Hemisferio Izquierdo (HI): En el año 71 se crea el Frente Amplio (FA) ¿qué lectura hace en ese momento el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) de esa creación?
Jorge Zabalza (JZ): En los 70 la política no se hacía desde el sillón parlamentario o el bureau institucional. El FA nació con las calles ardiendo de lucha popular, con la represión ensañada, castigando a obreros, estudiantes y vecinos organizados. Desde Maroñas a La Teja y el Cerro se reprodujeron formas de lucha que hoy parecen de otro planeta: liceos y hospitales populares, movimiento para no pagar a UTE, campamentos de desocupados, los «peludos» marchando por todo el país, estudiantes acampando en fábricas ocupadas, comisiones vecinales de apoyo a los obreros en huelga. En la lucha se identificaba con claridad al enemigo: las 500 familias dueñas del Uruguay, el capital transnacional, las fuerzas armadas, el poder judicial, la policía que asesinaba militantes, los rompehuelgas, los parapoliciales, la embajada de los EEUU. Decenas de miles dejaron de ser espectadores pasivos y se transformaron en protagonistas activos de la vida política. Formaron el espacio político que rompió con el sistema imperante y reconoció la necesidad de revolucionarlo, que se identificó con la iconografía combativa de la revolución cubana y navegó en la corriente revolucionaria latinoamericana. En ese terreno se multiplicó un nuevo tipo de luchadores, ideológicamente inclinados a la acción directa de masas, que miraban con simpatía la lucha guerrillera y la auto-organización armada. El movimiento guerrillero creció y se desarrolló requerido por esos núcleos convencidos de que su única opción era armarse para luchar. La revolución no era un horizonte sino una cercanía, una posibilidad actual, ¡qué difícil hacerse entender hoy día con los espíritus tan aplacados que se vuelve imposible hablar de revolución!
El fin de la pasividad del pueblo fue el fenómeno de carácter más revolucionario de todo el período 1968⁄1973. En la lucha activa las bases sociales se fortalecieron, su espíritu se hizo tan fuerte que logró resistir indemne el terrorismo de Estado y resurgió incontenible en 1983. Fueron esas multitudes insurrectas las que dieron origen al Frente. En realidad, los comités frenteamplistas de 1971 eran apenas una nueva forma de organización de las bases ya movilizadas en los barrios y gremios. El «Frente-movimiento» –con su subjetividad anti-sistema– nació casi espontáneamente, bastante antes que el «Frente-coalición». Su existencia debió ser aceptada a regañadientes por algunos dirigentes que tenían pavor a la auto organización y la autonomía, y luego fue permanentemente ocultada o tergiversada en función de mezquinos y «políticamente correctos» intereses.
Se leyeron en clave de asalto al poder las luchas populares, pero esa lectura no se supo traducir a una forma masiva de hacer política armada, no se encontraron formas guerrilleras que pudieran ser adoptadas por el movimiento popular, paso previo y necesario a la insurrección popular. Como la guerra de todo el pueblo en Vietnam, como el pueblo en armas de José Artigas. Era el problema esencial de la revolución en el Uruguay y el MLN(T) se lo planteó desde fines de 1968. No logró resolverlo nunca y, en consecuencia, fracasó en su proyecto político-militar.
No todos en el movimiento popular leían la coyuntura de la misma manera que el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros [MLN(T)]. Había quienes pensaban que la táctica de radicalizar la lucha contra el sistema se salía de los carriles establecidos y se salteaba las etapas del esquema preceptuado por el dogma estalinista. De esa visión tan estructurada surgió la propuesta de avanzar en democracia hacia la democracia avanzada, trabalenguas que resumía la tesis acerca de la posibilidad de acceder al poder por la vía electoral y parlamentaria en acuerdo con una burguesía presumida nacional. El asalto al poder se debía posponer hasta que se dieran condiciones más favorables en el campo internacional, tal vez hasta que la URSS derrotara al imperialismo en la competencia económica. Los afiliados a esta tesis se dedicaron a contener la masificación de las ideas guerrilleras del «dos, tres… muchos Vietnam», que consideraban incompatibles con la coexistencia pacifica con los EEUU. De todas maneras, pese a las tentativas de aplastarla a golpes de «unidad, unidad», la batalla de ideas sobre las formas y métodos de lucha creó un torbellino que atravesó las organizaciones obreras, estudiantiles y vecinales.
La brutalidad de Pacheco Areco también provocó el cisma que separó a las dos corrientes históricas del Partido Colorado: por un lado, los herederos de Julio César Grauert se agruparon en torno a Zelmar Michelini y el general Líber Seregni, rompieron con el gobierno autoritario y terminaron creando el Frente del Pueblo y, por el otro, los «colorados» del mismo corte ideológico que Fructuoso Rivera, la «Defensa» en la Guerra Grande, Venancio Flores y Lorenzo Latorre, cerraron filas detrás de Pacheco Areco y los grupos fascistas que lo rondaban. En el Partido Nacional se dio un fenómeno de características similares que alineó la derecha cavernícola alrededor del coronel Mario Aguerrondo –creador de la Logia Tenientes de Artigas en el ejército– y de M. Recaredo Etchegoyen, al tiempo que agrupó los sectores progresistas tras el liderazgo político e ideológico de Wilson Ferreira Aldunate. Engendrado por el pueblo que se movía y luchaba, el Frente Amplio nació gracias al poder de convocatoria de Zelmar y Seregni, cuyas influencias fueron decisivas para la concreción del proyecto.
