Muertos, heridos y destrozos son el saldo más visible de estas jornadas de protestas violentas con rasgos difíciles de olvidar para la sociedad venezolana.
El viernes 30 de junio, la madre de Alexander Sanoja pudo finalmente saber qué había pasado con su hijo durante el trancazo convocado por la oposición en Maracaibo, Zulia, después de que su última llamada fuese a su esposa comunicando la imposibilidad de regresar a su hogar, junto a sus dos niños de 8 y 13 años.
Ese miércoles, Alexander había salido a su trabajo como técnico de refrigeración en el centro de la ciudad, nunca más habían sabido de él hasta que ese viernes reconocieron su cuerpo en una morgue por un arreglo en una de sus muelas y un tatuaje en su brazo derecho.
Lamentablemente, el cuerpo de su hijo había quedado irreconocible luego de que la moto en la que iba quedara incrustada en la parte de atrás de un camión de alimentos atacado con bombas molotovs por encapuchados opositores, que realizaban un corte de calle debajo de un puente de Maracaibo.
Había quedado completamente calcinado por no haber podido escapar de esa trampa mortal luego de que el camión se prendiese en fuego con su conductor dentro. Dos días después su madre habían podido darle fin a su búsqueda con un cuerpo que físicamente había perdido todo signo de identidad, salvo esos dos rastros que apenas habían quedado de su existencia.
Iban casi 90 días de protesta de la oposición. Su madre Aura Sánchez de Sanoja comentaba a los medios que su hijo había sido asesinado en nombre de la libertad. Que quisiera «que esa gente dejara el odio». Aún la esperaba el papeleo para enterrar a su hijo sin poder verle la cara por última vez. Había empezado su duelo.
100 días de heridos y muertos
Estos últimos 100 días no estuvieron marcados por la epopeya libertaria de la clase media alta de Venezuela, sino precisamente por historias como las de Alexander. Daños físicos y psicológicos irreversibles en los más de 100 muertos y los más de mil heridos producto de las protestas violentas, en circunstancias que muchas veces son totalmente sui géneris, como las de barricadas, disparos desde urbanizaciones y ataques a bases militares.
En el sentido práctico, hoy dice menos un discurso de Freddy Guevara que la muerte de Neomar Lander por la mala utilización de un mortero. Por más que digan que falleció por devolverle la democracia a Venezuela.
El daño al cuerpo social venezolano más evidente está en los 13 muertos por abuso de la fuerza, la más de la mitad del total de fallecidos fuera del contexto de protestas por tiros francos, y en los seis efectivos de las fuerzas de seguridad caídos en enfrentamientos con manifestantes violentos. También en los niños heridos en protestas y obligados a manipular bombas molotovs, como en los familiares que consienten y alientan este tipo de actitudes en menores que deberían estar en las escuelas del país.
Son huellas expresivas de esta violencia Orlando Figuera, el joven quemado en Altamira; David Vallenilla, asesinado por un perdigonazo cuando asediaba La Carlota; José Gregorio Mendoza Durán, asesinado en Barquisimeto cuando defendía su carnicería de los saqueos en la ciudad; Danny José Subero, linchado en Cabudare por una horda opositora por ser teniente retirado de la GNB; y Paul Moreno, arrollado por una camioneta en Maracaibo.
Verdaderamente lo único que se puede sacar de estos 100 días no son los logros en la supuesta lucha por la democracia, sino las profundas heridas en el cuerpo social y la normalización de la violencia como un acto legítimo en sectores minoritarios de la población. Con el agravante de un Ministerio Público que con su inacción promueve la impunidad y la repetición de los hechos.
100 días de terror y estado de excepción
El mismo daño premeditado es el que se ha generado en arterias sensibles de la infraestructura pública y privada del país. Desde Maternos Infantiles, pasando por centros de acopio de medicamentos y de alimentos, hasta sedes ministeriales y unidades de trasporte público y privado. Ni los comercios se han salvado de esta ola de destrucción.
Sin embargo, el contexto de estos destrozos es lo realmente alarmante, ya que gran parte se han dado en el marco de los denominados trancazos, saqueos generalizados y tomas de territorios específicos. Valencia, Socopó, Maracay y recientemente Barquisimeto son algunos de esos lugares en los que bandas armadas, junto a manifestantes pacíficos, han impuesto una especie de estado de excepción y terror en estos lugares, previo a atacar sedes policiales y militares.
Todas acciones dispuestas para afectar la vida diaria de los venezolanos y dañar sus derechos al libre tránsito, la alimentación, la salud y a la vida por estar seriamente en riesgo en estos contextos. Por eso es que el ataque al cuerpo físico del Estado venezolano se ha dirigido a canales de distribución e infraestructura altamente sensibles para este momento del país, como la salud y la alimentación.
En este caso, bien vale preguntarse si estos episodios graves de imposición de toques de queda fueron ensayos para el proceso de paralización del país, convocado por la MUD, después de escuchar las declaraciones del diputado opositor Juan Requesens. Si estos 100 días, en cierta parte, no fueron el preludio de situaciones similares en otras franjas del territorio a modo de prueba y error. Donde se apliquen verdaderos estados de excepción con los derechos en cuarentena. Eso depende de muchos factores, pero sin lugar a dudas los últimos días demuestran la voluntad de instalar un piso para ir en esa dirección.
El fin del chavismo como sujeto de derecho y el momento de la antipolítica
De una manera predeterminada, estos 100 días han buscado llevar al límite a los venezolanos para que desvíen toda su frustración y ansiedad contra el chavismo. De una manera evidente toda la violencia simbólica y física contra lo bolivariano ha sido alentada, aplaudida y consentida de manera tácita por los grandes medios, formadores de opinión y actores políticos.
Se puede afirmar que se lo ha hecho de una forma muy parecida a otros conflictos del siglo XXI, basados en la promoción de divisiones en los países atacados a través de identidades expresivas de sus poblaciones. Lo que en Venezuela ha tomado la forma de una teledirigda demonización contra todo aquello que simbolice la unión cívico-militar como fuente de identidad del chavismo.
Lo que no sólo ha terminado por dañar la convivencia pacífica entre todas las tendencias políticas en Venezuela, sino que ha dado lugar a un proceso donde el chavismo es negado como una fuerza histórica. Inhabilitado para tener algún otro derecho más que a ser quemado, perseguido en lugares públicos y encarcelado de por vida, según la diatriba instalada en la oposición.
Lo que ha buscado generar en los chavistas una reacción desmedida para luego ser escenificado como otro síntoma de estar en una dictadura. Sin embargo, el fin último es generar una espiral de violencia entre ambos bandos que se retroalimente y aumente la presión sobre el Estado venezolano.
Así el saldo más importante de los 100 días es uno solo: El arrase de la violencia sobre la política como herramiento para dirimir el conflicto en Venezuela. Con posiciones por demás beligerantes en lo público para encontrar vías para encausar una negociación que evite más muertes y destrozos en el país.
Por eso es más que un dato que un día antes a esta fecha se le haya dado casa por cárcel a Leopoldo López por pedido de la Comisión de la Verdad. Tanto por ser un gesto a favor de retomar el diálogo en Venezuela, apoyado por la mayoría de los venezolanos, como por mostrar una clara voluntad de la alta dirigencia del chavismo por encarrilar el conflicto hacia la vía política por fuera de la guerra que se intenta imponer.
Bruno Sgarzini
9 de julio de 2017
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