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La liber­tad es atea

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Pone­mos a dis­po­si­ción públi­ca el libro de recien­te publi­ca­ción en Boltxe Libu­ruak «La liber­tad es atea». Tam­bién está dis­po­ni­ble en nues­tra tien­da la ver­sión en papel y dos ver­sio­nes elec­tró­ni­cas, una con una peque­ña apor­ta­ción a Boltxe Libu­ruak para que poda­mos con­ti­nuar con nues­tra labor edi­to­rial y otra total­men­te gra­tui­ta.

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Para empe­zar, lea­mos dos defi­ni­cio­nes del islam, una de his­to­ria­do­res bur­gue­ses pro­gre­sis­tas y la otra de un his­to­ria­dos mar­xis­ta. Los pri­me­ros, Chris Horrie y Peter Chip­pin­da­le, sos­tie­nen que:

La pala­bra mis­ma islam se tra­du­ce del ára­be como «sumi­sión» u «obe­dien­cia» (a la volun­tad y a las leyes de Alá esta­ble­ci­das en el Corán) y la pala­bra musul­mán, que tie­ne la mis­ma raíz en ára­be, sig­ni­fi­ca «la per­so­na o cosa que obe­de­ce a la ley de Alá».

Es esta nega­ción tajan­te del indi­vi­dua­lis­mo y el requi­si­to de sumi­sión a la auto­ri­dad divi­na en todos y cada uno de los aspec­tos de la vida lo que pare­ce tan extra­ño a la men­ta­li­dad occidental.

En el Islam ape­nas si se plan­tean las cues­tio­nes del «libre albe­drío» o de los «dere­chos huma­nos» que son pila­res fun­da­men­ta­les del pen­sa­mien­to polí­ti­co occi­den­tal moderno. El úni­co aspec­to en el que se apli­ca el libre albe­drío es en la cues­tión de si obe­de­cer las leyes exter­nas de Alá y con­se­guir la sal­va­ción, o des­obe­de­cer y arries­gar­se a la con­de­na­ción eter­na. Y el úni­co dere­cho humano impor­tan­te es el de poder seguir sin obs­tácu­los las leyes pro­mul­ga­das por Alá por con­duc­to de su Pro­fe­ta1.

Por su par­te, S. A. Toka­rev no ofre­ce algo pare­ci­do a una defi­ni­ción bási­ca del islam, sino que pre­fie­re expo­ner qué y cómo es su libro sagra­do fun­da­men­tal y a su segun­do tex­to, la Suna:

El Corán se com­po­ne de 114 capí­tu­los (suras), dis­pues­tos sin orden alguno, sim­ple­men­te según sus dimen­sio­nes: los más lar­gos al prin­ci­pio y los más bre­ves al final. Los suras de la Meca (los pri­mi­ti­vos) y los de la Medi­na (del perío­do pos­te­rior) están entre­mez­cla­dos; los mis­mos con­cep­tos se repi­ten en muchos suras; las excla­ma­cio­nes y ala­ban­zas sobre la gran­de­za del poder de Alá se alter­nan con pre­cep­tos, prohi­bi­cio­nes y ame­na­zas del infierno en el más allá para todos los infie­les. En el Corán no exis­te ras­go alguno de puli­men­to lite­ra­rio, seme­jan­te al que obser­va­mos en los evan­ge­lios cris­tia­nos; es un tex­to rudi­men­ta­rio, sin elaborar.

La otra par­te inte­gran­te de la lite­ra­tu­ra sagra­da musul­ma­na es la Sura (o San­na), com­pues­ta de leyen­das sagra­das (las hadis) refe­ren­tes a la vida, los mila­gros y las ense­ñan­zas de Maho­ma. Los teó­lo­gos musul­ma­nes Boha­ri, Mus­lin y otros com­pi­la­ron en el siglo IX varios libros de hadis. Pero no todos los musul­ma­nes acep­tan la Suna, aun­que sí lo hace la mayo­ría, a estos se los deno­mi­na suni­tas2.

Antes de seguir es nece­sa­rio saber que en la pri­me­ra apa­ri­ción de un ángel a Maho­ma, aquel le obli­gó a reci­tar una serie de principios:

El ángel obli­ga a «reci­tar»; por esto la pala­bra Kor’anQur´an quie­re decir «sal­mo­dia», «reci­ta­ción». El Corán no se can­ta ni se lee; se reci­ta. Su esti­lo es de una incohe­ren­cia que podría lle­gar a sor­pren­der­nos; por esto los doc­to­res musul­ma­nes dicen que el Corán solo pue­de ser com­pren­di­do por los cre­yen­tes3.

Esta­mos ante el mis­mo argu­men­to cir­cu­lar que el del cris­tia­nis­mo: la fe en dios es una gra­cia que dios te con­ce­de si él quie­re, si él no quie­re dár­te­la, no ten­drás fe en él. La incohe­ren­cia del Corán solo la des­ci­fran los musul­ma­nes, si no lo eres nun­ca enten­de­rás el Corán. Las y los cre­yen­tes, tie­nen por tan­to dos carac­te­rís­ti­cas que les dis­tin­guen de las y los ateos: una, son supe­rio­res a estos por­que han sido ungi­dos por la fe y la sabi­du­ría del Corán; y dos, por ello mis­mo están ata­dos eter­na­men­te a su dios, del que dependen.

En los perío­dos de cri­sis estruc­tu­ral, sis­té­mi­ca, sobre todo en las socie­da­des pre­ca­pi­ta­lis­tas, estas carac­te­rís­ti­cas podían apor­tar una ayu­da fic­ti­cia, ilu­so­ria, pero sen­ti­da como real y cier­ta por los cre­yen­tes. Pre­ci­sa­men­te este era el con­tex­to en el que sur­gió el islam: «La situa­ción en Ara­bia había cam­bia­do pro­fun­da­men­te a comien­zos del siglo VII d.C. Una cri­sis eco­nó­mi­ca y espi­ri­tual de vas­tas pro­por­cio­nes con­mo­vía a esa socie­dad»4. Una vez más, se demues­tra la teo­ría de que las reli­gio­nes son crea­das por socie­da­des en crisis:

El judaís­mo se for­jó en la lucha de una débil cla­se domi­nan­te para afian­zar­se como tal en la Pales­ti­na del siglo VI a.e.c. El cris­tia­nis­mo tuvo como ori­gen la amar­gu­ra de los opri­mi­dos bajo el domi­nio impe­rial romano en el siglo I de la e.c. El Islam fue la ter­ce­ra rama del mis­mo tron­co. Su rápi­do cre­ci­mien­to en la déca­da de 620 tuvo lugar bajo la mira­da de la his­to­ria en una cade­na de que­re­llas meno­res entre dos ciu­da­des remo­tas del desier­to en la región de Hiyaz de la Ara­bia cen­trooc­ci­den­tal, y su vio­len­ta irrup­ción iba a cam­biar el mun­do para siem­pre5.

La vida nóma­da se regía median­te un say­yid o jeque no here­di­ta­rio que diri­gía las rela­cio­nes inter­nas y exter­nas de la tri­bu, apli­ca­ba la jus­ti­cia, com­pra­ba pri­sio­ne­ros, orga­ni­za­ba la ayu­da a quien la nece­si­ta­se… Perió­di­ca­men­te se reu­nía una asam­blea de tri­bus diri­gi­da por los ancia­nos y nota­bles para admi­nis­trar las leyes con­sue­tu­di­na­rias que ampa­ra­ban a esas tri­bus y que tam­bién se apli­ca­ban en los peque­ños cen­tros urba­nos, «pero si se come­tía un deli­to o cri­men, la tri­bu ente­ra era res­pon­sa­ble del hecho, lo que dio lugar a enfren­ta­mien­tos y ven­gan­zas. Estos deli­tos, espe­cial­men­te los de san­gre, eran cas­ti­ga­dos con la muer­te […] con la con­fis­ca­ción de bie­nes, la expul­sión del cri­mi­nal de la tri­bu […] algu­nas cos­tum­bres, como el infan­ti­ci­dio infan­til feme­nino o el repu­dio abu­si­vo de la mujer casa­da siguie­ron prac­ti­cán­do­se has­ta la lle­ga­da del islam»6.

Estas for­mas de regu­la­ción social son comu­nes, con sus varian­tes, en las socie­da­des nóma­das que ya empe­za­ban a esta­ble­cer lazos más fuer­tes con las redes comer­cia­les más exten­sas y con los peque­ños núcleos urba­nos. La rup­tu­ra social en la comu­ni­dad nóma­da ori­gi­na­ria al for­mar­se fami­lias más ricas –cas­tas, «nota­bles», etc. – , que son las que ter­mi­nan mono­po­li­zan­do el comer­cio, las asam­bleas y la admi­nis­tra­ción de la ley, hace que el «pro­fe­ta» sea el sím­bo­lo del poder, pero tam­bién con sus con­tra­dic­cio­nes inter­nas. Como en otras cul­tu­ras nóma­das, la éti­ca «pre­mia­ba el valor, la hos­pi­ta­li­dad, la fide­li­dad a la fami­lia y el orgu­llo de los ances­tros […] El poder de los jefes tri­ba­les se ejer­cía des­de los oasis, don­de man­te­nían estre­chos víncu­los con los mer­ca­de­res que orga­ni­za­ban el comer­cio en el terri­to­rio que con­tro­la­ba la tri­bu. […] los dio­ses mora­ban en un san­tua­rio, un haram, un lugar o pue­blo al mar­gen del con­flic­to tri­bal, que cum­plía la fun­ción de cen­tro de pere­gri­na­ción, sacri­fi­cio, reu­nión y arbi­tra­je, y que esta­ba al cui­da­do de una fami­lia bajo la pro­tec­ción de una tri­bu cer­ca­na»7.

