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Pró­lo­go del libro «Figu­res de la révo­lu­tion africaine»


Otro futu­ro

Jomo Ken­yat­ta, Aimé Césai­re, Ruben Um Nyo­bè, Frantz Fanon, Patri­ce Lumum­ba, Kwa­me Nkru­mah, Mal­colm X, Meh­di Ben Bar­ka, Amíl­car Cabral, Tho­mas San­ka­ra… Des­de­ña­dos duran­te mucho tiem­po por quie­nes en el cur­so de las tres últi­mas déca­das decre­ta­ron la muer­te del ter­cer­mun­dis­mo y el triun­fo del neo­li­be­ra­lis­mo, estos nom­bres vuel­ven a estar hoy a la orden del día. Con la atmós­fe­ra de revuel­ta que se sien­te ascen­der en los cua­tro rin­co­nes del mun­do estas figu­ras fun­da­men­ta­les de la libe­ra­ción afri­ca­na sus­ci­tan un inte­rés cada vez mayor en las nue­vas gene­ra­cio­nes. Al cons­ta­tar que con dema­sia­da fre­cuen­cia son redu­ci­dos a icono, Saïd Boua­ma­ma devuel­ve su cor­po­rei­dad a estos pren­sa­do­res de pri­me­ra línea que tam­bién fue­ron hom­bres de acción. En efec­to, sus vidas recuer­dan que la lucha por la libe­ra­ción, la jus­ti­cia y la igual­dad no es solo una cues­tión de con­cep­tos y de teo­rías: tam­bién es una gue­rra en la que a veces uno se equi­vo­ca y en la que algu­nas per­so­nas se sacri­fi­can. Aún así, el autor no los con­vier­te en már­ti­res abso­lu­tos y por ello este libro tra­ta de ins­cri­bir, de una for­ma muy peda­gó­gi­ca, estas tra­yec­to­rias en sus con­tex­tos socia­les, geo­grá­fi­cos e his­tó­ri­cos. En el momen­to en el que la pre­gun­ta es cómo influir sobre el mun­do este retra­to polí­ti­co colec­ti­vo recuer­da que siem­pre ha sido posi­ble, tan­to ayer como hoy, cam­biar el cur­so de las cosas. He aquí la intro­duc­ción de este libro útil.

«¡Áfri­ca, un con­ti­nen­te con futu­ro!», esta es la can­ti­ne­la que des­de hace años repi­ten perió­di­cos y revis­tas. Con la emer­gen­cia de las nue­vas poten­cias mun­dia­les, Chi­na, India, Bra­sil y otras, el con­ti­nen­te, anta­ño some­ti­do a la escla­vi­tud, a la colo­ni­za­ción y a todo tipo de humi­lla­cio­nes, esta­ría a pun­to de obte­ner, por fin, bene­fi­cio del gran jue­go de la glo­ba­li­za­ción. «¡Vean las cifras de cre­ci­mien­to que se anun­cian para las pró­xi­mas déca­das!», se rego­ci­jan los exper­tos arma­dos con mag­ní­fi­cas pre­dic­cio­nes eco­nó­mi­cas. Este agra­da­ble rela­to tie­ne sus héroes: esos empre­sa­rios afri­ca­nos que tra­ba­jan codo con codo con las empre­sas mul­ti­na­cio­na­les y las pro­pias gran­des empre­sas que, esgri­mien­do «aso­cia­cio­nes en los que todos ganan», pro­me­tien­do actuar con total «trans­pa­ren­cia» y des­ta­can­do su pro­pia «res­pon­sa­bi­li­dad social y medioam­bien­tal», juran no que­rer nada más que la feli­ci­dad de los afri­ca­nos. Así, en Áfri­ca se habría pues­to en mar­cha un círcu­lo vir­tuo­so en el que la «demo­cra­cia» y el «desa­rro­llo» serían las con­se­cuen­cias inevi­ta­bles del «cre­ci­mien­to» y de la «inver­sión».

Sin duda el con­ti­nen­te afri­cano cono­ce­rá impor­tan­tes trans­for­ma­cio­nes en los años y déca­das veni­de­ros. Pero la fábu­la de la glo­ba­li­za­ción feliz se ha repe­ti­do tan­tas veces que esta­mos en guar­dia. Apli­ca­da a Áfri­ca se pare­ce mucho a un nue­vo biom­bo que ocul­ta un vie­ja his­to­ria: la lar­ga his­to­ria del capi­ta­lis­mo que, en Áfri­ca más que en otros luga­res, está jalo­na­da de saqueos, de vio­len­cias y de incon­ta­bles injus­ti­cias. La máqui­na de sacar bene­fi­cios no da tre­gua, ni siquie­ra tras una más­ca­ra sonriente.

Sin embar­go, hubo un momen­to, no tan lejano, en el que hom­bres y muje­res sabían que otro futu­ro era posi­ble y lucha­ba para que se con­cre­ti­za­ra. Este perio­do es el que va apro­xi­ma­da­men­te des­de la déca­da de 1940 a la de 1970 y corres­pon­de a lo que se sue­le deno­mi­nar la «des­co­lo­ni­za­ción». Para la gene­ra­ción que vivió está épo­ca de tran­si­ción la liber­tad y la jus­ti­cia no eran uto­pías, pare­cían al alcan­ce de la mano. Este libro se cen­tra en esta gene­ra­ción a tra­vés de los retra­tos cru­za­dos de diez per­so­na­li­da­des que par­ti­ci­pa­ron acti­va­men­te en lo que se pue­de cali­fi­car de revo­lu­ción afri­ca­na. No todos estos per­so­na­jes son nece­sa­ria­men­te «revo­lu­cio­na­rios» en sí mis­mos. Como vere­mos, algu­nos se equi­vo­ca­ron en oca­sio­nes al pac­tar con sus adver­sa­rios o deri­var en com­por­ta­mien­tos con­tra­rios a los idea­les que pro­cla­ma­ban. Pero todos ellos par­ti­ci­pa­ron en este gran movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio que cam­bió el cur­so de la historia.

