[alert type=info]Ponencia base para el debate sobre el mismo tema a realizar el 29 de junio a las 19h en el local de CSA «El cargol» (C/Menorca nº 3 en el barrio de La Granja, Tarragona).[/alert]
«Esa Faja del Orinoco es mucho más que petrolífera, es la Faja Bolivariana del Orinoco Socialista.»
«El PETRÓLEO ha sido hasta ahora un arma para dominar A LOS PUEBLOS. Nosotros planteamos el petróleo como arma para LIBERARLOS.»
«Sudamérica, con el petróleo que tenemos, con el gas que tenemos, con el pueblo que tenemos y la voluntad que debemos tener cada día más grande de integración, puede ser un polo petroquímico mundial, además de un polo agrícola mundial.» (14 de marzo de 2006)
«Hemos recuperado el manejo del petróleo y de la riqueza petrolera. ¿Para qué? Para distribuirla, para sembrarla, para transformarla.» (2 de junio de 2006)
«Mirando desde un helicóptero aquella inmensa extensión, les dije: Miren, aquí no se puede repetir el modelo petrolero del siglo XX; sacar y sacar petróleo, lanzarlo por oleoductos y aquellas tierras llenándose de más miseria, de más pobreza. ¡NO! » (13 de enero de 2009)
«El petróleo no es una riqueza de la burguesía ni del imperio; es una riqueza del pueblo venezolano para compartirla con los pueblos del mundo» (15 de febrero de 2012)
«Nosotros hemos recuperado la Independencia Nacional y la independencia tiene su concreción en hechos tangibles, uno de ellos es el manejo de nuestra política petrolera.» (22 de agosto de 2012)
«El Proyecto de la Faja Petrolífera del Orinoco es mucho más que un proyecto petrolero, es un proyecto de desarrollo integral. Es petrolero, industrial, agrícola, agroindustrial, social. ¡Socialista!» (22 de agosto de 2012)
Crisis política del imperialismo
Parece que los «técnicos en economía» –FMI, FED, BM, BCE, etc.– han decidido insuflar un poco de optimismo sobre el futuro inmediato de los negocios capitalistas, diciendo o insinuando que, por fin, se ve cerca la salida del túnel de 2007. Se aferran a ciertos indicios prometedores que aparecen en las economías imperialistas –término científico-crítico elemental abandonado también por los reformismos – , los aíslan y los magnifican, descontextualizándolos de la totalidad de la situación mundial. Incluso han llegado a decir hace muy poco que los peligros ciertos de empeoramiento de la crisis afectan sobre todo a los llamados «países emergentes», por lo que las burguesías imperialistas pueden respirar bastante más tranquilas.
Los «técnicos en economía» son conscientes de la crisis de dirección política que azota a buena parte de los Estados imperialistas: Trump no es el único caso. En sus recientes visitas, Trump se ha enemistado con todos, excepto con sus siervos más masoquistas; está posibilitando una guerra comercial con Alemania y el Estado francés, fundamentalmente, y ha agudizado las tensiones en la OTAN, por no hablar de los brutales recortes sociales en Estados Unidos y su provocadora política en el mundo entero. Su triunfalismo económico ha fracasado en dos terceras partes. Algunos políticos yanquis están boquiabiertos y desconcertados, otros piensan ya en como echarlo de la Casa Blanca, siendo por el contrario apoyado por el poderosísimo complejo industrial-militar y el no menos poderoso lobby judío.
La burguesía británica lleva varios años cometiendo errores mayúsculos porque se ha roto su unidad de clase como se ha visto en el debate sobre el Brexit, lo que unido a otros problemas agudiza el estancamiento del país. En Alemania, los Länder más enriquecidos exigen reforzar el centralismo para no tener que pagar ellos más que los länder empobrecidos; la ultraderecha toma el poder del derechista partido AfD a la vez que se descubren redes nazis dentro del ejército alemán y Merkel se presenta como la lideresa de la Unión Europea con la ayuda de Macron. Es seguro que Merkel sabía con antelación a junio de 2017 que Bruselas había propuesto que la Unión Europea enviara tropas a las regiones en los que estén en peligro los intereses europeos pudiendo hacer «operaciones de alto nivel».
Los poderes subterráneos del Estado francés han tenido que crear de la nada un partido basado en la imagen televisiva y en el vacío ideológico para salir del barrizal cada vez más denso y pegajoso, lo que ha provocado una abstención masiva, superior al 50% del censo. Además, la corrupción ya golpea a su primer gobierno aún no estrenado. El centro reformista italiano en el gobierno se ha roto esta primavera, el racismo avanza y la burguesía ya piensa en adelantar las elecciones para otoño. Japón, después del trompazo con Trump sobre el eje-asiático, sigue adelante con el Tratado comercial con el Pacífico, que quiere integrar a once países, ahora que la economía japonesa goza de quince meses de recuperación, algo desconocido en los últimos ciento veinte meses, mientras se rearma intensamente en medio del auge del nacionalismo militarista. ¿Y el Estado español? Sigue retrocediendo en la jerarquía imperialista, perdiendo estructura industrial y sumiéndose en el atraso tecno-científico y cultural.
La civilización del capital se sustenta en la irracionalidad inherente al valor de cambio, inherente al fetichismo de la mercancía, en la explotación consustancial a la ley del valor y a la extracción de plusvalía. Esa irracionalidad estructural, esencial, puede ser mínima y transitoriamente controlada por los sectores menos obtusos de la burguesía mundial, los que en ese período poseen la hegemonía imperialista mundial, logrando cortas fases de un muy inestable e incierto equilibrio en el filo de la navaja. Pero siempre, tarde o temprano, la irracionalidad de fondo inseparable de la propiedad burguesa vuelve a la luz exigiendo más sacrificios humanos. La actualidad del comunismo, su «necesidad» –véase Debates sobre comunismo, a libre disposición en internet– se sustenta en la inevitable recurrencia objetiva de la irracionalidad del capital.
Un ejemplo más lo encontramos en las crisis políticas que azotan a las burguesías, y aquí nos hemos limitado a unos pocos ejemplos, como efecto del agotamiento del orden imperialista que los Estados Unidos impusieron en primera instancia en Bretton Wood y que fue remodelando posteriormente según sus necesidades. La sinergia de problemas de toda índole que lastran la acumulación ampliada de capital en el último medio siglo, sinergia que estalló definitivamente en 2007, ha terminado desbordando la muy limitada racionalidad de la casta política burguesa en su conjunto.
