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Para empezar, leamos dos definiciones del islam, una de historiadores burgueses progresistas y la otra de un historiados marxista. Los primeros, Chris Horrie y Peter Chippindale, sostienen que:
La palabra misma islam se traduce del árabe como «sumisión» u «obediencia» (a la voluntad y a las leyes de Alá establecidas en el Corán) y la palabra musulmán, que tiene la misma raíz en árabe, significa «la persona o cosa que obedece a la ley de Alá».
Es esta negación tajante del individualismo y el requisito de sumisión a la autoridad divina en todos y cada uno de los aspectos de la vida lo que parece tan extraño a la mentalidad occidental.
En el Islam apenas si se plantean las cuestiones del «libre albedrío» o de los «derechos humanos» que son pilares fundamentales del pensamiento político occidental moderno. El único aspecto en el que se aplica el libre albedrío es en la cuestión de si obedecer las leyes externas de Alá y conseguir la salvación, o desobedecer y arriesgarse a la condenación eterna. Y el único derecho humano importante es el de poder seguir sin obstáculos las leyes promulgadas por Alá por conducto de su Profeta1.
Por su parte, S. A. Tokarev no ofrece algo parecido a una definición básica del islam, sino que prefiere exponer qué y cómo es su libro sagrado fundamental y a su segundo texto, la Suna:
El Corán se compone de 114 capítulos (suras), dispuestos sin orden alguno, simplemente según sus dimensiones: los más largos al principio y los más breves al final. Los suras de la Meca (los primitivos) y los de la Medina (del período posterior) están entremezclados; los mismos conceptos se repiten en muchos suras; las exclamaciones y alabanzas sobre la grandeza del poder de Alá se alternan con preceptos, prohibiciones y amenazas del infierno en el más allá para todos los infieles. En el Corán no existe rasgo alguno de pulimento literario, semejante al que observamos en los evangelios cristianos; es un texto rudimentario, sin elaborar.
La otra parte integrante de la literatura sagrada musulmana es la Sura (o Sanna), compuesta de leyendas sagradas (las hadis) referentes a la vida, los milagros y las enseñanzas de Mahoma. Los teólogos musulmanes Bohari, Muslin y otros compilaron en el siglo IX varios libros de hadis. Pero no todos los musulmanes aceptan la Suna, aunque sí lo hace la mayoría, a estos se los denomina sunitas2.
Antes de seguir es necesario saber que en la primera aparición de un ángel a Mahoma, aquel le obligó a recitar una serie de principios:
El ángel obliga a «recitar»; por esto la palabra Kor’an o Qur´an quiere decir «salmodia», «recitación». El Corán no se canta ni se lee; se recita. Su estilo es de una incoherencia que podría llegar a sorprendernos; por esto los doctores musulmanes dicen que el Corán solo puede ser comprendido por los creyentes3.
Estamos ante el mismo argumento circular que el del cristianismo: la fe en dios es una gracia que dios te concede si él quiere, si él no quiere dártela, no tendrás fe en él. La incoherencia del Corán solo la descifran los musulmanes, si no lo eres nunca entenderás el Corán. Las y los creyentes, tienen por tanto dos características que les distinguen de las y los ateos: una, son superiores a estos porque han sido ungidos por la fe y la sabiduría del Corán; y dos, por ello mismo están atados eternamente a su dios, del que dependen.
En los períodos de crisis estructural, sistémica, sobre todo en las sociedades precapitalistas, estas características podían aportar una ayuda ficticia, ilusoria, pero sentida como real y cierta por los creyentes. Precisamente este era el contexto en el que surgió el islam: «La situación en Arabia había cambiado profundamente a comienzos del siglo VII d.C. Una crisis económica y espiritual de vastas proporciones conmovía a esa sociedad»4. Una vez más, se demuestra la teoría de que las religiones son creadas por sociedades en crisis:
El judaísmo se forjó en la lucha de una débil clase dominante para afianzarse como tal en la Palestina del siglo VI a.e.c. El cristianismo tuvo como origen la amargura de los oprimidos bajo el dominio imperial romano en el siglo I de la e.c. El Islam fue la tercera rama del mismo tronco. Su rápido crecimiento en la década de 620 tuvo lugar bajo la mirada de la historia en una cadena de querellas menores entre dos ciudades remotas del desierto en la región de Hiyaz de la Arabia centrooccidental, y su violenta irrupción iba a cambiar el mundo para siempre5.
La vida nómada se regía mediante un sayyid o jeque no hereditario que dirigía las relaciones internas y externas de la tribu, aplicaba la justicia, compraba prisioneros, organizaba la ayuda a quien la necesitase… Periódicamente se reunía una asamblea de tribus dirigida por los ancianos y notables para administrar las leyes consuetudinarias que amparaban a esas tribus y que también se aplicaban en los pequeños centros urbanos, «pero si se cometía un delito o crimen, la tribu entera era responsable del hecho, lo que dio lugar a enfrentamientos y venganzas. Estos delitos, especialmente los de sangre, eran castigados con la muerte […] con la confiscación de bienes, la expulsión del criminal de la tribu […] algunas costumbres, como el infanticidio infantil femenino o el repudio abusivo de la mujer casada siguieron practicándose hasta la llegada del islam»6.
Estas formas de regulación social son comunes, con sus variantes, en las sociedades nómadas que ya empezaban a establecer lazos más fuertes con las redes comerciales más extensas y con los pequeños núcleos urbanos. La ruptura social en la comunidad nómada originaria al formarse familias más ricas –castas, «notables», etc. – , que son las que terminan monopolizando el comercio, las asambleas y la administración de la ley, hace que el «profeta» sea el símbolo del poder, pero también con sus contradicciones internas. Como en otras culturas nómadas, la ética «premiaba el valor, la hospitalidad, la fidelidad a la familia y el orgullo de los ancestros […] El poder de los jefes tribales se ejercía desde los oasis, donde mantenían estrechos vínculos con los mercaderes que organizaban el comercio en el territorio que controlaba la tribu. […] los dioses moraban en un santuario, un haram, un lugar o pueblo al margen del conflicto tribal, que cumplía la función de centro de peregrinación, sacrificio, reunión y arbitraje, y que estaba al cuidado de una familia bajo la protección de una tribu cercana»7.