Bajo las ceni­zas de la con­tra­rre­vo­lu­ción neoliberal 

Hace solo unos años a algu­nas per­so­nas les extra­ña­ría que estas figu­ras de la revo­lu­ción afri­ca­na pudie­ran inte­re­sar a las gene­ra­cio­nes actua­les. Des­de fina­les de la déca­da de 1970 los pro­pa­gan­dis­tas de los dog­mas neo­li­be­ra­les se han afa­na­do en ente­rrar el «ter­cer­mun­dis­mo» en gene­ral y las ideas afri­ca­nas de libe­ra­ción en par­ti­cu­lar. La cri­sis de la deu­da que gol­peó vio­len­ta­men­te a los paí­ses del Sur en la déca­da de 1980, la caí­da del «blo­que comu­nis­ta» a prin­ci­pios de la déca­da de 1990, las deri­vas de algu­nos regí­me­nes afri­ca­nos, la mise­ria y las gue­rras que empu­ja­ron a millo­nes de afri­ca­nos a tomar el camino del exi­lio sir­vie­ron de pre­tex­to a las corrien­tes con­ser­va­do­ras para des­acre­di­tar a quie­nes en el pasa­do se había esfor­za­do en pen­sar Áfri­ca fue­ra de los mar­cos impues­tos. Había que ser «rea­lis­ta», afir­ma­ban: aban­do­nar toda qui­me­ra «socia­lis­ta», esta­ble­cer drás­ti­cas polí­ti­cas de aus­te­ri­dad para pagar las deu­das, dejar de acu­sar a las poten­cias occi­den­ta­les para afron­tar la res­pon­sa­bi­li­dad de los afri­ca­nos en sus pro­pios males.

En Fran­cia el final de la déca­da de 1970 y el prin­ci­pio de la de 1980 mar­ca­ron este giro radi­cal. De pron­to una par­te de la inte­lec­tua­li­dad pro­gre­sis­ta se adhi­rió a las tesis más reac­cio­na­rias. «El úni­co socia­lis­mo afri­cano será tota­li­ta­rio», afir­ma­ba con aplo­mo Jac­ques Julliard en las colum­nas del Nou­vel Obser­va­teur en 1978. Este socia­lis­mo solo podía ser «tirá­ni­co y san­gui­na­rio», aña­día el edi­to­ria­lis­ta, anta­ño mili­tan­te anti­co­lo­nia­lis­ta. Cin­co años des­pués Pas­cal Bruck­ner lan­za­ba un libro con gran éxi­to, Le San­glot de l’homme blanc [El sollo­zo del hom­bre blan­co], un viru­len­to ata­que con­tra aque­llas per­so­nas que le habían hecho vibrar unos años antes, cuan­do toda­vía creía en los movi­mien­tos maoís­tas y trots­kis­tas. El sub­tí­tu­lo de la obra era elo­cuen­te: «Ter­cer mun­do, cul­pa­bi­li­dad, odio a uno mismo».

En este pan­fle­to el «nue­vo filó­so­fo» ape­la­ba a Occi­den­te a recu­pe­rar su orgu­llo e, invir­tien­do las cau­sa­li­da­des, lle­ga­ba inclu­so a pedir que «el anti­oc­ci­den­ta­lis­mo y el racis­mo anti­blan­co» fue­ran con­si­de­ra­dos «crí­me­nes con­tra la Huma­ni­dad». Esta pro­sa no deja­ba de recor­dar la del cenácu­lo de extre­ma dere­cha, el Club de l’Horloge [Club del Reloj], que unos meses antes que Bruck­ner había publi­ca­do un libro titu­la­do Le Socia­lis­me con­tre le tiers-mon­de [El socia­lis­mo con­tra el ter­cer mun­do], que el edi­tor pre­sen­ta­ba de la siguien­te manera:

¿El Nor­te es cul­pa­ble, el Sur es capaz?1 El nor­te es cul­pa­ble, dicen los socia­lis­tas del Este y del Oes­te, y han con­ven­ci­do a la gran mayo­ría de la opi­nión públi­ca, tan­to en Occi­den­te como en el ter­cer mun­do. «El Sur ha sido y sigue sien­do saquea­do y a este saqueo es a lo que debe­mos nues­tro nivel de vida. El ori­gen del mal vie­ne de la colo­ni­za­ción y des­pués del neo­co­lo­nia­lis­mo.» Esa es, en esen­cia, la ideo­lo­gía ter­cer­mun­dis­ta. Esta ideo­lo­gía es peli­gro­sa. Per­mi­te a algu­nos gobier­nos car­gar a lo exte­rior de la res­pon­sa­bi­li­dad de su pro­pio fracaso.

Al cul­par a las víc­ti­mas del sis­te­ma eco­nó­mi­co inter­na­cio­nal en vez de a sus res­pon­sa­bles y al eli­mi­nar las lógi­cas de sis­te­ma que per­mi­ten com­pren­der los meca­nis­mos de la domi­na­ción este pen­sa­mien­to anti­ter­cer­mun­dis­ta selló el matri­mo­nio entre el dog­ma neo­li­be­ral y el pen­sa­mien­to cul­tu­ra­lis­ta. No hay nada «en noso­tros» que pue­da expli­car los des­ór­de­nes del mun­do, ase­gu­ra­ban los ideó­lo­gos con­ser­va­do­res, por­que la fuen­te de los pro­ble­mas está «en ellos», en sus cul­tu­ras, en sus cos­tum­bres, en sus tra­di­cio­nes, en sus vicios íntimos. 

Mien­tras se incri­mi­na­ba la «cul­tu­ra afri­ca­na» se apli­ca­ban pro­gra­mas de ajus­te estruc­tu­ral a los paí­ses del Sur para obli­gar­les a reem­bol­sar unas deu­das que el sis­te­ma eco­nó­mi­co inter­na­cio­nal les había inci­ta­do a con­traer en las déca­das ante­rio­res. La reduc­ción del défi­cit pre­su­pues­ta­rio, la dis­mi­nu­ción de las barre­ras adua­ne­ras, la des­apa­ri­ción del con­trol de los pre­cios, el fin de las sub­ven­cio­nes a los pro­duc­tos de pri­me­ra nece­si­dad y la pri­va­ti­za­ción de las empre­sas nacio­na­les des­es­ta­bi­li­za­ron a los Esta­dos y sumie­ron a pobla­cio­nes ente­ras en la mise­ria. Al aña­dir­se a otros meca­nis­mos de extrac­ción de la ren­ta, el pago de la deu­da ace­le­ró el saqueo de los paí­ses del ter­cer mun­do. Como indi­can Éric Tous­saint y Arnaud Zacha­rie, «des­de 1982 las pobla­cio­nes de la peri­fe­ria envia­ron a los acree­do­res del cen­tro (las eli­tes y las mafias loca­les que de paso saca­ron su comi­sión) el equi­va­len­te a varios pla­nes Marshall».