Durante meses la política con armas había desplazado a la política electoral del centro de la atención pública, pero la progresiva militarización de las acciones guerrilleras y el apartarse del entendimiento popular, se tradujo en un fuerte deseo de detener el sacrificio y el derramamiento de sangre. En el imaginario popular la apertura de un camino alternativo a la guerra civil se sintió como un alivio a la tensión. ¿Cómo desconocer esas esperanzas? Era imposible soslayar el fenómeno de indudable carácter popular, que introducía un nuevo actor y determinaba una nueva coyuntura. La oferta de recomponer el país de los amortiguadores de modo que hiciera posible «el cambio revolucionario en paz» canalizó la lucha popular hacia lo electoral y lo parlamentario, viraje decisivo de la subjetividad popular que el MLN(T) contempló al apoyar críticamente el nacimiento del Frente Amplio, pero que desconoció al persistir en la militarización de su accionar político. El desarrollo de la coalición no se detendría, independientemente de la voluntad del MLN(T). Raúl Sendic fue el principal promotor del «apoyo crítico» al FA con el propósito de evitar el aislamiento de la guerrilla tupamara y la caída en posturas sectarias respecto a otras fuerzas de izquierda. Por el contrario, dividir la izquierda y obstaculizar la creación del FA sólo traería desánimo y decepción en el movimiento popular, un clima muy poco propicio para continuar haciendo política con armas.
El MLN(T) entendió públicamente que (…) «no creemos, honestamente, que en el Uruguay, hoy, se pueda llegar a la revolución por las elecciones. No es válido trasladar las experiencias de otros países». Pese a su congénita desconfianza hacia lo electoral, entendió que era bienvenida «la unión de fuerzas populares tan importantes, aunque lamentamos que esta unión se haya dado precisamente con motivo de las elecciones y no antes. (…) Al apoyar al Frente Amplio, entonces, lo hacemos en el entendido de que su tarea principal debe ser la movilización de las masas trabajadoras y de que su labor dentro de las mismas no empieza ni termina con las elecciones (…) La lucha armada y clandestina de los tupamaros no se detiene». El «Movimiento de Independientes 26 de Marzo» agrupó la consciencia insurgente, que veía las elecciones de 1971 como un paso inevitable camino a la insurrección popular. La lucha armada no se detuvo, es cierto, pero la historia enseña que en adelante predominaron las urnas y el palacio legislativo sobre las formas de acción directa y se adormecieron las ideas de lucha revolucionaria.
HI: ¿Cuáles son las razones que tiene el MLN a la salida de la dictadura para ingresar al FA?
JZ: En 1985 las y los liberados buscaron reorganizar su identidad tupamara, más por instinto de supervivencia que tras un programa o proyecto político definido. Por el contrario, la dispersión en las cárceles y el exilio produjo más de una docena de proyectos diferentes, todos ellos aspirantes a hegemonizar la reorganización. Además, el aquelarre aquél de los primeros días fue tironeado por impulsos contradictorios, de un lado el deseo de reincorporarse organizadamente a la vida política, mientras que del otro, el escepticismo congénito de los tupas hacia la democracia formal se resistía a aceptar de buenas a primeras el régimen instalado luego del Club Naval. Deseo y escepticismo fueron determinando oscilaciones en el pensamiento y actitudes de cada liberado y cada liberada.
A medias empujados por el movimiento popular y con su impunidad asegurada por el Pacto del Club Naval, los milicos se replegaron ordenadamente a los cuarteles. Desde su atalaya vigilaban y controlaban las fuerzas populares que los habían rechazado en el NO de 1980 y en el Río de Libertad de 1983. Conservaron intactas sus fuerzas, su cadena de mando y su estructura ideológica, sujetando a la tutela militar la «democracia a lo Sanguinetti». Por otra parte, la reconquista de algunas libertades sindicales y populares creaban la sensación de que habría democracia para rato… aunque fuera tutelada. El híbrido político que bosquejamos en 1985, resultaba de la cruza entre el respeto hacia el sentimiento popular de haber reconquistado la democracia y la necesidad de defenderse de los tuteladores. El espanto que causaba la serpiente enroscada en los cuarteles apresuró los acuerdos entre los reorganizadores del MLN(T). La profecía del acto del Franzini sobre la posibilidad cierta de malones cuarteleros no era ninguna locura. Los «carapintadas» se encargarían de confirmarla.