Mientras que en la zona meridional y norte de la península arábiga subsistían estructuras estatales en la época de la formación del islam, y por tanto existían ya clases sociales objetivamente enfrentadas al margen del escaso desarrollo de sus respectivas conciencias subjetivas, no sucedía lo mismo en las tribus nómadas del amplio centro que todavía desconocían la propiedad tributaria. Sin embargo, sí empezaba la diferenciación y escisión social en las escasas ciudades sitas en las rutas de comercio que conectaban India, Asia Oriental y el sureste de Europa. En estos centros, sobre todo en La Meca, sí crecía una minoría mercantil que acumulaba más y más poder económico8. El desarrollo de la casta o pre-clase mercantil fue lento lo vemos confirmado en el hecho de que al inicio del islam La Meca organizaba todavía caravanas comerciales que eran «empresas colectivas» en las que participaban casi todos los habitantes, aunque aumentaban las organizadas por «particulares algo aventureros»9 que se enriquecían por su cuenta.
El avance del comercio con sus efectos disolventes de las sociedades comunales, los límites progresivos de la economía nómada, las presiones de imperios como el bizantino y persa, etc., semejante olla a presión forzaba las condiciones para la convulsa y tensa formación de una nueva ideología político-religiosa que, además, tenía la facilidad de la tendencia de fondo a la unificación religiosa incluso antes de la unificación del islam:
Una de las más antiguas divinidades tribales, Hubal, que tenía en La Meca un venerado santuario, meta de grandes peregrinaciones, comenzaba a ser llamada Alah, que es la contracción en árabe de Al-Ilah, que quiere decir «el omnipotente», el dios por excelencia, semejante en todo, hasta en la etimología al viejo Ha-Elohim de la Biblia10.
Pese a estas tendencias unificadoras, la pervivencia del politeísmo y de las diosas al-Lat, al-Uzza y al-Manat fue un serio problema para la inicial expansión del islam porque parte del enriquecimiento de La Meca provenía de las ganancias que obtenía la ciudad con las peregrinaciones de las tribus politeístas para adorar a los 360 ídolos existentes. Como en otras ciudades santas, que tenían muchas reliquias para adorar, su riqueza dependía de la rentabilidad de las peregrinaciones. Los ataques de Mahoma al politeísmo eran a la vez denuncias contra las castas enriquecidas con las peregrinaciones y fueron una de las causas decisivas de las dificultades que empezaba a tener en La Meca, lo que le hizo vacilar un momento en el sentido de tolerar algunos, pero cambió rápidamente de opinión11, desencadenándose la ira de la ciudad contra él. Se comenta que algunas de las revelaciones de Alá a Mahoma se producían después de los problemas que había tenido poco antes y que esas revelaciones eran beneficiosas para sus intereses12.
Una vez refugiado en Medina, Mahoma cambió drásticamente su predicación porque el contexto social en esta ciudad era muy diferente al de La Meca: muchos campesinos, artesanos y pequeños comerciantes de Medina tenían que pedir onerosos préstamos a los usureros de La Meca, lo que terminaba frecuentemente en deudas y en esclavitud. Las tensiones entre las dos ciudades reflejaban la creciente explotación social13. En La Meca, Mahoma apenas había hablado contra la pobreza, la injusticia y la propiedad, afirmando que «Dios dispensa el sustento a quien Él quiere: a unos con largueza, a otros con mesura»14. Pero en Medina el mensaje cambió, pasando a ser sobre la organización estricta para expandir el islam, para que fuera un poder invencible que aplastase a la odiada La Meca con la guerra implacable, con la decapitación y el exterminio:
Durante sus dos primeros años de estancia en Medina, Mahoma consolidó el Islam como un gobierno teocrático. Atacó sin piedad a sus antiguos enemigos de La Meca, les cerró el paso de las caravanas, les acechó en emboscadas y hasta peleó personalmente […] aniquiló a los que le resistían; vio correr la sangre de los centenares de prisioneros decapitados, vio morir a sus enemigos en combate singular y ordenó campañas de exterminio contra quienes se resistían a convertirse15.
Los suras o revelaciones de la época de Medina, la segunda, tienen un proyecto organizativo, mientras que los de La Meca, no. Puede interpretarse este cambio estratégico en el sentido de que Alá pudo darse cuenta que Medina, y no La Meca, era la ciudad adecuada para la expansión del islam, enviándole por sueños las nuevas órdenes a Mahoma.
Las diferencias muy notorias entre la fase de La Meca y la de Medina provocan muchas brechas en el islamismo, siendo fundamental la decisiva cuestión de la libertad. En el Corán existen, junto a todo su desorden, dos fases claras en lo que concierne a la libertada: en la primera, la de La Meca, Mahoma potencia la libertad de la persona porque este principio era más acorde con sus necesidades de expandir la islam en una ciudad en la que, por un lado, era necesario asumir riesgos represivos ante el rechazo de las castas ricas, a las que denunciaba; y, por otro lado, al ser una ciudad rica ofrecía más posibilidades de alienación, lo que exigía un criterio de libertad capaz de escoger entre diversas posibilidades. Pero en la más pobre Medina aparece la segunda fase, la de la «absoluta predeterminación»16, porque es la fase en la que el islam se lanza a la guerra de conquista siendo necesario, por tanto, convencer a quienes pueden morir en la guerra.
En lo que toca al comportamiento cotidiano, a los rezos y otras obligaciones, en la fase de La Meca la «predominaron las afirmaciones favorables a la libertad», mientras que en la de Medina, centrada ya en la organización política, económica, cultural, sexual, etc., del Estado hay una mezcla de libertad con determinismo y fatalismo17 que provocará desde entonces muchos debates teológicos. El Corán tampoco ofrece una moral unitaria, coherente, sino diversas posturas que se fueron elaborando en las fases de su escritura, para responder a tanta diversidad ética y moral como la existente en pueblos y sociedades paganas, judías, zoroástricas y cristianas, cada una con sus variantes propias:
En líneas generales, la cuestión de la relación del hombre con los demás hombres, lo que constituye en realidad la base de la conducta moral, no recibió en el islam una elaboración clara. Lo que se dice a este respecto en el Corán es contradictorio, como es contradictorio, por lo demás, en cualquier otro documento religioso de las religiones universales. No faltan las exhortaciones al humanitarismo y la caridad18.
Aunque:
Como en todas las religiones, desde el comienzo mismo la actuación práctica de los musulmanes y de Mahoma contrastaba patentemente con la predicación no solo del perdón general, sino también de un humanitarismo elemental […] No sería correcto considerar aquí tan solo las contradicciones entre la práctica y la teoría religiosa. No es característico de la teoría coránica la predicación del perdón y de la mansedumbre […] Sería posible citar muchos textos coránicos que legislan la venganza, incluyendo la venganza de sangre, donde se exhorta a un ajuste de cuentas sangriento contra los que nos han ofendido, contra los que se niegan a someterse, contra los infieles, etc.19
Porque «en crueldad y maldad, en misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia»20.
La violencia coránica era necesaria para la expansión del islam, pero reforzada con concesiones para ampliar su base social y popular. Por ejemplo, Mahoma reguló el reparto del botín de las guerras de modo que un quinto, el veinte por ciento, del total quede en manos de Alá para que lo reparta entre los huérfanos, los pobres y los necesitados: «Se subraya que ante todo hay que pensar en los intereses de los pobres, de los huérfanos, de los viajeros»21. Con astucia, Mahoma se inspiró en parte en el sistema árabe preislámico22 de reparto del botín de guerra, reconociendo que era efectivamente aceptado por las tribus guerreras, cuya ayuda le resultaba vital para sus planes expansionistas y para abrir nuevas rutas de comercio seguro por el Próximo Oriente23.
De este modos, las tribus nómadas siempre dependientes del azar, las masas empobrecidas, las y los esclavos, los pueblos oprimidos, es decir, la mayoría explotada encontraba en el islam una cierta de estrategia de liberación no solo para el futuro lejano sino para el inmediato presente gracias al botín, a la conquista y a otras medidas sociales e ideológicas del islam que le hacían más atrayente desde luego que el cristianismo, el judaísmo, el zoroastrismo, el politeísmo y otras religiones tribales menores. Para comprenderlo mejor debemos resaltar el contexto:
La desintegración del régimen de la comunidad tribal en las regiones relativamente avanzadas de la península arábiga engendraba una serie de crisis que solo pudieron verse resueltas mediante guerras externas de invasión. Se agudizaban las contradicciones entre una nobleza rica y los miembros ordinarios de la comunidad, cada vez más pobres. Las relaciones entre los esclavizadores y unas masas cada vez más numerosas de esclavos también sirvieron como fuente de una constante tensión social. La solución podía hallarse en las guerras de conquista, que debían enriquecer a todos sus participantes y con ello tenían que allanar la creciente desigualdad con respecto a la propiedad. El islam proporcionó a la tendencia de ese tipo de guerras su reforma religiosa24.
Mahoma conocía bien la mentalidad y la forma de vida de los nómadas. Por eso dio tanta importancia a todo lo relacionado con el reparto del botín, con el trato a los vencidos, etc., pero sobre todo les dotó de un sentido de la obediencia absoluta al Corán.
La insistencia de Mahoma en que no ha existido ningún profeta que no haya sido pastor25 explica además de que el islam tiene las mismas concepciones que el resto de religiones surgidas inicialmente del cruce entre el nomadismo, la guerra y el comercio, también exige al pueblo que obedezca al pastor porque solo él guía y protege al rebaño de los ataques de lobos y otras alimañas; porque solo el pastor decide la política de reproducción del rebaño y por tanto sobre los derechos superiores de los sementales y sobre los inferiores de las hembras; y porque solo el pastor decide qué parte del rebaño ha de ser sacrificado según la voluntad de dios en la guerra.
Si extendemos este trato del pastor a su rebaño al del trato del «pastor», el profeta, el sacerdote, el rey…, al rebaño de creyentes y súbditos, las enseñanzas son directas y contundentes, pero con la diferencia de que el rebaño de humanos creyentes puede, tal vez, sublevarse con su «pastor». El islam también cree en la existencia de una especie de «primera rebelión» contra Alá, como en el judaísmo y en el cristianismo, recogida en el sura 18 en el que Satán se subleva contra Alá, es derrotado, pero se revuelve e intenta enfrentar a la humanidad contra dios. El islam sostiene que la única garantía para no caer en las tentaciones de Satán en conocer el Corán de memoria, recitarlo y orar al menos cinco veces al día26. En una sociedad abrumadoramente analfabeta, la memoria era fundamental, pero a la vez generaba problemas político-religiosos como se demostró al poco de morir Mahoma. Hay que recitar de memoria el Corán, pero ¿quién dice que lo que se recita pertenece al verdadero Corán?
Sobre la vida de Mahoma se sabe más de lo estrictamente necesario según los criterios de la investigación histórica; desde luego mucho más que sobre la vida del supuesto Jesús que, como hemos visto, además de ser prácticamente nada tiene añadidos un sinfín de mitos interesados que permiten construir tantos Jesús como se desee. Ahora bien, aunque esto le concede una cierta ventaja al islam sobre el cristianismo, sin embargo, no le libra de todos los problemas. Cuando murió Mahoma en 632:
[…] todavía no existía un texto codificado del Corán […] uno de los dirigentes del islam, el futuro califa Omar, llamó la atención del califa Abu Bekr sobre el peligro de que con el tiempo quedara del todo borradas de la memoria de los hombres la enseñanza del profeta […] El califa Omar (644−656) decidió confeccionar un nuevo documento oficial de la creencia islámica. Y una vez más se lo encargó Zaid, asignándole como ayuda varios escribientes. Con la asistencia de las autoridades se recogían todos los fragmentos y manuscritos que se habían conservado. Después de utilizarlos y componer el texto canónico, fueron destruidos. Fueron confeccionados cuatro ejemplares de la nueva compilación del Corán, uno de los cuales quedó en Medina, y los restantes fueron enviados a los grandes centros del califato: a Kufa, Basra y Damasco […] el texto del Corán que está a nuestra disposición corresponde al que fijó Zaid ibn Zabit en el año 651 […] Ni en el Corán en su totalidad ni en los suras en particular encontramos una exposición lógicamente coherente. Tampoco existe un orden cronológico en la distribución de cada sura27.
