La comparación entre los efectos del huracán Iván que azotó a Cuba en septiembre y los del ciclón Katrina que se abatió sobre Florida, Luisiana y Misisipi un año después permite aportar algunas precisiones conceptuales sobre las nociones de riesgo, avatar, catástrofe y vulnerabilidad. Sin embargo, ambos ciclones, que eran de la categoría 5, es decir, la velocidad del viento superaba los 249 kilómetros por hora, tuvieron unos balances humanos absolutamente dispares: ninguna persona muerta en Cuba y 1.836 personas muertas y 135 desaparecidas en Estados Unidos. Así, avatares similares provocan consecuencias diametralmente opuestas. El vocabulario elaborado para describir estos fenómenos naturales excepcionales y sus consecuencias igual de excepcionales puede ayudar a comprender lo que está en juego en estos momentos ante la pandemia que estamos viviendo.
Un primer concepto clave es el avatar natural que designa unos acontecimientos climáticos sobre los que el ser humano no tiene influencia en el momento que se desencadenan (inundación, huracán, erupción volcánica, etc.). Aunque la aparición de un virus mortífero es de naturaleza diferente, puede encajar en esta definición, al menos con los conocimientos que tenemos en estos momentos. Los avatares conllevan riesgos para el ser humano y este concepto se puede definir como un peligro, es decir, como una consecuencia potencial del avatar. La vulnerabilidad, por su parte, designa los efectos previsibles de un avatar sobre el ser humano y ellos mismos depende de varios factores: densidad de población de las zonas de riesgo, capacidad de prevención, estado de las infraestructuras que permita reaccionar rápida y eficazmente, etc. La catástrofe, por último, define un riesgo cuya potencialidad se transforma en realidad y cuyas consecuencias estarán en función de la vulnerabilidad.
Dar cuenta de una catástrofe sin abordar la cuestión de la vulnerabilidad es una artimaña ideológica que permite redimir a las clases dominantes eliminando unas causas económicas, políticas y sociales que explican la magnitud de las consecuencias. En efecto, esta operación consiste en achacar enteramente a la naturaleza unas consecuencias que en gran parte testan relacionadas con unas opciones económicas y políticas. La magnitud de la catástrofe depende a su vez del estado de una sociedad en el momento que sobreviene el avatar y de las decisiones tomadas para reaccionar a él.
Si a largo plazo se puede esperar de los progresos de la ciencia que conozcamos y controlemos mejor los avatares, a corto plazo solo la reducción de la vulnerabilidad puede limitar drásticamente las consecuencias de los avatares, es decir, evitar que se transformen en catástrofes o limitar estas. Por consiguiente, la pandemia actual se puede considerar un revelador de la vulnerabilidad: «Los balances socio-económicos y las muchas lecciones aprendidas en los últimos años nos enseñan que las catástrofes son verdaderos reveladores de vulnerabilidades humanas y territoriales en el seno de las comunidades y sociedades afectadas»1, resumen los geógrafos Frédéric Leone y Freddy Vinet. La función de revelador interviene aquí a un nivel doble: el grado de exposición al riesgo que en el caso de las enfermedades cuestiona las políticas de prevención y las desigualdades sociales, y la capacidad de reaccionar ante la catástrofe que cuestiona el estado del sistema sanitario, de sus infraestructuras y sus medios. Por otra parte, las políticas concernientes a otros sectores de la vida social y política tienen impacto en la capacidad de respuesta: política de vivienda, política migratoria, política penitenciaria, etc. Esa es la razón por la que tanto a escala mundial como a escala francesa se puede considerar la pandemia un revelador de la globalización capitalista.
- Frédéric Leone y Freddy Vinet: «La vulnérabilité, un concept fondamental au cœur des méthodes d’évaluation des risques naturels», en Frédéric Leone et Freddy Vinet (dir.): La vulnérabilité des sociétés et des territoires face aux menaces naturelles, Publicación de la Universidad Paul Valery de Montpellier 3, 2005, p. 9.