«El terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y burguesía. Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia violencia al poder. Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera. Los amantes del realismo, que subrayan los “positivos éxitos” de la actividad parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos éxitos, por más ínfimos que sean, solo pueden ser considerados como los productos del efecto invisible y latente de la violencia.»
1.
Al poco de sublevarse el fascismo internacional en el Estado español en julio de 1936, se formó el batalló de gudaris comunistas Rosa Luxemburg, en la Euskal Herria que resistía a la desesperada tras perder la estratégica ciudad de Irún. Poco antes comunistas vascos habían formado la Columna Thälmann en honor al miembro del Partido Comunista Alemán detenido en 1933, torturado y entonces todavía encarcelado, pero asesinado en 1944. También crearon el batallón Karl Liebknecht en honor del revolucionario asesinado con Rosa. Estas y otras decisiones político-militares muestran tanto la conciencia comunista e internacionalista que arraigaba en el proletariado y en el campesinado vasco, y a la vez su entronque esencial con los derechos nacionales de su pueblo.
El batallón Rosa Luxemburg se formó con la llegada de cientos de voluntarios que sabían perfectamente los riesgos que asumían, tras una batalla en la que la desproporción de medios entre el fascismo y la libertad era absoluta en beneficio de la burguesía. El batallón es famoso por su heroísmo y por su enorme número de bajas de entre sus 1.400 voluntarios: según nuestros datos, fue el último en salir del infierno de Artxanda. Que nosotros sepamos, y asumiendo la posibilidad de error, estamos ante probablemente la única unidad militar con el nombre de la militante asesinada en Berlín a comienzos de 1919 por tropas que obedecían las órdenes de la socialdemocracia y que se integrarían en el nazismo en 1923.
La disciplina, coherencia y moral de lucha del comunismo vasco adscrito a la Internacional Comunista era reconocida por todas las fuerzas antifascistas, incluidos por el pequeñito grupo trotskista que también luchaba por la libertad nacional, aunque conocían la persecución creciente de sus camaradas en la URSS, que no tardarían en practicarse en Catalunya contra el POUM y otras corrientes desde mayo de 1937. De igual modo, los anarquistas, también sabedores de las disputas históricas con los comunistas, mantenían sin embargo una confianza mutua en la lucha contra la invasión fascista. Para verano de 1936 era ya conocida la «excomunión» desde 1925 de la revolucionaria polaca por la Internacional Comunista, como veremos.
Entonces, nos preguntamos: ¿qué vieron aquellos disciplinados comunistas que mataban y morían en defensa del socialismo y de la libertad vasca, en una militante aborrecida por la III Internacional que, además, relativizaba mucho la independencia de las naciones oprimidas? ¿Qué escritos de ella, sobre ella y contra ella podían haber leído, teniendo en cuenta que los de su autoría fueron retirados en la URSS en la segunda mitad de la década de 1920 y que el aplastamiento en sangre de la revolución alemana dificultó en extremo la difusión de sus ideas? Si todo lo relacionado con la historia del Partido Comunista de Euskadi está bajo tres candados: el de la represión franquista y las falsedades burguesas incluidas aquí el interés del PNV por silenciar el decisivo papel de los batallones que no eran de su ideología; el de las purgas del Partido Comunista de España contra la «desviación nacionalista»; y el de la amnesia impuesta por el eurocomunismo obsesionado por aniquilar toda memoria de lucha, con el batallón Rosa Luxemburg hay que añadir una cuarta: la simbología de su nombre. Solo muy recientemente se ha empezado a estudiar su heroica e impresionante historia.
Desde su origen, las y los comunistas luchaban tanto contra la burguesía autóctona como contra la presencia del «ejército imperialista español» en tierras vascas. El primer independentismo socialista práctico fue el del comunismo vasco. Aunque en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935 se impuso la línea del Frente Popular que supeditada la política revolucionaria a los acuerdos con la burguesía nacional-democrática para aunar fuerzas antifascistas, ello no impidió a los comunistas recuperar la historia nacional vasca desde su verdadero contenido, el del pueblo trabajador oprimido secularmente por esa burguesía cuya corriente autonomista en lo político y reaccionaria en lo social, dudó hasta el último segundo en resistirse al fascismo: sectores del autonomismo reaccionario, sectores del PNV, se escondieron, huyeron o se sumaron al fascismo. Y los que apoyaron a la II República y defendieron las libertades vascas, lo hicieron tarde, presionados por sus bases populares y a medio gas, sin movilizar los grandes recursos industriales del capitalismo vasco.