Mien­tras que en la zona meri­dio­nal y nor­te de la penín­su­la ará­bi­ga sub­sis­tían estruc­tu­ras esta­ta­les en la épo­ca de la for­ma­ción del islam, y por tan­to exis­tían ya cla­ses socia­les obje­ti­va­men­te enfren­ta­das al mar­gen del esca­so desa­rro­llo de sus res­pec­ti­vas con­cien­cias sub­je­ti­vas, no suce­día lo mis­mo en las tri­bus nóma­das del amplio cen­tro que toda­vía des­co­no­cían la pro­pie­dad tri­bu­ta­ria. Sin embar­go, sí empe­za­ba la dife­ren­cia­ción y esci­sión social en las esca­sas ciu­da­des sitas en las rutas de comer­cio que conec­ta­ban India, Asia Orien­tal y el sur­es­te de Euro­pa. En estos cen­tros, sobre todo en La Meca, sí cre­cía una mino­ría mer­can­til que acu­mu­la­ba más y más poder eco­nó­mi­co8. El desa­rro­llo de la cas­ta o pre-cla­se mer­can­til fue len­to lo vemos con­fir­ma­do en el hecho de que al ini­cio del islam La Meca orga­ni­za­ba toda­vía cara­va­nas comer­cia­les que eran «empre­sas colec­ti­vas» en las que par­ti­ci­pa­ban casi todos los habi­tan­tes, aun­que aumen­ta­ban las orga­ni­za­das por «par­ti­cu­la­res algo aven­tu­re­ros»9 que se enri­que­cían por su cuenta.

El avan­ce del comer­cio con sus efec­tos disol­ven­tes de las socie­da­des comu­na­les, los lími­tes pro­gre­si­vos de la eco­no­mía nóma­da, las pre­sio­nes de impe­rios como el bizan­tino y per­sa, etc., seme­jan­te olla a pre­sión for­za­ba las con­di­cio­nes para la con­vul­sa y ten­sa for­ma­ción de una nue­va ideo­lo­gía polí­ti­co-reli­gio­sa que, ade­más, tenía la faci­li­dad de la ten­den­cia de fon­do a la uni­fi­ca­ción reli­gio­sa inclu­so antes de la uni­fi­ca­ción del islam:

Una de las más anti­guas divi­ni­da­des tri­ba­les, Hubal, que tenía en La Meca un vene­ra­do san­tua­rio, meta de gran­des pere­gri­na­cio­nes, comen­za­ba a ser lla­ma­da Alah, que es la con­trac­ción en ára­be de Al-Ilah, que quie­re decir «el omni­po­ten­te», el dios por exce­len­cia, seme­jan­te en todo, has­ta en la eti­mo­lo­gía al vie­jo Ha-Elohim de la Biblia10.

Pese a estas ten­den­cias uni­fi­ca­do­ras, la per­vi­ven­cia del poli­teís­mo y de las dio­sas al-Lat, al-Uzza y al-Manat fue un serio pro­ble­ma para la ini­cial expan­sión del islam por­que par­te del enri­que­ci­mien­to de La Meca pro­ve­nía de las ganan­cias que obte­nía la ciu­dad con las pere­gri­na­cio­nes de las tri­bus poli­teís­tas para ado­rar a los 360 ído­los exis­ten­tes. Como en otras ciu­da­des san­tas, que tenían muchas reli­quias para ado­rar, su rique­za depen­día de la ren­ta­bi­li­dad de las pere­gri­na­cio­nes. Los ata­ques de Maho­ma al poli­teís­mo eran a la vez denun­cias con­tra las cas­tas enri­que­ci­das con las pere­gri­na­cio­nes y fue­ron una de las cau­sas deci­si­vas de las difi­cul­ta­des que empe­za­ba a tener en La Meca, lo que le hizo vaci­lar un momen­to en el sen­ti­do de tole­rar algu­nos, pero cam­bió rápi­da­men­te de opi­nión11, des­en­ca­de­nán­do­se la ira de la ciu­dad con­tra él. Se comen­ta que algu­nas de las reve­la­cio­nes de Alá a Maho­ma se pro­du­cían des­pués de los pro­ble­mas que había teni­do poco antes y que esas reve­la­cio­nes eran bene­fi­cio­sas para sus intere­ses12.

Una vez refu­gia­do en Medi­na, Maho­ma cam­bió drás­ti­ca­men­te su pre­di­ca­ción por­que el con­tex­to social en esta ciu­dad era muy dife­ren­te al de La Meca: muchos cam­pe­si­nos, arte­sa­nos y peque­ños comer­cian­tes de Medi­na tenían que pedir one­ro­sos prés­ta­mos a los usu­re­ros de La Meca, lo que ter­mi­na­ba fre­cuen­te­men­te en deu­das y en escla­vi­tud. Las ten­sio­nes entre las dos ciu­da­des refle­ja­ban la cre­cien­te explo­ta­ción social13. En La Meca, Maho­ma ape­nas había habla­do con­tra la pobre­za, la injus­ti­cia y la pro­pie­dad, afir­man­do que «Dios dis­pen­sa el sus­ten­to a quien Él quie­re: a unos con lar­gue­za, a otros con mesu­ra»14. Pero en Medi­na el men­sa­je cam­bió, pasan­do a ser sobre la orga­ni­za­ción estric­ta para expan­dir el islam, para que fue­ra un poder inven­ci­ble que aplas­ta­se a la odia­da La Meca con la gue­rra impla­ca­ble, con la deca­pi­ta­ción y el exterminio:

Duran­te sus dos pri­me­ros años de estan­cia en Medi­na, Maho­ma con­so­li­dó el Islam como un gobierno teo­crá­ti­co. Ata­có sin pie­dad a sus anti­guos enemi­gos de La Meca, les cerró el paso de las cara­va­nas, les ace­chó en embos­ca­das y has­ta peleó per­so­nal­men­te […] ani­qui­ló a los que le resis­tían; vio correr la san­gre de los cen­te­na­res de pri­sio­ne­ros deca­pi­ta­dos, vio morir a sus enemi­gos en com­ba­te sin­gu­lar y orde­nó cam­pa­ñas de exter­mi­nio con­tra quie­nes se resis­tían a con­ver­tir­se15.

Los suras o reve­la­cio­nes de la épo­ca de Medi­na, la segun­da, tie­nen un pro­yec­to orga­ni­za­ti­vo, mien­tras que los de La Meca, no. Pue­de inter­pre­tar­se este cam­bio estra­té­gi­co en el sen­ti­do de que Alá pudo dar­se cuen­ta que Medi­na, y no La Meca, era la ciu­dad ade­cua­da para la expan­sión del islam, envián­do­le por sue­ños las nue­vas órde­nes a Mahoma.

Las dife­ren­cias muy noto­rias entre la fase de La Meca y la de Medi­na pro­vo­can muchas bre­chas en el isla­mis­mo, sien­do fun­da­men­tal la deci­si­va cues­tión de la liber­tad. En el Corán exis­ten, jun­to a todo su des­or­den, dos fases cla­ras en lo que con­cier­ne a la liber­ta­da: en la pri­me­ra, la de La Meca, Maho­ma poten­cia la liber­tad de la per­so­na por­que este prin­ci­pio era más acor­de con sus nece­si­da­des de expan­dir la islam en una ciu­dad en la que, por un lado, era nece­sa­rio asu­mir ries­gos repre­si­vos ante el recha­zo de las cas­tas ricas, a las que denun­cia­ba; y, por otro lado, al ser una ciu­dad rica ofre­cía más posi­bi­li­da­des de alie­na­ción, lo que exi­gía un cri­te­rio de liber­tad capaz de esco­ger entre diver­sas posi­bi­li­da­des. Pero en la más pobre Medi­na apa­re­ce la segun­da fase, la de la «abso­lu­ta pre­de­ter­mi­na­ción»16, por­que es la fase en la que el islam se lan­za a la gue­rra de con­quis­ta sien­do nece­sa­rio, por tan­to, con­ven­cer a quie­nes pue­den morir en la guerra.

En lo que toca al com­por­ta­mien­to coti­diano, a los rezos y otras obli­ga­cio­nes, en la fase de La Meca la «pre­do­mi­na­ron las afir­ma­cio­nes favo­ra­bles a la liber­tad», mien­tras que en la de Medi­na, cen­tra­da ya en la orga­ni­za­ción polí­ti­ca, eco­nó­mi­ca, cul­tu­ral, sexual, etc., del Esta­do hay una mez­cla de liber­tad con deter­mi­nis­mo y fata­lis­mo17 que pro­vo­ca­rá des­de enton­ces muchos deba­tes teo­ló­gi­cos. El Corán tam­po­co ofre­ce una moral uni­ta­ria, cohe­ren­te, sino diver­sas pos­tu­ras que se fue­ron ela­bo­ran­do en las fases de su escri­tu­ra, para res­pon­der a tan­ta diver­si­dad éti­ca y moral como la exis­ten­te en pue­blos y socie­da­des paga­nas, judías, zoroás­tri­cas y cris­tia­nas, cada una con sus varian­tes propias:

En líneas gene­ra­les, la cues­tión de la rela­ción del hom­bre con los demás hom­bres, lo que cons­ti­tu­ye en reali­dad la base de la con­duc­ta moral, no reci­bió en el islam una ela­bo­ra­ción cla­ra. Lo que se dice a este res­pec­to en el Corán es con­tra­dic­to­rio, como es con­tra­dic­to­rio, por lo demás, en cual­quier otro docu­men­to reli­gio­so de las reli­gio­nes uni­ver­sa­les. No fal­tan las exhor­ta­cio­nes al huma­ni­ta­ris­mo y la cari­dad18.

Aun­que:

Como en todas las reli­gio­nes, des­de el comien­zo mis­mo la actua­ción prác­ti­ca de los musul­ma­nes y de Maho­ma con­tras­ta­ba paten­te­men­te con la pre­di­ca­ción no solo del per­dón gene­ral, sino tam­bién de un huma­ni­ta­ris­mo ele­men­tal […] No sería correc­to con­si­de­rar aquí tan solo las con­tra­dic­cio­nes entre la prác­ti­ca y la teo­ría reli­gio­sa. No es carac­te­rís­ti­co de la teo­ría corá­ni­ca la pre­di­ca­ción del per­dón y de la man­se­dum­bre […] Sería posi­ble citar muchos tex­tos corá­ni­cos que legis­lan la ven­gan­za, inclu­yen­do la ven­gan­za de san­gre, don­de se exhor­ta a un ajus­te de cuen­tas san­grien­to con­tra los que nos han ofen­di­do, con­tra los que se nie­gan a some­ter­se, con­tra los infie­les, etc.19

Por­que «en cruel­dad y mal­dad, en miso­gi­nia y escla­vis­mo, el Corán com­pi­te con la Biblia»20.

La vio­len­cia corá­ni­ca era nece­sa­ria para la expan­sión del islam, pero refor­za­da con con­ce­sio­nes para ampliar su base social y popu­lar. Por ejem­plo, Maho­ma regu­ló el repar­to del botín de las gue­rras de modo que un quin­to, el vein­te por cien­to, del total que­de en manos de Alá para que lo repar­ta entre los huér­fa­nos, los pobres y los nece­si­ta­dos: «Se sub­ra­ya que ante todo hay que pen­sar en los intere­ses de los pobres, de los huér­fa­nos, de los via­je­ros»21. Con astu­cia, Maho­ma se ins­pi­ró en par­te en el sis­te­ma ára­be pre­is­lá­mi­co22 de repar­to del botín de gue­rra, reco­no­cien­do que era efec­ti­va­men­te acep­ta­do por las tri­bus gue­rre­ras, cuya ayu­da le resul­ta­ba vital para sus pla­nes expan­sio­nis­tas y para abrir nue­vas rutas de comer­cio segu­ro por el Pró­xi­mo Orien­te23.

De este modos, las tri­bus nóma­das siem­pre depen­dien­tes del azar, las masas empo­bre­ci­das, las y los escla­vos, los pue­blos opri­mi­dos, es decir, la mayo­ría explo­ta­da encon­tra­ba en el islam una cier­ta de estra­te­gia de libe­ra­ción no solo para el futu­ro lejano sino para el inme­dia­to pre­sen­te gra­cias al botín, a la con­quis­ta y a otras medi­das socia­les e ideo­ló­gi­cas del islam que le hacían más atra­yen­te des­de lue­go que el cris­tia­nis­mo, el judaís­mo, el zoroas­tris­mo, el poli­teís­mo y otras reli­gio­nes tri­ba­les meno­res. Para com­pren­der­lo mejor debe­mos resal­tar el contexto:

La desin­te­gra­ción del régi­men de la comu­ni­dad tri­bal en las regio­nes rela­ti­va­men­te avan­za­das de la penín­su­la ará­bi­ga engen­dra­ba una serie de cri­sis que solo pudie­ron ver­se resuel­tas median­te gue­rras exter­nas de inva­sión. Se agu­di­za­ban las con­tra­dic­cio­nes entre una noble­za rica y los miem­bros ordi­na­rios de la comu­ni­dad, cada vez más pobres. Las rela­cio­nes entre los escla­vi­za­do­res y unas masas cada vez más nume­ro­sas de escla­vos tam­bién sir­vie­ron como fuen­te de una cons­tan­te ten­sión social. La solu­ción podía hallar­se en las gue­rras de con­quis­ta, que debían enri­que­cer a todos sus par­ti­ci­pan­tes y con ello tenían que alla­nar la cre­cien­te des­igual­dad con res­pec­to a la pro­pie­dad. El islam pro­por­cio­nó a la ten­den­cia de ese tipo de gue­rras su refor­ma reli­gio­sa24.

Maho­ma cono­cía bien la men­ta­li­dad y la for­ma de vida de los nóma­das. Por eso dio tan­ta impor­tan­cia a todo lo rela­cio­na­do con el repar­to del botín, con el tra­to a los ven­ci­dos, etc., pero sobre todo les dotó de un sen­ti­do de la obe­dien­cia abso­lu­ta al Corán.

La insis­ten­cia de Maho­ma en que no ha exis­ti­do nin­gún pro­fe­ta que no haya sido pas­tor25 expli­ca ade­más de que el islam tie­ne las mis­mas con­cep­cio­nes que el res­to de reli­gio­nes sur­gi­das ini­cial­men­te del cru­ce entre el noma­dis­mo, la gue­rra y el comer­cio, tam­bién exi­ge al pue­blo que obe­dez­ca al pas­tor por­que solo él guía y pro­te­ge al reba­ño de los ata­ques de lobos y otras ali­ma­ñas; por­que solo el pas­tor deci­de la polí­ti­ca de repro­duc­ción del reba­ño y por tan­to sobre los dere­chos supe­rio­res de los semen­ta­les y sobre los infe­rio­res de las hem­bras; y por­que solo el pas­tor deci­de qué par­te del reba­ño ha de ser sacri­fi­ca­do según la volun­tad de dios en la guerra.

Si exten­de­mos este tra­to del pas­tor a su reba­ño al del tra­to del «pas­tor», el pro­fe­ta, el sacer­do­te, el rey…, al reba­ño de cre­yen­tes y súb­di­tos, las ense­ñan­zas son direc­tas y con­tun­den­tes, pero con la dife­ren­cia de que el reba­ño de huma­nos cre­yen­tes pue­de, tal vez, suble­var­se con su «pas­tor». El islam tam­bién cree en la exis­ten­cia de una espe­cie de «pri­me­ra rebe­lión» con­tra Alá, como en el judaís­mo y en el cris­tia­nis­mo, reco­gi­da en el sura 18 en el que Satán se suble­va con­tra Alá, es derro­ta­do, pero se revuel­ve e inten­ta enfren­tar a la huma­ni­dad con­tra dios. El islam sos­tie­ne que la úni­ca garan­tía para no caer en las ten­ta­cio­nes de Satán en cono­cer el Corán de memo­ria, reci­tar­lo y orar al menos cin­co veces al día26. En una socie­dad abru­ma­do­ra­men­te anal­fa­be­ta, la memo­ria era fun­da­men­tal, pero a la vez gene­ra­ba pro­ble­mas polí­ti­co-reli­gio­sos como se demos­tró al poco de morir Maho­ma. Hay que reci­tar de memo­ria el Corán, pero ¿quién dice que lo que se reci­ta per­te­ne­ce al ver­da­de­ro Corán?

Sobre la vida de Maho­ma se sabe más de lo estric­ta­men­te nece­sa­rio según los cri­te­rios de la inves­ti­ga­ción his­tó­ri­ca; des­de lue­go mucho más que sobre la vida del supues­to Jesús que, como hemos vis­to, ade­más de ser prác­ti­ca­men­te nada tie­ne aña­di­dos un sin­fín de mitos intere­sa­dos que per­mi­ten cons­truir tan­tos Jesús como se desee. Aho­ra bien, aun­que esto le con­ce­de una cier­ta ven­ta­ja al islam sobre el cris­tia­nis­mo, sin embar­go, no le libra de todos los pro­ble­mas. Cuan­do murió Maho­ma en 632:

[…] toda­vía no exis­tía un tex­to codi­fi­ca­do del Corán […] uno de los diri­gen­tes del islam, el futu­ro cali­fa Omar, lla­mó la aten­ción del cali­fa Abu Bekr sobre el peli­gro de que con el tiem­po que­da­ra del todo borra­das de la memo­ria de los hom­bres la ense­ñan­za del pro­fe­ta […] El cali­fa Omar (644−656) deci­dió con­fec­cio­nar un nue­vo docu­men­to ofi­cial de la creen­cia islá­mi­ca. Y una vez más se lo encar­gó Zaid, asig­nán­do­le como ayu­da varios escri­bien­tes. Con la asis­ten­cia de las auto­ri­da­des se reco­gían todos los frag­men­tos y manus­cri­tos que se habían con­ser­va­do. Des­pués de uti­li­zar­los y com­po­ner el tex­to canó­ni­co, fue­ron des­trui­dos. Fue­ron con­fec­cio­na­dos cua­tro ejem­pla­res de la nue­va com­pi­la­ción del Corán, uno de los cua­les que­dó en Medi­na, y los res­tan­tes fue­ron envia­dos a los gran­des cen­tros del cali­fa­to: a Kufa, Bas­ra y Damas­co […] el tex­to del Corán que está a nues­tra dis­po­si­ción corres­pon­de al que fijó Zaid ibn Zabit en el año 651 […] Ni en el Corán en su tota­li­dad ni en los suras en par­ti­cu­lar encon­tra­mos una expo­si­ción lógi­ca­men­te cohe­ren­te. Tam­po­co exis­te un orden cro­no­ló­gi­co en la dis­tri­bu­ción de cada sura27.

Hay que decir que hacer un Corán nue­vo fue una deci­sión «suma­men­te polí­ti­ca des­de el momen­to en que se toma­ba como base el tex­to de Haf­sa, que había sido mujer del pro­fe­ta, y venía garan­ti­za­do por la auto­ri­dad de los dos pri­me­ros cali­fas ya enton­ces aureo­la­dos de glo­ria por su espí­ri­tu de equi­dad y sus gran­des triun­fos mili­ta­res»28. Era una deci­sión tri­ple­men­te polí­ti­ca: des­truía cual­quier posi­bi­li­dad de deba­te ulte­rior refor­zan­do así la esen­cia dog­má­ti­ca del islam ante la natu­ra­le­za dia­léc­ti­ca, por ello crí­ti­ca, de la reali­dad; impo­nía la len­gua ára­be, en su dia­lec­to de La Meca, a los pue­blos no ára­bes que se isla­mi­za­ban; y la reafir­ma­ción de dos com­po­nen­tes ele­men­ta­les del islam: la ayu­da a la pobla­ción nece­si­ta­da –al que vol­ve­re­mos– y el papel de la vio­len­cia para rea­li­zar la volun­tad de Alá, carac­te­rís­ti­ca común a las religiones.

La tri­ple deci­sión polí­ti­ca gene­ra pro­ble­mas per­ma­nen­tes al islam, algu­nos de los cua­les ire­mos vien­do en esta bre­ve intro­duc­ción. El más impor­tan­te de ellos es el que sur­ge del pri­mer pun­to: el anta­go­nis­mo entre el dog­ma defi­ni­ti­va­men­te impues­to al haber des­trui­do los tex­tos no acep­ta­dos y la esen­cia dia­léc­ti­ca de la reali­dad siem­pre en movi­mien­to y en la que sur­gen nue­vas situa­cio­nes. Ten­ga­mos en cuen­ta que el Corán es la deci­si­va fuen­te de sabi­du­ría, pero que tam­bién están los suras, cuya auten­ti­ci­dad no fue acep­ta­da por algu­nos sec­to­res islá­mi­cos, según hemos vis­ta arriba.

