En el caso del brote más reciente, la historia es menos evidente que la de los casos de gripe porcina o aviar, que están tan claramente asociados al núcleo del sistema agroindustrial. Por una parte, los orígenes exactos del virus no están todavía del todo claros. Es posible que se originara en los cerdos, que se comercializan entre otros muchos animales domésticos y salvajes en el mercado mojado de Wuhan, que parece ser el epicentro del brote, en cuyo caso la causalidad podría parecerse más a los casos anteriores de lo que cabría suponer. Es más probable, sin embargo, que el virus se originó en murciélagos o posiblemente en serpientes, animales que suelen cazarse en el medio silvestre. Sin embargo, incluso en este caso existe una relación, ya que el declive de disponibilidad e inocuidad de la carne de cerdo, debido al brote de peste porcina africana, ha hecho que el aumento de la demanda de carne se haya satisfecho a menudo a partir de estos mercados mojados que venden carne de caza salvaje. Pero sin la conexión directa con la ganadería industrial, ¿podemos decir que los mismos procesos económicos tienen algo que ver con este brote en particular?
La respuesta es que sí, pero de una manera diferente. Una vez más, Wallace señala no una, sino dos rutas principales por las que el capitalismo contribuye a gestar y desatar epidemias cada vez más mortales: la primera, esbozada anteriormente, es el fenómeno directamente industrial, en el que los virus se originan en entornos industriales que han sido totalmente subsumidos en la lógica capitalista. El segundo es el proceso indirecto, que tiene lugar a través de la expansión y extracción capitalista en el interior del país, donde virus hasta ahora desconocidos se extraen esencialmente de poblaciones salvajes y se distribuyen a través de los circuitos mundiales del capital. Por supuesto, ambos procesos no están totalmente separados, pero al parecer el segundo caso es el que mejor describe la aparición de la epidemia actual1. En este caso, el aumento de la demanda de animales salvajes para el consumo, usos medicinales o (como en el caso de los camellos y el síndrome respiratorio de Oriente Medio) una variedad de funciones culturalmente significativas, genera nuevas cadenas comerciales mundiales de bienes salvajes. En otros, las cadenas de valor agroecológicas preexistentes se amplían simplemente a esferas anteriormente salvajes, alterando los ecosistemas locales y modificando la interfaz entre lo humano y lo no humano.
El propio Wallace es claro al respecto, explicando varias dinámicas que crean enfermedades peores a pesar de que los propios virus ya existen en entornos naturales. La expansión de la producción industrial por sí sola «puede desplazar a los animales silvestres cada vez más capitalizados hacia el último extremo del paisaje primario, desenterrando una mayor variedad de patógenos potencialmente protopandémicos». En otras palabras, a medida que la acumulación de capital subsume nuevos territorios, los animales se verán empujados a zonas menos accesibles donde entrarán en contacto con cepas de enfermedades que estaban aisladas, mientras que estos mismos animales se convierten en objetivos de la mercantilización, ya que «incluso las especies más salvajes que subsisten están siendo introducidas en las cadenas de valor agrarias». De manera similar, esta expansión acerca los humanos a estos animales y estos entornos, lo que «puede ampliar la interfaz (y la propagación) entre las poblaciones silvestres no humanas y la ruralidad recientemente urbanizada». Esto proporciona al virus más oportunidades y recursos para mutar de una manera que le permite infectar a los humanos, aumentando la probabilidad de una propagación biológica. De todos modos, la geografía de la industria en sí nunca es tan netamente urbana o rural, y la agricultura industrial monopolizada hace uso tanto de las grandes explotaciones agrícolas como de las pequeñas: «en la pequeña finca de un arrendatario [una explotación agroindustrial] en el lindero del bosque, un animal de cría puede ingerir un patógeno antes de ser enviado a una planta de procesamiento a las afueras de una gran ciudad».
