¡Bas­ta de decir que Esta­dos Uni­dos es una nación de inmigrantes!

Una nación de inmi­gran­tes: Este es un mito con­ve­nien­te, que fue ela­bo­ra­do en los años sesen­ta como una res­pues­ta a los movi­mien­tos con­tra el colo­nia­lis­mo, el neo­co­lo­nia­lis­mo y la supre­ma­cía blan­ca. La cla­se domi­nan­te y su «gru­po de cere­bros» ofre­cie­ron el mul­ti­cul­tu­ra­lis­mo, la diver­si­dad y la acción afir­ma­ti­va en res­pues­ta a las deman­das por la des­co­lo­ni­za­ción, la jus­ti­cia, las repa­ra­cio­nes, la igual­dad social, el fin del impe­ria­lis­mo y una nue­va narra­ti­va de la his­to­ria —que no se limi­te a ser «inclu­si­va»— sino que sea ver­da­de­ra. En reem­pla­zo de la idea libe­ral del mel­ting pot (cri­sol cul­tu­ral) y la inter­pre­ta­ción triun­fa­lis­ta y nacio­na­lis­ta del «país más gran­de del mun­do y de la his­to­ria», sur­gió el cuen­to de la «nación de inmigrantes».

En la déca­da de 1980, el rela­to sobre las «olas de inmi­gran­tes» has­ta incluía a los pue­blos indí­ge­nas —que habían sido bru­tal­men­te des­pla­za­dos y ase­si­na­dos por los colo­nos y las fuer­zas arma­das— al acep­tar la erró­nea teo­ría del «Estre­cho de Bering» según la cual la inmi­gra­ción indí­ge­na se pro­du­jo unos 12.000 años atrás. Ya enton­ces se sabía que la fecha era inco­rrec­ta, pues había evi­den­cia de pre­sen­cia indí­ge­na en el con­ti­nen­te ame­ri­cano des­de al menos 50.000 años atrás, y pro­ba­ble­men­te más tiem­po aún, al igual que había tam­bién evi­den­cia del ingre­so de per­so­nas por el Pací­fi­co y del Atlán­ti­co —qui­zás, como Dine Delo­ria, jr. lo dijo, las hue­llas de indí­ge­nas ame­ri­ca­nos hacia otros con­ti­nen­tes serán reco­no­ci­das algún día. Pero, los nue­vos tex­tos de his­to­ria ofi­cial pro­cla­ma­ron que los pue­blos indí­ge­nas fue­ron los «pri­me­ros inmi­gran­tes». Decían tam­bién, que lue­go lle­ga­ron los inmi­gran­tes de Ingla­te­rra y Áfri­ca, segui­dos por los irlan­de­ses, des­pués los chi­nos, los euro­peos del Sur y del Este, los japo­ne­ses y los mexi­ca­nos. Hubo algu­nas obje­cio­nes de los afro­ame­ri­ca­nos a que se con­si­de­ra­ra como «inmi­gran­tes» a los afri­ca­nos cap­tu­ra­dos, escla­vi­za­dos y traí­dos enca­de­na­dos a tra­vés del océano, pero no le hicie­ron mella al estri­bi­llo de «nación de inmigrantes».

La ter­gi­ver­sa­ción del pro­ce­so de colo­ni­za­ción euro­pea de Amé­ri­ca del Nor­te, al repre­sen­tar a todos como inmi­gran­tes, sir­ve para pre­ser­var la «his­to­ria ofi­cial» de Esta­dos Uni­dos como un país prin­ci­pal­men­te benigno y bené­vo­lo, y para enmas­ca­rar el hecho de que los colo­nos del perio­do ante­rior a la Inde­pen­den­cia eran exac­ta­men­te eso, colo­nos, como lo fue­ron en Áfri­ca e India, o como los espa­ño­les en Amé­ri­ca Cen­tral y Suda­mé­ri­ca. Des­de su ori­gen, Esta­dos Uni­dos fue fun­da­do como un país de colo­nos, y como un impe­rio («des­tino mani­fies­to», por supues­to). Los colo­nos eran ingle­ses, gale­ses, esco­ce­ses, irlan­de­ses de ori­gen esco­cés y ale­ma­nes, sin incluir a los nume­ro­sos afri­ca­nos que no eran colo­nos. El otro gru­po de euro­peos que lle­gó a las colo­nias, y cuyos inte­gran­tes no fue­ron ni colo­nos ni inmi­gran­tes fue­ron los pobres, los con­vic­tos, los some­ti­dos a la ser­vi­dum­bre (inden­tu­red ser­vants), los secues­tra­dos de la cla­se tra­ba­ja­do­ra (vaga­bun­dos y arte­sa­nos des­ocu­pa­dos), como lo defi­nió Peter Line­baugh; muchos de los cua­les opta­ron por unir­se a las comu­ni­da­des indígenas.