La crítica al militarismo del pasado ayudó a concebir la organización del futuro como instrumento para el desarrollo de un movimiento de masas capaz de resistir los malones fascistas que avistábamos en el horizonte. Ya no creíamos en un aparato armado-ombligo del mundo, sino en una revolución que suponía el florecimiento de las ideas de poder popular y que, en 1985, pasaba por la transmisión del alerta a través de la militancia inserta en sindicatos, cooperativas, gremios y organizaciones vecinales. Las experiencias de movilización bajo dictadura y la concepción de poder popular llevaban a confiar en la capacidad de iniciativa y auto-organización de la gente. Raúl Sendic planteó que la unidad debía re-surgir desde las bases sociales, porque «tal vez lo que los dirigentes no consigan lo logremos trabajando desde abajo, pacientemente, codo a codo con hombres y mujeres de diferentes tendencias» (Acto del Franzini, 19 de diciembre de 1987). Propuso un Frente Grande no para ganar elecciones sino para movilizarse por el programa popular, para distribuir las tierras y mejorar la vida de los trabajadores rurales, para terminar con la banca extranjera y con la sangría de la deuda externa, para un aumento general del salario que traiga el ensanchamiento del mercado interno. Un Frente Grande para unirnos sin exclusiones, pero no para transar, ni para transar con el que transa. ¡Un Frente Grande de imbancables!
También fue cierto que, al abrirse las cárceles, zambullimos en el mar de emociones y sentimientos frenteamplistas que sobrevivió el estigma, las persecuciones y el terrorismo. El movimiento popular sentía que las banderas de la reconquista y la esperanza eran tricolores y que el Frente era el lugar hacia donde convergían en masa tanto lo más progresista del país como parte de la militancia que pretendía revoluciones. Además, de la crítica del pasado, la mayoría de los tupamaros habíamos inferido que en el tercer mundo las revoluciones se organizarían en forma de frentes. El Frente Grande contenía y generalizaba el proyecto de cambio popular que representaba electoralmente el Frente Amplio. Estas consideraciones, muy diferentes a las de 1971, llevaron a pasar del apoyo crítico a pensar en la incorporación lisa y llana a la coalición. Aún así, en el debate interno no hubo unanimidades y una minoría del Comité Central consideramos que se debía postergar el pedido de ingreso hasta que el MLN(T) alcanzara el peso social suficiente para hacerse escuchar con atención. En concreto, antes de ingresar se debía consolidar la influencia de las agrupaciones ampliadas en el movimiento social y el desarrollo del frente grande. También era cierto que mucha gente vinculada a los tupamaros ya integraba los comités de base antes de 1985, sin sentir que se opusieran su militancia frenteamplista y la disciplina a ese MLN(T) que ayudaban a reorganizar. Por aclamación se decidió pedir el ingreso el 11 de abril de 1986 en un Palacio Peñarol repleto de militancia tupamara. Fue mayoría la voluntad de ingresar al Frente Amplio pese a ser sumamente críticos de su ya evidente retroceso hacia las políticas conciliadoras.
Los meses que transcurrieron entre la ley de impunidad (22 de diciembre de 1986) y el plebiscito del Voto Verde (19 de abril de 1989) estuvieron signados por la militancia de los núcleos más activos. Fueron tiempos de agitación del «juicio y castigo a los culpables», de la recolección y de la defensa de las firmas contra la ley de impunidad y, finalmente, de la campaña por el Voto Verde en los primeros meses de 1989. También fue un período álgido de la lucha sindical –Sanguinetti se vanaglorió de no haber perdido ni un conflicto– y de las ocupaciones de tierras para vivir, algunas organizadas, otras espontáneas. La lucha social creó un punto de encuentro para la militancia radical, ya fuera organizada en partidos o actuando individualmente. La confluencia se cruzó con la necesidad de crear un polo ideológico revolucionario para contrarrestar el retroceso general y, en consecuencia, como expresión de lo más radical y combativo surgió el Movimiento de Participación Popular. Quién diría que la radicalidad combativa haya sido el origen de este MPP esclerosado, aparato que respalda ciegamente las medidas más impopulares del progresismo. El calendario electoral apresuró su lanzamiento formal que tuvo lugar el 6 de abril de 1989 y con el Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), el Movimiento Revolucionario Oriental (MRO), el Partido Comunista Revolucionario (PCR), el MLN(T) y muchos militantes independientes entre los que se destacaban Helios Sarthou, Carlos M. Gutiérrez, Jorge Durán Mattos, Marcos Abelenda, Daniel Olesker, Juan Chenlo.
Recién entonces, luego de la demostración de fuerza que significó la creación del Movimiento de Participación Popular (MPP), se logró superar la oposición al ingreso del MLN(T) al Frente Amplio, tanto la pública y transparente de los demócratas cristianos como la opaca y solapada del estalinismo criollo. La lucha contra la impunidad, donde la militancia de base cobró una fundamental importancia, sirvió para disimular las concesiones y retrocesos del Frente Amplio. La desconfianza de Raúl Sendic hacia la conducción frenteamplista se transmitía en forma de Frente Grande, mientras que en otras y otros tupas, esa misma desconfianza tomó forma de polo ideológico revolucionario. Un tercer agrupamiento dentro del MLN(T) ya estaba carburando la idea de subirse al carro de la conciliación de clases y tomar sus riendas, estrategia que se concretó en los años siguientes.