Pero lejos de inte­re­sar­se por las lógi­cas de sis­te­ma, los medios de comu­ni­ca­ción de los paí­ses del Nor­te se con­cen­tra­ron en los aspec­tos mora­les y espec­ta­cu­la­res de la pobre­za. Así, la déca­da de 1980 fue la edad de oro de lo «huma­ni­ta­rio» que per­mi­tía, y sigue per­mi­tien­do, a los teles­pec­ta­do­res de los paí­ses ricos ver­ter una lágri­ma ante las imá­ge­nes de niños famé­li­cos antes de con­so­lar­se ante las de los heroi­cos French doc­tors2

Por con­si­guien­te, las déca­das de 1980 y 1990 fue­ron en Fran­cia las déca­das en las que los inte­lec­tua­les mediá­ti­cos recha­za­ron en blo­que la «tra­di­ción de pen­sa­mien­to anti­co­lo­nia­lis­ta», como expli­ca el his­to­ria­dor Achi­lle Mbem­be, en la que Frantz Fanon fue «prác­ti­ca­men­te con­de­na­do al ostra­cis­mo», se «ampu­tó a Aimé Césai­re del Dis­cours sur le colo­nia­lis­me [Dis­cur­so sobre el colob­nia­lis­mo] […], de La Tra­gé­die du roi Chris­tophe [La tra­ge­dia del rey Chris­tophe] (1963) o de Une sai­son au Con­go [Una esta­ción en el Con­go] (1966)» y fue redu­ci­do a «la ima­gen de un hom­bre que […] eli­gió con­ver­tir su isla en un depar­ta­men­to de Fran­cia». Esta con­cep­ción selec­ti­va del pasa­do reapa­re­cer en 2007 en el dis­cur­so de Dakar de Nico­las Sar­kozy en el que afir­ma­rá que el ori­gen del «dra­ma de Áfri­ca» está en su aler­gia con­gé­ni­ta a la «moder­ni­dad». Lo cier­to es que quie­nes des­de hace trein­ta años no dejan de estig­ma­ti­zar las des­fa­sa­das ideas ter­cer­mun­dis­tas sin duda no habían pre­vis­to que serían ellos y sus obse­sio­nes indi­vi­dua­lis­tas e iden­ti­ta­rias la que, a su vez, pare­ce­rían un día caducas.

Y es que los tiem­pos han cam­bia­do des­de la déca­da de 1980. Gan­gre­na­do por su cán­cer finan­cie­ro, el capi­ta­lis­mo cono­ce hoy su cri­sis más gra­ve des­de la déca­da de 1930. Los tér­mi­nos «tra­ba­ja­dor», «explo­ta­ción» e inclu­so «lucha de cla­ses» reapa­re­cen en el voca­bu­la­rio de los movi­mien­tos socia­les de la vie­ja Euro­pa e inclu­so bajo la plu­ma de algu­nos perio­dis­tas, ana­lis­tas o res­pon­sa­bles polí­ti­cos que duran­te déca­das se habían afa­na­do por ente­rrar­los. Cuan­do en el perí­me­tro del Medi­te­rrá­neo se habla de «revo­lu­ción», emer­gen movi­mien­tos de revuel­ta por todo el mun­do. En Amé­ri­ca Lati­na unos expe­ri­men­tos polí­ti­cos iné­di­tos tra­tan de con­ci­liar socia­lis­mo y res­pe­to de las cul­tu­ras loca­les, sobe­ra­nía nacio­nal y pro­yec­to regio­nal, nacio­na­lis­mo e inter­na­cio­na­lis­mo. De la ciu­dad de Túnez a Ate­nas, de El Cai­ro a Nue­va York, de Anka­ra a La Paz o a São Pau­lo se inven­tan nue­vas alter­na­ti­vas, se crean nue­vas soli­da­ri­da­des y se pre­pa­ran nue­vos com­ba­tes. Capi­ta­lis­mo, revo­lu­ción, soli­da­ri­dad: de pron­to vuel­ve a ser actual un voca­bu­la­rio dema­sia­do tiem­po eclipsado.

Pen­sa­do­res combatientes 

En este con­tex­to resul­ta intere­san­te vol­ver a estu­diar esas figu­ras que ani­ma­ron la revo­lu­ción afri­ca­na. En pri­mer lugar, por­que en toda Áfri­ca está a pun­to de esta­llar la revuel­ta: en el nor­te del con­ti­nen­te, como se vio esta­llar des­de 2011, pero tam­bién en el sur del Sáha­ra, aun­que estas revuel­tas atrai­gan menos a las cáma­ras: en Sene­gal, en Togo, en Mozam­bi­que, en Sudá­fri­ca… Des­pués, y sobre todo, por­que el perio­do de la «des­co­lo­ni­za­ción» es rico en ense­ñan­zas para aque­llas per­so­nas que recla­man un futu­ro dife­ren­te del que pre­pa­ra­ron los vetus­tos após­to­les del antitercermundismo.

Hay que seña­lar que es en Fran­cia, esta Fran­cia que muchos con­si­de­ra­ban unos de los polos más acti­vos del «ter­cer­mun­dis­mo», don­de estos após­to­les cono­cie­ron sus vic­to­rias más nota­bles. En otros luga­res, y espe­cial­men­te en el mun­do anglo­sa­jón, los per­so­na­jes que vamos a evo­car nun­ca fue­ron olvi­da­dos total­men­te. Des­de hace un cuar­to de siglo inclu­so han ins­pi­ra­do a nue­vas gene­ra­cio­nes de inves­ti­ga­do­res y estu­dian­tes que al inte­re­sar­se por las cues­tio­nes «post­co­lo­nia­les» (post­co­lo­nial stu­dies) acu­die­ron a los escri­tos de Aimé Césai­re, Kwa­me Nkru­mah, Frantz Fanon, Amíl­car Cabral y otras per­so­nas para abrir nue­vos cam­pos de inves­ti­ga­ción intelectual.