Solo a prin­ci­pios de la déca­da de 1840 comen­zó lo que podría lla­mar­se «inmi­gra­ción» con la lle­ga­da de millo­nes de cató­li­cos irlan­de­ses empu­ja­dos fue­ra de Irlan­da por las polí­ti­cas bri­tá­ni­cas. Los irlan­de­ses fue­ron dis­cri­mi­na­dos por ser mano de obra bara­ta, no por colo­nos. Des­pués de ellos vino el flu­jo de otros tra­ba­ja­do­res de Escan­di­na­via, Euro­pa del Este y del Sur, más irlan­de­ses, ade­más de chi­nos y japo­ne­ses, aun­que pron­to el país prohi­bió la inmi­gra­ción de Asia. Recién en 1875 se pro­mul­ga­ron las pri­me­ras leyes de inmi­gra­ción, cuan­do la Cor­te Supre­ma de Jus­ti­cia de Esta­dos Uni­dos decla­ró que la regu­la­ción de la inmi­gra­ción era res­pon­sa­bi­li­dad del gobierno fede­ral. En 1891 se creó el Ser­vi­cio de Inmigración.

Sepul­ta­do por tone­la­das de pro­pa­gan­da —des­de el des­em­bar­co de los «pere­gri­nos» ingle­ses (evan­gé­li­co-cris­tiano-pro­tes­tan­tes faná­ti­cos) has­ta el increí­ble­men­te popu­lar El últi­mo de los mohi­ca­nos de Feni­mo­re Cooper que esgri­mió «dere­chos natu­ra­les» no solo sobre los terri­to­rios indí­ge­nas sino tam­bién sobre los terri­to­rios recla­ma­dos por otros pode­res euro­peos— resi­de el hecho de que la fun­da­ción de Esta­dos Uni­dos fue una divi­sión del Impe­rio anglo­sa­jón, y que Esta­dos Uni­dos se trans­for­mó en un impe­rio para­le­lo a Gran Bre­ta­ña. Des­de el prin­ci­pio, como que­dó espe­ci­fi­ca­do en la Orde­nan­za del Noroes­te que pre­ce­dió a la Cons­ti­tu­ción de Esta­dos Uni­dos, la «nue­va repú­bli­ca hacia el impe­rio» —como lla­mó Jef­fer­son a Esta­dos Uni­dos— visua­li­zó su for­ma futu­ra, lo que hoy son los 48 esta­dos con­ti­guos del país. Tra­za­ron mapas rudi­men­ta­rios, espe­ci­fi­can­do que el pri­mer terri­to­rio a con­quis­tar sería el «Terri­to­rio Noroes­te», de ahí el nom­bre de la orde­nan­za. Ese terri­to­rio era el valle de Ohio y la región de los Gran­des Lagos, que esta­ba pobla­da por comu­ni­da­des cam­pe­si­nas indígenas.