HI: ¿Cuales son los motivos por los cuales abandonás el FA?
JZ: Intrincada madeja. No fue una decisión individual. Hubieron varias esquinas sin retorno que luego de dobladas fueron marcando la línea recta del alejamiento. En realidad nos expulsaron del MLN-MPP, cuando la mayoría se había incorporado al retroceso ideológico, cuestión hoy muy evidente por cierto. Al igual que en toda la historia, las diferencias de concepción surgieron en la discusión concreta de los acontecimientos, donde las actitudes de cada uno decían mucho más que su discurso. Los sermones «izquierdosos» se utilizaban –se utilizan– para encubrir hechos que arrimaban los apóstatas a los dueños de todo y, especialmente, a los militares defensores de la impunidad.
Conviene empezar por el análisis la marejada de ocupaciones de terrenos de 1988⁄89, un hecho social definitorio. El encarecimiento del costo de la tierra en las zonas urbanas con mejores servicios, obligó a emigrar a quienes no podían pagar alquileres o las cuotas del banco hipotecario. Muchos se fueron del país, pero otros terminaron repoblando las periferias de las ciudades. Asimismo, esa crisis en los bolsillos con ingresos fijos hizo crecer y reproducirse la venta ambulante: la gente salió en masa a vender lo que podía. Desde el gobierno se exigió que los damnificados por la política económica resolvieran sus angustias en orden, haciendo cola en los mostradores institucionales. En 1990 el pueblo había concretado sus esperanzas logrando que «nuestro» Frente Amplio gobernara Montevideo y, naturalmente, quienes vivían irregularmente en los asentamientos y quienes vendían irregularmente en las veredas, esperaban el inicio de una nueva era, de «nuestra» era. Más a la corta que a la larga pudieron comprobar que la descentralización, la cartera municipal de tierras y el banco de materiales no marchaban rumbo a la formación de un pueblo en condiciones de gobernarse a sí mismo. Que la regularización de la venta callejera era un instrumento de control y recaudación. Que la descentralización no era el traslado de poder a los vecinos sino la mera desconcentración del pizarrón de quinielas. Por el contrario, con la llamada «actualización ideológica» se disfrazaba de izquierda la aplicación del esquema «neoliberalismo con asistencialismo social» que, en los hechos aunque no en las palabras, significaba la institucionalización de un pensamiento antipopular. La represión municipal a los vendedores ambulantes y a los vecinos que ocupaban terrenos fueron gestos para ganarse las simpatías de los poderosos, las intendencias Tabaré-Arana prefiguraron y anticiparon los gobiernos de Tabaré-Mujica-Astori.
El Frente Amplio solamente permitía el debate en los organismos de conducción que controlaban Tabaré-Astori; el autoritarismo en la interna no soportaba que las disidencias internas se expresaran muscularmente o votando aparte de la bancada en el parlamento nacional o en el departamental. Estaba prohibido manifestar descontento cuando Tabaré entregaba las llaves de la ciudad al asesino George Bush (padre). Si bien en el MLN-MPP dominaban los sentimientos de solidaridad, las exigencias prácticas alimentaron la idea de jugar al achique: las olas disidentes debían ser pocas, chicas y mansas para no perjudicar la campaña electoral de Tabaré. Como les encantaba «estar» donde se corta el bacalao, la crítica y la lucha de ideas debía ser dada con «lealtad» hacia los socios coaligados, aunque ellos implicara deslealtad hacia las expectativas y las luchas de los trabajadores o de los vecinos organizados. Los sectores más conservadores del Frente debían sentir seguros con el MLN-MPP, precisaban garantías disciplinarias de antemano y, a cambio, le permitirían algunas pataletas para mantener contenta la gilada. Era la manera en que el Frente Amplio se convertiría en otro partido del orden burgués, totalmente distanciado de los sectores descartados por el capitalismo.
Puede parecer aberrante pero, de hecho, el Frente se oponía en lo nacional a las políticas privatizadoras que justificaba en la intendencia montevideana. Fue larga y enconada la lucha para mantener en la esfera estatal pública la propiedad del histórico Hotel y Casino Carrasco. En 1997 provocó la renuncia de Tabaré Vázquez a la presidencia del FA y la excomunión del presidente de la Junta Departamental por haber votado contra el proyecto presentado por Mariano Arana. De todas maneras las privatizaciones se multiplicaron en el ámbito municipal y finalmente, durante el gobierno de Ricardo Erlich, el Carrasco pasó a manos privadas en las cuales vegeta inútilmente. Ambos fenómenos, ocupaciones y privatizaciones municipales, despertaron demonios y fantasmas no sólo en la derecha y, lenta y paulatinamente, amansaron los leones desdentados, que se incorporaron sin escrúpulos a la línea de la contrarreforma agraria y de la pleitesía frente al capital extranjero.