En Fran­cia, en cam­bio, exis­te un fuer­te recha­zo. Ha sido nece­sa­rio espe­rar a que mili­tan­tes y aso­cia­cio­nes sur­gi­das de la migra­ción des­cu­brie­ran y rei­vin­di­ca­ran a Frantz Fanon o a Mal­colm X, a la explo­sión de los barrios popu­la­res en noviem­bre de 2005 y a las polé­mi­cas sus­ci­ta­das por el naci­mien­to de los Indi­gè­nes de la Répu­bli­que para que sur­ja len­ta­men­te un bro­te de inte­rés por algu­nos de estos pen­sa­do­res mili­tan­tes. Así, los inves­ti­ga­do­res Jim Cohen y Maria-Bene­di­ta Bas­to no datan has­ta 2005 la visi­bi­li­dad de los estu­dios post­co­lo­nia­les en Francia.

Sin embar­go, hay que cons­ta­tar que este reno­va­do inte­rés por el domi­nio (post)colonial y en par­ti­cu­lar por su dimen­sión afri­ca­na con fre­cuen­cia sigue redu­ci­do a un regis­tro exce­si­va­men­te teó­ri­co. El bió­gra­fo bri­tá­ni­co de Frantz Fanon, David Macey, lamen­ta­ba así que los estu­dios post­co­lo­nia­les anglo­sa­jo­nes hayan cons­trui­do «un Fanon situa­do fue­ra del tiem­po y del espa­cio, que vive en una dimen­sión pura­men­te textual»:

En muchos aspec­tos el Fanon «post­co­lo­nial» es una ima­gen inver­ti­da del Fanon «revo­lu­cio­na­rio» de la déca­da de 1960. Las lec­tu­ras «ter­cer­mun­dis­tas» igno­ra­ron amplia­men­te al Fanon de Piel negra, más­ca­ras blan­cas; las lec­tu­ras post­co­lo­nia­les se intere­san casi exclu­si­va­men­te por este tex­to y evi­tan cui­da­do­sa­men­te la cues­tión de la vio­len­cia. El Fanon ter­cer­mun­dis­ta era una cria­tu­ra apo­ca­líp­ti­ca; el Fanon post­co­lo­nial se preo­cu­pa de polí­ti­ca de iden­ti­dad y con fre­cuen­cia de su iden­ti­dad sexual, pero ya no está enfadado.

Con estas obser­va­cio­nes en men­te hemos cons­trui­do esta obra, que ambi­cio­na ela­bo­rar un retra­to colec­ti­vo de los pen­sa­do­res y acto­res de la libe­ra­ción afri­ca­na del perio­do de des­co­lo­ni­za­ción. Nos ha pare­ci­do nece­sa­rio inte­re­sar­nos en pri­mer lugar por estos per­so­na­jes cuyos nom­bres cono­cen muchas per­so­nas y a veces los cele­bran, pero cuya his­to­ria, pen­sa­mien­to y acción se igno­ran con dema­sia­da fre­cuen­cia, inclu­so en el caso de los mili­tan­tes, inclui­dos los afri­ca­nos. A con­ti­nua­ción nos ha pare­ci­do intere­san­te ele­gir entre estas figu­ras a unos per­so­na­jes his­tó­ri­cos cuyo des­tino mez­cla ínti­ma­men­te pen­sa­mien­to y acción. Nin­guno de aque­llos de los que van a tra­tar las pági­nas que siguen se con­ten­tó con pen­sar y escri­bir, como al abri­go del mun­do. Todos ellos se com­pro­me­tie­ron con la acción polí­ti­ca, a menu­do físi­ca­men­te, y algu­nos deja­ron la vida en ello. Todos fue­ron, en el sen­ti­do pleno del tér­mino, pensadores-combatientes.

Estas elec­cio­nes (por­que se tra­ta, en efec­to, de elec­cio­nes, nece­sa­ria­men­te deli­ca­das y dis­cu­ti­bles) tie­nen varias con­se­cuen­cias. La pri­me­ra es que ha sido nece­sa­rio dejar de lado por razo­nes de espa­cio y de cohe­ren­cia a algu­nas figu­ras impor­tan­tes de la his­to­ria de las ideas afri­ca­nas de libe­ra­ción como, por ejem­plo, Nel­son Man­de­la, Ste­ve Biko, Julius Nye­re­re o Gamal Abdel Nas­ser. Por con­si­guien­te, este retra­to colec­ti­vo no pre­ten­de en abso­lu­to ser un catá­lo­go exhaus­ti­vo del inmen­so esfuer­zo que acom­pa­ñó la lucha para aca­bar con el colo­nia­lis­mo y sus deri­vas. Su pri­me­ra ambi­ción es con­tri­buir a redes­cu­brir un pen­sa­mien­to-acción cuyo cono­ci­mien­to nos pare­ce indis­pen­sa­ble cuan­do emer­gen en el mun­do, y en par­ti­cu­lar en Áfri­ca, nue­vos ros­tros de la domi­na­ción y nue­vos ciclos de lucha. 

