Una afrenta contra la juventud
«Vivimos en medio de una intensa guerra cultural y simbólica y estamos obligados a promover cada vez más el análisis colectivo, el diálogo, en torno a estos temas. El tipo de desafío que tenemos por delante no admite respuestas simplificadas ni puramente emocionales. El peor error de un revolucionario, decía Fidel, es no pensar. Hay que ejercitarse en pensar, en argumentar, en razonar; en ver la realidad en su devenir y en toda su complejidad, más allá de las coyunturas.» Es por ello que oponerse a la idealización del paradigma yanqui de modernidad y progreso, ola que arrastra a algunos crédulos, es enfrentarse a posiciones anexionistas y coloniales.
Al hablar de subversión, coincidimos con Enrique Ubieta Gómez , en que nos parece más preciso referirnos a la guerra cultural que se establece en torno a la construcción de una sociedad alternativa, y de la ofensiva general que se ha producido en los últimos años con el objetivo de aprovechar el fin biológico de la generación histórica que hizo la Revolución y la continuidad de las nuevas generaciones. La guerra cultural, entre otras cosas esenciales, incluye lo ideológico y lo político.
El opuesto de la nación que estamos construyendo es el capitalismo, y en un sentido histórico concreto, el imperialismo. La guerra que libramos ‑en línea con Ubieta- incluye la percepción, la construcción de modos de vida diferentes, de modelos de vida, de conceptos de felicidad que se opongan, que nieguen los del capitalismo.
No puede desconocerse que hoy el principal instrumento de dominación con que cuenta el imperialismo es la guerra cultural, la cual se expresa en múltiples formas de subversión política ideológica. Ha logrado que en todo el mundo prevalezcan de manera aplastante los patrones de su industria del entretenimiento y de la maquinaria mediática a su servicio. La humanidad sufre en el presente la ofensiva de una operación de colonización cultural a gran escala. Se trata de imponer el frívolo e injusto modelo del llamado sueño americano, denunciado tempranamente por nuestro Héroe Nacional José Martí.
Esta se desarrolla en medio de la revolución tecnológica contemporánea que favorece la generación constante de imágenes e información. El empleo de fórmulas comunicativas eficientes, derivadas de las técnicas del marketing impone gustos, valores y necesidades, a la vez que viste de credibilidad un mensaje cada vez más manipulado. Es imposible cerrar fronteras a esta avalancha y, por otra parte, inscritos como estamos en la era de la globalización, «tenemos que sustentar el debate ideológico en una información de amplio horizonte, veraz y creíble». El receptor de hoy no es el de hace medio siglo.
La guerra cultural desatada por los centros de poder que operan a escala global, es en esencia, contra la juventud. Es como una empresa invisible, glamorosa, embaucadora; que trata de impedir la construcción del pensamiento propio en respuesta al pensamiento único globalizado, que busca masificar las conciencias y someterlas a las pérdidas de las identidades culturales, al consumismo, a la falta de libertad, a ese pensamiento que se basa en la dominación y no en la liberación de los pueblos.
Se trata de una guerra también de los modelos de vida, de los conceptos de felicidad, del modo de vida capitalista en el cual los objetos determinan el valor de las personas, reproduciendo en el imaginario social que cualquiera puede llegar a hacerse rico. A lo que aspira el imperialismo es a desideologizar nuestra propia vida, cambiar nuestras mentes y ganar la guerra cultural.
Unas exiguas corporaciones, muy poderosas, imponen los paradigmas, ídolos, modas y formas de vida que predominan actualmente en nuestra época. Sus mensajes, en apariencia variados, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia felicidad y consumo, éxito y dinero, que hace una apología constante del capitalismo y de la superioridad imperial; que se empeña en descalificar todo pensamiento independiente y cualquier causa que se oponga a sus intereses. Junto a la instigación permanente al consumismo promueve, además, el individualismo y egoísmo que desideologiza y desmoviliza.
Es por ello que el mensaje dirigido a las nuevas generaciones «Claves para alcanzar la felicidad», del Doctor Armando Hart Dávalos, ejemplar combatiente revolucionario de la Generación del Centenario y personalidad indiscutible en el campo de la política y la cultura cubanas, resulta asidero por el valor moral que encierra el contenido de este encargo para la juventud ante la guerra cultural que se le trata de imponer, en la sutil campaña colonizadora de mentes humanas. Como ha señalado el eminente intelectual brasileño Frei Betto, en el contexto actual:
El primer deber del educador no es formar mano de obra especializada o calificada para el mercado de trabajo. Es formar seres humanos felices, dignos, dotados de conciencia crítica, participantes activos en el desafío permanente de perfeccionar el socialismo (…), nombre político del amor.