Es en este contexto en el que intervienen las consoladoras palabras de los «técnicos en economía» que aunque no ofrecen garantías serias de credibilidad si insuflan algo de ánimo en unos círculos de poder que han visto fracasar a medio plazo todas y cada una de las medidas aplicadas desde comienzo de los años 70 para abrir otra larga fase expansiva del capitalismo. El único éxito de la brutalidad neoliberal ha sido el de llevar al paroxismo la ley dialéctica de la unidad y lucha de contrarios; por un lado, creando la ficción del capitalismo bueno, perfecto, durante dos décadas en las que intensificó la concentración y centralización de capitales hasta niveles insoportables: si en 2015 solo ocho personas tenía más riqueza que la mitad de la población del mundo, a finales de 2016 esa inmensa iniquidad se concentró solo en seis hombres, y a mediados de 2017 se centraliza y concentra en únicamente cinco criminales. Y por el lado antagónico, tal irracionalismo se ha generalizado a costa de postergar todos los problemas para comienzos del siglo XXI, cuando se han fusionado creando la «crisis perfecta».
No hace falta decir que las fortunas de este quinteto criminal, más las de una pequeña escuadra de piratas que le sigue en el escalafón, están esencialmente unidas al imperialismo occidental dirigido por Estados Unidos en sus decisiones estratégicas, al margen de sus riñas familiares con euroalemania. La crisis de dirección política de este minúsculo grupito responde a tres de los grandes efectos causados por el final del imperialismo que tuvo en Bretton Wood en 1944 – 1945, en la derrota del patrón-oro bajo Nixon en 1971 y en el Consenso de Washington de 1989 – 1990 sus momentos estelares. Los tres son: el fracaso en el aplastamiento definitivo de las resistencias de las clases y pueblos, el fracaso de la política de desintegración y balcanización de Rusia y China Popular y el fracaso en el inicio de otra nueva fase expansiva en el capitalismo occidental.
Además de otros efectos, los tres fracasos citados se han vuelto contra el imperialismo que flota con el agua al cuello en el océano de la inconmensurable masa de capital ficticio y de impagable deuda mundial que casi sumerge al planeta cada vez más empequeñecido y agotado: ¿Quién se acuerda ahora del triunfalismo del «final de la historia», o sea, del final eterno de la lucha de clases? ¿Quién sigue afirmando que tras 1991 Rusia, China Popular y una larga lista de pueblos y Estados iban a convertirse en otros tantos patios traseros de Washington durante el eterno «siglo americano» que empezaba? ¿Quién imaginaba entonces que el estancamiento de Japón desde la década de 1990 era debido a muchas de las características de la Gran Crisis de 2007 que aún perdura…?
Las burguesías occidentalizadas tienen razón para su histeria nerviosa, tanto más cuanto que el eje euroasiático está integrando a Irán, es aplaudido por Siria, atrae a importantes sectores de Pakistán e India y a países decisivos en Asia Central, tiene las simpatías de sectores sociales de Asia, África y Nuestra América, y empieza a aparecer como el defensor de Catar y de los pueblos humillados por Arabia Saudí, Estados Unidos e Israel. Al margen de otras consideraciones que podríamos hacer a este respecto, como la del mal menor relativo que el eje euroasiático supondría para muchos de estos pueblos en comparación al mal mayor absoluto que es el imperialismo, etcétera, sí hay que decir que el miedo de Occidente frente al resto de la humanidad tiene cuatro grandes razones: la abrumadora desproporción poblacional y de recursos; la tendencia al final de la dictadura del petrodólar y del ordenamiento internacional imperialista; el rápido aumento de la tecnociencia no occidental; y la lucha de clases interna a Occidente.
Una de las salidas del imperialismo es la de pactar con facciones burguesas no occidentales para romper la unidad del «enemigo externo», algo parecido a lo que logró Kissinger azuzando al máximo las tensiones entre la URSS y China Popular en su tiempo, pero ya no estamos en el mismo contexto. Otra es la de apoyar fuerzas ultra reaccionarias con métodos de todo tipo incluidos la logística militar, la interacción entre provocaciones fascistas y golpes internos y «ayudas democráticas» externas, en fin, lo que es imaginable dentro de la caja de los horrores que es la llamada guerra de cuarta generación, sin olvidar el recurso a las guerras regionales y a toda serie de amenazas, presiones y crímenes siempre negados. Desde esta perspectiva es fácil descubrir la identidad de fondo que une a las estrategias imperialistas contra Siria, muy avanzadas ya, con las iniciales que se están aplicando contra Venezuela.
En cuanto al orden interno a Occidente, la solución la padecemos con el retroceso de las libertades, el ataque a los derechos sociales, la restricción de la misma democracia burguesa, la militarización creciente, el auge del neofascismo, las cloacas que conectan los servicios secretos con determinados terrorismos islámicos… Pero también la padecemos en otro sentido más agresivo y peligroso: la aplicación dentro de la Unión Europea y de los Estados Unidos de las mismas estrategias y tácticas arriba descritas que se lanzan contra los pueblos no occidentales.
El cerco militar en aumento contra Rusia en el este de la Unión Europea, el apoyo público al fascismo ucraniano como punta de lanza de ese cerco… también golpean moral y políticamente a la clase trabajadora europea. Más aún, el ambiente de guerra que se va extendiendo en el este europeo, unido a los recortes de las libertades con la excusa de «seguridad o libertad» azuzan los peores sentimientos conservadores de sectores sociales que, como en el Estado español, salen en defensa de su nacionalismo imperialista y en contra de los derechos democráticos de las naciones oprimidas, como veremos sucede en los Països Catalans y en Euskal Herria.
La importancia de El Capital
Dicho básicamente, el imperialismo actual, la base objetiva de lo que acabamos de leer, es el decisivo «criterio de la práctica» que confirma la veracidad de la ley general de la acumulación capitalista, expuesta por Marx en la sección séptima, capítulo XXIII del libro I de El Capital, que viene a decir que cuanto más se desarrolla el capital más se desarrolla la alienación; cuanto más se desarrolla la riqueza de unos pocos más aumenta la pobreza en la mayoría, cuanto más se desarrolla el potencial emancipador de la ciencia y de la técnica más aumentan los controles burgueses que frenan ese potencial. La ley de la acumulación dice, en suma, que el crecimiento del capitalismo exige y conlleva el crecimiento de las fuerzas que pueden y quieren destruirlo. La lógica dialéctica es imprescindible para comprender el decisivo calado histórico de esta ley: sin la dialéctica materialista esta decisiva ley tendencial, como todas las demás, es incomprensible.