Con tan poca base de inter­pre­ta­ción de las con­tra­dic­cio­nes nue­vas, solo res­ta el recur­so a la ana­lo­gía o qiyas sis­te­ma­ti­za­da con el nom­bre de iyi­tiahd, que per­mi­tía lle­gar a una con­clu­sión asu­mi­da por todos: la iymá. Pero este méto­do tenía tres gran­des lími­tes: uno era que solo podían prac­ti­car­lo los eru­di­tos, los hom­bres del poder; el otro era que debían cono­cer la len­gua ára­be29 lo sufi­cien­te como para dis­tin­guir las suti­le­zas del len­gua­je, con lo que se refor­za­ba el mono­po­lio polí­ti­co-reli­gio­so del poder de ori­gen ára­be; y tres, el más impor­tan­te, que el méto­do ana­ló­gi­co común en la Anti­güe­dad, en la teo­lo­gía de Tomas de Aquino y en el pre­sen­te30, solo es efec­ti­vo en los pri­me­ros pasos super­fi­cia­les del estu­dio de las con­tra­dic­cio­nes en su movi­mien­to interno, logran­do nive­les bajos de cer­ti­dum­bre pro­ba­ble, lími­te que exi­ge la uti­li­za­ción de otros méto­dos más rigurosos.

Resul­ta por tan­to com­pren­si­ble que rápi­da­men­te sur­gie­ran deba­tes sobre el tema, algu­nos de los cua­les die­ron paso a pro­fun­das rup­tu­ras en el islam. Hana­fíes, mali­quíes sha­fíes, ham­ba­líes y otros gru­pos que no sobre­vi­vie­ron tenían dife­ren­cias más o menos fuer­tes con el dog­ma impues­to por el gru­po de Omar, sobre todo en el méto­do basa­do en el empleo de la ana­lo­gía, iyi­tiahd, para inter­pre­tar lo nue­vo en base a la ver­sión dog­má­ti­ca de las leyen­das sagra­das atri­bui­das a Maho­ma, los hadizhadis. Los aba­díes y los zai­díes sí tenían algu­nas dife­ren­cias más agu­das, pero fue­ron los chiíes quie­nes más se dis­tan­cia­ron. De todos modos y al mar­gen de lo ante­rior, sí exis­te una uni­dad en todas las corrien­tes islá­mi­cas, se tra­ta del papel de los ule­mas, los sabios, eru­di­tos, o espe­cia­lis­tas en la inter­pre­ta­ción del Corán, de la sun­na y de la sha­ria:

A pesar de la natu­ra­le­za par­cial­men­te teó­ri­ca de la sha­ria, o qui­zá por eso mis­mo, los que la ense­ña­ron, inter­pre­ta­ron o admi­nis­tra­ron, los ule­mas, debían ocu­par un lugar impor­tan­te en los Esta­dos y en las socie­da­des musul­ma­nes. Como guar­dia­nes de una ela­bo­ra­da nor­ma de com­por­ta­mien­to social has­ta cier­to pun­to podían impo­ner lími­tes a los actos de los gober­nan­tes, o por lo menos acon­se­jar­los: tam­bién podían actuar como por­ta­vo­ces de la comu­ni­dad o, al menos, de su sec­tor urbano. Pero en con­jun­to, tra­ta­ban de dis­tan­ciar­se tan­to del gobierno como de la socie­dad31.

Pero la gue­rra no era el úni­co ni el deci­si­vo medio de expan­sión del islam; de hecho, la gue­rra era jus­ti­fi­ca­da solo como medio «defen­si­vo» ante los infie­les o here­jes. Las medi­das socia­les, fis­ca­les, de ayu­da a los pobres, de rela­ti­va tole­ran­cia para las otras reli­gio­nes, etc., fue­ron medios legi­ti­ma­do­res tan­to o más efec­ti­vos que la gue­rra, cuya fero­ci­dad fue inclu­so sua­vi­za­da por Abu Bakr, pri­mer suce­sor de Maho­ma. En efec­to, para faci­li­tar la con­quis­ta de Siria evi­tan­do el mayor daño posi­ble, Abu Bakr decre­tó este decálogo:

Ten­go diez man­da­mien­tos que con­fia­ros: No enga­ñéis ni robéis. No hagáis trai­ción. No matéis niños, ni muje­res, ni ancia­nos. No que­méis los pal­ma­res. No cor­téis los árbo­les fru­ta­les. No des­tru­yáis las cose­chas. No matéis gana­do ni came­llos, a no ser que sea para sus­ten­ta­ros. Sacri­fi­cad a los mon­jes de cabe­za rapa­da. Dejad en paz a los ermi­ta­ños32.

Aun­que como vere­mos lue­go exis­tía una gran dife­ren­cia entre lo escri­to y lo prac­ti­ca­do, para aque­lla épo­ca de expan­sión hacia Siria el decá­lo­go de Abu Bakr es una joya del huma­nis­mo com­pa­ra­da con la bru­ta­li­dad cris­tia­na y per­sa, a pesar de orde­nar la eje­cu­ción del núcleo mili­tan­te de la ideo­lo­gía infiel: los mon­jes de cabe­za rapa­da. Dis­po­ne­mos de una bru­tal com­pa­ra­ción entre el méto­do musul­mán y el cris­tiano, leyen­do lo siguiente:

Los con­quis­ta­do­res cru­za­dos ani­qui­la­ron las últi­mas liber­ta­des indi­vi­dua­les de la pobla­ción cam­pe­si­na de las regio­nes inva­di­das. La situa­ción eco­nó­mi­ca y legal de los agri­cul­to­res y gana­de­ros, viti­cul­to­res y fru­ti­cul­to­res de Siria y Pales­ti­na empeo­ró brus­ca­men­te. Todos ellos, musul­ma­nes y cris­tia­nos, debían de tra­ba­jar para sus nue­vos seño­res, los fran­cos, con mayor inten­si­dad que para los ante­rio­res: bizan­ti­nos, ára­bes y sel­yú­ci­das […] Los sier­vos fue­ron some­ti­dos a la más des­pia­da­da opre­sión y explo­ta­ción. Sus tie­rras fue­ron con­si­de­ra­das pro­pie­dad de los con­quis­ta­do­res y ellos per­so­nal­men­te ads­cri­tos a la tie­rra: cam­bia­ban de due­ño jun­to con ella (a veces por sepa­ra­do)33.

El con­tras­te entre una for­ma de gue­rra y otra es abso­lu­to. Muy fre­cuen­te­men­te, el avan­ce del islam era pre­ce­di­do por su fama, por su pres­ti­gio como movi­mien­to reli­gio­so menos injus­to, más res­pe­tuo­so que los que sufrían los pue­blos cris­tia­ni­za­dos. Ade­más de esto, el islam, como hemos dicho, desa­rro­lló polí­ti­cas de inte­gra­ción muy efec­ti­vas por­que, entre otras medi­das, redu­cían mucho las obli­ga­cio­nes fis­ca­les a los con­ver­sos34. Por ejemplo:

Uno de los secre­tos del ejér­ci­to era su acti­tud rela­ti­va­men­te libe­ral hacia las reli­gio­nes de los pue­blos derro­ta­dos, des­de lue­go siem­pre que fue­ran mono­teís­tas. El man­da­mien­to de Maho­ma de tra­tar a los judíos y a los cris­tia­nos como «pue­blos del Libro» les pro­por­cio­na­ba pro­tec­ción legal. El Pro­fe­ta insis­tió en una cono­ci­da car­ta a los coman­dan­tes del ejér­ci­to en el sur de Ara­bia: «Cual­quier per­so­na, ya sea judía o cris­tia­na, que se con­vier­te en musul­ma­na es uno de los cre­yen­tes, con los mis­mos dere­chos y obli­ga­cio­nes. Cual­quie­ra que se afe­rre a su judaís­mo o a su cris­tia­nis­mo no será con­ver­ti­do y debe [pagar] el impues­to esta­ble­ci­do sobre todo adul­to, hom­bre o mujer, libre o escla­vo». No sor­pren­de que los judíos, que habían sufri­do una dura per­se­cu­ción bajo el Impe­rio bizan­tino, salu­da­ran a los nue­vos con­quis­ta­do­res e inclu­so se ale­gra­ran de su triun­fo. Hay tes­ti­mo­nios judíos y musul­ma­nes que mues­tran que con­tri­bu­ye­ron a la vic­to­ria de las fuer­zas ára­bes35.

Sec­to­res más o menos impor­tan­tes de las cla­ses ricas empe­za­ron a com­pren­der que man­ten­drían sus pro­pie­da­des si nego­cia­ban su isla­mi­za­ción, como fue el caso de La Meca36 antes de la entra­da triun­fal de Maho­ma en ella. Tam­bién algu­nos pue­blos ven­ci­dos, como los judíos de Yai­bar37, pudie­ron nego­ciar las con­di­cio­nes del tri­bu­to al islam de for­ma rela­ti­va­men­te jus­ta. Pero eran las masas de cam­pe­si­nos pobres que se con­ver­tían al islam las que salían más bene­fi­cia­das por­que, ade­más de dejar de ser explo­ta­das has­ta la exte­nua­ción, pasa­ban a reci­bir una ayu­da públi­ca si es que no logra­ban salir de la pobre­za. El Corán obli­ga a todo cre­yen­te con una can­ti­dad sufi­cien­te de recur­sos a pagar el zakat que es un:

[…] impues­to para los pobres des­ti­na­do a soco­rrer a los musul­ma­nes más des­fa­vo­re­ci­dos. El zakat no es una cari­dad, sino un dere­cho de los pobres esta­ble­ci­do por la ley fren­te a los ricos. La cari­dad, que tam­bién es una obli­ga­ción impues­ta a los ricos por el Islam debe pagar­se adi­cio­nal­men­te, con­for­me a la con­cien­cia de cada uno […] Pero la can­ti­dad que efec­ti­va­men­te se paga pue­de ser pura­men­te nomi­nal, dado que el Corán prohí­be espe­cí­fi­ca­men­te que se esta­blez­ca una buro­cra­cia para recau­dar el impues­to. Por el con­tra­rio, el dine­ro debe pagar­se por sen­ti­do del deber, so pena de un cas­ti­go en la otra vida. […] el men­sa­je bási­co del Corán es que toda rique­za de este mun­do es impu­ra sal­vo que se uti­li­ce al ser­vi­cio de Alá y el Islam, y el libro está lleno de adver­ten­cias acer­ca del terri­ble des­tino que espe­ra a quie­nes se enri­que­cen median­te la «usu­ra» o no com­par­ten su rique­za con otros musul­ma­nes. Un pasa­je habla de un rico en el infierno a quien se que­ma con mone­das al rojo blan­co. El rico solo pue­de «puri­fi­car» su rique­za, de la que des­pués pue­de gozar con la ben­di­ción de Alá, si paga el zakat38.