Hay que decir que hacer un Corán nuevo fue una decisión «sumamente política desde el momento en que se tomaba como base el texto de Hafsa, que había sido mujer del profeta, y venía garantizado por la autoridad de los dos primeros califas ya entonces aureolados de gloria por su espíritu de equidad y sus grandes triunfos militares»28. Era una decisión triplemente política: destruía cualquier posibilidad de debate ulterior reforzando así la esencia dogmática del islam ante la naturaleza dialéctica, por ello crítica, de la realidad; imponía la lengua árabe, en su dialecto de La Meca, a los pueblos no árabes que se islamizaban; y la reafirmación de dos componentes elementales del islam: la ayuda a la población necesitada –al que volveremos– y el papel de la violencia para realizar la voluntad de Alá, característica común a las religiones.
La triple decisión política genera problemas permanentes al islam, algunos de los cuales iremos viendo en esta breve introducción. El más importante de ellos es el que surge del primer punto: el antagonismo entre el dogma definitivamente impuesto al haber destruido los textos no aceptados y la esencia dialéctica de la realidad siempre en movimiento y en la que surgen nuevas situaciones. Tengamos en cuenta que el Corán es la decisiva fuente de sabiduría, pero que también están los suras, cuya autenticidad no fue aceptada por algunos sectores islámicos, según hemos vista arriba.
Con tan poca base de interpretación de las contradicciones nuevas, solo resta el recurso a la analogía o qiyas sistematizada con el nombre de iyitiahd, que permitía llegar a una conclusión asumida por todos: la iymá. Pero este método tenía tres grandes límites: uno era que solo podían practicarlo los eruditos, los hombres del poder; el otro era que debían conocer la lengua árabe29 lo suficiente como para distinguir las sutilezas del lenguaje, con lo que se reforzaba el monopolio político-religioso del poder de origen árabe; y tres, el más importante, que el método analógico común en la Antigüedad, en la teología de Tomas de Aquino y en el presente30, solo es efectivo en los primeros pasos superficiales del estudio de las contradicciones en su movimiento interno, logrando niveles bajos de certidumbre probable, límite que exige la utilización de otros métodos más rigurosos.
Resulta por tanto comprensible que rápidamente surgieran debates sobre el tema, algunos de los cuales dieron paso a profundas rupturas en el islam. Hanafíes, maliquíes shafíes, hambalíes y otros grupos que no sobrevivieron tenían diferencias más o menos fuertes con el dogma impuesto por el grupo de Omar, sobre todo en el método basado en el empleo de la analogía, iyitiahd, para interpretar lo nuevo en base a la versión dogmática de las leyendas sagradas atribuidas a Mahoma, los hadiz o hadis. Los abadíes y los zaidíes sí tenían algunas diferencias más agudas, pero fueron los chiíes quienes más se distanciaron. De todos modos y al margen de lo anterior, sí existe una unidad en todas las corrientes islámicas, se trata del papel de los ulemas, los sabios, eruditos, o especialistas en la interpretación del Corán, de la sunna y de la sharia:
A pesar de la naturaleza parcialmente teórica de la sharia, o quizá por eso mismo, los que la enseñaron, interpretaron o administraron, los ulemas, debían ocupar un lugar importante en los Estados y en las sociedades musulmanes. Como guardianes de una elaborada norma de comportamiento social hasta cierto punto podían imponer límites a los actos de los gobernantes, o por lo menos aconsejarlos: también podían actuar como portavoces de la comunidad o, al menos, de su sector urbano. Pero en conjunto, trataban de distanciarse tanto del gobierno como de la sociedad31.
Pero la guerra no era el único ni el decisivo medio de expansión del islam; de hecho, la guerra era justificada solo como medio «defensivo» ante los infieles o herejes. Las medidas sociales, fiscales, de ayuda a los pobres, de relativa tolerancia para las otras religiones, etc., fueron medios legitimadores tanto o más efectivos que la guerra, cuya ferocidad fue incluso suavizada por Abu Bakr, primer sucesor de Mahoma. En efecto, para facilitar la conquista de Siria evitando el mayor daño posible, Abu Bakr decretó este decálogo:
Tengo diez mandamientos que confiaros: No engañéis ni robéis. No hagáis traición. No matéis niños, ni mujeres, ni ancianos. No queméis los palmares. No cortéis los árboles frutales. No destruyáis las cosechas. No matéis ganado ni camellos, a no ser que sea para sustentaros. Sacrificad a los monjes de cabeza rapada. Dejad en paz a los ermitaños32.
Aunque como veremos luego existía una gran diferencia entre lo escrito y lo practicado, para aquella época de expansión hacia Siria el decálogo de Abu Bakr es una joya del humanismo comparada con la brutalidad cristiana y persa, a pesar de ordenar la ejecución del núcleo militante de la ideología infiel: los monjes de cabeza rapada. Disponemos de una brutal comparación entre el método musulmán y el cristiano, leyendo lo siguiente:
Los conquistadores cruzados aniquilaron las últimas libertades individuales de la población campesina de las regiones invadidas. La situación económica y legal de los agricultores y ganaderos, viticultores y fruticultores de Siria y Palestina empeoró bruscamente. Todos ellos, musulmanes y cristianos, debían de trabajar para sus nuevos señores, los francos, con mayor intensidad que para los anteriores: bizantinos, árabes y selyúcidas […] Los siervos fueron sometidos a la más despiadada opresión y explotación. Sus tierras fueron consideradas propiedad de los conquistadores y ellos personalmente adscritos a la tierra: cambiaban de dueño junto con ella (a veces por separado)33.
