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La muerte «prematura» de los papas reformistas o su rápido cambio de opinión era debida al duro control de dios que ejercía la casta vaticana que no permitía que tuviera siquiera una duda sobre las injusticias del cristianismo. Quienes pudieran influirle de algún modo, fueran papas, filósofos y teólogos, o reivindicaciones populares, como la husita, eran marginados o destruidos. De este modo, el Vaticano tenía un dios sordo, ciego y mudo ante los crímenes que los cristianos realizaban sobre las clases explotadas que, por ejemplo en Alemania, se habían sublevado en 1476, 1492, 1493, 1502, 1513 y sobre todo 1514 en Würtremberg, siendo masacradas en todas ellas1. Pero lo que menos toleraba el Vaticano era la competencia de otros dioses. Según G. Bueno:
Las guerras de religión que atraviesan toda la historia de Occidente son la mejor ilustración de esta dialéctica entre los valores religiosos de monoteístas o adopcionistas, contra los trinitarios, y luego de los protestantes contra los católicos. Los dioses monoteístas de las religiones superiores han resultado ser incompatibles entre sí: Alá y Cristo fueron incompatibles, pero también fueron incompatibles el dios de Lutero y el dios de Carlos V2.
En efecto, desde la aparición del competidor islámico apenas cejaron las guerras entre los dos dioses. Poco antes del nacimiento de Lutero, en los estratégicos Balcanes se libraba una contienda permanente entre Alá y el dios cristiano en la que Hungría3 aparece en el siglo XV como uno de los pocos baluartes que pueden detener el avance otomano, a pocos kilómetros de Italia y de Roma. Alá acababa de ser expulsado de la península ibérica a finales de ese siglo tras una guerra de cuatro siglos de destrucción de la cultura andalusí, muy superior a la cristiana, por ejemplo en filosofía y ciencia4. Durante la mal llamada «reconquista» se creó un poder religioso dogmático en extremo que obtuvo permiso del Vaticano para disponer en 1478 de una Inquisición propia, diferente a las demás: la evolución del cristianismo fue en gran medida determinada por esta institución que, a su vez, estaba unida como uña y carne al propio Estado español.
Por tanto el devenir del dios cristiano en este período no debe estudiarse exclusivamente desde la perspectiva del cisma protestante sino también a partir de las consecuencias de la derrota de Alá en la península ibérica y de la proximidad militar otomana que solo terminará con su derrota en el cerco de Viena de 1683, como veremos. Pero tales choques sangrientos reflejaban la decadencia imparable de los dioses preburgueses, de Alá y del dios cristiano medieval. La guerra portadora de futuro era la que se sostenía a dos bandas dentro de la Europa no musulmana: por un lado, entre católicos y protestantes y, por otro lado, entre las clases explotadas y las explotadoras, que olvidaban sus diferencias religiosas para derrotar las sublevaciones populares.
Era la guerra decisiva porque para el siglo XVI la burguesía ya contaba con los recursos económicos necesarios para exigir la representatividad y el poder político-religioso que necesitaba para, gracias a ellos, acrecentar la expansión capitalista. Desde mediados del siglo XV la imprenta empezó a carcomer el dogma del dios feudal por su potencial crítico demostrando al poco tiempo la verdad contenida en esa cita: «La Reforma, hija de Gutenberg […] Françoise Lambert de Aviñón llegó a afirmar en 1526 que la aparición de la imprenta en el siglo XV fue deseada por Dios para permitir la Reforma»5. N. Faulkner nos describe el contexto de represión religioso-cultural en los siglos XIV-XVI después de las vicisitudes de la primera edición de los Cuentos de Canterbury de G. Chaucer (c. 1343 – 1400):
Esto ya era bastante malo, pero más subversivo todavía era la Biblia en inglés popularizada por John Wycliffe (c. 1320 – 1384), el líder de los lolardos, cuyas doctrinas anticiparon la Reforma. La posesión de un ejemplar llevaba consigo la pena de muerte: la palabra de Dios no se podía oír en un lenguaje que la gente corriente pudiera entender. La primera edición tuvo que imprimirse en Alemania y luego introducirse de contrabando en Inglaterra en 1526. Su autor, el protestante inglés William Tyndale (c. 1492 – 1536), fue más tarde ejecutado por herejía. La Reforma era una batalla de ideas en la que las traducciones vernáculas y las copias impresas de la Biblia eran armas primordiales […] El protestantismo era, sobre todo, una religión del «tipo medio», los pioneros, en las regiones más desarrolladas de Europa, en la agricultura capitalista y en el crecimiento del comercio y de la manufactura […] Los gremios urbanos –resentidos por las obligaciones feudales, los diezmos de la Iglesia y el dominio social de las elites mercantiles– se unieron a la nueva religión6.
Pero las contradicciones sociales actúan en todas partes: con la invención de la imprenta las falsificaciones se multiplicaron exponencialmente7, de modo que se abrieron casi infinitas posibilidades de manipulación de masas haciendo que la mentira estuviera disfrazada entre verdades menores y secundarias. Y cuando el cristianismo europeo se escindió en dos corrientes, ninguna de ellas desaprovechó el potencial alienador de la imprenta a la vez que reprimió su potencial crítico.
Los protestantes sintieron rápidamente una clara desconfianza ante esta innovación tecnológica que podía propiciar un devastador ataque al dogma esencial cristiano, al margen de sus diferentes interpretaciones8. La Contrarreforma católica no le fue a la zaga y en 1546 creó el Index, o Índice de libros prohibidos, así como la censura represora del saber crítico y científico que entonces empezaba a despuntar tímidamente9. P. Burke tiene toda la razón cuando explica por qué y cómo en este período casi siempre fue el Estado burgués en crecimiento el que aprendió de la Iglesia10 los métodos de control del conocimiento.
Ya un siglo antes de la Contrareforma iniciada en 1545 con el Concilio de Trento, el cristianismo español arremetió sin compasión, entre otras cosas, contra los peligros de la imprenta. En 1478, se creó la Inquisición, un aparato represivo global «en el que los intereses religiosos estuvieron fuertemente mezclados con los políticos y económicos»11, especialmente eficaz en el mantenimiento del orden en todos los sentidos, imponiendo una «atmósfera de villanía»12, delación, terror y confiscación de bienes y haciendas. Además del poder militar, el terror inquisitorial logró imponer la supremacía de Castilla en medio de las resistencias de otros pueblos13 y tras aplastar culturas e identidades étnico-religiosas preservando «la pureza de los ideales españoles al igual que había sido preservada la pureza de la raza», arremetió contra la revolución cultural del siglo XVIII en defensa de «la clase gobernante en España»14.