Avanzar en este sentido implica superar el avasallador proceso neoliberal de «deshistorización de la historia». Sin formación histórica no hay conciencia revolucionaria, ni proyectos políticos serios. Con la equívoca tesis del fin de la historia, los neoliberales pregonan que la humanidad ya alcanzó su nivel civilizatorio más alto, consustanciado en el sistema capitalista.
Para nadie es un secreto que en la estrategia subversiva contra Cuba, el imperialismo tiene entre sus objetivos priorizados a los jóvenes, en particular a los estudiantes, apostando a la inexperiencia y a la rebeldía natural de la juventud. Se desatinan obcecadamente en crear brechas entre las distintas generaciones que llevamos adelante el proceso revolucionario. La actividad enemiga busca frustrar el compromiso de los jóvenes cubanos con la Revolución, dañar el funcionamiento y liderazgo de la Unión de Jóvenes Comunistas, las organizaciones estudiantiles y los movimientos juveniles, penetrar en nuestros centros universitarios y de la enseñanza media superior, manipular el papel e influencia de la religión, manejar el acceso a las nuevas tecnologías e Internet en correspondencia con sus fines… y otros aspectos de la vida social, económica y política del país que inciden directamente en los jóvenes.
Asistimos a un singular momento de la Historia de nuestra Patria sobre el que debemos meditar serenamente. Entre las necesarias transformaciones económicas y sociales emprendidas para perfeccionar el socialismo, emerge un escenario de apertura al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos; y en una difusa circunstancia histórica donde se trata de imponer a nivel mundial, como nunca antes, la cultura del tener, del egoísmo, la frivolidad, frente a la cultura del ser, el humanismo, la solidaridad. Se trata de una guerra de conquista y colonización cultural que se libra en el terreno de los valores y de la ideología, donde el peligroso silencio de los cañones se enfila hacia las nuevas generaciones.
Cómo ganar mentes y corazones en el mundo de hoy
Los conflictos del mundo actual, como nunca antes en la historia humana, trascienden la espantosa violencia de las armas. La contienda más profunda y determinante se está escenificando en terrenos más simbólicos. ¿Qué hacer? es la pregunta que se impone para enfrentar esta avalancha colonizadora de mentes humanas.
El siglo XXI se presenta ante nosotros signado por una vertiginosa y acelerada revolución de la ciencia y la tecnología, mientras que el planeta entero es timoneado como un inmenso «Titanic» espacial navegando hacia lo desconocido: guerras de exterminio, cambio climático, hambre, sed y enfermedades amenazan la existencia de nuestra especie. En esta hora crucial ‑como ha vaticinado Fidel- «Luchar por la paz es el deber más sagrado de todos los seres humanos».
La era de Internet ha cambiado el mundo. El hombre moderno desarrolla hasta límites insospechados el mundo de las infocomunicaciones, el cual nos incluye y trasciende, sin embargo no ha sabido ser lo suficientemente sabio para salvarse a sí mismo y preservar la esencia de la vida.
A la depredación apocalíptica de la naturaleza se añaden los ilimitados recursos predestinados a producir una progresiva enajenación humana, sembrando fronteras insalvables entre la conciencia crítica y la realidad concreta. Una orgía de imágenes seductoras que conforman la sociedad del espectáculo nos rodea por todas partes, creando adicción y escindiendo la capacidad de pensar. Embriagados, nos sometemos a los paradigmas de lo virtual y a las leyes ciegas del mercado. El elitismo estético que conforma la opinión dominante nos impone patrones de «belleza», «felicidad» y cánones discriminatorios que atentan contra la dignidad humana.
El asedio de la hegemonía neoliberal, las campañas para desvalorizar la memoria de los pueblos, desacreditar la historia, desmontar los símbolos y simplificar o satanizar las culturas autóctonas, forma parte de las tácticas imperialistas para imponer su hegemonía a nivel mundial. La cultura chatarra que preconiza el consumismo, el individualismo, la violencia, el sexo, la prepotencia y el patrioterismo imperial, entre otros temas, tratan de imponer contagiosos modelos de hábitos y conductas ajenos a los valores originales de los pueblos.
La industria del frívolo entretenimiento gana cada vez más adeptos en niños y adultos. Una legión bien dotada de personajes de seriados, películas y telenovelas; superhéroes y barbies, portadores en lo esencial del extremo egoísmo capitalista, conforman el «caballo de Troya» que antecede a los portaaviones y los misiles para asesinar en nombre de la civilización y los derechos, vendiendo a los más jóvenes las supuestas ventajas de prescindir de ideologías y conciencia social: Es la guerra de los símbolos.