El hecho es que la esfera natural ya está subsumida en un sistema capitalista totalmente globalizado que ha logrado cambiar las condiciones climáticas de base y devastar tantos ecosistemas precapitalistas2 que el resto ya no funciona como podría haberlo hecho en el pasado. Aquí reside otro factor causal, ya que, según Wallace, todos estos procesos de devastación ecológica reducen «la complejidad ambiental con la que el bosque interrumpe las cadenas de transmisión». La realidad, entonces, es que es un error pensar en tales áreas como la periferia natural de un sistema capitalista. El capitalismo ya es global, y también totalizador. Ya no tiene un linde o frontera con alguna esfera natural no capitalista más allá de él, y por lo tanto no existe una cadena de desarrollo en la que los países atrasados siguen a los que están delante de ellos en su camino hacia la cadena de valor, ni tampoco ninguna verdadera zona salvaje capaz de ser preservada en alguna condición pura e intacta. En su lugar, el capital tiene simplemente un hinterland subordinado, que a su vez está totalmente subsumido en las cadenas de valor mundiales. Los sistemas sociales resultantes –desde el supuesto tribalismo hasta la renovación de las religiones fundamentalistas antimodernas– son en su totalidad productos contemporáneos y casi siempre están conectados de hecho con los mercados mundiales, a menudo de forma bastante directa. Lo mismo cabe decir de los sistemas bioecológicos resultantes, ya que las zonas salvajes están en realidad integradas en esta economía mundial tanto en el sentido abstracto de dependencia del clima y de los ecosistemas conexos como en el sentido directo de estar asociadas a esas mismas cadenas de valor mundiales.
Este hecho crea las condiciones necesarias para la transformación de las cepas víricas salvajes en pandemias mundiales. Pero el COVID-19 no es la peor de ellas. Una ilustración ideal del principio básico y del peligro global puede encontrarse en el ébola. El virus del ébola3 es un caso claro de un reservorio vírico existente que se extiende a la población humana. Las pruebas disponibles indican que sus huéspedes de origen son varias especies de murciélagos nativos de África Occidental y Central, que sirven de portadores pero que no se ven afectados por el virus. No ocurre lo mismo con los demás mamíferos salvajes, como los primates y los cefalofos, que contraen periódicamente el virus y sufren brotes rápidos y de gran mortandad. El ébola tiene un ciclo de vida particularmente agresivo fuera de las especies de reservorio. A través del contacto con cualquiera de estos huéspedes salvajes, los humanos también pueden infectarse, con resultados devastadores. Se han producido varias epidemias importantes, y la tasa de mortalidad de la mayoría ha sido extremadamente alta, casi siempre superior al 50%. En el mayor brote registrado, que resurgió esporádicamente de 2013 a 2016 en varios países de África Occidental, se produjeron 11.000 muertes. La tasa de mortalidad de los pacientes hospitalizados en este brote fue del 57 al 59%, y resultó mucho más alta para quienes no tuvieron acceso a un hospital. En los últimos años se han desarrollado varias vacunas por parte de laboratorios privados, pero la lentitud de los mecanismos de aprobación y los estrictos derechos de propiedad intelectual se han combinado con la falta generalizada de una infraestructura sanitaria han creado una situación en la que las vacunas apenas han servido para detener la epidemia más reciente, centralizada en la República Democrática del Congo (RDC) y que ahora es el brote más duradero.
La enfermedad se presenta a menudo como si fuera algo así como una catástrofe natural; en el mejor de los casos se achaca al azar, en el peor se atribuye a las prácticas culturales inmundas de la gente pobre que vive en los bosques. Pero el momento en que se produjeron estos dos grandes brotes (2013−2016 en África Occidental y 2018-presente en la República Democrática del Congo) no es una coincidencia. Ambos han ocurrido precisamente cuando la expansión de las industrias primarias ha desplazado aún más a los habitantes de los bosques y ha distorsionado los ecosistemas locales. De hecho, esto parece ser cierto en más casos que en los más recientes, ya que, como explica Wallace, «cada brote del ébola parece estar relacionado con cambios en el uso de la tierra impulsados por el capital, incluso en el primer brote en Nzara (Sudán) en 1976, donde una fábrica financiada por el Reino Unido hilaba y tejía el algodón local». Del mismo modo, los brotes de 2013 en Guinea se produjeron justo después de que un nuevo gobierno comenzara a abrir el país a los mercados mundiales y a vender grandes extensiones de tierra a conglomerados agroindustriales internacionales. La industria del aceite de palma, notoria por su papel en la deforestación y la destrucción ecológica en todo el mundo, parece haber sido particularmente culpable, ya que sus monocultivos devastan las robustas barreras ecológicas que ayudan a interrumpir las cadenas de transmisión y al mismo tiempo atraen literalmente a las especies de murciélagos que sirven de reservorio natural del virus4.