La guerra de 1936 – 1944 –año en el que finalmente se rindieron las tropas nazi-fascistas acantonadas en Euskal Herria– fue además de una guerra de invasión extranjera también y a la vez una guerra social, una guerra de clases en el seno del pueblo vasco. No podemos desarrollar ahora esta dialéctica entre la lucha de clases nacional y la lucha de clases internacional en la que el nazi-fascismo y el franquismo fueron armas decisivas del capital en crisis, aunque es la base que permite comprender lo que sigue. En efecto, los y las comunistas reivindicaron la nación trabajadora dando nombres cargados de simbología a dos de sus batallones: Rebelión de la Sal y Gernikako Arbola.
El batallón llamado Rebelión de la Sal1 hacía honor a la sublevación popular que se fue autoorganizando desde 1631 hasta estallar en 1634, contra el intento español de recortar gravemente el Sistema Foral que reconocía derechos sociales básicos, entre ellos el control de precios asequibles en productos de primera necesidad para el pueblo trabajador como era la sal, entre otros. Aumentar el precio de la sal era empeorar las condiciones de vida y cercenar gravemente el Sistema Foral, objetivo deseado por la burguesía comercial en ascenso deseosa de integrase en el mercado estatal: la matxinada, nombre en euskara dado a las luchas de los ferrones, los trabajadores explotados en las ferrerías, fue aplastada con la ejecución de seis personas.
El batallón llamado Gernikako Arbola hacía honor al más conocido de los pueblos en los que se debatían y aprobaban leyes en el Sistema Foral. Aunque mandaba el bloque de clases dominante en cada período histórico y el pueblo trabajador era marginado en la toma de decisiones, pese a ello este sabía que mal que bien el Sistema Foral era menos malo que el orden imperante en el Estado español y por eso lo defendió mientras pudo compensar con su vida la imparable superioridad económica y militar del Estado. Invadida la zona peninsular del País Vasco en 1876, el ocupante se encontró con una tenaz resistencia pacífica abierta y soterrada, y con una Administración Foral inadaptable al sistema burocrático español. Necesitado urgentemente de fondos económicos y de paz social, Cánovas negoció con la burguesía vasca los Conciertos Económicos, es decir, que la Administración Foral siguiera funcionando en beneficio de la burguesía autóctona, pero que esta pagase al Estado español un Cupo, o mejor una «reparación de guerra» según la válida definición hecha por el sociólogo burgués Max Weber2 en su viaje al País Vasco en 1898.
Al margen de estos cambalaches interburgueses, el pueblo trabajador siguió defendiendo el valor simbólico de Gernika dado que representa, desde la historia social de las clases explotadas, un reducto legitimador de los bienes comunales, de las formas sociopolíticas basadas en ellos, de la lengua y cultura, etc. La coherencia de los comunistas al nombrar batallones con la histórica matxinada de 1634 y con Gernika es innegable porque asumía y actualizaba en 1936 – 1937 otra historia nacional opuesta a la burguesa tanto en su versión autóctona como en la española, lo que explica el bombardeo de Gernika como el silencio cuando no los ataques de la historiografía capitalista al valor de lo comunal en la cultura popular vasca. ¿Acaso no hicieron los mismo Marx y Engels al apoyar las luchas de los pueblos contra la explotación colonial que les saqueaba sus recursos, culturas y bienes comunes?
Y también explica el que, una vez impuesto el nacionalismo español en su forma republicana en el Partido Comunista de España desde mayo de 1937 se pusiera en marcha una depuración y purga de la «desviación nacionalista» en los comunistas que defendían la independencia de sus pueblos3. Además, el estalinismo aportaba otro argumento para las depuraciones y purgas: las ideas de Marx sobre el valor de lo comunal, sobre los modos comunales de producción, etc., no eran importantes porque lo decisivo era que la revolución mundial debía transitar obligatoriamente por el modelo etapista oficializado por la III Internacional. Ocurría que en Euskal Herria aún en esos años existían grandes extensiones de tierras comunales y públicas de las Diputaciones, ayuntamientos, concejos, cuadrillas, etc.; que desde hacía tiempo eran codiciadas por la burguesía apoyada por los Estados francés y español; que las resistencias populares para impedir su expolio y privatización fueron mediante toda clase de acciones incluidas guerras defensivas desesperadas.
Si debemos decir a ciencia cierta que los comunistas vascos conocían esa historia y defendían la recuperación de las tierras comunales. No podemos decir a ciencia cierta que conocieran los largos y documentados capítulos escritos sobre el particular por Rosa Luxemburg en su celebérrima obra La acumulación del capital de diciembre de 1912 sobre todo desde el capítulo XXVII hasta el final, en los que estudió minuciosamente el significado histórico de las formas de propiedad comunal, de las resistencias de sus pueblos a las invasiones occidentales, etc. Dejó escritas páginas brillantes sobre el saqueo y privatización de los bienes comunales y de los pueblos que vivían de ellos como, por ejemplo, los que poblaban América4, pero también estudió con detenimiento la invasión francesa de Argelia en la que posiblemente participaran soldados vascos a las órdenes de imperialismo francés. En lo esencial, sus ideas son aplicables a Euskal Herria salvando las distancias espacio-temporales: tal vez fue posible que estas ideas junto a otras obras de ella llegaran de algún modo a los comunistas vascos.