Ahora bien, esta ley solo muestra la tendencia a la agudización de las contradicciones, al margen de sus ritmos desiguales y combinados que dependen fundamentalmente de los resultados de la lucha de clases a escala mundial. En este sentido, el imperialismo actual también es el reflejo de la evolución de las contradicciones analizadas sobre todo en el capto XX sobre la reproducción simple y en menor medida en el XXI sobre la ampliada del libro II de El Capital. No podemos extendernos aquí en los debates suscitados por los esquemas de reproducción.
Sí nos interesa resaltar su importancia en lo que toca a la reproducción de la fuerza de trabajo y, en su dinámica interna, a la explotación del trabajo doméstico de la mujer, en la permanente lucha del imperialismo para sobreexplotar a los pueblos, multiplicar la transferencia de valor, destrozar los sectores resistentes de las clases campesinas y obreras, del pueblo trabajador en su conjunto, con el terrible deterioro de las condiciones de vida de las mujeres, etc. La evolución del imperialismo desde inicios del siglo XX conlleva el empeoramiento relativo de las condiciones de vida de la mujer trabajadora. Esta cuestión central, ya expuesta por el feminismo marxista en las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado en base a la relectura de El Capital y en especial de su libro II, es sin embargo ocultada por el feminismo reformista que huye espantado de cualquier alusión a la objetividad del imperialismo como una de las expresiones más brutales del sistema patriarco-burgués.
La forma actual del imperialismo es, por tanto y además de otras causas, también efecto de la sobreexplotación de la mujer y a la vez incrementa la explotación patriarcal que es una de las que pueden garantizar el aumento de los beneficios en estos largos años de estancamiento. Pero siendo cierto esto, debemos profundizar aún más en las fuerzas internas que dan forma al imperialismo actual: nos referimos a los cambios en la lucha de clases mundial, en las estrategias y tácticas de los grandes Estados capitalistas para contrarrestar la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, expuesta en la sección tercera del libro III de El Capital.
Es sabido que Marx se centró en las seis causas «más generalizadas» que contrarrestan esta ley tendencial:
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Aumentar el grado de la explotación del trabajo, es decir y dicho en términos sencillos, aumento del ritmo e intensidad del trabajo pero también de su tiempo manteniendo el mismo salario; aumento de la explotación de la mujer en el trabajo invisible, doméstico, etc., pero sin retribución alguna, etc.; aumento de la explotación infantil y de la tercera edad aunque sea sin salario, etc., o sea, sobreexplotación de toda la fuerza de trabajo que de manera directa o indirecta genera plusvalía y ganancia.
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Reducción del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, es decir, mantener los salarios por debajo del aumento del coste de la vida y del proceso entero de reproducción y reciclaje tecnocientífico de la fuerza de trabajo, de modo que aumente la ganancia de la minoría burguesa a costa del empeoramiento de la salud de la mayoría popular: Marx dice que este es uno de los métodos más efectivos del capital para contrarrestar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
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Abaratamiento de los elementos que forman el capital constante, es decir, bajar el precio de las tecnologías y de la ciencia aplicable a la producción, así como de las infraestructuras, instalaciones, etc., de modo que el capital así ahorrado aumente directamente la ganancia ya que va a aumentar los salarios, ni los gastos sociales y públicos, llamados también salario indirecto, diferido, etc., porque eso ya se ha descartados en los puntos 1) y 2).
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La superpoblación relativa, es decir, aumentar el desempleo o mantenerlo alto para que, por un lado, puedan contratarse trabajadores con menor salario ya que están acuciados por el paro que sufren; por otro lado, los trabajadores aún en activo tengan miedo a perder su puesto si protestan o no rinden lo que se les exige por la abundancia de desempleados necesitados de un salario; además, porque aumenta la facilidad para crear nuevas empresas sobreexplotando a trabajadores con salarios por debajo de la media, lo que tiende a aumentar la cuota media o general de ganancia.
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El comercio exterior que mediante el saqueo de otros países, el intercambio desigual, la transferencia de valor o como querámoslo denominarlo ahora mismo, facilita dos cosas: una, abarata el capital constante, es decir, reduce los costos de producción no dedicados a los salarios porque obtiene materias primas baratas; y otra, obtiene medios de subsistencia, alimentos, ropas, etc., a precios más bajos lo que exime de tener que aumentar los salarios.
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Aumento del capital-acciones que tiende a crecer en la medida en que se acelera la acumulación una parte creciente de ese capital busca beneficios más fáciles invirtiendo exclusivamente en el capital a interés. Marx avisa que no desarrolla esta cuestión en ese momento aunque luego se extiende en general en la larga y doble sección quinta en la que bucea en el actualmente decisivo capital-ficticio. Treinta años más tarde, en 1894 y 1895 Engels desarrollará esta cuestión hasta donde se lo permite la expansión de la Bolsa
Estas seis medidas eran las que más se aplicaban hasta finales de la década de 1860, cuando el colonialismo estaba en plena fuerza como explicó Marx en el capito XXV del libro I de El Capital: la moderna teoría de la colonización.
El «nuevo» imperialismo
Según la periodización que hizo Lenin, El Capital se terminó de escribir cuando empezaba el esplendor de la libre competencia, entre 1860 y 1880; la crisis de 1873 aceleró el período pasajero de los cárteles y en el comienzo del siglo XX aparecen las bases de los monopolios. En 1902 Hobson publicó su célebre estudio sobre el imperialismo abriendo una fructífera época de estudio crítico de esta nueva fase del capital, estudio que confirmo su extensión y agravamiento. Le siguieron otros textos de Hilferding, Bujarin, Rosa Luxemburg, Trotsky… que analizaron el capitalismo en su conjunto aunque dando más o menos prioridad a su actualidad imperialista.
Lenin escribió El imperialismo fase superior del capitalismo en 1916 como librito de lucha teórica y política contra el reformismo en las condiciones de la «traición» de la II Internacional, en un contexto de guerra mundial y bajo la dictadura zarista. Lo escribió en el exilio, aceptando la recomendación del editor de que limara un poco el lenguaje para engañar a la censura. Su librito no aporta apenas nada específicamente nuevo excepto una síntesis de los demás, pero sí su visión estratégica sobre por qué el imperialismo agudizaba la tendencia a las crisis y a las guerra. Lenin creía que la revolución no estallaría ni a medio plazo y que él no viviría para gozarla, pero sí sabía que la militancia debía formarse teórica y políticamente para acelerar aquella lejana revolución. Su enriquecimiento de la teoría marxista del partido tenía y tiene en esta visión estratégica una incuestionable verificación histórica.