El grupo de militantes encabezado notoriamente por Helios Sarthou rechazamos el disciplinamiento de la expresión política. Expresábamos la solidaridad compartiendo calle y palos con los ambulantes y ocupando con los ocupantes, defendiéndolos en los desalojos fuera quien fuera que los desalojaba. Recíprocamente los descartados nos fueron transfiriendo su irritación e intransigencia, fuimos endureciendo el discurso y la actitud que ya venían endurecidas de la lucha por el Voto Verde. A los feligreses más crédulos les incomodaba el ojo crítico y la desobediencia indebida. Nos volvimos «asquerosos». Las privatizaciones municipales sellaron la domesticación final del MLN-MPP que, en consecuencia, como demostración de buena fe, se sintió obligado a expulsar de sus filas la disidencia indomesticable.
Personalmente sentí haber fracasado en dos aspectos sustanciales: en primer lugar, en los esfuerzos por crear una organización de asentamientos al estilo de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM) y un movimiento que centralizara los reclamos de la venta callejera. La tentativa ratificó que no es posible organizar la lucha social desde las instituciones estatales. En segundo lugar, fracasé en divulgar y convencer del giro a la derecha del MLN-MPP, nadie creía que tamaña hipocresía fuera posible en quienes habían sufrido calabozos por sus ideas revolucionarias. Ambos hechos repercutieron con mucha contundencia en mi ánimo y me hicieron poner en dudas mis capacidades para contribuir a una acumulación de fuerzas con sentido revolucionario. Me dediqué a ganarme la vida como carnicero.
Sin embargo, la infidelidad que motivó el divorcio ideológico tuvo lugar el martes 24 agosto de 1994. A consecuencia de las ideas separadas llegaría más tarde el divorcio político-organizativo. Esa mañana el PIT-CNT declaró paro general y convocó a concentrarse alrededor del Hospital Filtro para manifestar solidaridad con los vascos en huelga de hambre seca. Lacalle los extraditó al estado Español y la tortura. El transporte aéreo ya había aterrizado en Carrasco. Los «radicales» habíamos mantenido una vigilia en la calle. FUCVAM se sumó al movimiento. Difundieron CX 44 Radio Panamericana y CX 36 Radio Centenario y la concentración se volvió masiva. Ese mediodía la Mesa Política del FA concurrió en pleno. A las cinco exactamente la Republicana arremetió a caballo, apaleando mujeres con bebés, ancianos y niños. La multitud se defendió de la brutalidad represiva. La policía asesinó a Fernando Morroni. Hirió de cuatro balazos en la espalda al enfermero Esteban Massa que asistía en el suelo al lastimado Ruben Sassano. Carlos Font fue internado con pérdida de masa encefálica y Mónica Ramírez con heridas de balas en el vientre. Esa noche fue asesinado Roberto Facal. Quedaron heridos más de 100 manifestantes en la operación represiva, 15 de ellos a balazos. El miércoles 25 de agosto miles acompañaron a Fernando hasta el Cementerio del Norte. Tres ministros del interior progresistas después, no se ha hecho pública ninguna investigación. Los asesinos y los que comandaron la represión continúan impunes.
Estalló la polémica. Sacaron los fantasmas de la buhardilla y concentraron sus ataques en los tupamaros para asustar a los pusilánimes. La derecha presionaba para que el progresismo desmontara el agrupamiento radical. Rápidamente, el Frente Amplio adjudicó su derrota electoral de 1994 a los insoportables núcleos radicalizados. En el Comité Central del MLN(T) se esgrimió la tesis de la «no violencia activa» o acción no-violenta. Se argumentó que al enfrentar organizadamente la represión en Jacinto Vera, se había provocado la masacre y que, de alguna manera, la responsabilidad de la muerte de los compañeros recaía sobre nuestros hombros. Para no dar justificativos a la policía y que no se repitieran sus asesinatos, había que renunciar a la estrategia de crear una fuerza militante con espíritu combativo y sustituirla por la de desobediencia civil o resistencia no-violenta. La conducción frenteamplista quedaría satisfecha de esa manera.
Dispersa pero activa, la militancia radical había descubierto otros lugares de encuentro: las Comisiones Barriales de lucha por Verdad y Justicia, la columna Cerro-Teja de los primeros de mayo, la batalla contra el artículo 23, el apoyo a las ocupaciones de tierra y a los conflictos obreros del Espinillar, de la construcción, de la bebida, la química y del transporte. Allí fueron haciendo su propia y montaraz historia, conociéndose y descubriendo formas de coordinación horizontal. Los núcleos activos fueron lo suficientemente hábiles para responder a los ataques de la policía sin aislarse de la abigarrada multitud que rodeó el Hospital Filtro. También logró con su militancia que el 63% del electorado rechazara la «minirreforma» el 28 de ese mismo agosto de 1994. Los representaban un senador y los ediles de Montevideo y Trinidad que denunciaban y actuaban con espíritu extraparlamentario. Caminando hacia un horizonte insurreccional, esa dispersa y poco ordenada fuerza militante demostró ser capaz de actuar con efectividad y de golpear coordinadamente. Su fuerza en blancos, colorados, dirigentes frenteamplistas y ex-guerrilleros domesticados, la necesidad de cortar las uñas del gatito antes que se transformara en tigre.