Una vez imple­men­ta­da la con­quis­ta del «Terri­to­rio Noroes­te» median­te una com­bi­na­ción de cam­pa­ñas mili­ta­res geno­ci­das, asen­ta­mien­tos de colo­nos euro­peos traí­dos del este y el des­pla­za­mien­to de los pue­blos indí­ge­nas hacia el sur y al nor­te (adon­de fue­ron bus­can­do pro­tec­ción en otros terri­to­rios indí­ge­nas), la «repú­bli­ca hacia el impe­rio» ane­xó la Flo­ri­da espa­ño­la. Allí los escla­vos afri­ca­nos fugi­ti­vos y los rema­nen­tes de las comu­ni­da­des indí­ge­nas que habían esca­pa­do de la matan­za de Ohio resis­tie­ron luchan­do en tres gue­rras prin­ci­pa­les (Gue­rras Semi­no­le) duran­te más de dos déca­das. En 1828 el pre­si­den­te Andrew Jack­son (que como gene­ral había diri­gi­do las Gue­rras Semi­no­le) usó el Acta de Des­pla­za­mien­to de los Indí­ge­nas para for­zar a las nacio­nes cam­pe­si­nas indí­ge­nas del Sudes­te —des­de Geor­gia has­ta el río Mis­sis­sip­pi— a aban­do­nar sus terri­to­rios y tras­la­dar­se a Oklaho­ma, que había sido con­se­gui­do con la «Com­pra de Loui­sia­na» a Fran­cia. Los colo­nos anglo­sa­jo­nes con los afri­ca­nos escla­vi­za­dos ocu­pa­ron los cam­pos de agri­cul­tu­ra que el gobierno les había qui­ta­do a los indí­ge­nas en la región del Sur. Muchos se tras­la­da­ron a la pro­vin­cia mexi­ca­na de Texas —lue­go vino la inva­sión mili­tar esta­dou­ni­den­se de Méxi­co en 1846, en la que el ejér­ci­to de Esta­dos Uni­dos tomó la ciu­dad de Méxi­co y for­zó a este país a ceder­le toda su mitad nor­te, con la fir­ma del Tra­ta­do de Gua­da­lu­pe Hidal­go (1848). A par­tir de enton­ces, Cali­for­nia, Ari­zo­na, Nue­vo Méxi­co, Colo­ra­do, Utah y Texas que­da­ron dis­po­ni­bles para el asen­ta­mien­to «legal» de colo­nos anglo­sa­jo­nes. Tam­bién se lega­li­zó a aque­llos colo­nos que habían esta­ble­ci­do asen­ta­mien­tos ile­ga­les y con el uso de la fuer­za pre­vio al tra­ta­do. Duran­te los siguien­tes 40 años, las comu­ni­da­des de mexi­ca­nos pobres y de indí­ge­nas, como apa­ches, nava­jos y coman­ches, que vivían en el terri­to­rio ocu­pa­do resis­tie­ron la colo­ni­za­ción, como habían resis­ti­do ante­rior­men­te al impe­rio espa­ñol, a menu­do con la fuer­za de las armas. En cam­bio, la peque­ña cla­se de la éli­te his­pa­na le dio la bien­ve­ni­da a la ocu­pa­ción y cola­bo­ró con Esta­dos Unidos.

¿Es apro­pia­do usar el tér­mino «inmi­gran­te» para deno­mi­nar a los pue­blos indí­ge­nas de Amé­ri­ca del Nor­te? No.

¿Es apro­pia­do usar el tér­mino «inmi­gran­te» para deno­mi­nar a los afri­ca­nos escla­vi­za­dos? No.

¿Es apro­pia­do usar el tér­mino «inmi­gran­te» para deno­mi­nar a los pri­me­ros colo­nos euro­peos? No.

¿Es apro­pia­do usar el tér­mino «inmi­gran­te» para deno­mi­nar a los mexi­ca­nos que migran para tra­ba­jar en Esta­dos Uni­dos? No. Son tra­ba­ja­do­res migran­tes que cru­zan una fron­te­ra tra­za­da por el ejér­ci­to de Esta­dos Uni­dos usan­do la fuer­za. Muchos de los cru­zan esa fron­te­ra hoy en día pro­vie­nen de Amé­ri­ca Cen­tral, de peque­ños paí­ses devas­ta­dos por la inter­ven­ción mili­tar de Esta­dos Uni­dos en la déca­da de 1980, y que tam­bién tie­nen dere­cho a hacer recla­mos en Esta­dos Unidos.

Enton­ces, bas­ta de decir que «esta es una nación de inmigrantes».

Roxan­ne Dunbar-Ortiz

29 de mayo de 2006

Artícu­lo toma­do de: Tele­Sur

Tra­duc­ción de Sil­via Arana.

Artikulua gustoko al duzu? / ¿Te ha gustado este artículo?

Twitter
Facebook
Telegram

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *