Cerrar el paso a la extrema derecha. Bien. ¿Y después? En un contexto marcado por la confusión ideológica Emmanuel Macron ha ocupado el primer plano, se ha aferrado al podio y ha desplegado sus ideas fetiche: «sociedad civil», «presidencia jupiterina», «espíritu de conquista»… Tenemos razones para preguntarnos por este lenguaje pretencioso. Y es que mientras tanto las derivas vinculadas al estado de urgencia, los intentos de atentado frustrados, los ataques islamófobos, la exclusión de los jóvenes o incluso el azote del sexismo continúan todavía a buen ritmo. ¿Qué lugar queda para «las personas que no son nada»? Para hacernos una idea hemos entrevistado al sociólogo Said Bouamama, especialista en el aspecto estructural de las discriminaciones en Francia y autor de muchas obras de referencia.
El gobierno Macron ha destacado una idea de unión de la «sociedad civil» en torno a su proyecto. ¿Cómo definiría usted esta famosa «sociedad civil» y qué límites tiene?
El concepto de sociedad civil se ha convertido en un lugar común del debate político y mediático con tantas definiciones como personas lo utilizan. Esta polisemia del concepto pone de relieve que su significado es objeto de múltiples interpretaciones que lo desvían del significado que había adquirido en las polémicas políticas desde los inicios del modo de producción capitalista.
Estamos lejos de la definición de Rousseau: «El primero al que habiendo cerrado un terreno se le ocurrió decir “esto es mío” y encontró personas lo bastante simples como para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil». Por consiguiente, para este autor la sociedad civil remite al mundo de la propiedad privada.
Estamos todavía más lejos de la definición de Marx que nos recordaba que «la anatomía de la sociedad civil se debe buscar en la economía política». En otras palabras, no existe una sociedad civil única, homogénea y unida frente a un Estado o a una burocracia, sino una sociedad civil dividida por intereses de clase.
Todo el subterfugio de Macron es querer borrar esta divis ión interna de la sociedad civil para ocultar que el Estado solo está al servicio de una sola parte de esta famosa sociedad civil. No se sitúa por encima de la sociedad civil y de sus divisiones, sino al servicio de una parte contra otra. Macron est á al servicio de la sociedad civil dominante económicamente y contra la sociedad civil dominada económicamente.
Basta con tener en cuenta a qué clase pertenecen los diputados macronistas para darse cuenta de que no reflejan el conjunto de la sociedad civil, sino solo una parte de esta.
La ofensiva ideológica consiste en ocultar en las conciencias la división dominantes/dominados, ricos/pobres, explotadores /explotados mencionando únicamente una relación vertical alto/bajo, personal político/ciudadanos, etc. Por supuesto, la división vertical existe, pero está al servicio de la división horizontal constituida por la lucha en el seno de la sociedad civil entre clases con intereses divergentes.
Hace poco se ha sometido a la diputada recién elegida Danièle Obono a un auténtico juicio en la radio en directo en el que se le recordaron sus orígenes y la suerte de haber sido elegida en este país. Se le conminó a reconocer una especie de deuda respecto a los valores de la República. ¿Cómo usted reacciona ante este caso?
La campaña contr a Danièle Obono es simplemente racista y sexista. Se le ataca por haber apoyado una petición apoyando tanto a mí mismo como al rapero Saïdou d el grupo ZEP [siglas en francés de Zona de Expresión Popular] a raíz de la denuncia presentada por la extrema derecha contra nosotros por haber dicho en el li bro /CD «que se joda Francia – deber de insolencia»: «Que se joda Francia y su pasado colonialista, sus olores, sus tufos y sus reflejos paternalistas. Que se joda Francia y su historia imperialista, sus muros, sus murallas y sus delirios capitalistas»1.
Nos encontramos ante la misma operación que con el concepto de «sociedad civil». En este caso se trata de esencializar la nación Francia negando los conflictos que la atraviesan, tanto ayer como hoy. Hay una Francia de los dominados y una Francia de los dominantes, y se enfrentan.
Lo que se le reprocha a Danièle Obono son sus tomas de postura antirracistas, anticolonialistas y en contra de la guerra. El hecho de que además sea una mujer negra quien adopta estas posturas es insoportable para quienes defienden la Francia imperialista, que desde Costa de Marfil a Mali pasando por Libia y Siria no deja de participar en estas guerras mortíferas por el petróleo, el gas y los minerales estratégicos.