El propio Allen Dulles (jerarca de la CIA) en su libro El Arte de la Inteligencia afirmó algo que es hoy objetivo principal de la empresa recolonizadora de mentes humanas:
[…] Debemos lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos, pero estamos hablando de ciencia, de una ciencia para ganar en un nuevo escenario la mente de los hombres. Antes que los portaaviones y los misiles, llegarán los símbolos, los que venderemos como universales, glamorosos, modernos, heraldos de la eterna juventud y la felicidad ilimitada […].
«Detrás de grandes marcas, como Nike, McDonald´s, Shell, Tommy, Disney, Liz Claiborne, entre tantas otras, se esconde la explotación más despiadada de las multinacionales del primer mundo sobre los obreros ‑muchos de ellos niños- de los países tercermundistas, los cuales trabajan como esclavos por miserables salarios, en condiciones increíbles, alimentando con su sangre y sudor las arcas del capitalismo»; analiza en su documentada obra No Logo. El poder de las marcas la politóloga Naomi Klein.
Como la cultura, la política se somete a las leyes del espectáculo. Al igual que la economía, el mundo existente se desvanece tras el rejuego especulativo de los valores de la bolsa. El uso eficaz de la imagen conformada creativamente en los laboratorios de los centros de poder y propagada por los múltiples medios que nos encierran, invalida las ideas y hace un cuidadoso montaje de realidades aparentes. La tiranía de la seducción constituye el arma principal para la manipulación de las masas. Se trata tácitamente ‑al decir del destacado intelectual Ignacio Ramonet- de un «delicioso despotismo».
La creación en los Estados Unidos, el 23 de junio de 2009, de un Comando del Ciberespacio con el propósito de tener un «alcance mundial, vigilancia mundial, poderío mundial» nos provoca a reflexionar sobre lo que revela Daniel Estulin en su libro Los secretos del Club Bilderberg alrededor de las intensiones de importantes grupos de poder que aspiran a un planeta prisión mediante un mercado globalizado, controlado por un gobierno mundial único, vigilado por un ejército mundial, regulado por un banco mundial y habitado por una población controlada por microchips; todo conectado a un ordenador global que supervisará cada uno de nuestros movimientos. Las nuevas guerras, desde entonces, no se escenifican solo en el aire, el mar y la tierra, sino también en los escenarios virtuales. Se define el ciberespacio como nuevo campo de batalla del siglo XXI.
Siguiendo esta línea los halcones belicistas imperiales han redefinido su doctrina militar a partir del inmenso poderío militar y la combinación de lo que llaman soft power, poder suave y smart power, poder inteligente, priorizando la colonización cultural, Hollywood, los ideales del capitalismo y las campañas para ganar «las mentes y corazones» de poblaciones y regiones completas, a partir de una avasalladora manipulación mediática, donde la principal apuesta continúa siendo la juventud. Esta estrategia de guerra no convencional se apoya en teóricos de la guerra cultural como Gene Sharp, autor de La política de la acción no violenta (1973) y De la dictadura a la democracia (1993), textos que han sido tomados como referencia para armar la teoría del llamado golpe suave.
Al respecto refiere el General de Ejército y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Raúl Castro Ruz:
No pocas analogías, pueden encontrarse en los manuales de guerra no convencional, aplicados a varios países de nuestra región latinoamericana y caribeña, como hoy sucede en Venezuela y con matices similares se ha evidenciado en otros continentes, con anterioridad en Libia y actualmente en Siria y Ucrania. Quien tenga duda al respecto lo invito a hojear la Circular de entrenamiento 18 – 01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales norteamericanas, publicada en noviembre de 2010 bajo el título La Guerra no Convencional.
Esta circular se trata de una táctica paso a paso hacia la subversión. Expresa que la intención fundamental que posee el gobierno de los Estados Unidos es explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas, militares y políticas de un «poder hostil», desarrollando y sosteniendo a las fuerzas de resistencia a fin de lograr los objetivos estratégicos de Washington.
Las «Guerras de Cuarta Generación», como también se les llama, no emplean la fuerza de un arma convencional, sino que a través de medios creativos, innovadores, tecnológicos y tácticas cautelosas, logra llevar a cabo las intenciones que se plantean. Actualmente esta modalidad de guerra está erigida no solo como forma principal de agresión, sino como instrumento estratégico de la política exterior norteamericana.
Desde hace mucho tiempo se viene manifestando una descomunal guerra de los símbolos a nivel mundial, por lo que resulta impostergable ganar conciencia de ello, sobre todo en las nuevas generaciones; y reforzar en el imaginario social nuestros símbolos, tradiciones y cultura nacionales: Plan contra Plan. Las ideas revolucionarias han de estar siempre en guardia.
