La Constituyente no es otra cosa que la lucha entre la verdad del pueblo y la mentira del capital. En enero de 2008 se supo que la Administración Bush había mentido al menos 938 veces sobre Irak afirmando que este país disponía de armas de destrucción masiva. La segunda invasión de Irak, la de 2003, se realizó así al amparo de una gigantesca mentira. Entonces se tardó cinco años en enumerar tanta podredumbre. Ahora en solo seis meses se han contabilizado 836 afirmaciones falsas o engañosas dichas por Trump desde que vive en la Casa Blanca, un promedio de 4,6 mentiras al día. Pero lo que no parece una mentira sino una muy seria amenaza es su reciente advertencia de que Estados Unidos endurecerá aún más la asfixia financiera de Venezuela si este país soberano ejerce su derecho a la verdad mediante la Constituyente el próximo día 30 de julio.
En el Caracazo de 1989 el pueblo trabajador venezolano se sublevó contra la brutalidad neoliberal a costa de un gran número de muertos, heridos, detenidos y represaliados, número aún desconocido por su enorme magnitud. El 1992 fracasó el intento de golpe revolucionario dirigido por Chávez que, sin embargo, ganaría las elecciones de 1998, alarmando a la burguesía porque suponía un salto cualitativo en la independencia política del país. En 1999 el pueblo refrendó la actual constitución, que suponía el inicio de la fase de la segunda independencia. En 2001 el gobierno dictó la Ley de Hidrocarburos que significaba el avance a la independencia energética de la nación, mazazo mortal al imperialismo y a la burguesía rentista, que respondieron con el fracasado golpe de Estado de 2002 y con el derrotado cierre petrolero entre 2002 y 2003. Ya operaban las primeras guarimbas en algunas zonas del norte, potenciadas por el imperialismo.
En 2004 se conoce el Plan de Defensa Nacional que recupera la independencia armada garantizada por el ejército popular bolivariano: la respuesta burguesa fue el referéndum revocatorio de 2004 ganado por Chávez, quien en ese año empieza a impulsar el ALBA junto con Cuba como modelo contrario al ALCA, cadena de sumisión de Nuestra América a Estados Unidos. En 2005 Chávez reivindica el socialismo y, junto a Cuba y otros países, crea el canal multimedia TeleSur, azote de la industria político-mediática imperialista. Pero en 2007 el movimiento bolivariano pierde por centésimas el referéndum sobre la reforma constitucional en medio de los aplausos de Estados Unidos: uno de los objetivos de la reforma era profundizar el socialismo de la segunda independencia. En 2008 Obama llega a la Casa Blanca y al poco es premiado con el Nobel de la Paz, mientras que Estados Unidos vuelve a llevar la IV Flota a las aguas venezolanas: la «pax yanqui» de Obama inicia, en el contexto de crisis mundial galopante, una secuencia de golpes de Estado duros y menos duros, impulsando giros a la derecha más autoritaria de las burguesías envalentonadas por la estrategia del «amigo del norte».
Esta brevísima ojeada nos permite comprender la unidad y lucha de contrarios que se agudiza en Nuestra América y en Venezuela como el escenario más crítico ahora mismo. Pese a los errores, dudas, estancamientos y retrocesos del proceso venezolano, el capital sabe que debe destruir hasta la raíz las conquistas sociales, el poder comunal latente y el proyecto histórico del socialismo bolivariano. La independencia nacional venezolana expresada en su política, defensa, recursos energéticos y materiales, y su estrategia de Patria Grande, es irreconciliable con la necesidad ciega de la burguesía rentista y del imperialismo de convertir al país en una mercancía vendida a las transnacionales bajo la vigilancia estricta del Comando Sur y de la IV Flota. Y ello no es solo por la grandísima importancia de los enormes recursos materiales de Venezuela sino también por la fuerza emancipadora que subyace en el proyecto de la Patria Grande. Desde que el colonialismo logró abortar el prometedor Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, desde entonces el capital ha impedido por todos los medios, sobre todo con los más inhumanos, que fuese tomando contenido un amplio movimiento popular antiimperialista expresado al final en la forma de la Patria Grande soñada por las heroínas y héroes de la primera independencia. El tránsito al imperialismo y la Gran Crisis desde 2007, no hacen sino agudizar esta necesidad capitalista, que tiene en Norteamérica su expresión más irracional. Conforme se materializase este proyecto, a la vez iría siendo un ejemplo para el resto de la humanidad explotada, y eso no puede consentirse.
Además, el capital sabe que lo que hemos visto es solo parte del mismo problema al que se enfrenta, porque la otra parte no es otra que el fantasma de la democracia directa, socialista, comunal, horizontal, soviética o como queramos definirla en los estrechos márgenes de este articulito; en síntesis, el embrión del poder popular que se autodefiende con su ejército bolivariano y sus milicias populares. Decimos embrión porque el poder comunal no termina de desarrollarse del todo pese a las declaraciones oficiales, pese a que el último Chávez insistiera en la consigna «Comuna o nada». Las oposiciones internas al movimiento bolivariano ralentizan el poder comunal. Aun así este embrión impulsado por muchos colectivos supone una amenaza mortal para la burguesía rentista y para su mecenas yanqui. La democracia burguesa, delegada e indirecta, es antagónica con la democracia directa y permanente de la horizontalidad comunal. Una debe aplastar a la otra porque es imposible que convivan durante algún tiempo en situación de doble poder.
El engreimiento eurocéntrico desprecia lo que ignora y desconoce qué prácticas de democracia directa y de poder popular se han sucedido en América, en Europa, en África, en Euskal Herria, en Asía… Uno de los muchos méritos de la Venezuela bolivariana es el de haber reactivado esa praxis, con sus inevitables deficiencias, en el inicio del siglo XXI, y eso es imperdonable. Más aún, ahora mismo buena parte del apoyo real de masas, silenciado por la industria político-mediática, a la Constituyente se levanta, entre otras bases, también sobre el llamamiento del presidente Maduro a la intensificación de la democracia comunal como la fuerza vertebradora de la nueva Venezuela. Las fuerzas de izquierda son conscientes de la incompatibilidad entre la democracia de la mentira y la manipulación, la burguesa, y la democracia de la verdad y del debate libre, la socialista, pero como otras tantas veces en la historia de la lucha de liberación nacional de clase de los pueblos, saben que deben recorrer ese camino breve y frecuentemente brutal de doble poder, preparándose para la batalla decisiva. De hecho, el fascismo y la extrema derecha venezolana e internacional han generado esta sangrienta situación que se asemeja a un doble poder fáctico como preludio e impulso para su ofensiva definitiva.
Las ilusiones crédulas del reformismo solo sirven para ocultar la realidad. Hay que coger al toro por los cuernos: la única garantía de que avance la revolución bolivariana es la victoria popular en la Constituyente del próximo 30 de julio. Pese a las distancias que les separan, sucede otro tanto con el Principat de Catalunya en el referéndum del próximo 1 de octubre. Al final de todo análisis, siempre nos topamos con la misma constante: la lucha de clases por la propiedad y el poder. Negarlo es suicida. La victoria del referéndum de la Constituyente es un paso cualitativo para que Venezuela sea propietaria de sí misma y no del capital, y para que se materialicen estas palabras de Chávez del 15 de febrero de 2012: «El petróleo no es una riqueza de la burguesía ni del imperio; es una riqueza del pueblo venezolano para compartirla con los pueblos del mundo».
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 22 de julio de 2017
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