Durante casi cuatrocientos años las interrelaciones entre Estado e Inquisición fueron tan estrechas que no se comprende el «instinto político» y nacionalista imperialista de la burguesía española sin la herencia inquisitorial, sin la periódica modernización de la «pedagogía del miedo»15, esencia de la Inquisición, como una de las características de la cultura política española.
La Inquisición española fue especialmente inhumana en las Américas cuando la resistencia de los pueblos invadidos superaba el grado de tolerancia del invasor, y todo por una razón muy fácil de comprender: «En 1700 los ingresos que provenían de la riqueza de la Iglesia católica en el Nuevo Mundo mantenían a la institución católica en España, Portugal e Italia»16. Muchas de las riquezas expoliadas por la Iglesia del sur de Europa se emplearon en las guerras santas contra la Reforma.
¿Cómo el catolicismo organizó semejante máquina de succión en beneficio de un feudalismo decidido a morir matando? Muy simple y más aún en el plano de las luchas religioso-culturales. Muy sencillo, intentando destruir todo aquello que pudiera ser utilizado por los pueblos indios como autodefensa cultural y religiosa. Las bulas papales de 1521 y 1522 fueron la base de la persecución religiosa entre 1522 y 1532 en México dirigida por los franciscanos que desde 1525 «ordenaron el asesinato de los sacerdotes de los cultos nativos, intimidaron a los indígenas con el fuego del infierno y contribuyeron a una catástrofe cultural conscientes de su misión de nuevos cruzados que debían ganar miles de almas para la fe cristiana y exterminar a los idólatras»17.
Los franciscanos comprendieron que además de quemar carne humana también debían arder los ídolos de barro y desde 1530 – 1540 se generalizó la destrucción de cualquier referente material y simbólico de la religiosidad precatólica: en el holocausto destacó el fraile vasco Zumárraga, uno de cuyos crímenes más execrables fue la tortura y muerte en 1539 del cacique Ahuaxpitzatzin, condenado por denunciar a los ocupantes: «fue estrangulado después de haber sido desgarrado internamente con un garrote y su cadáver fue quemado públicamente»18.
Poco más tarde descubrieron que también tenían que impedir que los indios y algunos blancos dispusieran de libros y en 1555 se instauró una especie de Índice que se agigantaría con el tiempo, porque no solo había que exterminan las creencias nativas, sino también las herejías protestantes que llegaban desde Europa. En 1565, se restringió el acceso a la Biblia y se prohibió a los indios poseer el supuesto «libro sagrado». En 1573, Mateo Salado fue quemado vivo acusado de luteranismo, en el primer auto de fe de una lista de veintisiete. Los herejes eran quemados vivos cerca del cerro de San Cristóbal. En 1585 se amenazó con la excomunión a quienes poseyeran libros prohibidos19.
La resistencia indígena encontraba cualquier hueco para reafirmarse en sus creencias, por ejemplo, los rezos nocturnos sobre las cenizas de los ídolos quemados. En respuesta, la furia católica llegó a normalizar desde 1609 la quema de los malqui, momias de los antepasados. Todas las represiones fueron inútiles porque entre 1613 y 1654 se multiplicaron los escritos clandestinos que explicaban la religión nativa a los pueblos nahuas y zapotecas. Gracias a un acontecimiento «extraño», en 1681 se encontró una gran cantidad de escritos religiosos indígenas y en 1686 se construyó en Oaxaca una cárcel especial para reprimir estas resistencias. Los tibios desarrollos burgueses y los cambios en Europa, desde inicios del siglo XIX, fueron debilitando este terror, pero «una de las consecuencias sincrónicas más deleznables de esta Inquisición fue la gestación de la autocensura y de la vergüenza étnica»20.
Hay que decir que desde el principio «la conquista de México fue una cruzada religiosa»21, así lo afirma y demuestra Rosaura Hernández, lo que explica la práctica inquisitorial de quemar vivos a quienes se resistieran a la cristianización, hasta 1540, salvajismo que no logró destrozar la tenaz resistencia religioso-identitaria de los invadidos. Para lograrlo, la Iglesia optó por intentar subsumir parte de la identidad étnico-religiosa mexicana en la nueva identidad de los invasores, recurriendo a los clásicos métodos europeos de construir basílicas e iglesias sobre templos paganos, integrar dioses y diosas mexicas en el catolicismo, etc., y crear milagros y apariciones de santos y vírgenes, como la de Guadalupe22.
Ante esta resistencia sistemática la Iglesia multiplicó sus fuerzas. Además de las órdenes religiosas ya existentes, de la Inquisición, del ejército, etc., también hizo intervenir a la «terrible “Compañía de Jesús”»23, a la que volveremos. También recurrió a la cooptación de los cacicazgos y castas dirigentes:
[…] a la alta nobleza india se le asimiló formalmente dentro de la nobleza española y se le confirmaron sus pretensiones a tributos, propiedades y pensiones, pero se le privó de todo al mando y al poder. Su conversión al cristianismo aseguró su rompimiento con las fuentes de influencia ideológica anteriores a la Conquista, y las integró a las actividades en curso en la Iglesia […] Al igual que los jefes africanos que tres siglos después los ingleses pusieron a mandar sobre las poblaciones africanas en «gobierno indirecto», esta nobleza acabó mediando entre conquistadores y conquistados». Además, en la medida en que las exigencias económicas españolas permitían un aumento relativo de las riquezas de los miembros del «gobierno indirecto» mediador entre conquistados y conquistadores: «muchos se inclinaron a bajar el nivel de su celo como defensores del pueblo». Simultáneamente, esta dinámica se veía reforzada por la expansión de la lengua y cultura extranjera ya que «cuando lo que hablaba era el dinero, hablaba en español, no en náhuatl o quechua»24.
El aniquilamiento de las religiones y culturas de Nuestramérica fue paralelo a la de las más de quince millones de africanas y africanos esclavizados en respuesta a la petición realizada en 1501 por el gobernador de La Española de que los enviasen a la isla para aumentar la producción agraria. Este negocio había comenzado mucho antes en África y el esclavismo proto burgués fue introducido por Portugal en 1444, pero el cristianismo español fue el primero en justificar el bárbaro comercio trasatlántico entre Europa, África y América ya que si bien:
[…] el experimento de occidentalización progresiva se inició en territorio africano con la eliminación de cientos de tribus, quemadas y diezmadas, la pérdida de sus objetos religiosos y bienes culturales generales, pero se consolidó solo en América Latina con la evangelización y sometimiento a un régimen que subestimó todas las formas culturales de los esclavos negros. […] sin la mano de obra esclava, jamás hubiera podido surgir la Bonanza de Gran Bretaña […] Al igual que en el caso de los aborígenes americano, los africanos perdieron sus idiomas propios, tuvieron que aceptar el dogma del cristianismo y adaptaron su música a los ritos religiosos cristianos. Hubo casos de guerreros sagrados sometidos a las vejaciones más profundas. […] Los cultos clandestinos sincréticos costaron miles de muertos a los africanos que fueron perseguidos con obsesión por la Iglesia católica. […] Con el tiempo se formaron los quilombos (palabra de la lengua quimbundu), esto es, la agrupación de fugitivos que se escondían en las tupidas selvas y se organizaban con fuerza para la resistencia y el ataque. Uno de estos quilombos fue el de Palmares, que perduró sesenta y cinco años y de sus luchas quedó un héroe particular llamado Zumbi, asesinado el 20 de noviembre de 169525.