Nunca lo sabremos con exactitud porque la praxis de Rosa Luxemburg fue sometida a una implacable censura y ocultación primero por la socialdemocracia y la derecha alemana; pocos años después por el estalinismo, y por último, manipulada por la derecha y el reformismo como ejemplo contra Lenin y Stalin. Incluso desde antes de la revolución de 1905, sus ideas ya empezaban a ser aisladas dentro de la socialdemocracia, y ella misma objeto de un rechazo chauvinista germánico difuso al principio aunque cada vez más acentuado contra su identidad polaca. Cada vez de manera más acentuada tuvo que publicar sus escritos en su partido polaco ante las dificultades «técnicas» crecientes que encontraba en Alemania.
2.
La burocracia socialdemócrata no había llegado aún a controlar el partido cuando Rosa empezó a ser conocida por sus aportaciones teóricas fundamentalmente en dos cuestiones decisivas: la cuestión nacional en 1896 y la crítica radical del reformismo de Bernstein en 1899. Sobre la primera, Rosa opinaba que el contexto de finales del siglo XIX había cambiado con respecto al de la época en la que Marx y Engels defendía la independencia de Polonia. Según Rosa, el desarrollo capitalista había hecho de Polonia la industria más potente del imperio zarista creando una dependencia mutua entre la burguesía polaca y la rusa en base a la unidad de mercado, y por ello mismo entre el proletariado polaco y el ruso: se había abierto una nueva fase de lucha de clases en la que reivindicar el derecho a la independencia polaca era romper la unidad estratégica del proletariado, escindirlo en beneficio del capitalismo. Con los años, Rosa extendería esta tesis al conjunto de la lucha de clases mundial.
Rosa no negaba en modo alguno los derechos nacionales de los pueblos oprimidos: los defendía con ahínco, pero pensaba que su etapa histórica progresista ya había concluido con el desarrollo capitalista. Los derechos de los pueblos solo podrían resolverse en el avance al socialismo cuando sus culturas y lenguas fueran respetadas por la democracia obrera mientras se iba diluyendo el Estado y el capitalismo, y con ellos todas las opresiones. Hasta entonces las clases trabajadoras de los Estados opresores y de los pueblos oprimidos debían luchar en unidad revolucionaria contra la unidad contrarrevolucionaria del capital.
Los hechos ya habían demostraron para entonces que la opresión nacional era y es una de las fuerzas sociales más contradictoria que existen, porque pueden hacer que la lucha de clases gire a la revolución o a la contrarrevolución, según qué objetivos se marquen y qué estrategia se emplee. En este sentido, son reveladoras las palabras de Eric Blanc5 cuando en su largo estudio sobre Rosa Luxemburg en la Polonia de 1898 – 1903, sostiene que sus acciones tuvieron efectos contradictorios y trágicos. Lo sorprendente es que tras acertar y aceptar que el saqueo imperialista de los «arrabales»6 del capitalismo entonces desarrollado no haría sino aumentar, a pesar de esta coincidencia plena con otros marxistas, sin embargó siguió insistiendo en la no importancia de las luchas de liberación.
Se debate mucho sobre por qué Rosa se mantuvo firme en su rechazo del derecho a la independencia, tanto que aquí no podemos ni siquiera resumir las diferentes posturas. Por exigencias de brevedad, nosotros pensamos que el problema radica en su limitada comprensión de la dialéctica marxista. Aunque hay autores que no prestan apenas atención a la dialéctica en Rosa, como Gregory A. Albo7, otros muchos sí lo hacen: María-José Aubet8, Lelio Basso, Oskar Negt9… han reivindicado con fuerza su dominio del método dialéctico sin el cual no se entienden sus grandes aportaciones. Luego veremos que Rosa Luxemburg sí dominaba bien la dialéctica de lo político, como demostró en su crítica al reformismo y en la defensa genérica de la democracia socialista; pero en otras problemáticas no lo logró, como en la nacional, la teoría de la organización, el problema de los esquemas de reproducción del libro II de El Capital…
Raya Dunayevskaya10 sostiene que Rosa no comprendió bien la «dialéctica de la historia», y por tanto no captó el potencial revolucionario del derecho de autodeterminación. D. Bensaïd y Samy Nair11, afirman que su dialéctica era más hegeliana que marxista, lo que explica las deficiencias de su teoría de la organización revolucionaria y sus relaciones con la complejidad del proceso de concienciación de la clase trabajadora y, por tanto, el contenido y el papel de «lo político» en todos los aspectos de la sociedad capitalista. Michael Löwy12 también comenta sobre cierta ambigüedad en su «optimismo determinista». Leyendo el Folleto de Junius que Rosa escribió en la cárcel en 1915, en especial su capítulo VII, apreciamos las limitaciones de su dialéctica.