La segun­da con­se­cuen­cia de estas elec­cio­nes, en par­ti­cu­lar la de inte­re­sar­se por per­so­na­li­da­des «céle­bres» o, cuan­do menos, cele­bra­das, es la ausen­cia de gran­des figu­ras feme­ni­nas. Esta lamen­ta­ble cons­ta­ta­ción, que habría­mos podi­do evi­tar fiján­do­nos algu­nas heroí­nas menos cono­ci­das, no sig­ni­fi­ca que haya que sub­es­ti­mar el papel deter­mi­nan­te que desem­pe­ña­ron las muje­res en la lucha anti­co­lo­nial, sino que, como bien seña­la­ron des­pués varios inves­ti­ga­do­res, da tes­ti­mo­nio de un hecho impor­tan­te que no deja de ser para­dó­ji­co: a lo lar­go de esta lar­ga lucha por la eman­ci­pa­ción de los pue­blos se man­tu­vo de for­ma gene­ra­li­za­da a las muje­res en pape­les subal­ter­nos y con dema­sia­da fre­cuen­cia sir­vie­ron de con­tra­pun­to o de sim­ples ico­nos en unos con­flic­tos que al ser casi siem­pre arma­dos valo­ra­ban cla­ra­men­te la «mas­cu­li­ni­dad». En otras pala­bras, no se tra­ta de idea­li­zar las luchas de este perio­do sino de enten­der­las como lo que fue­ron: unas eta­pas situa­das his­tó­ri­ca­men­te y, por lo tan­to limi­ta­das, en una lucha por la igual­dad que tuvo difi­cul­ta­des en com­pren­der y arti­cu­lar las dife­ren­tes dimen­sio­nes de esta.

La elec­ción de sacar a la luz unos pen­sa­mien­tos en acción y de no limi­tar­se a la dimen­sión «pura­men­te tex­tual» de estos per­so­na­jes remi­te pre­ci­sa­men­te a esta nece­si­dad de situar his­tó­ri­ca­men­te el des­tino de estos pen­sa­do­res-com­ba­tien­tes. Por con­si­guien­te, se ha con­ce­di­do un amplio espa­cio a los con­tex­tos en los que evo­lu­cio­na­ron estos hom­bres. Tras haber ins­cri­to las luchas de libe­ra­ción en una his­to­ria amplia nos cen­tra­re­mos en tres periodos.

El pri­me­ro (1945−1954) es aquel en el que las posi­bi­li­da­des que se le abren a los pue­blos de Áfri­ca pare­cen las mayo­res. En el momen­to en que el colo­nia­lis­mo atra­vie­sa una pro­fun­da cri­sis al salir de la Segun­da Gue­rra Mun­dial es posi­ble plan­tear nue­vas alter­na­ti­vas en Áfri­ca y pen­sar la eman­ci­pa­ción de mane­ra radi­cal, aun­que en un mar­co no vio­len­to, basán­do­se sobre todo en el dere­cho internacional.

El segun­do perio­do (1955−1962) es el del endu­re­ci­mien­to. El fra­ca­so de la no vio­len­cia fren­te a unas poten­cias colo­nia­les dis­pues­tas a todo para con­ser­var sus pri­vi­le­gios impo­ne ela­bo­rar nue­vas estra­te­gias que per­mi­tan con­tro­lar la vio­len­cia colo­nial y des­ac­ti­var las tram­pas pues­tas en el camino de la inde­pen­den­cia real, empe­zan­do por el neo­co­lo­nia­lis­mo y la bal­ca­ni­za­ción del continente.

El últi­mo perio­do, que ini­cia­mos en 1962, cuan­do la mayo­ría de los paí­ses afri­ca­nos han acce­di­do a la inde­pen­den­cia polí­ti­ca, es el perio­do en el que la corrien­te revo­lu­cio­na­ria afri­ca­na debe pen­sar simul­tá­nea­men­te en la resis­ten­cia fren­te a unas fuer­zas que tra­tan de per­pe­tuar la explo­ta­ción eco­nó­mi­ca del con­ti­nen­te y que no hacen ascos a nin­gún cri­men para eli­mi­nar a sus adver­sa­rios, y en el ejer­ci­cio del poder, en un perio­do en el que son inmen­sas las aspi­ra­cio­nes popu­la­res, repri­mi­das duran­te tan­to tiempo.

Esta­do, nación, cla­se, cultura

Hoy resul­ta difí­cil ima­gi­nar la com­ple­ji­dad a la que se enfren­ta­ron los líde­res y pen­sa­do­res de la libe­ra­ción de Áfri­ca. Una de las cla­ves para com­pren­der la difi­cul­tad de su tarea radi­ca en el hecho de que los líde­res afri­ca­nos debían al mis­mo tiem­po com­pren­der y actuar, con­tes­tar e inven­tar, resis­tir y ofre­cer alter­na­ti­vas, y ello en una situa­ción cam­bian­te en la que el orden inter­na­cio­nal pos­te­rior a 1945 esta­ba en ple­na recom­po­si­ción, en la que las rela­cio­nes de fuer­za polí­ti­cas evo­lu­cio­na­ban cons­tan­te­men­te y en la que las con­fi­gu­ra­cio­nes socia­les en el seno de las socie­da­des afri­ca­nas muta­ban rápidamente.

La cues­tión fun­da­men­tal de la «inde­pen­den­cia» de las colo­nias ilus­tra bien el carác­ter par­ti­cu­lar­men­te incier­to del perio­do. La noción de «inde­pen­den­cia», recla­ma­da con ardor por los pue­blos domi­na­dos bajo la mira­da en un pri­mer momen­to con­des­cen­dien­te de las dos nue­vas «super­po­ten­cias» esta­dou­ni­den­se y sovié­ti­ca, pero recha­za­da por las poten­cias colo­nia­les euro­peas deci­di­das a man­te­ner su domi­na­ción, cam­bió pro­gre­si­va­men­te de sen­ti­do cuan­do la Gue­rra Fría lle­vó a Washing­ton a acer­car­se a sus alia­dos euro­peos para luchar mejor con­tra el enemi­go soviético.

En este nue­vo con­tex­to las poten­cias colo­nia­les toma­ron con­cien­cia de que podían vol­ver en su pro­pio bene­fi­cio estas inde­pen­den­cias tan temi­das. Para ello les bas­ta­ba con vaciar la noción de «inde­pen­den­cia» de su esen­cia con­fian­do la ges­tión de los paí­ses recién «libe­ra­dos» a peque­ñas eli­tes autóc­to­nas a sus órde­nes y uti­li­zar el mar­co esta­tal nacio­nal de los paí­ses inde­pen­dien­tes como arma­du­ra de una nue­va for­ma de domi­na­ción. Así se inven­tó el «neo­co­lo­nia­lis­mo», situa­ción en la que la inde­pen­den­cia nacio­nal que­da­ba redu­ci­da al ran­go de fic­ción y en la que una peque­ña cla­se diri­gen­te empe­zó a tra­ba­jar de acuer­do con las poten­cias extran­je­ras domi­nan­tes en detri­men­to de los intere­ses populares.