El contraste entre una forma de guerra y otra es absoluto. Muy frecuentemente, el avance del islam era precedido por su fama, por su prestigio como movimiento religioso menos injusto, más respetuoso que los que sufrían los pueblos cristianizados. Además de esto, el islam, como hemos dicho, desarrolló políticas de integración muy efectivas porque, entre otras medidas, reducían mucho las obligaciones fiscales a los conversos34. Por ejemplo:
Uno de los secretos del ejército era su actitud relativamente liberal hacia las religiones de los pueblos derrotados, desde luego siempre que fueran monoteístas. El mandamiento de Mahoma de tratar a los judíos y a los cristianos como «pueblos del Libro» les proporcionaba protección legal. El Profeta insistió en una conocida carta a los comandantes del ejército en el sur de Arabia: «Cualquier persona, ya sea judía o cristiana, que se convierte en musulmana es uno de los creyentes, con los mismos derechos y obligaciones. Cualquiera que se aferre a su judaísmo o a su cristianismo no será convertido y debe [pagar] el impuesto establecido sobre todo adulto, hombre o mujer, libre o esclavo». No sorprende que los judíos, que habían sufrido una dura persecución bajo el Imperio bizantino, saludaran a los nuevos conquistadores e incluso se alegraran de su triunfo. Hay testimonios judíos y musulmanes que muestran que contribuyeron a la victoria de las fuerzas árabes35.
Sectores más o menos importantes de las clases ricas empezaron a comprender que mantendrían sus propiedades si negociaban su islamización, como fue el caso de La Meca36 antes de la entrada triunfal de Mahoma en ella. También algunos pueblos vencidos, como los judíos de Yaibar37, pudieron negociar las condiciones del tributo al islam de forma relativamente justa. Pero eran las masas de campesinos pobres que se convertían al islam las que salían más beneficiadas porque, además de dejar de ser explotadas hasta la extenuación, pasaban a recibir una ayuda pública si es que no lograban salir de la pobreza. El Corán obliga a todo creyente con una cantidad suficiente de recursos a pagar el zakat que es un:
[…] impuesto para los pobres destinado a socorrer a los musulmanes más desfavorecidos. El zakat no es una caridad, sino un derecho de los pobres establecido por la ley frente a los ricos. La caridad, que también es una obligación impuesta a los ricos por el Islam debe pagarse adicionalmente, conforme a la conciencia de cada uno […] Pero la cantidad que efectivamente se paga puede ser puramente nominal, dado que el Corán prohíbe específicamente que se establezca una burocracia para recaudar el impuesto. Por el contrario, el dinero debe pagarse por sentido del deber, so pena de un castigo en la otra vida. […] el mensaje básico del Corán es que toda riqueza de este mundo es impura salvo que se utilice al servicio de Alá y el Islam, y el libro está lleno de advertencias acerca del terrible destino que espera a quienes se enriquecen mediante la «usura» o no comparten su riqueza con otros musulmanes. Un pasaje habla de un rico en el infierno a quien se quema con monedas al rojo blanco. El rico solo puede «purificar» su riqueza, de la que después puede gozar con la bendición de Alá, si paga el zakat38.
Con estas y otras leyes nuevas –como la supresión de impuestos, etc.– el islam logró atraer a sus filas a masas de conversos fueran ricos o pobres, de modo que aumentaron los gastos y disminuyeron los ingresos. Por eso, en año 700 se decretó que los nuevos conversos debían seguir pagando impuestos. Aun así: «Incluso los tributos impuestos a los infieles y a los pertenecientes a otras nacionalidades por parte musulmana, fueron, por regla general, menores que las cargas que soportaban los habitantes del imperio iraní y del imperio bizantino por parte de sus opresores»39. Dicho de otro modo:
En lugar del abuso sobre los oprimidos –mujeres, esclavos, pobres y marginados– o la indiferencia con respecto a ellos, se establecieron como imperativos morales la compasión, la caridad y la protección. Los musulmanes constituían una comunidad (umma) basada en la igualdad formal, derechos universales y un único código de leyes. El islam era un intento de poner orden en un mundo fracturado. […] Los hoscos campesinos de Siria e Irak no sentían ningún pesar por la derrota de sus amos. A menudo daban la bienvenida a los árabes como liberadores. Muchos de los antiguos terratenientes huyeron. Los impuestos eran más bajos. El judaísmo, el cristianismo y el zoroastrismo eran tolerados; y muchos se convirtieron pronto al islam. El dominio árabe solía significar una vida un poco mejor40.
Pese a todo esto, el Corán no ataca la propiedad privada, no la condena. M. Rodinson nos explica que algo más de dos siglos antes de Mahoma surgió en Persia un movimiento «comunista» contra la propiedad privada en el que destacaba el rechazo a la propiedad de las mujeres en los harenes. Este «comunismo» fue suavizado bastante por el emperador persa Kawadh I (448−531) pero por razones de lucha de clases que podemos imaginar fácilmente, fue abandonado por el soberano sucesor Jorlo I (531−579), hijo de Kawadh I, que reinstauró la propiedad privada:
A fines de su reinado debió de nacer Muhammad, y seguramente en Arabia se debió de haber discutido mucho acerca de la experiencia comunista que se había desarrollado en el poderoso imperio vecino. También Muhammad predica contra la riqueza y los ricos, sobre todo en el comienzo de su predicación en La Meca. Sus principales reproches contra la fortuna se basan en que inspiran orgullo y apartan de Dios. Sin embargo, sus prescripciones no cuestionaban en absoluto, como las de Mazdak y Zaradusht, su maestro, la propiedad en sí misma»41.
Si, como se supone, en Arabia se discutió mucho la reciente experiencia «comunista» persa, Mahoma debía conocer al menos los rudimentos de ese debate basado en hechos reales, y es por esto que cobra aún más importancia su defensa de la propiedad privada e implícitamente su rechazo al «comunismo» factible en la época. En el Corán:
No se cuestiona la diferenciación de las condiciones sociales, que se concibe como voluntad de Dios, natural e incluso destinada a perpetuarse, sin duda con criterios distintos en el otro mundo: «Considera como colocamos algunos por encima de otros. La Vida Eterna tiene grados y preferencias aún mayores (17:22/21)» […] El remedio contra los males causados por la desigualdad de riquezas, que constituye un impuesto a los ricos, en cierta medida en provecho de las obras de beneficencia del jefe de la comunidad, es del tipo claramente «reformista» aún para la época42.
Otro factor de atracción del islam era su manera de asegurar el poder patriarcal en un momento de crisis y en sociedades tan diferentes. La utopía «comunista» persa de los siglos V y VI luchaba contra la opresión de la mujer reducida a propiedad del hombre, al menos en los harenes. Tampoco en esta vital cuestión de la libertad humana el Corán atacaba la propiedad masculina sobre las mujeres:
El matrimonio es definido en el Islam como el vínculo conyugal entre dos personas de sexo diferente, comprometidas a convivir según las normas del Sariá. El Corán, sin embargo, prescribe el derecho del varón a casarse hasta con cuatro mujeres a la vez, y prohíbe que la mujer tenga más de un esposo. Según los hadices, el matrimonio y la procreación son deberes del buen creyente. La naturaleza jurídica del matrimonio musulmán es contractual civil.