Paul Mattik13 se posiciona por las tesis de Lenin en el debate con Rosa sobre los esquemas de la reproducción y acumulación capitalista y sobre que el papel decisivo radica en la producción y no en la circulación, como sostenía Rosa. Mattik añade con razón que ni uno ni otra comprendieron en profundidad el significado de la ley de caída tendencial de la tasa media de beneficio. Henryk Grossmann14 dice que la «solución» de Rosa al problema de los esquemas de la reproducción en el libro II de El Capital de Marx, es «un método cómodo» de salida del callejón teórico en el que ella misma se ha metido, consistente en afirmar sin pruebas que hay «lagunas» en esa parte de la obra marxiana. Extendiendo su crítica sobre quienes sostienen ideas parecidas a las de Rosa Luxemburg, como por ejemplo Fritz Sternberg, Grossmann les achaca no tener «ninguna formación filosófica». Años más tarde, Beramendi y Fiorabanti15 sostendrán sobre este mismo problema que Rosa tenía una visión del capitalismo si no lineal, sí al menos unilateral.
Siguiendo con el debate sobre las deficiencias del método de Rosa al estudiar los esquemas de reproducción, Louis Gill extiende esa debilidad al grueso del marxismo de la II Internacional por su deficitaria comprensión del método dialéctico de Marx debido a que los imprescindibles Grundrisse16, sin cuyo estudio es muy difícil comprender el método de El Capital, fueron publicados por primera vez en 1939, y en una edición muy corta sometida de inmediato a los avatares de la Segunda Guerra Mundial, de modo que no fue hasta la década de 1950 cuando pudieron empezar a ser estudiados con detenimiento.
Ernest Mandel17 no entra al debate sobre las limitaciones del método de Rosa en su crítica de los esquemas de reproducción de Marx, sino que, además de corregir en algo a Grossmann, explica que en realidad Rosa planteó una duda solo resoluble si se da un paso adelante en reflexión teórica revolucionaria, entrando a debatir nada menos que la teoría de la crisis capitalista. Aquí, en la decisiva teoría marxista de la crisis, L. Gill reconoce que Rosa Luxemburg, si bien estaba equivocada en su crítica a los esquemas de reproducción, conectó con la teoría de Marx sobre que la crisis surgen de la historicidad y transitoriedad del capitalismo18, lo que le granjeó el fuerte rechazo del reformismo socialdemócrata que defendía la tesis de que el capitalismo se perpetúa y que solo la reforma puede irlo cambiando poco a poco hacia el socialismo.
Mientras que la dialéctica de Marx y Engels enlaza en una totalidad procesual el interior de las contradicciones nacionales, de la organización y de la espontaneidad, y del problema de «derrumbe» del capitalismo, la dialéctica hegeliana de Rosa reducía esta totalidad compleja y contradictoria a un movimiento casi automático y casi objetivista y determinista que nos recuerda al desenvolvimiento de la Idea. Norman Geras dice que la obra de Rosa ha sido interpretada como una especie de «fatalismo político»19 porque una lectura superficial da la sensación de un «inevitable descalabro» del capitalismo, pero que se trata de una tergiversación o caricatura. Michael Lowy20 ha escrito ampliamente sobre la filosofía de la praxis inserta en Rosa Luxemburg, confirmando con otras palabras lo también demostrado por Raya Dunayevskaya al asegurar sobre Rosa que: « en su caso pudo decirse que el intelecto se vuelve voluntad, se vuelve acto»21.
3.
Podemos decir que parte de las dificultades de Rosa provenientes de los límites del método que empleaba se resolvieron gracias al papel de la filosofía de la praxis en la lucha política, en la denuncia brillante del reformismo, que es el segundo debate, el de 1899, al que nos hemos referido arriba. En realidad Bernstein no añadió nada nuevo a los reformismos anteriores. Su mérito consiste en haberlos sintetizado de forma coherente en un único libro. Bo Gustafsson reconoce que fue Rosa Luxemburg la que dejó aclarado que Bernstein no tuvo ninguna idea nueva22 que, como dice el autor, no estuviera ya en Lange y otros nekantianos, socialistas de cátedra, socialistas reformistas dentro de la propia socialdemocracia… Para Rosa Luxemburg la doctrina de Bernstein estaba «compuesta por pedacitos de todos los sistemas posibles»23. Nestor Kohan indica que el ataque de Bernstein a la dialéctica marxista, respondido por Rosa24, forma parte de la oposición reaccionaria y reformista al marxismo también ahora mismo.