Fren­te a esta con­fi­gu­ra­ción los acto­res de la libe­ra­ción afri­ca­na tenían que demos­trar una gran agi­li­dad inte­lec­tual para ana­li­zar con jus­ti­cia la situa­cio­nes con­cre­tas a las que se enfren­ta­ba cada uno de ellos al tiem­po que per­ma­ne­cían infle­xi­bles para evi­tar dejar­se enga­ñar o aba­tir por unos enemi­gos tan astu­tos como feroces.

Esta doble exi­gen­cia de agi­li­dad e infle­xi­bi­li­dad expli­ca por qué los per­so­na­jes pre­sen­ta­dos en este libro no son «héroes puros». En dife­ren­tes gra­dos todos come­tie­ron erro­res o hicie­ron malos cálcu­los pecan­do a veces de inge­nui­dad por dog­ma­tis­mo o por auto­ri­ta­ris­mo. Pero esta crí­ti­ca, retros­pec­ti­va y a menu­do abs­trac­ta siem­pre olvi­da plan­tear la siguien­te pre­gun­ta: ¿quién lo habría hecho mejor en las cir­cuns­tan­cias de la épo­ca? Marx lo des­ta­ca­ba ya en 1852: «Los hom­bres hacen su pro­pia his­to­ria, pero no lo hacen por pro­pia volun­tad en unas cir­cuns­tan­cias ele­gi­das libremente».

Al con­tra­rio de este tipo de crí­ti­ca, no hemos que­ri­do ele­gir entre la glo­ri­fi­ca­ción idea­lis­ta, que nie­ga las con­tra­dic­cio­nes e incohe­ren­cias, y la «crí­ti­ca de salón», que juz­ga con tan­ta más alta­ne­ría cuan­to que lo hace a pos­te­rio­ri.

Tan­to las cir­cuns­tan­cias de la épo­ca como la doble exi­gen­cia de agi­li­dad e infle­xi­bi­li­dad tam­bién expli­can por qué la tra­di­ción mar­xis­ta desem­pe­ñó un papel fun­da­men­tal en las ideas afri­ca­nas de libe­ra­ción. En efec­to, la tra­di­ción mar­xis­ta, una teo­ría prác­ti­ca de la libe­ra­ción, ofre­cía a los inte­lec­tua­les afri­ca­nos unas herra­mien­tas con­cep­tua­les que les per­mi­tían pen­sar tan­to en el mar­co colo­nial como en la situa­ción neo­co­lo­nial los meca­nis­mos de la domi­na­ción capi­ta­lis­ta y la recon­fi­gu­ra­ción de los anta­go­nis­mos de cla­se. Así pues, el lec­tor no se debe­rá sor­pren­der de que las nocio­nes de «impe­ria­lis­mo», «capi­ta­lis­mo» o «lucha de cla­ses» apa­rez­can fre­cuen­te­men­te en los retra­tos que com­po­nen esta obra. Aun­que estos con­cep­tos hayan sido amplia­men­te erra­di­ca­dos en nova­len­gua neo­li­be­ral hoy hege­mó­ni­ca y en cier­ta medi­da en la lite­ra­tu­ra aca­dé­mi­ca post­co­lo­nial, ese es el voca­bu­la­rio que uti­li­za­ba la mayo­ría de los per­so­na­jes que abor­da­mos aquí. Un voca­bu­la­rio que para un autor que, como noso­tros, se sitúa en la tra­di­ción mar­xis­ta pare­ce lejos de estar tan «anti­cua­do» como se dice. 

A pesar de que las ideas mar­xis­tas desem­pe­ña­ron un papel fun­da­men­tal en las ideas de la libe­ra­ción afri­ca­na, los pen­sa­do­res-com­ba­tien­tes afri­ca­nos adop­ta­ron pos­tu­ras dife­ren­tes res­pec­to a los par­ti­dos o regí­me­nes que afir­ma­ban ser «socia­lis­tas» o «comu­nis­tas». Algu­nos se sepa­ra­ron rápi­da­men­te de este comu­nis­mo ofi­cial. Otros, que bus­ca­ban apo­yos con­cre­tos en su lucha con­tra el impe­ria­lis­mo, esta­ble­cie­ron una fir­me alian­za con los par­ti­dos comu­nis­tas euro­peos y las ins­tan­cias comu­nis­tas inter­na­cio­na­les. Pero a lo lar­go de las déca­das de 1950 y 1960 el pro­pio «comu­nis­mo» no dejó de frac­tu­rar­se, con lo que sur­gie­ron diver­gen­cias cada vez mayo­res entre sus prin­ci­pa­les ani­ma­do­res, empe­zan­do por la URSSS, Chi­na y a par­tir de 1959, Cuba.

Ade­más de su carác­ter a veces intere­sa­do (finan­cia­ción, for­ma­ción, entre­ga de armas, etc.), estas tomas de pos­tu­ra inter­na­cio­na­les tam­bién refle­ja­ban a unas diver­gen­cias teó­ri­cas e ideo­ló­gi­cas más pro­fun­das. En efec­to, los res­pon­sa­bles pro­gre­sis­tas afri­ca­nos debían tener en cuen­ta los con­tex­tos cul­tu­ra­les espe­cí­fi­cos en los que tra­ta­ba de ins­cri­bir sus pro­yec­tos revo­lu­cio­na­rios, con­tex­tos bas­tan­te ale­ja­dos de aque­llos en los que los pro­yec­tos socia­lis­tas y comu­nis­tas habían emer­gi­do y se habían con­so­li­da­do ini­cial­men­te: la Euro­pa indus­trial del siglo XIX y la Rusia de prin­ci­pios del siglo XX.