La mujer es el objeto del contrato y por ella se paga un precio. La unión matrimonial mahometana se clasifica en permanente, provisional y con esclavas, y puede concertarse de forma escrita y oral ante el cadí. Además, es legítimo el matrimonio entre menores de edad y se confiere a los padres el derecho de casar a los hijos según su conveniencia, por lo que resulta una práctica común que los progenitores casen a las hijas desde el nacimiento para ir recibiendo el precio acordado con el marido o con sus padres en los plazos fijados. El Sariá reconoce la validez del matrimonio forzoso. El Corán estipula como deber del hombre pegarle a la esposa rebelde, así como el encierro perpetuo de las infieles en casa del esposo. El castigo corporal no está limitado, es legítima facultad masculina sobre su cónyuge, de modo que se exonera de responsabilidad penal al esposo cuya mujer falleciere como resultado de una golpiza con fines «educativos». La mujer, a partir del casamiento, adquiere la condición de propiedad privada del marido43.
A mayor abundamiento, cada mujer debe tener un guardián masculino que puede ser su padre, un hermano o cualquier miembro de la familia. Solo el marido debía entregar la dote que pasaba a ser propiedad de la mujer, aumentando su patrimonio propio. La mujer, supeditada al marido, tenía, sin embargo, derecho a exigir ropa apropiada, sustento, alojamiento y relaciones sexuales, y podía negar al marido métodos anticonceptivos. Para divorciarse, la mujer tenía que demostrar que el marido estaba loco, era impotente o no respetaba los derechos que hemos citado, todo ello argumentado ante la autoridad. El marido podía repudiar a su mujer simplemente con decirlo en público44. Aunque muchas de estas cuestiones se podían negociar antes del contrato matrimonial, la realidad era que la inmensa mayoría de las mujeres carecían de la fuerza negociadora suficiente para garantizar la práctica de esos mínimos derechos durante el matrimonio.
La política que hoy llamaríamos interclasista y patriarcal, explica también la relativa facilidad con la que aceptaban el islam la mayoría de las clases ricas, como venimos viendo y como se confirmó de nuevo la rápida islamización de la mayor parte de la península ibérica desde 711. Lo que sí está claro es que una de las razones para ello fue las ventajas sociales que daba a sectores de las clases nobles cristiana pero también al campesinado y artesanado urbano, así como «la admiración por la cultura que el Islam traía consigo», sin olvidarnos de que los muchos cristianos arrianos no tenían mayores problemas teológicos porque defendían que Jesús no era dios45. Pero una vez asegurado el poder, mantenían una separación estricta46 con los cristianos y los judíos, o con los persas, que en determinados casos tendía a suavizarse por la misma frecuencia de los contactos cotidianos y comerciales en la vida urbana.
Las tensiones entre la separación estricta y los acercamientos inevitables sucedieron, por ejemplo, en la península ibérica, en al-Ándalus. Aquí, por razones específicas el poder musulmán se convirtió en un «Estado militarizado» sin parangón durante varios siglos con el grado de militarización de los reinos cristianos del norte, del carolingio y de los posteriores. Los ejércitos de Almanzor (939−1002), con más de 45.000 jinetes, más de 25.000 infantes, más de 2.000 acémilas, etc., eran el resultado de la organizada producción de armas en masa en Granada47, de la eficaz organización burocrática, etc. Los beneficios obtenidos como botín de guerra en estas expediciones –esclavas y esclavos, rehenes, ganado, oro y plata, armas, prestigio de invulnerabilidad y política del miedo, pactos y matrimonios de sometimiento– compensaban con frecuencia los gastos iniciales.
En al-Ándalus las comunidades cristianas y judías consideradas «protegidas», es decir, las que aceptaban el nuevo poder a cambio de ventajas, gozaron de bastante respeto para las condiciones de la época en largos períodos: una ««tolerancia discriminatoria», si bien se admitía su presencia y se les reconocían ciertas libertades, no gozaban de la plenitud de derechos y, además, determinadas normas y signos externos los señalaban como miembros de dichas minorías o marcaban su posición de inferioridad respecto a los musulmanes». La tolerancia terminaba cuando los «protegidos» transgredían la ley, denigraban al islam, etc., de forma grave; entonces, si no se arrepentían, eran ejecutados como algunos cristianos en Granada en la mitad del siglo IX, como judíos en el progromo de 1066, o la deportación a Marruecos en 1126 de centenares de cristianos que habían apoyado la frustrada invasión intentada por el rey de Zaragoza48.
Ahora bien, esta facilidad para absorber nuevos creyentes tenía un peligro real: los muchos conversos por oportunismo, para mejorar, por egoísmo, etc., en vez de por convicción profunda, lo que, unido al rápido enriquecimiento del islam con la conquista de grandes territorios, facilitó la aparición de una casta interna de beneficiados y corruptos que querían una «vida cómoda y tranquila»49 en vez de la austera praxis de Mahoma y de los dos primeros califas, Abu Bakr (573−634) y Umar. Aunque no debemos emplear nuestro concepto de clase social y de lucha de clases a aquella época, según venimos insistiendo, sí podemos decir que la feroz violencia social que estalló entonces reflejaba la irreconciliabilidad de dos modelos de justicia, equidad y regulación colectiva. El tercer califa, Utman (644−656) pertenecía a los clanes más ricos del islam, a los que favoreció tan descaradamente que provocó malestar popular. Los llamados «jariyíes» defendían el modelo inicial, el zakat, la confraternidad, sosteniendo que la excesiva permisibilidad estaba minando el mensaje del profeta. El tercer califa, Utman, sostenía que era necesario relativizar las exigencias, suavizar el rigor inicial para seguir expandiendo el islam con nuevos adeptos. Fue ejecutado, o asesinado según versiones, por quienes defendían la pureza, por las duras tribus beduinas y el pueblo. El islam se rompió en varios trozos que se amalgamaron en dos grandes bloques,
Podemos aplicar al sector social representado por Utman la siguiente filosofía político-religiosa contenida en esta cita:
Los desastres y las injusticias se hacían más soportables cuando sus víctimas podían prever la bienaventuranza futura. Las nuevas religiones también hicieron del reparto de limosnas una obligación para el socorro de los pobres, los enfermos, los huérfanos y otras personas que sufrían en este mundo. Además, formar parte de una comunidad religiosa próspera ofrecía a menudo ventajas económicas, como no tardaron en descubrir los mercaderes que se hicieron musulmanes50.
