Mientras tanto, la torpe respuesta inicial al virus, la aplicación por el Estado de medidas particularmente punitivas y represivas para controlar el brote y la incapacidad del gobierno central para coordinar eficazmente entre las localidades con el fin de hacer malabarismos con la producción y la cuarentena simultáneamente, todo indica que en el corazón de la maquinaria del Estado anida una profunda incapacidad. Si, como argumenta nuestro amigo Lao Xie, el gobierno de Xi Jinping ha puesto el acento en la «construcción del Estado», parece que queda mucho trabajo por hacer en este sentido. Al mismo tiempo, si la campaña contra el COVID-19 puede leerse también como un simulacro de lucha contra una revuelta popular, es notable que el gobierno central solo tenga la capacidad de proporcionar una coordinación eficaz en el epicentro de Hubei y que sus respuestas en otras provincias –incluso en lugares ricos y bien considerados como Hangzhou– sigan siendo en gran medida descoordinadas y desesperadas. Podemos interpretar esto de dos maneras: primero, como una demostración de la debilidad que subyace a las maneras duras del poder estatal, y segundo, como una advertencia sobre la amenaza que suponen las respuestas locales descoordinadas e irracionales cuando la maquinaria del Estado central está desbordada.
Estas son lecciones importantes para una época en que la destrucción causada por la acumulación interminable se ha extendido tanto hacia arriba en el sistema climático mundial como hacia abajo en los sustratos microbiológicos de la vida en la Tierra. Tales crisis se volverán más comunes. A medida que la crisis secular del capitalismo adquiera un carácter aparentemente no económico, nuevas epidemias, hambrunas, inundaciones y otros desastres naturales se utilizarán para justificar la ampliación del control estatal, y la respuesta a esas crisis funcionará cada vez más como una oportunidad para ejercer nuevas herramientas no probadas para la contrainsurgencia. Una política comunista coherente debe tener en cuenta ambos hechos. En el plano teórico, esto significa comprender que la crítica del capitalismo se empobrece cuando se separa de las ciencias duras. Pero en el plano práctico, también implica que el único proyecto político posible hoy en día es el que es capaz de orientarse en un terreno definido por una catástrofe ecológica y microbiológica generalizada, y de operar en este estado perpetuo de crisis y atomización.
En una China en cuarentena, empezamos a vislumbrar tal paisaje, al menos en sus contornos: calles vacías del final del invierno, cubiertas de una tenue capa de nieve intacta, rostros iluminados por la luz de un teléfono móvil que se asoman a las ventanas, barricadas esporádicas atendidas por unas cuantas enfermeras, policías, voluntarios o simplemente actores pagados encargados de izar banderas y decir a la gente que se pongan la máscara y vuelvan a casa. El contagio es social. Por lo tanto, no debe sorprender que la única manera de combatirlo en una etapa tan tardía es librar una especie de guerra surrealista contra la sociedad misma. No os juntéis, no provoquéis el caos. Pero el caos también se puede construir en el aislamiento. Mientras los hornos de todas las fundiciones se enfrían hasta no contener más que brasas que crepitan suavemente y luego se convierten en cenizas heladas, las muchas desesperaciones menores no pueden evitar salir de esa cuarentena para caer juntos en un caos mayor que un día, como este contagio social, podría ser difícil de contener.
Chuăng
6 de febrero de 2020
Fuente: http://chuangcn.org/2020/02/social-contagion/
Traducción realizada por Viento Sur.