Por con­si­guien­te, el mar­xis­mo de los pen­sa­do­res y com­ba­tien­tes de la libe­ra­ción de Áfri­ca adop­tó colo­ra­cio­nes dife­ren­tes en fun­ción de los con­tex­tos, con lo que algu­nos líde­res se mos­tra­ron par­ti­cu­lar­men­te dog­má­ti­cos, otros ela­bo­ra­ron pro­yec­tos que de «socia­lis­tas» solo tenían el nom­bre y otros (y estos son los que nos intere­san prio­ri­ta­ria­men­te) tra­ta­ron de «hibri­dar» el mar­xis­mo movi­li­zan­do otras tra­di­cio­nes inte­lec­tua­les, euro­peas o extra­eu­ro­peas, o tra­tan­do de acul­tu­rar el mar­xis­mo para con­ver­tir­lo en un pro­yec­to ver­da­de­ra­men­te uni­ver­sal. En esta pers­pec­ti­va es don­de se pue­de plan­tear el inte­rés que tenía el pen­sa­mien­to revo­lu­cio­na­rio afri­cano por la «cul­tu­ra».

Des­de Jomo Ken­yat­ta, para quien la defen­sa de las tra­di­cio­nes era un arma con­tra el colo­ni­za­dor, a Tho­mas San­ka­ra, que se suble­va­ba con­tra el mime­tis­mo cul­tu­ral, pasan­do por Frantz Fanon, que insis­tía en la rela­ción entre la entra­da con­cre­ta en la acción y las trans­for­ma­cio­nes cul­tu­ra­les, y Amíl­car Cabral, que con­si­de­ra­ba la revo­lu­ción un hecho cul­tu­ral pero tam­bién una acción de trans­for­ma­ción cul­tu­ral, la refle­xión sobre la cul­tu­ra está pre­sen­te en todos estos esfuer­zos teó­ri­cos afri­ca­nos por pen­sar la liberación.

Este lugar par­ti­cu­lar de la cul­tu­ra da tes­ti­mo­nio de la mag­ni­tud y la espe­ci­fi­ci­dad de la domi­na­ción pade­ci­da por los pue­blos afri­ca­nos. Des­de la escla­vi­tud a la colo­ni­za­ción no se ha tra­ta­do solo de explo­ta­ción eco­nó­mi­ca. Para que esta fue­ra posi­ble a una esca­la tan gran­de fue nece­sa­rio negar total­men­te las iden­ti­da­des afri­ca­nas: la his­to­ria, las creen­cias, las tra­di­cio­nes, los saber-hacer del con­ti­nen­te fue­ron ata­ca­dos, infra­va­lo­ra­dos, bur­la­dos, ins­tru­men­ta­li­za­dos, borra­dos. Así pues, para los pen­sa­do­res y acto­res de la libe­ra­ción sobre lo que había que cons­truir nue­vas iden­ti­da­des nacio­na­les y tejer nue­vas rela­cio­nes socia­les era sobre unas iden­ti­da­des heri­das. Tam­bién esto era una tarea extre­ma­da­men­te com­ple­ja tenien­do en cuen­ta la diver­si­dad cul­tu­ral del con­ti­nen­te, la ins­tru­men­ta­li­za­ción de la que han sido obje­to las iden­ti­da­des afri­ca­nas por par­te de las fuer­zas (neo)coloniales y la ten­den­cia, bas­tan­te lógi­ca en los pue­blos domi­na­dos, a abso­lu­ti­zar las tra­di­cio­nes cul­tu­ra­les para con­ver­tir­las en armas de resistencia.

¿Qué es «Áfri­ca»?

El éxi­to del mar­xis­mo en el Áfri­ca de las déca­das de 1950 – 1960 y la volun­tad por par­te de los pen­sa­do­res afri­ca­nos de adap­tar­lo a las reali­da­des del con­ti­nen­te se expli­can por otra de sus carac­te­rís­ti­cas: ofre­ce un mar­co inte­lec­tual que per­mi­te pen­sar simul­tá­nea­men­te a esca­la local y mun­dial. Esta espe­ci­fi­ci­dad, des­ta­ca sagaz­men­te el his­to­ria­dor Robert C. Young, lo hacía par­ti­cu­lar­men­te atrac­ti­vo para unos inte­lec­tua­les-com­ba­tien­tes que debían pen­sar a este lado y más allá del «Esta­do nación»:

Sal­vo algu­nas excep­cio­nes, el mar­xis­mo ha pro­por­cio­na­do his­tó­ri­ca­men­te a la resis­ten­cia anti­co­lo­nial del siglo XX tan­to su ins­pi­ra­ción his­tó­ri­ca como la base de su prác­ti­ca polí­ti­ca. La gran fuer­za de su dis­cur­so polí­ti­co era ser un ins­tru­men­to que per­mi­tía tra­du­cir la lucha anti­co­lo­nial de un con­tex­to espe­cí­fi­co a otro. Mucho más que el nacio­na­lis­mo, por defi­ni­ción auto­cen­tra­do y en diá­lo­go exclu­si­vo con su pro­pia comu­ni­dad, el mar­xis­mo ofre­cía una polí­ti­ca y un len­gua­je tra­du­ci­bles, un medium uni­ver­sal a tra­vés del cual mili­tan­tes de todos los hori­zon­tes podían comu­ni­car­se entre sí al tiem­po que deba­tían las espe­ci­fi­ci­da­des de cada situa­ción, con el anti­co­lo­nia­lis­mo por terreno común.

Esta «tra­du­ci­bi­li­dad» expli­ca por qué el len­gua­je mar­xis­ta se impu­so pro­gre­si­va­men­te en los foros inter­na­cio­na­les, des­de la con­fe­ren­cia de Ban­dung en 1955 has­ta la con­fe­ren­cia Tri­con­ti­nen­tal en 1966, pasan­do por las con­fe­ren­cias de los Esta­dos inde­pen­dien­tes y de los con­gre­sos pan­afri­ca­nos orga­ni­za­dos a lo lar­go de los años por todo el con­ti­nen­te. En efec­to, a la nece­si­dad de ins­cri­bir el pro­yec­to revo­lu­cio­na­rio en las dife­ren­tes cul­tu­ras afri­ca­nas se aña­día la urgen­cia de pen­sar el con­cep­to de Esta­do nación fue­ra de las fron­te­ras here­da­das de la colo­ni­za­ción y de coor­di­nar las luchas en Áfri­ca en un mar­co supra­na­cio­nal e inter­na­cio­nal. Esta tri­ple exi­gen­cia expli­ca la impor­tan­cia de las ideas pan­afri­ca­nas, inter­na­cio­na­lis­tas y tri­con­ti­nen­ta­les en las ideas afri­ca­nas de liberación.