Pero la gran mayoría de los mercaderes se convierten a una nueva religión para ampliar sus negocios, o al menos conservarlos. El Corán también condenaba la usura, pero no lo que el reformismo de hoy denomina «comercio justo» que es una forma cínica de transferir valor del pobre al rico: los comerciantes musulmanes encontraron bien pronto los medios para enriquecerse sin pecar contra Alá de modo que se recrudeció la lucha de clases. La crisis del califato abbasí estuvo también surcada por rebeliones sociales y «secesiones provinciales». De las rebeliones ahora solo vamos a exponer las tres más conocidas. Un reparto equitativo y justo de la riqueza y en especial de la tierra era la reivindicación común que las relacionaba.
La primera fue la de los llamados babakíes que estalló en plena guerra civil entre los hijos de Harun-al-Raschid, resistió durante casi dos décadas en la zona septentrional del imperio. La denominada como rebelión de los esclavos negros estalló en la segunda mitad del siglo IX porque los trabajadores africanos de la sal no aguantaron las condiciones inhumanas que sufrían; desconocían la lengua árabe, lo que nos les impidió atraerse a otros sectores explotados llegando a controlar las provincias centrales del imperio.
La tercera estalló a partir de 901: el movimiento Karmata era una secta secreta del shiísmo que vivía en grupos con una especie de propiedad comunista, lo que hacía que sectores oprimidos de la ciudad y el campo se sumaran al proyecto igualitario. Llegaron a liberar La Meca y amplias zonas de la península arábiga durante medio siglo y aunque fueron derrotados, su utopía político-religiosa nunca desapareció y resurge bajo otras formas para desesperación de la clase dominante. Además, estas y otras rebeliones menores se entremezclaban con las resistencias de los pueblos que, islamizados o no, se empiezan a sublevar contra el poder imperial abbasí desde 873 en adelante51. Vemos que, además de otros problemas, Bagdad fue debilitada por la lucha de clases y por las luchas etno-nacionales de la época. En este sentido, el islam no se diferencia en nada sustancial del cristianismo.
Desde una visión más general, podemos decir que el islam integró trozos de múltiples credos muy desiguales entre sí: desde las tradiciones de las tribus nómadas, hasta la sofisticación del cristianismo bizantino, pasando por el judaísmo y restos sasánidas e indios. Su fulgurante expansión inicial fue debida fundamentalmente a cinco razones: una, la abundancia de camellos, los únicos animales capaces de atravesar inhóspitos desiertos con grandes pesos a sus espaldas, lo que les permitía concentrar rápidamente tropas en los puntos elegidos; pero sobre todo, los tres más importantes: «las convicciones religiosas y los lazos de solidaridad que les acompañaban […] la exigencia religiosa de aprender la lengua árabe con el fin de memorizar y recitar el Corán, junto con la peregrinación a La Meca, obligatoria para todos los que pudieran permitírselo, hacía que las elites de todo el mundo musulmán en expansión estuvieran en contacto unas con otras, al menos de forma leve»52.
Y la quinta razón, de este listado elemental, era la potenciación del comercio a larga distancia: Mahoma había sido comerciante antes de darse cuenta de que podía hacerse más rico haciéndose el único profeta de Alá y centralizando el negocio divino en La Meca, lo que explica por qué «los musulmanes respetaban a los comerciantes y los hábitos de mercado mucho más que los gobernantes de imperios anteriores […] El islam primitivo reunió intercambios económicos de gran alcance bajo un solo techo al formar los mercaderes una red económica muy amplia. Podían operar desde Marruecos hasta Irán y (en 700) encontrar la ley musulmana y un concepto invariable del contrato dondequiera que fuesen […] Musulmanes, cristianos y judíos tomaban parte en esta actividad comercial, pero la prosperidad exigía unidad y paz en el reino del islam, y esa condición era difícil de mantener»53.
Cada pueblo era más o menos receptivo al islam dependiendo de su historia y de sus contradicciones internas, pero una razón muy atrayente fue su sentido de hermandad solidaria que todavía recordaban las masas empobrecidas de las ciudades y pueblos importantes, y las tribus nómadas que conservaban formas de recolección y pastoreo en amplias zonas comunales. La expansión hacia África así lo confirma:
Los mercaderes africanos empezaron a mirar con buenos ojos al islamismo antes de 800, y en 950 tuvo lugar la primera conversión (conocida) de un rey africano. Antes de esa fecha, los gobernantes de África occidental rechazaban la fe de Mahoma, con todas las ventajas de alfabetización y de participación en el mundo en general que traía consigo, porque la conversión obligaba a repudiar las pretensiones de poder sagrado derivadas de las tradiciones religiosas locales54.
Pero el islamismo, como venimos diciendo, aglutinaba también sentimientos más profundos que los simplemente comerciales. Las rebeliones armadas de pueblos que seguían el Corán contra invasores cristianos apoyado directa e indirectamente por colaboradores musulmanes, han sido y son frecuentes. Mientras que en la Europa del siglo XVI se libraba una feroz lucha entre el dios medieval en decadencia y el dios burgués en ascenso, como hemos visto, también los seguidores de Alá se sublevaron en las Alpujarras andaluzas contra los ejércitos del imperio español. En un principio los españoles respetaron los acuerdos de la rendición de Granada en 1492, pero al poco tiempo empezaron a incumplirlas con excusas peregrinas, provocando desde 1560 a 1568 una situación insostenible para la población musulmana, sobre todo para su clase campesina indefensa ante tanta injusticia. Algunos de los miembros del poder español habían estado en el Concilio de Trento, en viajes por el centro y norte de Europa convulsionada por las guerras político-religiosas, etc., y pensaban que el islam en la península era una «anomalía»55 que debía ser exterminada porque, entre otras cosas, debilitaba la lucha del catolicismo contra el protestantismo.