Tiene razón Mattik cuando afirma en el texto citado que las críticas de Rosa al reformismo son las más poderosas de todas, dando a entender claramente que tampoco Lenin estuvo a su altura. Aunque ambos estaban educados en el horizonte teórico de la II Internacional fue Rosa la que primero se cercioró del reformismo descarado de Bernstein, y sobre todo la que primero intuyó las ambigüedades de Kautsky mientras que Lenin tardó bastante más tiempo. Sin duda, la ágil y penetrante dialéctica política que vertebra su clásica obra Reformismo o revolución le permitió vislumbrar siquiera borrosamente pero desde luego antes que nadie, el fondo de determinismo economicista de Kautsky. En la cuestión crítica de la ideología reformista sobre el avance al socialismo mediante reformas sociales, Rosa sintetiza las aportaciones de diversos autores reformistas en el bloque formado por el sindicalismo, la reforma social y la democratización política del Estado como los «medios para la realización progresiva del socialismo»25. Los hechos le dieron la razón.
Pero una crítica más importante aún radica aquí: «Bernstein declara que la ley de la plusvalía de Marx es una mera abstracción […] un producto de la imaginación»26. La plusvalía, dicho básicamente, es el alimento del capitalismo, negar su existencia, reducirla a una abstracción es negar la objetividad del capitalismo sustituyéndolo por una sociedad idílica, sin explotación ni lucha de clases. La necesidad ciega de aumentar la plusvalía para aumentar el beneficio y superar la competencia interburguesa lleva al capitalismo a endurecer, intensificar y extender la explotación asalariada, desarrollar el militarismo y recortar su propio sistema democrático. Desde esta certidumbre teórica basada en la veracidad científica de la ley de la plusvalía, Rosa vaticinó lo que sigue:
Como resultado del desarrollo de la economía mundial y de la agudización y generalización de la competencia en el mercado mundial, el militarismo y la política de las grandes flotas se han vuelto, en tanto que instrumentos de política mundial, un factor decisivo tanto en la vida interior como en la vida exterior de las grandes potencias. Si es cierto que la política mundial y el militarismo representan una fase ascendente en la etapa que atraviesa el capitalismo en la actualidad, entonces la democracia burguesa debe desplazarse, lógicamente, en sentido descendente27.
La crítica del reformismo no solo era teórica. Pocos meses después de esta andanada, Rosa procede a la crítica de la práctica del reformismo francés cuando el socialista Millerand se integra en el gobierno en 1899. En un texto de 1900 – 1901 sobre la crisis en Francia, Rosa enumera la trilogía práctica, política y teórica de movilización de masas que impulsaban para arriba al socialismo francés, y después analiza el giro al centro del socialismo que había entrado en el gobierno centrista:
1) Sus consignas son las más avanzadas, de modo que cuando compiten en las elecciones con los partidos burgueses hacen valer la presión de las masas que votan. 2) Denuncian constantemente al gobierno ante el pueblo y agitan la opinión pública. 3) Su agitación dentro y fuera del parlamento atrae a masas cada vez más numerosas y así se convierten en una potencia con la cual deben contar el gobierno y el conjunto de la burguesía. Cuando Millerand entró en el gabinete los socialistas de Jaurés cerraron los tres caminos de acercamiento a las masas […] La primera consecuencia de la participación socialista en un gabinete de coalición es, por tanto, el cese de la más importante de las actividades socialistas y, sobre todo, de la actividad parlamentaria: la educación política y clarificación de las masas28.
Esta crítica al socialismo francés anunciaba lo que sería el reformismo alemán dentro de pocos años y, muy en especial, es ahora mismo una denuncia del parlamentarismo reformista actual, denuncia avalada por la historia de más de un siglo. Afirmar ahora que la actividad parlamentaria debe buscar la educación política y clarificación de las masas es poner en la picota a la totalidad de las políticas parlamentarias en Euskal Herria.
4.
El esfuerzo teórico-político de Rosa Luxemburg iba destinado a emancipar a la militancia del contenido reaccionario de la religión sobre todo cuando hace política abiertamente, pero también buscaba aumentar la formación teórica en un partido tan poderoso y en crecimiento como el alemán en el que en 1905 apenas el 10% de sus miembros poseían algún conocimiento de marxismo, mientras que los subscriptores a la revista teórica Neue Zeit no sobrepasaba el 1,5% de la militancia30.