Con estas y otras leyes nue­vas –como la supre­sión de impues­tos, etc.– el islam logró atraer a sus filas a masas de con­ver­sos fue­ran ricos o pobres, de modo que aumen­ta­ron los gas­tos y dis­mi­nu­ye­ron los ingre­sos. Por eso, en año 700 se decre­tó que los nue­vos con­ver­sos debían seguir pagan­do impues­tos. Aun así: «Inclu­so los tri­bu­tos impues­tos a los infie­les y a los per­te­ne­cien­tes a otras nacio­na­li­da­des por par­te musul­ma­na, fue­ron, por regla gene­ral, meno­res que las car­gas que sopor­ta­ban los habi­tan­tes del impe­rio ira­ní y del impe­rio bizan­tino por par­te de sus opre­so­res»39. Dicho de otro modo:

En lugar del abu­so sobre los opri­mi­dos –muje­res, escla­vos, pobres y mar­gi­na­dos– o la indi­fe­ren­cia con res­pec­to a ellos, se esta­ble­cie­ron como impe­ra­ti­vos mora­les la com­pa­sión, la cari­dad y la pro­tec­ción. Los musul­ma­nes cons­ti­tuían una comu­ni­dad (umma) basa­da en la igual­dad for­mal, dere­chos uni­ver­sa­les y un úni­co códi­go de leyes. El islam era un inten­to de poner orden en un mun­do frac­tu­ra­do. […] Los hos­cos cam­pe­si­nos de Siria e Irak no sen­tían nin­gún pesar por la derro­ta de sus amos. A menu­do daban la bien­ve­ni­da a los ára­bes como libe­ra­do­res. Muchos de los anti­guos terra­te­nien­tes huye­ron. Los impues­tos eran más bajos. El judaís­mo, el cris­tia­nis­mo y el zoroas­tris­mo eran tole­ra­dos; y muchos se con­vir­tie­ron pron­to al islam. El domi­nio ára­be solía sig­ni­fi­car una vida un poco mejor40.

Pese a todo esto, el Corán no ata­ca la pro­pie­dad pri­va­da, no la con­de­na. M. Rodin­son nos expli­ca que algo más de dos siglos antes de Maho­ma sur­gió en Per­sia un movi­mien­to «comu­nis­ta» con­tra la pro­pie­dad pri­va­da en el que des­ta­ca­ba el recha­zo a la pro­pie­dad de las muje­res en los hare­nes. Este «comu­nis­mo» fue sua­vi­za­do bas­tan­te por el empe­ra­dor per­sa Kawadh I (448−531) pero por razo­nes de lucha de cla­ses que pode­mos ima­gi­nar fácil­men­te, fue aban­do­na­do por el sobe­rano suce­sor Jor­lo I (531−579), hijo de Kawadh I, que reins­tau­ró la pro­pie­dad privada:

A fines de su rei­na­do debió de nacer Muham­mad, y segu­ra­men­te en Ara­bia se debió de haber dis­cu­ti­do mucho acer­ca de la expe­rien­cia comu­nis­ta que se había desa­rro­lla­do en el pode­ro­so impe­rio vecino. Tam­bién Muham­mad pre­di­ca con­tra la rique­za y los ricos, sobre todo en el comien­zo de su pre­di­ca­ción en La Meca. Sus prin­ci­pa­les repro­ches con­tra la for­tu­na se basan en que ins­pi­ran orgu­llo y apar­tan de Dios. Sin embar­go, sus pres­crip­cio­nes no cues­tio­na­ban en abso­lu­to, como las de Maz­dak y Zara­dusht, su maes­tro, la pro­pie­dad en sí mis­ma»41.

Si, como se supo­ne, en Ara­bia se dis­cu­tió mucho la recien­te expe­rien­cia «comu­nis­ta» per­sa, Maho­ma debía cono­cer al menos los rudi­men­tos de ese deba­te basa­do en hechos reales, y es por esto que cobra aún más impor­tan­cia su defen­sa de la pro­pie­dad pri­va­da e implí­ci­ta­men­te su recha­zo al «comu­nis­mo» fac­ti­ble en la épo­ca. En el Corán:

No se cues­tio­na la dife­ren­cia­ción de las con­di­cio­nes socia­les, que se con­ci­be como volun­tad de Dios, natu­ral e inclu­so des­ti­na­da a per­pe­tuar­se, sin duda con cri­te­rios dis­tin­tos en el otro mun­do: «Con­si­de­ra como colo­ca­mos algu­nos por enci­ma de otros. La Vida Eter­na tie­ne gra­dos y pre­fe­ren­cias aún mayo­res (17:22/21)» […] El reme­dio con­tra los males cau­sa­dos por la des­igual­dad de rique­zas, que cons­ti­tu­ye un impues­to a los ricos, en cier­ta medi­da en pro­ve­cho de las obras de bene­fi­cen­cia del jefe de la comu­ni­dad, es del tipo cla­ra­men­te «refor­mis­ta» aún para la épo­ca42.

Otro fac­tor de atrac­ción del islam era su mane­ra de ase­gu­rar el poder patriar­cal en un momen­to de cri­sis y en socie­da­des tan dife­ren­tes. La uto­pía «comu­nis­ta» per­sa de los siglos V y VI lucha­ba con­tra la opre­sión de la mujer redu­ci­da a pro­pie­dad del hom­bre, al menos en los hare­nes. Tam­po­co en esta vital cues­tión de la liber­tad huma­na el Corán ata­ca­ba la pro­pie­dad mas­cu­li­na sobre las mujeres:

El matri­mo­nio es defi­ni­do en el Islam como el víncu­lo con­yu­gal entre dos per­so­nas de sexo dife­ren­te, com­pro­me­ti­das a con­vi­vir según las nor­mas del Sariá. El Corán, sin embar­go, pres­cri­be el dere­cho del varón a casar­se has­ta con cua­tro muje­res a la vez, y prohí­be que la mujer ten­ga más de un espo­so. Según los hadi­ces, el matri­mo­nio y la pro­crea­ción son debe­res del buen cre­yen­te. La natu­ra­le­za jurí­di­ca del matri­mo­nio musul­mán es con­trac­tual civil.

La mujer es el obje­to del con­tra­to y por ella se paga un pre­cio. La unión matri­mo­nial maho­me­ta­na se cla­si­fi­ca en per­ma­nen­te, pro­vi­sio­nal y con escla­vas, y pue­de con­cer­tar­se de for­ma escri­ta y oral ante el cadí. Ade­más, es legí­ti­mo el matri­mo­nio entre meno­res de edad y se con­fie­re a los padres el dere­cho de casar a los hijos según su con­ve­nien­cia, por lo que resul­ta una prác­ti­ca común que los pro­ge­ni­to­res casen a las hijas des­de el naci­mien­to para ir reci­bien­do el pre­cio acor­da­do con el mari­do o con sus padres en los pla­zos fija­dos. El Sariá reco­no­ce la vali­dez del matri­mo­nio for­zo­so. El Corán esti­pu­la como deber del hom­bre pegar­le a la espo­sa rebel­de, así como el encie­rro per­pe­tuo de las infie­les en casa del espo­so. El cas­ti­go cor­po­ral no está limi­ta­do, es legí­ti­ma facul­tad mas­cu­li­na sobre su cón­yu­ge, de modo que se exo­ne­ra de res­pon­sa­bi­li­dad penal al espo­so cuya mujer falle­cie­re como resul­ta­do de una gol­pi­za con fines «edu­ca­ti­vos». La mujer, a par­tir del casa­mien­to, adquie­re la con­di­ción de pro­pie­dad pri­va­da del mari­do43.

A mayor abun­da­mien­to, cada mujer debe tener un guar­dián mas­cu­lino que pue­de ser su padre, un her­mano o cual­quier miem­bro de la fami­lia. Solo el mari­do debía entre­gar la dote que pasa­ba a ser pro­pie­dad de la mujer, aumen­tan­do su patri­mo­nio pro­pio. La mujer, supe­di­ta­da al mari­do, tenía, sin embar­go, dere­cho a exi­gir ropa apro­pia­da, sus­ten­to, alo­ja­mien­to y rela­cio­nes sexua­les, y podía negar al mari­do méto­dos anti­con­cep­ti­vos. Para divor­ciar­se, la mujer tenía que demos­trar que el mari­do esta­ba loco, era impo­ten­te o no res­pe­ta­ba los dere­chos que hemos cita­do, todo ello argu­men­ta­do ante la auto­ri­dad. El mari­do podía repu­diar a su mujer sim­ple­men­te con decir­lo en públi­co44. Aun­que muchas de estas cues­tio­nes se podían nego­ciar antes del con­tra­to matri­mo­nial, la reali­dad era que la inmen­sa mayo­ría de las muje­res care­cían de la fuer­za nego­cia­do­ra sufi­cien­te para garan­ti­zar la prác­ti­ca de esos míni­mos dere­chos duran­te el matrimonio.

La polí­ti­ca que hoy lla­ma­ría­mos inter­cla­sis­ta y patriar­cal, expli­ca tam­bién la rela­ti­va faci­li­dad con la que acep­ta­ban el islam la mayo­ría de las cla­ses ricas, como veni­mos vien­do y como se con­fir­mó de nue­vo la rápi­da isla­mi­za­ción de la mayor par­te de la penín­su­la ibé­ri­ca des­de 711. Lo que sí está cla­ro es que una de las razo­nes para ello fue las ven­ta­jas socia­les que daba a sec­to­res de las cla­ses nobles cris­tia­na pero tam­bién al cam­pe­si­na­do y arte­sa­na­do urbano, así como «la admi­ra­ción por la cul­tu­ra que el Islam traía con­si­go», sin olvi­dar­nos de que los muchos cris­tia­nos arria­nos no tenían mayo­res pro­ble­mas teo­ló­gi­cos por­que defen­dían que Jesús no era dios45. Pero una vez ase­gu­ra­do el poder, man­te­nían una sepa­ra­ción estric­ta46 con los cris­tia­nos y los judíos, o con los per­sas, que en deter­mi­na­dos casos ten­día a sua­vi­zar­se por la mis­ma fre­cuen­cia de los con­tac­tos coti­dia­nos y comer­cia­les en la vida urbana.