Lenin, como buen conocedor de la dialéctica materialista, era contrario al uso de las definiciones: prefería los llamados «conceptos flexibles» que se enriquecen en la medida del movimiento de las contradicciones que reflejan. En el marco de la guerra de 1914 – 1918, con las limitaciones del exilio y presionado por las necesidades de la lucha revolucionaria clandestina, elaboro su célebre definición del imperialismo: 1) surgen los monopolios que concentran y centralizan la producción a escala mundial; 2) surge el capital financiero y su correspondiente oligarquía al fusionar el capital bancario con el capital industrial; 3) la exportación de capitales supera a la exportación de mercancías; 4) los capitales monopolistas se asocian entre ellos creando poderes internacionales; y 5) las potencias imperialistas chocan entre sí por el control del mundo.
Hemos analizado en otros textos –véase el más reciente de 2016, El Che del siglo XXI: «Al imperialismo ni un tantito así» a libre disposición en internet– la cuestión de en qué medida esta definición leninista corresponde o no al enriquecimiento de las ideas de Marx y Engels sobre la ley del valor como fuerza irracional impulsora de las contradicciones capitalistas, y por tanto del imperialismo, o si se aleja de ella al sobrevalorar el poder del capital monopolista para dirigir esas contradicciones hacia sus intereses, así como parte de los cambios acaecidos en el capitalismo desde 1916 hasta ahora. El objetivo de esta charla-debate nos impone centrarnos en cambios concretos que luego analizaremos: Venezuela, Països Catalans y Euskal Herria. Sin embargo debemos encuadrar esas reflexiones en el contexto actual para, entre otras cosas, mostrar la incoherencia y ceguera del reformismo.
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La teoría del imperialismo surgió para combatir a la socialdemocracia –Bernstein, Kautsky y otros– y a la burguesía. No fue una teoría «neutral y objetiva» según el positivismo, sino militante, ya en el mismo momento en el que Hobson denunció la inmoralidad del imperialismo. La gran fuerza de la aportación de Lenin radica en advertir que el imperialismo multiplica las violencias, por lo que solo conociéndolo podemos destruir el capitalismo, empleando la teoría como arma revolucionaria en contra todas las formas de explotación, opresión y dominación, porque ya entonces todas ellas estaban condicionadas por la expansión imperialista en el mundo.
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Si en las dos primeras décadas del siglo XX era imposible entender el mundo sin el empleo del potencial heurístico de la teoría del imperialismo en su conjunto, con toda su riqueza de matices, ahora cualquier intento de analizar qué sucede y qué perspectivas surgen sin emplear esta teoría actualizada no solo lleva al ridículo sino a la legitimación directa o indirecta del estatus vigente, bien mediante los lagrimones indignados del reformismo, bien mediante la apología del capital. Esto es debido a que tras un siglo de lucha de clases planetaria, la fábrica de ideologías burguesa ha modernizado las viejas tesis para que apuntalen el mismo sistema de entonces: senil y por eso más peligroso en su desesperación.
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El imperialismo ya no solo exporta capitales ni explota únicamente con el comercio sino que sobre todo obtiene plusvalía directamente con las fábricas que él ha trasladado o montado allí, en las minas y campos que se ha apropiado, en los servicios que ha montado para sus negocios, en la industria turística, en la explotación sexual, etc. Por eso mismo necesita más y mejores fuerza político-militares, culturales, alienadoras, etc., para garantizar esa explotación que afecta en primera medida a la mujer trabajadora para sobreexplotarla en todos los sentidos, también en la industria sexual patriarco-burguesa, etc. No es casualidad el que casi siempre sean las mujeres las que inicien las resistencias contra el saqueo de sus bienes comunes, recursos naturales y excedentes sociales acumulados. No es casualidad el que el capital refuerce el fundamentalismo religioso más misógino y reduzca la educación crítica y liberadora.
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El imperialismo actual asfixia aún más que el de entonces a los pueblos y continentes que exprime con la dependencia financiera, la deuda externa, el atraso tecnocientífico, el chantaje sanitario y alimentario, la amenaza militar, etc. Por eso necesita aún más a sus Estados-cuna especialmente al norteamericano y a bloques como la Unión Europea y otros, pero también a grandes áreas regionales en las que los TTIP, CETA, TLC y otras exigencias de libre comercio puedan tanto multiplicar la formas de desposesión e intercambio desigual que arruinan a los pueblos, como a invisibilizarlas bajo una densa maraña de subideologías sobre el desarrollo sostenible, el progreso mercantilizado, los derechos humanos burgueses, el ciudadano-emprendedor, la multiculturalidad hollywoodiense…, caretas que ocultan la dictadura de la industria político-cultural imperialista estrechamente relacionada con los ejércitos imperialistas.
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Además, y lo que es fundamental para tener una perspectiva de futuro, el negocio financiero, los movimientos del capital-acciones –por recordar a Marx– se hacen en su gran mayoría entre Estados imperialistas o subimperialistas, marginando a los Estados dependientes que, si quieren acceder a capitales, deben claudicar ante sus condiciones. De este modo, se agrandan las distancias que separan al mal llamado «centro» o «norte», es decir, al imperialismo, de los pueblos dependientes y empobrecidos. Las débiles burguesías deben buscar entonces mejores ofertas financieras, y de todo tipo, en otras potencias al alza, en las del eje euroasiático, por ejemplo, lo que no hace sino acrecentar las presiones del imperialismo sobre esos países y las tensiones entre burguesías proimperialistas y pro eje euroasiático en su interior. Para el imperialismo, todo vale en esta guerra por el control de mercados, de fuerza de trabajo globalmente explotable, de recursos vitales, de plazas geoestratégicas…
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Por esto mismo el imperialismo necesita estrategias y tácticas disciplinarias político-militares más eficaces en su adecuada interacción de brutalidad e invisibilidad, de manipulación mediática y de guerra psicológica, buscando siempre el apoyo de sectores burgueses del pueblo que se quiere masacrar o domar. La dialéctica de «terrorismo y civilización», recordando al imprescindible Carlos Tupac, aparece aquí en su siniestra creatividad destructiva porque ella explica el surgimiento neofascista, de lumpen y grupos contrarrevolucionarios unidos a las cloacas de los Estados y burguesías colaboracionistas. Los servicios secretos del imperialismo tienen relaciones con ellos y con las mafias a las que vigilan y dejan actuar en la medida en que sus crímenes sean beneficiosos para el capital. De este infierno que también se extiende en las barriadas empobrecidas del imperialismo, surge el sicariato, las maras y grupos funcionales a la pedagogía del miedo.
