Hace unas semanas, conocí a Boro, periodista de La Haine. La Haine es un proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social, que en ocasiones ha publicado mis artículos. Es un gesto que siempre he agradecido y por eso no titubeé ni un segundo, cuando Boro me envió un mensaje, comunicándome que se hallaba en Madrid. Me propuso tomar unas cañas en Lavapiés y yo acepté encantado. Boro es bastante más joven que yo. Nos separan casi dos décadas, pero los dos coincidimos en lo esencial. El capitalismo, lejos de humanizarse, se ha desprendido de su máscara y ha lanzado una verdadera ofensiva contra la clase trabajadora, revelando que un sistema incompatible con la dignidad del individuo y la paz de los pueblos. Es un proceso que se inició en los ochenta, con el duunvirato de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y que en el Estado español se articuló y ejecutó bajo las directrices de Felipe González y José María Aznar, con ideologías aparentemente opuestas, pero convergentes en el firme propósito de favorecer al capital, menoscabando el poder sindical y recortando derechos laborales y sociales. Boro vive en Iruña, pero se acercó a Madrid para informar sobre las Marchas de la Dignidad del 22‑M. Se encontraba en un bar, organizando sus notas cuando se produjeron las brutales cargas policiales, pero días más tarde sufrió en sus propias carnes la violencia de la UIP. Mientras el 29‑M cubría la manifestación convocada con el lema “Jaque a la Monarquía”, un grupo de antidisturbios comenzó a hostigar a los periodistas. Boro realizaba su trabajo a duras penas hasta que un agente empujó violentamente a su compañera sentimental. Intentó frenar la agresión, pero solo logró acabar en el suelo, reducido con una técnica que le cortó la respiración. Al parecer, es el procedimiento habitual, que consiste en estrangular al detenido con una llave, mientras el agente hunde sus rodillas en la espalda del detenido. Está claro que se trata de una violencia desproporcionada e injustificada, cuyo objetivo es humillar, intimidar, desorientar y provocar un sentimiento de extrema vulnerabilidad.
Después de unos minutos interminables, Boro fue trasladado al interior de un furgón policial. Por el camino, gritó: “Soy un periodista. Esta detención es ilegal”. La presencia de otros periodistas permitió grabar y difundir el incidente, provocando la indignación de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), que manifestó su “profunda preocupación” por la “intolerable” agresión a los periodistas. Esperanza Aguirre, Jorge Fernández Díaz y Cristina Cifuentes consideraron que la OSCE metía las narices donde no le incumbía y cuestionaron su derecho a realizar su labor humanitaria. Esta reacción no es casual, sino que está concebida para enardecer y estimular a los agentes, invitándoles a usar la violencia sin tapujos ni inhibiciones. Tal vez eso explica que el agente que inmovilizó y estranguló a Boro, le propinara un puñetazo en el ojo cuando se apartó al resto de los periodistas y se estableció un perímetro de seguridad, con el objeto de librarse de testigos inoportunos. Unos días antes, Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, visitó la comisaría de Moratalaz y estrechó la mano de los agentes de la UIP, felicitándoles por su actuación: “Estoy a vuestro lado. Muy cerca de todos vosotros. Ni detrás ni delante, sino a vuestro lado”. Después de los testimonios de los 21 detenidos el 22‑M, que denunciaron malos tratos en el “Guantánamo” de Madrid (un joven orinó sangre después de sufrir una paliza, se denegó insulina a una diabética, se obligó a permanecer a todos siete horas de pie y mirando a una pared, los chicos no pudieron beber agua ni ir al baño durante 35 horas), las palabras de Jorge Fernández Díaz representan un cheque en blanco a favor de la impunidad y la prueba irrefutable de que el gobierno tolera y promueve la tortura. Si un juez dicta una condena, siempre cabe el recurso del indulto. De hecho, 33 policías condenados en firme por torturas y malos tratos, han sido indultados por el gobierno. España es así.