Las ten­sio­nes entre la sepa­ra­ción estric­ta y los acer­ca­mien­tos inevi­ta­bles suce­die­ron, por ejem­plo, en la penín­su­la ibé­ri­ca, en al-Ánda­lus. Aquí, por razo­nes espe­cí­fi­cas el poder musul­mán se con­vir­tió en un «Esta­do mili­ta­ri­za­do» sin paran­gón duran­te varios siglos con el gra­do de mili­ta­ri­za­ción de los rei­nos cris­tia­nos del nor­te, del caro­lin­gio y de los pos­te­rio­res. Los ejér­ci­tos de Alman­zor (939−1002), con más de 45.000 jine­tes, más de 25.000 infan­tes, más de 2.000 acé­mi­las, etc., eran el resul­ta­do de la orga­ni­za­da pro­duc­ción de armas en masa en Gra­na­da47, de la efi­caz orga­ni­za­ción buro­crá­ti­ca, etc. Los bene­fi­cios obte­ni­dos como botín de gue­rra en estas expe­di­cio­nes –escla­vas y escla­vos, rehe­nes, gana­do, oro y pla­ta, armas, pres­ti­gio de invul­ne­ra­bi­li­dad y polí­ti­ca del mie­do, pac­tos y matri­mo­nios de some­ti­mien­to– com­pen­sa­ban con fre­cuen­cia los gas­tos iniciales.

En al-Ánda­lus las comu­ni­da­des cris­tia­nas y judías con­si­de­ra­das «pro­te­gi­das», es decir, las que acep­ta­ban el nue­vo poder a cam­bio de ven­ta­jas, goza­ron de bas­tan­te res­pe­to para las con­di­cio­nes de la épo­ca en lar­gos perío­dos: una ««tole­ran­cia dis­cri­mi­na­to­ria», si bien se admi­tía su pre­sen­cia y se les reco­no­cían cier­tas liber­ta­des, no goza­ban de la ple­ni­tud de dere­chos y, ade­más, deter­mi­na­das nor­mas y sig­nos exter­nos los seña­la­ban como miem­bros de dichas mino­rías o mar­ca­ban su posi­ción de infe­rio­ri­dad res­pec­to a los musul­ma­nes». La tole­ran­cia ter­mi­na­ba cuan­do los «pro­te­gi­dos» trans­gre­dían la ley, deni­gra­ban al islam, etc., de for­ma gra­ve; enton­ces, si no se arre­pen­tían, eran eje­cu­ta­dos como algu­nos cris­tia­nos en Gra­na­da en la mitad del siglo IX, como judíos en el pro­gro­mo de 1066, o la depor­ta­ción a Marrue­cos en 1126 de cen­te­na­res de cris­tia­nos que habían apo­ya­do la frus­tra­da inva­sión inten­ta­da por el rey de Zara­go­za48.

Aho­ra bien, esta faci­li­dad para absor­ber nue­vos cre­yen­tes tenía un peli­gro real: los muchos con­ver­sos por opor­tu­nis­mo, para mejo­rar, por egoís­mo, etc., en vez de por con­vic­ción pro­fun­da, lo que, uni­do al rápi­do enri­que­ci­mien­to del islam con la con­quis­ta de gran­des terri­to­rios, faci­li­tó la apa­ri­ción de una cas­ta inter­na de bene­fi­cia­dos y corrup­tos que que­rían una «vida cómo­da y tran­qui­la»49 en vez de la aus­te­ra pra­xis de Maho­ma y de los dos pri­me­ros cali­fas, Abu Bakr (573−634) y Umar. Aun­que no debe­mos emplear nues­tro con­cep­to de cla­se social y de lucha de cla­ses a aque­lla épo­ca, según veni­mos insis­tien­do, sí pode­mos decir que la feroz vio­len­cia social que esta­lló enton­ces refle­ja­ba la irre­con­ci­lia­bi­li­dad de dos mode­los de jus­ti­cia, equi­dad y regu­la­ción colec­ti­va. El ter­cer cali­fa, Utman (644−656) per­te­ne­cía a los cla­nes más ricos del islam, a los que favo­re­ció tan des­ca­ra­da­men­te que pro­vo­có males­tar popu­lar. Los lla­ma­dos «jari­yíes» defen­dían el mode­lo ini­cial, el zakat, la con­fra­ter­ni­dad, sos­te­nien­do que la exce­si­va per­mi­si­bi­li­dad esta­ba minan­do el men­sa­je del pro­fe­ta. El ter­cer cali­fa, Utman, sos­te­nía que era nece­sa­rio rela­ti­vi­zar las exi­gen­cias, sua­vi­zar el rigor ini­cial para seguir expan­dien­do el islam con nue­vos adep­tos. Fue eje­cu­ta­do, o ase­si­na­do según ver­sio­nes, por quie­nes defen­dían la pure­za, por las duras tri­bus bedui­nas y el pue­blo. El islam se rom­pió en varios tro­zos que se amal­ga­ma­ron en dos gran­des bloques,

Pode­mos apli­car al sec­tor social repre­sen­ta­do por Utman la siguien­te filo­so­fía polí­ti­co-reli­gio­sa con­te­ni­da en esta cita:

Los desas­tres y las injus­ti­cias se hacían más sopor­ta­bles cuan­do sus víc­ti­mas podían pre­ver la bien­aven­tu­ran­za futu­ra. Las nue­vas reli­gio­nes tam­bién hicie­ron del repar­to de limos­nas una obli­ga­ción para el soco­rro de los pobres, los enfer­mos, los huér­fa­nos y otras per­so­nas que sufrían en este mun­do. Ade­más, for­mar par­te de una comu­ni­dad reli­gio­sa prós­pe­ra ofre­cía a menu­do ven­ta­jas eco­nó­mi­cas, como no tar­da­ron en des­cu­brir los mer­ca­de­res que se hicie­ron musul­ma­nes50.

Pero la gran mayo­ría de los mer­ca­de­res se con­vier­ten a una nue­va reli­gión para ampliar sus nego­cios, o al menos con­ser­var­los. El Corán tam­bién con­de­na­ba la usu­ra, pero no lo que el refor­mis­mo de hoy deno­mi­na «comer­cio jus­to» que es una for­ma cíni­ca de trans­fe­rir valor del pobre al rico: los comer­cian­tes musul­ma­nes encon­tra­ron bien pron­to los medios para enri­que­cer­se sin pecar con­tra Alá de modo que se recru­de­ció la lucha de cla­ses. La cri­sis del cali­fa­to abba­sí estu­vo tam­bién sur­ca­da por rebe­lio­nes socia­les y «sece­sio­nes pro­vin­cia­les». De las rebe­lio­nes aho­ra solo vamos a expo­ner las tres más cono­ci­das. Un repar­to equi­ta­ti­vo y jus­to de la rique­za y en espe­cial de la tie­rra era la rei­vin­di­ca­ción común que las relacionaba.

La pri­me­ra fue la de los lla­ma­dos baba­kíes que esta­lló en ple­na gue­rra civil entre los hijos de Harun-al-Ras­chid, resis­tió duran­te casi dos déca­das en la zona sep­ten­trio­nal del impe­rio. La deno­mi­na­da como rebe­lión de los escla­vos negros esta­lló en la segun­da mitad del siglo IX por­que los tra­ba­ja­do­res afri­ca­nos de la sal no aguan­ta­ron las con­di­cio­nes inhu­ma­nas que sufrían; des­co­no­cían la len­gua ára­be, lo que nos les impi­dió atraer­se a otros sec­to­res explo­ta­dos lle­gan­do a con­tro­lar las pro­vin­cias cen­tra­les del imperio.

La ter­ce­ra esta­lló a par­tir de 901: el movi­mien­to Kar­ma­ta era una sec­ta secre­ta del shiís­mo que vivía en gru­pos con una espe­cie de pro­pie­dad comu­nis­ta, lo que hacía que sec­to­res opri­mi­dos de la ciu­dad y el cam­po se suma­ran al pro­yec­to igua­li­ta­rio. Lle­ga­ron a libe­rar La Meca y amplias zonas de la penín­su­la ará­bi­ga duran­te medio siglo y aun­que fue­ron derro­ta­dos, su uto­pía polí­ti­co-reli­gio­sa nun­ca des­apa­re­ció y resur­ge bajo otras for­mas para deses­pe­ra­ción de la cla­se domi­nan­te. Ade­más, estas y otras rebe­lio­nes meno­res se entre­mez­cla­ban con las resis­ten­cias de los pue­blos que, isla­mi­za­dos o no, se empie­zan a suble­var con­tra el poder impe­rial abba­sí des­de 873 en ade­lan­te51. Vemos que, ade­más de otros pro­ble­mas, Bag­dad fue debi­li­ta­da por la lucha de cla­ses y por las luchas etno-nacio­na­les de la épo­ca. En este sen­ti­do, el islam no se dife­ren­cia en nada sus­tan­cial del cristianismo.

Des­de una visión más gene­ral, pode­mos decir que el islam inte­gró tro­zos de múl­ti­ples cre­dos muy des­igua­les entre sí: des­de las tra­di­cio­nes de las tri­bus nóma­das, has­ta la sofis­ti­ca­ción del cris­tia­nis­mo bizan­tino, pasan­do por el judaís­mo y res­tos sasá­ni­das e indios. Su ful­gu­ran­te expan­sión ini­cial fue debi­da fun­da­men­tal­men­te a cin­co razo­nes: una, la abun­dan­cia de came­llos, los úni­cos ani­ma­les capa­ces de atra­ve­sar inhós­pi­tos desier­tos con gran­des pesos a sus espal­das, lo que les per­mi­tía con­cen­trar rápi­da­men­te tro­pas en los pun­tos ele­gi­dos; pero sobre todo, los tres más impor­tan­tes: «las con­vic­cio­nes reli­gio­sas y los lazos de soli­da­ri­dad que les acom­pa­ña­ban […] la exi­gen­cia reli­gio­sa de apren­der la len­gua ára­be con el fin de memo­ri­zar y reci­tar el Corán, jun­to con la pere­gri­na­ción a La Meca, obli­ga­to­ria para todos los que pudie­ran per­mi­tír­se­lo, hacía que las eli­tes de todo el mun­do musul­mán en expan­sión estu­vie­ran en con­tac­to unas con otras, al menos de for­ma leve»52.