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El imperialismo estrecha la vigilancia manipuladora del narcocapitalismo, la «doble contabilidad», la sexo-economía, el tráfico humano, la corrupción, y toda serie de negocios bien asesorados e incluso bendecidos por hisopos, que depredan en las zonas grises y ambiguas de la legalidad burguesa, moviendo masas apenas cuantificables de «dinero negro» que puede ser empleado en cualquier forma de guerra sucia contra los pueblos rebeldes –la droga como arma de exterminio biológico de la izquierda– y que una vez «blanqueado» es introducido en la legalidad capitalista. Pero aquí, como en todo, la lucha de intereses entre grupos cainitas del capital, beneficiados o perjudicados por estos negocios, determina su permisibilidad o su represión, siempre en un contexto propagandístico basado en la cínica doble moral inherente a la ética burguesa.
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Por último, a diferencia del imperialismo de hace un siglo, en la actualidad han adquirido gran peso económico pero sobre todo político-cultural y alienador los negocios de la mercantilización de las culturas e identidades de los pueblos. La conectividad a tiempo real agudiza la contradicción irresoluble entre el potencial emancipador de las culturas populares que se resisten al capitalismo, y la lógica imperialista de la industria cultural burguesa. La desposesión de lo material es a la vez de lo cultural, sobre todo cuando es saqueo de los bienes comunes, de la ésta como valor de uso inserto en el bien comunal. Hemos tratado parte de este tema en Breve historia del comunismo, a libre disposición en internet.
Las lecciones de Venezuela
El imperialismo y la burguesía autóctona quieren destruir la Venezuela bolivariana por dos razones fundamentales: una, la más inmediata y visible, para expropiar a su pueblo los enormes recursos naturales que serán inmediatamente privatizados y sobreexplotados en aras de los Estados Unidos y de esa burguesía rentista y vendida; y otra, para arrancar de raíz todo recuerdo que pudiera quedar en las masas de Nuestra América del proyecto del Bolívar antiimperialista de la Patria Grande entonces se enfrentaba al agónico reino español y a los imperialismos británico y norteamericano. El capital teme hasta el desquiciamiento la posibilidad de que reverdezca en las condiciones actuales el mensaje y el proyecto histórico del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 ya que su actualización nos llevaría directamente al socialismo y luego a la propiedad comunista.
En determinadas condiciones sociopolíticas, la fusión de los bienes comunes y de la cultura comunal en el imaginario popular, en la identidad siempre tensa de la «nación trabajadora», suele generar una fuerza consciente de masas difícil de ser sometida por la clase dominante y sus protectores internacionales. Las rebeliones andinas del siglo XVIII, la revolución de Haití de finales es ese siglo y comienzos del siglo XIX, la nacionalización del petróleo por Cárdenas en 1936 – 1938 en México, las Tesis de Pulacayo de 1946 y la revolución de 1952 en Bolivia, la reforma agraria y la declaración del socialismo en la Cuba revolucionaria, la nacionalización del cobre por el Gobierno Popular de Chile en 1971, la ley de hidrocarburos de 2001 en la Venezuela chavista… son algunas muestras del poder movilizador de la fusión entre cultura popular y bienes comunes, pero a la vez de la ferocidad permanente del imperialismo para volver a privatizar en su beneficio lo que los pueblos han recuperado para sí con su heroísmo.
En la debilitada memoria popular venezolana anterior a Chávez, latían muy tenuemente e idealizados los mitos heroicos de las rebeliones antiespañolas de mediados del siglo XVI dirigidas por el Negro Miguel y Guaicaipuro; también latían otras luchas posteriores como la revuelta del pueblo de Caracas contra la explotación impuesta por la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas en el siglo XVIII, o los recuerdo ya más recientes de los tremendos sacrificios que arrostró el pueblo para expulsar a los españoles. Todos y cada uno de los gobiernos burgueses desde la independencia formal se lanzaron a presentar Bolívar como un soñador interclasista, amputándole su praxis revolucionaria y antiimperialista.
El caracazo de 1989, un estallido de justa ira popular contra la devastación neoliberal, enseñó varias cosas: la burguesía rentista no quería industrializar al país, solo pensaba en engordar a costa del pueblo; la izquierda no podía dirigir al pueblo por las sucesivas derrotas en los años 60 y 70; y el pueblo trabajador, aun así, no estaba vencido aunque sí desorganizado. La implosión de la URSS en 1991 debilitó aún más a la izquierda que observó con sorpresa la frustrada sublevación militar dirigida por Chávez en 1992. Para 1996 Chávez había perfilado la Agenda Alternativa Bolivariana que empezó a plasmarse en la Constitución de 1999, un año después de acceder al Gobierno: desde ese mismo instante la burguesía comenzó el acoso y derribo de Chávez y la aniquilación del proyecto bolivariano.
La Ley de Hidrocarburos de 2001 confirmó todos los temores del imperialismo, llevándole a organizar el golpe de 2002. Se encrespa entonces la lucha de clases interna en Venezuela y también las presiones externas por la trascendencia que va adquiriendo el proyecto bolivariano pese a sus ambigüedades, incongruencias y contradicciones que no vamos a exponer aquí. Si nunca se ha podido entender la suerte de Nuestra América al margen de los condicionantes estructurales que la hacen dependiente del capitalismo occidental desde el mismo 12 de octubre de 1492, de modo que yerran todos los análisis que las minusvaloren o nieguen, esta incapacidad se multiplica si no se parte del hecho de que la agresión imperialista se recrudece aún más entre 2000 – 2005.
Una constante de todos los reformismos es «analizar» Nuestra América y el capitalismo mundial sin recurrir a la teoría del imperialismo o buscando ridiculizarla. Sin embargo, el recrudecido ataque a Venezuela solo tiene sentido lógico desde esta teoría: el llamado «paro petrolero» de 2002 – 2003 fue un desesperado intento de golpe de Estado organizado por la burguesía rentista con el apoyo yanqui, derrotado por el pueblo. Las profundas medidas socioeconómicas, políticas y culturales de mejora de las condiciones de vida y trabajo que se tomaron en esos años, y que afectaron a porciones de la propiedad burguesa, enfurecieron al capital internacional porque demostraron lo que podía hacer un Gobierno que tuviera voluntad política y apoyo popular: no debía cundir el ejemplo. Pero más peligroso aún para los Estados Unidos fue el plan de Defensa Popular de Venezuela hecho público en mayo de 2004 que rompía la dependencia histórica de su ejército con respecto al Pentágono. La respuesta burguesa fue el revocatorio contra Chávez de verano de 2004, fracasado nuevamente.