Mientras que la Iglesia española se expropiaba de inmensos recursos en Nuestramérica y a la vez, junto al cristianismo europeo, destrozaba las religiones y culturas de África, en Europa el ascenso de la burguesía pulverizaba la solidez vaticana prácticamente en todo, pero empezando por el sentido de las indulgencias concedidas por Sixto VI en 1476. Desde 1515, Lutero reflexionaba, no sobre las disputas teológicas al respecto que ya habían empezado tímidamente en 1030, sino sobre sus efectos prácticos en la fe de las gentes porque anulaban el valor de la virtud personal sobrevalorando el del dinero. Gente con pocos recursos o que no querían pagar las exorbitantes cifras para las indulgencias, ridiculizó incluso con malas bromas y también con sólidos argumentos el montaje papal. Las 95 Tesis hechas públicas en 1517 están mal redactadas, son decepcionantes e incoherentes26, pero supieron llegar al fondo de las inquietudes sociales de manera que, en muy poco tiempo, circulaban de mano en mano centenares de copias, reproducidas gracias a la imprenta, que pronto serían miles.
Fue el primer impacto de las 95 Tesis porque rápidamente, en 1522 estallaron revueltas dirigidas por la pequeña nobleza arruinada que fueron rápidamente derrotadas. Aun así Lutero se posicionó contra ellas en la cuestión central: el derecho a la rebelión de quienes sufrían injusticias. Lutero coincidía con algunas de las reivindicaciones pero en absoluto con su forma de obtenerlas ni con la filosofía de resistencia al poder establecido, que venía de dios. Los conflictos fueron aprovechados por la Iglesia para atacar a Lutero y sus seguidores, algunos de los cuales fueron quemados vivos. También quemaron las traducciones al alemán de la Biblia que había realizado Lutero. En enero de 1523, Lutero escribió el Tratado del poder temporal y los límites de la obediencia que se les debe; en él «Lutero pide a las víctimas que no se opongan por la fuerza: «No os resistáis –les dice – ; ¡más bien, sufridlo! Pero guardaos de ayudar ni obedecer, ni tan siquiera con un movimiento del dedo del pie»27.
Lutero proponía un pacifismo totalmente ciego y pasivo antes las insufribles opresiones que padecían las clases trabajadoras y la baja nobleza empobrecida. A finales de verano de 1524 estalló otra rebelión en la Selva Negra. El pueblo quemó palacios obispales y castillos de la alta nobleza, reivindicando la libre elección del pastor, la reducción del diezmo, la abolición de la servidumbre, la libertad de caza y pesca, dejar una parte del bosque para leña, reducir los servicios obligatorios, retribuir el trabajo realizado fuera de horario, reducir la rentas, acabar con los castigos arbitrarios, devolución de las tierras comunales, recuperar el derecho a tener armas y retirar las peticiones si eran contrarias a las Escrituras28. Estas peticiones fueron escritas en 1525:
Sus redactores fueron dos protestantes de Memmingen, Christoph Schappeler, un sacerdote, y Sebastian Lotzer, un comerciante de pieles, que consiguieron reducir más de trescientos artículos de queja de los núcleos rurales en una exposición concisa y representativa […] Llenos de referentes a la Biblia, daban una elocuente formulación de la prueba de la justicia divina que se había fusionado con la revolución y sobre la que se basaban los campesinos. A pesar del hecho de que el documento fuera compuesto por intelectuales religiosos más que por campesinos no dejó de ser una auténtica expresión de los deseos y aspiraciones de estos29.
En un principio Lutero tomó el camino del medio, como en 1523, pero el movimiento se fue radicalizando para defenderse de la represión señorial y eclesiástica, lo que le dio excusa a Lutero para redactar en 1525 el texto Contra las asesinas y ladronas bandas de campesinos, en el que exhortaba a los príncipes a «herir, matar y estrangular»30 a los «perros campesinos».
A. Greiner, intentando exonerar a Lutero por el llamado al exterminio del pueblo que se hace en el texto citado, sostiene que su autor estaba sobrecogido, desbordado por los acontecimientos. Greiner detalla cómo la rebelión terminó en un océano de sangre: «quinientos campesinos fueron muertos; trescientos prisioneros fueron fusilados sin juicio previo. Münzer, cogido en su escondite, fue sometido a tortura antes de ser decapitado. Su mujer, que estaba en cinta, sufrió las mismas crueles violencias. La represión fue salvaje en todo el país y Lutero, cuyo violento panfleto apenas empezaba a repartirse, cargó, a los ojos del pueblo, con la responsabilidad de todo el desastre»31. Lutero no se retractó de aquel texto. Como veremos al analizar los apoyos cristianos al nazismo, un grupo protestante apoyó a Hitler blandiendo estos y otros textos de Lutero como el de Contra los judíos de 1542.
La masacre campesina de 1525 solo retrasó las guerras de religión que estallaron después en 1562. Mientras tanto Zwingli, Calvino y los anabaptistas iban por vías diferentes y hasta contrarias. Parte de las disputas entre Zwingli (1484÷1531) y Lutero nos remiten en el fondo al «eterno» debate cristiano sobre los sacramentos y en especial sobre la sagrada comunión, sobre el canibalismo ritual, que Zwingli rechazaba y Lutero defendía. El contenido político del debate era claro: la fuerza del canibalismo sacrificial radica en que ata al creyendo a dios absolutamente en todo, también en la vida política. Al negar esa atadura sacrificial, Zwingli podía mantener una independencia política, cosa que Lutero rechazaba porque supeditaba la política a dios. Por esto y por más diferencias entre sus proyectos, acusaba de radical y fanático, incluso de «socialista»32 a Zwingli.
El anabaptismo era expresión de las utopías radicales que enfurecían al poder, fuera el Vaticano y sus aliados o el de los príncipes que seguían a Lutero por lo que:
La derrota de los anabaptistas alemanes simbolizó esa decisiva brecha entre las reformas popular y aristocrática. Durante cerca de dos años (1534−35) Münster estuvo controlada por anabaptistas radicales dirigidos por un joven aprendiz de sastre neerlandés, Jan van Leiden. La elite católica y luterana fue expulsada, se estableció una comuna igualitaria y los anabaptistas se prepararon para el Día del Juicio, aunque lo que sucedió fue que el obispo-príncipe local puso sitio a la ciudad hasta rendirla por hambre y luego torturó hasta la muerte a los líderes anabaptistas capturados33.