Dos semanas después del atentado de Londres se produjo un ataque contra la mezquita de Finsbury Park. A finales de junio un individuo trató de atropellar a los fieles que salían de la mezquita de Créteil. También esta semana se ha producido un tiroteo ante la mezquita de Avignon. Es impactante el contraste entre la mediatización de los atentados y de los muchos intentos frustrados, y la de los ataques islamófobos. ¿Cómo la explica?
Como he destacado en muchos textos recientes, nos encontramos en una secuencia histórica caracterizada por una banalización de la islamofobia. Este nuevo rostro del racismo cumple unas funciones sistémicas tanto en el plano internacional como en el plano de los países europeos. En el plano internacional reúne las condiciones que permiten forjar un consenso respecto a unas guerras por los recursos naturales encubriéndolas con la excusa «antiterrorista». En el plano nacional permite desviar la cada vez mayor cólera popular contra el ultraliberalismo hacia falsos blancos, falsos adversarios, falsos peligros, etc. En pocas palabras, la islamofobia es un debate-pantalla con una enorme productividad ideológica.
El peligro social y político es que esta islamofobia difundida por las mayores autoridades del Estado en lo que concierne a Francia (desde la Ley sobre el Pañuelo de 2004 al debate sobre la identidad nacional, pasando por la ridícula prohibición del burkini en las playas francesas el año pasado, etc.) empapa ahora a una parte del pueblo de este país o, por decirlo de otra forma, ha acelerado un proceso de fascización que no se puede subestimar. Testimonio de ello son los pasos al acto islamófobos, pero también el aumento de la violencia policial contra los jóvenes de los barrios populares.
Al proceso de fascización contribuye el doble rasero en el trato mediático consistente en, por una parte, difundir angustia sumándola a la angustia espontánea cuando se trata de un llamado atentado «yihadista» y, por otra, contentarse con servicios mínimos cuando se trata de la violencia islamófoba.
Este doble rasero también se encuentra en los diferentes esquemas explicativos que se ofrecen: la fragilidad psicológica del autor de la violencia islamófoba frente al cálculo consciente del susodicho «yihadista». Por supuesto, esto no significa necesariamente que la mayoría de los periodistas elija conscientemente cubrir de manera diferente ambos tipos de violencia.
El peso fundamental dado a la audiencia, la necesidad de sensacionalismo, el corporativismo periodístico, la instrumentalización política táctica, etc., convergen para producir este doble rasero. En mi opinión, es urgente organizar un movimiento social para plantear la cuestión de la prensa y de su manera de cubrir la actualidad en cuestión.
Usted conoce bien el amplio abanico de problemas que afectan a la juventud de los barrios populares. Como en cualquier país estos jóvenes tienen un potencial de creatividad y siempre están buscando vías de emancipación. ¿Qué trampas les tiende esta sociedad y cómo ayudarles a evitarlas?
Las razones de la revuelta de los jóvenes de los barrios populares en general y de los jóvenes surgidos de la inmigración en particular son legítimas. Las opciones económicas que se hacen desde hace varias décadas pauperizan y precariarizan a las clases populares en general y aún más a su componente surgido de la inmigración. Por añadidura, el efecto del ultraliberalismo es un aumento de la competencia por los bienes raros (empleo, formación, alojamiento, etc.) que lleva inevitablemente a una pauperización cada vez mayor de las personas más pobres, a una precarización cada vez mayor de las personas más precarias y a un aumento de las discriminaciones racistas y sexistas sistémicas.
Esta revuelta se puede orientar hacia un movimiento social portador de una relación de fuerza susceptible de obligar a los dominantes a tener en cuenta a estas clases populares o se puede desviar en callejones sin salida individuales (autodestrucción y violencia contra las personas cercanas, mito del éxito individual aplastando a los demás, toxicomanía, etc.) o colectiva (atracción por el nihilismo, prestar atención a charlatanes que se ocultan bajo un discurso religioso o político, etc.). La única manera de evitar estos callejones sin salida sigue siendo la organización colectiva para no limitarse a la reacción.
5 de julio de 2017
Entrevista hecha por Alex Anfruns para Investig’action.
[Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.]
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