los asesinos que además de no haber sido juzgados escalaron cargos de responsabilidad y siguieron persiguiendo las ideas de los represaliados? Es más: ¿qué cabría oponer a la libertad política de los tales si esas víctimas señalaran como «entorno» a tantos políticos o ciudadanos que han sucedido, de una forma real o ideológica, a los asesinos? El mismo presidente del Gobierno español actual, Sr. Rodríguez Zapatero, admite en la libertad política a los que hoy continúan en parte sustancial la ideología antisocial del genocida o incluso actuaron en el gran genocidio franquista. Un abuelo del Sr. Zapatero fue militar fusilado por su lealtad al régimen legalmente instituido de la II República y ahí está el presidente al leal servicio de la monarquía que nació del franquismo. Dice que lo hace en pro del olvido y la convivencia. ¡Ah! Es más, el presidente no tiene inconveniente alguno en servirse con soltura de cuerpos policiales que protagonizaron la represión con verdadero furor y que ahora persisten en tarea parecida. Y hablamos de un socialista que conoce el río de sangre que produjeron en el socialismo, simplemente por razones ideológicas, esos cuerpos que nunca fueron depurados por crímenes contra la humanidad; crímenes que ahora se mantiene que no prescriben.
Puede alguien negar el dolor de los deudos de quienes fueron asesinados bajo la inicua calificación de rebeldes? ¿Rebeldes? ¿Quiénes fueron los rebeldes? Lo más grave del franquismo es que tiene una sombra alargada: sigue negando la libertad, sigue ultrajando a la democracia, insiste en herir a muchos ciudadanos. Y, sin embargo, nadie debe alegar, en nombre de un pretérito caducado en nombre de la convivencia, que le repugna andar por la calle conviviendo con sucesores ideológicos de aquellos que diezmaron tantos pueblos. A propósito de esta realidad incuestionable, ¿cómo puede soportar nadie razonablemente formado el argumento de que la represión franquista fue paralela a la barbarie republicana y que por eso hay que olvidar?. Vamos a ver, vamos a ver.…
Hasta que el pequeño general no se alzó en armas la II República navegaba a través de escollos, pero nadie puede demostrar que hubiera matanzas de los republicanos contra los antirrepublicanos. Hubo atentados concretos y muy limitados por ambas partes, desmanes sofocados por el Gobierno republicano, enfrentamientos peligrosos, pero a todo ello hizo frente el Gobierno republicano que representaba a las clases populares o a la ciudadanía con afán de modernidad y de equilibrio social. De esos desmanes la mayoría hay que cargarlo a las fuerzas de la Guardia Civil o de una guardia de asalto a la que se dio órdenes de proceder sin contemplaciones no contra la clase media o contra las derechas más duras sino contra campesinos u obreros que reclamaban el derecho a una mínima dignidad social. ¿Es cierto o no es cierto que la sangre se desbordó tras la sublevación de Franco, que provocó una lamentable situación excepcional, con la nota favorable de que el Gobierno republicano procuró yugular las venganzas suscitadas en los primeros seis meses del ataque franquista ‑incluyendo el error de no armar al pueblo contra el levantamiento‑, mientras la represión del Genocida se alargó durante cuarenta años destruyendo la España ilusionada que nació el 14 de abril? Otra pregunta para contestarla desde las cátedras mendaces de la educación para la ciudadanía.
Yahora retornemos al momento actual, en que el Sr. Zapatero y sus cónsules en Euskadi tratan de conseguir un estatus de continuidad dificultando, destruyendo o deformando las posibilidades para conseguir la igualdad política de todos los vascos. ¿Puede alegarse en ese proceso que los condenados por acciones armadas o los implicados en una política soberanista y, por tanto, terroristas subyacentes según la paupérrima doctrina oficial, dificultan per se y por tanto indefinidamente la normalización por producir la irritación de la AVT, por ejemplo? Gobernar es respetar la ley querida por el pueblo, pero es, también, temperar pasiones y ponerlas en su lugar a fin de que las puertas del futuro sean franqueables. La historia es un largo proceso de amnistías más que de olvidos a fin de que la edificación política confortable sea posible. La humanidad ha vivido siempre encharcada en la sangre que han producido sobre todo los poderes establecidos, pero al mismo tiempo la vida normalizada y abierta a trancas y barrancas ha ido secando esa sangre para que la paz sea posible. No vale al equilibrio social distinguir entre los muertos. A todos, el respeto; para todos, la dignidad debida a cada cual. Además hay algo tan grave como la muerte de los que mueren trágicamente y es la muerte que se idea para muchos vivos que desaparecen del censo activo por obra y gracia del «manualillo» de los poderosos. Esa muerte es tremenda porque no acaba y hiere cada hora. A eso, y valga esta última pregunta, ¿ha de llamarse defensa de la democracia o estado de derecho? A mí no me extraña que los reaccionarios que dominan gran parte del mundo actual ofrezcan esa forma de normalización que brindan con tanto desparpajo y cinismo, porque es lo normal en ellos. Lo que me sorprende es que razón tan obtusa sea ofrecida como fórmula celestial para la paz y la libertad. Gente que, además, define el terrorismo y al terrorista mientras sus armas asfixian, destruyen o pudren toda convivencia razonable. Y me asombra más aún que masas encaradas a lo que debiera tenerse por dramático ejemplo histórico abreven el alma en la confusión más elemental y en las retóricas más despreciables de sus raptores.