J. Gray da una versión totalmente escorada a la derecha de la experiencia anabaptista. En ningún momento nombra las duras condiciones de explotación a las que combatían, no contextualiza los conflictos y menos aún compara las leyes anabaptistas con las católicas y protestantes que garantizaban el aumento de las grandes fortunas en medio de la gran pobreza; su relato está lleno de descalificaciones acusatorias contra el movimiento y reduce los inhumanos métodos de terror de la Iglesia y los príncipes a lo siguiente: «Su comuna duró más de una década, pero fue degenerando hasta quedar reducida a poco más que una banda de asaltadores que sobrevivía con lo que sacaba de sus robos. Finalmente, el nuevo mesías fue apresado y ejecutado junto a muchos de sus discípulos»34. El calvinismo, por ejemplo, también era muy estricto: «En Ginebra no había lugar para la tolerancia»35, pero el calvinismo era la expresión de la mediana burguesía, no de las clases explotadas.
Con la llegada de Calvino al poder en Ginebra en 1541 se inicia la segunda parte de la Reforma muy marcada por el severo control teocrático del calvinismo en las zonas que va conquistando. Las ordenanzas de Ginebra son el modelo a copiar:
Los órganos de la comunidad cristiana –pastores, maestros, diáconos y decanos– era elegidos para funciones exactamente determinadas. La identidad de objetivos –completa cristianización de la comunidad, con control de los domicilios, tribunal de buenas costumbres, prohibición del baile y de los juegos de naipes– unió a Calvino con el zwinglianismo más activo. Pero, frente a las tendencias, visibles últimamente en este, hacia la opción de una iglesia estatal, Calvino y sus seguidores subrayan la autonomía de la organización eclesiástica. Se trata así de una teocracia en el sentido de supraordenación de la Iglesia respecto al Estado. Es la autoridad civil la que, conforme al ejemplo de la Antigua Alianza, debe atender a las indicaciones de los profetas de Dios36.
La reacción católica toma la ofensiva con la Contrarreforma y con el Concilio de Trento (1545−1563). Fueron los luteranos37 quienes primero hablaron de Contrarreforma como simple reacción, pero, con la visión que da el tiempo, fue todo un intento de una solución global y nueva a la crisis de Roma de los siglos XV-XVI, aunque terminó fracasando porque la monarquía medieval que la dirigía iba contra el avance capitalista sin tener un modelo de explotación social generalizada alternativo y superior al burgués. Realmente, en vez de una Contrarreforma fue una contrarrevolución38 internacional cuyo objetivo era derrotar el contenido de clase de las revoluciones burguesas que se estaban librando bajo la forma religiosa externa. Fue la reacción desesperada del dios feudal ante el avance del dios burgués.
Una reacción que buscaba también machacar dos peligros: uno, el de cualquier tendencia interna a la Iglesia encaminada a recuperar antiguas herejías no del todo aplastadas y que podrían renacer aunque su contenido fuera inicialmente conservador y, otro, el peligro del pensamiento libre que emergía dentro y fuera. En el primero, porque:
La religión podía ser un componente importante en los motivos e ideologías de la revolución, y dio legitimidad y fuerza moral a los rebeldes. Esto fue verdad tanto para el catolicismo, allí donde tomó un camino revolucionario, como para el protestantismo. La Peregrinación de la Gracia de 1536, la más formidable revuelta a la que la monarquía Tudor hizo frente, movilizó a la resistencia contra la ruptura de Enrique VIII con Roma y otros cambios religiosos bajo la bandera de las Cinco Llagas de Cristo […] Los ejemplos citados más arriba pertenecen al catolicismo, pero es más importante mirar al lado protestante, especialmente en el caso de hugonotes y puritanos, donde la influencia calvinista fue más fuerte, ya que su impacto en la revolución fue más profundo39.
En cuanto al otro objetivo prioritario, la represión del libre pensamiento científico dentro de la Iglesia, esta designó al jesuita Belarmino (1542−1621) como instructor de las causas contra G. Bruno (1548−1600) quemado vivo en Roma por no adjurar de sus ideas, y contra Galileo (1564−1642), que adjuró de las suyas al serle mostrados los instrumentos de la tortura a la que le iban a someter si no aceptaba el dogma heliocéntrico. El cardenal Belarmino fue santificado en 1930 y elevado al rango de «doctor de la Iglesia» en 1931. La Iglesia pretendía que el debate fuera interno, que apenas trascendiese a la calle:
En gran medida, el combate tuvo lugar en el seno de la propia Iglesia, según sus reglas de juego universalmente admitidas –la Biblia era palabra divina y por tanto indiscutible: hasta finales del siglo XVIII, todos los intelectuales eran creyentes, incluso hombres de Iglesia, cierto que con unas responsabilidades diferentes40.
Además del empleo sistemático de las violencias militares, la contrarrevolución aplicó una estrategia global que combinaba además de la nueva tarea de los papas, también la de las órdenes religiosas, muy en especial la Compañía de Jesús: «Los ejercicios espirituales, de San Ignacio, fueron uno de los más eficaces instrumentos de educación de la fe y el compromiso católico. Su atención especial a las elites, a las personalidades más fuertes y a las jóvenes generaciones les garantizaron una eficacia en su cuenta de resultados incomparable a lo logrado por otras instituciones»41. Además, desarrollaron cuatro medios de acción: nuevas formas de seducción y técnicas propagandísticas; educación sistemática; potenciar el asociacionismo en forma de cofradías, hermandades, etc., para llegar a todos los rincones de la sociedad; y control social sobre todo en su forma individualizada mediante la confesión y masiva con la Inquisición42. Sobre los jesuitas se ha dicho que:
En el siglo XVI la Compañía de Jesús proporciona un estilo de obediencia insólito hasta entonces en comunidad alguna, porque exige nada menos que el asentimiento del intelecto a cuanto a uno se le ordena hacer. Los miembros de la orden han de convertirse, mediante una violenta y costosa ascésis, en autómatas; las Constituciones de la Compañía equiparan literalmente a los jesuitas a muertos que caminan bajo la voz del superior, o a bastones en manos del anciano que hace con ellos lo que quiere. Nace así una obediencia que suprime la conciencia personal del bien y del mal ya que la salvación depende del ciego cumplimiento de las órdenes del Superior: el que obedece a este jamás de equivoca, por cuanto sirve a la voluntad de Cristo encarnado en él43.