Mientras tanto, la venta de grandes extensiones de tierra a empresas comerciales agroforestales supone tanto la desposesión de las poblaciones locales que viven en los bosques como la distorsión de sus formas locales de producción y recolección, que dependen del ecosistema. Esto deja a menudo a la gente pobre de las zonas rurales sin otra opción que internarse más en el bosque, al tiempo que trastorna su relación tradicional con este ecosistema. El resultado es que la supervivencia depende cada vez más de la caza de animales salvajes o de la recolección de plantas y madera para su venta en los mercados mundiales. Esas poblaciones se convierten entonces en los representantes de la ira de las organizaciones ecologistas mundiales, que las denuncian como cazadores furtivos y madereros ilegales, responsables de la misma deforestación y destrucción ecológica que las empujó a esos comercios en primer lugar. A menudo, el proceso toma entonces un giro mucho más siniestro, como en Guatemala, donde los paramilitares anticomunistas, rémoras de la guerra civil del país, se transformaron en fuerzas de seguridad verdes, encargadas de proteger el bosque de la tala, la caza y el narcotráfico ilegales, que eran los únicos oficios disponibles para sus habitantes indígenas, que habían sido empujados a tales actividades precisamente por la violenta represión que habían sufrido de esos mismos paramilitares durante la guerra5. Desde entonces, el patrón se ha reproducido en todo el mundo, favorecido por los medios de comunicación de los países ricos, que celebran la ejecución (a menudo directamente filmada) de furtivos por parte de unas fuerzas de seguridad supuestamente verdes6.
- A su manera, estas dos vías de generación de la pandemia reflejan lo que Marx llama subsunción real y formal en la esfera de la producción propiamente dicha. En la subsunción real, el proceso de producción propiamente dicho se modifica mediante la introducción de nuevas tecnologías capaces de intensificar el ritmo y el volumen de la producción, de manera similar a cómo el entorno industrial ha modificado las condiciones básicas de la evolución vírica, de modo que se producen nuevas mutaciones a un ritmo mayor y con mayor virulencia. En la subsunción formal, que precede a la subsunción real, estas nuevas tecnologías aún no se aplican. En cambio, las formas de producción preexistentes se reúnen simplemente en nuevos lugares que tienen alguna interfaz con el mercado mundial, como en el caso de los trabajadores del telar manual que se ubican en un taller que vende su producto con beneficio, y esto es similar a la forma en que los virus producidos en entornos naturales se extraen de la población silvestre y se introducen en las poblaciones domésticas a través del mercado mundial.
- Sin embargo, es un error equiparar estos ecosistemas a los entornos prehumanos. China es un ejemplo perfecto, ya que muchos de sus paisajes naturales aparentemente primitivos fueron moldeados, de hecho, durante períodos mucho más antiguos de expansión humana, que eliminaron especies que antes eran comunes en la parte continental de Asia Oriental, como los elefantes.
- Técnicamente, este es un término genérico que abarca unos cinco virus distintos, el más mortal de los cuales se denomina simplemente virus del ébola, antes virus del Zaire.
- Para el caso específico de África Occidental, véase R. G. Wallace, R. Kock, L. Bergmann, M. Gilbert, L. Hogerwerf, C. Pittiglio, R. Mattioli: «Did Neoliberalizing West African Forests Produce a New Niche for Ebola?», en International Journal of Health Services, vol. 46, nº 1, 2016; y para una visión más amplia de la conexión entre las condiciones económicas y el ébola como tal, véase Robert G. Wallace y Rodrick Wallace (eds.): Neoliberal Ebola: Modelling Disease Emergence from Finance to Forest and Farm, Springer, 2016; y para la descripción más directa del caso, aunque menos erudita, véase el artículo de Wallace, enlazado más arriba: «Neoliberal Ebola: the Agroeconomic Origins of the Ebola Outbreak», en Counterpunch, 29 de julio de 2015 (https://www.counterpunch.org/2015/07/29/neoliberal-ebola-the-agroeconomic-origins-of-the-ebola-outbreak/).
- Megan Ybarra:Green Wars: Conservation and Decolonization in the Maya Forest, University of California Press, 2017.
- Sin duda no es cierto que toda la caza furtiva la lleve a cabo la población local pobre, o que todas las fuerzas de guardabosques en los parques nacionales de diferentes países operen de la misma manera que los antiguos paramilitares anticomunistas, pero los enfrentamientos más violentos y los casos más agresivos de militarización de los bosques parecen seguir esencialmente este patrón. Para un amplio panorama del fenómeno, véase el número especial de 2016 de Geoforum (nº 69) dedicado al tema. El prefacio puede encontrarse aquí: Alice B. Kelly y Megan Ybarra: «Introduction to themed issue: “Green security in protected áreas”», en Geoforum, vol. 69, 2016, pp. 171 – 175 (http://gawsmith.ucdavis.edu/uploads/2/0/1/6/20161677/kelly_ybarra_2016_green_security_and_pas.pdf).