En verano de 1906 Rosa escribió a unos amigos que: «La revolución es magnífica…Todo lo demás es un disparate»31. Fue en este clima y en los debates que se libraban cuando escribió también las palabras que introducen este texto sobre el papel de la violencia y de la huelga de masas en la política parlamentaria. Su praxis le llevo, como antes y como después, a la cárcel. La burocracia del partido le marginaba aún más tanto por sus críticas directas como porque estas se basaban en una profunda dialéctica de las lucha de clases, según se vuelve a descubrir en esta descripción de las fueras sociales que es más válida hoy, en el complejo capitalismo actual, que en el más simple de hace 112 años:
Es un fresco gigantesco y multicolor de un enfrentamiento general entre el capital y el trabajo, que refleja toda la complejidad de la organización social y de la conciencia política de cada sector y de cada distrito. La escala se extiende desde la lucha sindical ordenada de una capa selecta y probada del proletariado de la gran industria hasta la protesta informe de un puñado de obreros rurales y los primeros temblores breves de una guarnición militar agitada; de la revuelta bien educada y elegante de los trabajadores de puños almidonados y cuello duro en las oficinas de un banco hasta los tímidos murmullos de una tosca reunión de policías insatisfechos en un sucio puesto de guardia oscuro y lleno de humo32.
Rosa está detallando la rica y contradictoria complejidad de las dinámicas ascendentes que pueden concluir en las revoluciones, si no se cometen errores garrafales. Muestra cómo incluso sectores más bajos de algunas fuerzas represivas pueden sumarse parcial o totalmente a ese proceso. Y es sobre este método eminentemente dialéctico, en el que sostiene la explicación de la estrategia revolucionaria:
Precisamente porque el orden legal burgués ha existido tanto tiempo en Alemania, porque ha tenido tiempo de agotarse y de llagar a su fin, porque la democracia y el liberalismo burgués han tenido tiempo de morir, aquí ya ni se puede hablar de revolución burguesa. Por eso, en el período de luchas políticas populares en Alemania, el objetivo último históricamente necesario no puede ser sino la dictadura del proletariado […] esta tarea no puede realizarse de golpe; se consumará en una etapa de gigantescas luchas sociales33.
Esta visión marxista era rechazada en la práctica cotidiana por la burocracia político-sindical. En una carta a Clara Zetkin de 1907, Rosa dice sobre los burócratas: «se han comprometido por completo con el parlamento y el parlamentarismo, y cada vez que ocurre algo que trasciende los límites de la acción parlamentaria, se sienten impotentes; no, peor que impotentes, porque hacen todo lo que pueden por obligar al movimiento a volver a los canales parlamentarios, y tildarán furiosamente de “enemigo del pueblo” a todo el que se aventure más allá de esos límites»34.
En 1910 tras fuertes debates que le enfrentaron con la burocracia y le llevaron a romper con Kautsky, Rosa escribe un artículo sobre la posible valía de las lecciones de 1905 y de la Huelga General de Masas en la Alemania de entonces surcada por una nueva oleada de huelgas y de movilizaciones para ampliar a todos los sectores populares el derecho de sufragio35, y lo lleva a la redacción del periódico, este le responde diciendo que la dirección del partido ha decidido no publicarlo porque lo más importante en esos momentos es preparar la campaña electoral en ciernes.
Durante esos tiempos, mientras que la burguesía frenaba con su legalidad y con el apoyo de la burocracia socialdemócrata las luchas de izquierdas, Rosa preparaba para finales de 1912 el libro La acumulación del capital «cuya publicación fue retrasada al máximo por la dirección del partido»36. La burocracia sabía perfectamente que el libro cuestionaba de raíz la política socialdemócrata en todos los sentidos, y de ahí su boicot. En realidad, la socialdemocracia había boicoteado textos marxistas desde la década de 1870 en debates decisivos para el proceso revolucionario europeo y mundial mientras que, a la vez, creaba un «marxismo»37 compatible con el capital mediante la tesis de la «necesidad histórica» ineluctable del socialismo, lo que anulaba el papel crucial de la conciencia revolucionaria organizada en la crucial lucha de clases diaria, cotidiana. Ese «marxismo» fue uno de los responsables de la «traición»38 de la socialdemocracia.
5.
Es aquí, en este nudo gordiano de la praxis organizada que concatena políticamente todas las formas de la lucha de clases, en donde debemos introducir el debate sobre la teoría del partido y de la espontaneidad en y de Rosa Luxemburg, debate artificial e interesadamente agrandado por quienes enfrentar a Rosa con el resto de fuerzas revolucionarias. Ahora debemos recordar por unos instantes lo arriba dicho sobre las limitaciones de la dialéctica hegeliana de Rosa y en especial en su teoría del partido porque «no previó la contra-revolución desde dentro»39 del partido, peligro mortal que Lenin siempre tuvo presente en lo esencial de su teoría del partido aunque la adaptase siempre a las nuevas necesidades, mientras que: «El concepto predominante de Rosa Luxemburg –un partido unificado, una internacional unificada– en gran parte fue responsable de las muchas interpretaciones falsas de sus conceptos sobre espontaneidad y organización»40.