Nada más empezar a leer la impresionante investigación de E. Paris sobre los jesuitas, nos encontramos con estas palabras:
Loyola escribió: «Estemos convencidos de que todo es bueno y correcto cuando lo ordena el superior». También declaró: «Incluso si Dios les diera un animal sin raciocinio como señor, no vacilarán en obedecerle como amo y guía, porque Dios ordenó que así fuera». Hay algo aún mejor: el jesuita debe ver en su superior, no a un hombre falible, sino a Cristo mismo. J. Huber, profesor de teología católica en Múnich y autor de una de las obras más importantes acerca de los jesuitas, escribió: «He aquí un hecho comprobado: las Constituciones repiten 500 veces que uno debe ver a Cristo en la persona del General»44.
Veamos cómo actuaba la Compañía. El emperador Alberto V de Baviera (1528−1579), apodado el Magnánimo, pidió que los jesuitas dirigieran la lucha contra la herejía en aquella región tan importante para el imperio:
Tan pronto como los Padres llegaron a Baviera, su actitud hacia los protestantes y a quienes los apoyaban se tornó más severa. Desde 1563 expulsó sin piedad a los reincidentes, y no mostró misericordia hacia los anabaptistas, que fueron ahogados, quemados, encarcelados y encadenados, actos alabados por el jesuita Agrícola… A pesar de esto, tuvo que desaparecer toda una generación de hombres antes de que la persecución se considerara totalmente exitosa. Aun en 1586, los anabaptistas moravos lograron esconder del duque Guillaume a 600 víctimas. Este ejemplo prueba que no solo cientos, sino miles de personas se vieron forzadas a huir, siendo una terrible ruptura en un país poco poblado45.
Mientras el terror católico tenía que esforzarse en Moravia para erradicar los restos del anabaptismo, en la gran rebelión holandesa contra el imperio español los calvinistas expulsaban a los católicos en ciudades tan importantes como Gante, Yprés, Brujas, Courtrai y Hult en una guerra en la que la mayoría de la nobleza se posicionó a favor del ocupante español:
Durante más de cuarenta años, con fortuna muy fluctuante, la revolución neerlandesa cobró la forma de una prolongada guerra popular de liberación nacional […] Los miembros de las congregaciones calvinista y anabaptista funcionaban como los activistas de un partido revolucionario. La guerra radicalizó la revolución […] Los anabaptistas defendían la democracia política y la igualdad social46.
Las guerras político-religiosas con contenidos nacionales que se libraron en Europa no eran sino la expresión inmediata y externa de una compleja lucha de clases que, a su vez, mostraban en lo inmediato los tremendos choques tectónicos entre un obsoleto modo de producción, el feudal, y un joven modo capitalista en dubitativo ascenso. Tanta complejidad estalló en 1619 por el eslabón más débil de la cadena de Estados del momento, precisamente donde dos siglos antes se había sostenido la más larga y decisiva herejía, la guerra de liberación nacional popular checa, o husita. Las antiguas reivindicaciones político-religiosas y nacionales contra la dominación alemana habían vuelto pero ahora en el incipiente capitalismo. En 1621, los católicos ejecutaron en Praga al grueso de la dirección del protestantismo bohemio: «Doce cabezas, dos manos y la lengua47 del rector fueron clavadas en la puerta de la ciudad donde permanecieron hasta 1631».
La decisiva guerra de los Treinta Años terminó con el hundimiento del poder católico de los Habsburgo certificado en el Tratado de Westfaliana de 1649, asegurando el avance irreversible del dios burgués fuera protestante, anglicano o católico en la Francia en ascenso48. La principal potencia vencida, el reino de España, reaccionó afianzando su orgullo católico, soldando aún más su nacionalismo español con el cristianismo medieval derrotado: en 1619, Juan de Salazar dice que España es la sucesora del pueblo hebreo y por lo tanto llamada a dominar el mundo en nombre de dios. En 1625, el Conde-Duque de Olivares afirma que «Dios es español». En 1629, Benito de Peñalosa insiste en que dios llevará a España a la victoria49 y aunque el dios español es derrotado de forma humillante, la clase dominante, la Iglesia y la Inquisición reforzarán la ideología nacional-católica española.
En la otra parte del vencido imperio Habsburgo, en poco más de un siglo, de 1649 a 1775 – 1781, se asientan de forma irreversible la abolición de la servidumbre y otras medidas que multiplican el beneficio capitalista en Austria-Hungría y por tanto en Bohemia50, pero gracias al salvajismo escalofriante de los católicos –que impulsarán el triunfo del dios burgués representado en las reformas vistas– contra los protestantes:
La expulsión y el exilio se contaron entre los recursos más utilizados. El alcance de los desplazamientos y el sufrimiento humano fueron masivos. Los académicos calculan que, entre 1598 y 1660, se vieron forzadas a emigrar al menos 350.000 personas. La mitad de dichos exiliados procedía de tierras bohemias y las expulsiones no concluyeron en 1660, sino que siguieron siendo una táctica predilecta de las autoridades católicas. En 1674, un arzobispo intolerante desató en Hungría una campaña que culminó en la marcha mortal de un grupo de clérigos protestantes miserables y zarrapastrosos, conducidos por soldados italianos hasta Nápoles, donde fueron condenados a galeras hasta que los rescató un almirante neerlandés. En 1731, el arzobispo Firmian promulgó un edicto draconiano que expulsó a los protestantes de Zalzburgo. Tanto el emperador Carlos VI (que reinó entre 1711 – 1740) como su hija María Teresa (que reinó entre 1740 – 1780) emprendieron políticas de exilio interno para los disidentes religiosos, la mayoría luteranos de Salzkammergut (Alta Austria) deportados a Transilvania. En cuanto a los desdichados luteranos de Carintia, las autoridades separaron a los padres de los hijos durante el reasentamiento forzoso en Transilvania51.
Hemos empezado este capítulo viendo cómo Alá era derrotado en la península ibérica y obligado a refugiarse en África, pero será en la guerra de 1716 – 1718 cuando el dios cristiano, en su forma austro-húngara, acabe con el peligro real de islamización del este europeo. El punto de giro de la inacabable guerra en esa zona europea entre el islam y el cristianismo fue la victoriosa resistencia de Viena en el cerco de 1683, momento en el que el imperio otomano ha alcanzado su máxima extensión, empezando a retroceder desde entonces. La razón del declive que le llevará a la desaparición no fue la inferioridad de Alá ante el dios cristiano, sino los límites estructurales que le impidieron modernizar plenamente su economía, administración y ejército52 a pesar de los enormes esfuerzos gastados en ello.