Esta espe­ci­fi­ci­dad de la corrien­te revo­lu­cio­na­ria afri­ca­na nos ha con­ven­ci­do de no limi­tar la defi­ni­ción de «Áfri­ca» a su sim­ple dimen­sión geo­grá­fi­ca y menos aún a su acep­ción estric­ta­men­te sub­saha­ria­na y de incluir, jun­to a Jomo Ken­yat­ta, Ruben Um Nyo­bè, Kwa­me Nkru­mah, Patri­ce Lumum­ba, Amíl­car Cabral y Tho­mas San­ka­ra unas figu­ras ori­gi­na­rias no solo del Nor­te de Áfri­ca, como el marro­quí Meh­di Ben Bar­ka, sino tam­bién sur­gi­das de la diás­po­ra afri­ca­na más anti­gua, en par­ti­cu­lar aque­llas que, al ser des­cen­dien­tes de los escla­vos negros depor­ta­dos a tra­vés del Atlán­ti­co, han segui­do pen­san­do Áfri­ca des­de las Amé­ri­cas y el Cari­be, como Aimé Césai­re o Mal­colm X. En este orden de ideas Frantz Fanon apa­re­ce como una figu­ra cen­tral de la «revo­lu­ción afri­ca­na» a la que, ade­más, rin­de home­na­je el títu­lo de una de sus obras, publi­ca­da pós­tu­ma­men­te. Cari­be­ño, mes­ti­zo y des­cen­dien­te de escla­vos, eli­gió la Arge­lia en lucha por su inde­pen­den­cia como país de adop­ción y como pun­to de ancla­je de una revo­lu­ción global.

Como se ha dicho, resul­ta difí­cil ser «revo­lu­cio­na­rio» solo; la revo­lu­ción se pien­sa ante todo de mane­ra colec­ti­va. La mis­ma obser­va­ción se apli­ca a «Áfri­ca»: nadie pue­de pre­ten­der poseer un saber exhaus­ti­vo sobre Áfri­ca y, menos aún, encar­nar él solo el con­ti­nen­te. Por con­si­guien­te, hay que tener en men­te el carác­ter emi­nen­te­men­te colec­ti­vo del esfuer­zo revo­lu­cio­na­rio afri­cano. Los per­so­na­jes que aca­ba­mos de citar se ins­pi­ra­ron unos en otros, algu­nos se cono­cie­ron físi­ca­men­te y todos tra­ta­ron de apren­der de los fra­ca­sos y de los éxi­tos de sus pre­de­ce­so­res. Jomo Ken­yat­ta y Kwa­me Nkru­mah se encon­tra­ron en los con­gre­sos pan­afri­ca­nos ini­cia­dos por los pen­sa­do­res esta­dou­ni­den­ses Aimé Césai­re irri­gó duran­te mucho tiem­po el pen­sa­mien­to de Frantz Fanon, el cual ins­pi­ró a Amíl­car Cabral; el Gha­na de Kwa­me Nkru­mah se trans­for­mó en eje de la revo­lu­ción afri­ca­na tras la inde­pen­den­cia del país en 1957; Patri­ce Lumum­ba se con­vir­tió en un sím­bo­lo para la mayo­ría de quie­nes lucha­ron por la libe­ra­ción de Áfri­ca tras 1961; Meh­di Ben Bar­ka y Amíl­car Cabral tra­ba­ja­ron jun­tos para esta­ble­cer la Tri­con­ti­nen­tal… La lis­ta de las inter­ac­cio­nes entre estos per­so­na­jes es lar­ga. La his­to­ria de la revo­lu­ción afri­ca­na es la de un enri­que­ci­mien­to mutuo.

En el momen­to en el que la mayo­ría de nues­tros res­pon­sa­bles polí­ti­cos han renun­cia­do a actuar y se con­ten­tan con acom­pa­ñar a las poten­cias finan­cie­ras en el esta­ble­ci­mien­to de polí­ti­cas des­truc­ti­vas, este retra­to colec­ti­vo quie­re ser, más allá de las figu­ras que lo com­po­nen, un elo­gio de la polí­ti­ca en su sen­ti­do ver­da­de­ro y gene­ro­so, es decir, esa difí­cil mez­cla de refle­xión y acción que tien­de en con­jun­to a la jus­ti­cia y el bien común. «Afir­mar que no se hace polí­ti­ca es reco­no­cer que no se tie­ne deseo de vivir», le gus­ta­ba recor­dar a Ruben Um Nyo­bè. Esta sed de polí­ti­ca, que no es sino un deseo de vivir, pue­de que sea la pri­me­ra lec­ción que nos han lega­do estos pen­sa­do­res-com­ba­tien­tes de la revo­lu­ción afri­ca­na, que tam­bién fue­ron acto­res de pri­me­ra línea de una libe­ra­ción universal.

Saïd Boua­ma­ma, 2014

Fuen­te: http://​lmsi​.net/​U​n​-​a​u​t​r​e​-​a​v​e​nir

[Tra­du­ci­do del fran­cés para Boltxe Kolek­ti­boa por Bea­triz Mora­les Bastos.]

Figu­res de la révo­lu­tion afri­cai­ne, 320 pági­nas, 12,50 euros, publi­ca­do por Edi­tions La Décou­ver­te. Repro­du­ci­mos este extrac­to con la ama­ble auto­ri­za­ción del autor y los edi­to­res. Las refe­ren­cias de los tex­tos cita­dos figu­ran en el libro.

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  1. En fran­cés hay una gran simi­li­tud foné­ti­ca entre ambos tér­mi­nos, «coupa­ble», cul­pa­ble, y «capa­ble», capaz.
  2. Se refie­re a aque­llos médi­cos fran­ce­ses (french doc­tors) que, como Ber­nard Kouch­ner, tras ejer­cer en Bia­fra a fina­les de la déca­da de 1960 de la mano de la Cruz Roja Inter­na­cio­nal deci­die­ron crear Méde­cins sans fron­tiè­res y la polí­ti­ca del «inter­ven­cio­nis­mo humanitario».

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