En los primeros debates sobre la teoría de la organización, Lenin respondió a Rosa diciéndole que no había respondido a ninguno de sus argumentos concretos que él presentaba, sino a generalidades que no estaban en cuestión, con lo que vuelve a aparecer el problema del método de Rosa arriba visto en este tema: sobrevalorar lo general y abstracto. Pero es dudoso que Rosa hubiera podido leer la respuesta de Lenin porque Kautsky se negó a publicarla41, con lo que tenemos otro ejemplo de la censura interna. Sin embargo, esas «generalidades» que rehuían el debate son válidas en el presente42 porque nos recuerdan precisamente cuestiones de derechos socialistas en la vida militante que no deben olvidarse.
No hay duda de que la tardanza en crear un partido revolucionario independiente del socialdemócrata facilitó sobremanera la derrota de la revolución alemana de noviembre de 1918, la localización de Rosa y Liebknecht y su asesinato. Los bolcheviques evitaron varias veces su total destrucción, y Lenin mantuvo su militancia clandestina en momentos decisivos, gracias precisamente a su forma organizativa43.
Rosa Luxemburg fue asesinada la noche del 15 de enero de 1919 de un tiro después de abrirle la cabeza con un culatazo de fusil. Tenía 48 años y vivía en la clandestinidad. Poco antes, mientras la detenían y llevaban al coche, era insultada: «comunista», «judía», «puta»… Fue una de los millares de víctimas de la contrarrevolución dirigida por el gobierno socialdemócrata aliado con la derecha más criminal. La revolución bolchevique había triunfado en octubre de 1917, siendo la chispa de otras llamaradas revolucionarias entre las que destacó la alemana de finales de 1918. La burguesía alemana nunca le ha perdonado: todavía en 1962 el gobierno «democrático» de Alemania Federal seguía justificando su asesinato44.
Los bolcheviques loaron sus méritos, los de Karl Liebknecht y restantes comunistas exterminados desde conocer la noticia. Dos meses después, el discurso de apertura del I Congreso de la Internacional Comunista se iniciaba honrando su memoria con las y los asistentes puestos en pie45. En febrero de 1922 Lenin escribió:
Rosa Luxemburg se equivocó en el problema de la independencia de Polonia; se equivocó al enjuiciar en 1903 el menchevismo; se equivocó en la teoría de la acumulación del capital; se equivocó en julio de 1914 cuando defendió con Plejánov, Vandervelde, Kautsky y otros la unidad de los bolcheviques con los mencheviques; se equivocó en sus escritos de la cárcel, en 1918 (por lo demás, ella misma corrigió, al salir a la calle, a finales de 1918 y principios de 1919, la mayor parte de sus errores). Pero, a pesar de todos sus errores, Rosa Luxemburg fue y seguirá siendo un águila; y no solo será siempre entrañable para todos los comunistas su recuerdo, sino que su biografía y sus obras completas (cuya edición demoran demasiado los comunistas alemanes, quienes solo en parte merecen ser disculpados por la inaudita cantidad de víctimas que sufren en su dura lucha) serán utilísimas enseñanzas para educar a muchas generaciones de comunistas del mundo entero46.
Vista la historia desde el presente, Rosa Luxemburg hizo cuatro grandes bloques de críticas a los bolcheviques: el problema del campesinado; el problema nacional; el problema de Asamblea Constituyente; y el problema de la democracia socialista. De los cuatro, a nuestro entender es en el último en donde Rosa tiene bastante razón aunque siempre precisando los límites espacio-temporales. Con respecto a relaciones de Rosa con Lenin, Norman Geras afirma que sus diferencias han sido frecuentemente exageradas y que estaban unidos por muchas más cosas47. Según Mary Alice Waters las diferencias entre Lenin y Rosa fueron básicamente tres: la cuestión nacional, la cuestión del partido revolucionario y la cuestión de la revolución bolchevique, pero que aun así Rosa Luxemburg siempre la apoyó48.
De manera parecida a la tergiversación de Gramsci por el eurocomunismo para justificar con su prestigio el apoyo incondicional al capitalismo, con Rosa Luxemburg la socialdemocracia y la burguesía, como la burocracia estalinista, crearon lo que se denominó «luxemburguismo», que amalgamaba en diversos momentos las acusaciones de «ultraizquierdismo», «expontaneísmo», «consejismo», «trotskismo», «centrismo», «humanismo», «antileninismo», etc.