En un mundo tan implacable como el que estamos viendo, parte de la intelectualidad inglesa que vivía gracias a los grandes beneficios del capitalismo comercial de su burguesía, se preguntaba sobre cómo podía dios permitir tanta brutalidad, de la que ellos se beneficiaban. Surgieron así dos grandes respuestas, una fue el puritanismo y la otra el deísmo. La primera, el puritanismo, tuvo fuerza social en los siglos XVII y XVIII en base a una interpretación particular del mensaje del «rey Jesús», que consistía en:
Un apoyo a las nuevas actividades económicas de las clases medias. Al final de este proceso emerge un hombre económico plenamente realizado y, en el transcurso, la naturaleza humana aparece como algo dado y la necesidad humana o lo que sirve para satisfacerla, como una simple y única norma de acción. La utilidad y el provecho son considerados como nociones claras y lúcidas que no requieren ninguna justificación ulterior […] todos los héroes de Defoe son impulsados por los valores de la contabilidad a doble entrada, y a los sentimientos humanos solo se les permite entrar por los intersticios dejados por el espíritu de ganancia […] Con frecuencia es verdad en relación con los personajes de Defoe que «el gozo está subordinado al capital, y el individuo que goza al individuo que capitaliza». Marx, que escribió estas palabras sobre la naturaleza humana capitalista, hubiera apreciado la conclusión de Defoe de que la utilidad es «el placer más grande, estimado con justicia por todos los hombres buenos como el fin más noble y verdadero de la vida, en el que los hombres se acercan más al carácter de nuestro amado salvador, quien se dio a la práctica del bien»53.
La naturaleza burguesa del puritanismo es evidente a simple vista. Se puede decir que, en aquellos momentos, era una de las mejores expresiones del dios comercial que exigía a sus creyentes una vida estricta, puritana, con claras resonancias calvinistas, a fin de que el «espíritu de la ganancia» fuera el lubricante de la máquina explotadora capitalista. De la misma forma en que un comerciante de la época reflexionaba con extremo rigor releyendo una y mil veces sus libros de contabilidad, los puritanos hacían lo mismo con la Biblia, en la que creían ver los resultados de su vida contable con dios. Comparados con el catolicismo y el anglicanismo, su dios era mucho más adecuado para el capitalismo del momento.
Los puritanos que se enfrentaban al anglicanismo oficial en Inglaterra creyeron que se salvarían de la tortura y la cárcel llevando su fe al norte de América. En 1620 fletaron el Mayflower para salvarse y para convertir a las naciones indias en números en las listas del debe y del haber de la contabilidad divina de las ganancias. El desarrollo capitalista en Gran Bretaña chocó con la anquilosada monarquía, estallando la revolución a comienzos de 1645 dirigida por O. Cromwell (1599−1658) y su «ejército revolucionario de clases medias»54 con una ideología puritana contraria a los suntuosos dispendios de la monarquía anglicana. En 1649, la justicia revolucionaria cortó el cuello del rey, pero como siempre sucedía en las revoluciones burguesas, la lucha de clases entre explotados y burguesía «revolucionaria» reapareció también en Gran Bretaña.
La solución fue drástica: ejecutado el rey para aplastar el peligro contrarrevolucionario, la democracia burguesa fusiló a los cuatro principales dirigentes de los Niveladores, movimiento revolucionario del pueblo55. Restablecido el orden con la vuelta de una monarquía sin apenas poder efectivo, el dios puritano se dedicó a sus negocios y, tras una pequeña trifulca teológica en 1716, las varias corrientes cristianas –presbiteranos, independientes, baptistas y cuáqueros– «se dedicaron, como sus hermanos anglicanos, a una vida relativamente plácida y de fácil conformidad», e incluso el metodismo propugnado por J. Wesley (1703−1791) «se hizo socialmente aceptable a mediados de la década de 1760»56.
La otra gran solución al problema de cómo racionalizar la caprichosa volubilidad de dios, fue el deísmo. Los deístas no se atrevían a negar su existencia, así que buscaron la solución en el deísmo que ya había surgido tímidamente en el siglo XIV cuando las disputas político-religiosas y la represión de las reivindicaciones sociales tildadas de «heréticas» podían concluir en torturas, hogueras y salvajes masacres. La solución fue exculpar a dios de los crímenes humanos haciendo del deísmo una «teoría que reconoce la existencia de un dios personal, creador del mundo y de las leyes de la naturaleza, pero niega cualquier ulterior influencia de dios en el mundo y su conservación, el concurso de Dios con las criaturas, el milagro y la revelación sobrenatural»57.
A medida en que la lucha socio-religiosa y política se intensificaba con el tiempo, el deísmo, además de crecer frecuentemente en el secreto de los filósofos atemorizados, avanzaba en la tesis de que dios no era el representado por las religiones oficiales, con atributos antropomorfos, sino un dios que creó el universo y que vigila a grandes rasgos la evolución de la justicia humana, pero que es tolerante, que no interviene en los problemas humanos. El deísmo adquirió especial fuerza en la Inglaterra del siglo XVIII porque facilitaba la lucha de su burguesía contra el dios católico. Aun así, David Hume, uno de los deístas principales, prefirió por si acaso posponer la publicación de varias obras suyas –Diálogos sobre la religión natural, Sobre la inmortalidad y Sobre el suicidio– hasta después de su muerte en 1751 por miedo a la represión: «como medida de prudencia»58.
En Francia, el deísmo fue más beligerante, con sus primeros escritos publicados clandestinamente entre 1745 y 1769 en los que se condenan las religiones positivas, se rechazan los milagros y la revelación, las imposturas y los usos de la religión con fines políticos. Pero el deísmo alemán fue más tranquilo aunque también denuncia la fábula de la resurrección de Jesús como medio de manipulación política59. Pero el deísmo acepta un dios al que luego le reconoce la capacidad de abandonar a los humanos a su suerte, siendo de estos, no de dios, la responsabilidad de lo que les pueda suceder de bueno o malo. En realidad, el dios deísta es el mejor dios para la burguesía porque no le exige ningún comportamiento benevolente para con la clase trabajadora, mientras que denuncia con severidad los vicios, mentiras y manipulaciones políticas del dios medieval contra esa burguesía al alza.
Mientras tanto, la crítica del cristianismo por parte de los ateos consecuentes sigue siendo ferozmente perseguida: en 1659 se publica de manera clandestina Theophrastus Recidibus y en 1712 Tratado de los tres impostores, Moisés, Jesús y Mahoma, texto muy probablemente escrito a finales del siglo XVII pero mantenido oculto hasta entonces. Los autores verdaderamente críticos con la religión deben recurrir a las ediciones clandestinas60.