La resistencia musulmana era tan eficaz y extensa que el catolicismo español recurrió en 1570 a su expulsión de unas tierras en la que llevaba viviendo desde el 711, pero «la hueste de don Antonio de Luna compuesta por 4.110, comete tal cúmulo de latrocinios que enciende las llamas de la rebelión a su paso»56. El ejército español disponía de una abrumadora superioridad de medios técnicos y de recursos, pero estaba podrido por la corrupción de la mayoría de sus mandos y la indisciplina de sus tropas, lanzadas al saqueo de botín en vez que a la guerra: su mando supremo en la zona, don Juan de Austria, tuvo que depurarlo, recibir refuerzos y crear una unidad de 1.000 tropas muy bien armadas compuesta por criminales y ladrones catalanes, perdonados a cambio de matar musulmanes57. El pueblo sublevado contó con ayuda solidaria del exterior, como otomanos, marroquíes, argelinos…, pero se terminaba imponiendo la superioridad española. La derrota turca en Lepanto en 1571 acaba con cualquier posibilidad de ayuda y la guerra de liberación es derrotada ese año no sin resistencias desesperadas como la del pueblo de Galera:
A las cinco de la tarde la población fue definitivamente tomada, no se perdonó a ningún varón por encima de los 12 años y, en total, unos 4.500 civiles y 2.400 guerreros murieron aquel día; otros 1.500 fueron esclavizados o deportados a La Mancha. La ciudad fue quemada, arrasada y se esparció sal por sus calles y viviendas, por lo que de resultas quedó deshabitada durante varios años. Los cristianos sufrieron en el asalto unos 200 muertos y quinientos heridos, aunque obtuvieron un espléndido botín de seda, ropajes, oro, joyas y abundante trigo y cebada58.
La sublevación nacional del pueblo morisco se produjo durante el inicio del capitalismo comercial, en la segunda mitad del siglo XVI. A finales del siglo XIX el capitalismo se acercaba al final de su fase colonialista venciendo las resistencias de los pueblos. Una de ellas, la sudanesa dirigida por Mohammad Ahmad, conocido como el Mahdi, tiene un especial valor histórico porque muestra la unidad de contrarios que define cualquier religión, en este caso la musulmana. Desde 1821 Egipto, a las órdenes de Turquía, explotaba el Sudán por los enormes beneficios que daba: la compra-venta de esclavos desde el sur hacia el norte era uno de los más rentables. Los traficantes de esclavos eran mejor tratados y pagaban menos impuestos cuanto más ricos eran, las clases pobres aguantaban la peor parte. El fútil intento de acabar con la esclavitud, el aumento de los impuestos, la mayor dureza en la represión… estos y otros cambios a peor hicieron que estallaran varias sublevaciones de 1877 a 1879.
En 1881, las tropas del Mahdi vencieron al poder turco-egipcio empezando a crear un Estado teocrático basado exclusivamente en el Corán y más concretamente en su fase de Medina: se quemaron los textos que no pertenecían a esa fase. La justicia, la hermandad y la ayuda al necesitado, volvieron a ser los objetivos. Al tomar la fase de Medina como ejemplo, la yihad o guerra santa59 tenía una gran importancia no solo porque querían liberar a todo el islam, empezando por Egipto, sino porque tenía que defenderse de los poderosos enemigos, al que se le añadiría la infiel Gran Bretaña. El Mahdi murió pronto y su sucesor no tenía la capacidad suficiente para calibrar los nuevos peligros del imperialismo que empezaba a atacar con las acciones de Italia, Francia y Gran Bretaña en tan extensa área. Dispersó sus fuerzas militares en otros conflictos, lo que agravó su debilidad económica60 y por fin en 1898 las ametralladoras y la artillería británica causaron una horrorosa carnicería en el pueblo armado que defendía el Sudán, pero el mahdismo mantuvo durante mucho tiempo su prestigio en el pueblo porque este, ya antes de la aparición pública del Mahdi, creía en la utopía del «deseado Mahdi» como otro profeta.
Mucho antes de la guerra de liberación mahdi, en el norte de África había surgido otra resistencia que se hizo fuerte en Cirenaica, zona de Libia. La resistencia argelina contra las invasiones francesa desde la década de 1830 y luego italiana crearon las condiciones para lo que vendría. La militante y austera corriente sanusiya del sufismo, creada por el argelino al-Sanusi creció hasta disponer en 1837 de una sede propia en La Meca. Perseguido por los franceses, al-Sanusi y luego su hijo, extendieron el movimiento por toda la región mediante un pacto tácito con el imperio otomano de no agresión y de colaboración en tareas comunes, favorecidos también por el hecho de que su visión austera reflejaba la dureza de vida de las tribus beduinas. Pero todo cambió en 1911 cuando Italia invadió Cirenaica, parte de la actual Libia, y los sanusiya dirigieron la desesperada resistencia armada al mando de Umar al Mukhtar de «origen humilde»61 ahorcado en 1931: «al luchar por sus tierras y rebaños, los beduinos se sentían fuertes, porque sentían que también estaban luchando por su fe. Sin la apropiada percepción de los sentimientos religiosos que estaban implicados en la resistencia, sería imposible entender cómo consiguieron durante tanto tiempo defenderse de unos extraños tan poderosos»62.
Como venimos insistiendo, la lucha de clases y más concretamente la lucha nacional de clase contra el invasor recorre el interior de las religiones de los modos de producción basados en la propiedad privada. Por definición, el dios de estas religiones está internamente roto en una lucha de contrarios unidos. Concluimos el capítulo anterior justo en el momento en que se formaba el ateísmo marxista en Europa como respuesta al dios burgués que en muchas cuestiones tenía la ayuda del dios medieval en retroceso, como veremos a partir de ahora. Concluimos este capítulo en el momento en el que las luchas anticolonialistas y antiimperialistas de los pueblos musulmanes se enfrentan al dios burgués occidental. Descubriremos cómo el ateísmo marxista explica también la impotencia insuperable de estas heroicas rebeliones y de otras que no hemos nombrado.
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