En su versión estalinista, el «luxemburguismo» fue condenado en el pleno del ejecutivo de la Internacional Comunista de marzo-abril de 1925, y luego sus libros retirados de la bibliotecas y de las librerías, negando la voluntad de Lenin de publicación de sus obras completas. En 1931 Stalin arremete contra ella acusándola de oscilaciones de un extremo a otro, de la ultraizquierda al menchevismo, de haber inventado la teoría de la revolución permanente, etcétera, en una breve carta sobre la historia del bolchevismo49. Según diversas informaciones y a la espera de más datos, todavía a finales de la década de 1980 seguía sin editarse la correspondencia privada entre Lenin y Rosa Luxemburg.
¿Qué nos aporta Rosa la Roja ahora? Una idea decisiva la encontramos en las palabras de Clara Zetkin inmediatamente después de su asesinato: «La obra de toda su vida fue preparar la revolución»50. Otras ideas un poco más suaves nos las aporta María-José Aubet:
¿Se puede aprender algo de su legado? En la actualidad, frente a la vía muerta o agónica del movimiento obrero organizado, al agotamiento de la vía del «comunismo» estalinista pero también de la alternativa socialdemócrata como fuerza anticapitalista, la voz de Rosa Luxemburg nos invita a repensar nuestras herramientas de análisis para abordar las nuevas –y viejas– formas de explotación en el mundo actual. El antidogmatismo de Rosa Luxemburg, su antiburocratismo, su lealtad y fe en la capacidad revolucionaria –¿excesivamente naif?– de «las masas populares», su denuncia de la deriva autoritaria y de la esclerosis de los partidos socialdemócratas y su defensa de derechos fundamentales incluso en momentos revolucionarios la convierten quizás en la mejor continuadora de Marx. No hay que olvidar que ella, a diferencia de los Lenin, Trotsky, Mao, etc., se movió, actuó, pensó y escribió en el marco de un país ya entonces muy industrializado de capitalismo avanzado51.
Además de estas aportaciones, queremos concluir otras dos. Una de ellas es la aportación decisiva de la praxis de Rosa a la emancipación de la mujer trabajadora, como demuestra en su artículo de 1912 en el que, además de preguntarse por qué no existe una organización de mujeres en Alemania, separa tajantemente el movimiento de las mujeres trabajadoras y el de las mujeres burguesas, defensoras del capitalismo, y expone su ideas sobre el trabajo doméstico, que no produce valor, contrarias a la palabrería del feminismo académico, reformista52. Andica Cakardic53 ha demostrado que en La acumulación del capital Rosa destroza el feminismo burgués por no tener en cuenta el papel del trabajo doméstico en el capitalismo. Por no extendernos, la obra entera de Raya Dunayevskaya demuestra el feminismo marxista de Rosa la Roja.
La otra aportación es la del eslogan «socialismo o barbarie» popularizado por Rosa Luxemburg en el Folleto de Junius de 1915, de tanta actualidad en el presente. Ian Angus ha rastreado su origen que se atribuía a Engels en una frase muy parecida, descubriendo que fue Kautsky en 1892 el que le dio la forma precisa en un breve textito para el programa de Erfurt diciendo que «debemos avanzar hacia el socialismo o caer de nuevo en la barbarie» adaptado por Rosa como «avance al socialismo o regresión a la barbarie»54. Solo cuatro años después, en 1919, Preobrazhenski y Bujarin profundizaron aún más con el eslogan «caos o comunismo»55: de 1915 a 1919 se había multiplicado la letalidad de la Primera Guerra Mundial, había estallado la oleada revolucionaria de 1917 y el capital financiero mostraba sin tapujos su odio antisocialista.
No podemos extendernos aquí en cómo la historia ha confirmado esta vía suicida al autoexterminio capitalista y cómo fue denunciada por el marxismo desde mediados del siglo XIX –ya está presente en el Manifiesto Comunista de 1848 al admitirse la posibilidad del «hundimiento de las clases en pugna»56–, o cómo E. Thompson conmocionó la placidez intelectual burguesa y reformista con su teoría del exterminismo como «último estadio de la civilización»57.
El dilema Socialismo o Barbarie que ya ha ascendido al de Comunismo o Caos, es la expresión político-estratégica del debate sobre el «derrumbe» capitalista, sobre los contextos de salto revolucionario al socialismo como antesala del comunismo. Todo indica que habremos de dar el salto en un marco mundial sometido a extremas contradicciones insolubles entre el capital y el trabajo, siendo una de ella la destrucción de la capacidad de carga y reciclaje del planeta, la catástrofe socionatural generada por la irracionalidad inherente a la ley de la plusvalía que Bernstein negó que existiera, y que Rosa la Roja demostró que sí existía.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 9 de noviembre de 2018
[Texto de Iñaki Gil de San Vicente para Sare Antifaxista sobre Rosa Luxemburg, en el 100 aniversario de su asesinato, desde Euskal Herria a Alemania, con Rosa Luxemburg como referente histórico de la izquierda y el antifascismo.]
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