Y la quin­ta razón, de este lis­ta­do ele­men­tal, era la poten­cia­ción del comer­cio a lar­ga dis­tan­cia: Maho­ma había sido comer­cian­te antes de dar­se cuen­ta de que podía hacer­se más rico hacién­do­se el úni­co pro­fe­ta de Alá y cen­tra­li­zan­do el nego­cio divino en La Meca, lo que expli­ca por qué «los musul­ma­nes res­pe­ta­ban a los comer­cian­tes y los hábi­tos de mer­ca­do mucho más que los gober­nan­tes de impe­rios ante­rio­res […] El islam pri­mi­ti­vo reu­nió inter­cam­bios eco­nó­mi­cos de gran alcan­ce bajo un solo techo al for­mar los mer­ca­de­res una red eco­nó­mi­ca muy amplia. Podían ope­rar des­de Marrue­cos has­ta Irán y (en 700) encon­trar la ley musul­ma­na y un con­cep­to inva­ria­ble del con­tra­to don­de­quie­ra que fue­sen […] Musul­ma­nes, cris­tia­nos y judíos toma­ban par­te en esta acti­vi­dad comer­cial, pero la pros­pe­ri­dad exi­gía uni­dad y paz en el rei­no del islam, y esa con­di­ción era difí­cil de man­te­ner»53.

Cada pue­blo era más o menos recep­ti­vo al islam depen­dien­do de su his­to­ria y de sus con­tra­dic­cio­nes inter­nas, pero una razón muy atra­yen­te fue su sen­ti­do de her­man­dad soli­da­ria que toda­vía recor­da­ban las masas empo­bre­ci­das de las ciu­da­des y pue­blos impor­tan­tes, y las tri­bus nóma­das que con­ser­va­ban for­mas de reco­lec­ción y pas­to­reo en amplias zonas comu­na­les. La expan­sión hacia Áfri­ca así lo confirma:

Los mer­ca­de­res afri­ca­nos empe­za­ron a mirar con bue­nos ojos al isla­mis­mo antes de 800, y en 950 tuvo lugar la pri­me­ra con­ver­sión (cono­ci­da) de un rey afri­cano. Antes de esa fecha, los gober­nan­tes de Áfri­ca occi­den­tal recha­za­ban la fe de Maho­ma, con todas las ven­ta­jas de alfa­be­ti­za­ción y de par­ti­ci­pa­ción en el mun­do en gene­ral que traía con­si­go, por­que la con­ver­sión obli­ga­ba a repu­diar las pre­ten­sio­nes de poder sagra­do deri­va­das de las tra­di­cio­nes reli­gio­sas loca­les54.

Pero el isla­mis­mo, como veni­mos dicien­do, aglu­ti­na­ba tam­bién sen­ti­mien­tos más pro­fun­dos que los sim­ple­men­te comer­cia­les. Las rebe­lio­nes arma­das de pue­blos que seguían el Corán con­tra inva­so­res cris­tia­nos apo­ya­do direc­ta e indi­rec­ta­men­te por cola­bo­ra­do­res musul­ma­nes, han sido y son fre­cuen­tes. Mien­tras que en la Euro­pa del siglo XVI se libra­ba una feroz lucha entre el dios medie­val en deca­den­cia y el dios bur­gués en ascen­so, como hemos vis­to, tam­bién los segui­do­res de Alá se suble­va­ron en las Alpu­ja­rras anda­lu­zas con­tra los ejér­ci­tos del impe­rio espa­ñol. En un prin­ci­pio los espa­ño­les res­pe­ta­ron los acuer­dos de la ren­di­ción de Gra­na­da en 1492, pero al poco tiem­po empe­za­ron a incum­plir­las con excu­sas pere­gri­nas, pro­vo­can­do des­de 1560 a 1568 una situa­ción insos­te­ni­ble para la pobla­ción musul­ma­na, sobre todo para su cla­se cam­pe­si­na inde­fen­sa ante tan­ta injus­ti­cia. Algu­nos de los miem­bros del poder espa­ñol habían esta­do en el Con­ci­lio de Tren­to, en via­jes por el cen­tro y nor­te de Euro­pa con­vul­sio­na­da por las gue­rras polí­ti­co-reli­gio­sas, etc., y pen­sa­ban que el islam en la penín­su­la era una «ano­ma­lía»55 que debía ser exter­mi­na­da por­que, entre otras cosas, debi­li­ta­ba la lucha del cato­li­cis­mo con­tra el protestantismo.

La resis­ten­cia musul­ma­na era tan efi­caz y exten­sa que el cato­li­cis­mo espa­ñol recu­rrió en 1570 a su expul­sión de unas tie­rras en la que lle­va­ba vivien­do des­de el 711, pero «la hues­te de don Anto­nio de Luna com­pues­ta por 4.110, come­te tal cúmu­lo de latro­ci­nios que encien­de las lla­mas de la rebe­lión a su paso»56. El ejér­ci­to espa­ñol dis­po­nía de una abru­ma­do­ra supe­rio­ri­dad de medios téc­ni­cos y de recur­sos, pero esta­ba podri­do por la corrup­ción de la mayo­ría de sus man­dos y la indis­ci­pli­na de sus tro­pas, lan­za­das al saqueo de botín en vez que a la gue­rra: su man­do supre­mo en la zona, don Juan de Aus­tria, tuvo que depu­rar­lo, reci­bir refuer­zos y crear una uni­dad de 1.000 tro­pas muy bien arma­das com­pues­ta por cri­mi­na­les y ladro­nes cata­la­nes, per­do­na­dos a cam­bio de matar musul­ma­nes57. El pue­blo suble­va­do con­tó con ayu­da soli­da­ria del exte­rior, como oto­ma­nos, marro­quíes, arge­li­nos…, pero se ter­mi­na­ba impo­nien­do la supe­rio­ri­dad espa­ño­la. La derro­ta tur­ca en Lepan­to en 1571 aca­ba con cual­quier posi­bi­li­dad de ayu­da y la gue­rra de libe­ra­ción es derro­ta­da ese año no sin resis­ten­cias deses­pe­ra­das como la del pue­blo de Galera:

A las cin­co de la tar­de la pobla­ción fue defi­ni­ti­va­men­te toma­da, no se per­do­nó a nin­gún varón por enci­ma de los 12 años y, en total, unos 4.500 civi­les y 2.400 gue­rre­ros murie­ron aquel día; otros 1.500 fue­ron escla­vi­za­dos o depor­ta­dos a La Man­cha. La ciu­dad fue que­ma­da, arra­sa­da y se espar­ció sal por sus calles y vivien­das, por lo que de resul­tas que­dó des­ha­bi­ta­da duran­te varios años. Los cris­tia­nos sufrie­ron en el asal­to unos 200 muer­tos y qui­nien­tos heri­dos, aun­que obtu­vie­ron un esplén­di­do botín de seda, ropa­jes, oro, joyas y abun­dan­te tri­go y ceba­da58.

La suble­va­ción nacio­nal del pue­blo moris­co se pro­du­jo duran­te el ini­cio del capi­ta­lis­mo comer­cial, en la segun­da mitad del siglo XVI. A fina­les del siglo XIX el capi­ta­lis­mo se acer­ca­ba al final de su fase colo­nia­lis­ta ven­cien­do las resis­ten­cias de los pue­blos. Una de ellas, la suda­ne­sa diri­gi­da por Moham­mad Ahmad, cono­ci­do como el Mah­di, tie­ne un espe­cial valor his­tó­ri­co por­que mues­tra la uni­dad de con­tra­rios que defi­ne cual­quier reli­gión, en este caso la musul­ma­na. Des­de 1821 Egip­to, a las órde­nes de Tur­quía, explo­ta­ba el Sudán por los enor­mes bene­fi­cios que daba: la com­pra-ven­ta de escla­vos des­de el sur hacia el nor­te era uno de los más ren­ta­bles. Los tra­fi­can­tes de escla­vos eran mejor tra­ta­dos y paga­ban menos impues­tos cuan­to más ricos eran, las cla­ses pobres aguan­ta­ban la peor par­te. El fútil inten­to de aca­bar con la escla­vi­tud, el aumen­to de los impues­tos, la mayor dure­za en la repre­sión… estos y otros cam­bios a peor hicie­ron que esta­lla­ran varias suble­va­cio­nes de 1877 a 1879.

En 1881, las tro­pas del Mah­di ven­cie­ron al poder tur­co-egip­cio empe­zan­do a crear un Esta­do teo­crá­ti­co basa­do exclu­si­va­men­te en el Corán y más con­cre­ta­men­te en su fase de Medi­na: se que­ma­ron los tex­tos que no per­te­ne­cían a esa fase. La jus­ti­cia, la her­man­dad y la ayu­da al nece­si­ta­do, vol­vie­ron a ser los obje­ti­vos. Al tomar la fase de Medi­na como ejem­plo, la yihad o gue­rra san­ta59 tenía una gran impor­tan­cia no solo por­que que­rían libe­rar a todo el islam, empe­zan­do por Egip­to, sino por­que tenía que defen­der­se de los pode­ro­sos enemi­gos, al que se le aña­di­ría la infiel Gran Bre­ta­ña. El Mah­di murió pron­to y su suce­sor no tenía la capa­ci­dad sufi­cien­te para cali­brar los nue­vos peli­gros del impe­ria­lis­mo que empe­za­ba a ata­car con las accio­nes de Ita­lia, Fran­cia y Gran Bre­ta­ña en tan exten­sa área. Dis­per­só sus fuer­zas mili­ta­res en otros con­flic­tos, lo que agra­vó su debi­li­dad eco­nó­mi­ca60 y por fin en 1898 las ame­tra­lla­do­ras y la arti­lle­ría bri­tá­ni­ca cau­sa­ron una horro­ro­sa car­ni­ce­ría en el pue­blo arma­do que defen­día el Sudán, pero el mah­dis­mo man­tu­vo duran­te mucho tiem­po su pres­ti­gio en el pue­blo por­que este, ya antes de la apa­ri­ción públi­ca del Mah­di, creía en la uto­pía del «desea­do Mah­di» como otro profeta.