Muy influida por el gandhismo-tupamaro, para no provocar la represión, la juventud del MPP intentó suspender la marcha que, en setiembre de 1994, varias organizaciones estaban coordinando al cumplirse un mes de la Masacre de Jacinto Vera. «Manos desconocidas» acercaron a la orgánica MLN-MPP una cassette grabada en una cuchipanda realizada en la guardia republicana, donde el ministro Ángel Gianola arengaba a sus oficiales para que reprimieran a los grupos radicalizados. La cassete fue esgrimida en la discusión como argumento disuasivo contundente. En la interna del MLN(T) estaba en curso un debate sobre de las relaciones con un grupo de oficiales de los servicios de inteligencia militares. Más allá del testimonio personal ‑participé en dos de las primeras reuniones, como ya he relatado- resultaba evidente que el MLN(T) estaba siendo atacado por una operación de inteligencia que buscaba neutralizar las perspectivas revolucionarias. Además de «establecer un teléfono rojo para impedir que nos enfrenten a militares y tupamaros como en el pasado» no hubo otras explicaciones. De hecho, al vincularse con el núcleo central del aparato represivo, el MLN(T) estaba pasando por arriba del sentimiento de verdad y justicia para los desaparecidos y asesinados por el terrorismo de Estado. Se cruzaba el Rubicón de la ética y la moral. La actitud hizo que muchas y muchos se sintieran empujados fuera del MLN, una manera de expresar con los pies la discrepancia. Otros optaron por quedarse, actitud que significaba convalidar con su presencia la concepción conciliadora.
HI: ¿Cuáles entendés que son las tareas políticas para la etapa y cuales entendés que son los principales desafíos para el futuro?
JZ: En los «70 debieron recurrir al terrorismo de Estado para aplastar las revoluciones y suministrar la medicina neoliberal a los pueblos. Una vez marchitas las dictaduras en los «80, en varias de las comarcas latinoamericanas se alzaron los pueblos contra el consenso de Washington y la revuelta se tradujo en acceso de fuerzas progresistas al gobierno, que llegaron con la promesa de hacer temblar hasta las raíces de los árboles. Hoy día, en el 2017, está claro que sus políticas asistencialistas no hicieron temblar nada, apenas lograron que los pobres consumieran un poco más que antes o, dicho de otra manera, incorporaron los sectores descartados a la sociedad consumista. También incrementaron el salario, aunque su monto no alcanza a cubrir las necesidades materiales, educativas y culturales del asalariado. Está claro que la política económica del progresismo también favoreció un aumento en la concentración del capital y la propiedad de la tierra, que se puede leer como una mayor degradación de la vida democrática. Aumento de salario y asistencialismo social han sido tan inútiles para resolver el fondo de la cuestión social como los vademécums ortodoxos aplicados por los gobiernos anteriores. Protegida por el progresismo, la burguesía prosigue en su carrera por aumentar la tasa de ganancia a costillas del trabajo y, por consiguiente, la lucha de los pueblos asalariados es un eterno recomenzar.
En la medida que requiere redistribución del ingreso, el asistencialismo se contrapone a la voracidad insaciable de las élites dominantes. Sólo les sirve el neoliberalismo sin fomentos. Tampoco la «agenda social» del progresismo es compatible con sus estructurados modos de pensar y de sentir, en especial, les caen gruesas la legalización del aborto, la desproscripción de la marihuana, la defensa de la igualdad entre los géneros y el matrimonio igualitario. Pese a los privilegios para los inversores extranjeros, las zonas francas y las exoneraciones varias, las élites sienten que las democracias, mientras están administradas por el progresismo, han dejado de ser instrumentos útiles a sus designios. En consecuencia, decidieron suministrar sin intermediarios la pócima y el retorno de los brujos parece ser el signo de los tiempos. El fenómeno trajo a Donald Trump y sus cómplices de Wall Street y del complejo de industrias armamentísticas, pero también al fascismo a cielo abierto en Europa y acá, en América Latina, a lo más reaccionario de la derecha, por las buenas en algunos casos –Macri, Kuczynski – , por las malas en otros –Temer– y por las peores también, como ocurrió en Haití y Honduras. Sienten el progresismo como una enfermedad de las democracias formales, sea en Europa, en EEUU o en América Latina.
Los pueblos defienden pacíficamente sus conquistas y manifiestan su descontento con el cariz que van tomando las cosas: grupos de estadounidenses protestan frente a los portones y las rejas de la Casa Blanca; los mejicanos denuncian masivamente la política de desapariciones y asesinatos del Estado fallido y narcotraficante; los argentinos amagan con reeditar las jornadas de diciembre del 2001 y los chilenos hacen masivas demostraciones contra las medidas neoliberales del progresismo de la Bachelet. Entonces, para conformar lo más reaccionario, algunos de los gobiernos empresariales emiten señales amenazantes y, en otros casos, como el mejicano y el colombiano, pasan a dar palos sin más. Con su apología de la tortura y de Guantánamo, Trump se convierte en abanderado de las ideas fascistas. Lo sigue el gobierno de Méjico, cómplice en las desapariciones de los 43 normalistas y del asesinato de más de cien periodistas al año. También la Bachelet, que ha dejado totalmente al descubierto su naturaleza racista y autoritaria, aunque encabece una fuerza que pretende ser socialista. Mauricio Macri se burla y ataca a los movimientos sindicales, barriales y feministas. ¿De qué paz y democracia hablan en Colombia y Honduras, donde los paramilitares asesinan luchadores que defienden el medio ambiente y a campesinos de origen maya?