Hasta ese momento, la revolución bolivariana se había limitado al interior de Venezuela aunque era innegable su ejemplaridad para las clases trabajadoras y pueblos explotados. Desde finales de 2004 se abre definitivamente el papel de vanguardia mundial de Venezuela al impulsar junto con Cuba y otros Estados la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que es mucho más que una simple respuesta antiimperialista al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), ya que responde a un proyecto estratégico que engarza directamente con el Congreso Anfictiónico de 1826. Por el lado contrario, el ALCA fue creada en 1994 por las presiones de los Estados Unidos actualizando un proyecto similar elaborado en 1890. Como se ve, son dos líneas estratégicas antagónicas. A las pocas semanas de crearse el ALBA el imperialismo sufrió otro golpe con la creación del canal multimedia TeleSur en enero de 2005 y en ese mismo año Chávez declaraba en el Foro de Sao Paulo que el socialismo era la única alternativa al capitalismo.
Las limitaciones en cuanto al contenido socialista de la Agenda Alternativa Bolivariana de 1996, las cadenas estructurales que lastran a todo Estado dependiente con una muy débil burguesía industrial y una fuerte burguesía rentista, etc., empezaron a pasar factura. En 2006, el Gobierno incrementó la política de endeudamiento internacional creyendo tal vez que el capitalismo no entraría ya nunca más en una crisis petrolera como la de 1973. Para 2008 ya surgían aportaciones críticas de la izquierda revolucionaria incondicional en su apoyo a Chávez, aportaciones que irían concretándose con el tiempo pese a ser cada vez más despreciadas y luego incluso denunciadas como «provocaciones», por los sectores oficialistas que pugnaban por el control del PSUV, creado en 2007. En 2009 y 2010 la economía entró en crisis y se agudizaron los lastres de infraestructura productiva que padece todo capitalismo dependiente sujeto en mayor o menor grado al imperialismo. Hay estudios que indican que, en valores
Las citas de Chávez ofrecidas al comienzo de texto sobre la independencia socialista basada en la propiedad estatal del petróleo, que abarcan de 2006 a 2012, muestran la grandeza de su proyecto y su radical amenaza para el imperialismo, pero ese potencial liberador es sin embargo frenado por las contradicciones del movimiento bolivariano y por los ataques del imperialismo y de la burguesía rentista. Es imposible separar los ataques burgueses de los problemas internos al movimiento aislando lo político, de lo social, de lo económico, etc., porque forman una totalidad. Al igual que es imposible separar el «golpe blando» en Paraguay en 2012 y la claudicación del Frente Amplio de Uruguay, que se arrodillaba ante la «pax americana», por ejemplo, de la estrategia de Obama para controlar «pacíficamente» los vitales recursos hídricos de la Cuenta del Paraná. En 2013 había 36 bases militares oficiales yanquis en Nuestra América, además de los departamentos de comercio, inteligencia, defensa, cultura, anti-droga, «ayuda humanitaria», etc., de todas las embajadas y restantes instituciones públicas y privadas, oenegés y demás, de Estados Unidos, y la burguesía colombiana pedía siete bases yanquis más y la otanización de territorio.
Chávez dedicó sus últimos meses de vida, hasta marzo de 2013, al fortalecimiento del proyecto socialista, comunero, radical, dentro del bolivarianismo, como aquella intervención en octubre de 2012 en la que declaró que el dilema era «Comuna o nada», recuperando la autocrítica de Engels y de Marx de 1875 de que el movimiento comunista en vez de emplear la palabra Estado debía usar la de Comuna. El discurso fue llamado el del «golpe de timón». En ese mismo octubre Chávez había ganado sus últimas elecciones con algo más del 54% de apoyo.
El fantasma de la derrota del referendo de 2007 reapareció tras su muerte, aunque Maduro consiguió la victoria electoral por muy poco en abril de 2013. La confluencia de problemas estructurales que los sucesivos gobiernos de Chávez habían intentado resolver más los errores posteriores del gobierno de Maduro, sin olvidarnos de su escasa popularidad inicial, facilitaron que la derecha lanzara desde enero de 2014 en Mérida una guarimba bien organizada que se entendió a Caracas: las derechas mostraban sus bazas creyendo que la muerte de Chávez significaba la muerte del movimiento.
En 2014 se hunden los precios mundiales del crudo y de las materias primas. Para Nuestra América es un golpe demoledor porque uno de los sostenes del llamado «socialismo del siglo XXI» en su versión reformista, era la creencia de que esos precios se mantendría e incluso subirían, por lo que se reforzaba la visión gradualista, lineal y mecánica, inherente a esa versión mayoritaria del «socialismo del siglo XXI». No había que presionar a las burguesías y menos aún socializar sus principales propiedades porque las divisas energéticas, supuestamente inagotables, garantizaban todas las políticas graduales de altas indemnizaciones económicas pactadas por separado con las diversas fracciones burguesas convenciéndolas de que les resultaba mejor ser patriotas que ser agentes del imperialismo.
A la vez, profundas reformas socioeconómicas, políticas y culturales sostenidas por las divisas convencerían al pueblo de que el socialismo estaba a la vuelta de la esquina gracias al pacifismo electoral y parlamentario: era cuestión de tiempo y paciencia. No hace falta decir que semejante idealismo, estas creencias reformistas netamente socialdemócratas basadas en la ideología positivista y mecanicista, chocan frontalmente con la teoría del imperialismo. Este cuento de la lechera se hundió a la misma rapidez con la que se desplomaban los precios mundiales de las materias primas.
Obama no estaba dormido. A finales de 2014 anuncia severas restricciones a Venezuela que oficializa a comienzos de 2015, poco después de un fallido intento de golpe de Estado dirigido por el entonces alcalde de Caracas. Los objetivos de Obama son claros: asfixiar más su economía ya maltrecha, azuzar discrepancias entre los sectores internos de la boliburguesía, desanimar a los sectores menos conscientes de las masas chavistas, envalentonar a la extrema derecha y llamar a la unidad interna a la burguesía rentista. La boliburguesía se formó creciendo entre los entresijos de las incongruencias y limitaciones de la Agenda bolivariana de 1996, respiró aliviada con la derrota del referendo de 2007 que para ella suponía un verdadero peligro, se reorganizó y engordó en las corrupciones crecientes aunque se llevó otro tremendo susto con el «golpe de timón» y la Comuna en el mismo octubre en el que Chávez ganó sus últimas elecciones. Al final se sintió con las manos libres con la enfermedad y muerte de Chávez.