Boro no sufrió malos tratos en la comisaría de Moratalaz, tal vez porque había manifestado en público su condición de periodista. Se limitaron a cachearle, le arrancaron las pegatinas del 22‑M y le acusaron de “guarro” por su aspecto. Un agente le espetó: “Me da asco tocarte”. Al día siguiente pasó a disposición judicial y fue puesto en libertad con cargos, acusado de atentado contra la autoridad. Le atribuyen una patada y un puñetazo a un agente. Dado que se aplica sistemáticamente la “presunción de veracidad” de la policía, no es improbable que el juicio discurra como una farsa, revelando el carácter profundamente antidemocrático de los tribunales españoles, más preocupados de agradar al poder político y financiero que de administrar justicia, de acuerdo con los principios de equidad, imparcialidad e independencia. Boro es un joven corpulento, de estatura media, de piel morena y rastas en el pelo, que viste de negro. Su imagen exterior se corresponde con el vilipendiado estilo de los antisistema y le convierte un blanco ambulante para fachas y policías (si es que hay alguna diferencia entre ambos términos). En los setenta, el poder no escondía su odio hacia los hippies, la cara más conocida de una disidencia en lucha contra unos gobiernos enredados en guerras neocoloniales (Vietnam, Argelia). Los antisistema han tomado el relevo de esa interminable batalla, pues han cambiado los escenarios (Afganistán, Irak, Libia, Siria), pero no el telón de fondo. Estados Unidos y la UE continúan expoliando los recursos del Tercer Mundo y solo una minoría alza la voz para exigir el fin de esta ignominia.
Boro y yo hablamos en una terraza de Lavapiés, un barrio donde aún se respira el espíritu antifascista del Madrid del 36, cuando el pueblo trabajador se arrojó a la calle para frenar a las columnas del Ejército de África comandadas por Franco. Los dos lamentamos la desunión de la izquierda real, revolucionaria. Yo evoco el espíritu de los setenta, señalando que en los barrios de periferia había un importante movimiento vecinal. “Se trataba de un verdadero cinturón rojo. Existían divisiones, pero estaba muy claro quién era el enemigo y se convergía en la necesidad de crear un mundo más justo y solidario. Todo eso acabó en 1982, con la victoria del PSOE y el apogeo de la Movida. El felipismo y la heroína desmovilizaron a la sociedad y en los noventa se impuso un estilo de vida frívolo y consumista. Sin la crisis económica, la política seguiría aletargada y en un segundo plano, salvo en Euskal Herria, donde nunca se extinguió el espíritu combativo”. La conversación se prolonga dos horas. Nos separamos en la misma esquina que dos semanas después servirá de punto de despedida con Willy Toledo. Pienso en la UIP, que ha creado un nuevo sindicato para defender sus derechos. Al parecer, 67 agentes resultaron heridos el 22‑M y se sienten desamparados. Celebro que experimenten ese sentimiento, pues es el que crean entre las personas detenidas, abusando del poder que les confiere la clase política y no la Constitución de 1978. No seré yo quien defienda este documento, pero en él se prohíben los tratos inhumanos y degradantes y, sin embargo, son habituales y sistemáticos. La policía ha lanzado una cacería contras los manifestantes que participaron en los incidentes del 22‑M, pero no hay ninguna investigación en marcha para averiguar quién disparo las pelotas de goma que han lesionado gravemente a dos jóvenes. Uno ha perdido un testículo y otro la visión de un ojo. Si las víctimas fueran agentes de la UIP, Jorge Fernández Díaz, supernumerario del Opus Dei, aprovecharía la Semana Santa para desfilar en las procesiones de Semana Santa, pidiendo un milagro a la Virgen del Perpetuo Socorro y Esperanza Aguirre escribiría un artículo para ABC, exigiendo que los responsables ardieran en la Puerta de Toledo, el lugar donde antiguamente se quemaba a los herejes condenados en los Autos de Fe. Probablemente, la condesa se encargaría de acercar personalmente la tea a la leña apilada, experimentando un arrobo místico al escuchar los aullidos de la carne chamuscada.
Boro se marcha con su ojo hinchado por el puñetazo del policía, pero sin perder el sentido del humor ni su voluntad de resistir. Continuará su labor periodística contra viento y marea. No he apreciado en él miedo o rencor. Su valentía y su compromiso me infunden esperanza. Espero que tenga suerte y que los tribunales no se ensañen con él. En una época donde los cinco grandes diarios nacionales muestran la misma unanimidad que los periódicos autorizados por Movimiento, la prensa desobediente, alternativa e independiente es tan necesaria como un rayo de luz en mitad de la oscuridad. Sin ella, la ciudanía se hallaría mucho más indefensa y tendría que conformarse con las versiones oficiales, escandalosamente falaces y sin una pizca de honestidad. Boro es un periodista necesario, veraz, altruista, que no percibe un sueldo por estar al servicio del pueblo trabajador. Espero que algún día se reconozca su esfuerzo y el de todos los que luchan contra una España neofranquista, donde protestar es un acto de terrorismo y visitar el Valle de los Caídos un entretenimiento turístico. Las entrañas de la tierra aún claman justicia en un país donde 114.000 hombres y mujeres yacen en fosas clandestinas, excavadas y selladas por los antepasados de la casta que hoy nos gobierna.
RAFAEL NARBONA