Una vez más el estamento oligárquico latinoamericano suelta de la correa a sus cancerberos y vuelve posible e inminente la extensión del ejercicio de la violencia institucionalizada contra el movimiento popular. Las organizaciones del pueblo están sabiendo que en la defensa de lo conquistado corren el riesgo cierto de ser ferozmente reprimidos por la policía… ¿De qué manera puede responder el pueblo mapuche atacado sin piedad por la progresista Bachelet luego de más de 500 años de sometimiento? ¿qué pueden hacer los pueblos de origen maya en Chiapas, Guatemala y Honduras? ¿en qué salida electoral y parlamentaria pueden creer los trabajadores agrarios brasileros, perseguidos como en los tiempos de Canudos? ¿cómo pueden enfrentar la matanza los mejicanos? Hoy día, en América Latina, el análisis político está obligado a tener en cuenta que la ofensiva violenta de la clase dominante legitima las posibles respuestas contraviolentas que obtendrá. Los movimientos de masas nunca se dejaron arrear a los ponchazos.
Sin embargo, nada permite augurar una pronta salida de la pasividad del pueblo uruguayo. Acá la hegemonía burguesa funciona a las mil maravillas. Fue así en el Uruguay Batllista y lo es hoy, en el Uruguay Progresista, donde las formalidades democráticas continúan contando con una ancha banda de consentimiento. Basta con permitir consejos de salarios aunque los aumentos no recuperen los triangulitos robados, conque «Juntos» regale unos ranchos mal construidos y Tabaré se deje sacar unas «selfies» en los consejos ministeriales de «cercanía», para cooptar a miles de luchadores y transformarlos en revendedoras de espejitos y cuentas de colores. La lentitud para sacudir la melena es consecuencia directa de la acción de ese colchón de clientes políticos y de sus efectos adormecedores sobre la conciencia social.
La historia reciente muestra que los sectores reaccionarios tampoco pudieron evitar los efectos de la amortiguación sobre las conductas políticas. Tal vez por esa razón, años de endurecimiento jurídico paulatino y de represión de baja intensidad debieron preceder al «68 del ejercicio abierto de la violencia contra el pueblo. Tal vez para satisfacer esas tradiciones amortiguadores, al dar su golpe de Estado el 9 de febrero de 1973 y antes de pasar abiertamente al terrorismo, los mandos militares recurrieron a la triquiñuela de sentar un títere de cartón en el sillón presidencial y permitieron que el parlamento continuara siendo caja de resonancia de quienes resistían el golpe de Estado. La aceptación de las formalidades democráticas y de los mecanismos amortiguadores ha sido una característica de la vida política a la uruguaya. A la hora de caracterizar coyunturas y definir tareas, el desconocimiento del fenómeno puede conducir al onanismo político.
Aunque no todos fueran conscientes de las consecuencias de su actitud, los delegados frenteamplistas que aplaudieron de pie las palabras de Huidobro en la polémica con Hugo Cores del Congreso del 2003, estaban ratificando de hecho la vigencia de la ley de caducidad. Cierto, los feligreses habían sido inducidos por un demagogo de gran calibre, pero las manos alzadas dejaron constancia de que estaban dispuestos a tolerar que tiraran los principios por la borda con tal de ganar unos votos más. Tras esa victoria ideológica, los caudillos frenteamplistas no tuvieron más obstáculos para lanzar por elevación, uno tras otro, la serie de misiles que indujeron el actual clima de impunidad. Se estaba ratificando, veinte años después, el acuerdo de impunidad que sobrevolaba o subyacía el Club Naval. El Frente Amplio se unió «de facto» al pacto de silencio de la mafia militar y policial. Inmoral y solapada política simbolizada con la figura de Fernández Huidobro, pero respaldada indudablemente por la tríada Tabaré-Mujica-Astori. No son inocentes aunque los absuelva la credulidad de sus fieles.
La primera señal del endurecimiento ocurrió el 10 de abril del 2007, día que el parlamento de mayoría progresista –que no quiso anular la ley de caducidad– transformó en delito penal las ocupaciones de tierras, fuera para vivir o para trabajar. Esta ley pasó desapercibida en general, pero marcó la disposición de los parlamentarios progresistas para aceptar la mano dura que promovía el poder ejecutivo. A diez años de aquel primer paso, Vázquez firmó el decreto que permite, sin previa actuación judicial, la intervención de otros organismos públicos –léase las fuerzas armadas– para apoyar a la policía en la represión de los cortes de ruta o de calles. Los ministros han salido sin mucho pudor a defender con argumentos banales el permiso para el empleo de la violencia institucionalizada contra la ciudadanía. El decreto solamente cae simpático a los inversores extranjeros y a la rosca empresarial criolla.