El hombre mediocre y las fuerzas morales
El hombre mediocre y Las fuerzas morales son dos maravillosas obras del eminente filósofo y maestro del pensamiento latinoamericano del siglo XX José Ingenieros (1877−1925), y he tomado como referencia obligada ambos títulos porque, en esencia, describen hoy el dilema de la guerra cultural y simbólica desatada por poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional. El imperio pretende seducir a la juventud y manipular la candidez, volviéndolos insignificantes y despojándoles de sus ideales.
Una enorme ignorancia ‑como ha señalado Fidel- envuelve a la especie humana y sus infinitas formas de experiencias; se modelan nuevas tácticas imperiales para lograr frustrados objetivos; hay quienes hacen un llamado al olvido de toda la gloria que se ha vivido; la ofensiva reaccionaria amenaza con liquidar a las fuerzas progresistas de Nuestra América; las guerras no convencionales y estrategias de «golpe suave» constituyen las armas predilectas del capitalismo; prosigue el indetenible deterioro del medio ambiente ante la irresponsabilidad de las élites y la desenfrenada carrera consumista; el destino del planeta está en manos de poderosas transnacionales; crecen las tendencias fascistas, el racismo, la xenofobia, la violencia incontrolada y cada vez más cruel e insensata, entre otras muchas manifestaciones de barbarie.
Ante este terrible panorama, nos concierne fortalecer el enfrentamiento a la subversión política ideológica y a la guerra cultural imperialista, no permitir que avancen y se consoliden en nuestra patria los vicios del capitalismo; lograr en toda la sociedad la formación de valores y convicciones de ese Hombre Nuevo del siglo XXI, como tempranamente alertara el Che. La batalla es esencialmente económica, cultural e ideológica.
El capitalismo estimula la mediocridad y la vulgaridad es su estampa. El hombre mediocre es creado sutilmente para la insensibilidad y la reproducción mecánica de ideas y modos de vida irracionales e ignora ‑al decir de Ingenieros- la quimera del artista, el ensueño del sabio y la pasión del apóstol. Desdeña la inteligencia creadora, el verbo altivo y comprometido, la pasión y el humanismo revolucionario, vive para el aquí y el ahora. Esas criaturas sietemesinas, carentes de ideales, son meramente «cuantitativas» porque pueden apreciar los cálculos del más y el menos, ostentar lo fatuo, pero incapaces de distinguir las esencias más profundas de las cosas. Actúan siempre toscamente, sin saberlo, como escuderos del servilismo ante una humanidad necesitada de quijotismo.
El socialismo, en cambio, enaltece las fuerzas morales como cualidad indispensable de la condición humana en la transformación del mundo, lo cual no puede, en modo alguno, limitarse al aspecto material de la cuestión. Sin ideales sería inexplicable la evolución y el progreso, existieron y existirán siempre. Invariablemente habrá contradicción entre la vileza y la dignidad, la ineptitud y la originalidad, la simulación y la virtud. Es mucho más trascendental el enriquecimiento de la conciencia, de su dimensión ética e ideológica, de vivir para un ideal, dotado de honda sensibilidad que carecer de iniciativa, llenos de apatía, acomodaticios, vacíos y frívolos. El revolucionario verdadero está guiado, ante todo, por grandes sentimientos de amor.
También hay que decir que en el socialismo además de la justicia social no se desestima la prosperidad material, pero lo esencial está en la altivez y fortaleza del alma, teniendo lo necesario para vivir dignamente, que el desdén de la riqueza, el egoísmo excluyente y la soberbia que envilece a los hombres, los aparta, divide y acorrala.
No olvidemos nunca lo aprendido en estos años de constante batallar de que «Revolución es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio», además de altruismo, solidaridad y heroísmo, y la sentencia martiana de que «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre».
Debemos pensar y valorar en todos los escenarios de la vida social, como demandara el VII Congreso de nuestro Partido, en cómo continuar afianzando una cultura anticapitalista y antimperialista en nuestro pueblo, combatiendo con argumentos, convicción y firmeza las pretensiones de establecer patrones de la ideología pequeño burguesa caracterizados por el individualismo, el egoísmo, el afán de lucro, la banalidad y la exacerbación del consumismo. Ello significa enfrentarnos con ideas y acciones concretas a la avalancha colonizadora imperialista y a la idealización del paradigma yanqui de modernidad y progreso que se intenta imponer a nivel mundial. Nosotros seguiremos apostando por continuar haciendo de nuestra Patria «Ese Sol del Mundo Moral».
Roilán Rodríguez Barbán
5 de mayo de 2017
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