Mucho antes de la gue­rra de libe­ra­ción mah­di, en el nor­te de Áfri­ca había sur­gi­do otra resis­ten­cia que se hizo fuer­te en Cire­nai­ca, zona de Libia. La resis­ten­cia arge­li­na con­tra las inva­sio­nes fran­ce­sa des­de la déca­da de 1830 y lue­go ita­lia­na crea­ron las con­di­cio­nes para lo que ven­dría. La mili­tan­te y aus­te­ra corrien­te sanu­si­ya del sufis­mo, crea­da por el arge­lino al-Sanu­si cre­ció has­ta dis­po­ner en 1837 de una sede pro­pia en La Meca. Per­se­gui­do por los fran­ce­ses, al-Sanu­si y lue­go su hijo, exten­die­ron el movi­mien­to por toda la región median­te un pac­to táci­to con el impe­rio oto­mano de no agre­sión y de cola­bo­ra­ción en tareas comu­nes, favo­re­ci­dos tam­bién por el hecho de que su visión aus­te­ra refle­ja­ba la dure­za de vida de las tri­bus bedui­nas. Pero todo cam­bió en 1911 cuan­do Ita­lia inva­dió Cire­nai­ca, par­te de la actual Libia, y los sanu­si­ya diri­gie­ron la deses­pe­ra­da resis­ten­cia arma­da al man­do de Umar al Mukh­tar de «ori­gen humil­de»61 ahor­ca­do en 1931: «al luchar por sus tie­rras y reba­ños, los bedui­nos se sen­tían fuer­tes, por­que sen­tían que tam­bién esta­ban luchan­do por su fe. Sin la apro­pia­da per­cep­ción de los sen­ti­mien­tos reli­gio­sos que esta­ban impli­ca­dos en la resis­ten­cia, sería impo­si­ble enten­der cómo con­si­guie­ron duran­te tan­to tiem­po defen­der­se de unos extra­ños tan pode­ro­sos»62.

Como veni­mos insis­tien­do, la lucha de cla­ses y más con­cre­ta­men­te la lucha nacio­nal de cla­se con­tra el inva­sor reco­rre el inte­rior de las reli­gio­nes de los modos de pro­duc­ción basa­dos en la pro­pie­dad pri­va­da. Por defi­ni­ción, el dios de estas reli­gio­nes está inter­na­men­te roto en una lucha de con­tra­rios uni­dos. Con­clui­mos el capí­tu­lo ante­rior jus­to en el momen­to en que se for­ma­ba el ateís­mo mar­xis­ta en Euro­pa como res­pues­ta al dios bur­gués que en muchas cues­tio­nes tenía la ayu­da del dios medie­val en retro­ce­so, como vere­mos a par­tir de aho­ra. Con­clui­mos este capí­tu­lo en el momen­to en el que las luchas anti­co­lo­nia­lis­tas y anti­im­pe­ria­lis­tas de los pue­blos musul­ma­nes se enfren­tan al dios bur­gués occi­den­tal. Des­cu­bri­re­mos cómo el ateís­mo mar­xis­ta expli­ca tam­bién la impo­ten­cia insu­pe­ra­ble de estas heroi­cas rebe­lio­nes y de otras que no hemos nombrado.

  1. Chris Horrie y Peter Chip­pin­da­le: ¿Qué es el Islam?, Alta­ya, Bar­ce­lo­na 1997, p. 15. 
  2. S. A. Toka­rev: His­to­ria de las reli­gio­nes, op. cit., p. 482.
  3. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, p. 45.
  4. Ambro­gio Doni­ni: His­to­ria de las reli­gio­nes, op. cit., p. 309.
  5. N. Faulk­ner: De los nean­der­ta­les a los neo­li­be­ra­les, op. cit., p. 97.
  6. Mabel Villa­gra: «La Ara­bia pre­is­lá­mi­ca, cara­va­nas, tri­bus y desier­to», Des­per­ta Ferro, Madrid 2012, nº 24, p. 7.
  7. Albert Hou­ra­ni: La his­to­ria de los ára­bes, Ver­ga­ra, Bar­ce­lo­na 2004, p. 33.
  8. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, pp. 166 – 168.
  9. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, pp. 36 – 37. 
  10. Ambro­gio Doni­ni: His­to­ria de las reli­gio­nes, op. cit., pp. 308 – 309.
  11. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, pp. 70 – 72.
  12. Ch. Horrie y P. Chip­pin­da­le: ¿Qué es el Islam?, Alta­ya, Bar­ce­lo­na 1997, p. 31.
  13. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, p. 174.
  14. A. Kry­ve­lev: Idem., p. 173.
  15. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, pp. 76 – 77.
  16. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, p. 195.
  17. Juan Ver­net: Los orí­ge­nes del Islam, El Acan­ti­la­do, Bar­ce­lo­na 2001, p. 99.
  18. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, p. 200.
  19. A. Kry­ve­lev: Idem., pp. 201 – 202.
  20. Fer­nan­do Valle­jo: La puta de Babi­lo­nia, Pla­ne­ta, Méxi­co 2007, p. 172.
  21. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, p. 176.
  22. Juan Ver­net: Los orí­ge­nes del Islam, op. cit., p. 109.
  23. Juan Ver­net: Idem., p. 90.
  24. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, p. 177.
  25. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, p. 35.
  26. Chris Horrie y Peter Chip­pin­da­le: ¿Qué es el Islam?, op. cit., pp. 47 – 48.
  27. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, pp. 159 – 160.
  28. Juan Ver­net: Los orí­ge­nes del Islam, op. cit., p. 99.
  29. Albert Hou­ra­ni: La his­to­ria de los ára­bes, Ver­ga­ra, Bar­ce­lo­na 2004, p. 99.
  30. Rosen­tal-Iudin: «Ana­lo­gía», «Ana­lo­gía del ente» y «Aná­lo­go», Dic­cio­na­rio de filo­so­fía, Akal, Madrid 1978, pp. 12 – 13; Mª del Car­men Pare­des Mar­tín: «Ana­lo­gía», Com­pen­dio de epis­te­mo­lo­gía, Trot­ta, Madrid 2000, pp. 40 – 43.
  31. Albert Hou­ra­ni: La his­to­ria de los ára­bes, op. cit., p. 100.
  32. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, p. 92.
  33. Mijail Zabo­rov: His­to­ria de las cru­za­das, Sar­pe nº 22, Madrid 1985, p. 98.
  34. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, pp. 111 – 112.
  35. Shlo­mo Sand: La inven­ción del pue­blo judío, op. cit., p. 198.
  36. Juan Ver­net: Los orí­ge­nes del Islam, op. cit., p. 85.
  37. Juan Ver­net: Idem., p. 84.
  38. Ch. Horrie y P. Chip­pin­da­le: ¿Qué es el Islam?, op. cit., p. 60 – 61
  39. A. Kry­ve­lev: His­to­ria atea de las reli­gio­nes, op. cit., tomo 2, p. 215.
  40. N. Faulk­ner: De los nean­der­ta­les a los neo­li­be­ra­les, op. cit., pp. 98 – 98.
  41. Maxi­me Rodin­son: Islam y capi­ta­lis­mo, Siglo XXI, Bue­nos Aires 1973, p. 41.
  42. Maxi­me Rodin­son: Islam y capi­ta­lis­mo, Siglo XXI, Bue­nos Aires 1973, pp. 40 – 41.
  43. AA.VV.: Manual de His­to­ria Gene­ral del Esta­do y del Dere­cho, Uni­ver­si­dad de La Haba­na, 1990, tomo 1, segun­da par­te, pp. 51 – 52.
  44. Albert Hou­ra­ni: La his­to­ria de los ára­bes, op. cit., p. 161.
  45. W. Mont­go­mery Watt: His­to­ria de la Espa­ña islá­mi­ca, Alta­ya, Madrid 1997, pp. 93 – 94.
  46. Henry Piren­ne: Maho­ma y Car­lo­magno, Alta­ya, Madrid 1996, p. 124.
  47. Fran­cis­co Gar­cía Fitz: «Al-Ánda­lus. Orto y oca­so de un Esta­do mili­ta­ri­za­do», Des­per­ta Ferro, Madrid, nº 7, 2011, pp. 6 – 11.
  48. Ale­jan­dro Gar­cía San­juan: «Tole­ran­cia, con­vi­ven­cia y coexis­ten­cia en al-Ánda­lus, ¿mito o reali­dad?», Des­per­ta Ferro, Madrid, nº 7, 2011, pp. 42 – 45.
  49. AA.VV.: «La expan­sión musul­ma­na», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 9, p. 102.
  50. J. R. McNeill y William H. McNeill: Las redes huma­nas, Crí­ti­ca, Bar­ce­lo­na 2004, p. 115.
  51. J. A. Gar­cía de Cor­tá­zar: «El nue­vo pun­to de par­ti­da: La diver­si­fi­ca­ción de las tres áreas de civi­li­za­ción (840−950)», GHU, op. cit., tomo 11, pp. 176 – 177.
  52. J. R. McNeill y William H. McNeill: Las redes huma­nas, op. cit., p. 99.
  53. J. R. McNeill y William H. McNeill: Idem., p. 100.
  54. J. R. McNeill y William H. McNeill: Idem., p. 109.
  55. José Javier Ruíz Ibá­ñez: «La comu­ni­dad moris­ca de Gra­na­da y la situa­ción inter­na de la Monar­quía His­pá­ni­ca», Des­per­ta Ferro, Madrid, diciem­bre 2016-enero 2017, pp. 6 – 11.
  56. Javier Cas­ti­llo Fer­nán­dez: «Las ope­ra­cio­nes mili­ta­res», Des­per­ta Ferro, Madrid, diciem­bre 2016-enero 2017, p. 26.
  57. Eduar­do de Mesa Galle­go: «A fue­go y a san­gre», Des­per­ta Ferro, Madrid, diciem­bre 2016-enero 2017, p. 42.
  58. Alber­to Raúl Este­ban Rivas: «El ase­dio de Gale­ra», Des­per­ta Ferro, Madrid, diciem­bre 2016-enero 2017, p. 36.
  59. Kim Searcy: «Sudán entre la tra­di­ción y la reno­va­ción», Des­per­ta Ferro, Madrid, agos­to-sep­tiem­bre 2016, pp. 6 – 11.
  60. Ahmed Ibrahim Abushouk: «La rebe­lión mah­dis­ta», Des­per­ta Ferro, Madrid, agos­to-sep­tiem­bre 2016, pp. 12 – 16.
  61. B. Morris: Intro­duc­ción al estu­dio antro­po­ló­gi­co de la reli­gión, Pai­dós, Bar­ce­lo­na 1995, p. 240.
  62. B. Morris: Idem., p. 241.
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