En este marco de endurecimiento paulatino, no hay inocencia en el fortalecimiento desmedido de la policía, que hoy día no tiene nada que envidiar a las fuerzas armadas en equipamiento, organización y entrenamiento. Como algunos pensaban del ejército en los «70, una conducción política adecuada podría transformar la policía en partido del desarrollo económico y social. A medida que la policía es más fuerte, las formalidades democráticas se hacen más débiles. En realidad el Frente Amplio se ha transformado en otro partido político del orden, de un orden ajeno y antipopular, cuyo centro ideológico está en Washington D.C. y beneficia principalmente a las élites criollas. No se hable más de agotamiento del progresismo, debe hablarse lisa y llanamente de su incorporación al sistema de dominación capitalista. Es una rendición incondicional.
Tras una ingente y porfiada lucha de ideas, los sectores más activos del movimiento popular logran, por momentos, que la gente se libere de sus ligazones ideológicas y salga a protagonizar inesperados picos de lucha social: las marchas del silencio y las que defienden la tierra, el aire y el agua, la pueblada contra el decreto de esencialidad, la enorme manifestación por la igualdad entre los géneros. Sus reivindicaciones teñirán la lucha de clases del futuro: verdad y justicia, medioambiente, antiautoritarismo e igualdad. Se han conformado columnas masivas de pueblo que marchan en comunicación muy estrecha con el activismo de algunos grupos y que se escurren entre los dedos de la amortiguación y la manipulación del progresismo. Tal vez en esta práctica cotidiana se logre concebir formas de organización revolucionaria distintas al partido único de cuadros profesionales férreamente disciplinados.
Del cruce entre el movimiento masivo y los sectores activos tal vez pueda nacer una fuerza libre de alienaciones y hegemonías, una marea arrolladora que haga permanente lo episódico y supere lo inmediato proponiéndose la transformación revolucionaria de la sociedad. ¿Será posible que esta militancia auto-liberada, que ha reconquistado la libertad de pensar críticamente y la autonomía para organizarse, sea capaz de fundar el movimiento revolucionario que necesita el pueblo uruguayo? ¿Qué se den maña para mantener su fluida comunicación con las diversas particularidades del mundo social? ¿Qué aprendan a sostener con firmeza sus convicciones revolucionarias sin por ello creerse diferentes o superiores? Tal vez el misterio de la masividad radique precisamente en la forma que los núcleos activos respetan la igualdad de la multitud y se sienten identificados con ella. Lo cierto es que la convocatoria de estos movimientos sociales ha ido creciendo en la misma medida que ha decrecido notoriamente la de los aparatos políticos.
En la medida que el Uruguay no es ninguna excepción en América Latina, en la mano dura que agitan los partidos del orden se vislumbra su decisión de ejercer el poder en todas sus formas, la violencia institucional inclusive. Una manera de contribuir al «nunca más» es divulgar el alerta: asoman malones represivos, haya o no gobierno progresista. ¿Es una exageración sectaria o son las perspectivas que indican las señales que está dando el poder político? Al endurecimiento de baja intensidad corresponde crear consciencia sobre la necesidad de auto-defenderse de las agresiones. Claro que, para hacerse comprender por el movimiento social masivo, se debe respetar la idiosincrasia generada por la amortiguación y se vuelve imprescindible encontrar en cada ocasión los métodos y los medios adecuados. La auto-defensa es un acto de justicia popular, aceptado o protagonizado por el pueblo, que debe adecuarse a sus sentimientos y emociones; es la respuesta justa y proporcional al grado y la forma de violencia de la represión institucionalizada. No puede ser tan desproporcionada ni tan avanzada que se desprenda de la comprensión popular. La tarea central parece ser la formación de ese necesario movimiento de masas y sectores activos capaz de resistir y defenderse de las agresiones de las élites burguesas y gobernantes. ¿Difícil? Por supuesto. Todo depende de tener la sabiduría suficiente para tejer las necesarias telarañas.
Notas:
1- «Porqué se nos exige que seamos pacíficos hasta la muerte?, ¿por qué a nosotros ?, ¿por qué no podemos usar la violencia contra ellos? Si tenemos al Pueblo Mapuche como ancestros, nuestros ancestros nos son los cobardes españoles, son el Pueblo Mapuche que hizo retroceder a los cobardes españoles… a punta de lanza !!…» Palabras de Luisa Toledo, madre de los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo, jóvenes de 18 y 20 años asesinados por Carabineros el 29 de marzo de 1985, fecha en que cada año el pueblo mapuche conmemora el «día del joven combatiente». (Tomado de Resumen Latinoamericano.)
2- Disculpen que me haya ido muy largo. Últimamente tengo la sensación de estar escribiendo testamentos y hay cosas que no puedo dejar decir aunque parezcan obvias y reiteradas.
17 de abril de 2017
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