Otros autores no tan duros en sus opiniones públicas, debían enfrentarse a los cambios socioculturales y religiosos, deben refinar sus opiniones sobre el infierno, deben adaptarse para no desaparecer con las viejas formas precapitalistas. Dicho de forma general, los intelectuales deben posicionarse a favor o en contra del infierno: Leibniz y Bossuet lo defienden; Spinoza lo niega; Hobbes duda… Luego, Montesquieu, Voltaire, d“Holbach, Diderot, Rousseau… combaten el miedo con más o menos radicalidad, pero su efecto liberador es limitado porque la Iglesia, el absolutismo y la burguesía saben que «el infierno era el mejor baluarte de la estabilidad, del poder, de la moralidad pública y privada, y por ello debía seguir existiendo»61.
Nos estamos acercando a la Ilustración de mediados del siglo XVIII. O. Mould explica cómo, en la Europa cristiana anterior a la Ilustración, el potencial creativo humano estaba anulado por el poder eclesiástico que imponía el dogma de que solo dios puede crear cosas, y que este dogma estaba vigente, al menos, desde la religión egipcia en la que el dios Ptah había creado el mundo simplemente pensándolo: «Los meros mortales eran seres pecadores e imperfectos, subordinados a un Todopoderoso que tenía poderes supremos e ilimitados para construir algo a partir de la nada»62. Forzados por la necesidad de producir y a la vez, de superar los obstáculos religiosos que impedían el desarrollo de la creatividad, los artesanos, los filósofos y los científicos empezaron a independizarse del poder cristiano: «Era la humanidad, no Dios, la que estaba creando algo a partir de la nada»63.
Dentro de este movimiento destacan «los irreconciliables» materialistas como Meslier y Maréchal, que viven y actúan en un contexto determinado por la contradicción ya inocultable entre la dogmática medieval y la racionalidad burguesa; y, lo que es más importante aún, por el malestar de las clases explotadas que alimenta la crítica radical de los privilegios feudales y monárquicos, de modo que «en su conjunto, el materialismo del siglo XVIII expresa, por tanto, la cólera de todos los oprimidos del Antiguo Régimen que no ven posible una conciliación con el orden existente. Este rechazo en bloque de las antiguas formas les lleva a explorar nuevas concepciones y a plantear la cuestión del origen de manera diferente»64. La cuestión del origen no es otra que la de saber si la realidad, la naturaleza, está creada por dios, o por el contrario existe por ella misma; y también, si la explotación y el hambre nos remiten al pecado y al castigo divino, o a la lógica del capital.
J. Meslier (1664−1729) desarrolló el materialismo en la más estricta clandestinidad pues era sacerdote de pueblo que nunca dio motivo de sospecha de ateísmo a la Iglesia francesa. Una vez muerto, algunas personas accedieron a sus manuscritos celosamente escondidos y lo que descubrieron fue una brillante crítica del sistema cristiano en su totalidad, o sea también en su contenido social:
El proyecto político de Meslier se basa en la preocupación por satisfacer las aspiraciones naturales del hombre. Es la antítesis del poder temporal religioso, que mantiene la injusticia al precio de la inadecuación entre el orden social y las necesidades de sus miembros. La doctrina, la moral y los valores políticos del cristianismo son contrarios a este buen sentido natural. Meslier ha demostrado que esta contradicción está presente en cada una de las manifestaciones de esta religión65.
Con Meslier se inicia una impresionante saga de materialistas que arriesgaron casi todo para desmontar las patrañas religiosas y sus consecuencias políticas reaccionarias. Du Marsais (1676−1756), De la Mettrie (1709−1751), D. Diderot (1713−1784), D’Holbach (1723−1789), P‑S. Maréchal (1750−1803) y el autor anónimo de dos obras básicas: Disertación sobre la formación del mundo, de 1738, y Jordano Brunus Redivivus de 1771. Se desconoce quién es el autor de estos imprescindibles textos: «Esto no es asombroso. Hasta la Revolución, los materialistas han de ser discretos, como lo atestiguan los tormentos sufridos por Diderot o La Mettrie. Este materialista ha preferido sin duda conservar el anonimato hasta el final para evitarse los sinsabores de los tribunales»66.
Es muy esclarecedor que Voltaire (1694−1778) no aparezca en esta lista ofrecida por Charbonnat, quien previamente lo había calificado como deísta. En efecto, Voltaire, tan admirado por parte de la casta intelectual, era un ilustrado con ingenio filosófico pero oportunista en lo político, que en 1762 «suavizó» el ateísmo de Meslier al editar sus manuscritos:
[Voltaire] Encabezó la manifestación abierta contra la Iglesia católica. Expresaba la ideología del burgués francés, que exigía la limitación de la Iglesia, que consagraba las bases del feudalismo y que obstaculizaba el establecimiento de un régimen burgués, y exhortaba: «¡Aplastad a la infame!». Pero como ideólogo de la burguesía, Voltaire no pudo ser ateo hasta el final, ya que la burguesía también necesitaba la religión para proteger la explotación. De aquí se deduce la limitación de las conclusiones teóricas de Voltaire, que declaró que aunque la existencia de Dios no estuviera demostrada, «la religión era necesaria para el pueblo»67.
La carga científica, ética y política del materialismo y ateísmo que en Europa occidental se enfrentaba al poder burgués y sobre todo al absolutismo tardo-feudal dominante aún en muchos Estados, apenas podía influir por razones obvias en las luchas campesinas, populares y obreras, muchas con reivindicaciones nacionales, que se libraban durante esos años en Europa oriental. Por ejemplo, en el imperio zarista: «Solo en 1762 – 1769 hubo setenta y tres levantamientos; esto sin tener en cuenta las innumerables luchas de los campesinos-obreros con contratos de servidumbre que trabajaban en las fundiciones y minas de los Urales»68. De nuevo surgieron posturas contrarias en el cristianismo ante la bondad o la maldad de esas luchas desesperadas, pero ahora en el cristianismo ortodoxo fuera ruso o bizantino, aunque la gran mayoría se posicionó en defensa de la nobleza terrateniente.
Volviendo a Europa occidental, la revolución francesa fue el hito máximo del librepensamiento burgués, fuera deísta o incluso algo crítico con la Iglesia. El avance del materialismo y de su crítica atea era una parte reducida del proceso general de descreimiento, de pérdida de la fe en unas iglesias oficiales desprestigiadas por tanta podredumbre y corrupción, lo que explica que «los defensores más ardientes de la descristianización son a menudo partidarios del movimiento igualitarista»69. Desde la segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo en París, descienden en picado las donaciones testamentarias a la iglesias, la producción y venta de libros religiosos, la asistencias a las ceremonias y las nuevas vocaciones… incluso el bajo clero se radicaliza con reivindicaciones que minan la legitimidad de la casta religiosa. Los poderes absolutistas empiezan a chocar con la Compañía de Jesús, que empieza a ser expulsada de Estados e imperios muy poderosos70. En realidad, asistimos al choque global entre la ascendente burguesía que necesita imponer su dios y el retroceso del dios feudal, desacreditado. Una de las cosas que buscaba la burguesía era recuperar esas ingentes riquezas para convertirlas en capital.