No hay duda de que este cúmulo de contradicciones aceleró el desgaste del sector chavista nucleado alrededor de Maduro, que perdió la mayoría parlamentaria en diciembre de 2015. Desde el inicio de 2016 la derecha prepara el que cree que será el último intento de aplastar la revolución bolivariana, contando con la permanente intervención yanqui que en 2016 alarga las restricciones a Venezuela hasta 2019. No es casual esta nueva agresión imperialista: el Departamento de Estado era consciente de la profunda crisis económica, de la extensión del mercado negro, de la doble contabilidad, de la inflación y de la deuda… Hay estudios que sugieren que, en valores constantes, el PIB de 2016 era igual al de 2006.
Sin embargo, el pueblo bolivariano, pese a haberse desmovilizado en parte, sigue siendo una fuerza temible centralizada por un sólido núcleo dispuesto a todo, tanto que sectores de la derecha que habían apoyado las guarimbas anteriores deciden no apoyar del todo la de 2017. Es un comentario generalizado el que la extrema derecha y los grupos fascistas compensan con su brutalidad militarmente organizada la debilidad de masas en sus ataques. Los golpistas airean por todos los medios la inminencia un golpe militar anti Maduro. Para agravar más la tensión y aplicando las lecciones de manual de la pedagogía del miedo, a comienzos de abril de 2017 el Comando Sur del ejército norteamericano advirtió que podría intervenir en Venezuela. De hecho, en mayo tropas yanquis, brasileñas, peruanas y colombianas hicieron maniobras cerca de la frontera venezolana.
Frente a este peligro real, Maduro convocó en abril impresionantes muestras de apoyo y el ejército popular venezolano respondió en mayo con maniobras y con la integración de helicópteros y aviones de caza comprados poco tiempo antes. Maduro no se rinde ante la gravedad de los ataques como si se rindieron sin pelear otros dirigentes progresistas y «socialistas», aunque puedan y deban criticársele determinadas decisiones y tardanzas que, desde luego, no vamos a repetir aquí porque lo decisivo ahora mismo es vencer al fascismo desde y para los intereses del pueblo trabajador, no de la boliburguesía, algunas de cuyas personalidades se han pasado al imperialismo y otras esperan a ver el resultado de la lucha de clases.
Ahora mismo se libra en Venezuela una lucha de clases entre dos modelos antagónicos de nación. Por un lado, el avance a la independencia de la nación trabajadora orientada al socialismo y la estatalización de las fuerzas productivas, con un proyecto estratégico de economía no dependiente ya del petróleo, no rentista sino productiva y autógena, integral e internacionalista. Por el lado contrario, el retroceso a la dependencia nacional burguesa hacia el imperialismo, con una economía rentista e inhumana. En la mitad fluctúan sectores de la bolibuguesía que no quieren perder sus negocios y que oscilan entre ambos extremos decisivos, así como sectores populares y trabajadores desorientados.
La Asamblea Nacional Constituyente tiene el objetivo de aglutinar fuerzas de izquierda, centro-izquierda y democráticas para vencer electoralmente a la derecha, a la extrema derecha, al fascismo y al imperialismo, y, a partir de la nueva relación de fuerzas, seguir avanzando hacia lo que ahora el grupo dirigido por Maduro interpreta como el verdadero proyecto de Chávez, viable en el contexto actual. Este matiz de la viabilidad tiene mucha importancia porque existen grandes proyectos económicos de explotación de recursos naturales, de coparticipación de empresas mundiales, etc., que por sus efectos previsibles suscitan críticas de izquierdas incondicionales con el chavismo, del mismo modo que también se critica el debilitamiento real del «golpe de timón» a la izquierda propuesto por Chávez en octubre de 2012.
La Asamblea Nacional Constituyente ha sido inmediatamente rechazada por el bloque contrarrevolucionario que la califica de trampa antidemocrática porque el proyecto actualiza un debate clásico ya incipiente en el comunismo utópico: qué democracia es más democrática, la directa, o democracia socialista, o la indirecta o democracia burguesa. La Comuna de París de 1871 demostró que la primera es cualitativamente superior a la segunda. Desde entonces la experiencia histórica es aplastante a favor de la democracia directa, consejista, comunal, soviética, socialista o como queramos llamarla ahora, que la democracia burguesa, indirecta, mercantilizada, esclava del capital, tan esclava que goza malviviendo a los pies de reyes y del dinero.
La Asamblea Nacional Constituyente intenta compaginar en el mismo parlamento expresiones de democracia directa, la dirigida por los sectores de las clases explotadas, las mujeres, los pueblos originarios…, con expresiones de democracia indirecta, burguesa, de la industria de la manipulación mediática. Como decimos no es nada nuevo, una larga lista de textos revolucionarios debaten desde hace muchas décadas las relaciones irreconciliables entre, por un lado, el proceso de contrapoder, doble poder y poder popular, y por el lado antagónico la representatividad indirecta otorgada por las y los oprimidos a los partidos en la democracia parlamentaria sujeta al dictado del capital.
La burguesía y el imperialismo quieren hacer fracasas el proceso constituyente para, así, justificar un salto definitivo en la estrategia del terror, hasta tomar el poder. Los pasos que siguen responden en lo sustantivo al manual clásico. Cometemos un error al creer que la guerra de cuarta generación es totalmente nueva: muchas de sus bases raizales nos remiten a Zun Tsu, Tucídides, Jenofonte, Platón… y así hasta llegar al Pentágono pasando por los fascismos sin olvidarnos del Plan Cóndor, Allende, el Plan ZEN en el Estado español, etc. Desde luego que los ataques contra Venezuela tienen formas nuevas, pero la historia nos enseña mucho sobre su naturaleza profunda y sus expresiones recientes más desarrolladas ahora mismo como son los casos de Siria, este de Europa, Catar…
El pueblo bolivariano sabe que si gana la derecha se desencadenará una ola de terror asesino, devastación social y exterminio de toda raíz bolivariana de Patria Grande antimperialista. Conoce los retrocesos drásticos que quieren imponer las burguesías argentinas y brasileñas tras haber retornado al gobierno. Conoce los crímenes permanentes en Honduras, la pobreza en Paraguay, el giro centro-derechista del Frente Amplio uruguayo, el encrespamiento de la lucha de clases en Colombia… y sabe qué quiere Trump. La burguesía sabe que si gana el pueblo mantendrá su vida pero perderá algo más importante para ella: su propiedad de las fuerzas productivas.
El subimperialismo español
Nuestra exposición sobre el imperialismo actual sería reformista y superficial por ello mismo si no la aplicásemos al Estado español, aunque la falta de espacio nos impide matizar la diferencia entre sub imperialismo e imperialismo, obvia y apreciable a simple vista si comparamos el Estado español con Estados Unidos o con el euroimperialismo.