Un ejemplo de libro lo tenemos en la expulsión de los jesuitas de Portugal por orden directa del marqués de Pombal en 1757, seguida de su expulsión de Francia en 1762, después de Austria, Rusia… Las razones eran básicamente dos: la enorme riqueza que estaba acaparando la Compañía, lo que debilitaba las economías de los Estados, y, junto con ello, su consiguiente poder maquiavélico. Durante las duras batallas fraccionales en el Vaticano entre la Compañía y los sectores que investigaban las muy duras acusaciones de los Estados contra ella, la lucha llegó a tal antagonismo que alguien pegó pasquines en los que se anunciaba la próxima muerte del papa Clemente XIV, contrario a la Compañía: «Podemos afirmar, con toda seguridad, que el 22 de septiembre de 1774 el papa Clemente XIV murió envenenado»71. Jamás se investigó su fallecimiento.
La Revolución francesa, en la que «los defensores más ardientes de la descristianización son a menudo partidarios del movimiento igualitarista»72, tuvo que enfrentarse a la desesperada resistencia de la Iglesia: la primera versión de los derechos humanos, «formulada por la Asamblea revolucionaria de 1789, fue condenada por la Iglesia católica a través de su pontífice Pío VI»73. Condena que se plasmó también en el apoyo a las violencias contrarrevolucionarias. A pesar de todo, volvió a verse en los hechos las contradicciones de dios, incapaz de hacer que sus seguidores actuaran bajo un único mando, o bien en defensa de la justicia o bien contra ella, o bien en la más pasiva indiferencia práctica ante el dolor humano como proponen grupos místicos. Los cristianos, que ya estaban divididos, lo hicieron aún más en toda Europa. Pero el núcleo de poder del Vaticano estaba muy unido. La solución vino de manos de la burguesía: una vez derrotada la revolución, asesinada la dirección de las mujeres revolucionarias, derrotada la clase trabajadora, asegurada con más restricciones y controles la propiedad privada en la nueva constitución, la democracia burguesa estará guiada por estas palabras de Boissy d’Anglas:
Hemos de ser gobernados por los mejores: los mejores son los más instruidos y los más interesados en mantener las leyes. Con muy pocas excepciones, no hallaréis hombres de esta clase sino entre aquellos que poseen una propiedad, los cuales son vinculados al país que la posee, a las leyes que la protegen, al orden que la conserva, y que deben a esta propiedad, y al bienestar que proporciona la educación que les ha dado aptitud para discutir con sagacidad y justicia las ventajas y los inconvenientes de las leyes que determinan la suerte de la patria74.
La educación de las clases propietarias y el control de las clases explotadas planteaban a la burguesía francesa la necesidad de reinstaurar el catolicismo pero sin el poder político que había tenido antes de la revolución. Napoleón resolvió esta necesidad con el Concordato de 1801 que le fue muy beneficioso: el grueso de las propiedades de la Iglesia pasaron legalmente al Estado y a la burguesía; los curas se convirtieron en educadores del pueblo en la obediencia; la Iglesia aceptaba bastante control político del Estado…75 Hubo resistencia por parte del clero francés más reaccionario: 45 obispos se negaron a dejar sus cargos que fueron refrendados por Luís XVI, decapitado; no aceptaban que fuera Napoleón quien nombrara a los nuevos obispos. Inglaterra, el exilio monárquico francés y otras potencias reaccionarias apoyaran a estos obispos76.
Pero a cambio, el Vaticano logra algo vital en aquel momento: acceder a un nuevo poder político en Europa, lo que le vendrá muy bien más tarde, en las negociaciones del Congreso de Viena de 1815. Al presentarse como el aval del republicanismo conservador napoleónico, logró que los católicos reaccionarios mirasen a Francia de forma más benevolente, y sobre todo «abrió a la penetración papal las colonias de la corona española y portuguesa, hasta ese momento cotos cerrados realistas»77. El giro a la derecha reaccionaria de la burguesía francesa anteriormente revolucionaria logró que la Iglesia se librase del desastre absoluto y adquiriera un nuevo poder político en una fase histórica decisiva para el desarrollo de la industria capitalista en el continente europeo, sobre todo para el capitalismo francés, verdadero vencedor del Congreso de Viena78, a pesar de haber apoyado a Napoleón hasta 1813.
Además de esto, el Concordato de 1801 logró otra victoria clave para el cristianismo en general y para el catolicismo en particular. Las burguesías europeas –y más tarde las de otros continentes– aprendieron del método político-pedagógico de Napoleón que daba a la Iglesia un poder delegado apreciable en la alienación religiosa de la juventud. De este modo, la educación fue siendo intervenida abiertamente por los Estados europeos desde comienzos del siglo XIX, no tanto por efecto de las presiones de algunos educadores reformistas del siglo XVIII como fundamentalmente por las presiones de las burguesías y de las Iglesias protestantes y católicas y de las mismas burguesías. Para los Estados la educación cristiana dirigida por las Iglesias y por sus burocracias estatales era muy importante para la «preselección y la formación del futuro personal del ejército, la administración y la justicia […] En la selección del personal administrativo y supervisor necesario a este efecto, los Estados llegaron a múltiples compromisos con las iglesias, que siguieron interviniendo en alto grado en el sistema educativo»79.
Aun así, la efectividad de la intervención religiosa de las iglesias era todavía reducida porque la gran mayoría de las clases explotadas estaban excluidas de la educación o recibían de una muy bajo nivel. La revolución de 1830 sembró la alarma en la clase dominante francesa y europea porque, pese a su derrota, demostró que el reaccionario Thiers estaba en lo cierto al reconocer que la revolución no solo había puesto en peligro la libertad burguesa sino el orden social mismo80. Y fue en este contexto de lucha de clases en ascenso en el que se publica en 18 41 la obra de Feuerbach (1804−1872) La esencia del cristianismo. Era el mismo contexto científico e intelectual en el que Darwin (1809−1882), Huxley (1825−1895), Haeckel (1834−1919) y otros investigadores asestan sin quererlo conscientemente golpes a la raíz de la religión en cualquiera de sus formas81. Y en 1845 Marx escribe las Tesis sobre Feuerbach que serán publicadas en 1888.
Es en este período cuando la crítica de la religión entra en una fase cualitativa al irrumpir el ateísmo marxista, que lo determina absolutamente todo con su decisiva teoría del fetichismo, como veremos. Desarrollaremos el ateísmo marxista en el último capítulo. Ahora, para completar el plan inicial consistente en seguir la evolución histórica de las grandes religiones, debemos decir lo básico sobre el islam, palabra traducida del árabe que significa sumisión.
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