Según investigaciones totalmente solventes, el capitalismo español retrocede en la jerarquía de potencias medias a escala mundial a pesar del triunfalismo histriónico del Partido Popular. Aquí radica una de las quiebras insuperables que minan el Estado nacional-burgués español desde su origen: ni quiere ni puede mantener la carrera mundial por la productividad del trabajo, carrera impuesta por la vigencia objetiva de la ley del valor: el PIB estatal ha retrocedido del 69,2% en 2008 al 61,9% en 2015, o sea 7,3 puntos tomando como base 100 el PIB anual estadounidense. Con respecto a la eurozona, el retroceso es aún más acentuado: del 93,3% en 2008 al 84,3% en 2015, es decir, 9 puntos de retroceso.
¿Cómo compensar esta pérdida sin aplicar medidas de innovación tecnocientífica, de potenciación de la plusvalía relativa mediante acuerdos con los sindicatos y fuerzas reformistas para lograr un sobreesfuerzo de las clases trabajadoras en beneficio del capital español renunciando a la lucha de clase? Con la sobreexplotación interna y con el subimperialismo. Por su castrada formación histórica como clase, el grueso de la burguesía española prefiere más el recurso a la plusvalía absoluta que a la plusvalía relativa. La primera se basa en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo mediante obsoleta tecnología y muchas horas de trabajo, siempre bajo disciplinas laborales muy duras y reducidos derechos sindicales, sociales y democráticos, o sea más en el palo que en la zanahoria. La plusvalía relativa se basa más en la zanahoria que en el palo, más en la intensidad del proceso de trabajo con modernas máquinas que en las largas y agotadoras horas de trabajo.
Es cierto que en respuesta a la Gran Crisis, las burguesías menos obtusas buscan prolongar lo más posible el tiempo de trabajo introduciendo a la vez la más moderna tecnociencia, dependiendo de la lucha de clases el que lo logren o no. Pero la burguesía española opta mayoritariamente por el látigo, por los negocios inmediatamente rentables como el turismo, los servicios, las energéticas, etc., que por los que exigen planificación racional a medio y largo plazo, aunque entre 2012 y 2016, según fuentes oficiales, la economía española haya invertido un 30% más que la europea en bienes de equipo. Simplemente se trata de la cíclica reinversión en tecnología media por agotamiento de las máquinas tras más de un lustro de apenas inversión, y gracias a las medidas salvajes de reducción de costes salariales y de derechos sociales y democráticos, de incentivaciones y de trampas legales.
Las investigaciones solventes indican que se está creando una «ecuación explosiva» en el capitalismo español porque domina la precarización laboral, se han perdido dos millones de horas de trabajo a jornada completa con respecto a 2008 pero solo ha aumentado medio millón de jornadas a tiempo parcial en el mismo tiempo. Aumentan las horas extras no pagadas o pagadas en B, que no contabilizan oficialmente, etc., lo que hace que no se pueda combatir la deuda pública porque las arcas estatales no recaudan suficiente. Junto a esto, el empobrecimiento social frena el consumo interno (el 70% de las familias no se benefician de la mejora burguesa de la economía, el 50% de la población paga con apuros la sanidad y la educación, el capital financiero se ha quedado con 69% de las ayudas públicas para intentar sacarles de una crisis que está lejos de ver la salida, según informes oficiales, etc.), lo que multiplica la dependencia del exterior, del turismo, de la inversión extranjera, de las siempre exigentes «ayudas» de la Unión Euroepa…, y de la industria militar muy unida al sub imperialismo y que espera pedido que pueden aportar el equivalente al 50% del PIB estatal.
Pues bien, es este retroceso en la jerarquía imperialista mundial del capitalismo español, así como sus debilidades estructurales internas (en 2014 la productividad del trabajo creció un 0,3%; en 2015 un 0,2%; y en 2016 un 0,5%; la pequeña empresa estatal, hasta 10 trabajadores que explota el 40,5% del empleo generando el 28% del PIB, tiene sin embargo una productividad un 32% inferior a la pequeña empresa alemana, que explota al 19,2% del empleo y aporta solo el 16% del PIB) es el que explica además de la sobreexplotación interna, también su obsesión por multiplicar las ganancias obtenidas por el subimperialismo, el que explica el papel del Estado español en las agresiones imperialistas que sufre Venezuela bajo la dirección estratégica de Estados Unidos.
Y es también el que explica la negativa histórica del bloque de clases dominantes a reconocer siquiera formal y aparentemente no ya el derecho a la autodeterminación de las naciones que oprime y explota dentro de su propio Estado, sino ni siquiera ese flatus vocis que es el indefinido e indefinible «derecho a decidir», que como derecho abstracto y metafísico tiene su valía pedagógica, pero que no es nada como derecho concreto y menos aún como derecho socialista si no va unido a la práctica independentista y socialista del pueblo trabajador nacionalmente oprimido. La espantada pro españolista de la inmensa mayoría de Podemos excepto honrosos y minoritarios comunistas, rechazando en la práctica incluso este derecho abstracto de «decidir» y escorándose lo más posible hacia el consustancial nacionalismo español del PSOE, es otro ejemplo del componente sub imperialista inserto en la progresía reformista estatal.
Pero las naciones trabajadoras de Galiza, Països Catalans, Euskal Herria, Andalucía… no se enfrenta únicamente al subimperialismo español y al reformismo que lo embellece, sino también a sus propias burguesías. El gran capital del Principat ha dicho desde hace años que rechaza abiertamente el proceso soberanista y presiona con sus enormes recursos a sectores de la mediana y hasta de la pequeña burguesía para que también se oponga. El resto de las burguesías mal llamadas «nacionales» –si tal cosa existe en Galiza, Andalucía, Castilla…– necesitan vitalmente al Estado español. Estas burguesías, la vasca por ejemplo, también obtienen sobre ganancias vitales participando en la explotación del sub imperialismo español en el mundo, en Venezuela en concreto, y ahora busca exprimir también a Colombia. Es decir, la lucha de clases interna a las naciones oprimidas es a la vez lucha de clases externa contra el sub imperialismo de sus burguesías vehiculizado por el Estado español, el euro imperialismo y los Estados Unidos: de aquí también su apopo incondicional a la OTAN y a la Unión Europea, monstruos de los que debemos independizarnos cuanto antes.
Por tanto, el pomposo y vacío «derecho a decidir», aun siendo inicialmente pedagógico y movilizador, se convertirá en un cepo férreo que inmovilice la cabeza y los pies de las naciones oprimidas sin éstas no lo materializan en su contenido socialista, antiimperialista.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 27 de junio de 2017
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